—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

domingo, 29 de diciembre de 2013

235.-Reapertura del archivo de Nietzsche en Weimar.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farías Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 


Friedrich Wilhelm Nietzsche. 



Archivo


(Röcken, actual Alemania, 1844 - Weimar, id., 1900) Filósofo alemán, nacionalizado suizo. Su abuelo y su padre fueron pastores protestantes, por lo que se educó en un ambiente religioso. Tras estudiar filología clásica en las universidades de Bonn y Leipzig, a los veinticuatro años obtuvo la cátedra extraordinaria de la Universidad de Basilea; pocos años después, sin embargo, abandonó la docencia, decepcionado por el academicismo universitario. En su juventud fue amigo de Richard Wagner, por quien sentía una profunda admiración, aunque más tarde rompería su relación con él.
La vida del filósofo fue volviéndose cada vez más retirada y amarga a medida que avanzaba en edad y se intensificaban los síntomas de su enfermedad, la sífilis. En 1882 pretendió en matrimonio a la poetisa Lou Andreas-Salomé, por quien fue rechazado, tras lo cual se recluyó definitivamente en su trabajo. Si bien en la actualidad se reconoce el valor de sus textos con independencia de su atormentada biografía, durante algún tiempo la crítica atribuyó el tono corrosivo de sus escritos a la enfermedad que padecía desde joven y que terminó por ocasionarle la locura.
Los últimos once años de su vida los pasó recluido, primero en un centro de Basilea y más tarde en otro de Naumburg, aunque hoy es evidente que su encierro fue provocado por el desconocimiento de la verdadera naturaleza de su dolencia. Tras su fallecimiento, su hermana manipuló sus escritos aproximándolos al ideario del movimiento nazi, el cual no dudó en invocarlos como aval de su ideología; del conjunto de su obra se desprende, sin embargo, la distancia que lo separa de ellos.

La filosofía de Nietzsche

Entre las divisiones que se han propuesto para las obras de Nietzsche, quizá la más sincrética sea la que distingue entre un primer período de crítica de la cultura y un segundo período de madurez en que sus obras adquieren un tono más metafísico, al tiempo que se vuelven más aforísticas y herméticas. Si el primer aspecto fue el que más impacto causó en su época, la interpretación posterior, a partir de Heidegger, se ha fijado sobre todo en sus últimas obras.
Como crítico de la cultura occidental, Nietzsche considera que su sentido ha sido siempre reprimir la vida (lo dionisíaco) en nombre del racionalismo y de la moral (lo apolíneo); la filosofía, que desde Platón ha transmitido la imagen de un mundo inalterable de esencias, y el cristianismo, que propugna idéntico esencialismo moral, terminan por instaurar una sociedad del resentimiento, en la que el momento presente y la infinita variedad de la vida son anulados en nombre de una vida y un orden ultraterrenos, en los que el hombre alivia su angustia.
Su labor hermenéutica se orienta en este período a mostrar cómo detrás de la racionalidad y la moral occidentales se hallan siempre el prejuicio, el error o la mera sublimación de los impulsos vitales. La «muerte de Dios» que anuncia el filósofo deja al hombre sin la mezquina seguridad de un orden trascendente, y por tanto enfrentado a la lucha de distintas voluntades de poder como único motor y sentido de la existencia.
El concepto de voluntad de poder, perteneciente ya a sus obras de madurez, debe interpretarse no tanto en un sentido biológico como hermenéutico: son las distintas versiones del mundo, o formas de vivirlo, las que se enfrentan, y si Nietzsche ataca la sociedad decadente de su tiempo y anuncia la llegada de un superhombre, no se trata de que éste posea en mayor grado la verdad sobre el mundo, sino que su forma de vivirlo contiene mayor valor y capacidad de riesgo.
Otra doctrina que ha dado lugar a numerosas interpretaciones es la del eterno retorno, según la cual la estructura del tiempo sería circular, de modo que cada momento debería repetirse eternamente. Aunque a menudo Nietzsche parece afirmar esta tesis en un sentido literal, ello sería contradictorio con el perspectivismo que domina su pensamiento, y resulta en cualquier caso más sugestivo interpretarlo como la idea regulativa en que debe basarse el superhombre para vivir su existencia de forma plena, sin subterfugios, e instalarse en el momento presente, puesto que si cada momento debe repetirse eternamente, su fin se encuentra tan sólo en sí mismo, y no en el futuro.



El Archivo de Nietzsche (en alemán : Nietzsche-Archiv ) es la primera organización que se dedicó a archivar y documentar la vida y obra del filósofo Friedrich Nietzsche.
El Archivo  fue fundado en 1894 en Naumburg, Alemania , y encontró una ubicación permanente en Weimar. Su historia hasta mediados del siglo XX estuvo estrechamente vinculada a su fundadora y jefa durante muchos años, Elisabeth Förster-Nietzsche , la hermana del filósofo. Aunque desde sus inicios el archivo fue objeto de muchas críticas por la manipulación, o incluso la falsificación, de documentos para apoyar ciertos propósitos ideológicos, el Archivo fue, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, un lugar de importancia central para la recepción de Nietzsche en Alemania.

Ideas de Nietzsche a través de sus mejores citas.

Friedrich Nietzsche es uno de los filósofos más populares de la historia. Su pensamiento, que cargó contra la supuesta naturaleza racional del hombre –desafiando 2.000 años de filosofía–, y sus obras, con un lenguaje y estilo muy novedosos, le otorgaron un puesto de honor en el mundo de las ideas.
Nietzsche es uno de los personajes más famosos e influyentes de la filosofía y buena parte de ese éxito viene de sus demoledoras máximas. Perfecto aforista, el filósofo alemán nos ha brindado algunas frases que han pasado a la posteridad, y no sólo en el pensamiento. A partir de una selección de sus citas, hacemos a continuación una guía rápida sobre su pensamiento y su aportación al mundo de las ideas.

 1 Irracionalismo.

“La cultura occidental está viciada desde su origen. Su error, el más pertinaz y peligroso de todos, consiste en instaurar la racionalidad a toda costa”
El ocaso de los ídolos
Uno de los principales fundamentos de la filosofía de Nietzsche es la negación de que el ser humano es un ser racional. Para él, por el contrario, es la irracionalidad su característica principal, de ahí que desprecie a casi todos los filósofos anteriores.

2 Consecuencias del racionalismo.

“La ciencia ha sido hasta ahora un proceso de eliminar la confusión absoluta de las cosas mediante hipótesis que lo explican todo; un proceso originado en la repugnancia del intelecto por el caos
La voluntad de poder
Cuando Nietzche critica el racionalismo, ataca también sus consecuencias, como, en este caso, la ciencia. No la idea del conocimiento en sí, sino aquello que representa: la debilidad. El hombre necesita saber, investigar, conocer, etc. porque es un ser débil. No es capaz de aceptar el caos de la realidad. No es capaz de vivir sin certezas. Primero, usó a los dioses para explicar aquello que no conocía, y después, usó a la ciencia para dar un sentido racional a lo que le rodea. En ambos casos, se equivoca.

3 Críticas a los filósofos griegos.

“No puede negarse que el error más grave, que jamás fue cometido, ha sido un error dogmático: la invención del espíritu puro y del bien en sí de Platón”
Más allá del bien y del mal
Nietzsche era contrario a la mayoría de los filósofos anteriores, pero tenía un punto clave de la historia en el que posar su odio: Sócrates. Desde él en adelante, se había desarrollado esa idea de que el ser humano es un ser racional, manteniéndose la misma durante milenios. Una idea que Nietzsche atacará siempre con saña.

4 Contra la religión.

“Todos los conceptos de la Iglesia se hallan reconocidos como lo que son, como la más maligna superchería que existe, realizada con la finalidad de desvalorizar la naturaleza, los valores naturales; el sacerdote mismo se halla reconocido como lo que es, como la especie más peligrosa de parásito, como la auténtica araña venenosa de la vida…”
El anticristo
Probablemente uno de los sectores más criticados por Nietzsche es el de la religión, y fue la cristiana la que más sufrió sus ataques. Nietzsche proclamó que Dios había muerto y que los dogmas morales del cristianismo (pacifismo, tolerancia, amor fraterno, etc.) no son más que elementos falsos y manipuladores, fruto de una filosofía débil que trata, mediante dichos principios, de frenar y debilitar al fuerte, con quien de otro modo no puede competir.

5 Esclavitud moral.

“¿Queréis que el hombre bueno, sea modesto, diligente, bienintencionado y moderado? A mí se me antoja el esclavo ideal”
La voluntad de poder
Esas ideas, supuestamente morales, son vilipendiadas por Nietzsche, que tratará de forjar una nueva visión del hombre en la que primen la fuerza y la determinación.

6 Inmoralidad de la ética tradicional.

“El triunfo de un ideal moral se logra por los mismos medios inmorales que cualquier triunfo: la violencia, la mentira, la difamación y la injusticia”
La voluntad de poder
Gran parte del trabajo de Nietzsche se basa en demostrar que la mayoría de los principios que defiende la ética anterior a él son falsos. Nada más que meras palabras que están completamente alejadas de la realidad. Detrás de todo supuesto principio moral existe una idea vil. La moral tradicional ha de ser destruida para poder crear una nueva.

7 El freno moral al hombre.

“La religión ha degradado el concepto del hombre; su consecuencia es la noción de que todo lo bueno, grande y verdadero es de naturaleza suprahumana y sólo se alcanza por obra de la gracia (…) El cristianismo es una doctrina que predica la obediencia”
La voluntad de poder
Esta cita une ambos conceptos: por un lado, la maldad intrínseca del cristianismo y su ideal moral; por otro, la negación de lo que esa misma entiende que es grande y virtuoso (clemencia, caridad, altruismo, pacifismo). El cristianismo y su código es un freno para el hombre, que le impide llegar a su máximo potencial.


8 La virtud del egoísmo.

“¡Cómo pudo enseñarse a despreciar los instintos primordiales de la vida e inventarse un alma, un espíritu, para ultrajar el cuerpo! ¡Cómo puede enseñarse a concebir la premisa de la vida, la sexualidad, como algo impuro! ¡Cómo puede buscarse en la más profunda necesidad vital, en el egoísmo estricto, el principio del mal y, a la inversa, exaltarse el síntoma típico de decadencia, de contradicción de los instintos –el altruismo y el amor al prójimo (alterismo)–, como el valor superior!”
Ecce homo

Egoísmo es una palabra maldita aún hoy. Parece que nada peor puede hacer una persona que ser egoísta. Nietzsche califica de necio tales pensamientos. El hombre es naturalmente egoísta, y está bien que lo sea. Es su vida de la que ha de hacerse responsable, no pedir a los demás que vivan para él. Es él mismo quien ha de solucionar sus problemas y alcanzar sus sueños, sin lloriquear. Todo lo que nace de la naturaleza del hombre es bueno, y nada de lo que defiende el código impuesto podrá cambiar la realidad. Nietzsche odia el altruismo, la obligación moral de que uno sólo es bueno si renuncia a su propia vida para vivir para los demás. Un invento de los débiles para poder vivir a costa de los fuertes y brillantes.

9 El Superhombre

“El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre, una cuerda sobre un abismo”
Así habló Zaratustra

Según Nietzsche, el hombre actual, con su moral decadente y débil, ha de ser superado. ¿Cuál es la meta? Convertirse en Superhombre. Un ser con una moral nueva, poderosa. El Superhombre determinará sus propios valores y vivirá de acuerdo a la realidad de su naturaleza. El Superhombre tendrá virtudes como la fortaleza, la determinación, la pasión y la crueldad. No dará cuenta de sus actos a nada ni a nadie, porque será un líder que decidirá el qué, cómo y cuándo de todo aquello que ocurra en su vida.


10 La superación de la religión

“Os diré lo que es el superhombre. Es el sentido de la tierra. ¡Yo os conjuro, hermanos míos, a que permanezcáis fieles al sentido de la tierra y no prestéis fe a los que os hablan de esperanzas ultraterrenas! Son destiladores de veneno. Son despreciadores de la vida; llevan dentro de sí el germen de la muerte y están envenenados. La Tierra está cansada de ellos; ¡muéranse pues de una vez!”
Así habló Zaratustra

Para el filósofo alemán, la llegada del Superhombre será la muerte de la religión. Una vez que la humanidad comprenda que ellos son los que deciden su código de valores, que no han de responder ante ningún Dios y que no han de respetar el código moral con que los débiles tratan de dominarlos, todo cambiará. Y no habrá piedad para ellos. El Superhombre no muestra clemencia, que no es más que un vicio convertido en virtud por los débiles.

Un fenómeno cultural.

Más popular que ningún otro filósofo de los últimos siglos, Nietzsche es una de las personalidades más influyentes de la historia. Su pensamiento traspasó el ámbito de la filosofía para filtrarse en la música, la literatura, el cine, la política y prácticamente en cualquier otro ámbito. Lo novedoso de su propuesta, unido a su nihilismo y sus frases lapidarias, han llamado la atención de buena parte del mundo desde hace dos siglos y hoy sus ideas siguen de plena actualidad. 


 Weimar 12 NOV 1990

El archivo del escritor y filósofo alemán Friedrich Nietzsche, cerrado al público desde 1945, se encuentra de nuevo abierto para tos estudiosos en la localidad germano oriental de Weimar, donde se puede acceder a su correspondencia, documentos y fotos privadas.El Archivo Goethe & Schiller, encargado de guardar la documentación privada de Nietzsche (1844-1900) desde el cierre de la institución que llevaba su nornbre, inauguró el fin de semana una exposición con tal motivo, en la que se muestra el trato recibido por el legado del escritor alernán en las últimas décadas. Nietzsche residió los tres últimos años de su vida en la ciudad de los clásicos alemanes, bajo los cuidados de su hermana Elisabeth Foerster-Nietzsche, responsable de la creación del archivo del pensador.
El archivo, cerrado a finales de 1945 por orden de la administración militar soviética, ha estado cerrado hasta ahora a la población de la desaparecida República Democrática Alemana y tan solo un pequeño grupo de privilegiados, así como estudiosos procedentes del extranjero pudieron tener acceso a sus fondos. Las obras del escritor estuvieron prohibidas y nunca se publicaron en la RDA.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 12 de noviembre de 1990


Therese Elisabeth Alexandra Förster-Nietzsche.


(10 de julio de 1846 – 8 de noviembre de 1935) fue hermana del filósofo alemán Friedrich Nietzsche y creadora del Archivo Nietzsche en 1894, y posteriormente miembro del partido nacionalsocialista alemán.

Trayectoria
niña

Therese Elisabeth era dos años menor que su hermano. Era hija de un pastor luterano en la villa germana de Röcken, cerca de Lützen. Durante su infancia estuvo muy cercana a su hermano Friedrich, y aún en la adultez temprana, pero se separaron cuando Elisabeth se casó en 1885 con Bernhard Förster, un maestro de enseñanza media quien después se volvió un fanático antisemita. Förster planeaba crear un asentamiento ario «puro» en América, y encontró un lugar acogedor en Paraguay. La pareja convenció a catorce familias alemanas de unírseles en la colonia, de lo que sería llamado Nueva Germania, y el grupo dejó Alemania para asentarse en Sudamérica en el 15 de febrero de 1887.
La colonia no prosperó, debido a las propiedades de la tierra que hacían difícil la cosecha, todo ello aunado a enfermedades nuevas y problemas de transporte. Förster se suicidó con veneno el 3 de junio de 1889, y cuatro años después su esposa regresó a Alemania. La colonia Nueva Germania en Paraguay aún existe en la actualidad.
El colapso mental de Friedrich Nietzsche ocurrió en 1889, y cuando su hermana regresó, era un inválido que publicaba escritos que eran comenzados a ser leídos y discutidos a través de Europa. Förster-Nietzsche tuvo un papel crucial en la promoción de los escritos de su hermano, pero distorsionó parte de su filosofía, especialmente en la edición y difusión de un grupo grande de sus fragmentos póstumos, La voluntad de poder. En el siglo XX, Mazzino Montinari demostró que ese libro era una mixtificación, con graves interpolaciones y desviaciones teóricas, que intentaban legitimar la violencia política del nazismo con una voluntad de poder ajena a su legado intelectual, hostil manifiesto de los antisemitas.
Anciana

Celosa de la salvaguarda de la originalidad del pensamiento de su hermano, es conocido también que expurgó del Archivo Nietzsche las referencias al estudio de la filosofía de Max Stirner o sus anotaciones a la novela Los endemoniados, de Fiódor Dostoyevski, de quien Nietzsche se consideraba admirador y afín.
En 1930, Förster-Nietzsche, tan nacionalista alemana como antisemita, se volvió seguidora del partido nazi. Cuando Adolf Hitler y los nazis tomaron el poder en 1933, el Archivo Nietzsche recibió apoyo económico y publicidad de la Alemania nazi, lo que distorsionó la figura del filósofo.
Al funeral de Förster-Nietzsche, en 1935, asistieron Hitler y varios oficiales nazis de alto rango.




Bernhard Förster.


 (Delitzsch, 31 de marzo de 1843–San Bernardino, 3 de junio de 1889) fue un maestro de escuela, escritor agitador político alemán del siglo xix.
Se casó con Elisabeth Förster-Nietzsche, hermana del filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche, en mayo de 1885.Este probablemente se negó a asistir a la boda de su hermana debido al antisemitismo de Förster,​ a quien detestaba ideológicamente, como testifican por otra parte numerosas cartas personales a su hermana, con la que rompería radicalmente su relación debido a ello.
Después del fracaso de su utópica colonia en Paraguay, Nueva Germania, se suicidaría por envenenamiento, con una combinación de morfina y estricnina en un cuarto del Hotel del Lago en San Bernardino, el 3 de junio de 1889.

                  
Nueva Germania




(en alemán, Neues Deutschland) es un distrito del departamento paraguayo de San Pedro. Fue fundado como colonia alemana el 23 de agosto de 1887 por el Dr. Bernhard Förster, quien estaba casado con Elisabeth Förster-Nietzsche, hermana del filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche. Su pretensión era crear una comunidad modelo en el Nuevo Mundo y probar su paradigma racial ario. 
Quedan muchas reminiscencias germánicas y existe un museo que recuerda los orígenes de la comunidad. Se encuentra aproximadamente a 300 km de la ciudad de Asunción, capital de Paraguay.
Conjuntamente con 14 familias germanas llegaron hasta el corazón de la selva paraguaya con el propósito de fundar una colonia donde pudieran poner en práctica las ideas de Bernhard Förster sobre la superioridad de la raza aria. El sueño declarado de Förster era crear un foco de desarrollo germánico, lejos de la influencia de los judíos, entendida como nefasta por el mismo.

 
puerta al infierno



Nicolás Salmerón Alonso  1837-1908



Catedrático de Metafísica y político español, que en 1873 ocupa, durante mes y medio, la presidencia de la República española. Nacido en Alhama la Seca (Almería), el 10 de abril de 1837 –en 1932, inicios de la Segunda República, se cambia en su honor incluso el nombre del pueblo: Alhama de Salmerón–, su padre era médico, y su hermano mayor el jurista y político español Francisco Salmerón (1822-1878). Estudia el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Almería (fundado en 1845, pertenece Salmerón a la primera promoción de ese Instituto que hoy lleva su nombre). En Granada cursa Derecho y Filosofía y Letras, siendo condiscípulo de Francisco Giner de los Ríos. En Madrid sufre la influencia del krausismo a través de Julián Sanz del Río, que fue profesor suyo. En 1858 era profesor de Filosofía en el Instituto San lsidro de Madrid, y al año siguiente fue designado profesor auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central. En 1863 gana por oposición la cátedra de Historia Universal de la Universidad de Oviedo, a la que renuncia, obteniendo el 13 de julio de 1869 la cátedra de Metafísica de la universidad central. Sus artículos en los periódicos La Discusión y La Democracia le dieron renombre, y en 1867 es detenido por sus actividades revolucionarias dentro del Partido Demócrata, junto a Pi y Margall, Figueras y Orense, sufriendo cinco meses de cárcel. Durante el sexenio democrático (1868-1874) es uno de los adalides del republicanismo (a pesar de las discrepancias doctrinales que tenía con el federalismo de Pi y Margall). Diputado por Badajoz en 1871, cuando las ocupaciones políticas se lo impedían era sustituido en la cátedra de Metafísica por Urbano González Serrano, su discípulo más cercano.
Al proclamarse en 1873 la República se le nombra Ministro de Gracia y Justicia, con Estanislao Figueras como presidente. Intenta reformar el sistema judicial y establecer una legislación laica. Sucede a Francisco Pi y Margall en la presidencia de la República, que desempeña del 18 de julio al 7 de septiembre de 1873. Por entonces se generalizaron las sublevaciones cantonalistas (Málaga, Sevilla, Cádiz, Cartagena...), que combate con energía, viéndose obligado a pactar con los militares antifederalistas y finalmente a dimitir, cuando no llevaba todavía dos meses en la presidencia, para no seguir cediendo a las exigencias de los conservadores: en su monumento funerario se recuerda que dimitió por no firmar unas sentencias de muerte, dictadas para restablecer la disciplina del ejército. Durante su presidencia de la República, su hermano Francisco ocupa la presidencia de las Cortes españolas. El 9 de septiembre es elegido presidente del Congreso y, desde ese puesto, inicia una dura campaña contra Emilio Castelar, su sucesor como presidente de la República, y del que se había enemistado a raíz de la provisión que éste había hecho de las sedes vacantes en numerosos obispados. Por este enconado enfrentamiento, en la noche del 3 de enero de 1874, se niega a dar un voto de confianza al gobierno de Emilio Castelar, por lo que triunfa el golpe de estado del general Pavía: Nicolás Salmerón se desprestigia como político al precipitar el final de la efímera República española.
Vuelto a la cátedra en 1874, contamos con un curioso testimonio de entonces del Salmerón profesor (por el que, además, Salmerón habría sido el responsable del fructífero encuentro que se produjo en Valladolid entre Marcelino Menéndez Pelayo y Gumersindo Laverde). Escribe Menéndez Pelayo a su amigo Antonio Rubio en 30 de mayo de 1874, sin haber cumplido los dieciocho años (EMP 1-104):

«Hoy, mi queridísimo Antonio, estoy lleno de temores y sobresaltos. Figúrate que el Sr. D. Nicolás Salmerón y Alonso, ex-presidente del Poder Ejecutivo de la ex-República Española y catedrático de Metafisica en esta Universidad, entra el día pasado en su cátedra y después de limpiarse el sudor, meter la cabeza entre las manos y dar un fuerte resoplido, pronuncia las siguientes palabras, que textualmente transcribo, sin comentarios ni aclaraciones: 'Yo (el ser que soy, el ser racional finito) tengo con Vds. relaciones interiores y relaciones exteriores. Bajo el aspecto de las interiores relaciones, nos unimos bajo la superior unidad de la ciencia, yo soy maestro y Vds. son discípulos. Si pasamos á las relaciones exteriores, la Sociedad exige de Vds. una prueba; yo he de ser examinador, Vds. examinandos. Tengo que hacerles a Vds. dos advertencias, oficial la una, la otra oficiosa. Comencemos por la segunda. Como amigo, debo advertirles a Vds. que es inútil que se presenten a exámen, porque estoy determinado a no aprobar a nadie, que haya cursado conmigo menos de dos años. No basta un curso, ni tampoco veinte para aprender la Metafísica. Todavía no han llegado Vds. a tocar los umbrales del templo de la ciencia. Sin embargo, por si hay alguno que ose presentarse a examen, debo advertirle oficialmente que el examen consistirá en lo siguiente: 1º Desarrollo del interior contenido de una capital cuestión en la Metafísica dada y puesta, cuestión que Vds. podrán elegir libremente. 2º Preguntas sobre la Lógica subjetiva. 3º Exposición del concepto, plan, método y relaciones de una particular ciencia filosófica, dentro y debajo de la total unidad de la Una y Toda Ciencia'. Como nos quedaríamos todos al oír semejantes anuncios, puedes figurártelo, considerando que Salmerón no nos ha enseñado una palabra de Metafísica, ni de Lógica subjetiva, ni mucho menos de ninguna particular ciencia (como él dice), pues en todo el año no ha hecho otra cosa que exponernos la recóndita verdad de que la Metafísica es algo y algo que a la Ciencia toca y pertenece, añadiendo otras cosas tan admirables y nuevas como esta, sobre el conocer, el pensar, el conocimiento que (palabras textuales) 'es un todo de esencial y substantiva composición de dos todos en uno, quedando ambos en su propia sustantividad, o más claro, el medio en que lo subjetivo y lo objetivo comulgan' y explicando en estos términos la conciencia, como medio y fuente de conocimiento. 'Yo me sé de mí (¡horrible solecismo!) como lo uno y todo que yo soy, en la total unidad e integridad de mi ser, antes y sobre toda última, individual, concreta determinación en estado, dentro y debajo de los límites que condicionan a la humanidad en el tiempo y en el espacio'. En tales cosas ha invertido el curso y ahora quiere exigirnos lo que ni nos enseñó ni nosotros hemos podido aprender. Esto te dará muestra de lo que son los Krausistas, de cuyas manos quiera Dios que te veas siempre libre. Por lo tanto he determinado examinarme aquí de Estudios críticos sobre Aut. Griegos e Historia de España, y después al paso que voy a Santander, me detengo en Valladolid y me examino allí de Metafísica, librándome así de las garras de Salmerón.»
El mismo día traslada Menéndez Pelayo a sus padres su voluntad de no examinarse con Salmerón y de hacerlo en Valladolid, de paso hacia Santander (EMP 1-106):
 «Tú no comprenderás algunas de estas cosas, porque no conoces a Salmerón ni sabes que el krausismo es una especie de masonería en la que los unos se protegen a los otros, y el que una vez entra, tarde o nunca sale. No creas que esto son tonterías ni extravagancias; esto es cosa sabida por todo el mundo.»

Tras el golpe militar (del general Martínez Campos, en Sagunto, 29 diciembre 1874) que liquida la República y proclama la restauración borbónica, Salmerón, como otros profesores, es desposeído de su cátedra (Real Orden de 17 de junio de 1875, revocada en 1881), exiliándose en París, donde colabora estrechamente con Manuel Ruiz Zorrilla y participa en la fundación del Partido Republicano progresista.
En 1876 escribe Nicolás Salmerón el Prólogo a una de las dos ediciones que se publicaron ese año, en español, del libro de Juan Guillermo Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia (en traducción directa del inglés por Augusto T. de Arcimís). Ese prólogo aparece también publicado en la Revista de España (julio-agosto de 1876), y había de ser contestado por Menéndez Pelayo en el contexto de la “polémica” sobre la ciencia española que estaba organizando Gumersindo Laverde.
Regresa a España en 1884, al ser amnistiado y haber ya recuperado su cátedra. Elegido diputado en 1886 por el Partido Progresista, se convierte en el adalid de la minoría republicana en el Congreso. En 1887 funda el Partido Centralista. Fue cofundador del diario La Justicia y jefe de la Unión Republicana desde 1890, siendo elegido diputado en todas las legislaturas desde 1893 a 1907. Apoyaba las aspiraciones nacionalistas catalanas en cuanto fueran compatibles con las republicanas y al fundarse en 1906 la Solidaridad Catalana, es elegido presidente de la misma, con lo que provoca la escisión dentro del movimiento republicano del sector españolista de Alejandro Lerroux. Muere en Pau (Francia), donde se encontraba de vacaciones, el 20 de septiembre de 1908. Sus restos fueron trasladados a Madrid e inhumados en el cementerio civil del Este en 1915.
Como filósofo se distinguió por sus ideas racionalistas y sus obras se hallan recopiladas en cuatro volúmenes publicados en 1911. Se fue apartando de la obediencia krausista a medida que le fue influyendo el positivismo, del que se hizo adepto. Fue conocido por su oratoria grandilocuente, de un mismo tono y diapasón, sin altos ni bajos, con escasos matices que le hicieron acreedor, por sus contemporáneos, de poseer un “verbo mayestático”.



Bibliografía cronológica de Nicolás Salmerón.

Discurso leído ante el claustro de la Universidad Central por D. Nicolás y Salmerón y Alonso en el acto de recibir la investidura de Doctor en Filosofía y Letras, Madrid 1864 (Impr. de F. Martínez García), 69 págs. Tema: La Historia Universal tiende a restablecer al hombre en la entera posesión de su naturaleza.

La Internacional defendida por N. Salmerón y F. Pi y Margall, Publicaciones de la Escuela Moderna (Biblioteca Popular los Grandes Pensadores, 24, segunda serie), Barcelona 1867, 95 págs.

Legalidad de la Internacional / Discursos íntegros pronunciados... por los ciudadanos Fernando Garrido, Emilio Castelar, Nicolás Salmerón y Pí Margall, precedidos de una introducción de Ramón de Cala, F. Escámer, Madrid 1871, 144 págs.

Proyecto de bases de la Constitución Republicano-Federal de España..., por Nicolás Salmerón y Alonso y Eduardo Chao, 2ª ed., Madrid 1873 (Imp. Labajos), 16 págs.

Prólogo a la Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, de Draper, 1876

Un caso entre mil ó La prensa y la dictadura: datos interesantes para la historia de España en el año de gracia de 1876, por un periodista viejo. Madrid 1876 (Imp. A. Iniesta), 96 págs.

Discursos parlamentarios, con un prólogo per D. Gumersindo de Azcárate. Gras y Cía., Madrid 1881, 380 págs.

Instrucciones para la organización del Partido Unión Republicana, Madrid 1903 (Imp. de «La Prensa de Madrid»), 12 págs.

Partido republicano, contra el juramento: discurso parlamentario pronunciado en las Cortes el día 17 de Julio de 1903, por D. Nicolás Salmerón Alonso, Madrid 1903 (Imp. «La Prensa de Madrid»), 32 págs.

La obra común de los obreros y de los republicanos: discurso de D. Nicolás Salmerón y Alonso pronunciado... ante los obreros ferroviarios que constituyen la Asociación La Locomotora invencible, R. Velasco, Madrid 1904, 20 págs.

Sobre Nicolás Salmerón
1911 Homenaje á la buena memoria de D. Nicolás Salmerón y Alonso: trabajos filosóficos y discursos políticos relacionados por algunos de sus admiradores y amigos, Madrid 1911 (Imp. de Gaceta Administrativa), 3 h., XXXII págs., 10 hoj., 540 págs.

1972 Antonio Heredia Soriano, Nicolás Salmerón: vida, obra y pensamiento. Tesis Doctoral, Salamanca 1972.

Sobre Nicolás Salmerón en el Proyecto Filosofía en español
1883 Fernando Lozano Montes, Nicolás Salmerón

1889 José Verdes Montenegro, Salmerón

1896 Nicolás Salmerón en el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano

1915 Monumento funerario de Nicolás Salmerón

1932-1941 Alhama de Salmerón

Textos de Nicolás Salmerón en el Proyecto Filosofía en español
1875 Bosquejo de las leyes de la Historia y del progreso humano

1876 Prólogo a la Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, de Draper.

1894 “No enviemos, pues, misioneros a Marruecos...” • “pero el enviar misioneros a Marruecos...”



Congreso de los Diputados
Presidencia del Excmo. Sr. Marqués de la Vega de Armijo
Sesión del martes 8 de mayo de 1894.

El Sr. Salmerón: pero el enviar misioneros a Marruecos…
El Sr. Mella: ¿Habíamos de mandar krausistas?
Sucesos de Melilla.

Continuando la discusión pendiente sobre la interpelación del Sr. Martín Sánchez, dijo

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Ministro de la Guerra tiene la palabra para continuar su interrumpido discurso.

El Sr. Ministro de la GUERRA (López Domínguez): Me propongo, Sres. Diputados, molestaros brevísimamente, porque me parece que ya esta cuestión de Melilla ha de causar en vosotros un efecto de cansancio, del que yo también participo un tanto.

En la sesión del otro día, puede decirse que me hice cargo ya de lo principal del discurso del señor Marenco{1}; pero, al repasar en mi memoria aquella elocuente peroración de S. S., he recordado, y algunas personas han llamado sobre ello mi atención, un cargo que, en efecto, tuve el propósito de contestar. Me refiero a lo manifestado por el Sr. Marenco, de que para apoderarse de documentos, que poseía la familia del desgraciado general Margallo{2}, ésta había sido objeto hasta de alguna amenaza o de incorrecto procedimiento.

Pues bien; yo quisiera que el Sr. Marenco, con su reconocida lealtad, se sirviera decir de dónde han partido esos procedimientos, si es que han existido, porque yo no tengo noticia alguna de eso, ni creo que haya nadie intentado semejante cosa.

Pero ya que de documentos hablamos, bueno será decir que S. S. hizo cargos al comandante general de Melilla que reemplazó al difunto general Margallo, de descerrajamiento de pupitres y de haberse apoderado de algunos documentos, y por fortuna para la familia del general Margallo, no de todos, por no haberlos encontrado.

Debo declarar, Sres. Diputados, autorizado para ello por la persona, que llevó a cabo los actos exigidos por la Ordenanza, que no se abrió ni se tocó a ningún pupitre ni a ninguna taquilla del despacho del general Margallo. Este malogrado general tenía su despacho particular en el piso primero de la casa de gobierno, y allí no se abrió ningún pupitre ni se investigó ningún papel; no se tocó absolutamente a nada de aquello que particular u oficial pudiera conservar o guardar el general Margallo. Lo que hizo la autoridad militar que le reemplazó, en cumplimiento de un deber inexcusable, y a presencia del jefe de Estado Mayor y de los oficiales de gobierno, fue incautarse de los papeles del despacho oficial, que en el piso bajo de la casa tenía el general Margallo; y, en efecto, allí no se encontró ningún documento; a tal punto, Sres. Diputados, que, cuando yo pedí de oficio, porque me las exigía el Ministerio de Estado, copias de las actas de determinación de límites en Melilla, y que yo, repito, tuve que pedir a Melilla porque no estaban en Madrid, se me contestó que allí no había ningún documento oficial, ni aun siquiera se encontraban las claves con que el general Margallo se entendía con el Gobierno. Vea, pues, el Sr. Marenco las exageraciones en que incurrió, probablemente, yo así lo creo, por estar mal informado.

Para concluir esta parte que se refiere a ese malogrado general, quisiera yo, Sres. Diputados, que el Congreso se persuadiera de que hay aquí algo que no me puedo explicar. El Sr. Marenco, elocuentemente, hacía aparecer al difunto general Margallo como víctima yo no sé de qué, como si su memoria no hubiera sido debidamente respetada, o no se le hubiera premiado suficientemente, o se le hubiera relevado de su puesto de una manera ligera, &c., &c.

A mí, todas estas consideraciones verdaderamente me asombran; porque el Ministro de la Guerra ha hablado de ese digno y malogrado general en tanto cuanto ha sido necesario, para que el país y el Congreso consideren los actos de esa autoridad y del Ministro de la Guerra, ni más ni menos; pero desatenciones contra él y su familia, ¿por dónde, Sres. Diputados? No hay en las facultades del Ministro cosa que se pueda conceder, que no se haya concedido. La desgraciada viuda del general Margallo goza hoy de la pensión máxima que se puede conceder ante esas desgracias; el cuñado del general Margallo se ganó en Melilla un empleo, y un empleo, que es lo más que se le podía dar, se le ha concedido; el yerno del general Margallo se ganó cruz y empleo, y empleo y cruz se le ha concedido; la señora viuda de Margallo solicitó la gran cruz de San Fernando para su difunto esposo, y el Ministro de la Guerra, que no puede hacer nada en eso más que cursar la instancia, la cursó, en efecto, al Consejo Supremo de Guerra y Marina, recomendando la urgencia de su despacho.

Pero el Sr. Marenco, militar distinguido, hablaba aquí de que se han concedido grandes cruces de San Fernando con tal o cual fecha. ¿Quién las ha dado, Sr. Marenco? ¿No sabe S. S. que el Ministro de la Guerra no tiene facultades para conceder esas cruces? ¿No sabe perfectamente S. S. que el reglamento de la Orden exige que se proceda por el Consejo Supremo de Guerra y Marina y el fiscal correspondiente al esclarecimiento de los hechos, en que se haya de fundar la concesión de la cruz? Pues esto, ni más ni menos, hizo el Ministro de la Guerra.

Es más, Sres. Diputados: el Consejo Supremo de Guerra y Marina, tribunal o asamblea de esa Orden, cursaba al Ministro la instancia pidiendo esa cruz, y decía que se pedía fuera de los términos legales, y que sometía al Ministro de la Guerra si podía dispensarse esa falta del término legal, y el Ministro de la Guerra lo concedió en el acto, y en el acto la cursó al ejército de Melilla para que allí se nombrara fiscal, y éste siguiera el procedimiento.

Pues, Sres. Diputados, ese procedimiento está incoado, y el Ministro de la Guerra no puede hacer más que esperar el fallo del Consejo Supremo de Guerra y Marina, que es el que ha de decir si está comprobado el hecho, en que se funda la instancia de la viuda de Margallo para concederla la cruz solicitada. ¿Qué falta por hacer, Sres. Diputados, en favor de esa familia desgraciada por parte del Ministerio de la Guerra, para que se venga aquí a tachar al Ministro de que se ha dado mucho a otros y a ella se le ha concedido poco?

El general Macías se encargó del mando de las tropas de Melilla al día siguiente de la desgracia de su antecesor, y el Sr. Marenco parecía querer dirigir un cargo al Ministro de la Guerra, porque no se le había exigido al general Macías lo que se exigiera al general Margallo. Yo no sé dónde ha encontrado S. S. esta diferencia de criterio en el Ministerio de la Guerra.

El general Margallo tenía órdenes terminantes y repetidas del Ministro de la Guerra para que no se permitiera la intrusión en el territorio español de rifeños fronterizos; pero no se le decía que hiciera una salida para cada rifeño que entrara en nuestro territorio, sino que con la artillería no les dejara entrar; porque en las noticias, que daba la prensa, se suponía que se molestaba a nuestros soldados nada menos que desde las alturas de Sidi-Aguariach, que estaba precisamente bajo la acción del fuerte de Camellos; y aquí tengo los telegramas del general Margallo a disposición del Congreso, contestando que no había intrusión de ningún orden en nuestro campo, y solamente se refería a un hito núm. 2, sobre el cual hizo fuego el crucero Conde de Venadito.

El general Margallo, que llevaba, como ya he dicho, ordenes sin limitación alguna para las operaciones, que él juzgara indispensables con los medios con que contaba, hizo uso del fuego, más o menos criticado y discutido aquí, sobre los caseríos, aduares y trincheras enemigas como tuvo por conveniente. El Ministro de la Guerra en esa cuestión no hizo más que, como hacía siempre, dejar la responsabilidad de sus actos para aplaudirlos y aprobarlos, como lo ha hecho, a aquélla digna autoridad.

¿Qué diferencia de criterio ha existido respecto de uno y otro jefe militar? Es claro que el general Macías llevaba una misión distinta; es decir, llevaba la continuación de lo que debía ejecutar el general Margallo, que era el establecimiento de un campo atrincherado para acampar en él las tropas, que se preparaban para acciones sucesivas.

Después de esto, y no quiero molestar al Congreso repitiendo lo que ya se ha dicho en tardes anteriores, tomó el mando el señor general Martínez Campos, para el cual no tuvo el Sr. Marenco palabras muy amables. ¿A qué fue el señor general Martínez Campos a Melilla? El Sr. Marenco supone que no fue a pelear, sino con una misión pacificadora que sirviera de preámbulo a una posible Embajada.

Yo puedo asegurar a S. S. que el Gobierno y el Ministro de la Guerra, al enviar a Melilla al general Sr. Martínez Campos lo hizo con la idea naturalmente de que obrara mandando aquel ejército de 25.000 hombres o de los que hubiera necesitado (que más había preparados), haciendo la guerra si la guerra se imponía, o la paz si la paz era posible. Pero en este punto el Sr. Marenco hacía graves cargos al Gobierno porque se habían entablado negociaciones con gentes como Maimón Mohatar{4}. Esta cuestión de las negociaciones la dejo íntegra a mi digno compañero el Sr. Ministro de Estado; pero como quiera que algo de esa negociación ha venido al Congreso por algunos documentos facilitados a mi digno amigo el Sr. García Alix y al Sr. Marenco por los que los tuvieran, y como esos documentos pertenecían a la época en que el general Margallo mandaba en Melilla, y yo los conozco, puedo decir, a SS. SS. y al Congreso, que de esas negociaciones no hay otro documento anterior a los del Libro Rojo que una carta enviada por nuestro ministro en Tánger al gobernador de Melilla para que la hiciera pasar por medio de los administradores de las Aduanas al bajá de Oudja. A esto respondía, Sres. Diputados, el que nuestros cónsules en la costa de Argelia comunicaran, como era su deber, al Gobierno español las noticias que recibían del estado y la actitud de las kabilas inmediatas al Muluya y de aquellas que se creía que iban a auxiliar a las del Riff, como la de Beni-Suasen, que tomó parte en los acontecimientos de los días 27, 28, 29 y 30.

Esta negociación se mantuvo por las autoridades de Melilla con aquel bajá, porque la kabila de Beni-Suasen tiene tal importancia, es tan numerosa, está tan bien armada y es de un espíritu belicoso tan exagerado, que siempre ha sido la preferida por el Sultán de Marruecos para sus empresas y en la cual tenía más confianza, y podría ponerse de parte del Emperador si el Emperador no iba a la guerra y tenía que ir a la paz.

Digo esto, porque parece que se da mucha importancia a una cosa tan sencilla. El resultado fue que esa kabila se separó de aquella acción belicosa en que estaba por efecto de la guerra santa que se predicaba en el Riff. El Sr. Marenco hizo unos argumentos, elocuentes como suyos, pero exagerados, sobre el rebajamiento y la humillación de un Gobierno que trata nada menos que con Maimón Mohatar, para el cual tuvo S. S. calificativos que es que merezca. Para mí es un personaje del que no me ocupo, ni me importa nada; pero tengo entre mis documentos una carta del señor general Margallo, creo que del 1.° de Julio, en la cual decía que tenía por sus confidentes noticias de que Maimón Mohatar trabajaba entre las kabilas por la pacificación, para que no pelearan con los españoles; de modo que yo de Maimón Mohatar no tengo más noticias oficiales que las contenidas en esta carta del general Margallo.

El Gobierno, pues, no ha tratado ni negociado con ese personaje, que después fue preso por Muley-Araafa y entregado a los españoles para que lo trasladaran a Tánger, y que anda por ahí en su cualidad de santón o de lo que sea; y el decir que el Gobierno ha negociado con él, no es de bastante efecto para traerlo a estas discusiones.

El general Martínez Campos, mientras mandó el ejército de Melilla, intentó en sus conferencias con el príncipe Muley-Araafa, en sus actos como general en jefe, en los movimientos de las tropas, intentó, digo, ver si había medio de provocar a aquellas kabilas para que recibieran el condigno castigo. Nada de esto pudo verificarse; y el general Martínez Campos, viendo que Muley-Araafa no tenía facultades para tratar ciertas proposiciones que le había enviado el Gobierno, se mantuvo allí hasta que el Gobierno determinó, por las noticias que tenía de Tánger, que fuera nombrado embajador extraordinario y marchara a Marruecos. Yo esta parte la dejo a mi digno compañero el Sr. Ministro de Estado, que contestará cumplidamente a los cargos injustos que se le han hecho, y sólo diré una cosa.

Es original y me causa gran extrañeza, Sres. Diputados, que todo lo que hacemos los españoles, sobre todo cuando es preciso combatir a este Gobierno, se empequeñezca y se rebaje y se le quite el mérito que pueda tener a aquello que ha hecho. Así resulta que esta alta dignidad de la milicia, investida nada menos que con el carácter de embajador extraordinario, cuando va a Marruecos va con el auxilio de las Naciones extranjeras, va porque lo permiten los marroquíes, va a quitarse el casco delante de la autoridad del Sultán, rebajándose a sí propio, y no se ve en esos actos que ejecuta en nombre de la bandera de la Patria, más que aquello que puede rebajarle y empequeñecerle, presentándole ante las Naciones europeas, cuando se enteren de estas discusiones, con un demérito, Sres. Diputados, que parece imposible que propalemos nosotros mismos.

Todavía eso, leído en la prensa extranjera exagerada, en aquella prensa que es propensa a humillarnos y deprimirnos, todavía eso sería malo y lamentable, aunque, al fin, no tenemos que deberla ningún género de atenciones; pero que sean Diputados españoles; que seamos nosotros los que por combatir a un Gobierno que no es de las ideas de los que tiene enfrente, lo empequeñezcamos todo y no realcemos la bandera de la Patria, y digamos que no se practica ninguna acción meritoria para nuestra dignidad, y que nuestros agentes no tienen toda la libertad necesaria y no representan la fuerza en la Nación, y no van en nombre del país, sino ayudados por las Potencias extranjeras, consentidos por los marroquíes y engañados por ellos, para darnos una indemnización, rebajándonos todo lo posible; esta manera de proceder, Sres. Diputados, combatiendo los grandes intereses de la Patria, sólo por combatir al Gobierno, no sólo no me la puedo explicar, sino que me causa verdadero sentimiento; no porque se combata al Gobierno, no porque se combata mi persona, que es bien insignificante, puesto que en esa vertiginosa carrera de la política, el Ministro de la Guerra dejará pronto este puesto, le reemplazará otro, y apenas si quedará recuerdo de él; sino porque no me parece que eso nos realce ante las demás Naciones.

Yo entrego mi historia al juicio de mis conciudadanos; si he cumplido con mi deber, éstos me lo agradecerán, y si no me lo agradecen, quedaré contento y satisfecho, aun siendo atacado, molestado, combatido y discutido, puesto que la política exige esos sacrificios. Pero, Sres. Diputados, que por deprimir a estos o a los otros Ministros, se nos presente ante el mundo tan rebajados como se nos quiere presentar en estos continuos combates que a diario sostenemos en estas Cámaras, eso yo lo lamento, no por mí, sino por vosotros mismos. Yo entrego mi conducta al juicio sano de la opinión, seguro de que, si hoy en estas candentes luchas de la política no se me hace justicia, llegará un día, no muy lejano, puesto que estos caracteres meridionales cambian muy pronto de criterio, en que se hará la debida justicia a la conducta del Gobierno en la cuestión de Melilla, a la de sus agentes y al resultado de las operaciones militares.

El Sr. Ministro de ESTADO (Moret): Señor Presidente, contando con la venia de S. S., deseaba manifestar a la Mesa que, debiendo contestar al Sr. Marenco, si este Sr. Diputado no lo lleva a mal, a fin de molestar lo menos posible la atención del Congreso, lo haría después que el Sr. Salmerón hubiera usado de la palabra; pero poniendo por delante la condición de que este deseo mío de molestar el menos tiempo posible la atención de la Cámara, no se tome, por parte del Sr. Marenco, ni como menosprecio ni como descortesía.

El Sr. MARENCO: Pido la palabra.

El Sr. VICEPRESIDENTE (La Serna): La tiene S. S.

El Sr. MARENCO: Después de la manifestación que ha hecho el Sr. Ministro de Estado, sólo debo decir que yo no atribuyo nunca el que no se me conteste a menosprecio, porque me estimo lo suficiente para creer que nadie me menosprecia. Si S. S. hubiera dicho que deseaba que yo no tomara a descortesía el que no me contestase hasta que lo hiciera, a su vez, al Sr. Salmerón, eso ya sería otra cosa.

Puede hacer S. S. lo que guste; yo estoy a disposición de S. S. y de la Mesa; pero conste que me parece muy mal ese procedimiento de no asistir a esta Cámara, habiéndose iniciado aquí un debate antes que en la otra, y en el cual S. S. tenía que contestar a cargos personales, y que no me parece lo mejor que se contesten en globo y en conjunto. Ahora puede hacer S. S. lo que tenga por conveniente.

El Sr. Ministro de ESTADO (Moret): Pido la palabra.

El Sr. VICEPRESIDENTE (La Serna): La tiene S. S.

El Sr. Ministro de ESTADO (Moret): Menosprecio es, en mi sentir, menor aprecio; por consiguiente, quería decir que deseaba que el Sr. Marenco no entendiese que yo apreciaba menos de lo que debía sus indicaciones.

En cuanto a mi presencia en la otra Cámara, ¿qué le hemos de hacer? Yo no lo puedo remediar. El sábado, día en que S. S. usó de la palabra, tenía lugar en el Senado un debate interesantísimo, y mi presencia allí era absolutamente indispensable; y por eso, dispuesto estoy a recibir todas las censuras que se me quieran dirigir, en la seguridad de que no me juzgo acreedor a ellas.

Insisto, pues, en la manifestación que he hecho antes, y con permiso de la Mesa me reservo el hacer uso de la palabra después que hable el Sr. Salmerón.

El Sr. MARENCO: Pido la palabra.

El Sr. VICEPRESIDENTE (La Serna): La tiene S. S.

El Sr. MARENCO: Para decir, a mi vez, que si el Sr. Ministro de la Guerra no lo toma tampoco a descortesía, como yo también deseo evitar a la Cámara la molestia de oírme dos veces en dos rectificaciones que seguramente han de tener puntos comunes, y puesto que me será a mí más fácil contestar a un mismo tiempo a las dos, me reservaré igualmente el hacer uso de la palabra, con la venia del Sr. Presidente, para replicar, cuando hable el Sr. Ministro de Estado, a los dos Sres. Ministros.

El Sr. Ministro de la GUERRA (López Domínguez): Por mi parte, no hay inconveniente alguno en que S. S. se reserve hacer uso de la palabra para cuando S. S. dice.

El Sr. VICEPRESIDENTE (La Serna): El señor Marenco podrá hacer uso de la palabra cuando hayan hablado el Sr. Salmerón y el Sr. Ministro de Estado, rectificando entonces también al Sr. Ministro de la Guerra.

Tiene la palabra el Sr. Salmerón para alusiones personales.

El Sr. SALMERÓN: Los motivos que obligan a esta minoría a intervenir en el debate, han tenido digna satisfacción en los discursos que en su nombre se han pronunciado, y por el conjunto de las cuestiones que en uno de esos discursos se trataron, la satisfacción fue cumplida. En él se ofrecía aquella demostración espléndida de talentos políticos, puestos al servicio de las nobles aspiraciones del alma de un patriota, todo lo cual, sin excepción en todos los lados de la Cámara, fue reconocido en el discurso de mi querido amigo el Sr. Marenco.

Y no tendría yo, ciertamente, necesidad de molestar vuestra atención viniendo a discutir de nuevo esta grave cuestión del conflicto de Melilla, si no fuera porque algunas de las relaciones que en esa complejísima cuestión se contienen, se dejaron a cargo del Diputado que tiene el honor de dirigiros la palabra.

Cifra y compendio de la política del régimen imperante, de la política de la Restauración, es la conducta que han venido observando en relación a nuestros intereses, y pudiera decir a nuestros deberes en África, todos los Gobiernos de la Restauración. Como la situación es verdaderamente de quiebra del partido liberal, y, en situación de quiebra, la liquidación se impone, es necesario que todas las responsabilidades vengan a cuenta de los que las hayan contraído, para que el país pueda conocer qué es todo lo que de ellos tiene que temer, qué es lo que de ellos tiene que esperar, si por ventura algo esperara, y qué es lo que puede esperar de aquellos que por imposición ineluctable de la necesidad, por exigencias del movimiento del progreso, son los llamados, en un porvenir que no puede ser muy lejano, a regir los destinos de la Patria; qué es lo que todos vosotros, comprendiendo en esta apelación a liberales y conservadores, habéis hecho en estos diez y nueve años de los sagrados derechos, de las legítimas aspiraciones de la Patria, y qué es lo que nosotros los republicanos podemos hacer, poniendo por delante nuestros compromisos, la integridad de nuestra conducta, la inquebrantable firmeza de nuestras convicciones y nuestra constante adhesión a los intereses generales, los cuales estamos siempre dispuestos a subordinar a los de partido.

Sería ciertamente imposible que cumpliéramos unos y otros con el deber que tenemos hacia la Patria, si con motivo de esta cuestión de Melilla, todas esas relaciones aquí no se ventilaran; porque tales pruebas habéis dado, vuelvo a repetir, en esto todos los monárquicos (los menos responsables, he de procurar demostrarlo, son los que al presente gobiernan), que hay necesidad de preguntaros: ¿qué es lo que habéis hecho, en relación al cumplimiento de esos deberes complejos, de los cuales no sólo depende la subsistencia material de un pueblo, sino lo que vale más, las condiciones morales; porque puede fácilmente desmembrarse un territorio, como ha acontecido en Francia, pero si hay un régimen vital, sustancia, vigor y energía para reconstituir la Patria, la Patria se reconstituye, desmembrada y todo, y puede todavía alcanzar más espléndido poder que cuando fuera íntegro el territorio? Y vosotros sois, los unos y los otros, los responsables, no sólo de haber traído a España a una tristísima y deplorable situación material, sino de haber de tal manera empequeñecido, si no lo tomárais a mal, degradado, el alma de la Patria, que no hay entre nosotros quien fíe ni en el poder ni en la eficacia de la justicia sobre la cual impera la arbitrariedad, ni en el poder ni en el vigor material, porque ni tenemos el nervio que los intereses materiales prestan para la fuerza, ni discreción ni inteligencia para cumplir nuestros destinos.

Es, Sres. Diputados, Melilla una posición en el Imperio de Marruecos cuyas ventajas no he de discutir. Temiera la acusación de incompetencia que pudiera venir de aquellos bancos, si bien en este punto entiendo que desde éstos, tenemos el derecho y aun el deber de acusar nuestra incompetencia, y desde esos, tenéis el deber de respetar nuestras advertencias e indicaciones, aunque incompetentes, porque somos órgano de las aspiraciones del país.

Pero sin entrar en esa discusión, es el hecho que tenemos esa posesión de Melilla, y es el hecho también, que no podrá negarse, que para eventualidades, quién sabe si no lejanas, pero próximas o remotas, como quiera que sea, para esas eventualidades, Melilla es una situación de todo punto ventajosa para ir a Fez, Mequinez y Tafilete por el Figuig o el Muluya; y cuando de una posición de esta clase se trata, y cuando existe en una tradición como no la puede ofrecer historia alguna, una relación de estas que se contraen en el proceso de la civilización, consagrado por vida secular, de devolver nosotros a la raza semita lo que de ella hemos recibido en nuestra sangre, la civilización que la hemos debido, para encarnar en ella el genio de la raza aria, cuando hay estos vínculos íntimos y secretos que llevan a los pueblos a confundir en una conjunción de esfuerzos la obra siempre redentora y divina de la civilización, no puede haber quien pensando en aquellas seculares tradiciones, quien sintiendo en su alma este noble vínculo que constituye la bondad de nuestra razón, la condición del genio semita y del genio ario, no sienta que hay más allá del estrecho de Gibraltar una tierra que nos llama a cumplir una misión que es parte integrante de nuestra vida nacional.

Y de esa posición que por tales y por tan trascendentales vínculos a todos nos liga, porque lleva a la Patria a defender como misión de honor nuestra influencia en el Imperio de Marruecos, de esa posición, ¿qué habéis hecho?

En una relación que no habrá nadie ciertamente de vosotros que no haya de reconocer que es de todo punto imparcial, habré de decir que lo único que en eso se ha hecho que merezca ser mentado, es lo que ha hecho el partido conservador. Lo que hizo el partido conservador, bajo la iniciativa y dirección del Sr. Cánovas del Castillo, es lo único que en este triste período de la Restauración se haya realizado, es lo único que ha señalado algo de propósito inteligente y discreto, algún principio de fecunda política en nuestras relaciones con Marruecos.

Pero es el hado ineluctable, y no puede ciertamente el hombre aspirar a hacer más de aquello que consienten estos dos factores de todos los hechos humanos: el medio dentro del cual se obra y las condiciones del agente; y el medio dentro del cual ha obrado el partido conservador, como el medio dentro del cual os desenvolvéis vosotros los liberales, es un medio que hace completamente imposible una política fecunda en las relaciones internacionales.

El hombre es harto menos libre de lo que presumís. Constituidos en el medio en que estáis, ¿qué podéis hacer que no sea lo que responda a esas exigencias implacables, ineludibles, de los intereses dinásticos respecto de los cuales en cuanto pugnan con los intereses nacionales por las necesidades del poder, por la aplicación inexorable del propter vitam vivendi, tenéis que sacrificar los intereses nacionales a los intereses dinásticos? Y ha resultado de esto, que en cuanto a aquella política discreta y previsora de afirmar el statu quo en Marruecos, que sólo podía ser fecunda, que sólo podía servir a las aspiraciones nacionales, a cuenta de que de ese statu quo nos aprovechásemos para extender nuestra influencia, creando aquellos intereses civilizadores tras los cuales fueran luego los resortes materiales que legitiman las acciones de la fuerza; habéis sido de todo punto impotentes para utilizarla, y ha servido sólo ese statu quo para alimentar codicias de otras Naciones, para dejar abierto el paso a otras influencias y para ver mermado nuestro prestigio y reducidos a la impotencia nuestros esfuerzos.

En los hechos que han de confirmar estas consideraciones generales que he apuntado, no habrá quien con razón contradiga lo que el Sr. Marenco especialmente ha demostrado aquí, lo que ha resultado de aquellas discretas insinuaciones del Sr. García Alix, lo que, en parte, el Sr. Martín Sánchez también significó; es a saber: el completo, el general abandono de todos los medios de defensa de Melilla. Pero ese completo, ese general abandono de todos los medios de defensa de Melilla, ¿constituye sólo una falta del partido liberal? ¿es el partido liberal el responsable de ese abandono? Sería el colmo de la injusticia llegar a hacer presa en ese espíritu de sacrificio de que se halla poseído el Sr. Ministro de la Guerra. Es el Sr. Ministro de la Guerra el menos responsable de todos.

En cuanto a la responsabilidad general de ese Gobierno, ya la iremos examinando, sin contar aquello en lo cual no cabe exigir responsabilidad cuando la cabeza no se entera de lo que pasa en el organismo.

Es Melilla una plaza en la que, por las condiciones que tiene, ya lo decía el Sr. Ministro de la Guerra, se hace casi de todo punto imposible que en breve tiempo, con la urgencia y con la perentoriedad que graves atropellos demandan, puedan mandarse fuerzas, aunque estuvieran prestas en el puerto más cercano aunque estuviesen en Málaga embarcadas.

Y ya lo decía ese príncipe de los príncipes de la milicia: no hay puerto ni muelles. En Melilla mismo, dadas las condiciones de la plaza, parece, y no quisiera incurrir en acusaciones de incompetencia por parte del Sr. Ministro de la Guerra, que hay espacio bastante para 4.000 hombres, contados sus cuarteles, contadas las casas del Polígono y contados los alojamientos de los distintos fuertes. ¿Qué teníais en Melilla, vosotros los liberales y vosotros los conservadores? Habéis tenido una guarnición que llegó a 3.000 hombres, y la habéis venido reduciendo precisamente en los tiempos en que el presupuesto de la Guerra iba subiendo, hasta dejarla en la cifra de 1.500 hombres nominales, de los cuales resultaba que el 2 de Octubre no había más que 700 hombres útiles para la guerra. En cuanto a las relaciones de la plaza, no sólo no teníais puente para comunicar a través del río Oro con el fuerte de Camellos, que era la cosa que más urgía, de haber realizado aquella insensatez casi inverosímil de construir el fuerte de Sidi-Aguariach, sino que no teníais siquiera en el fuerte que había de proteger aquella parte del campo, más que dos cañones para batir todo el terreno, los cuales era menester llevar de un punto al otro; y no teníais siquiera artilleros que los sirvieran, y tuvieron que servirlos paisanos que se prestaron a ello. Los demás fuertes estaban desartillados, y teníais por junto dos cañones en la artillería de montaña, que hubieron de ir de un lado a otro para evitar lo que había de ser la terrible catástrofe e inconcebible vergüenza del 2 de Octubre.

Estos son hechos; contra los hechos no valen subterfugios ni retóricas; es de todo punto necesario que hagamos los unos y los otros política muy positiva, muy concreta, y que vosotros los que representáis el poder oficial, lleguéis a persuadiros de que el país está, no sólo apercibido, sino harto ya, de los engaños con que en la organización oficial los poderes pretenden manejarlo. Y prosiguiendo esta serie inverosímil, iba a decir de inepcias, pero no quisiera en este debate pronunciar palabras que lastimaran a nadie, procurando inspirarme sólo en un alto espíritu de la Patria, hasta el punto de que quisiera olvidarme de que soy republicano, si no fuera republicano a puro de patriota; prosiguiendo, digo, esta serie inverosímil de innumerables y, por descontado inenarrables abandonos, digo ahora que éstos llegan a término de que no habiendo agua en la plaza de Melilla, algunos de los pocos e insignificantes aljibes que allí existen estaban cegados, y no teníais siquiera lo que ya no falta en ningún país civilizado: condensadores para hacer potable el agua del mar. Vuestros fuertes estaban sin provisiones, cuando no debió haber ni uno sólo que no las tuviera para algunos meses, y se ha dado el triste, tristísimo espectáculo, de que en el fuerte de Cabrerizas Altas el día 27 de Octubre, sufrieran los soldados hambre y sed, y posteriormente, cuando estaban cercados los fuertes exteriores, fue necesario ir de una a otra parte a llevar los cañones y a hacer algunos aprovisionamientos ridículos, estériles, por ocho, diez, o doce días, a costa de sangre, y lo que es más grave que el derramamiento de sangre, porque al fin y al cabo el hombre es un ser efímero, a costa de la reputación, del honor, de la inteligencia de nuestra querida España.

Si yo hubiera, Sres. Diputados, de proseguir narrando hechos, quizá tendría que molestaros por mucho tiempo, y además, no quiero que de uno u otro lado puedan salir acusaciones de que el hacerlo no es obra patriótica. A eso quiero, desde ahora, replicar, de una vez para siempre, que el poner ante la conciencia del país los males que padece, los vicios de que adolece, las causas que le empobrecen y le degradan, téngolo por obra más patriótica que la de ocultarlo, pretendiendo engañar a los extranjeros, a quienes no se engaña, porque conocen nuestras debilidades mejor que nosotros mismos; y hacerle todavía continuar por este triste camino de la negligencia y de la inercia constante, con lo cual no parece que han de tener remedio los tristes males de la Patria. Sobre esta serie de abandonos, Sres. Diputados, está otro que no diré que nos haya de causar rubor y vergüenza.

Después de todo, las colectividades, lo mismo las de personalidades tan acentuadas y vigorosas como son las Naciones, que las que se forman por el mero concierto de la voluntad, necesitan constituir una atmósfera, un medio en el cual se desenvuelvan y marchen acordes las dos condiciones de que depende el éxito de toda acción humana: la inteligencia, que conoce; la fuerza, que ejecuta; y cuando no llegan a un concierto esos dos elementos, y cuando la inteligencia es perezosa, porque se ha castrado la fuerza viril del espíritu y no hay energía material, porque se ha desangrado en mantener a los explotadores a costa de los explotados, resulta la inepcia e impotencia de que estamos viendo en todas partes grandes muestras. Y cuando faltan esas condiciones, no quedan sino los estímulos y los resortes del egoísmo personal, y las gentes se olvidan de la Patria, olvidan del interés general, se olvidan de lo que se trasciende del inmediato, miserable, mezquino interés que reside en los resortes de su voluntad, y entonces no tienen las gentes inconveniente en negociar a costa del honor y de los intereses de la Patria.

Así, por ese conjunto de condiciones, resulta este hecho tristísimo, sólo veladamente insinuado por el Sr. Ministro de la Guerra, escrito con caracteres rojos de sangre, y un poco borroso, porque allí se había violado lo más santo y sagrado que debe presidir a la vida de los pueblos, que es la Constitución. Existe un documento en el cual se está afirmando que para coronar ese abandono existía ese miserable, ese inmundo tráfico del contrabando de guerra.

Y no vengáis a decir, Sres. Diputados, como decía alguno, muy digno por cierto en sus sentimientos, en los móviles de su conducta, en la inspiración romántica de su celo, que no puede ni debe hablarse de ello porque se levanta una cruz que hace desviarse del camino. No hay cruz que se levante para decir la verdad ante el país, y para que esa verdad se depure, y para que ese hecho se averigüe, y para que, sea quien sea el responsable, caiga bajo el fallo inexorable de la conciencia pública. ¡Pues no faltaba más, Sres. Diputados, sino que no pudiéramos decir a una todos los españoles, que Fernando VII fue un infame traidor porque Fernando VII murió!

Sí, Sres. Ministros, averígüese eso con urgencia y con presteza; llevamos ya cinco meses, y no se ha formado ese expediente, y no sabemos si se ultraja la memoria de un muerto o si hay responsabilidades para muertos y para vivos, responsabilidades que la conciencia pública tiene derecho a reclamar.

En otro género de esta relación que grosso modo os voy exponiendo, reparad lo que España, pueblo civilizado, que presume (y en esto no hace más que tener un presentimiento) de altos deberes nacionales, que tiene un preferente derecho para representar la civilización en el Imperio de Marruecos, reparad lo que España ofrece al Imperio de Marruecos como tipo de la civilización con que le brinda: presidios en Melilla, en Ceuta, en los presidios menores, y no os choque que después de esto ponga: y misioneros.

Es decir; le ofrecemos, de una parte, lo que en las relaciones con el musulmán, que es el pueblo de la fe, que es el pueblo de los creyentes, más le ha de predisponer a la lucha; recordando aquella secular de la Cruz contra el Islám, con lo cual, en vez de atraerle, le repelemos; y, de otra parte, presidiarios, con los cuales ofrecemos al pueblo musulmán el espectáculo de lo que tenemos desdichadamente, no ya por más abyecto en el fondo de nuestra sociedad, sino lo que tenemos por irredimible, por culpa de las condiciones de nuestro régimen. ¿Qué política es esa que cuando tiene que producir una obra civilizadora no sabe sino oponer a la fe lo que ha de predisponer al odio infranqueable en que pugnan los dioses, y ofrecer el ejemplo más triste de la abyección social, que les ha de hacer formar la idea de que aquellos pretendidos civilizados y civilizadores son inferiores a ellos?

Contra esto decid cuanto os plazca o se os antoje; pero el enviar misioneros a Marruecos y el mantener allí nuestros presidios, es levantar una barrera infranqueable al progreso de nuestra legítima y obligada influencia en Marruecos. (El Sr. Mella: ¿Habíamos de mandar krausistas?) No es esta ocasión de discutir con el Sr. Mella, ni lo pretendo; pero, dígame S. S.: ¿cuantos musulmanes ha convertido el padre Lerchundi{3}? (El Sr. Mella: El padre Lerchundi, yo espero que ha de convertir a algunos racionalistas.)

Cuando me haya convertido a mí, me resignaré y acataré su influencia. Hoy, sólo puedo declarar que tengo a honor que Krause haya sido uno de mis maestros; pero yo jamás he jurado por ningún maestro. No juro por Dios vivo; no juro sino por la razón que con mi esfuerzo investigo; ¿cómo he de jurar por ningún maestro?

Es un hecho incontrastable este a que me estaba refiriendo; y no podéis decir que son cosas de un idealista, como esta tarde desde el banco azul se decía: son cosas positivas. ¿Qué hace Francia? ¿Qué hace Inglaterra? ¿Qué hace Alemania? ¿Qué hacen los pueblos que quieren extender su influencia cuando se encuentran en el país a donde quieren llevar su civilización, con gentes de otra confesión? De tal manera las respetan, de tal manera las enaltecen, de tal suerte las veneran, que, como acontece en el presupuesto de Francia, está ese culto musulmán subvencionado; de tal manera se saben atraer a esas gentes los pueblos cultos, que Inglaterra ha logrado tener musulmanes que defiendan los derechos de Inglaterra contra musulmanes. De suerte que lo que yo os propongo, sobre ser cosa que dicta la sana razón, es cosa que se realiza con resultados prácticos y positivos por otros pueblos.

Lo que allí necesitamos llevar son industriales, comerciantes, hombres de ciencia y de saber, que sepan infiltrarse en aquel pueblo, que, como todos, a pesar de muchos obstáculos y barreras, va tras la luz, y se recrea en las altas expansiones de la razón, cuando se sabe insinuar discretamente, y no debemos llevar allí lo que ha de repugnarles por su fe, y ha de despertar sus odios y rencores.

Aprovechar ese género de elementos y de fuerzas, procurar crear en toda la costa meridional del Mediterráneo gentes que se penetren de esta misión nacional, que posean los medios con que allí pudiéramos ejercer nuestra legítima y obligada influencia, que hablen como ellos el árabe, que si tienen la fe de la Cruz no vayan a intentar oponerla a la fe del Islam, que vayan a crear intereses, a tratar de enriquecer a aquel pueblo, a enseñarle las corrientes de la civilización, eso es lo que hay que hacer; y de este modo, por este medio esplendoroso, ganaremos primero su alma y no tardaremos después en dominar su cuerpo.

Para eso, Sres. Diputados, como en cualquier orden de relaciones de la vida, para realizar algo fecundo, que lleve impreso el genio humano, se necesita obrar sin prejuicio; que no aprisionen los moldes las libres iniciativas, y que a la par se desenvuelva la acción en la plenitud de todas las relaciones que integra el cuerpo social.

Para eso se necesita preparar primero y aprestar después los medios de realizar una política segura en la plenitud de relaciones que España tenga que cumplir en el mundo; y cuando de eso se haya formado plena conciencia, llegar a saber cómo se ha de realizar esa política internacional, de quién podemos esperar algo, de quién tenemos que temer, y sin pensar en las simpatías o en las antipatías que de las alturas descienden, ni en las afinidades o contrariedades del régimen imperante, enderezar la dirección de la política del Estado allí donde brote de las entrañas de la Patria misma, no donde convenga a los intereses de quien no ha sentido en el germen de su vida el genio de la Patria. Y cuando esto hicierais, reconociendo que en el Imperio de Marruecos hay muchas Naciones que, ojo avizor, pretenden aprovechar la coyuntura para hacer presa en él, debierais recordar que hay otra que tiene puesto el veto a todo lo que sea el desarrollo espléndido de España; porque parece que en las relaciones de las Naciones hay algo semejante a las relaciones individuales, hay algo que atrae, hay algo de las afinidades electivas, hay algo de las antipatías ineluctables, y donde quiera nos encontramos con un obstáculo que, para mayor afrenta y mengua, todavía se asienta en el suelo sagrado de la Patria, y se nos pone de frente si pretendemos ampliar nuestra acción en Marruecos, y dificulta nuestra vida de relaciones con el África donde quiera que pretendemos llevarlas; y de otro lado se despiertan codicias que contemplan nuestras islas y posesiones de Ultramar, y vemos que Inglaterra se posesiona tranquilamente de la costa del Hamra, que extiende pacífica, pero continuamente, su dominio en el territorio de España, y todavía hay, quiero decir, cándidos que pretenden servirla dándole bastante provisión de agua y facilitándole el puerto de Mayorga. Y cuando veis en estas relaciones dónde están los intereses contrarios, dónde los afines, ¿qué hacéis para poder extender vuestras fuerzas en el concierto de las Naciones? Humillaros ante Inglaterra, someteros a la tutela del Austria, poneros bajo el protectorado de Alemania, y en último término contar con Francia. ¿Qué habéis hecho para todo eso, para concebir el plan de una política internacional, poniendo en él toda la prudencia que aconseje nuestro triste, nuestro menguado estado en todo orden de relaciones (algunas de las cuales he de examinar), pero no encerrándoos en una neutralidad, que no tiene sentido, que es un imposible, que es un absurdo? Porque en la vida de las Naciones, pretender encerrarse en una absoluta neutralidad, es lo que sería en un organismo vivo sustraerse a toda influencia del medio ambiente: no tardaría, en uno ni en otro caso, en presentarse el cadáver. ¿Qué habéis hecho en todos esos cuatro lustros de la Restauración para determinar la orientación de España en las relaciones de esa política internacional? No quiero entrar en el análisis de lo que habéis hecho, porque no quiero encender ningún género de discordias. Lo que puedo decir, siendo mi voz órgano de la conciencia del país, es que no tenéis política ninguna; es que no tenéis más política que la de complacer a quien puede ser árbitro del Poder; no tenéis otra, ni se os alcanza más. Y si no, decidme: ¿qué ha hecho en este camino, con toda la omnipotencia que le prestaba la situación en que había venido a caer España, el jefe del partido conservador, en quien por las condiciones de la persona recayó toda la representación del Poder de la Restauración mientras vivió D. Alfonso? ¿Qué es lo que ha hecho para definir, determinar y proseguir, hasta entregaros como una tradición respetable, una política internacional? Ahí están los hechos.

Y respecto del Sr. Sagasta, no debo decir qué ha hecho; lo único que debo decir es: ¿se ha enterado? Porque si tratándose de lo que pasa en esta mezquina y menguada política, que es la que satisface las aspiraciones de esa representación nacional, no se enteró de lo que había pasado en Valencia sino cuando le dijeron que el gobernador destituido era deudo del Sr. Maura, ¿qué se ha de enterar S. S. de lo que pasa en el Atlas, o de lo que pasa al otro lado del Mediterráneo, del Atlántico o del Pacífico?

Es, pues, demostración tan cumplida como la que cabe hacer en este género de Asambleas, la de que nuestra posesión de Melilla la habéis abandonado, la de que no sabíais qué hacer, ni habéis hecho cosa alguna para defenderla, y la de que no tenéis política internacional, como no sea la de mostrar tendencias de todo punto antipáticas e incompatibles con las aspiraciones de la Nación. Y vamos ahora a examinar el conflicto en sí.

Claro está, no tema el Sr. Ministro de la Guerra que al examinar el conflicto yo vaya a tratarlo con la competencia del que viste el uniforme militar; pero sí lo trataré, ciertamente, con toda aquella devoción que el hacer religión del servicio de la Patria me impone, y con el resultado, tan pobre como se quiera, pero al cabo resultado, de haber puesto trabajo y esfuerzo para formar alguna clara idea de cuanto en este conflicto de Melilla se encierra. Y en el conflicto en sí, Sres. Diputados, lo que se ofrece primero, lo que salta a la vista es, que España ha estado, treinta y cuatro años después del tratado de Wad-Ras, o si queréis, para que la cuenta sea exacta y no haya exageración, ha estado treinta y tres años para llegar a formar cálculos sobre la conveniencia de hacer un fuerte en un sitio en que, después de la catástrofe resultó, previo envío de Comisiones y formación de expedientes y consiguientes informaciones, que era una insigne y soberana torpeza, porque estaba dominado por otras posiciones que tenían los moros. Y lo hicisteis.

Sobre esa singular inexcusable torpeza en que la mínima parte toca, casi no toca ninguna, al actual Sr. Ministro de la Guerra, y toda haya de caer sobre sus dignos antecesores, pero que es órgano adecuado de esta política que ante vuestra atención voy desenvolviendo, sobre esa insigne torpeza, cometisteis una falta política, que en la plenitud del siglo XIX no pueden cometer los que dirigen el gobierno de los Estados; porque a esos no les es lícito desconocer resortes que determinan la acción de los pueblos con los cuales tienen relación, y no les es dado ejecutar actos que vayan contra el fin que les está impuesto en la función de gobierno. El acuerdo del emplazamiento de un fuerte junto a un cementerio y junto a una mezquita, tratándose de musulmanes, es el colmo de la torpeza. Sagrada, sacratísima en la relación de la conciencia individual, como de la conciencia colectiva, es la función de la fe para la acción de los Gobiernos. Allá puede discutir la razón respecto de la fe racional que deba sucumbir, o de la fe racional que deba de nuevo elaborarse; mas para los Gobiernos, en nuestro tiempo, en España, después del año 68, antes no, porque hasta entonces España vivió en la Edad Media, es faltar a los más elementales deberes de gobierno, es caer en el fondo de la inepcia. ¿Cómo habiendo gentes de espíritu abierto, no cerrado por preocupación alguna del fanatismo, no pudieron desde luego, no digo yo presumir, prever con la certeza absoluta que en la previsión, dadas las condiciones de los actos humanos cabe, que había de ser fuente de conflictos el tratar de construir un fuerte junto al cementerio y la mezquita de los musulmanes?

Si a esto añadís la otra torpeza de índole técnica y militar, de estar aquel fuerte dominado, lo que hace que ese fuerte no se acabe, y si se acaba no sirva para nada sino para demostrar vuestra ineptitud y vuestra incalificable torpeza, comprenderéis que precisamente por eso fue culpa de unos y de otros, de vosotros todos, el germen del conflicto. Y como no me duelen prendas de género alguno; como mi primordial deber es hablar en nombre de la justicia y elevar hasta el alto reconocimiento de esa fuente de vida racional la conciencia de un pueblo, yo os pregunto, y es bueno que preguntemos a la faz del país: ¿es que había de parte de los órganos de España algún ultraje que implicara profanación o atentado al pudor, que provocara y determinara el violento atropello cuyas consecuencias lamentamos y es posible que sea germen todavía de ulteriores y más graves conflictos? Porque si ese ultraje existió, como hay algunas razones para sospecharlo, deber vuestro es, deber nuestro es también levantar desde aquí unos y otros la más solemne protesta, y decir que en nombre de España no se puede consentir semejante profanación, y que si se ha cometido, estamos dispuestos a castigarla; porque España se ha de producir en todas sus relaciones como un país digno del comercio de los pueblos civilizados.

Señor Presidente, no por el esfuerzo de ahora, sino por una cierta emoción que, dado mi temperamento, había precedido al esfuerzo de ahora, me siento algo fatigado. Yo no deseo que el Congreso pierda su tiempo; pero si el Sr. Presidente y la Cámara no tuvieran inconveniente en acordar que yo hiciera punto aquí, puesto que sólo unos cuantos minutos me quedan para hablar, yo lo agradecería a unos y a otros; si no, estoy a las órdenes de la Cámara y del Sr. Presidente.

El Sr. PRESIDENTE: No tengo el menor inconveniente, pero sobre esto habría que consultar a la Cámara, porque falta media hora todavía.

El Sr. SALMERÓN: Entonces, me sobra tiempo; estoy a las órdenes de S. S. Prosigo. (Varios Sres. Diputados: No, no.)

El Sr. PRESIDENTE: Si quiere S. S. descansar, o dejar la terminación de su discurso para mañana, nos ocuparemos ahora en otros asuntos.

El Sr. SALMERÓN: Esto es lo que deseaba. De todas suertes, estoy a las órdenes de S. S.

El Sr. PRESIDENTE: Yo lo que deseo saber es lo que S. S. apetece en este momento.

El Sr. SALMERÓN: Cuando he hecho esta indicación, será que de mi parte algún deseo había. Pero estoy a las órdenes de S. S.

El Sr. PRESIDENTE: Pues entonces, se suspende esta discusión.



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