—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

jueves, 12 de octubre de 2017

403.-Los agramonteses y los beamonteses.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;  


Navarra resignada sin un rumbo propio

A partir de la muerte de Carlos III el Noble en 1425, Navarra comienza un largo período en el que habrá perdido su rumbo, como si la Historia le hubiera estado hurtando poco a poco la razón de ser de su existencia como reino independiente que le había otorgado desde principios del siglo IX. Es un largo período que culmina en el año 1512 cuando Fernando el Católico, sin legitimidad dinástica, ocupa por las armas el trono del viejo reyno.
En ese demasiado dilatado período de tiempo - casi un siglo - hubo numerosas afrentas a la legitimidad dinástica, lo que dividió a los navarros en facciones que apoyaban a uno u otro bando y se enfrentaban en contínuas o intermitentes guerras. Y en este pelear en guerras civiles, el Reyno de Navarra iba perdiendo su razón histórica de ser.
Lo que ocurriera en Castilla, en Francia, en Aragón - o al final en Italia - determinaba lo que habría de pasar en Navarra. Carlos III había querido dar la espalda a los aconteceres de la guerra de los Cien Años en Francia para llevar una política más hispánica, más entrelazada con los aconteceres de los demás reinos peninsulares. Y ahora estos aconteceres arrastraban a sus sucesores en el reyno y a Navarra hacia un torbellino de discordias.

En el siglo XV hubo una familia o rama de linaje extraordinaria, los Trastamara, que determinó la dirección política e institucional en que se movería España durante toda la centuria. Fueron un abuelo ( Fernando I de Antequera, rey de Aragón), dos hijos (los infantes de Aragón, Alfonso y Juan, rey de Aragón, Sicilia y Nápoles el primero, rey de Navarra, Nápoles y Aragón el segundo) y un nieto (Fernando el Católico). Los bastardos Trastamara habían conseguido llegar al trono de Castilla en 1369, a Aragón en 1412 y a Navarra en 1425.
Con Fernando el Católico habrán llegado a un trono que ya es el de España. En su origen, esta familia es castellana y por eso desde que ocupan el trono de Navarra en 1425 su objetivo no es otro sino llegar al poder en Castilla, entonces dominada por otra rama Trastamara. Lo que conseguirán finalmente. Navarra, sin saberlo, con el sacrificio de sus luchas intestinas estaba ayudando a conseguir lo que en un principio fue un objetivo ajeno, el bienestar político y patrimonial de una rama Trastamara y que luego se transformaría en un acontecimiento relevante - quizá no calculado de antemano por sus protagonistas - la unión de todos los reinos hispánicos bajo los Reyes Católicos.
Navarra fue utilizada - desde la muerte de Carlos III - para conseguir un objetivo que no era el suyo, sino el del castellano-aragonés don Juan, en sus luchas en Castilla para proteger y recuperar sus antiguas posesiones territoriales. Más tarde, Navarra se vería forzada a aceptar en 1512 un cambio dinástico impuesto por la fuerza de las armas por Fernando el Católico, que trajo luego la concordia interna perdida desde hacía mucho tiempo, unos 60 años. Tampoco consiguió impedir Navarra, ni con guerras civiles, desaires legitimistas que postergaban el acceso al trono de príncipes con irrefutables derechos sucesorios. Sin saberlo, Navarra, con los atropellos que sufrió, estaba contribuyendo a “hacer” España, aunque ello significara el abandono para siempre de la independencia política del reino.
La lógica geopolítica había llevado a ello. En el siglo XV, Francia y España se convierten en poderosos estados modernos y unitarios territorialmente. Francia ha afirmado el poder real sobre la nobleza feudal y ha conseguido eliminar del mapa los extensos feudos que la corona inglesa poseía en su territorio, cesando así para siempre la interminable amenaza de los Plantagenêt a la corona de los Capetos. Los Reyes Católicos llevan a Castilla y Aragón juntos en la misma dirección, estructurando un Estado moderno y con ampliaciones territoriales insospechadas. Navarra ha quedado en medio de dos poderosos Estatos, ya unitarios, que se hacen la guerra en Italia para conseguir la supremacía en Europa. Y en esta disputa Navarra no sabe qué hacer y no consigue quedar en la neutralidad.

Al final del siglo XV, Catalina I de Navarra Foix-Grailly-Béarn y su esposo Juan de Albret - son vasallos del rey de Francia por sus posesiones territoriales en Foix y otros feudos gascón-pirenaicos.

Bigorre
Couserans
Nebouzan
Marsan
Tursan
Gabardan

no así el territorio "soberano" del Béarn ni la Navarra de Ultrapuertos, ni por supuesto el vizcondado de Castellbó en el pirineo catalán. Otros extensos feudos y señoríos patrimoniales de su esposo Jean de Albret (principalmente Périgord, Limoges, país de Albret) debían también reconocer vasallaje al rey de Francia.

Hubieran sido acusados de felonía y hubieran sido privados de esos territorios si en una guerra entre los Reyes Católicos y Francia si se hubieran posicionado los reyes de Navarra en favor de los primeros. Los reyes navarros de la dinastía Foix-Grailly-Béarn ven sin duda en la monarquía francesa un protector, pero querrán hacer ver al astuto - quizá tan astuto como su padre don Juan - rey Católico que están en la neutralidad que se les exige. El pueblo no es determinante en su opinión y la nobleza simplemente sigue pensando a final del siglo XV en “banderías” - los “beamonteses” y “agramonteses” - que ya han perdido importancia y no tienen relevancia, a comparar con el contexto europeo. Que los Foix-Albret se acabarán posicionando por Francia es obvio al rey Católico. Fernando y el pontífice Julio II se concertarán entonces para forzar un cambio dinástico que colocará claramente a Navarra en el bando peninsular, alejado de la enemiga francesa. O quizá fuera ésto solamente una excusa para conseguir Fernando una fácil conquista militar.

Y en todo ello han surgido dos facciones, los agramonteses y los beamonteses que servirán de “arco y ballesta” a los príncipes contendientes en las discordias y desaires legitimistas que ocurren en Navarra en el siglo XV.
Será mejor dejar en anexos de lectura los detalles de las contiendas bélicas de una u otra “bandería”, resumiendo aquí los apoyos que otorgaron las banderías a uno u otro príncipe:
cuando, a la muerte en 1441 de la reina Blanca I hija de Carlos III el Noble, su consorte-viudo el infante de Aragón y rey de Navarra, don Juan, no permite que asuma el trono su hijo el legítimo heredero por sangre y por refrendo de las Cortes, Carlos Príncipe de Viana :

los “agramonteses” apoyan entonces a don Juan
los “beamonteses” apoyan en cambio al Príncipe de Viana

cuando, muerto el Príncipe de Viana el 23 de septiembre de 1461 y muerta también su hermana la infanta Blanca en extrañas circunstancias en diciembre de 1464, don Juan tampoco permite hasta su muerte en 1479 que reine su siguiente hija la infanta Leonor:

los “agramonteses” siguen apoyando a don Juan.
los “beamonteses” sostienen al principio la entrada de tropas de Gaston de Foix - esposo de Leonor de Navarra Trastamara - para hacerse con el Reyno, pero pronto empiezan a dudar sobre si este apoyo a la legitimidad de Leonor no será más bien un no deseado apoyo a la casa de Foix-Bearn y por ende a Francia. Y por ello comienzan a apoyar ciertas pretensiones, aún encubiertas y no bien definidas, de Fernando el Católico.
Cuando, muertos Juan II y su hija la princesa heredera Leonor en 1479 y también su biznieto Francisco I Febo en 1484 (que había heredado la corona directamente de su abuela la reina Leonor), la hermana de éste Catalina de Foix asume la corona de Navarra, optando sin consentimiento de las Cortes de Navarra casar con Juan de Albret, relegando la candidatura “españolista” del infante Juan, hijo de los Reyes Católicos:
los “agramonteses” no apoyan entonces decididamente ni a Catalina de Foix ni menos aún a Fernando el Católico, pero se conforman con la legitimidad de los Foix y acaban con divisiones internas aunque su constante es oponerse a los “beamonteses”.
los “beamonteses” optan en cambio decididamente por apoyar entonces a Fernando el Católico en su intento de ir creando un “protectorado” sobre Navarra, paso previo a forzar por las armas un cambio dinástico en el trono.
Este es un pequeño resumen, seguramente simplificado, sobre las fidelidades que se midieron en tanta guerra de bandería como asoló la Navarra del siglo XV. Resumir todo lo sucedido en poco espacio es difícil tarea, a la que nos aplicamos sin embargo, confiados en poder separar lo principal de lo accesorio. Sin duda, los desaires a la legitimidad son causa próxima de los conflictos, de las luchas entre banderías, de las batallas entre Navarra y Castilla, de las muertes, las traiciones y las alianzas. Pero con todo ello se estaba tejiendo la urdimbre, la conspiración. Son los actos preparatorios, los medios para llegar al desenlace último, que es el final de la independencia política del Reyno de Navarra. Pero la razón profunda de este desenlace final está en la nueva posición que, en el damero de la política europa, había ahora asignado la Historia a Navarra.

La Historia del siglo XV había dejado a Navarra sin un rumbo propio, desorientada y sufriendo con guerras civiles. Navarra no tendría protagonismo en el concierto de los nuevos Estados modernos del Renacimiento. Al final, un príncipe astuto - con la presión de las armas - ofrecerá seguridad y estabilidad al Reyno en un escenario cansado de guerras y de permanentes desaires legitimistas. Este era Fernando el Católico, como muy bien habían intuído los beamonteses cuando decidieron apoyar sus pretensiones.

Así ocurrió cuando las tropas vasco-castellanas del duque de Alba entran en Pamplona en julio de 1512. Sería simplista hablar de “conquista”. Fué la “bajada de telón” de una pieza que ya estaba agotada y debía terminarse. Fue la “suerte suprema” después de una larga, damasiado larga faena de sufrimiento en la que Fernando el Católico fue solamente un actor. La independencia del trono de Navarra ya no podía mantenerse. La Historia le había arrebatado a Navarra su protagonismo, cerrado su rumbo y no le ofreció otro sino ser parte de algo más importante que las partes que lo componía, España.

Desarrollo de la Guerra Civil en Navarra


Y una vez conseguido el cambio dinástico en favor de Fernando el Católico, solo quedará por reconocer lo bien que interpretó cada uno ese nuevo “guión” que la Historia había asignado a Navarra: contribuir a la formación de España sacrificando la independencia de un trono milenario. Y ello seguramente sin que ni el pueblo ni sus reyes se lo hubieran así planteado.



Las rivalidades entre agramonteses y beamonteses tuvieron su origen en la Baja Navarra así como también los nombres de ambas facciones. En el siglo XIV las familias de Luxe y de Gramont (o Agramont) comienzan a reñir sus primeras escaramuzas serias que habían de degenerar, al paso de los años, en una encarnizada lucha de bandos de más de dos siglos de duración. Cualquier pretexto daba lugar a asesinatos, robos e incendios; la autoridad de los reyes, débil ya en tiempos de Carlos III el Noble, se vio cada vez más minada contribuyendo a ello las intrigas urdidas desde el extranjero, por los reyes de los países vecinos. Cada uno de los señores arrastraba tras de sí a una serie de parientes y aliados formándose de esta manera un estado permanente de parcialidad aun en el más remoto de los valles.

Los intentos del soberano de Navarra para llevar la conciliación entre ambos bandos fracasaron como ocurrió con el llevado a cabo el 2 de abril de 1384 en la iglesia de Notre-Dame-du-Bout-Pont en que el rey Carlos el Noble hizo jurar a los jefes de Gramont y Luxe una paz duradera.

Inevitablemente las guerras se complicaron y extendieron. De la Baja Navarra pasaron a Zuberoa y después a la Alta Navarra.

Al morir Carlos III en 1425 sobrevino la cuestión dinástica que había de radicalizar las luchas al identificarse cada uno de los bandos con la causa del Príncipe de Viana o con la de Juan de Aragón. Carlos dejó como heredera a Blanca, casada con Juan de Aragón. Esta tuvo tres hijos: Blanca, que murió sin descendencia, Eleonor, casada con Gaston de Foix, vizconde del Bearne, y finalmente, el Príncipe de Viana. En espera de la mayoría de edad del Príncipe de Viana, Juan de Aragón tomó la regencia que Eleonor ambicionaba para su marido Gaston de Foix. Las luchas que comenzaron en 1451 duraron muchos años; los beamonteses dirigidos por el conde de Lerín, Juan de Beaumont y la familia de los Luxe defendieron la causa del príncipe, mientras que los agramonteses acaudillados por los Gramont, el mariscal Felipe de Navarra y Pierres de Peralta sostenían a Juan de Aragón y a Eleonor. El nombre de los Gramont traspasó los Pirineos y sirvió para denominar al partido de los Peralta y Navarra, que pasaron a llamarse "agramonteses". Sin embargo, el de la familia Luxe no hizo fortuna y el bando que primitivamente se llamara "lusetano" tomó el nombre de los Beaumont, condes de Lerín, o sea, partido "beamontés".

El príncipe fue vencido y hecho prisionero en Aibar el año 1451. Dos años más tarde era puesto en libertad dejando como rehenes al condestable Luis de Beaumont, sus hijos y otros beamonteses, en Zaragoza. Las luchas estallaron nuevamente el año 1455 siendo nuevamente derrotados los beamonteses que dirigía esta vez el hermano del condestable prisionero y gran prior de Navarra Juan de Beaumont. Por el convenio de 1460, Juan II ponía en libertad a los prisioneros beamonteses pero al ser nuevamente hecho prisionero el príncipe en Lérida, la guerra volvió a estallar para no extinguirse ni a la muerte del príncipe en 1462 -probablemente envenenado- ni a la de su hermana Blanca prisionera en Orthez.

El año 1471 tuvo lugar en Pamplona una sublevación de beamonteses que no querían admitir a la princesa Eleonor cuyo título era de lugarteniente general del Reino. Los agramonteses de Pamplona Juan de Atondo y Miguel de Ollacarizqueta, de acuerdo con su jefe, el mariscal D. Pedro de Navarra, se conjuraron para abrir la puerta de la ciudad al mariscal. Pero, advertidos los beamonteses de la treta y capitaneados por Don Felipe de Beaumont, hermano del conde Lerín, sorprendieron a los de fuera haciendo gran carnicería. El mariscal murió y su hijo fue hecho prisionero, muriendo más tarde a manos del conde de Lerín. Los beamonteses prestaron también ayuda a Cataluña que había ofrecido el principado a Enrique IV y a Pedro de Portugal. Los agramonteses por su parte, siguiendo al de Aragón, lucharon en el bando opuesto.

A la muerte de Juan II en 1479 las luchas continuaron en Navarra; Eleonor accedió al trono y transmitió a su hijo su sucesión agregando así a Navarra las posesiones de Foix y Bearne. Esta vez las discordias fueron alimentadas por Fernando de Aragón, digno continuador de su padre, en oposición a Eleonor.

Navarra, debilitada por las guerras y dividida en dos bandos irreconciliables fue despojada en 1512 con ayuda, esta vez, de los beamonteses. La Baja Navarra, sede de la monarquía desde entonces, prosiguió disolviéndose por efecto de las guerras de religión que vinieron a resucitar los viejos bandos. Durante el reinado de Juana de Albret, Antoine de Gramont secundó con todas sus fuerzas a la reina calvinista mientras que Charles de Luxe se revelaba como el primer cabecilla del bando católico. La antigua querella sabía adaptarse a los nuevos tiempos.

BEAUMONTESES

Denominación habitual de los seguidores del bando que propugnó los derechos al trono navarro del príncipe Carlos de Viana, enfrentado con su padre el rey Juan II primero dialécticamente y luego (1451) con las armas. Se pusieron a la cabeza de la facción y le dieron nombre el prior Juan de Beaumont y su hermano Luis, conde de Lerín, que contaron con la adhesión de diversos linajes nobiliarios, particularmente el de Luxa. Los sucesivos titulares de dicho condado polarizaron en las generaciones inmediatas el grupo de intereses así constituido. Reconciliados con el soberano (1464) tras haberse opuesto a él incluso en tierras catalanas, persistió su rivalidad con los agramonteses al ritmo de las cambiantes oscilaciones políticas tanto de Juan II como de sus lugartenientes en Navarra, la infanta Leonor y su esposo Gastón IV de Foix. Desde que Fernando el Católico compartió el trono de Castilla con la reina Isabel, pudo contar, en sus opciones y maniobras políticas en torno a Navarra, con la adhesión del partido beaumontés, al que prestó firme y valiosa asistencia. Aunque las tensiones planteadas por la boda de la reina Catalina condujeron a la defección del linaje de Luxa (1484), los Beaumont y los Peralta siguieron en continua hostilidad, agudizada si cabe por los sucesivos destierros (1495 y 1507) del conde de Lerín. No es extraño así que los beaumonteses colaboraran paradójicamente con entusiasmo en la ocupación de Navarra por el monarca castellano-aragonés (1512), mientras que los agramonteses apoyaban a ultranza a la dinastía hasta entonces reinante -Foix-Albret- en sus frustrados intentos por la recuperación del trono.

AGRAMONTESES

Reciben este nombre los partidarios de Juan II en el conflicto con su hijo Carlos de Viana (1451). Encabezaban el bando los linajes de Peralta y Navarra, y toman el nombre de la familia de Agramont. Enfrentados a los beaumonteses* durante la guerra civil, la pugna continuó durante toda la lugartenencia de Leonor, respaldando siempre los agramonteses los intereses del rey, muchas veces frente a la propia infanta, al tiempo que los beaumonteses se convertían progresivamente en el apoyo fundamental de Fernando el Católico en Navarra. El homenaje de Pierres de Peralta al rey castellano en Tudela (1484) con ocasión de la boda de Catalina y Juan III de Albret, escindiría el bando. A la muerte de Pierres, encabezados por los Navarra y los Peralta, se mantuvieron fieles a los Albret. Con la incorporación del reino a la Corona de Castilla buena parte de los agramonteses siguieron a Juan de Albret. Otros permanecieron en Navarra como Alfonso Carrillo de Peralta, marqués de Falces (1513). Finalmente todos se acogieron al perdón de Carlos V (1524).

martes, 3 de octubre de 2017

402.-Las escaleras Gemonías.-a

Georges Rochegrosse (1859–1938), Vitellius traîné dans les rues de Rome par la populace (Vitelio arrastrado por las calles de Roma por el pueblo) (1882-3), óleo sobre lienzo, dimensiones desconocidas, Musée de Sens, Francia. 

Las escaleras Gemonías (en latín: Scalae Gemoniae, en italiano, Scale Gemonie) fueron un tramo de peldaños ubicado en la antigua ciudad de Roma. Apodadas Escaleras del luto, son tristemente famosas en la historia romana como lugar de ejecución.

Ubicación

Esta escalera fue citada por numerosos autores latinos a partir de Tiberio, entre otros Valerio Máximo (VI, 3, 3 y VI, 9, 13), Suetonio (Vida de Tiberio, 53, 61, 75) y Tácito (Anales, Libro III, 14 y VI, 4, 31). No está localizada con precisión.
Las escaleras estaban localizadas en la parte central de la antigua Roma, que llevaban desde el Arx del monte Palatino bajando hasta el Foro romano. Tal como se ve desde el Foro, pasaban por el Tabulario y el templo de la Concordia en el lado izquierdo, y pasando ante la cárcel Mamertina al lado derecho. Se cree que la ubicación de las escaleras coincide más o menos con la actual Via di San Pietro in Carcere, pasando las ruinas de la cárcel Mamertina.​

Historia

Se cree que las escaleras se construyeron algún tiempo antes del reinado de Tiberio (14–37), pues no se las menciona por este nombre en ningún otro texto antiguo que predataba a este período. Una de las primeras referencias procede de Tácito, Anales​ Su primer uso como lugar de ejecución se asocia principalmente con los excesos paranoicos de finales del reinado de Tiberio. En Suetonio​ las Gemonías son parte importante de los tiempos de terror protagonizados por Sejano.
Los condenados eran habitualmente estrangulados antes de que sus cuerpos se atasen y se arrojasen a las escaleras. Ocasionalmente, los cadáveres de los reos se llevaban aquí para exhibirlos desde otros lugares de ejecución en Roma. Los cadáveres habitualmente eran abandonados para que se pudriesen en la escalera durante largos períodos de tiempo a vista de todos desde el Foro, comidos por los perros y otros animales de carroña, hasta que al final se les arrojaba al río Tíber.
La muerte en las Gemonías se consideraba extremadamente deshonrosa, aunque varios senadores o incluso un emperador encontró aquí su fin. Entre los más famosos ejecutados en este lugar están el prefecto de la guardia pretoriana Sejano y el emperador Aulo Vitelio. Sejano era un antiguo confidente del emperador Tiberio que se implicó en una conspiración en el año 31. Según Dión Casio, Sejano fue estrangulado y arrojado por las Gemonías, donde la masa se ensañó con su cadáver durante tres días.4​ Poco después, sus tres hijos fueron ejecutados de manera similar en este lugar.
Vitelio fue un general romano que se convirtió en el tercer emperador del llamado Año de los cuatro emperadores en el 69. Sucedió a Otón tras su suicidio el 16 de abril, pero vivió para ser emperador sólo durante ocho meses. Cuando sus ejércitos fueron derrotados por los de Vespasiano, aceptó rendirse, pero la guardia pretoriana rechazó dejarle abandonar la ciudad. Cuando las tropas de Vespasiano iban a entrar en la ciudad, el 20 de diciembre del año 69, fue arrastrado fuera del lugar donde se ocultaba, lo condujeron al Foro Romano, atravesando toda la vía Sacra, con las manos atadas, un lazo al cuello y las ropas rasgadas. A lo largo de todo el recorrido lo ofendían con gestos y palabras, mientras le colocaban una espada en el mentón y le agarraban la cabeza por los pelos, como se hacía con los criminales. Lo llevaron a las escaleras Gemonías y lo arrojaron. Sus últimas palabras fueron «Y aún así yo fui una vez vuestro emperador»
Arrojábanle éstos fango y excrementos; aquéllos le llamaban borracho e incendiario; parte del pueblo hacía burla hasta de sus defectos corporales, porque era, en efecto, extremadamente alto y tenía el rostro encendido y manchado por el abuso del vino, el vientre abultado y una pierna más delgada que la otra, a consecuencia de una herida que se infirió en otro tiempo en una carrera de carros, sirviendo de auriga a Calígula. Cerca ya de las Gemonias le desgarraron, en fin, a pinchazos con las espadas y por medio de un gancho lo arrastraron hasta el Tíber.

lunes, 2 de octubre de 2017

401.-La Roca Tarpeya.- a

Aldo Ahumada Chu Han

La Roca Tarpeya ("rupes Tarpeia" en latín) era una abrupta pendiente de la antigua Roma, junto a la cima sur de la colina Capitolina. Tenía vistas al antiguo foro romano. Durante la República, se utilizó como lugar de ejecución de asesinos y traidores, que eran lanzados desde ella.

Hay una expresión latina que dice Arx tarpeia Capitoli proxima (La Roca Tarpeya está cerca del Capitolio) que algunos traducen libremente al castellano como A gran salto, gran quebranto, que significa que quien consigue de improviso una posición elevada social o profesionalmente está muy expuesto a perderla de manera brusca.
Las dos caras de una moneda romana, con una ejecución
 estilizada de una persona a la Roca Tarpeia. Monedas acuñadas el 89 a. C

Según la leyenda, cuando Tito Tacio atacó Roma tras el rapto de las Sabinas, la virgen vestal Tarpeya, hija de Espurio Tarpeyo, que era gobernador de la ciudadela de la colina Capitolina, traicionó a los romanos abriendo las puertas de la muralla. El motivo de la traición fue bastante vulgar: Obtener lo que los sabinos “traían en sus brazos”... Tarpeya poco se esperaba que, en lugar de brazaletes de oro, obtendría golpes de sus escudos y que sería arrojada al vacío desde la roca que aún hoy lleva su nombre.

Hacia el año 500 a. C., Lucio Tarquinio el Soberbio, séptimo y último rey de Roma, niveló la cima de la roca, retirando de ella los altares construidos por los sabinos, y construyendo un templo dedicado a Júpiter Capitolino. En la cima también se construyó un templo dedicado a Saturno, que contenía el tesoro de Roma.