—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

sábado, 30 de marzo de 2013

217.-La imaginación en la tradición metafísico-mística: de Platón a Marsilio Ficino.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 

anllela hormazabal moya


Resumen

El objetivo de este artículo es examinar el papel de la imagen y de la imaginación desde la perspectiva del proceso ternario místico basado en la tradición del Pseudo Dionisio Areopagita. Destaco en este proceso la etapa primera relacionada con la teología simbólica y la experiencia exterior y sensorial; la etapa intermedia relacionada con el conocimiento racional y con la experiencia interior; la etapa tercera relacionada con la teología mística, esto es con la experiencia sobrenatural. Llego a la conclusión de que en la primera etapa la imaginación sobrepasa lo exterior y lo superficial que se le atribuía tradicionalmente, porque varios autores metafísicos y místicos introducen en su contexto un momento de la comprensión intuitiva. En la segunda etapa la imaginación no sólo es un fundamento del pensamiento discursivo, sino que también constituye un ejercicio espiritual que ha de intensificar el proceso pensativo. En la tercera etapa la imagen y la imaginación son un medio que ayuda a vencer la inefabilidad de la experiencia mística.


En la tradición metafísico-mística ―en la que se divide el alma en la esfera sensual y espiritual― se atribuye la imaginación a lo exterior: a los sentidos (αίσθησις, sensus), o a lo más interior: al pensamiento (νους, mens). La imaginación acompaña, pues, a la experiencia exterior, formada por cosas y acontecimientos fuera de nosotros, y a la experiencia interior, que es un retorno a sí mismo, la vuelta a la propia alma. Conforme con esta división, la imaginación desempeña un papel importante en el proceso ternario místico condicionado por la tradición del Pseudo-Dionisio Areopagita, en el cual el hombre debe dirigirse hacia lo exterior (teología simbólica) y lo interior (el conocimiento racional de las teologías afirmativa y negativa) hasta conseguir una pérdida del propio ‘yo’ en la experiencia de lo que está encima de él: en el arrebato sobrenatural de la teología mística (Walerich, 2013: 65).

1. Teología simbólica

En la primera etapa la imaginación es entendida en el sentido que le otorgó Platón, como imagen, resultado de la percepción sensorial, de la άισθησις1. Sin embargo, no tiene carácter superficial inherente a la phantasia platónica entendida como oposición frente al conocimiento que se dirige hacia la verdadera y eterna realidad de las ideas, las cuales no son, como escribe Platón (1992) en el Timeo, «perceptibles de manera sensible (άναίσθητα) por nosotros, sino sólo captables por medio de la inteligencia (νουμϵνα)» (51 D)2. A diferencia de ello, en la primera etapa del proceso místico la imaginación se relaciona con «lo profundo», con lo espiritual.

Plotino (205-270), por ejemplo, cuando niega la necesidad de las imaginaciones, rechaza lo literal y lo superficial de los productos de imaginación que llegan a ser el objetivo y no el medio con ayuda del cual el pensamiento humano asciende hacia el Uno. Generalmente Plotino postula rechazar una actitud corriente y cotidiana para con la realidad. El conocimiento del Uno no se puede reducir a las imaginaciones subordinadas a la corporal y baja naturaleza del alma que se dirige a la sensualidad. En toda percepción hay que «despertar» en sí, «como cerrando los ojos», «la vista interior», «la que todos tienen pero pocos usan» (Plotino, 1992: I 6.8-9). El que ve «bellezas corpóreas» debe ser consciente de que éstas sólo son imágenes, rastros y sombras de la belleza real, porque el mundo sensual (κόσμος αἰσθητός) es una imagen del mundo inteligible (κόσμος νοητός), cuyas formas como esencias intelectuales han tomado la forma espacial en las imágenes (Plotino, 1992: I 6.8-9; Cocking, 1991: 91).

El Pseudo-Dionisio Areopagita (s. V/VI) relaciona esta hipótesis con la idea expresada en el Libro del Génesis de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1, 27), que el Pseudo-Dionisio refiere a toda la creación. Como escribe en el tratado De los nombres divinos, la criatura contiene el vestigio de la semejanza divina (Dionisio Areopagita, 2003a: IX § 6). Inspirándose en la teología plotiniana de emanación y en la metáfora de luz, procedente del Nuevo Testamento desarrolla su teoría de teología simbólica que trata del carácter imaginario de la realidad y del habla humanas y la lleva hasta sus lejanas consecuencias. Dios emana rayos que alejándose de él como fuente de luz pierden la perfección divina, pero no en total. Así se crea la jerarquía de los seres que contiene «ciertas imágenes y semejanzas» de las formas divinas (Dionisio Areopagita, 2003a: VII § 3; Ränsch, 1996: 77). De esta manera, dedicándose al análisis de la formación simbólica del lenguaje bíblico el Pseudo-Dionisio llega a la conclusión de que incluso en lo extraño de algunas imágenes que atribuyen a Dios adornos femeninos, armaduras de bárbaros, maldiciones, ira y envidia se encubre una hermosura que uno debe ser capaz de percibir. Es así, porque hasta los más bajos objetos materiales, como fuego, agua, piedra, animal, gusano han tomado el ser de la belleza superior y llevan en sí el rastro de la belleza (Dionisio Areopagita, 2003e: IX § 1; 2003b: II § 12). Por eso se puede hacer de ellos imágenes de Dios y de los espíritus puros. Sólo a través de esas imágenes sensuales y materiales el ser humano, que pertenece a la así denominada jerarquía eclesiástica subordinada a los sentidos, puede elevarse hacia lo invisible (Dionisio Areopagita, 2003c: I § 9). Sin embargo, el puro conocimiento espiritual, propio de la naturaleza angélica que no necesita elevarse por medio de las cosas captables por los sentidos (Dionisio Areopagita, 2003c: I § 8), puede caracterizar también al que se libera de toda la imaginería infantil acerca de los símbolos sagrados y en vez de entender las imágenes simbólicas de la Escritura en modo literal empieza a percibirlas en una contemplación simple e interior (Dionisio Areopagita, 2003e: IX § 1). De esta manera, el Pseudo-Dionisio al describir la inferior teología simbólica como una percepción contemplativa de la imagen que introduce al ser humano en los misterios divinos y es inefable, al mismo tiempo lleva una analogía con la superior teología mística. El conocimiento a través de las imágenes ofrece un prenuncio del conocimiento que se realiza en la tiniebla total y de ahí que resulte secreto e imposible de reflejar por medio del lenguaje. Esto se relaciona con la tradicionalmente aceptada por el Pseudo-Dionisio teoría de la división del alma en la esfera sensual y espiritual que colaboran consigo. El pensamiento en la esfera sensual que es susceptible a las sensaciones, al percibir una imagen extraña y enigmática, trasciende su capa sensual y en la esfera espiritual contempla lo que está oculto detrás de ella (Dionisio Areopagita, 2003e: IX § 1). Así surge el conocimiento simbólico y la diferencia entre éste y el conocimiento místico consiste en que el último se realiza sin mediación de la percepción sensorial.

En relación con el Pseudo-Dionisio, Juan Damasceno (645-739) atribuye a las imágenes dibujadas la misma función que ése otorga a los símbolos bíblicos y al mundo sensual; las imágenes mediante lo corpóreo y accesible para los sentidos nos llevan a la contemplación del mundo divino y suprasensual: «Como estamos compuestos de una doble sustancia, alma y cuerpo,... es imposible que nosotros, lejos de las cosas corporales, alcancemos las espirituales... Así, mediante la contemplación corpórea (διά σωματικής θϵωρίας), alcanzamos la espiritual (ἐπί τήνπνϵὗ ματικην θϵωρίαν)» (Tatarkiewicz, 1962: 57; Tatarkiewicz, 2007: 49). Al mismo tiempo admite que las cosas visibles representan las invisibles y carentes de figura refiriéndose a conjeturas difusas. Es así, porque la imagen (ϵἰκών) como una semejanza (ὁμοίωα) que reproduce el prototipo (προτοτύπον) no en todo se asemeja al arquetipo (αρχέτυπον) (Tatarkiewicz, 1962: 56). Sin esta propiedad la imagen dejaría de ser una imagen.

En la filosofía occidental de Edad Media el convencimiento de la fuerza contemplativa de las imaginaciones en el proceso místico perdura entre los teólogos y místicos inspirados en el pensamiento del Pseudo-Dionisio. Juan Escoto Erígena (s. IX), el traductor de su obra, subraya el carácter admirable e inefable de la belleza que deja de ser invisible como revelación de Dios en toda criatura visible e invisible, como teofanía. Las formas visibles son imaginaciones (imaginationes) de la belleza invisible, a través de las cuales Dios encamina a las almas humanas hacia la pura verdad (Tatarkiewicz, 1962: 124; Escoto Eriúgena, 2000: I 25). Este proceso es interminable así como son interminables las mismas teofanías, cuya forma y sutileza dependen del grado de la iluminación, purificación y perfección de la naturaleza humana por la gracia (Escoto Eriúgena, 2005a: 157; 2000: I 32). El Verbo está encarnado en las formas y composiciones de las cosas visibles que lo anuncian manifestándonos su belleza, y también en la letra de la Escritura que contiene sus misterios (Escoto Eriúgena, 2000: I 29). La luz eterna «en dos maneras se presenta al mundo: mediante la Escritura y mediante la criatura» (Escoto Eriúgena, 2000: 53) Leyendo la letra e investigando la criatura se puede ascender al espíritu de la letra y a las causas de la criatura. Solo de esta manera los que viven corpóreamente ascenderán a las alturas de las cosas espirituales (Escoto Eriúgena, 2000: VI 2, VI 3). Sin embargo, «hay una gran distancia entre la letra y el espíritu, entre la figura y la verdad, entre la sombra y el cuerpo» (Escoto Eriúgena, 2000: III 5)3. El que busca y encuentra teofanías se acerca cada vez más a la verdad, pero nunca la alcanzará, pues conocer al que es infinito se realiza de manera infinita incluso en las mentes más puras (Escoto Eriúgena, 2000: I 32).

Son los tempranos místicos del convento de San Víctor, que tematizan expresamente la relación entre la contemplación y la imaginación. Aparte de la filosofía del Pseudo-Dionisio, inspiran y justifican sus teorías las palabras de san Pablo de la Epístola a los Romanos (1, 20). «Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras» (Cocking, 1991: 145-148).

En la teoría de Hugo de San Víctor (1096-1141), comentarista del Pseudo-Dionisio, la imaginación no trasciende el carácter sensual y exterior de la realidad circundante. Pues, si la poseen también algunos animales que carecen de la razón4, es más cercana a la sensualidad y no puede pertenecer a la parte espiritual (racional) del alma, aunque desempeña el papel de mediadora entre lo sensual y lo espiritual. Por eso san Hugo no atribuye la percepción de la dimensión simbólica y trascendental del mundo a la imaginación sino a la contemplación perteneciente a la intelligentia como la parte superior del alma. La contemplación se refiere a las cosas visibles que son esparcidas temporal y espacialmente y por tanto son perceptibles de manera sensual. Es capaz de abarcarlo todo con la clara vista, tiene pues carácter intuitivo (Tatarkiewicz, 1962: 233). El alumno de Hugo, Ricardo de san Víctor (m. 1173), define la contemplación como un conocimiento que se basa en la inteligencia, se realiza sin esfuerzo y es lleno de placer y exaltación (Dilger, 1971: 146). Pero en Benjamin Maior desarrolla una teoría de la contemplación en el proceso místico incluyendo en ella también el concepto de imaginación. De entre los seis tipos de la contemplación Ricardo atribuye a la imaginación la capacidad de participar en los tres inferiores, de los cuales el primero se relaciona con la teología simbólica. Como dice san Ricardo, la contemplación en la imaginación y a través de la imaginación (in imaginatione et secundum solam imaginationem) es cuando percibimos las imágenes de las cosas visibles y «con admiración veneramos» el poder, la sabiduría y la generosidad del Ser supremo y creador. Esta contemplación la caracteriza sobre todo el factor emotivo expresado en la admiratio que se puede definir como admiración asombrada. Se refiere no sólo a la naturaleza, sino a todas las obras humanas, puesto que las obras del que reconoce en las cosas de este mundo el vestigio de Dios, también llevan en sí la sombra del invisible (Tatarkiewicz, 1962: 234; Dilger, 1971: 30; Walerich, 2013: 45).

Para san Buenaventura (1221-1274), las cosas exteriores entran en nuestra alma «por sus semejanzas» por las puertas de los cinco sentidos en las etapas de aprehensión cognoscitiva (apprehensio), delectación del conocimiento (oblectatio) y juicio de las cosas sensibles (diiudicatio). En estas etapas conviene considerar y conocer a Dios en todas las criaturas, bendecirle y amarle. Pues, los objetos que engendran sus semejanzas, también fueron engendrados como semejanzas de su fontal principio y objeto; todas las delectaciones nos llevan de la mano a buscar la delectación fontal y verdadera que está en solo Dios; y el juicio que consiste en abstraer del lugar, tiempo y mutabilidad, de la dimensión, sucesión y mudanza, toma en consideración lo eterno (lo inmutable, incircunscriptible e interminable) demostrando así que Dios es la razón de todas las cosas, la regla infalible y la ley (Buenaventura, 2006: cap. 2.2, 2.4, 2.7-2.9, 2.13). Una aprehensión como esta del mundo circundante equivale a la cointuición de Dios5. Puesto que todo el mundo material es un espejo, todas las criaturas son sombras, resonancias y pintura que guían el alma del hombre contemplativo y sabio a Dios. Es así porque Dios es el origen, el ejemplar y el fin de las cosas creadas, y todo efecto es signo de la causa, toda copia es signo del ejemplar, todo camino es signo del fin al que conduce (Buenaventura, 2006: cap. 2.11, 2.12).

En los autores mencionados arriba, el contacto con el mundo visible, en que toma parte la imaginación entendida en el sentido platónico, hace necesario activar la vista interior (Plotino), la percepción contemplativa (El Pseudo-Dionisio), la contemplación espiritual (Juan Damasceno), el reconocimiento de la propiedad teofánica (Eriúgena), la contemplación en la imaginación (Ricardo de san Victor) y la cointuición (Buenaventura). Introducen, pues, en el contexto de imaginación entendida como resultado de la percepción sensorial un momento de la comprensión intuitiva que supera lo exterior y superficial sin transformarse todavía en el entendimiento racional. Esta diferencia la expresa el filósofo renacentista, Marsilio Ficino (1433-1499), para quien la fantasía es una facultad intermedia entre la imaginatio y el intellectus. La imaginatio solo ve lo exterior y superficial, mientras que la phantasia «súbitamente» percibe lo sustancial, por ejemplo lo bello, lo bueno, la amistad. El primer acto del intelecto es cercano a la operación espontánea de la fantasía: en cuanto la fantasía pinte la imagen de Platón, el intelecto también, con su fuerza natural, «súbitamente», «sin cualesquiera consideraciones discursivas» crea en el pensamiento (εχξογιτατ) la esencia y la idea del ser humano. Gracias a la operación de la fantasía que representa la belleza y la bondad relacionadas con una persona concreta, el intelecto encamina el pensamiento hacia la esencia y el concepto general de la belleza y de la bondad (Ficino, 2006: VIII 1). Así, en el concepto de Ficino la fantasía se asemeja más al intellectus (o mens)6 que a la imaginatio por tener los dos «un sentido de lo sustancial» que condiciona sus operaciones, aunque este sentido tiene un mayor alcance en el pensamiento, es más seguro, intenso, penetrante e indivisible que el sentido en la fantasía (Ficino, 1993: 102-105). El pensamiento y la fantasía (mens et phantasia) son, pues, los «ojos gemelos» de un alma. Colaboran consigo y ven lo mismo, pero de manera distinta, propia de cada uno de ellos. Su semejanza fraterna hace que, cuando la fantasía forma sus imágenes (species), las forme también el pensamiento (mens) y cuando el pensamiento encuentra sus imágenes, estas se reflejen en la fantasía (Ficino, 2006: XI 3; XII 2; XV 9). De esta manera intercambian sus propiedades.

Los autores mencionados distinguen, pues, en la imaginación un momento de intuición, cuando la realidad verdadera se nos muestra como algo maravilloso y momentáneo en el sentimiento. Esa experiencia se expresa en el concepto de la admiratio, de una admiración en que se efectúa el olvido de sí mismo, la supresión de la diferencia que separa el sujeto y objeto, que es característica para el asombro. De este modo, la teología simbólica como etapa inicial del proceso místico se convierte de una experiencia exterior y sensorial en una vivencia interior y directa que uno hace en sí mismo. Esas vivencias singulares, intuitivas y maravillosas interrumpen el curso de la vida cotidiana. Aunque son actos momentáneos, resultan de una postura de vida, porque se llevan a cabo gracias a la consciencia de la imagen, según la cual todo el mundo circundante, como producto de Dios o como emanación del Uno y campo de los actos creativos del ser humano, lo entendemos como imagen de algo: de su creador y de la primera causa.

2. Razonamiento discursivo

La segunda etapa del proceso místico tradicionalmente se relaciona con el conocimiento racional atribuido al retorno a sí mismo, a la experiencia interior. Esta etapa tiene su equivalente en las teologías afirmativa y negativa del Pseudo-Dionisio como un conocimiento filosófico que emplea la demostración y es manifiesto, y se refiere a las cosas inteligibles (Dionisio Areopagita, 2003e: IX § 1; Buenaventura, 2006: cap. 1.7). El Pseudo-Dionisio las presenta en el tratado De los nombres divinos en el que considera el significado de los conceptos inmateriales y captables para el entendimiento -Verbo, Espíritu, Esencia, Bondad, Luz, Belleza, Amor, Vida- aunque, como subraya, la divinidad se alza sobre todo ser, todo nombre y todo llamamiento (Dionisio Areopagita, 2003a). Conocemos los nombres divinos no por la inteligencia humana, sino, al igual que las imágenes, gracias a la inspiración otorgada por el Espíritu Santo a los autores de las Escrituras. Las caracteriza una semejanza con Dios. Al mismo tiempo resultan insuficientes, porque Dios sobrepasa lo todo. Por eso se escribe de él también por medio de atributos negativos, como invisible, incomprensible, infinito, que son más adecuados, porque desconocemos su ser sobresencial e inefable (Dionisio Areopagita, 2003b: II § 5, II § 6, II § 7). De ahí que las teologías afirmativa y negativa se condicionen mutuamente y no puedan existir una sin la otra, porque las semejanzas de la primera se complementan con las desemejanzas de la segunda y así crean la totalidad del conocimiento racional (Walerich, 2013: 32).

En general, se puede decir que en la tradición mística, la etapa intermedia atribuida a la experiencia interior la constituye principalmente el razonamiento discursivo. La imaginación, en este caso, adopta el papel establecido por la tradición aristotélica de suministrar a la razón las imágenes de las percepciones sensoriales, de las cuales la razón deduce los conceptos (Aristóteles, 1988: 427b-429a, 431b-433b; Volonté, 1997: 24-33). Por ejemplo, para Hugo de San Víctor la imaginación desempeña el papel de mediadora entre lo sensual y lo espiritual. La sustancia de la razón (ratio) es un espíritu inmaterial o la luz, y la imaginación, como imagen de un cuerpo, es una sombra que se eleva a la luz: desensualiza y espiritualiza, o sea abstrae parcialmente las imágenes materiales de la percepción (phantasmata) y las introduce en la razón que las somete al juicio y se sirve de ellas durante el pensamiento (cogitatio). Esa capacidad la distingue de la imaginación bestial que se detiene en sola imagen sensual (phantasma) (Hamesse, 1988: 168s.; Dilger, 1971: 71; Cocking, 1991: 146). Sin embargo, es santo Tomás de Aquino (≈1225-1274) quien lleva esta tradición hasta sus últimas consecuencias. Como señala Umberto Eco, Tomás de Aquino pone fin a la metáfora universal con su opinión de que es el ser humano el que crea las metáforas, o sea también las analogías entre el mundo humano y divino. De esta manera excluye de la teología la esfera relacionada con el simbolismo que entiende el mundo como libro exterior escrito por Dios (Ränsch, 1996: 84s). Por supuesto, Tomás de Aquino no niega que las cosas de este mundo sean vestigios de presencia y actividad divinas. En el vestigio la causa se revela de modo general e indefinido. El vestigio manifiesta únicamente el solo hecho de estar causado y no la misma causa: no su esencia (forma) (Pöltner, 1991: 188)7. El ser humano percibe, por tanto, las criaturas únicamente como vestigios de la actividad divina, no contempla en ellas al Dios mismo, sino la belleza de éstas: la belleza empírica (Tatarkiewicz, 1962: 287s). Así la imaginación pierde el papel consolidado por el Pseudo-Dionisio en la experiencia metafísica del mundo. Tomas de Aquino normalmente manifiesta su interés en la imaginación por el papel que cumple en el proceso de entendimiento. Nihil sine phantasmate intelligit anima, dice en Suma teológica aludiendo a Aristóteles (Aquino, 2001: I 84.7). Conocemos las realidades incorpóreas a través de su relación con lo sensual, cuyas imágenes poseemos. Sólo en el camino de la reflexión podemos conocer la verdad, y un fundamento de la reflexión son imágenes (phantasmata). Todos pueden experimentar por sí mismos que cuando intentan entender algo se crean ciertas imágenes como ejemplos en los cuales pueden ver lo que quieren entender (Aquino, 2001: I 84.7). Así, la razón discursiva a través de las cosas visibles consigue el conocimiento de lo invisible. Mientras que los ángeles por naturaleza poseen el perfecto conocimiento de la verdad inteligible, la aprehenden directamente y sin proceso analítico, los hombres acceden a la verdad inteligible pasando de un concepto a otro, por eso son llamados racionales. El raciocinar con respecto al entender es como el moverse con respecto al reposar o como el adquirir con respecto al poseer. No obstante, el ser humano, si bien imperfectamente, llega al conocimiento de la verdad inteligible, conocida por los ángeles, y del mismo Dios que ―dice Tomás en relación al Pseudo-Dionisio― conocemos como causa y por vía de eminencia y negación (Aquino, 2001: I 79.8, I 84.7). De esta manera Tomás de Aquino, de acuerdo con la tradición de Aristóteles y san Agustín, invariablemente atribuye la imaginación mejor a la razón discursiva y elimina del proceso místico la teología simbólica.

3. Ejercicio espiritual

Por otra parte, en la segunda etapa del proceso místico la imaginación desempeña el papel del ejercicio espiritual que conduce al fin definido: a la iluminación o visión espirituales. Ya en Plotino es un método, en que se realiza el pensamiento más intenso, cuyo objetivo consiste en captar la verdad que trasciende toda percepción sensorial. Plotino explica por ejemplo, cómo imaginándose un espacio cósmico se puede conseguir de repente la visión del cosmos noético8:

Reflexionemos sobre este mundo sensible, en el que cada una de sus partes permanece tal cual es y sin mezcla alguna, pero coincidentes todas en una unidad en la medida en que esto es posible, de tal modo que la aparición de una cualquiera de ellas, como por ejemplo la esfera exterior del cielo, se ofrece ligada inmediatamente a la imagen [phantasia] del sol y, a la vez, a la de los demás astros, viéndose así la tierra, el mar y todos los animales como en una esfera transparente en la que podrían contemplarse realmente todas las cosas. Tened, pues, en vuestro espíritu la imagen [phantasia] luminosa de una esfera, que contiene en sí misma todas las cosas, esto es, tanto les seres en movimiento como los seres en reposo, tanto los seres que no están en movimiento como los que no están en reposo. Y, con esta imagen en vosotros mismos, prescindid de su masa, e incluso de su extensión y de la materia contenida en la imagen [phantasma]. No imaginéis tampoco otra esfera de masa mucho más pequeña, invocad, si acaso, al dios que ha producido la esfera de la que tenéis la imagen [phantasma] y suplicadle que se acerque hasta vosotros (Plotino, 1975: V 8.9).

Así pues, en Plotino la phantasia de carácter espacial llega a ser un factor importante en el proceso que se dirige hacia la contemplación del Uno eterno e inmudable. Eso se relaciona con el concepto del retorno inteligible ―del retorno del pensamiento― a su fuente originaria, con el movimiento ‘hacia adentro’ en el acto de una concentración cada vez más intensa, en el que de repente se consigue el ev,kstasij, o sea una salida del ‘yo’ o, más bien, la liberación del ‘yo’ superficial y la experiencia del ‘yo’ profundo (Albert, 2002: 51). El pensamiento se dirige así de la multitud a una causa intuida por la consciencia (Beierwaltes, 2003: 16). Hay que subrayar que en ese proceso phantasiai o phantasmata tienen cualidades excepcionales, porque resultan de un esfuerzo consciente y de una voluntad independiente, por tanto no son imaginaciones típicas que se crean pasiva y maquinalmente bajo la influencia de las sensaciones corporales, por ejemplo a causa del hambre y de la sed (Plotino, 1967: VI 8.3).

También en la autobiografía de san Agustín aparecen momentos que indican una participación preparatoria de la imaginación en conseguir una visión, cuando el pensamiento recorre las imágenes en el palacio de la memoria como el sinónimo del ‘yo’ que constituye un fundamento insondable de la consciencia humana. El ejercicio consiste en una concentración cada vez más intensa del pensamiento que recorre las imágenes de las percepciones sensuales, las imágenes de las sensaciones espirituales (emociones) y las imágenes inteligibles (números e ideas) en la búsqueda de la imagen de Dios conocida antaño, que se oculta en una parte de las profundidades del alma (San Agustín, 1946: X § 25, 27)9. Por otra parte, incluso sus ilusiones y apariencias, cuyo objetivo es crearse la imagen del Dios infinito, y que Agustín rechaza como abominables, se puede entender como un elemento del ejercicio espiritual, en el que no cuenta el mismo contenido literal de éstas, sino la intensidad, con la que el pensamiento las forma en la incesante búsqueda (San Agustín, 1946: VII § 5, 14):

Pero después que Vos curasteis mis delirios e ignorancias y me hicisteis cerrar los ojos de mi entendimiento para que no mirase ni atendiese a las quimeras vanas que interiormente veía, cesé algún tiempo de imaginar fantásticas ideas y se adormeció aquella mi locura. Al fin, desperté para pensar en Vos y vi que verdaderamente sois infinito, pero muy de otra suerte que yo me lo había figurado: esta vista o conocimiento no pertenecía a los ojos corporales (San Agustín, 1946: VII § 14).

Ricardo de San Víctor atribuye al tercer tipo de contemplación: en la razón a través de la imaginación (in ratione secundum imaginatione), la capacidad de conducir a la iluminación. En esta contemplación, según san Ricardo, la imaginación representa a nuestra razón las formas de cosas visibles y nos prepara a través de la imagen a profundizar en lo invisible. La imaginación nos conduce en cierto modo adonde nunca llegaríamos si tomáramos por punto de partida la sola razón. En esta etapa tratamos toda la realidad circundante, también las obras humanas, como símbolo (similitudo) de lo invisible. San Ricardo define la diferencia entre lo visible y lo invisible como dissimilis similitudo. La relación de semejanza entre ellos es más intensa, porque es más cercana y más profunda que la que sucede entre los cuerpos y se refiere solo a su aspecto exterior. El proceso de conocer esta semejanza empieza por definir precisamente las propiedades de las cosas visibles, con el fin de crear en la mente imágenes generales sobre la base de las analogías que hay entre ellas, y luego someter estas imágenes a la interpretación simbólica apoyándose en la causa divina que se manifiesta ellas. Su coronación es illuminatio, en la que esas imágenes y las estructuras categoriales quedan trascendidas y recibimos el conocimiento de la idea divina que las originó. En esta etapa de la contemplación el hombre exterior se convierte en el hombre interior, espiritual. San Ricardo, aludiendo al Pseudo-Dionisio, subraya que esta transformación se lleva a cabo gracias a imaginationis manuductio, gracias a la imaginación que nos guía de mano. Ricardo insiste en que el conocimiento contemplativo así generado es alejado de las imaginaciones e imágenes de las cosas sensuales. De esta manera subraya su mayor disimilitud que similitud al invisible (Aris, 1996: 73-79; Walerich, 2013: 45s).

Para san Buenaventura la imaginación también es un método del ejercicio espiritual que caracteriza no tanto la intensidad de formar las mismas imaginaciones, sino la intensidad de la empatía con las imágenes verbales que muestran a Cristo. En el Lignum vitae, Buenaventura de manera plástica representa la historia de Jesús en forma de un árbol simbólico. Como escribe en el prólogo: «la imaginación ayuda a entender» (imaginatio iuvat intelligentiam), y anima a experimentar vivamente en el propio interior el sentimiento de la similitud con el Salvador, que surge, cuando con gratitud consideramos la labor, el dolor y el amor del Jesús crucificado (Buenaventura, 1898: 68). En este caso la facultad imaginativa no lleva a una visión o iluminación, sino a una identificación: al descubrimiento en sí mismo de una semejanza con Cristo.

El ejercicio espiritual consiste, pues, en una concentración cada vez más intensa del pensamiento o sentimiento. El principio de su funcionamiento se basa en el paso de lo extendido a lo concentrado: Como escribe el Pseudo Dionisio, cuanto más cerca estamos de Dios, tanto más concentrado se hace todo y cuanto más lejos, tanto más extendido. Por eso el puro conocimiento espiritual, propio de la jerarquía celeste a la cual pertenecen los ángeles y los santos, al contrario del conocimiento imaginario que a veces requiere muchas palabras, lo caracteriza la simplicidad y brevedad (Dionisio Areopagita, 2003d: III). Esta centración psíquica tiene su equivalente en el concepto de imagen en su variante de ϵίκών y άγαλμα como lo aprehendido de una vez en el conjunto. Su oposición es gramma, ϵἰκών y eiv,dwlon que se desenvuelven en discursos y en proposiciones. Se basa, por tanto, en la diferencia entre lo desenvuelto y lo conjunto:

No hemos de pensar, pues, que en el mundo inteligible los dioses y los seres bienaventurados contemplan proposiciones; ya que todas las fórmulas de ese mundo no son otra cosa que bellas imágenes (ἀγάλματα), como se representan las que hay en el alma del hombre, y no en verdad diseños de imágenes (γέγραμμϵνα) sino imágenes reales. De ahí que dijesen los antiguos que las ideas son seres y sustancias.

A esto llegaron, en mi opinión, los sabios de Egipto, bien medio de una ciencia exacta, bien de una manera natural. Y así, respecto a las cosas que quieren mostrar con sabiduría, no se sirven de tipos de letras que se desenvuelven en discursos y en proposiciones, representando a la vez sonidos y palabras, sino que dibujan imágenes (ἀγάλματα), cada una de las cuales se refiere a una cosa distinta. Estas imágenes son grabadas en los templos para dar a conocer el detalle de cada cosa, modo que cada uno de los signos constituye una ciencia y una sabiduría, una cosa aprehendida de una vez y no algo parecido a un pensamiento o a una deliberación. De esta sabiduría conjunta proviene a continuación una imagen (ϵἰδωλον) que se desenvuelve en otra cosa y que aparece formulada en un decurso de pensamiento (Plotino, 1975: V 8.5, 8.6).

Este método contemplativo lo expresa también el ícono bizantino, en que el rostro, sobre todo los ojos constituyen el centro del cuadro, para que el espectador pueda concentrarse en ellos y quedarse como inmóvil (Tatarkiewicz, 1962: 44-48).

4. Teología mística

Por lo tanto, en las dos etapas del proceso místico las imaginaciones son un medium que bien sirve para manifestar una imagen del Absoluto, bien como ejercicio espiritual que consiste en la intensidad de formar las imaginaciones o en la intensidad de la empatía con las imaginaciones. Constituyen, pues, una oposición frente a la «concupiscencia de los ojos» (San Agustín, 1946: X § 35) que atribuye a los elementos de la realidad circundante el significado y la función relacionados con objetivos personales e interesados y así hace de éstos «falsas imaginaciones» y «sombras» (Eriúgena, 2005b: 173, 181). Introducen, además, una concentración consciente y conducen hacia una supresión gradual de la consciencia de sí mismo, la supresión que tiene culminación en la iluminación o identificación. De esta manera preparan al hombre a la final vivencia extática, conforme al pensamiento de Lavelle, según el cual la pura experiencia del ser supone una inocencia, la mente libre de todo interés propio e incluso de toda inquietud interior (Albert, 2002: 35). En estas etapas la imaginación es libre de toda connotación con lo fantástico y con la ensoñación. Lo fantástico lo elimina la consciencia presente en la teología simbólica de que las imágenes de la realidad y de la imaginación son representantes de otras cosas y no ilusiones o componentes autónomos de la pura fantasía10. En cambio, la finalidad del ejercicio espiritual hace imposible toda ensoñación. Es así porque el ejercicio espiritual no se detiene en las imaginaciones mismas, no consiste en pensamientos maquinales, sino que es un método que intensifica el proceso pensativo (Walerich, 2013: 66s).

En este sentido las teologías simbólica e intelectual son una sombra e imagen que preparan para ver la luz. La experiencia mística como rayo de tiniebla es inefable. Pero resuena en la imagen entendida ética y ontológicamente. Al respecto, conforme a la tradición platónica y cristiana el ser humano y su vida son una imagen de la virtud, del Uno o de Dios. Platón expresa esta idea en la concepción de ϵἰκασία, según la cual el que verdaderamente ha conocido la virtud llega a ser su imagen. Τϵχνή ϵἰκαστική, al contrario de τϵχνή ἀνϵικαστική, es una capacidad de producir semejanzas, que no se interesa por el mismo fenómeno sensual sino por su esencia, es una imitación erudita, porque su fundamento es la ciencia (Platón, 1988: 267 B-E)11. Para Plotino, todo el proceso místico es al mismo tiempo una formación y un descubrimiento sucesivos de la imagen del Uno. Durante la experiencia mística el ser humano parte de sí mismo como imagen y se remonta hasta el modelo (νοῡς ϵἰκών προς ἀρχέτυπου). El ἐκστασις es, pues, un encuentro con el Uno y no con su imagen, pero la imagen (ϵἰκὠν) permanece después, unida con el recuerdo de la experiencia, aunque Plotino no define claramente en qué consiste (Plotino, 1998: VI 9.11). En la convicción de los filósofos cristianos, el hombre restituye en sí la imagen de Dios, según la cual fue creado, si se permite dirigir por la voluntad divina, o sea se aparta del pecado y consigue un conocimiento de Dios (San Agustín, 1946: XIII § 21). Entonces, como su espejo, llega a ser capaz de entender intuitivamente y luego de llevar a cabo la exégesis del nivel simbólico de la Escritura. En este sentido se puede interpretar las palabras de Eriúgena, según el que los doctores de la Iglesia recogen en uno los signos (sentidos) de las Escrituras y luego los distribuyen a los que son capaces de entenderlos (Escoto Eriúgena, 2000: VI 4). Pero, efectivamente, es Tomás de Aquino el que confiere a la imaginación humana y a las imágenes formadas por ésta la capacidad de expresar la experiencia mística por medio del lenguaje, si bien ya en el Pseudo-Dionisio el término τὐπος y en Plotino la concepción de phantasia ϵἰκονικἠ, significan una imagen que expresa un contenido subconsciente o sobrenatural de pensamiento (Dionisio Areopagita, 2003e: IX § 1; Plotino, 1965: III 6.18).

En el capítulo de la Suma I 12.9 dedicado a la visión de san Pablo, Tomás de Aquino toma en consideración la capacidad humana de traducir en imágenes (similitudines) las imágenes (similitudines) inteligibles que están en la esencia de Dios y se refieren a todas las cosas12. La mente, gracias a la unión con la esencia divina, se asemeja (assimilatur) a las imágenes que contempla en ella y las conserva en sí también después de acabar la visión. Por eso Tomás supone que san Pablo puede formar en sí semejanzas de imágenes inteligibles guardadas en la memoria, aunque sean distintas de las imágenes percibidas durante la visión. Tomás de Aquino no indica claramente, cuál potencia del alma lleva a cabo esta transformación. Menciona, sin embargo, la imaginación y el entendimiento como las potencias cognoscitivas que sobre la base de las imágenes anteriormente concebidas (ex speciebus primo conceptis) pueden formar otras nuevas. Por ejemplo, la imaginación partiendo de las imágenes del monte y del oro forma la imagen del monte de oro (speciem montis aurei)13, y el entendimiento (intellectus), a base del género y de la diferencia que existe entre imágenes, forma la razón de la especie (specie) (Aquino, 2001: I 12.9)14. Pero san Pablo, quien dijo de sí que «oyó palabras desconocidas que ningún hombre puede pronunciar» (Aquino, I 12.9) ―et audivit arcana verba, quae non licet homini loqui (2 Co 12, 4)- no forma en sí las imágenes, como lo atestigua el versículo de la Epístola a los Corintios. Sin embargo, en este caso llama la atención el verbo que usa: non licet, que no significa que no sea capaz de expresar las «palabras secretas», sino la indignidad que resulta de la bajeza de las potencias cognoscitivas humanas frente al conocimiento divino. Es lícito hablar de lo que es secreto ―explica santo Tomás en el Comentario a la Segunda Epístola a los Corintios― si el que lo expone y el que lo escucha son hombres espirituales. De esta manera interpreta las palabras de san Pablo: «hablamos de sabiduría entre los perfectos» (1 Co 2, 6). Tomás de Aquino tampoco dice explícitamente en qué consiste y a qué lleva la misma formación de nuevas imágenes, pero en base a sus declaraciones sobre las visiones proféticas y el funcionamiento del entendimiento humano se puede llevar una analogía. El ser humano que contempla la esencia divina, recibe un entendimiento temporal de las imágenes inteligibles de todas las cosas que existen en ella15 y que corresponden tanto a las cosas creadas como a las potenciales, así que contienen solo una mínima fracción de las imágenes inteligibles que conoce. Estas imágenes están ordenadas adecuadamente y la contemplación de este orden durante la visión trae un conocimiento místico. De modo parecido, de la distinta colocación de letras se producen palabras nuevas y de la distinta disposición de imágenes (phantasmata) se producen en el entendimiento (intellectus) diversas imágenes inteligibles (species intelligibiles). Un proceso analógico tiene lugar en la visión profética caracterizada por el carácter sobrenatural de imágenes y por su entendimiento sobrenatural: en la revelación profética Dios ordena las imágenes (species imaginariae) recibidas de la experiencia sensual, para enseñar la verdad que quiere revelar. Cuando la visión de la esencia divina pasa, el ser humano no es capaz de recordar esa estructura, se conservan en él únicamente algunas imágenes inteligibles fragmentarias y desordenadas: letras parciales y dispersas de las palabras secretas. Le queda, pues, un intento de traducirlas en imágenes nuevas, formadas de las imágenes conocidas y de las que se han conservado en él después de la visión. Puesto que, el hombre, subraya santo Tomás, puede por sí mismo formar imágenes de toda clase, sin embargo, no puede ordenarlas de modo racional para expresar una verdad sobrenatural. Por consiguiente, san Pablo o cualquier otra persona que haya visto la esencia de Dios, puede formar en sí semejanzas de las imágenes existentes en ella, pero no puede ordenarlas racionalmente de tal modo que le permita entenderlas. Por tanto, la imaginación, su carácter innovador, creativo e intuitivo, resulta la potencia cognoscitiva, gracias a la cual, basándose en lo que nos es familiar y es captable sensorialmente, podemos transmitir las realidades que están ocultas ante nuestra sensual y racional manera del conocer, sometida a las categorías de tiempo y espacio. La experiencia de la esencia divina sobrepasa la visión profética, pero, como en la visión profética, la distinguen dos momentos principales: el conocimiento (cognitio) y su pronunciación (locutio) (Aquino, 2001: II-II 171.1; Walerich, 2013: 57s). En la visión profética el mensaje divino se expresa por medio de palabras-símbolos16 o por medio de imágenes sobrenaturales17. Pero, ¿cómo traducir al lenguaje la experiencia que por su naturaleza es inefable? Parece que esta pregunta acompaña a santo Tomas a lo largo de varios capítulos de su obra. Y en efecto, consigue poner solución a esta paradoja. Aunque sólo indirectamente, confiere a la imaginación humana la primacía sobre el entendimiento. De esta manera, gracias a relacionar las imágenes formadoras con la experiencia de san Pablo, el principal místico de la Iglesia, les confiere una significación inusual hasta entonces. Agustín la expresó como una gran fuerza formadora de imágenes:

Porque cuales eran las formas por las que solían andar mis ojos, tales eran las imágenes por las que marchaba mi espíritu. Ni veía que la misma facultad con que formaba yo tales imágenes (hanc eandem intentionem qua illas ipsas imagines formaban) no era algo semejante, no obstante que no pudiera formarlas si no fuera alguna cosa grande (San Agustín, 1946: VII § 1)18.

Ficino la formulará por medio de phantasia intellectualis e intellectus phantasticus (Ficino, 2006: XV 9). En el capítulo VIII de la Platonica Theologia dedicado a las operaciones del pensamiento, Ficino llama el pensamiento una fuerza maravillosa, que devuelve la multitud infinita al uno, y el uno a la multitud infinita o asciende hacia el uno infinito y desciende hacia la multitud infinita. Posee, así, no solo la capacidad de abstraer, sino también la de transformar lo abstraído en formas e imágenes. Por lo tanto, cuando habla del pensamiento, toma en cuenta también la imaginación.

Notas

* Doctora en Ciencias Humanas (Ciencia de la literatura) por la Universidad de Wrocław (Polonia). Trabaja como docente en Wyższa Szkoła Filologiczna en Wrocław. Su publicación más importante es una monografía dedicada al papel de la imagen y de la imaginación en san Juan de la Cruz y Edith Stein (2013).

1 Platón empleando el verbo πηαιθανομαι (πηαινεστηαι) se refiere a lo que aparece en la mente como percepción o imaginación. Véase Cocking 1991, 13. πηαιθανομαι (Πηαινεστηαι) en sentido filosófico se traduce como «mostrarse a los sentidos» (Abramowiczówna, 1965: 490).

2 Los términos griegos proceden de Perseus Collection. Greek and Roman Materials, http://www.perseus.tufts.edu/hopper/collection?collection=Perseus:collection:Greco-Roman&redirect=true#text1 [acceso: 12.2014].

3 «Magna distantia est inter litteram et spiritum, inter figuram et veritatem, inter umbram et corpus» (Escoto Eriúgena, 1849: 320B).

4 Y en los cuales la imaginación no trasciende la imagen de la percepción.

5 «Los dos grados primeros (...) son no solamente vestigios, simulacros y espectáculos puestos ante nosotros para cointuir a Dios (ad contuendum Deum), sino también signos que, de modo divino, se nos han dado» (Buenaventura, 2006: 2.11).

6 O la intelligentia, porque Ficino suele usar estos términos de manera sinónima.

7 El mismo concepto de la forma Tomás, en este caso, lo adoptó de Aristóteles en el que la forma significa esencia de una cosa, aquí: la esencia del Dios mismo.

8 Que se puede entender como el mundo sensual (ko,smoj aivsqhto,j) despojado de la materialidad –o sea también del tiempo y espacio– que encubre las formas eternas.

9 Véase también la característica de la imagen en Watson (1986: 45).

10 La ilusión la entiendo aquí en el sentido de Platón y Husserl: como una realidad sensorial y aparente, una oposición de la realidad verdadera, y como una alucinación que se produce, cuando percibimos algo y creemos que existe de verdad. Volonté, 1997: 184s.

11 Sobre el concepto de la imagen en el Sofista, véase Camassa (1988: 27); Ambuel (2007).

12 En este caso «todas las imágenes» contienen también todas las imágenes (especies) inteligibles creadas, las cuales santo Tomás menciona en la parte II-II 175.4 de la Suma, o sea las imágenes que ya están en el alma sin imagen o las imágenes abstraídas por el entendimiento de las imágenes de las cosas (Aquino, 2001: I 12.11); contienen también las imágenes de las cosas potenciales, o sea de las cosas que todavía no están en acto. En este párrafo, en las paráfrasis de las formulaciones de Tomás de Aquino empleo el concepto de la imagen que aparece en él en varios contextos y significados, es decir: imago; similitudo; species; metaphorice (figurate) dicere; repraesentatio; phntasma; forma (Pöltner, 1991).

13 En santo Tomás species, al igual que imago y similitudo significa imagen en sus varias conotaciones. En este contexto species significa la forma y el aspecto exteriores. Species, a parte de este sentido corriente, significaba en la lógica el contenido conceptual y no sensorial de una cosa (Tatarkiewicz, 1962: 253).

14 Aquí species como especie significa, por una parte una oposición frente al género, como lo que es más general, y por otra, una oposición frente a los que es individual. Por ejemplo, ente el gusano y el ser humano no aparece ninguna relación imaginaria, aunque los dos se parecen con respecto al género, son seres vivos. Tampoco la semejanza respecto al color no justifica la relación imaginaria, porque no decide de algo por su esencia específico, característico para «la manera de ser» (para la especie). Por eso la especie (species) constituye una de las condiciones fundamentales para que pueda producirse la relación imaginaria (Pöltner, 1991: 179; Schütz, 1958).

15 Este carácter pasajero distingue su experiencia de la visión de bienaventurados en el cielo, que es eterna.

16 Por ejemplo David contemplaba la verdad divina en la visión intelectual: «Yo dije en mi arrebato: Todo hombre es mentiroso» (Sal 115,11); en la versión de Vulgata: «Ego dixi in excessu meo: omnis homo mendax» (115, 2) (Biblia Sacra juxta Vulgatam Clementinam, 2005). Véase Aquino (2001: II-II 175.3).

17 En el Profeta Isaías «El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo» (Is 6, 1), véase Tomás de Aquino (2001: II-II 174.3; II-II 175.3). En la experiencia de Pedro: «Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis, y vio los cielos abiertos y que bajaba hacia la tierra una cosa así como un gran lienzo, atado por las cuatro puntas» (Hch 10, 10- 10, 11), véase Aquino (2001: II-II 173.3). En la experiencia de Juan: «Al instante caí en éxtasis. Vi que un trono estaba erigido en el cielo, y Uno sentado en el trono» (Ap 4, 2). Véase Aquino (2001: II-II 175.3).

18 La cita original en latín procede de San Agustín (1992).

puerta al infierno

viernes, 29 de marzo de 2013

216.-La escuela de Atenas (Pintura de Rafael ).-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 

Anllela hormazabal moya

La escuela de Atenas es una de las pinturas más destacadas del artista Rafael Sanzio. Fue hecha en boceto entre 1509 y 1510 y pintada entre 1510 y 1512 como parte de una comisión para decorar con frescos las habitaciones que hoy en día son conocidas como las estancias de Rafael, ubicadas en el Vaticano. La Stanza della Segnatura fue la primera en ser decorada, y La escuela de Atenas la segunda pintura en ser finalizada, tras La disputa del Sacramento.

La pintura
Soledad garcia nannig

Su base es de 7,70 m y su altura de 5,00 m. Está situada frente a la Disputa del Sacramento. Representa la filosofía a través de una escena en la que se narra una sesión entre los filósofos clásicos. En esta obra, Rafael adapta el espacio a las leyes de la superficie. Ordena las figuras de izquierda a derecha. La perspectiva queda rota por los muros laterales sobresalientes.
Debido a que estaría ubicada sobre la sección de filosofía del papa Julio II, La escuela de Atenas muestra a los filósofos, científicos y matemáticos más importantes de la época clásica. Los filósofos se encuentran en una arquitectura clásica, abovedada como unas termas. En unos nichos se ven figuras gigantescas de los dioses Apolo y Atenea. Esta arquitectura recuerda el proyecto de la basílica de San Pedro elaborado por Bramante. Platón y Aristóteles, que durante toda la Edad Media estuvieron considerados como los principales representantes de la filosofía antigua, se encuentran en el centro de la composición, alrededor del punto de fuga. Platón está sosteniendo el Timeo. Aristóteles sostiene una copia de su Ética a Nicómaco. Ambos debaten sobre la búsqueda de la Verdad y hacen gestos que se corresponden a sus intereses en la filosofía: Platón está señalando el cielo, simbolizando el idealismo dualista racionalista que es su pensamiento mientras que Aristóteles la tierra, haciendo referencia a su realismo sustancial racional teleológico.
En otros personajes se ha identificado a distintos filósofos de la Antigüedad, puestos sobre dos niveles, separados de una escalinata. A la izquierda puede reconocerse la figura de perfil de Sócrates.
A la izquierda, se encuentra un gran bloque de piedra cuyo significado puede estar conectado con la Primera epístola de Pedro; simboliza a Cristo, la "piedra angular". El hombre ubicado sobre el bloque es Heráclito, con los rasgos de Miguel Ángel. Este personaje no estaba en el esbozo o cartón de este fresco, que se conserva en la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Se retrata en esta figura a Miguel Ángel, como se ve en el rostro, que es el del pintor florentino ligeramente mejorado, además de en las características stivali que calza: eran unas botas de montar que el pintor florentino no solía quitarse; está escribiendo uno de sus sonetos. En 1510, Rafael vio el trabajo de Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina, tras esto lo agregó en su pintura como señal de respeto hacia el artista. Al tiempo, esta figura evita un gran vacío en esa parte del fresco.
El autorretrato de Rafael está ubicado a la derecha del cuadro, el joven de cabello marrón que observa al espectador, tocando con un sombrero redondo de color azul; a su lado, Perugino con idéntico sombrero pero en blanco. A la izquierda de la pintura se encuentra Hipatia de Alejandría (pintada como Margherita Luti o Francesco Maria I della Rovere), vestida en blanco, y observando al espectador.

Los filósofos


La identidad de algunos de los filósofos dentro de la pintura, como Platón o Aristóteles, está clara, pero algunos estudiosos no coinciden con las de otros. Son identificados generalmente como:

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

1: Zenón de Citio o Zenón de Elea – 2: Epicuro – 3: Federico II Gonzaga – 4: Boecio o Anaximandro o Empédocles – 5: Averroes – 6: Pitágoras – 7: Alcibíades o Alejandro Magno – 8: Antístenes o Jenofonte – 9: Hipatia (pintada como Margherita o el joven Francesco Maria della Rovere) – 10: Esquines o Jenofonte – 11: Parménides – 12: Sócrates – 13: Heráclito (pintado como Miguel Ángel) – 14: Platón sosteniendo el Timeo (pintado como Leonardo da Vinci) – 15: Aristóteles sosteniendo la Ética – 16: Diógenes de Sinope – 17: Plotino – 18: Euclides o Arquímedes junto a un grupo de estudiantes (pintado como Bramante) – 19: Estrabón o Zoroastro – 20: Claudio Ptolomeo – R: Apeles como Rafael – 21: Protógenes como El Sodoma.
puerta al infierno

martes, 26 de marzo de 2013

215.-[ Patricio de Azcárate ] Vida y obras de Aristóteles. a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti;Demetrio Protopsaltis Palma; Carla Vargas Berrios; Alamiro Fernandez Acevedo;

soledad garcia nannig


I

Aristóteles nació el primer año de la Olimpiada XCIX (384 antes de J. C.), en Estagira, colonia griega de la Tracia. Su padre, Nicómaco, era médico y amigo de Amintas, rey de Macedonia; y descendía de una familia cuyo origen remontaba hasta Esculapio. Se hace mención de esta circunstancia, porque no dejó de influir en la dirección de los estudios de este gran filósofo; por lo menos prueba, que su familia cultivaba desde muy antiguo y como por tradición las ciencias naturales y médicas; y se cree, que su padre dejó escritas algunas obras sobre historia natural y medicina. Aristóteles era muy joven cuando perdió a sus padres. Un tal Proxenes de Atarnea se encargó del cuidado de su educación e hizo que estudiara las ciencias; habiendo Aristóteles mostrado durante toda su vida un vivo reconocimiento hacia la familia de su bienhechor. En una de sus biografías se dice, que mientras fue joven pasó una vida borrascosa y disoluta, que disipó locamente todo su patrimonio, que se hizo soldado, y que, no prometiéndose nada en esta carrera, se dedicó al comercio y abrió un establecimiento de droguería. Pero esta tradición no puede conciliarse con otra más verosímil, según la cual Aristóteles se trasladó a Atenas a la edad de diez y siete años para consagrarse al estudio de la filosofía bajo la dirección de Platón. [VI] Veinte años permaneció cerca de este, pero también es cierto que no consagró todo el tiempo al estudio de las doctrinas platonianas; antes bien se cree que lo empleó en preparar los grandes trabajos que ocuparon toda su vida. Para formarse una idea del ardor con que se dedicaba entonces a profundizar, no sólo los tesoros de los filósofos anteriores, sino también todos los de la literatura griega, basta recordar las palabras de Platón, que le llamaba el Lector, y le distinguía de Jenócrates diciendo, que el uno necesitaba freno y el otro aguijón. Al ver la inmensidad de los conocimientos que Aristóteles poseía en historia natural, es preciso suponer que antes de esta época, que pasó al lado de Platón, había estudiado ya la naturaleza con más cuidado y más al por menor de lo que permitía el carácter de la doctrina de su maestro. No es inverosímil que se dedicase también a la medicina; puesto que se le atribuyen escritos que tocan a esta ciencia, y además las obras que han llegado hasta nosotros muestran que la conocía. La opinión de los escritores que dicen que hasta ejerció esta profesión en Atenas, no está fundada en datos ciertos.

Se acusa a Aristóteles de haber sido ingrato con su maestro, atribuyéndolo a que Platón mostró su preferencia por otros discípulos menos distinguidos, pero más fieles a sus doctrinas, con cuyo motivo se refieren varias anécdotas: por ejemplo, que Platón no amaba a Aristóteles a causa de sus costumbres y su manera de vivir; que le desagradaba el excesivo esmero que este empleaba en su adorno exterior para ocultar las imperfecciones de su cuerpo; que también debió resentirse cuando, debilitado su espíritu por los años, se vio obligado a abandonar la Academia por las capciosas cuestiones a que le provocaba Aristóteles, suplantándole en la enseñanza, hasta que Jenócrates de vuelta de un viaje arrojó de la Academia a Aristóteles y restableció a Platón. Pero todas estas anécdotas son poco verosímiles, puesto que, según otras tradiciones, al decir de Apolodoro, Aristóteles levantó un altar en honor de Platón con una inscripción laudatoria; [VII] esa debilidad del espíritu de Platón no aparece en sus biografías; ni las demás tradiciones dan razón de que hubiese habido querella alguna entre Aristóteles de una parte y Platón y sus discípulos de la otra; y tan distante estuvo Jenócrates de haber sido su rival, que cuando a consecuencia de la muerte de Platón tuvo Aristóteles que abandonar a Atenas a los treinta y siete años de edad, tuvo por compañero a este mismo Jenócrates, que se dice haberle arrojado de la Academia. Se ha buscado la prueba de su ingratitud en sus mismas obras, y es preciso confesar francamente que en ninguna parte de ellas reconoce el gran servicio de que es deudora la filosofía al gran Platón; y cuando impugna las doctrinas de este, se advierte cierta desdeñosa sequedad, que cuadra mal en un discípulo que debía manifestarse reconocido al maestro; lo primero es la verdad, dice en su Moral a Nicomaco, o lo que es lo mismo: amicus Plato, sed magis amica veritas, pero bien pudo dejar conocer más el amicus Plato, sin menoscabo de esta preciosa máxima. Sin embargo, su rigidez se muestra siempre contra las doctrinas y no contra las personas.

Dícese también, que después de la muerte de Platón, Aristóteles, acompañado de Jenócrates, se trasladó a Atarnea y a Assos al lado de Hermias, filósofo y tirano de estas dos ciudades. Es probable que entablara amistad con este eunuco en Atenas, donde se dice que Hermias oyó las lecciones de Platón y de Aristóteles. Muchas circunstancias hacen creer que Aristóteles vivió en estrecha amistad con él, lo cual dio origen a rumores poco favorables sobre la moralidad de nuestro filósofo, que permaneció cerca de aquel por espacio de tres años. Hermias había sido en otro tiempo esclavo de un tirano de Atarnea, llamado Eubulo, al cual sucedió, y que como él era amante de la filosofía, circunstancia a que debió su elevación al poder. Envuelto Hermias en el lazo que le armó Mentor, general griego al servicio de la Persia, cayó en manos de Artajerjes, quien le hizo degollar, perdiendo así las ciudades griegas del Asia menor uno de los más valientes y hábiles defensores de su libertad. [VIII] Esta catástrofe conmovió profundamente a nuestro filósofo, y lo prueban dos monumentos que han llegado hasta nosotros: uno el Pean, canto admirable dedicado a la virtud y a la memoria del tirano de Atarnea, y cuya triste inspiración no ha sido superada por ningún poeta; y otro es una estatua, y según algunos un mausoleo, que erigió Aristóteles a su amigo en el templo de Delfos. Además Aristóteles le demostró, según se dice, un particular afecto aun después de su muerte, puesto que se casó con su hermana Pitias, la cual se encontraba en una posición muy triste y sin ningún apoyo. Tuvo una hija; pero se cree que la madre de su hijo Nicomaco fue una concubina llamada Herpilis, con la cual se dice que se casó después de la muerte de Pitias.

De Atarnea se fugó Aristóteles con Jenócrates a Mitilene, donde permaneció muy poco tiempo, por haber sido llamado en el segundo año de la Olimpiada CIX por Filipo, rey de Macedonia, para que se encargara de la educación de su hijo, el cual contaba entonces tres años. Si bien la educación de Alejandro debió durar sólo cuatro, ejerció sobre este un grande influjo, enmendando los graves errores cometidos en su dirección pedagógica por Leonidas, pariente de Olimpias, y Lisimaco, que habían estado encargados de su educación. Supo inspirarle el amor a las ciencias, y Alejandro adquirió vastos conocimientos en moral, en política, en elocuencia y en poesía, sin que le fueran desconocidos los elementos de la música, de la historia natural, de la física y hasta de la medicina, debiendo presumirse que Aristóteles le dio todos estos conocimientos en cuanto pudieran ser útiles a un rey. El hecho de llevar siempre consigo Alejandro la famosa edición de la Iliada arreglada por Aristóteles y el respeto que inspiró en la casa de Pindaro cuando la toma de Tebas, previenen a favor de la buena educación recibida por Alejandro. El palacio titulado Ninfeum en Pella y otras veces Estagira fueron los puntos en que Aristóteles residió con su discípulo; y prueba de la precoz disposición de este para los negocios públicos es, que cuando sólo contaba diez y siete años [IX] le encomendó ya Filipo el gobierno durante su expedición a Bizancio, teniendo indudablemente en cuenta los consejos de su maestro. Aristóteles permaneció todavía un año cerca de su discípulo después de la muerte de Filipo y cuando era ya rey, y no salió de Macedonia hasta el año 335 antes de J. C., que fue cuando Alejandro se disponía a pasar a Asia en el segundo año de la Olimpiada CXI; siendo una fábula lo que se cuenta del viaje del filósofo al Asia y a la India en compañía de Alejandro, pues es lo cierto que fue con este y en reemplazo de aquel su discípulo y pariente Calístenes. Aristóteles gozó de un gran favor cerca de Filipo; obtuvo de él que Estagira, que había sido destruida, fuese reconstruida, y que se fundara allí un gimnasio para la enseñanza de la filosofía, obteniendo de Alejandro, cuando era rey, iguales testimonios de consideración. Por entonces fue cuando Aristóteles se trasladó a Atenas, donde permaneció sin interrupción durante trece años, hasta la muerte de Alejandro.

Filosofó en Atenas en el Liceo, único gimnasio que encontró desocupado, puesto que Jenócrates había tomado posesión de la Academia, y los cínicos ocupaban el Cinosargo. Ninguna escuela de filosofía de esta época duró tanto como la suya; de donde se infiere el gran número de hombres célebres que contaba entre sus discípulos. Tomó su escuela el nombre de peripatética, porque tenia costumbre de filosofar paseándose con sus discípulos a la sombra en su Liceo. No era esta simplemente una escuela de filosofía, porque se enseñaba allí todo lo que constituía entonces la cultura del espíritu entre los griegos, particularmente la elocuencia. Aristóteles pasó trece años en Atenas ocupado en esta clase de estudios, y probablemente durante esta época fue cuando compuso la mayor parte de sus obras, y a ella pertenecen sus importantes trabajos sobre las ciencias naturales, particularmente sobre la Historia de los Animales, empresa para la que encontró en la magnánima generosidad de Alejandro un gran auxilio. Si hemos de creer a Plinio, [X] fueron infinitas las personas encargadas por Alejandro de proporcionar y poner a disposición de Aristóteles todas las producciones curiosas del Asia, con cuyo auxilio compuso este filósofo esa prodigiosa Historia de los Animales, que es hoy día la admiración de los sabios. Atheneo asegura, que pasaron de ochocientos talentos los que puso Alejandro a disposición de su maestro para que pudiera proporcionarse todos los recursos necesarios para llevar a cabo su empresa, cantidad que constituye una suma increíble para aquellos tiempos y de que sólo un conquistador del Asia pudo disponer. también estos grandes recursos debieron servir al filósofo para la compilación de las constituciones entonces conocidas, obra que por desgracia no ha llegado hasta nosotros. Al terminar esta época, se dice, que cayó en desgracia para con su discípulo y regio bienhechor, siendo la causa de esto la conducta seguida por Alejandro con Calístenes con motivo de haber manifestado este con demasiada franqueza su disgusto al ver las costumbres disolutas del rey. La muerte desastrosa de Calístenes, acompañada de circunstancias odiosas, indignó a la Grecia entera, y la posteridad la ha mirado como un borrón que mancha la memoria del héroe macedonio. Gran dolor debió causar al tío de la víctima, al preceptor, que fuera autor de tan indigno crimen su regio discípulo, siendo de creer que en los seis años que trascurrieron hasta la muerte de Alejandro debieron debilitarse mucho las relaciones entre ellos. Pero de esta frialdad a suponer a nuestro filósofo en el camino del crimen, creyendo con Plinio, que de acuerdo con Antípater emponzoñara a Alejandro, hay un abismo, y semejante suposición está desmentida por todos los hechos de la historia. Alejandro murió de muerte natural a consecuencia de su vida disoluta, como lo atestiguan las memorias de sus lugartenientes Aristóbulo y Tolomeo, memorias que vieron y citan Plutarco y Arriano, y lo prueban además el diario en que se consignaban todas las acciones de rey y el particular de su enfermedad. Sólo estuvo reservado a Caracalla, a este mono imitador del héroe macedonio, como le [XI] llama M. Saint-Hilaire, utilizar esta calumniosa imputación para expulsar a los peripatéticos de Alejandría y quemar sus libros. Al cabo de este tiempo Aristóteles se retiró a Calcis para evitar, no una acusación política, sino una acusación de impiedad lanzada contra él por el gran sacerdote Eurimedon y sostenida por un ciudadano llamado Demofilo. Se le acusó de haber cometido un sacrilegio por haber levantado altares a su primera mujer y a Hermias. Al ver Aristóteles que se convertía en crimen este rasgo piadoso consagrado a la amistad, dijo que se retiraba para ahorrar a los atenienses un segundo atentado contra la filosofía. A poco de su huida de Atenas murió en Calcis, 322 años antes de J. C., según algunos, tomando veneno por temor de ver la prosecución de su proceso, pero otro testigo más digno de fe, Apolodoro, y también Dionisio de Alicarnaso dicen que murió de muerte natural, lo cual nos debemos inclinar a creer en vista también de las teorías del filósofo sobre el suicidio. La verdad es, que sucumbió después de haber sufrido durante muchos años una enfermedad del estómago hereditaria en su familia, que combatió constantemente.

II

Con respecto a la suerte que desde su origen corrieron las obras de Aristóteles, se dice, que en un principio fueron legadas a Teofrasto, discípulo y sucesor de Aristóteles; que después este las legó a Neleo, quien las llevó a Escepsis y las dejó a sus herederos, gentes ignorantes; pero que temerosos estos de que quisiera hacerlas suyas el rey de Pérgamo, hombre apasionado por la ciencia, las escondieron bajo de tierra dejándolas expuestas a la humedad y a la podredumbre, hasta que pasado mucho tiempo las vendieron a Apelicon de Teos, hombre aficionado a los libros. Dícese también que, aunque poco conocedor éste de [XII] la filosofía, restauró los pasajes que en los manuscritos habían sufrido alteración; que la colección formada por este cayó, cuando el saqueo de Atenas por los romanos, en poder de L. Silla, quien por primera vez las llevó a Roma, encomendándolas al gramático Tirannion; y en fin, que el peripatético Andrónico de Rodas consiguió de Tirannion que le proporcionara copias, con cuyo medio puso en orden las obras de Aristóteles. Esta relación que, a ser cierta, supone un completo desorden en las obras que han llegado hasta nosotros, es muy sospechosa, sin que pueda tener otro origen que el juicio del mismo Andrónico, el cual para dar valor a sus trabajos quiso rebajar exageradamente los de sus predecesores; sin que pueda creerse, que haya sido este el único conducto por donde han llegado a nosotros las obras del filósofo, según creen algunos comentadores. Si conocemos o no en la actualidad todas las obras que escribió Aristóteles es un hecho oscuro, e independientemente de algunas que a ciencia cierta faltan hay incertidumbre respecto del conjunto de ellas; a cuyo propósito nuestro Luis Vives{1} dice, que Cicerón en su obra De natura Deorum prueba con citas de Aristóteles la Providencia de Dios por la grandeza, hermosura y orden del universo, y que este argumento no se encuentra en ninguna de las obras que conocemos; que el mismo Ciceron tuvo en sus manos un tratado de este filósofo con el mismo título que el suyo De natura Deorum; que Servio, el gramático, cita a Aristóteles para probar, que algunos seres divinos están sujetos a la muerte, idea que tampoco se encuentra en sus obras conocidas; que Isidoro, mucho más antiguo que el Hispalense, y Clemente en sus Misceláneas (Stromatibus) dicen, que Aristóteles habla de los dioses locales que presiden a las ciudades y reinos, idea también desconocida; y finalmente que Diógenes Laercio hace subir a cuarenta los volúmenes del Estagirita, número incompatible con [XIII] los que existen. De todas maneras, sin que pueda fijarse el número, la pérdida de una porción de ellas es incontestable.

Pero lo cierto es, que cuando verdaderamente se dieron a conocer las obras de Aristóteles fue al comienzo de la era cristiana, en que su Organum penetró en todas las escuelas griegas y latinas, pues como es extraño a todos los sistemas, todos le explicaban y comentaban. Preocupó grandemente el ánimo de los Santos Padres, y hasta se supone que San Agustín había escrito un compendio de las categorías, lo cual no está justificado. Además de los trabajos de muchos comentadores griegos, el estudio del Organum no cesó en Constantinopla y en la Europa occidental. Ya en el siglo VI tenemos una traducción del Organum hecha por Boecio. Cultivaron su estudio en el siglo VII Beda e Isidoro Hispalense, como la cultivó Alcuino en el siglo VIII en la corte de Carlo Magno, y el Organum dio lugar en el siglo XI a la famosa querella entre el nominalismo y el realismo. Ya por entonces comenzaron a ser objeto de estudio las demás obras de Aristóteles, y como se descubrieran en ellas ciertas tendencias heterodoxas, que fomentaban las herejías, todas, menos la lógica, fueron quemadas en la plaza pública de París en el año de 1210, de resultas de la visita de inspección que un legado del Papa hizo a aquella Universidad, donde se prohibió su estudio. Esta tentativa y las demás que se hicieron en este sentido fueron inútiles, porque haciéndose sentir cada vez más la necesidad de ensanchar la esfera de acción en que había estado encerrada la inteligencia humana por espacio de cuatro siglos, el desbordamiento fue tan irremediable como irresistible, y se vio a Alberto el Grande comentar las obras de Aristóteles, a Santo Tomás, el ángel de la escuela, explicar algunas de las partes más difíciles, siguiendo una infinidad de doctores su ejemplo, y hasta se tradujo a Aristóteles bajo la protección del papa Urbano V y del cardenal Besarion, proclamándole el padre de la ciencia y llegando a tributarle una sumisión tan ciega, que se proscribió toda doctrina que contrariara la de este filósofo, calificándola de herética; [XIV] intolerancia que llegó hasta tal punto, que el Parlamento de París impuso en 1629 pena de la vida al que atacara el sistema de Aristóteles. Pero más aún; el protestantismo, bajo la dirección de Melanchthon, fue peripatético, como lo fue la Compañía de Jesús, que se valió de esta arma para combatir a los libres pensadores y sobre todo a los cartesianos. El renacimiento de las letras dio sus frutos y la reacción en el siglo XVIII fue terrible. La doctrina aristotélica cayó en el más profundo desprecio, y se vio relegada a los conventos y seminarios. Llovieron las sátiras y las invectivas contra el peripatetismo, y hubo complacencia en repetir lo que había dicho Bacon en el siglo anterior: que Aristóteles había degollado a sus hermanos, como hacen los príncipes otomanos, para erigirse en rey absoluto de la ciencia. El siglo XIX es más justo con Aristóteles; si no le mira como un oráculo, reconoce los grandes servicios que ha hecho a la ciencia; y consagrado al estudio de su sistema, declara sus excelencias, nota sus vacíos, y vive penetrado de que conocer a Aristóteles es, no sólo conocer la marcha del espíritu humano, sino también el estado actual de la ciencia. Estos trabajos y los juicios críticos a que ellos han dado lugar se deben en gran parte a Kant, Hegel, Cousin y especialmente a M. Bartelemy Saint-Hilaire, que ha dado a luz en lengua francesa todas las obras de Aristóteles, con una erudición y una penetración tan profundas, que causan verdadera admiración, y cuyos esmerados trabajos son los que principalmente hemos tenido a la vista al hacer esta publicación.

III

En cuanto a la autenticidad de las obras de Aristóteles que han llegado hasta nosotros se han suscitado muchas dudas, y ha sido materia en la que se ha ejercitado la inteligencia de muchos críticos. Es cierto que en un principio se publicaron muchos tratados diferentes sobre una sola y misma cuestión bajo [XV] el nombre de Aristóteles, y aún más cierto también que los peripatéticos Teofrasto, Eudemo y Fanias, émulos de su maestro, dejaron muchas obras con los mismos títulos que las de Aristóteles, unido todo lo cual a las complicaciones producidas por el transcurso de tantos siglos como han mediado, ha hecho surgir naturalmente la polémica suscitada sobre este punto. Sin embargo, hay dos razones de mucha fuerza, que nos autorizan para tener por auténticas las obras del Estagirita que conocemos. La serie de comentadores no interrumpida desde Aristóteles, y principalmente Andrónico de Rodas, Adrasto y Alejandro de Afrodisia{2}, que sostiene la autenticidad, son una prueba irrecusable en favor de esta. Por otra parte, si se consultan las obras en sí mismas, y se ve en ellas identidad en el fondo y en la forma, en el pensamiento y en el estilo, no habiendo una que no esté relacionada con las demás por medio de las continuas citas y remisiones que hace Aristóteles de unas a otras, no puede quedar duda de la autenticidad de todas ellas. Quizá en una misma obra, según han llegado hasta nosotros, no aparezcan los tratados colocados en el orden que reclama la forma didáctica y el encadenamiento lógico de las ideas, como tendrán ocasión de observar nuestros lectores en el tratado de la Política; pero si las obras andaban en manos de copistas, los tratados corrían sueltos, la forma didáctica era casi desconocida, y estaba pendiente la colocación del juicio particular de cada uno, no es razón esta para combatir la autenticidad del conjunto, en el que aparecen por completo el pensamiento y el estilo de Aristóteles. [XVI]

IV

Una de las divisiones de las obras de Aristóteles que han venido admitiendo todos los comentadores, es la de obras esotéricas y exotéricas. Las primeras son las que destinaba a la enseñanza reservada a sus discípulos predilectos, y tenía por objeto el cultivo de la ciencia bajo una forma muy severa, y con aplicación a las cuestiones más encumbradas en el campo de la filosofía. La segunda, por lo contrario, se ocupaba de la indagación de cuestiones preliminares de un orden menos riguroso, que exigía menos erudición, pero que ponía en aptitud de alcanzar una regular ilustración. El fundamento que hay para creer que existían estas dos clases de enseñanza, estriba en las distintas citas que Aristóteles hace refiriéndose a sus obras exotéricas{3}. ¿Cuál era la causa de este secreto que se supone en unas doctrinas y no en otras? ¿Era el temor a la publicidad? La filosofía en Grecia, se dice en el Diccionario filosófico, en tiempo de Aristóteles era demasiado independiente, demasiado libre para que tuviera necesidad de semejante disimulo. Suponer en los filósofos griegos de tiempo de Alejandro esta timidez, esta hipocresía filosófica, es interpretar mal algunos pasajes de los escritores antiguos. Sin embargo, a nosotros no nos parecen tan concluyentes estas razones, cuando tan reciente estaba el sacrificio de Sócrates, y cuando el mismo Aristóteles tenia sobre sí al tiempo de su muerte una acusación de impiedad que le obligó a huir temiendo que le alcanzara igual suerte que al primero.

Si todos los comentadores están acordes en reconocer estas dos clases de enseñanzas, no sucede lo mismo con respecto a señalar entre las obras que conocemos cuáles son exotéricas y cuáles esotéricas. Las reflexiones, que el historiador Ritter hace [XVII] para probar que las obras que han llegado hasta nosotros tienen indudablemente el carácter de esotéricas o acroamáticas son concluyentes. Se observa, en efecto, que todas ellas muestran un tipo de elevación que alcanza las mayores alturas de la ciencia, formando además un todo, como lo prueba el enlace de todas ellas, el cual es tan manifiesto que se ve a Aristóteles relacionar los libros del alma y los estados diversos de la vida de la misma con sus indagaciones físicas; que en la Metafísica remite a sus lectores a las obras lógicas, y particularmente a las categorías y analíticos; que la Política y la Moral se apoyan mutuamente y hay en ellas continuas referencias a las obras lógicas; y hasta en su Poética y en su Retórica se alude muchas veces a los tratados de Moral y de Lógica. Esta conjetura tiene también en su apoyo el descuido que se nota en el estilo en todas las obras que conocemos de Aristóteles, como quien se propone dar a conocer la verdad, curándose muy poco de las formas; mientras que si todas o algunas tuvieran el carácter de exotéricas, o lo que es lo mismo, de lecciones públicas de preparación, más bien literarias que filosóficas, el buen decir y las bellas formas tendrían un interés preeminente. La existencia de las dos enseñanzas es indudable, pero también lo es que una parte de las obras de Aristóteles se ha perdido, y es cosa natural que tratándose de salvar algunas, fueran estas las principales del filósofo, las que más caracterizan su doctrina, y estas eran las esotéricas. Pues si bien por algunos fragmentos de sus obras exotéricas, que han llegado hasta nosotros, se conoce que la exposición era en ellas más rica y más elegante, porque lo requería la condición de estos tratados, nos serian, sin embargo, de escasa utilidad para el conocimiento de la filosofía de Aristóteles. [XVIII]

V

Además de la división de las obras de Aristóteles en esotéricas y exotéricas, hay otra fundada en el carácter de las mismas y hecha en vista de su objeto. Aristóteles, con la profundidad de su genio, ha recorrido todo el campo de la ciencia, y ha llevado de frente así las ciencias físicas y naturales como las literarias, como las verdaderamente filosóficas. Es claro que la Biblioteca filosófica, fiel a su propósito, tiene que desentenderse de las primeras y segundas de menos interés en el presente siglo, dados los grandes adelantos que en ellas han tenido lugar, y fijándose únicamente en las terceras, como lo pide su especial misión, sólo da a luz las obras metafísicas, psicológicas, lógicas, morales y políticas de este gran filósofo{4}.

Presentamos el texto de la Moral de Aristóteles sin comentarios, porque no son de absoluta necesidad, dados el carácter eminentemente práctico de las doctrinas morales de este filósofo y la índole especial de esta rama de la filosofía, más accesible que las demás a la generalidad. Lo mismo cuando, mostrándose hostil al mundo de las ideas y encerrándose en el de la naturaleza, rechaza la idea del bien en sí como fundamento de la moral, afirmando la felicidad como fin último de todos los actos del hombre, y considerando como elementos de aquella la riqueza, el poder, la buena constitución del cuerpo, el nacimiento [XIX] distinguido y los demás bienes análogos, que cuando, abandonando por una feliz inconsecuencia el principio sentado y fijándose solamente en la virtud, aunque considerándola siempre como medio, traza cuadros vivos e interesantes de todas las virtudes, desenvuelve su famosa teoría del justo medio, hace la apología de la libertad como base de la moral, ensalza los placeres del entendimiento e invita al hombre a consagrar los bienes del cuerpo y del espíritu a servir y adorar a Dios, siempre su doctrina es clara y está al alcance de todos.

Por razones análogas presentamos también sin comentarios la Política, cuyo contenido es hoy de fácil comprensión para todo el mundo, mucho más en la forma en que lo desenvuelve Aristóteles. Educado este en la corte de Amintas, compañero en su niñez de Filipo y maestro de Alejandro, contrajo los hábitos de hombre práctico y político consumado, y así se advierte en su obra, que si bien no desecha el método racional en la exposición de sus doctrinas políticas, y antes bien presenta en ocasiones luminosos principios, sin embargo su método es eminentemente histórico, fijándose más en lo existente que en lo que debiera ser. Si da a conocer las tres clases de gobiernos monárquico, aristocrático y democrático; si descubre admirablemente las causas que arruinan los Estados; si en el interior de cada gobierno fija los tres grandes poderes legislativo, ejecutivo, y judicial, elementos indispensables de una debida organización; si penetra en las constituciones de los demás pueblos para sacar de ellas útiles enseñanzas; si ensalza la clase media como verdadero foco de ilustración y de virtud; si proclama la soberanía absoluta fundada en las leyes de la razón; y, en fin, si considera incompleto al hombre que no recibe de los demás las condiciones morales que sólo puede proporcionar la sociedad, sin que esta pueda reconocer otra base sólida que la justicia; también en la estrechez de su método histórico sostiene la teoría de la esclavitud, esta horrible llaga de la antigüedad y de los tiempos modernos, lo que justifica que en materias políticas no [XX] pudo prescindir del elemento empírico que le rodeaba, desentendiéndose de los principios racionales, que tanto brillan en todas sus obras, y que debieron hacerle conocer que semejante institución es contraria al derecho que tiene su raíz en las condiciones de la naturaleza humana, caracterizada por ese destello de la divinidad que se llama razón, la cual desligando al hombre de la tierra, le hace ver en lontananza un risueño porvenir.

Pero si esto acontece con la Moral y la Política, con las cuales damos comienzo a nuestro trabajo por ser las más fáciles, en muy distinto caso se encuentran la Lógica, la Psicología y la Metafísica. Estas requieren una inteligencia clara y ejercitada para poder penetrar los luminosos principios que encierran y percibir el delicioso encanto producido por la verdad, que se descubre en el reino de las ideas mediante los esfuerzos de la razón. Si en ellas Aristóteles, como filósofo, concilia la erudición con la ciencia, busca la verdad en la naturaleza, evita la exageración, trata de poner su filosofía de acuerdo con las nociones del sentido común, con la vida práctica y con la historia; y, extraño a la intuición de la vida del alma, que lleva naturalmente a la contemplación del ideal, se fija más en las formas bajo las cuales se revela a nosotros la naturaleza física; como escritor expone su doctrina en un orden rigurosamente didáctico, desconocido hasta entonces, en un estilo conciso y sin atavíos, con una naturalidad que raya en desaliño, y con cierta indecisión al formular el resultado final de sus juicios, que oscurece no poco su pensamiento.

Por este motivo, si respecto de las obras morales y políticas debíamos prescindir en general de todo comentario, no podíamos hacer lo mismo en cuanto a las lógicas, psicológicas y metafísicas, mucho más haciendo como hacemos este trabajo, antes que para nadie, para los jóvenes. Al efecto, después de haber visto y examinado los distintos comentarios que se han hecho del Organum o Lógica, que a juicio de Kant es el primer monumento científico de la humanidad, y de la Psicología o Tratado del Alma [XXI] y los opúsculos, hemos preferido el luminoso comentario de ambas obras publicado en Francia en el año de 1856 por Mr. Bartelemy Saint-Hilaire, con el magnífico discurso que las precede, los sumarios y las ilustradas notas que aclaran y desentrañan los misteriosos conceptos que aparecen en el texto, lo cual nos dispensa de hacer por nuestra parte un trabajo que sólo sería un pálido reflejo del juicio acabado y perfecto de este ilustrado comentador{5}.

En cuanto a la Metafísica o Filosofía primera, como la llamaba Aristóteles, desde cuya altura supo su poderosa inteligencia abarcar todos los hechos y todas las nociones particulares, para presentar, en medio de la variedad prodigiosa que el hombre y la naturaleza presentan incesantemente, una teoría completa de la realidad, son más necesarias aún las aclaraciones. Luis Vives refiere en la censura antes citada, que cuando [XXII] Aristóteles publicó su Metafísica, su discípulo, el gran Alejandro, le dirigió una sentida queja porque no se lo había dicho antes, y dícese que Aristóteles le contestó, que era cierto que no se lo había anunciado, pero que era lo mismo que si no la hubiera dado a luz (tamquam non edita), porque ninguno la entendería, fuera de los discípulos a quienes él mismo la explicara. Sea o no cierta esta anécdota, prueba por lo menos que si se deja el texto escueto a los lectores, si no se pone en sus manos, como quien dice, la llave del edificio, para ver y penetrar en todos sus departamentos, corre peligro de que muchos no pasen del umbral, y considerando esto y teniendo en cuenta lo que nos ha acreditado la experiencia propia, hemos advertido la necesidad de que preceda a la Metafísica un juicio crítico que desentrañe su pensamiento creador, sin salir de ella misma; y para llenar este vacío, el mejor que hemos encontrado es a nuestro parecer el que precede a la traducción que en 1810 publicaron Alejo Pierron y Carlos Zevort, tomando lo relativo a la parte puramente científica, única que responde a nuestro propósito, en la seguridad de que los jóvenes, auxiliados con este luminoso preliminar, penetrarán con más facilidad el pensamiento metafísico de este gran filósofo.

Por lo demás, poco podemos decir respecto a la traducción de las obras de Aristóteles que damos a luz, porque, si el texto de las mismas ha sido ocasión de tantas dudas para todos los comentadores antiguos y modernos que se han esforzado por conocer el verdadero pensamiento del filósofo, sería una falta imperdonable en nuestra pequeñez si no desconfiáramos y mucho del resultado de este trabajo, que hemos llevado a cabo teniendo a la vista principalmente las ya citadas colecciones latinas impresas en Basilea 1542 y en Lyon en 1569, las traducciones francesas de Mr. Bartelemy Saint-Hilaire y de Pierron y Zevort, la latina de la Política de Ginés Sepúlveda y la del Tratado del Alma de Sebastián Pérez.

VI

He aquí, por último, una nota de las obras filosóficas de Aristóteles que la Biblioteca Filosófica publica con expresión de sus principales traducciones y comentadores.

La Moral, dos tomos. – Edición de Corai, 2 vol. en 8º, París 1822. – Traducción francesa de Thurot, 2 vol. en 8º. – Edición de Berlín por Michelet, 2 vol. en 8º, 1829, 1835. – Bartelemy Saint-Hilaire, 3 vol. en 8º, 1856.

Política, un tomo. – Edición de Schneider, 2 vol. en 8º, Francfort 1809. – La de Goettling, en 8º, Jena, 1824. – La de Stahr, en 4º, en Leipsick 1836, 1839. – La de Bartelemy Saint-Hilaire, 2 vol. en 8º, París 1837. – La de Juan Ginés Sepúlveda, 1. vol., París 1489. – La de Luis Leroy, 1568. – La de Champagne, año V de la República, 2 vol. en 8º; y la de Millon, 3 vol. en 8º, 1803.

Metafísica, dos tomos. – Los comentarios de Alejandro de Afrodisia, traducidos al latín por Juan Ginés Sepúlveda. – El comentario de Filopon traducido por Patrizzi. – El de Themistio sobre el libro XII en latín, traducido del Hebreo. – En los siglos medios el comentario de Avicena y el de Santo Tomás. – La exposición de Duval en su edición completa de Aristóteles. – En nuestros días la edición de M. Brandis en 8º, Berlín 1823. – Memoria de M. Cousin sobre el concurso abierto por la Academia de Ciencias Morales y Políticas, con la traducción de los libros I y XII, 1836. – Las dos Memorias: Examen crítico de la Metafísica de Aristóteles por M. Michelet, de Berlín, París 1837; y Ensayo sobre la Metafísica de Aristóteles por M. Ravaisson. – La traducción alemana de la Metafísica por Hengsterberg en 8º, Bona, 1824, publicada por Mr. Brandis. – La traducción de M. M. Pierron y Zevort, 2 vol. en 8º, [XIV] París 1840; y la que acaba de dar a luz M. Bartelemy Saint-Hilaire, París 1871.

Psicología y Opúsculos, dos tomos. – Los comentarios de Simplicio, de Filopon, la paráfrasis de Themistio, la obra de Alejandro de Afrodisia, la traducción de Sebastián Pérez: Salamanca, 1564. – Entre los modernos, la edición de M. Trendelenburg, en 8º, Jena 1833. – Las dos traducciones alemanas de Volgt, 1803. – La de Veisse, 1829, y la traducción francesa de M. Bartelemy Saint-Hilaire, 1846.

La Lógica u Organum, cuatro tomos. – Son innumerables los comentadores antiguos: Ammonio, Filopon, David, el Armenio para las Categorías; Ammonio y Filopon para la Hermeneya; Alejandro de Afrodisia y Filopon para los Primeros Analíticos; Filopon y la Paráfrasis de Thomistio para los últimos; Alejandro de Afrodisia para los Tópicos y la refutación de los sofistas. Entre los modernos: los comentarios de la Universidad de Coimbra. – El comentario de Pacio unido a su edición del Organum, en 4º, Basilea, 1619. – Comentario a los Últimos Analíticos de Zabarela. – La traducción alemana de M. Zell, en Stugart, 1836; y la traducción francesa de M. B. Saint-Hilaire, 4 vol. en 4º, 1839, 1843.

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{1} En la censura de las obras de Aristóteles que puso Luis Vives al frente de las colecciones latinas impresas en Basilea en 1542 y en Lyon en 1569.

{2} Nuestro Luis Ginés Sepúlveda, uno de los hombres más ilustrados del siglo XVI, tradujo del griego al latín los comentarios de Alejandro a la Metafísica de Aristóteles; impresos en Venecia y dedicados al papa Clemente VII, han merecido una gran aceptación.

{3} Moral a Eudemo, I, 8, donde se hace esta distinción.

{4} Por consiguiente quedan excluidas de esta publicación las obras conocidas en las traducciones latinas con las siguientes denominaciones: De Física, VII libros. – De Caelo, IV. – De Historia animalium, IX. – Rhetoricorum, III. – De Poetica, I. Y además los siguientes opúsculos: De generatione et corruptione; Meteorum; AEconomicorum; De generatione animalium gressu; De partibus animalium; De generatione animalium; Problematum sectiones; De mundo; Quaestiones mechanicae; De lineis insecabilibus; De coloribus; De physionomicis; De mirabilibus auscultationibus; De plantis.

{5} Si nuestros lectores quieren tomarse el trabajo de cotejar los comentarios que escribió Sebastián Pérez al Tratado del Alma, que tradujo del griego al latín, y cuya obra se imprimió en Salamanca en 1564, y que cito con preferencia a otros por ser español, con los comentarios luminosos que damos a luz de Mr. Saint-Hilaire, se advertirá el influjo del tiempo y del espíritu de cada siglo que viste siempre la forma filosófica que en él domina para dar sentido al pensamiento de nuestro filósofo; y si en la pluma de Sebastián Pérez se ve este oscurecido y envuelto entre las nebulosidades y las formas peripatéticas, y se descubre la benévola predisposición de aquel tiempo a hacer que apareciera Aristóteles como ortodoxo en todas sus tendencias filosóficas, tenemos que, rasgado el velo y valiéndose de una crítica racional y justa, presenta Saint-Hilaire las doctrinas del filósofo en toda su verdad y en toda su pureza, destruyendo las falsas interpretaciones que han impedido hasta ahora ver tal cual es la filosofía de Aristóteles. Sin embargo, como honrosa excepción debe citarse a Juan Luis Vives, el cual, aunque filósofo peripatético, al desentrañar la idea de bien en el libro VI de su gran obra De causis corruptarum artium, acusa a Aristóteles de no haber ido a buscar la causa en las concepciones puras de la razón como Platón, y de haberse encerrado en la naturaleza sin salir del hombre mismo (puro empirismo); y se admira de que su doctrina en este punto mereciera la preferencia respecto a la de los demás filósofos de la antigüedad, cuando tanto contrasta con la doctrina evangélica.

puerta al infierno