Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo González Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarce Reyes; Franco González Fortunatti;
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Platón Clitofon. |
Sócrates – Clitofon Sócrates Clitofon, hijo de Aristonimo, me han dicho hace un instante, que en una conversación que has tenido con Licias, has criticado las discusiones filosóficas de Sócrates, y puesto en las nubes las lecciones de Trasimaco{1}. Clitofon Te han referido exactamente, Sócrates, lo que he dicho de ti a Licias; si en unas cosas te he censurado, también te he alabado en otras, y como veo en claro, que a pesar de tu aire de indiferencia estás incomodado conmigo, seria conveniente, ya que estamos solos, repetirte lo mismo que he dicho, y te desengañarás de que no soy injusto para contigo. Indudablemente te han informado mal, y esta es la causa de tu irritación. Pero si me permites decirte todo lo que pienso, estoy pronto a hacerlo, y no te ocultaré nada. Sócrates No tendría razón para oponerme a tu deseo, cuando éste redunda en mi provecho, porque evidentemente desde el momento que me hagas ver el bien y el mal que [196] residen en mí, procuraré seguir el uno y huir del otro con todas mis fuerzas. Clitofon En este caso, escúchame. Me ha sucedido muchas veces, Sócrates, que encontrándome contigo, me he dejado llevar de la más viva admiración al oír tus discursos, y me ha parecido que hablabas mejor que nadie, cuando reprendiendo a los hombres, como un dios que aparece en lo alto de una máquina de teatro{2}, exclamabas:
Cuando oigo de tus labios tales discursos, Sócrates, te cobro cariño, y te elogio lleno de admiración. Y lo mismo me sucede cuando añades, que los que ejercitan el cuerpo y desprecian el alma no hacen nada menos que despreciar lo que tiene el mando y tributar obsequios a lo que debe obediencia. Así como cuando expones que el que no sabe servirse de un instrumento, obra mejor absteniéndose de usarlo, y que el que no sepa servirse de los ojos, ni de los oídos, ni del cuerpo en general, obraría más cuerdamente no mirando, no escuchando, y no sacando ningún partido de su cuerpo, antes que servirse de él a la aventura. Todo esto no es menos cierto con respecto a las artes. El que no sabe servirse de su lira, evidentemente no sabrá servirse mejor de la del vecino, y recíprocamente, el que no sabe servirse de la lira del vecino, tampoco sabrá servirse de la suya, y otro tanto puede decirse de todos los instrumentos y de todas las cosas. De estos razonamientos deducías esta preciosa conclusión: el que no sabe servirse de su alma, debe dejarla inactiva, y no vivir antes que vivir abandonándose a las sugestiones de la fantasía; y si necesita vivir, obrará más cuerdamente sometiéndose a otro más bien que conservando la libertad para tal uso, y al modo de un buen navegante confiar conducción de su barco al que es hábil en la ciencia de [198] gobernar a los hombres, ciencia que llamas tú muchas veces la política, Sócrates, y que, en tu opinión, es la misma que la de juzgar y administrar justicia. En todos estos discursos y otros muchos semejantes, todos verdaderamente bellos, en que sostienes que la virtud puede por su naturaleza ser enseñada y que es preciso ante todo tener cuidado de sí mismo, jamás he censurado nada, y me atrevo a decir, que nunca lo haré. Tales razonamientos son, a mi parecer, muy útiles, porque son muy eficaces para excitarnos, sacudirnos y despertarnos de nuestro entorpecimiento. Pero quise aplicar mi espíritu a saber más, y para ello me propuse interrogar, no a ti directamente, Sócrates, sino a tus compañeros de edad y de gustos, a tus discípulos, a tus amigos o como quiera que se llamen tus relaciones. En primer término me dirigí a los que tú más estimas, preguntándoles qué objeto debería tratarse después de tales razonamientos e interpelándoles de este modo según tu método: ¡Oh mis excelentes amigos! decidme: ¿qué deberemos pensar de las exhortaciones a la virtud que Sócrates nos dirige? ¿No deberemos pasar de ahí? ¿No deberemos caminar a la práctica de la misma y marchar hacia un fin? ¿o es cosa que se nos ha dado la vida únicamente, para dirigir exhortaciones a los que aún no han sido exhortados, para que éstos a su vez exhorten a otros? ¿O bien deberemos preguntar a Sócrates, o preguntarnos unos a otros, admitiendo la utilidad de estas exhortaciones, qué es lo que a ellas debe seguirse? ¿Cómo y por dónde comenzaremos el estudio de la justicia? Si alguno nos exhortara a cuidar de nuestro cuerpo, viéndonos extraños como niños a estas artes que se llaman gimnástica y medicina, y que nos echara en cara que nos entregábamos con exceso a cuidar nuestro trigo, nuestra cebada, nuestras viñas y las demás cosas que cultivamos y destinamos a las necesidades de nuestro cuerpo, sin [199] cuidarnos ni remotamente de un arte ni de un ejercicio para fortificar nuestro cuerpo, no obstante existir este arte; si a este hombre le preguntáramos de qué artes quería hablar, sin duda respondería que de la gimnástica y de la medicina. ¿Pero cuál es el arte para educar el alma en la virtud? Responded. Este arte, me dijo el que parecía más decidido, es el que Sócrates ha llamado muchas veces delante de ti la justicia. Pero, repliqué yo, no basta que me digas el nombre. La medicina es un arte, pero tiene un doble fin; primero, formar nuevos médicos mediante los cuidados de los que ya lo son; y después, curar. Una de estas dos cosas no es el arte mismo, sino el producto del arte enseñado o aprendido, a saber, la salud. En igual forma en la arquitectura es preciso distinguir el producto y el arte, pues de una parte está la arquitectura que enseña, y de otra la obra, es decir, la casa. Con respecto a la justicia, de una parte forma hombres justos, como las artes de que acabamos de hablar forman sus artistas, pero de otra, ¿cuál es esa obra? cuál es la obra del hombre justo? cómo la llamaremos? Responde. Uno me dijo: yo creo, que es lo ventajoso; otro, lo conveniente; otro, lo útil; otro, lo provechoso. Pero, les respondí, esas palabras se encuentran en todas las artes en general, y en todo lo que tiene un buen resultado se dice que es provechoso, que es útil y todo lo demás. Pero, además de esto, todo arte tiene un objeto particular, al que se aplican todos estos términos. Y así, en el arte del carpintero, el bien, lo bello, lo conveniente se refieren a la construcción de muebles, y no se trata del arte puro y simple{3}. Explicadme en la misma forma la obra de la justicia. Al fin, uno de tus amigos, Sócrates, que a mi parecer [200] habla con maravillosa elegancia, me respondió, que la obra propia de la justicia, que nada tiene que ver con ninguna de las otras artes, es el establecer la amistad entre los Estados. Interrogado sobre la naturaleza de la amistad, declaró, que es un bien, nunca un mal. En cuanto a la amistad entre los niños y los animales, no quiso darle este nombre cuando le pregunté sobre este punto, porque convino en que estas amistades eran casi siempre más dañosas que buenas; y para evitar esta consecuencia, no quiso llamarlas amistades; reservando este nombre para la mancomunidad de pensamientos. Como se le preguntara, si esta mancomunidad de pensamientos se refería lo mismo a la opinión que a la ciencia, rechazó la opinión; porque no puede negarse, que entre los hombres hay muchas veces lamentables acuerdos de opiniones, y había afirmado que la amistad es siempre un bien y la obra de la justicia; de suerte que debió decir que la conformidad de pensamientos, en este caso, está fundada en la ciencia y de ningún modo en la opinión. Cuando llegamos a este punto embarazoso de la discusión, todos los que estaban presentes se levantaron contra él, exclamando, que esta definición no valía más que las precedentes, y le echaron en cara que la medicina también es cierto acuerdo de pensamientos y lo mismo las demás artes; y que todas están en el caso de decir cuál es su objeto; que, por el contrario, en cuanto a esa justicia, que él llama un acuerdo de pensamientos, no se sabe ni el objeto que se propone, ni la obra que realiza. Por último, Sócrates, te pregunté a ti mismo. Me has dicho que la justicia consiste en hacer mal a sus enemigos y bien a sus amigos. Posteriormente te ha parecido, que el hombre justo jamás podrá hacer mal a otro, cualquiera que él sea, y que debe procurar más bien ser de todas maneras útil a todo el mundo. Por consiguiente, después de haberte preguntado, no [201] ni dos, sino mil veces, he renunciado a hacer vanas súplicas, persuadido de que eres el hombre del mundo más capaz para exhortar a los demás a la virtud; pero que, una de dos cosas, o bien tu poder no pasa de aquí y no se extiende más lejos (lo cual puede suceder en todas las artes; por ejemplo, sin ser piloto, puede hacerse un elogio de este arte que pruebe cuán digno es de la actividad humana, y hacerse lo mismo con las demás artes; de suerte que tú mismo podrías acusarte de no conocer la justicia, ensalzándola al mismo tiempo hasta las nubes, por más que no sea esta mi opinión). Pero una de dos cosas, digo, o no sabes lo que es la justicia, o no quieres comunicarnos el conocimiento que de ella tienes. He aquí por qué iré yo indudablemente en busca de Trasimaco o de cualquiera otro con la esperanza de que me enseñe, a menos que tú consientas poner término a todas esas exhortaciones. Por ejemplo, si me hicieses el elogio de la gimnasia y me animases a tener cuidado de mi cuerpo, después de tan preciosa exhortación, ¿no me dirías cuál es mi temperamento y cuáles los cuidados de que necesito? Pues obra ahora de la misma manera. Supón que Clitofon te concede que es ridículo ocuparse de todo lo demás y despreciar el alma, objeto verdadero de todos sus cuidados; supón, que yo te he referido todo lo que de esto se sigue y todo lo que acabamos de decir. Ahora, responde a mi pregunta, para que no me vea forzado, como acabo de hacerlo y como lo hice con Lisias, a alabarte en unas cosas y criticarte en otras; porque, lo repito, para el que no ha sido aún exhortado a la virtud eres tú el más precioso de los hombres; pero para el que lo ha sido ya, tú serías quizá un obstáculo que le impidiera llegar al verdadero objeto de la virtud, que es la felicidad. Fin del Clitofon |
{1} El mismo de la República. {2} Alusión a las apariciones de los dioses en las tragedias, sobre todo a su final, sea para sorprender a los espectadores, sea para suministrar un desenlace a la pieza. {3} Se trata del producto del arte, del resultado, de la obra. {Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate, tomo onceno, Madrid 1872, páginas 195-201.} |
Clitofonte (en griego antiguo: Κλειτόφων Ἀριστωνύμου, Kleitóphōn Aristōnúmou; siglo V a. C.– ...) fue un estadista, oligarca e intelectual ateniense. Su participación en la política ateniense ayudó a allanar el camino para el gobierno de Los Cuatrocientos después del golpe de Estado oligárquico de 411 a. C. También aparece en los escritos de Platón, donde representa una filosofía de «relativismo normativo radical» en un breve papel en la República. Biografía Poco se conoce de la primera parte de la su vida. Su participación en la reforma del gobierno de Atenas a continuación de la desastrosa expedición a Sicilia del 413 a. C., hace remontar su nacimiento al 452 a. C. o incluso antes, puesto que el Consejo asambleario del que formaba parte estaba constituido por hombres mayores de cuarenta años. La Constitución de los atenienses atribuida a Aristóteles, cita a Clitofonte como uno de los primeros defensores de un retorno a la constitución ancestral (patrios politeia), un paso decisivo hacia la oligarquía de los Cuatrocientos. La obra registra también su encargo como embajador ante el navarco espartano Lisandro en el 404 a. C., representando a una facción de la oligarquía moderada asociada con la figura de Terámenes. En la literatura Platón describe a Clitofonte como un estrecho colaborador del sofista y retórico Trasímaco y del orador Lisias. Clitofonte asiste a este último postulando un breve pero significativo argumento relativista: la ventaja del más fuerte es idéntica a la de cualquiera que el más fuerte crea que es el más fuerte. En el diálogo platónico, tal vez apócrifo, que lleva su nombre, Clitofonte es un alumno descontento con Sócrates, al que critica por la falta de conocimiento positivo del método socrático. La comedia de Aristófanes asocia a Clitofonte con Terámenes: parodia a los dos, por su inconstancia política, en Las ranas. |
Filosofía: Por qué Platón tenía tanto desprecio por la democracia. |
Platón, uno de los filósofos más importantes de todos los tiempos, odiaba la democracia. ¿Por qué? Aquí te decimos. Mayo 28, 2020 Iniciemos con una pregunta para el lector: ¿Cuándo fue que la humanidad llegó al consenso sobre la democracia como la forma de gobierno a la cual una sociedad debe aspirar? ¿Por qué la democracia? ¿Por qué no regresar a la monarquía o al feudalismo? ¿O por qué no crear algo nuevo a partir de las numerosas utopías que existen en la literatura? En otras palabras, ¿cómo fue establecido que la democracia es la panacea de todos los conflictos que surgen en una sociedad? México es un país que luchó por mucho tiempo para hacer realidad el sueño democrático. Tras el periodo revolucionario de inicios del siglo XX, nuestro país vivió en el espejismo de una democracia. Por 70 años, un partido político nos quiso pintar el paisaje de una nación donde había candidatos y elecciones libres, pluralismo y libertad de expresión. Pero con el paso de las décadas, el espejismo del PRI se fue desvaneciendo, y con la llegada del nuevo siglo, la democracia auténtica por fin hizo su acto de aparición. ¡Helo aquí! Llegan las elecciones libres, es decir, libres de acciones de fraude y libres de expresiones como "ups, se cayó el sistema". En el año 2000, los ciudadanos podían decir con una sonrisa que sus votos por fin contaban, mostrando para las cámaras un pulgar manchado de tinta. Venga la alternancia, venga el señor Fox, venga el despliegue de otros colores en un triunfo electoral. Ganó la democracia, ganó el cambio, ganó el pueblo. Qué bonito. Pasan los años, hay más elecciones, la economía crece a niveles nada extraordinarios pero decentes, el gobierno declara una guerra al crimen organizado, aumenta la violencia, aumentan los secuestros, aumentan las desapariciones, aumentan los feminicidios, siguen las manifestaciones, siguen las represiones, sigue la corrupción y un largo etcétera de factores adicionales. Tras veinte años de democracia en México, esta como que va perdiendo su lustro. En una encuesta publicada en 2018 por Latinobarómetro, el 55% de mexicanos dijo estar de acuerdo con la frase “la democracia puede tener problemas, pero es el mejor sistema de gobierno”. En contraste, el apoyo a la democracia era del 73% en 2002, cuando la encuesta incluyó por primera vez esta pregunta, y 81% en 2004, su punto más alto. En esa misma encuesta del 2018, apenas el 16% de mexicanos dijo estar muy o algo satisfecho con el funcionamiento de la democracia en el país. Chispas. Cabe señalar que Latinobarómetro realizó esta encuesta antes de las elecciones del 1 de julio de 2018, por lo que es muy probable que la confianza en la democracia haya crecido inmediatamente después del triunfo demoledor del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador. De cualquier forma, la tendencia a la baja de los últimos años es evidente, de la misma manera que es preocupante este dato: en 2018, 38% de los mexicanos estaban de acuerdo con la frase "da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático". La gente mira las noticias, ve los pleitos de palabras, las simulaciones y los gestos grandilocuentes que los legisladores exhiben a menudo en el Congreso, y muchos mexicanos se quedan con estas inquietudes:
Un momento. Para empezar, ¿qué es la democracia? ¿Quién inventó esta forma de gobierno que ha llevado al poder a tanto personaje incompetente y charlatán? La democracia tiene una definición muy sencilla. En un gobierno democrático el poder político reside en la figura del pueblo. ¡Eso es todo! Pero aquello de tomar decisiones que afectan la vida pública de un municipio, un estado o un país suena muy complicado, así que el pueblo recurre a su poder político para elegir a personas que estén dispuestas a asumir estas responsabilidades, por más difícil que parezca la chamba. A esto se le llama democracia representativa. Pero he aquí un detalle que, tanto los gobernantes como los gobernados suelen olvidar, sobre todo en países con poca experiencia en esto de la democracia. El pueblo confiere autoridad a sus representantes para tomar decisiones en su lugar, pero el poder sigue estando en manos de la ciudadanía. Por eso los gobernantes en una democracia son conocidos, a mucha honra, como servidores públicos. A final de cuentas, su trabajo es servir al pueblo. Ahora bien, ¿quién inventó este maravilloso sistema que puso tanto poder en las manos de carpinteros, cerrajeros, maestros, ingenieros, barrenderos, plomeros, choferes, arquitectos, médicos, periodistas y (Dios nos libre) hasta influencers? Quién inventó la democracia es lo de menos. Pero sí habría que darse una vuelta por el Mar Mediterráneo y viajar al pasado, a los tiempos de la Grecia antigua. A la ciudad de Atenas, para ser más preciso. La Grecia de los diez siglos anteriores al nacimiento de Cristo dejó una profunda marca en la historia de la civilización humana, un legado cuyos efectos siguen estando presentes en la actualidad. La aportación de los griegos a las matemáticas, a la poesía, al teatro, a la arquitectura, es inconmensurable. Pero quizás no hay contribución más influyente de parte de la Grecia antigua como la democracia y la filosofía. Por tal motivo, resulta irónico que Platón, el filósofo más importante en la historia de Grecia, le tenga tanto desprecio a la democracia. ¿A qué se debe esta animosidad? Bueno, para empezar, la condena de muerte de Sócrates en el año 399 a.C. fue aprobada mediante el voto popular de un jurado. Sócrates era maestro y amigo cercano de un joven Platón, por lo que es probable que aquella experiencia haya amargado la opinión del filósofo sobre la naturaleza de los procesos democráticos. Pero más allá de los rencores personales, Platón sostenía a la democracia bajo una luz muy negativa. Habría que poner esto en su debido contexto antes de entrar de lleno al tema. Recordemos que la democracia en los tiempos de Platón era una democracia directa, no representativa, algo diferente a lo que entendemos hoy por gobierno democrático. Es decir, la ciudadanía era la que formulaba leyes y tomaba las decisiones de gobierno, y lo hacía en estas asambleas que eran convocadas como diez veces al año. Bueno, no toda la gente participaba en las asambleas. El acceso estaba limitado a los hombres con mayoría de edad, aunque la mayor parte de la población quedaba excluida de la política, incluyendo mujeres, extranjeros y esclavos. Y no todos los hombres con mayoría de edad atendían las asambleas. Así como hoy, la gente tenía cosas más importantes que hacer con sus vidas, por lo que la asamblea formaba un consejo integrado por 500 ciudadanos, y este a su vez creaba comités más pequeños, los cuales se reunían con más frecuencia para atender los asuntos de Estado. Ante este panorama, la democracia dizque directa que estuvo activa en los tiempos de Platón comparte muchas similitudes con la democracia dizque representativa de la actualidad. Por consiguiente, las personas que viven en una democracia moderna (así es, como México) todavía pueden aprender mucho de las críticas que hizo un filósofo hace 2,400 años. Veamos cuáles son los argumentos principales de Platón contra la democracia:
Abordemos cada punto a detalle. 1. Adimanto, la gente está muy loca. Una de las citas más conocidas de Winston Churchill es esta: "El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio". Muchos historiadores ponen en duda la veracidad de la cita atribuida al primer ministro británico. Pero vamos, si el señor Churchill estuviera vivo en la actualidad, me parece verosímil que dijera que el mejor argumento en contra de la democracia en el siglo XXI es un vistazo de cinco minutos a las redes sociales. Como todo intelectual en la historia, Platón le tenía bastante animadversión a la clase política, pero tampoco le tenía mucho cariño al pueblo. Desde el punto de vista crítico del filósofo, uno de los principales defectos de la democracia está descrito en la etimología del término: que la fuerza política resida en el pueblo. Hay que hacer un esfuerzo por entender el punto de partida de Platón. ¿Cuál es el origen de una sociedad? La sociedad nace porque un individuo no es auto-suficiente, pero tiene muchas necesidades que esta persona no puede satisfacer por su cuenta. Tal es el planteamiento del personaje de Sócrates en La República, la obra que reúne los diálogos más conocidos de Platón. De acuerdo al filósofo, la sociedad brota a raíz de las necesidades de un grupo de individuos. Digamos que yo soy un zapatero y mi vecino es un carpintero. Soy muy bueno haciendo zapatos, pero no sirvo para construir muebles. Me salen chuecos. Así que mi vecino y yo entramos en un pacto. Yo arreglo sus zapatos y él arregla mi cama. Existe ahora un acuerdo social que se apoya en la especialización de los oficios y que se propaga por todo el grupo de individuos. Tenemos una sociedad. Yey. Un gobernante entonces se encarga de organizar los convenios que van surgiendo entre la sociedad y de administrar la riqueza que la sociedad genera con tal de que todos salgan satisfechos. Al mismo tiempo, el gobernante debe garantizar la seguridad de los individuos, protegiéndolos de amenazas del exterior, y asegurarse de que los individuos cuenten con la infraestructura necesaria para seguir interactuando. Para que el gobernante cumpla con todas estas tareas, los individuos contribuyen en la forma de impuestos, ergo, se convierten en contribuyentes. ¿Cómo se elige entonces a esta figura que tiene tantas responsabilidades? Por la descripción del puesto, debe ser alguien con capacidades técnicas e intelectuales muy sobresalientes. Incluso en los tiempos de Platón, cuando cada ciudad era un Estado en sí mismo, de no más de 300 mil habitantes, las funciones de gobierno exigían aptitudes que se extendían por encima del ciudadano común y corriente. Pero cuando el poder político no está en manos de la gente con experiencia en la materia, el criterio desciende del juicio racional al juicio de las emociones. Porque es la opinión popular la que tiene la última palabra. Esta situación no ha cambiado mucho en 2,400 años. En las campañas electorales de Estados Unidos, una vieja pregunta de los encuestadores al electorado dice así:
Parece frívola pero es una pregunta importante. Los coordinadores de campaña saben que la mayoría de la gente le da más peso a los contextos emocionales que al razonamiento de los temas. Por eso luego vemos a los candidatos haciendo tonterías en campaña que nunca harían en la vida real. Obama jugando boliche. Bush besando bebés. Trump leyendo un libro. Los impulsos, los prejuicios y los sentimientos son los elementos que deciden el resultado de una elección. Es una fórmula con la que no se juega. Por ejemplo, si quieres que un candidato a un puesto público pierda el interés de su audiencia, ponlo a elaborar sobre sus propuestas para mejorar las relaciones comerciales con China. Seguro es un tema del cual dependen millones de empleos, pero no es "sexy", no conecta, no transmite emociones, no les dice nada de sus vidas. Platón explica en La República que el ciudadano ordinario carece de conocimientos en materia de economía avanzada o política exterior, y de otro asuntos complejos que van figurar en el día a día de un servidor público. Por tal motivo, el único criterio que el ciudadano tiene a su disposición está en el campo de la opiniones, la doxa, donde las emociones guían las palabras que salen por su boca como una bola incoherente de ideas. En suma, Platón básicamente es un fiel creyente del dicho "zapatero a tus zapatos"; todos tienen un papel que cumplir dentro de la sociedad, así como las abejas obreras cumplen un papel específico dentro del enjambre. Una abejita obrera no se mete en los asuntos de la reina, y de la misma manera, un zapatero no debería tener vela en los asuntos de gobierno. Lo mejor es que el zapatero se abstenga de opinar sobre temas que no le corresponden, precisamente porque no es lo suyo, no le sabe y solo traerá deshonra a su nombre. Pero estamos en una democracia y, por tal motivo, los asuntos de gobierno sí le corresponden a todos, aunque no le sepan, no entiendan la materia y sus opiniones solo exhiban su ignorancia e ingenuidad. Lo que nos lleva al siguiente punto... 2. Te prometen la luna y regresan con una roca lunar, en fin, la hipocresía. La democracia favorece a los malos liderazgos y Platón ilustra este punto con una alegoría, uno de sus recursos favoritos para explicar conceptos algo sofisticados. Voy a ver si puedo resumirlo en pocas palabras. En la alegoría del barco, el capitán de una nave se encuentra en un estado deplorable. Está viejo, está sordo, y encima de eso, ya casi no puede ver. Así que la tripulación discute entre sí para determinar quién debe tomar control del barco. Ninguno de ellos tiene experiencia en la navegación náutica, ignora todo en materia de astronomía y matemáticas, y ni siquiera cree que estas habilidades sean necesarias. Así que uno de los marineros -joven, carismático y elocuente- se abalanza sobre el timón y pronuncia un discurso con muchas promesas a sus compañeros, promesas sobre grandes riquezas y aventuras. Los demás marineros quedan encantados y no se fijan en el hecho de que este nuevo líder carece de conocimiento alguno en navegación. La alegoría nos demuestra el peligro de una sociedad que se deja seducir por los encantos de una figura que les promete la Luna y las estrellas. Es como el padre que consiente a sus hijos con dulces y helado todos los días para ganarse su cariño, el vendedor de seguros que exagera los beneficios de una póliza para ganarse a un cliente, o el artista de pop que solo toca las canciones que su audiencia quiere escuchar. Toda sociedad está llena de estos personajes lisonjeros y manipuladores, pero es en la política donde los riesgos son mayores. En este terreno, el término adecuado para estos personajes es el de populistas. En pocas palabras, el populista es el político que hace promesas que la gente quiere escuchar. Bajaré los impuestos, frenaré la migración, repartiré las tierras, distribuiré la riqueza, castigaré a los criminales, combatiré al narcotráfico, aumentaré el empleo, y otras promesas que suelen caber en las cartulinas que los simpatizantes usan para sus consignas electorales. Make America Great Again. Take Back Control. Claro, todo político en campaña recurre a tácticas populistas, de lo contrario, nadie votaría por ellos, pero hay algunas diferencias entre los populistas y los políticos que pecan de populismo en su retórica para jalar votos. Platón nos explica que el populista gobierna por propaganda, incluso cuando ya ejerce las funciones de gobierno, pero sus aptitudes no exceden las capacidades del ciudadano común. A decir verdad, el populista es el más astuto de los animales políticos. Está consciente de que el pueblo elige a sus gobernantes, no con el uso del pensamiento crítico sino guiándose por sus emociones, y busca explotar esta ventaja a costa de sus rivales mejor capacitados. Entre más ignorante sea el pueblo, más fácil es apelar a sus prejuicios y sentimientos, porque el lenguaje de las pasiones lo puede hablar cualquiera. "A la democracia no le importa cuáles son los hábitos o las acciones pasadas de sus políticos, siempre y cuando se comprometan a ser los amigos del pueblo," dice Platón. Sin embargo, los días del populista en el poder suelen estar contados, incluso en las sociedades más ingenuas. Lo que nos lleva al siguiente punto... 3. ¡Libertad! ¡Horrible, horrible libertad! En sus diálogos, Platón reconoce que el aspecto más atractivo de la democracia, como forma de gobierno, es su inclinación hacia la igualdad. "Liberté, égalité, fraternité" dice el lema nacional de la República Francesa. "All men are created equal", dice la declaración de independencia de los Estados Unidos. En efecto, la democracia trata a todos sus ciudadanos como iguales, o por lo menos da la impresión de hacer eso. De acuerdo a la lista de "sociedades imperfectas" de Platón, la democracia nace a partir de un proceso revolucionario donde los pobres expulsan a la clase dominante (en esta caso, los oligarcas) y luego escriben una bonita constitución que otorga muchos, muchos derechos, derechos para todos, con el fin de garantizar la libertad política de la ciudadanía, mientras que las oportunidades para ascender en la jerarquía del poder son equitativas. Hay libertad de expresión, libertad para manifestarse, libertad para vivir como se le pegue a uno la gana, lo que nos deja una sociedad anarquista integrada por individuos muy variados. La democracia, en efecto, parece ser la mejor forma de gobierno de todas las que han existido. ¿Quién en su sano juicio optaría por vivir bajo un régimen autoritario luego de experimentar las libertades que brinda la democracia? El problema con todo este exceso de libertad, según Platón, es que los más capacitados para asumir las funciones de gobierno no tienen la compulsión para gobernar (ver la alegoría de la caverna). De la misma manera, no hay justificación para que un ciudadano se someta a la autoridad si no quiere. Goza de tanta libertad que no se siente sujeto a ninguna ley. Pongamos el ejemplo de un líder populista que accede a todas las demandas de la iniciativa privada. Les reduce impuestos, les ofrece créditos, hace recortes a la tasa de interés, pero cuando el gobierno se ve corto en su presupuesto y toca la puerta de los empresarios para pedirles una aportación, lo que sea de su voluntad, aunque sea un poco de la millonada de impuestos que deben, pues se van a hacer los desentendidos. Para Platón, la libertad que ofrece la democracia es como una adicción, y cuando la autoridades se ven obligadas a restringir la dosis de libertad (digamos, con nuevos impuestos, más policías, leyes que limitan el tránsito) entonces la ciudadanía empieza a resentir la presencia de la figura autoritaria, por más minúscula que sea, en el territorio conquistado. Este resentimiento empieza a despertar un espíritu de rebeldía en el pueblo. Por supuesto, las manifestaciones en los países democráticos del tiempo presente suelen ser legítimas, pero... hay algunas protestas que puedo usar para ilustrar el punto que expone nuestro amigo Platón. Un ejemplo reciente son las manifestaciones en Estados Unidos contra las medidas de prevención para evitar los contagios de coronavirus. La sociedad afectada sentía que los encierros eran una imposición del gobierno sobre sus libertades como individuos y era evidente que la mayor parte de los manifestantes pertenecían a uno de los sectores más privilegiados de la sociedad: blancos de clase media. Las autoridades de salud les dijeron, ¿qué te parece si te quedas en casa por un par de semanas más?, y los ofendidos respondieron con rifles semi-automáticos en las puertas de los palacios de gobierno. "Te das cuenta que las mentes de los ciudadanos se han vuelto tan sensibles que cualquier vestigio de restricción es considerado como intolerable", explica Platón a través de Sócrates. "Hasta que finalmente, en su determinación para no tener ningún amo, desobedecen todas las leyes, explícitas o tácitas." Hartos de las promesas sin cumplir de los populistas o molestos con las nuevas restricciones de las autoridades contra sus libertades, la ciudadanía se torna desilusionada con la democracia. En el mejor de los casos, los ciudadanos acostumbrados al sube y baja de este sistema se esperan a las elecciones para emitir sus "votos de castigo" contra los representantes que los decepcionaron (otra reacción emotiva). Pero cuando los pilares de la democracia son frágiles, entonces uno o más sectores de la sociedad son más propensos a llegar a un punto de hartazgo que exige borrón y cuenta nueva. Esto los llevará a buscar una nueva opción en la cual poner sus intereses. Lo que nos lleva, a su vez, al siguiente punto... 4. La tiranía, el 2020 de las sociedades imperfectas. Por todas las críticas que Platón tenía contra la democracia, hay una forma de gobierno que el filósofo griego consideraba todavía peor, por más increíble que parezca. La tiranía. En los siglos V y IV a. C., las ciudades-estado de Grecia vivían bajo la sombra de imperios y países que amenazaban con invadir y conquistar el territorio. Atenas estaba en la mira y los temores de Platón estaban justificados. Después de todo, el mismo filósofo viajó a Sicilia, donde tuvo experiencia de primera mano de lo que es una tiranía al estar sujeto a los caprichos de Dionisio II, gobernador de Siracusa. Platón intentó transmitir las enseñanzas de Sócrates a Dionisio pero no tuvo éxito. Años después pudo regresar a Atenas, donde fundó su Academia. Platón nos explica que la tiranía surge a partir del fracaso de la democracia. El deseo excesivo de libertad desemboca en su caída, acentuada por las decisiones catastróficas de líderes incompetentes y corruptos. Hartos de la democracia, un sector influyente de la población impulsa a un nuevo actor político que, hasta el momento, había permanecido en los márgenes de la vida pública por el extremismo de sus propuestas. Platón predice el ascenso de líderes como Hitler o Mussolini, e incluso de tiranos menores, como Bolsonaro o Trump, hombres que se abrieron paso por las grietas de la democracia para imponer un nuevo orden. Pero no lo hicieron solos. Siempre contaron con una red de apoyo que les facilita nuevas plataformas, más avenidas de comunicación, audiencias más grandes. Y su mensaje empieza a tener eco en la opinión pública. El pueblo escucha sensatez en el discurso demente del "querido líder" y empieza compartir sus mentiras como si fueran hechos: el fracaso de la democracia fue culpa de los extranjeros, de los migrantes, de los judíos, son traidores que conspiraron para saquear la riqueza del pueblo, y patrañas por el estilo. Y bueno, la naturaleza del tirano ya es un tema distinto que sin duda vamos a abordar en otros especiales de filosofía. ¿Deberíamos quemar la democracia? Una vez familiarizados con la crítica de Platón contra la democracia, ¿será prudente darle la vuelta al reloj y regresar a la dictadura de un partido hegemónico, como muchos otros países que han tenido dificultades con sus experimentos democráticos? ¡Obvio no! La democracia tendrá muchos defectos -es una "sociedad imperfecta", después de todo- pero es lo mejor que hay. Ya que cité a Winston Churchill más arriba, vale la pena hacerlo de nuevo, esta vez con una cita que sí puede ser atribuida con certeza histórica al primer ministro: "La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado." Platón tenía muy poca confianza tanto en la clase política como en el pueblo, en lo relativo a la toma de decisiones de gobierno; por lo tanto, invirtió muchos esfuerzos en fundar una escuela que se encargaría de formar a una nueva generación de "guardianes", una clase aristocrática de filósofos que estarían capacitados para asumir las funciones de un jefe de Estado. Mientras tanto, los zapateros son expulsados de las asambleas para ser devueltos a sus zapaterías. Platón estaba tan enamorado de la sociedad utópica gobernada por sus guardianes perfectos egresados de su Academia, que no veía otra forma de alcanzar la felicidad a la que toda sociedad aspira. Pero muchos siglos después, los padres fundadores de Estados Unidos encontraron otra avenida. Retornaron a la democracia de la antigua Grecia y la adoptaron como su forma de gobierno. El detalle es que la nueva nación americana reconoció las trampas de la democracia directa, por lo que hizo una corrección al no poner todo el poder político en manos de la ciudadanía. En su lugar, establecieron la creación de órganos e instituciones de gobierno que representarían la voluntad del pueblo, integrados por profesionales en el arte de la política y la administración pública, así como un sistema de contrapesos que pondría un límite a los alcances de un presidente, un juez o un legislador. Este sistema incluiría más tarde a los partidos políticos, organizaciones que le cerrarían el paso a extremistas o populistas con ambiciones de poder (un modelo que requiere urgentemente de una manita de gato, como es evidente). De tal forma, los estadounidenses diseñaron una democracia que, en teoría, combina lo mejor de los dos mundos: una clase de "guardianes" con experiencia que presenta una serie de opciones a la ciudadanía, y un pueblo que tiene el poder de elegir entre estas opciones, escogidas con mucho cuidado por un grupo de expertos. Pero no es un modelo perfecto. ¿Cómo alcanzar la utopía democrática? Para llegar a esta conclusión, le voy a robar la idea a Ken Taylor en su charla de Ted cuando expone que Platón tenía la mitad de la solución. ¿Recuerdan aquella famosa frase de La República cuando Sócrates dice que una sociedad será capaz de erradicar todos sus males “cuando sus reyes se conviertan en filósofos o los filósofos se conviertan en reyes”? Pues bien, hay que hacerle una ligera corrección a esta cita.
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Historia ¿Por qué no muere la obsesión con Atlántida, la mítica isla que posiblemente jamás existió? La falta de pruebas de su existencia no ha impedido que la gente siga buscándola o insistiendo en que los arqueólogos están implicados en un encubrimiento. Por Erin Blakemore ¿Existió la Atlántida? La historia de una civilización avanzada que desapareció catastróficamente hace mucho tiempo ha sido un señuelo para los cazadores de la Atlántida. Pero los arqueólogos son francos: hay una buena razón por la que nunca la encontraremos. Desde la tumba del Rey Tutankamon hasta los Rollos del Mar Muerto, parece que no hay nada que la comunidad mundial de arqueólogos no sea capaz de desenterrar. Entonces, ¿por qué no han encontrado aún la Atlántida? Es una pregunta que se hacen a menudo arqueólogos como David S. Anderson, que afirma que recibe preguntas sobre la isla continente perdida de Atlántida o Atlantis (en griego antiguo) y su supuesta existencia "a diario". "Es mucho más habitual que la gente me pregunte sobre pseudoarqueología que sobre arqueología normal", afirma Anderson, profesor adjunto de la Universidad de Radford (Estados Unidos) especializado en arqueología maya y mesoamericana. Para Anderson y sus compañeros de gremio, la respuesta es siempre la misma: nunca encontraremos la Atlántida porque es totalmente ficticia. Pero eso no ha impedido que la supuesta existencia de la isla (o continente) perdida despierte la imaginación del público y deje tras de sí miles de años de especulaciones y teorías conspirativas. En este mapa del siglo XVII, con la parte superior orientada hacia el sur, la Atlántida aparece situada entre América (derecha) y África y Europa. Durante la Era de las Exploraciones, los europeos utilizaron la historia de la Atlántida para explicar el origen de las complejas sociedades indígenas que encontraron en América y el Pacífico. Inventar la Atlántida La Atlántida es el tema de películas modernas como Viaje al centro de la Tierra y la reciente serie de Netflix Los Apocalipsis del pasado. Pero la historia es obra del filósofo griego Platón, que presentó la isla en dos de sus diálogos socráticos (Timeo y Critias) del siglo IV antes de Cristo. Platón la llamó Atlantis nêsos, o la "isla de Atlas", y el filósofo no pretendía que representara el pináculo de la humanidad, sino que la civilización isleña fuera un complemento ficticio de la ciudad real de Atenas. En los diálogos de Platón, la Atlántida se presenta como un estado sofisticado que cayó después de que sus arrogantes dirigentes intentaran invadir Grecia. En represalia por el ansia de poder de su pueblo, Platón dice que la Atlántida fue castigada por los dioses, que desencadenaron desastres naturales que la hundieron en el mar, aniquilando lo que quedaba de su poder. "Platón es un mentiroso", afirma Flint Dibble, arqueólogo e investigador Marie-Sklodowska Curie de la Universidad de Cardiff (Reino Unido). "Nunca afirmó que su pretensión fuera escribir historia". Pero aunque los diálogos de Platón incluyen muchas pistas de que la ciudad era imaginaria, incluida la insistencia de los propios personajes del diálogo en que la historia era, en el mejor de los casos, de oídas, la idea de la Atlántida ha alimentado la imaginación desde entonces, junto con las afirmaciones de que era un lugar real cuyos restos contienen pruebas de una civilización perdida y superior. La Atlántida resurge. Cientos de años después de la muerte de Platón, la historia de la Atlántida empezó a resurgir primero en los escritos de filósofos cristianos y judíos, y después en obras especulativas de autores como Sir Francis Bacon, cuya novela La Nueva Atlántida se publicó póstumamente en 1626. En el libro, la Atlántida es una sociedad utópica en una remota isla del Pacífico cuyos habitantes son cultos, humanos y profundamente cristianos. En aquella época, los europeos se enfrentaban a un cambio radical en su visión del mundo, que se estaba expandiendo drásticamente con el aumento de los contactos entre europeos e indígenas en toda América y el Pacífico durante la Era de las Exploraciones.
En lugar de reconocer que los pueblos indígenas podían haber desarrollado civilizaciones propias, señala Anderson, los europeos utilizaron la historia de la Atlántida como posible explicación de las estructuras y sociedades que encontraron en América. Entre ellos se encontraba Charles de Bourbourg, un sacerdote francés que recopiló textos mesoamericanos y relacionó la civilización maya con una Atlántida real. Los escritos de Bourbourg inspiraron a Augustus Le Plongeon, un arqueólogo británico-americano que intentó encontrar la Atlántida en Yucatán a finales del siglo XIX. Le siguió Ignatius Donnelly, un escritor y político estadounidense cuyo libro Atlantis: The Antedeluvian World (Atlántida: el mundo antedeluviano), publicado en 1882, presentaba una teoría unificada de la Atlántida como un continente perdido que había sido destruido por el mismo Diluvio Universal descrito en la Biblia hebrea y cuyos habitantes, tecnológicamente avanzados y sobrehumanos, supuestamente habían dado lugar al nacimiento de civilizaciones modernas en todo el mundo.
¿Utopía perdida? Los acólitos de estos teóricos de la Atlántida del pasado han buscado la isla perdida en el Mediterráneo, el Pacífico, el Atlántico e incluso en Escandinavia. Pero los buscadores de la Atlántida podrían haber ahorrado algo de tiempo, sugiere Dibble, si hubieran empezado (y terminado) su búsqueda en la propia Atenas. "Para empezar, la arqueología griega demuestra por qué la Atlántida no es un lugar real y por qué ni siquiera deberíamos buscarla", afirma Dibble, que ha realizado extensas investigaciones en las antiguas ruinas de Atenas y está escribiendo un libro sobre el mito de la Atlántida. En los diálogos de Platón, el filósofo presenta la Atlántida como un antagonismo de la ciudad-estado de Atenas, pero ni siquiera las características geográficas de su descripción de Atenas concuerdan con el registro arqueológico. "No es algo que tenga un núcleo histórico", afirma Dibble. La ciudad ficticia tampoco aparece en obras de arte de la época de Platón, lo que indica que la Atlántida fue producto de la imaginación del filósofo y no una creencia pública generalizada. (Relacionado: Estas eran las islas fantasma que aparecían en los mapas antiguos) La conspiración que no fue. Sin embargo, la falta de pruebas históricas reales que sustenten la parábola de Platón no ha impedido que la gente continúe su caza e insista en que los arqueólogos ocultan al público pruebas de la ciudad perdida. "La idea de que los arqueólogos oculten algo o no lo publiquen es ridícula", afirma Anderson. "Uno se hace un nombre en arqueología desafiando el statu quo". Tanto para Anderson como para Dibble, contrarrestar la extendida creencia pública en la legendaria isla, y las afirmaciones de una turbia conspiración arqueológica en torno a su ubicación, se ha convertido en una actividad secundaria de sus especialidades arqueológicas, desde los estudios biomoleculares de Dibble sobre isótopos en dientes de animales de la antigua Grecia hasta las excavaciones de Anderson en asentamientos mayas del Preclásico. Ahora forma parte de la carrera de ambos hablar en contra de figuras como Graham Hancock, un autor y presentador de televisión británico que sostiene que los arqueólogos están encubriendo pruebas de que una civilización avanzada similar a la Atlántida existió realmente hace miles de años, y que sus residentes se dispersaron por todo el mundo cuando un cometa se estrelló contra la Tierra, desencadenando una inundación catastrófica. "Si uno cree que el estudio del mundo antiguo consiste en resolver un enigma o desentrañar las pistas de un rompecabezas, está atrapado en un mundo de fantasía creado por escritores de ficción pulp", afirma Anderson. "Es un mundo divertido en el que jugar, pero no es investigación arqueológica real". Además, las afirmaciones sobre la Atlántida no son del todo divertidas. Las especulaciones del siglo XIX sobre la Atlántida ayudaron a inspirar las teorías raciales del nazismo, como la de que el continente era la patria de arios racialmente superiores. Y la insistencia en que una civilización perdida fue la responsable de las magníficas ciudades de la América precolonial resta importancia a los logros reales de los indígenas que las construyeron. "No creo que todos los que creen en esto sean necesariamente racistas o supremacistas blancos, pero [el mito de la Atlántida] refuerza la supremacía blanca", afirma Dibble. Ambos estudiosos añaden que la búsqueda de la Atlántida socava el trabajo de los arqueólogos legítimos, cuyos descubrimientos en todos los continentes pueden pasarse por alto, ignorarse o no creerse debido a la fijación permanente del público en el imaginario.
La Atlántida era la mala. Si el público se interesa por la Atlántida, sugieren los estudiosos, quizá debería centrarse en otras partes de la antigua historia que aún hoy despiertan la imaginación. Para Dibble, que estudia las respuestas de los pueblos antiguos al cambio climático en su época, los desastres naturales inherentes a la historia de la Atlántida demuestran lo fácil que es centrarse en las inundaciones o los terremotos en lugar de en amenazas climáticas más ordinarias, pero igualmente peligrosas, como la sequía y la inseguridad alimentaria. Y para Anderson, merece la pena analizar la historia que Platón realmente intentaba contar, en lugar de perder el tiempo buscando una isla que sólo existió para demostrar un argumento filosófico. "Según Platón, la Atlántida intentaba destruir la civilización", dice Anderson. "La Atlántida era el malo de la historia de Platón". En lugar de obsesionarse con la posibilidad de que la isla existiera, dice el arqueólogo, merece la pena volver a analizar la arrogancia de Platón y los peligros del poder incontrolado, temas que aún resuenan demasiado bien 24 siglos después de que el filósofo contara su historia por primera vez. |
La Atlántida Definición. Mark Cartwright Publicado el 08 abril 2016 La Atlántida es una ciudad legendaria descrita por el filósofo griego Platón (c. 429-347 a. C.) La Atlántida, una civilización increíblemente rica y avanzada, fue tragada por los mares y se perdió para siempre en una historia que ha capturado la imaginación desde siempre. Sin pruebas arqueológicas ni ninguna información sustancial de otras fuentes que no sean Platón, la leyenda plantea más preguntas que respuestas. ¿Existió una Atlántida real? ¿Se basaba la historia en la antigua civilización minoica? ¿El desastre que hizo desaparecer la ciudad fue la erupción del Thera en Santorini, en el Egeo, o acaso la historia entera era una fábula de Platón para ilustrar la gloria de su propia ciudad, Atenas, y presentar un ejemplo moral de lo que pasaba con ciudades que se volvían codiciosas y rechazaban el estado de derecho? Si fue un estado real, ¿quién lo fundó? ¿Por qué se sabe tan poco sobre ella? ¿Dónde está ahora? Todas estas son las preguntas que se plantean sin fin los estudiosos y entusiastas sin llegar nunca a una respuesta satisfactoria. El Timeo de Platón. La historia de la Atlántida aparece por primera vez en el Timeo de Platón, una de sus obras más tardías. El título del diálogo viene de su protagonista, un filósofo pitagórico ficticio del sur de Italia que habla del alma con Sócrates. Sin embargo, este diálogo en particular no es filosófico, sino más bien un ejercicio de sofismo, y contiene un larguísimo monólogo de Timeo sobre la creación del mundo. Se discuten algunas ideas filosóficas, pero surge la sempiterna pregunta sobre cuáles son exactamente las ideas de Platón y cuáles son solo las de sus personajes. De hecho el pasaje sobre la Atlántida aparece pronto en el diálogo, de boca de Critias, un sofista que vivió en torno a entre 460 y 403 a. C. Es importante notar que Critias, como todos los sofistas (como explicaba el propio Platón en su diálogo de Fedro), presenta sus ideas con exageraciones y adornos para captar la atención del oyente y transmitir tan solo la esencia de esas ideas. Todo es opaco, no hay nada exacto. Hay que adoptar cualquier medio literario necesario para expresar las ideas filosóficas complejas y hacerlas más comprensibles. Tal vez haya que tener esto presente a la hora de leer el mito de la Atlántida. PLATÓN USA CUALQUIER MEDIO LITERARIO NECESARIO PARA EXPRESAR MEJOR SUS IDEAS FILOSÓFICAS. TAL VEZ HAYA QUE TENER ESTO PRESENTE A LA HORA DE LEER EL MITO DE LA ATLÁNTIDA. La historia de Critias viene introducida por otro invitado, Hermócrates (un general histórico de Siracusa) que le insta a Critias a contar su historia "que se remonta mucho tiempo atrás" (20d). Critias empieza por enfatizar que su historia es cierta y que Solón da fe de ella, el estadista y poeta griego que vivió en torno a 640 a 560 a. C. Critias reconoce que su historia "es muy extraña, pero aun así, todo lo que cuenta es verdad" (20d). Dice que Solón se la contó a su amigo Dropides, el tatarabuelo de Critias, y que ha ido pasando de generación en generación. Solón, nos cuenta, oyó la historia en sus viajes en Egipto, específicamente de eruditos sacerdotales en Sais, que habían querido ponerla por escrito pero no habían tenido oportunidad. A Critias le gustaría contar la historia porque representa uno de los más grandes logros de Atenas pero que, por desgracia, se ha perdido con el tiempo debido a su antigüedad, según los sacerdotes egipcios, 9000 años antes de Platón. Critias describe este gran logro de la antigua Atenas al repetir las palabras del sacerdote que hablaba directamente a Solón:
Después Critias explica que la discusión con Sócrates del día anterior (posiblemente la República) y la charla sobre la ciudad ideal y las instituciones políticas propuestas por el gran filósofo le habían recordado la historia. Después propone usar la historia como la base de la discusión de ese día. Sócrates accede ya que en ese momento se está celebrando la diosa patrona de la ciudad de Atenas, Atenea, y además, "no es invención, sino una historia verdadera" (26e), dice Sócrates. Sin embargo, el hecho es que la Atlántida no se vuelve a mencionar y Timeo procede a dar un largo discurso sobre el origen del universo y la humanidad. Ninguno de los demás personajes vuelve a hablar. El Critias de Platón La historia de la Atlántida vuelve a surgir, más detalladamente en el Critias de Platón, el diálogo que lleva el nombre del sofista que contaba la historia en el Timeo. Esta obra continúa la conversación del Timeo, y ahora Critias presenta las teorías del Estado ideal de Platón dentro del contexto de una ciudad real, la Atenas de hace 9000 años. Así mostrará cómo estas instituciones permitieron a los atenienses derrotar a una civilización tecnológicamente avanzada como era la de la Atlántida y seguir prosperando después. El diálogo está incompleto, ya que el discurso de Critias no llega a la guerra entre Atenas y la Atlántida y se pierde a mitad de la historia, y un cuarto personaje, Hermócrates, no llega a hablar, a pesar de que Sócrates indica al principio que sí que hablaría. Critias empieza así su discurso:
La Atlántida vuelve a aparecer varias páginas después de una descripción de cómo los dioses Atenea y Hefesto fueron nombrados gobernantes de Atenas, de los primeros años de la ciudad y de sus antiguos reyes: Y fue así como Poseidón recibió como uno de sus dominios la isla de la Atlántida y construyó allí residencias para los hijos que tuvo con una mujer mortal en cierto lugar de la isla que describiré ahora. (ibídem 113c) Y aquí encontramos una larga descripción de la Atlántida. La isla era montañosa y surgía del mar. Tenía campos fértiles con una colina central rodeada de anillos de tierra y mar, creados por Poseidón para proteger a su pueblo. Se dice que el primer rey fue Atlas, por lo que la tierra se llamó Atlántida y el océano que la rodeaba, Atlántico. La raza prosperó a lo largo de muchas generaciones y conquistó las tierras alrededor del Mediterráneo. La tierra de la Atlántida producía árboles, metales, comida abundante, y estaba habitada por muchas criaturas, incluidos elefantes. La gente de la Atlántida vivía bien, domesticaron animales, regaban las cosechas, las ciudades se construían con puertos y grandes templos, puentes y canales amurallados y se construyeron puertas para unir los anillos de mar en torno a la isla. Estas últimas estaban decoradas con bronce y estaño; tal era la abundancia de recursos. En el centro de la ciudad había un templo a Poseidón rematado totalmente en plata, con un techo de marfil. El complejo entero estaba además rodeado de un muro de oro macizo, decorado con estatuas doradas. La ciudad tenía fuentes de agua fría y caliente, baños, gimnasios, un hipódromo y una enorme flota de barcos de guerra. La población era enorme y el ejército podía llenar 10 000 carros. Después se describen las prácticas religiosas, en las que cazaban y sacrificaban toros. Sencillamente la raza de la Atlántida era la más numerosa, avanzada tecnológicamente, poderosa y próspera jamás vista. Y a pesar de todo, su desaparición sería rápida y dramática: Sin embargo, estaban saciados de una desproporcionada ansia de poder y posesiones. Pero Zeus, como dios de los dioses que gobernaba como rey de acuerdo a la ley, podía ver claramente el estado en que se encontraban y observó a esta noble raza postrada en este estado abyecto y decidió castigarlos y volverlos más cuidadosos y armoniosos como resultado de este castigo. Con este fin, convocó a todos los dioses a su más noble morada, que se alza en medio del universo y observa todo lo que forma parte de la creación. Y cuando los hubo reunido a todos dijo... (ibídem, 121b-c) Y aquí se interrumpe la historia y se termina el texto del Critias. Sin embargo, sabemos gracias a referencias previas en el Critias y el Timeo que la Atlántida fue derrotada por los atenienses en una guerra y que se hundió en el mar a causa de terremotos e inundaciones, y nunca más volvió a ser vista. Interpretación de la Atlántida Así que Platón, al menos aparentemente, presenta la historia de la Atlántida tan solo para demostrar que la antigua Atenas era una gran ciudad y que sus gentes, con la ley en la mano, pudieron defender su libertad frente a una potencia extranjera agresora. Al menos, esa es la intención de Critias el personaje. Ciertamente, la historia también tiene parte de moraleja, que es que la avidez por la riqueza y el poder tan solo traen destrucción. Como metáfora, la historia de la Atlántida y la victoria de Atenas puede que representen la Batalla de Maratón en 490 a.C., momento de la famosa derrota de los invasores persas de Darío por parte de los griegos. La metáfora de los griegos luchando contra "bárbaros" representados como criaturas míticas tales como centauros ya era evidente en el arte griego anterior a Platón. ¿Acaso el "forzados a defenderse solos" hace referencia a la ausencia de los espartanos en Maratón? ¿Y qué hay de la localización física de la Atlántida? Muchos consideran que la isla y su desaparición están inspiradas en la erupción volcánica, los terremotos y los consecuentes tsunamis en la isla griega de Thera en el Bronce tardío, que destruyeron esa cultura en particular y hundieron la mayor parte de la isla. Thera, con sus extensas rutas comerciales y su arte sin duda habría estado considerada como avanzada y próspera entre las civilizaciones contemporáneas. ¿Qué mejor manera de recordar esta estremecedora extinción que con un colorido mito? Las escarpadas montañas de la descripción de la Atlántida sin duda encajarían con la isla volcánica, pero su tamaño y su localización en el Atlántico no se ajustan a Thera. Además, también se menciona la caza y el sacrificio de toros en la Atlántida. ¿Puede que sea esto una referencia a la práctica bien documentada de la Creta minoica, en la que la taurocatapsia, la adoración de los toros y la iconografía relacionada permean los registros arqueológicos? El siguiente diálogo de Platón, según muchos eruditos, se tituló Minos (¿coincidencia?) en honor al rey legendario de la isla, admirado por Platón por su habilidad como legislador. Autores posteriores Otros escritores de la antigüedad posteriores a Platón se interesaron por la historia de la Atlántida, primero en Crantor (c. 335-275 a. C.). Crantor era un filósofo de la Academia de Platón que escribió un comentario célebre sobre el Timeo y consideraba que la historia de la Atlántida era cierta literalmente. La Atlántida vuelve a aparecer en la obra del biógrafo griego Plutarco (c. 45 - c. 125 d.C.) que repite en su biografía de Solón que el famoso legislador había querido documentar la historia para la posteridad: Solón también intentó escribir un largo poema sobre la historia o la leyenda de la desaparecida Atlántida, porque el tema, de acuerdo con lo que había oído de los sabios de Sais en Egipto, tenía una conexión especial con Atenas. Sin embargo, acabó abandonándolo, no por falta de tiempo, como sugiere Platón, sino por su edad y porque temía que fuera demasiado trabajo para él. (Solón, 75) Y así ocurre una y otra vez a lo largo de los siglos, pasando por el Renacimiento y La Nueva Atlántida de Francis Bacon, la Utopía de Thomas More y llegando hasta la actualidad con incontables adaptaciones, reformulaciones y teorías que van desde lo verosímil hasta lo ridículo, expuestas, debatidas, rechazadas y vueltas a debatir. La historia de la Atlántida deja muchas preguntas para las cuales las únicas respuestas son hipótesis tentadoras. En consecuencia, haríamos bien en recordar que Platón no era un historiador sino un filósofo, que a menudo usaba símiles y metáforas para expresar sus pensamientos y que, según sus propias palabras, expuestas a través de Critias: "Supongo que es inevitable que todo lo que hemos dicho sea una especie de representación y un intento de semejanza". (Critias 107b). Bibliografía Hornblower, S. The Oxford Classical Dictionary. Oxford University Press, 2012. Plutarch. The Rise and Fall of Athens. Penguin Classics, 1960. |
Columnas, Opinión Irving Gatell/ El Judaísmo y el rescate del mundo de las garras de Platón. 13 de agosto 2020 – La filosofía no es una disciplina inocua. Su efecto sobre las sociedades humanas puede ser tan benéfico como nocivo, y a veces no reparamos en ciertas sutilezas que, a la larga, pueden resultar muy perniciosas. Algo así ha sucedido con ciertos aspectos de la filosofía de Platón. Pero no hay problema: en los peores momentos, ahí estuvo el Judaísmo para salvar la tarde. La filosofía fue la primera gran revolución intelectual que trató de ofrecer a la humanidad una comprensión razonable del universo. En la antigüedad, todo nuestro entendimiento de la naturaleza estaba definido por el pensamiento mágico propio de las religiones politeístas. Este era un esquema en el que no buscábamos comprender la relación entre las causas y los efectos, sino que todo lo explicábamos como interferencia de los dioses, que lo mismo eran responsables de las cosas buenas o malas que nos sucedían. La filosofía de la Escuela Eleática vino a cambiar esa ecuación. Su principales exponentes fueron Parménides, Zenón, Jenófanes y Meliso de Samos. Una de sus principales aportaciones fue la insistencia en que la verdad de las cosas sólo se obtenía por medio del razonamiento. Parece una idea muy lógica y elemental, pero en su momento fue de una gran trascendencia, ya que su implicación directa era que las cosas tenían una causa y un efecto, y estos podían ser entendidos de manera racional. De ese modo, el intelecto humano empezó a ganarle terreno a los dioses. En el transcurso de los siguientes 150 años, dos filósofos de capital importancia para la Historia se vieron altamente influenciados por esta noción: Pitágoras y Platón. No cabe duda de que fueron mentes brillantes. Sin embargo, hay que estar conscientes de una realidad: vivieron en una época muy lejana a lo que llamamos conocimiento científico. Así que hay que entender su qué hacer filosófico como producto de su tiempo. Dicho de otro modo, Pitágoras y Platón vivieron en una época en la que los seres humanos no entendíamos cabalmente la importancia de la experimentación para la construcción de verdadero conocimiento. Es decir, estábamos muy lejos todavía de conceptualizar el Método Científico. Por ello, ambos se mantuvieron apegados a la idea de que “la verdad” se conocía exclusivamente por medio del razonamiento. Platón lo explicaría de un modo elegante: los sentidos nos servían para entrar en contacto con los fenómenos físicos, pero las ideas sólo las podíamos conocer por medio del intelecto. Hay que destacar que el concepto de “idea” en la filosofía platónica es de la mayor relevancia. Tanto él como Pitágoras entendían el mundo físico no como la última realidad, sino apenas como una proyección o sombra de la verdadera realidad (valga la redundancia). Para Pitágoras, dicha realidad eran los números; para Platón, las ideas. Sin negar que ambos hicieron propuestas intelectuales notables (como el Teoremo de Pitágoras o la filosofía política de Platón), lo cierto es que también provocaron un problema: nos inculcaron la conflictiva idea de que los eventos físicos no eran la última realidad. Aristóteles, discípulo de Platón, fue el primero en rebelarse contra esta noción, y en su monumental obra filosófica propuso que la esencia y la forma (o la idea y el fenómeno) conformaban una unidad indisoluble. Es decir, se separó de la idea pitagórica o platónica de que la realidad estaba fuera del mundo físico. Curiosamente, el de Aristóteles fue un enfoque muy similar al que el Judaísmo de ese tiempo ya tenía bien trabajado: alma y cuerpo no son entes disociados, sino indivisibles. La realidad tiene una dimensión espiritual, pero no es ajena a la material. Al contrario: nuestro único contacto con la realidad se da en el mundo material. A la larga, la civilización occidental cayó bajo la tutela del pensamiento platónico. Plotino fue el responsable. Filósofo del siglo III, es el mayor exponente del Neo-Platonismo, y su influencia en el pensamiento medieval fue decisiva. Llevando las ideas de Platón hasta sus últimas consecuencias, fue quien explicó de modo explícito que este mundo físico no era “la realidad”. El daño que esta idea provocó en la sociedad occidental, heredera del mundo greco-latino, fue terrible. Fue la base de la idea de que el ser humano debía soportar pacientemente el sufrimiento en esta vida, con tal de “ganar el cielo”. Idea que parece linda, pero que siempre fue aprovechada por los tiranos para imponer su control sobre la gente. Fueron dos las personas que vinieron a cambiar esta situación en la Edad Media: Averroes y Maimónides, ambos contemporáneos (nacidos apenas con 12 años de diferencia). Ellos fueron los responsables de reintroducir el aristotelismo en el pensamiento occidental. Averroes tuvo una ventaja singular en ese aspecto: en una época en la que las obras de Aristóteles se habían perdido en occidente, este notable filósofo árabe-español creció en un ambiente intelectual en el que Aristóteles era conocido gracias a las copias en árabe que había de sus obras. Este mismo ambiente influyó de manera determinante en Maimónides (judeo-español), con la ventaja extra de que el Judaísmo Sefardita de la época se convirtió en el puente entre las culturas islámica y cristiana. De ese modo, estos dos autores fueron el gran impulso para que la filosofía aristotélica se volviera a sentir entre las élites intelectuales europeas. El proceso lo culminó un monje cristiano, cumbre de la filosofía escolástica y autor básico de la teología católica moderna: Tomás de Aquino. Nacido casi un siglo después de Averroes y Maimónides, este destacado pensador eclesiástico logró imponer a Aristóteles como norma en un mundo que, hasta entonces y por culpa de Plotino, había sido netamente platónico. Con ello, los pensadores occidentales recuperaron la noción de que lo que sucede en el mundo físico es la realidad. El cambio fue sutil, pero decisivo. Por supuesto, tuvieron que pasar siglos para que eso rindiera frutos destacados. Sin embargo, el proceso era irreversible. Las tensiones ideológicas se acumularon al interior de la iglesia, y llegaron a su punto máximo con la Reforma Protestante. Lutero, Calvino, y otros líderes reformistas, no estaban particularmente interesados en dirimir controversias filosóficas entre platonismo y aristotelismo, pero al provocar el rompimiento de la hegemonía ideológica de la Iglesia de Roma, abrieron la puerta a que cada vez más intelectuales se arriesgaran a reflexiones más libres. Ese fue el ambiente óptimo para la aparición de la Filosofía Racionalista, la primera que dio pasos decisivos hacia la conformación de un tipo de razonamiento verdaderamente científico. Rene Descartes y Francis Bacon fueron los primeros en publicar sendas obras sobre este tema, y en ellas consolidaron las primeras versiones —muy rudimentarias todavía, pero sin duda importantes— del Método Científico. Luego llegaron las aportaciones de Blais Pascal y, finalmente, el monumental trabajo filosófico del judío sefardita holandés Baruj Spinoza. Aunque las aportaciones de estos pensadores no fueron plenamente comprendidas y asimiladas en su momento, el impacto que causaron poco a poco fue transformando el mundo intelectual europeo, y fueron la base para que la ciencia lograr su emancipación plena a partir de finales del siglo XIX. Una vez que se perfeccionaron los criterios de investigación científica, siempre basada en la experimentación, el razonamiento científico se emancipó por completo de los criterios filosóficos platónicos. Los resultados son evidentes: es justo a partir de entonces que los seres humanos hemos sido capaces de transformar nuestra realidad. Y por “realidad” me refiero, obviamente, a la realidad física, la única que le interesa a la ciencia. Cierto que muchos de estos avances fueron torpes y contraproducentes (por ejemplo, como todo aquello que ha contaminado al planeta). Pero otros fueron notables y sumamente benéficos (como los avances en medicina y alimentación que han elevado las expectativas de vida de la humanidad a niveles nunca vistos en la Historia). Y todo comenzó con un filósofo griego —Aristóteles— que se dio cuenta que la Doctrina de las Ideas de su maestro Platón era incorrecta. Pero los cambios no se hubieran dado sin la intervención de Maimónides, el titán intelectual que sirvió como puente para que el aristotelismo impactara de lleno en Europa. Es cierto que Averroes y Tomás de Aquino jugaron un papel importante en este proceso, pero también es cierto que ellos son los representantes de los dos polos extremos (la cultura islámica y la cultura cristiana) en la Edad Media. Maimónides —sinécdoque del Judaísmo Sefardita— es el puente que los une. Y es lógico: tenía que ser el Judaísmo Español, atrapado en medio de esos dos mundos, el que se convirtiera en el enlace que permitió la recuperación del racionalismo aristotélico en Europa, que vino a ser el germen del Racionalismo Filosófico que luego dio a luz la Ilustración y el Razonamiento Científico. Y todo, gracias a algo tan sencillo y natural para el pueblo judío: la realidad es lo que es, y la única manera de cambiarla es aceptándola. De hecho, esa es la premisa fundamental del Judaísmo Rabínico: la Halajá. Literalmente, el correcto modo de caminar. Es decir, el modo en el que construyes tu realidad, en el aquí y el ahora. Judaísmo: siempre presente para ayudar a la humanidad cuando más falta le hace. |
Platón nació hacia el año 427 a. C. en Atenas o en la isla de Egina, en el seno de una familia aristocrática ateniense. Era hijo de Aristón, quien se decía descendiente de Codro, el último de los reyes de Atenas, y de Perictione, cuya familia estaba emparentada con Solón. Era hermano menor de Glaucón y de Adimanto, hermano mayor de Potone (madre de Espeusipo, su futuro discípulo y sucesor en la dirección de la Academia) y medio-hermano de Antifonte (pues Perictione, luego de la muerte de Aristón, se casó con Pirilampes y tuvo un quinto hijo). Critias y Cármides, miembros de la dictadura oligárquica de los Treinta Tiranos, que usurpó el poder en Atenas después de la guerra del Peloponeso, eran, respectivamente, tío y primo de Platón por parte de su madre. En consonancia con su origen, Platón fue un acérrimo antidemócrata (véanse sus escritos políticos: República, Político, Leyes); con todo, ello no le impidió rechazar las violentas acciones que habían cometido sus parientes oligárquicos y rehusar participar en su gobierno. Nombre Su nombre verdadero fue Aristocles. «Platón» fue, al parecer, el apodo que le puso su profesor de gimnasia y que se traduce como aquel que tiene anchas espaldas, según recoge Diógenes Laercio en Vida de los filósofos ilustres. |
medallas de Platón. |
Medalla de Platón |
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