—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 30 de diciembre de 2013

237.-Comentario al Sueño de Escipión.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 


Comentario al Sueño de Escipión.



El Universo con la tierra en el centro.


Fernán Pérez de Oliva y su Tratado de la Dignidad del Hombre
06/12/2018
jcfdez

El libro “El Sueño de Escipión”, de Macrobio (finales del siglo IV d.C.) es una obra admirable por su filosofía y hermetismo. Comenta un pasaje de la República de Cicerón haciendo disquisiciones sobre el Alma del Mundo y las correspondencias entre el Cielo y la Tierra, entre el Macrocosmos (Universo) y el Microcosmos (ser humano).

En él hallamos la afirmación:

“A aquel Dios Supremo que rige todo el universo, nada le resulta más agradable, al menos de cuanto sucede en la Tierra, que las asociaciones y reuniones de hombres en virtud del vínculo del derecho, que reciben el nombre de ciudades.”

Evidentemente de ciudades que se pertenecen a sí mismas, que no son arrasadas por los vientos apestados de la indolencia, la corrupción, y el maltrato a la dignidad humana. De ciudades en que los vínculos entre los seres humanos son de armonía, cooperación y afecto mutuo, y no de subyugación y esclavitud moral. En una ciudad de verdad los vínculos son de verdad humanos y no de otra naturaleza: animal, vegetativa o de simple resistencia frente a lo externo, como las piedras. Estos vínculos lo son también, y sobre todo, con la historia de esta ciudad, con sus hazañas, con sus victorias ante la adversidad, y con sus héroes, con sus almas insignes, brillando con luz propia, los “padres espirituales” de la ciudad. La ciudad que no honra a sus héroes, que no se vincula con espíritu de gratitud ante los mismos, se desmorona, como los castillos de arena en la playa, al llegar el embate de las aguas. Renovar vínculos con ellos, con la historia, es renovar vínculos con el Alma de la Ciudad, o sea, con lo que en ella hay de eterno, de permanente, de inspirador, más allá de las turbulencias del siglo.

Uno de estos personajes es, en la ciudad de Córdoba donde nació, Fernán Pérez de la Oliva. Tío del también humanista Ambrosio Morales –y quien editaría sus libros- vio la luz en torno al año 1494, y muere joven en el 1531, siendo Rector de la Universidad de Salamanca, donde también ejerció de catedrático de teología, de filosofía natural y moral.

De noble familia, estudió tres años en esta universidad, uno más en la de Alcalá, amplió sus conocimientos en París, y luego tres años en Roma[1], protegido del Papa León. Como buen renacentista, no sólo estudió las letras, sino también la naturaleza y sus leyes, y la relación del mundo sensible con el ideal, en sus obras: De lumine specie, De magnete (un tratado sobre el imán), tradujo, adaptando la Electra de Sófocles, y la Hécuba de Eurípides, dramas en que el ser humano recupera todo su poder y libertad. También adaptó el Anfitrión de Plauto.

Escribió numerosos diálogos, editados después de su muerte, como el del “Uso de las Riquezas” (inconcluso), o “Sobre la Castidad”, o el “Diálogo entre la Piedra, la Aritmética y la Fama”. Se sabe que escribió una biografía sobre Cristóbal Colón, por desgracia perdida, y un ensayo sobre la lengua castellana, e incluso un libro sobre “Navegación en el Guadalquivir”. Su genio imaginativo le hizo adivinar, incluso, cómo el magnetismo podría ser usado en la comunicación a distancia, la misma idea con la que Nikola Tesla mudó la faz del mundo. Escribió también poemas, por ejemplo, una elegía en que lamenta el saqueo de Roma, en boca del mismo Papa Clemente VII.

De todos modos, su obra más famosa es su “Diálogo de la Dignidad del Hombre”, con el mismo título y espíritu que la obra de Pico de la Mirándola, que conmocionó su siglo. Como en esta obra, el ser humano es hijo de Dios, y por lo tanto, perfecto, aunque sólo en potencia, y debe, por tanto, hacerse a sí mismo, ser rey de sí mismo. La obra no ha salido terminada de las manos de Dios, ahí residen la libertad y dignidad humanas:

“El libre albedrío es aquel por cuyo poderío es el género humano señor de sí mismo y cada hombre tal cual él quisiere hacerse.”

Porta en sí el fuego de los Dioses o del Cielo, el legado de Prometeo, por lo que sus inventos son una muestra, una prueba de esta razón divina, que nos permite idear, concebir lo que aún no existe: crear, en definitiva.

En este opúsculo aparecen tres personajes. No se puede decir que sea un diálogo, pues, hecha la presentación, expone uno, el otro contra argumenta y el tercero sentencia. No hay una sucesión de preguntas y respuestas.

Aurelio es el filósofo pesimista, para quien la mejor felicidad es no haber nacido. Es pues una visión medieval, en que el mundo es un valle de lágrimas y la vida un acto de purificación, y el hombre un juguete en las manos de Dios. La vida es una sucesión de miserias y males que atormentan al alma, y cada edad humana arrastra a su propia cámara de torturas.

Antonio representa la visión renacentista, exaltando la dignidad humana “por no haber criatura más excelente que el hombre ni que más contento deba tener por haber nacido”. Pondera los bienes del alma, infinitamente superiores a las miserias del cuerpo, que sólo a este afectan pero no a nuestra íntima esencia, que es libre e hija de Dios, aunque se forja a sí misma en su lucha contra el Destino.

Dinarco –palabra sugerente, pues es un sabio anciano, y su nombre significa, literalmente, “la fuerza de los inicios”, o “el primer poder”-no dice quién tiene razón, sino que valora las dos interpretaciones. Agradece a Antonio por “conocer y representar lo que Dios ha hecho por el hombre” y a Aurelio, “pues en causa tan manifiesta hallaste con tu agudeza tantas razones para defenderla”, insinuando así que los dos tienen razón, cada uno desde su perspectiva.

Esta obra nos recuerda al debate que sostuvieron dos jesuitas en Roma, más de un siglo después, frente a la reina Cristina de Suecia. Uno de ellos era quizás el mayor orador de su tiempo, el Padre Antonio de Viera, a quien Fernando Pessoa llama “emperador de la lengua portuguesa”. La polémica, didáctica, y como ejercicio del alma, versó sobre qué es mejor ante la vida, llorar como lo hacía el filósofo Heráclito (de Éfeso) o reír con Demócrito. Ambos defendieron su papel, y el padre Antonio de Viera lo hizo de la versión pesimista, en un discurso realmente notable y que recomiendo al lector.

En el diálogo inicial, en un verde prado florido, y junto a una fuente deleitosa, el protagonista, Antonio, hace un bello elogio de la soledad interior, tan necesaria para el filósofo para restituirse en sí mismo, en sus verdaderas fuerzas:

“Porque cuando a ella venimos alterados de las conversaciones de los hombres, donde nos encendimos en vanas voluntades, o perdimos el tino de la razón, ella nos sosiega el pecho y nos abre las puertas de la sabiduría para que, sanando el ánimo de las heridas que recibe en la guerra que entre las contiendas de los hombres trae, pueda tornar entero a la batalla. Ninguno hay que viva bien en compañía de los otros hombres si muchas veces no está solo contemplando qué hará acompañado; porque del mismo modo que los artífices piensan primero sus obras antes de poner sus manos en ellas, así los sabios antes de obrar han de pensar primero qué han de hacer, y qué razón han de seguir. Y si esto consideras, veras que la soledad es tan amable, que debemos ir a buscarla donde quiera que la podamos hallar.”

Llaman la atención las palabras de Aurelio, cuando dice a las claras que muchas de las luminarias -planetas o estrellas, no especifica- son mayores que nuestra propia Tierra. La Inquisición no debía estar muy alerta, o mejor, como la obra fue editada cuando el autor estaba ya bajo tierra, no debió ver “carne que quemar” y prefirió no remover el asunto, que afectaba nada más ni nada menos que a un sacerdote, y que había sido rector de la Universidad de Salamanca. Recordemos que la astronomía árabe nos dio, en algunos de sus textos, la medida casi exacta de la Tierra (la de Eratóstenes, que luego fue deformada, adulterada, en la Edad Media), la distancia casi exacta al Sol  (ciento ocho soles es la separación entre nuestra morada y el Astro Rey) y el tamaño del Sol con una precisión asombrosa (ver por ejemplo a Ibn Arabí, en su “Engastes de la Sabiduría”).

En la visión cosmológica de los 4 Elementos, el Aire y Fuego son puros, y ahí moran las almas de los justos, tras la muerte, pero el Agua y la Tierra son impuros, ambos forman el barro, de ahí que Aurelio diga que:

“Nosotros estamos acá, en la hez del mundo y su profundidad, entre las bestias, cubiertos de nieblas, hechos moradores de la tierra donde todas las cosas se truecan con breves mudanzas; comprehendida en tan pequeño espacio, que sólo a un punto parece comparada a todo el mundo, y aún en ella no tenemos licencia para toda.”

Aurelio se esfuerza en demostrar que somos los seres más miserables de la naturaleza, pues todo tiene un instinto que le protege, o capacidades propias para sobrevivir y el hombre nace casi desprovisto de cualquier facultad:

“A unos cubrió de pelos, a otros de pluma, a otros de escama y otros nacen en conchas cerrados; mas el hombre tan desamparado, que el primer don natural que en él hallan el frío y el calor es la carne. Así sale al mundo como a lugar extraño, llorando y gimiendo como quien da señal de las miserias que viene a padecer.”

A ello responde Antonio enumerando las cualidades del espíritu que demuestran que somos hijos de Dios y de este modo, reyes de la Naturaleza. Así lo vemos, por ejemplo, en los siguientes párrafos:

“Considerando señores, la composición del hombre –de quien hoy he de decir-, me parece que tengo delante de los ojos la más admirable obra de cuantas Dios ha hecho, donde veo no solamente la excelencia de su saber más representada que en la gran fábrica del cielo, ni en la fuerza de los elementos, ni en todo el orden que tiene el universo; mas veo también como en espejo claro el mismo ser de Dios y los altos secretos de su Trinidad”

“Así como Dios tiene en su poderío la fábrica del mundo, y con su mando la gobierna, así el ánima del hombre tiene el cuerpo sujeto, y según su voluntad lo mueve y lo gobierna; el cual es otra imagen verdadera de aqueste mundo a Dios sujeto. Porque como son estos elementos de que está compuesta la parte baja del mundo, así son los humores en el cuerpo humano, de los cuales es templado. Y como veis el cielo ser en sí puro y penetrable de la lumbre, así es en nosotros el leve espíritu animal situado en el cerebro y de allí a los sentidos derivado: tiene ánima a Dios semejante, y cuerpo semejante al mundo; vive como planta, siente como bruto y entiende como ángel. Por lo cual bien dijeron los antiguos que es el hombre menor mundo [microcosmos] cumplido de la perfección de todas las cosas. Como Dios en sí tiene perfección universal.”

“En el ánima lo representa más verdaderamente; la cual es incorruptible y simplicísima, sin composición alguna, toda en un ser como es Dios, y en este ser tres poderíos tiene con que representa la divina Trinidad. El Padre, soberano principio universal de donde todo procede, en contemplación de su divinidad engendra al Hijo, que es su perfecta imagen; la cual, Él amando, y siendo de ella amado, procede el Espíritu Santo como vínculo de amor. Así con gran semejanza el ánima nuestra, contemplando, engendra su verdadera imagen, y conociéndose por ella, produce amor. De esta manera, con su memoria, con que hace la imagen; y con el entendimiento, que es el que usa de ella; y con la voluntad, adonde mana el amor, representa a Dios: no sólo en esencia, sino también en Trinidad.”

Y uno de los argumentos más actuales, en su dimensión ecológica se dan en el debate de cómo vive el ser humano, pues en las plantas y animales hay un instinto que preserva el equilibrio, pero la inteligencia y astucia humana pueden forzar ese proceso, si no es, como dice Aurelio que el ser humano si vive es violentando la Naturaleza:

“Y aun en esta miserable condición que pudimos alcanzar vivimos por fuerza, pues comemos por fuerza que a la tierra hacemos con sudor y hierro, porque nos lo de; nos vestimos por fuerza que a los otros animales hacemos, con despojo de sus lanas y sus pieles, robándoles su vestido; nos cubrimos de los fríos y las tempestades con fuerza que hacemos a las plantas y a las piedras, sacándolas de sus lugares donde tienen vida. Ninguna otra cosa nos sirve ni aprovecha de su gana, ni podemos nosotros vivir sino con la muerte de las otras cosas que hizo naturaleza: aves, peces y bestias de la tierra, frutas y hierbas y todas las otras cosas perecen para mantener nuestra miserable vida, tanto es violenta cosa y de gran dificultad poderla sostener.”

A lo que Antonio responde con argumentos eclesiásticos que vistos desde el siglo XXI nos parecen aterradores, peligrosos en su fundamento, y justificadores de todo tipo de ignominia, como si el ser humano fuera un cáncer o virus que puede devorar la Tierra entera e irse luego a invadir otras, o como si todo estuviera porque sí a nuestro servicio, déspotas de la Creación entera, en vez de partes de ella, con una inteligencia con las que debemos preservar su armonía y equilibrio: “Ayuda a la Naturaleza y con ella trabaja”, como dice el libro Voz del Silencio.

“Y lo que tú dices que hacemos a todas las cosas fuerza para vivir nosotros, vanas querellas son, pues todas las cosas del mundo vienen a nuestro servicio no por fuerza, sino por obediencia que nos deben, (…) Y pues Dios es señor universal, el nos pudo dar sus criaturas, y dadas, nosotros usar de ellas según requiere nuestra necesidad. Las cuales no reciben injuria cuando mueren para mantener la vida del hombre, mas vienen a su fin para que fueron criadas.”

Incluso un don divino como es el entendimiento es contemplado desde una doble perspectiva:

“Consideremos primero cuánto vale el entendimiento, que es el sol del alma que da lumbre a todas sus obras. Éste, si bien miráis, aunque alabado y suele por él ser ensalzado el hombre, más nos fue dado para ver nuestras miserias que para ayudarnos contra ellas: éste nos pone delante los trabajos por donde tenemos pasado; éste nos muestra los males presentes y nos amenaza con los venideros antes de ser llegados. Mejor fuera, me parece, carecer de aquesta lumbre, que tenerla para hallar nuestro dolor con ella; principalmente pues tan poco vale para enseñarnos los remedios de nuestras faltas.” Esta es, claro, la pesimista de Aurelio.

Y la optimista de Antonio, que hace del entendimiento la llama que nos convierte en Dioses:

“Hablemos ahora del entendimiento, que tú tanto condenas. El cual, para mí es cosa admirable cuando considero que aunque estamos aquí –como dijiste- en la hez del mundo, andamos con él por todas partes: rodeamos la tierra, medimos las aguas, subimos al cielo, vemos su grandeza, contamos sus movimientos y no paramos hasta Dios, el cual no se nos esconde. Ninguna cosa hay tan encubierta, ninguna hay tan apartada, ninguna hay puesta en tantas tinieblas, donde no entre la vista del entendimiento humano para ir a todos los secretos del mundo; hechas tiene sendas conocidas, que son las disciplinas, por donde lo pasea todo. No es igual la pereza del cuerpo a la gran ligereza de nuestro entendimiento, ni es menester andar con los pies lo que vemos con el alma. Todas las cosas vemos con ella, y en todas miramos, y no hay cosa más extendida que es el hombre que, aunque parece encogido, su entendimiento lo engrandece. Éste es el que lo iguala a las cosas mayores; éste es el que rige las manos en sus obras excelentes; éste halló el habla con que se entienden los hombres; éste halló el gran milagro de las letras, que nos dan facultad de hablar con los ausentes y de escuchar ahora a los sabios antepasados las cosas que dijeron. Las letras nos mantienen la memoria, nos guardan las ciencias y, lo que es más admirable, nos extienden la vida a largos siglos, pues por ellas conocemos todos los tiempos pasados, los cuales vivir no es sino sentirlos."

Y si oscurecemos el entendimiento, no es por nuestra naturaleza sino por nuestra ambición, por nuestros deseos mundanos:

“Pues, ¿qué mal puede haber, decidme ahora, en la fuente del entendimiento, de donde tales cosas manan? Que si parece turbia –como dijo Aurelio., esto es en las cosas que no son necesarias en que, por ambición, se ocupan algunos hombres, que en las cosas que son menester lumbre tiene natural con que acertar en ellas; y en las divinas secretas Dios fue su maestro. Así que Dios hizo al hombre recto, mas él, como dice Salomón, se mezcló en vanas cuestiones.”

Y así como Aurelio minimiza la capacidad de la voluntad humana, algo propio de la Edad Media, Antonio la ensalza, con el más puro espíritu renacentista:

“Escucha ahora la gran excelencia de nuestra voluntad. Ésta es el templo donde a dios honramos, hecha para cumplir sus mandamientos y merecer su gloria, para ser adornada de virtudes y llena del amor de Dios y del suave deleite que de allí se sigue. La cual nunca se halla del entendimiento desamparada, como piensas, porque él, como buen capitán, la deja bien amonestada de lo que debe hacer cuando de ella se aparta para proveer las otras cosas de la vida; y los vicios que la combaten no son enemigos tan fuertes que ella no sea más fuerte, si quiere defenderse. Esta guerra en que vive la voluntad, fue dada para que muestre en ella la ley que tiene con Dios. De la cual guerra no te debes quejar, Aurelio, pues a los fuertes es deleite defenderse de los males; porque no son tan grandes los trabajos que son menester para vencer, como la gloria del vencimiento (…) Principalmente pues tenemos los santos ángeles en la pelea por ayudadores nuestros, como San Pablo dice, que son enviados para encaminar a la gloria los que para ella fueron escogidos.”

Otro elemento que es propio del Renacimiento es el elogio de la libertad humana, el que sea arquitecto de su destino, que se forje a sí mismo, o que simplemente se deje arrastrar por la corriente que lleva a la muerte. Libertad fundamentada, precisamente, en que el hombre es un microcosmos:

“Porque como el hombre tiene en sí natural de todas las cosas, así tiene libertad de ser lo que quisiere: es como planta o piedra puesto en ocio; y si se da al deleite corporal es animal bruto; y si quisiere es ángel hecho para contemplar la cara del padre; y en su mano tiene hacerse tan excelente que sea contado entre aquellos a quien dijo Dios: dioses sois vosotros. De manera que puso Dios al hombre acá, en la tierra, para que primero muestre lo que quiere ser, y si le placen las cosas viles y terrenas, con ellas se queda perdido para siempre y desamparado; mas si la razón lo ensalza a las cosas divinas, o al deseo de ellas y cuidado de gozarlas, para él están guardados aquellos lugares del cielo que a ti, Aurelio, te parecen tan ilustres.”

Para resaltar la dignidad humana, objetivo de este tratado, enumera y describe la excelencia de las partes del cuerpo, en qué medida son perfectas y aluden a la grandeza del alma humana. Entre ellas, es realmente impresionante, el discurso que hace de las manos. Hoy sabemos, por las conexiones nerviosas del cerebro, la importancia vital de las manos asociadas a la conciencia. La vida y espíritu, como fuegos invisibles, salen de la boca y de las manos humanas, son sus poderes creadores. De ahí que en Egipto, el dios Ptah, que representaba la acción creadora, el poder para plasmar los arquetipos celestes en la materia, llamándolos a la existencia, era el Dios del Fuego y se decía: “La Acción es la vida de Ptah”. Siendo las manos humanas, por su capacidad de crear y modelar, una imagen de este poder, no es extraño que las manos, por ejemplo, del Dios Ptah de la tumba de Tutankhamón, hoy en el Museo del Cairo, sean quizás las obras más formidables de toda la historia mundial del Arte. El poder y dignidad que emanan no tiene igual. También Fernán Pérez de la Oliva es consciente de la importancia y dignidad de las manos, y por ello, dice de ellas:

“De sus lados más altos [del hombre] salen los brazos, en cuyos extremos están las manos, las cuales, solas, son miembros de mayor valor de cuantos dio naturaleza a los otros animales. Son estas en el hombre siervas muy obedientes del arte y de la razón, que hacen cualquier obra que el entendimiento les muestra en imagen fabricada. Éstas, aunque son tiernas, ablandan el hierro y hacen de él mejores armas para defenderse que uñas y cuernos [de los animales]; hacen de él instrumentos para compeler la tierra a que nos de bastante mantenimiento, y otros, para abrir las cosas duras y hacerlas todas a nuestro uso. Éstas son las que aparejan al hombre vestido, no áspero ni feo cual es el de los otros animales, sino cual él quiere escoger. Éstas hacen moradas bien defendidas de las injurias de los tiempos; éstas hacen los navíos para pasar las aguas; éstas abren los caminos por donde son ásperos, y hacen al hombre llano todo el mundo. Éstas doman los brutos valientes; éstas traen los toros robustos a servir al hombre, abajados sus cuellos debajo del yugo; éstas hacen a los caballos furiosos sufrir ellos los trabajos de nosotros; éstas cargan los elefantes; éstas matan los leones; éstas enlazan los animales astutos; éstas sacan los peces de lo profundo del mar, y éstas alcanzan las aves que sobre las nubes vuelan. Éstas tienen tanto poderío, que no hay en el mundo cosa tan poderosas que de ellas se defienda. Las cuales no tienen menos bueno el parecer que los hechos.”

Y quizás este sea el sentido de los textos funerarios egipcios cuando decían que quien quiera servir a Ra (la voluntad que gobierna el mundo) debe tener las manos limpias, puras. Algo que deberían tener bien presente los poderosos del mundo, pues la corrupción es irreversible: que se lo digan a la manzana podrida del cesto, a ver si puede invertir el proceso. ¡Y cuídese el cesto entero!



Jose Carlos Fernández

Almada, 27 de noviembre de 2018

[1] Sigo aquí los datos aportados en la wikipedia sobre este personaje.


El Universo con la tierra en el centro.

Comentario al Sueño de Escipión de Macrobio (en latín Commentarii in Somnium Scipionis) es un estudio prolijo del famoso sueño narrado en Sobre la república de Cicerón (VI 9-29), en el que Escipión el Africano el Viejo se aparece a su nieto adoptivo, Escipión Emiliano, y le revela su destino futuro y el de su país, explica las recompensas que aguardan a la virtud en la otra vida y describe el universo y el lugar de la Tierra y el hombre dentro del universo.
Macrobio, su autor, no ofrece un comentario exhaustivo del texto ciceroniano, sino que expone una serie de teorías sobre los sueños de corte neoplatónico, sobre las propiedades místicas de los números, sobre la naturaleza del alma, sobre astronomía y sobre música. Cita a muchas autoridades, pero es poco probable que las haya leído todas o por lo menos la mayoría. Plotino y Porfirio son sus fuentes principales y cita con frecuencia a Virgilio con finalidad ornamental. No obstante, la obra incorpora ideas del neoplatonismo que no se conservan de forma directa en ningún otro lugar. El estilo es bastante desigual, ya que Macrobio copia o traduce sus fuentes sin unificarlas estilísticamente.


Biografía. 


Macrobio, Ambrosio Teodosio (ss. III-IV d.C.).

Prosista latino pagano que vivió entre los siglos IV y V d.C. La opinión crítica tradicional lo identificaba con un Macrobio que fue prefecto en Hispania en el 399 d.C. y procónsul de África en el 410. Si esta hipótesis es correcta, nació hacia el 360 y compuso su obra principal (Saturnalia) entre el 384 y el 395. Sin embargo, hoy parece imponerse la hipótesis que identifica al autor con un Teodosio prefecto del pretorio para Italia en el 430. En este segundo caso, Macrobio habría nacido después del 390, y los Saturnalia debieron de componerse en la década del 430.

Macrobio no era oriundo de Roma (él mismo se disculpa por su falta de elegancia estilística “romana”), pero no hay seguridad de que procediera de África, como a veces se ha afirmado. Poco se sabe de su vida. Era evidentemente un aristócrata, escritor aficionado, más que un erudito profesional. Es posible que estuviera relacionado con la familia de los Símaco. Fue padre de Flavio Macrobio Plotino Eustatio, prefecto de Roma en el año 461, a quien dedicó sus Saturnalia y Commentarii. De su obra se infiere que era pagano, pues en los Saturnalia ignora completamente cualquier referencia al cristianismo.

Se han transmitido tres obras bajo su nombre: Saturnalia, unos Commentarii in Somnium Scipionis y De differentiis et societatibus Graeci Latinique verbi.

Los Saturnalia

Es la obra más extensa de las conservadas de Macrobio. Se trata de un diálogo literario en siete libros, transmitido con lagunas textuales de cierta entidad. Tras una dedicatoria a Eustatio, su hijo, en el prólogo se asiste a un diálogo entre dos personajes, Decio y Postumiano. Este último, a su vez, cuenta de tercera mano la erudita conversación que tuvo lugar en el año 384, durante la víspera (16 de diciembre) y en los días de las Saturnalias (17-19 de diciembre), fiestas celebradas en honor del dios Saturno. Entonces se reunieron algunos romanos cultivados de clase alta, cuyo anfitrión del primer día fue el patricio romano Vetio Agorio Pretextato; el del segundo día, Virio Nicómaco Flaviano; el tercer día se reunieron en casa de Quinto Aurelio Símaco (el orador). Además de los tres anfitriones, participaban en la conversación distinguidos hombres: Servio, el comentador de Virgilio (todavía un tímido joven y algo intimidado por la compañía, pero que anacrónicamente aparece dotado ya de la erudición que manifestaría después); los senadores Cecina Albino y Furio Albino; un joven llamado Avieno (que probablemente se ha de identificar con el fabulista Avieno o Aviano); un rétor griego llamado Eusebio; y otros. También aparece, como contrapunto a la educación y erudición de los demás, un “huésped no invitado” llamado Evángelo (quizá el único contertulio enteramente ficticio, posiblemente un cristiano, dadas las connotaciones de su nombre), zafio, soberbio e impertinente, que da pie a las correcciones de los otros.

El diálogo discurre alrededor de asuntos variados (religión, historia y filología), pero el tema central es el poeta pagano Virgilio. El libro I empieza con una discusión sobre el festival de las Saturnalias, para pasar a tratar sobre los esclavos (que gozan de una especial libertad durante la fiesta) y sobre el calendario. Pretextato expone la teoría sobre el origen solar de la mitología. El libro II consiste básicamente en una colección de ocurrencias ingeniosas atribuidas, entre otros, a Cicerón, Augusto y a Julia, la hija de Augusto. Sigue la discusión sobre Virgilio: el libro III (capítulos 1-12) comenta su familiaridad con la religión antigua romana; el libro IV versa sobre el uso virgiliano de artificios retóricos para conferir dramatismo al estilo; en el libro V se examina la deuda de Virgilio con Homero y otros poetas griegos; y, en el libro VI, con antiguos autores latinos, especialmente Ennio (y también Lucrecio); el último libro pasa a abordar variadas cuestiones físicas, fisiológicas y psicológicas, en general sobre la forma en que el cerebro influye sobre el funcionamiento del cuerpo (por ejemplo: “¿son las mujeres más cálidas que los hombres?” La respuesta es afirmativa: “deben serlo, pues se visten con menos ropa.”).

Género de los Saturnalia

Desde el punto de vista de la forma literaria, se trata de un diálogo literario ficticio, puesto en boca de interlocutores reales. Este marco genérico formal es común a numerosas obras griegas y latinas anteriores sobre temas diferentes, como muchos diálogos de Platón (el Banquete, la República), el De re rustica de Varrón, los diálogos filosóficos de Cicerón, el Dialogus de oratoribus de Tácito o los Deipnosofistas de Ateneo. Sin embargo, en cuanto a contenido es una obra que podría considerarse como de miscelánea o compilación erudita: sus precedentes y fuentes serían las Noches Áticas de Aulo Gelio o las Cuestiones Convivales de Plutarco. Estas obras, y especialmente Aulo Gelio (conjuntamente con los comentaristas de Virgilio, aparte de otras fuentes desconocidas por nosotros), son fuentes constantes de Macrobio, de las que cita material, con frecuencia literalmente, pero sin reconocer nunca el préstamo.

Valoración literaria

La obra resulta útil por la espléndida erudición desplegada por Macrobio. A veces transmite datos que no se conocen por ninguna otra fuente. En conjunto, la exposición está cuidadosamente organizada y se evita la monotonía con variados recursos estilísticos. Todo ello hace de los Saturnalia una obra informativa y, a la vez, amena.

Ideológicamente la obra es una evocación nostálgica, desde el punto de vista del partido pagano senatorial, de un Imperio que ya ha perdido su esplendor, en un momento de la historia de Roma, el siglo V, en que la facción cristiana se impone definitivamente sobre el paganismo, y en que el Imperio Romano se está desmoronando por la presión bárbara. Los interlocutores del diálogo, especialmente los tres anfitriones, son claros representantes de la aristocracia pagana y, por tanto, de los valores romanos tradicionales.

Comentario al Somnium Scipionis

Es un tratado neoplatónico, en dos libros, al hilo de un famoso pasaje conocido como Somnium Scipionis ('Sueño de Escipión'), que estaba incluido en el libro VI de De Republica de Cicerón. En el pasaje de Cicerón, Escipión el Africano se aparece en sueños a su nieto, le revela su destino futuro y el de Roma, le explica las recompensas que premian la virtud en la otra vida y describe el universo y el lugar de la tierra y del hombre dentro de él. La obra de Macrobio no es un comentario gramatical sistemático, palabra por palabra (al estilo de los comentarios de Servio a Virgilio, o de Donato a Terencio), sino un ensayo filosófico que toma como punto de partida el texto de Cicerón. La fuente principal es Porfirio, especialmente su comentario al Timeo de Platón, sea directamente sea a través de una fuente latina intermedia. Macrobio parece conocer también, directamente, a Plotino; y cita a Virgilio con una finalidad decorativa. La obra ejerció una gran influencia durante la Edad Media como vehículo de transmisión de ideas del neoplatonismo que no se han conservado en ningún otro lugar.

De differentiis et societatibus Graeci Latinique verbi

Tratado gramatical ('Sobre las diferencias y afinidades entre el verbo griego y latino'), que sólo se ha conservado fragmentariamente, como extractos de extractos.


Bibliografía

CAMERON, A.: “The date and identity of Macrobius”, en Journal of Roman Studies 56 (1966), 25-38.

GARRIDO, C.: La lengua de Macrobio (Tesis doctoral). Madrid: Universidad Complutense, 1981.

FLAMANT, J.: Macrobe et le Néo-platonisme latin à la fin du IVème siecle. Leiden: E.J. Brill, 1977.

KASTER, R. A.: Guardians of language. The Grammarian and society in late Antiquity. Berkeley: California University Press, 1988.
 

puerta al infierno



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Nicolás Salmerón Alonso  1837-1908



Cortes españolas. Congreso de los diputados
Madrid, martes 8 de mayo de 1894 ≈ 18:35
El Sr. Salmerón: No enviemos, pues, misioneros a Marruecos...
El Sr. Vázquez de Mella: Entonces enviaremos krausistas (risas)

→ Versión de los redactores del Diario de las Sesiones de Cortes
Heraldo de Madrid


Madrid, martes 8 de mayo de 1894
Año V, número 1279

página 2
Cuestión de Melilla

El señor ministro da la Guerra contesta al señor Marenco{1} brevemente, censurando que se traiga al debate por los militares la cuestión del general Margallo{2} en la forma que se ha hecho.

El Sr. Moret cede la palabra para contestar después al Sr. Salmerón.

Comienza a hablar el Sr. Salmerón, diciendo que está el Gobierno en liquidación, y es preciso que rinda cuentas por completo.

Ensalza la importancia que tiene nuestra intervención en el imperio de Marruecos para devolver –dice– a la raza semita lo que ella nos legó.

Tenemos más allá del Estrecho –añade– una misión que cumplir: tierras que conquistar, que constituyen un complemento de la vida nacional.

Asegura que lo único serio que se ha hecho en este sentido, lo ha realizado el partido conservador.

Señala como un inconveniente para una buena política internacional, los compromisos dinásticos.

Conviene con otros oradores en que lo que ha habido en Melilla ha sido general abandono de todos los medios de defensa.

¿Pero es acaso el responsable da ese abandono únicamente el partido liberal? Sería el colmo de las injusticias decirlo así.

Dice que el actual ministro de la Guerra es el menos responsable de todos.

Se fija en la escasa guarnición de Melilla desde hace bastante tiempo.

Es preciso –exclama– que hagamos una política práctica, y a vosotros os toca en primer término, que el país está, no sólo apercibido, sino harto de engaños de los poderes oficiales. Quisiera hasta olvidarme de que soy republicano.

Excita a todos para que se diga la verdad.

No puede ser pretexto para callar –añade– la existencia de un muerto. ¡Pues no faltaba más que no pudieran decir todos los españoles que Fernando VII fue un infame y un traidor, porque Fernando VII ha muerto!

…¿Qué civilización ofrecemos al imperio de Marruecos? Presidiarios y frailes.

Frailes, para recordarles las luchas entre la Cruz y el Islam.

Presidiarios, lo más abyecto de nuestra sociedad.

¿No comprendéis que enviando frailes es más difícil conquistar a los musulmanes?

El Sr. Mella: Enviaremos krausistas.

El Sr. Salmerón: Señor Mella, ¿quiere decirme su señoría qué conquistas ha hecho el P. Lerchundi{3}?

Debemos hacer lo que las demás naciones. Inglaterra tiene, en vez de frailes, musulmanes que se interesan por la nación británica.

Debemos enviar industriales, comerciantes, hombres de ciencia que se penetren de la alta misión de la patria, que hablen como ellos el árabe, y si profesan la religión de la Cruz, que no la recuerden y que antepongan a estas creencias el ferviente amor de la patria.

...Que no lleven simpatías ni antipatías que vienen de lo alto en donde no ha encarnado el espíritu nacional.

Dice a los partidos monárquicos que no tienen ninguna política internacional. «Si tenéis alguna política, es la que conviene a la persona arbitra del poder».

Entra concretamente en el conflicto de Melilla, diciendo que la mínima parte le corresponde al señor ministro de la Guerra.

Califica de imprudencia insigne el levantamiento de un fuerte junto a una mezquita y a un cementerio, tratándose de musulmanes.

El emplazamiento de un fuerte junto a un cementerio y una mezquita, tratándose de musulmanes, es la mayor de las torpezas que se le puede ocurrir a un Gobierno.

Y si al ataque precedió ultraje, es preciso decirlo alto para que se sepa que España está dispuesta a castigarlo sin contemplaciones, porque España ha de demostrar siempre que se conduce como digna en sus relaciones con todos los pueblos.

El Sr. Salmerón pidió a la Mesa que, si no tenía inconveniente, podía suspenderse hasta mañana, por encontrarse fatigado.

Así se acordó por la Cámara.

Jura después el cargo de diputado el señor Ochando.

Se toca algunos asuntos de despacho ordinario, y se levanta la sesión a las siete menos cuarto.

La tarde política

La intervención del Sr. Salmerón en el debate sobre los sucesos de Melilla ha despertado bastante interés, haciendo que el salón de sesiones se llene de diputados.

El Sr. Salmerón ha estado elocuente como siempre, tomando la cuestión bajo el aspecto de la política general que España debe seguir en Marruecos:

Como el Sr. Salmerón condenara que se haga allí política con presidiarios y misioneros, el señor Mella le interrumpió diciendo:

¿Quiere su señoría que se haga con krausistas?

Esta interrupción ha sido muy celebrada.

Los tonos de la oración del jefe de los centralistas han sido de violenta oposición; pero no ha conseguido producir incidente alguno.

El Día
Madrid, martes 8 de mayo de 1894
Edición de la noche, número 5.045

página 2
Los sucesos de Melilla
Continúa la discusión promovida por el Sr. Martín Sánchez sobre los sucesos de Melilla.

El señor ministro de la guerra reanuda su interrumpido discurso contestando al Sr. Marenco, y procura rebatir sus argumentos y rechazar sus censuras.

El Sr. Salmerón interviene en la discusión y se ocupa principalmente de la política funesta que siguen los Gobiernos españoles en Marruecos.

Se fija en la situación en que estaba Melilla cuando ocurrieron los sucesos, y censura el abandono en que se encontraban los fuertes sin provisiones.

Dice que en estos sucesos se necesita saber toda la verdad, la cual se debe decir sin tener en cuenta para nada a los muertos.

No faltaba más –exclama– que no pudiéramos decir todos los españoles que Fernando VII fue un infame y un traidor porque Fernando VII ha muerto. (Risas).

Dice que teniendo presidiarios en nuestras plazas de África y enviando misioneros no se consigue tener influencia con Marruecos.

El Sr. Mella: Se consigue enviando krausistas. (Grandes risas).

El Sr. Salmerón: ¿Cuántos musulmanes ha convencido el padre Lerchundi?

El Sr. Mella: Convence racionalistas.

El Sr. Salmerón: Mientras no me convenza a mí no me resignaré. (Risas).

Sigue analizando la conducta y política realizada por los Gobiernos de la restauración, aludiendo principalmente al Sr. Cánovas del Castillo, porque supone que el Sr. Sagasta de nada de esto estará enterado.

Dice que el Gobierno en la cuestión de Melilla sólo ha demostrado tendencias antipáticas e incompatibles con las aspiraciones del país.

Encontrándose el orador fatigado, pide que se le reserve la palabra para la próxima sesión.

Se suspende el debate.

Se aprueban sin discusión varios dictámenes y se levanta la sesión a las siete menos cuarto.

La Época
Madrid, martes 8 de mayo de 1894
Año XLVI, número 14.969

página 3
El conflicto hispano-marroquí
El señor ministro de la Guerra continúa su interrumpido discurso contestando al Sr. Marenco.

Afirma que el Gobierno ha hecho cuanto ha podido por la familia del general Margallo.

Defiende al general Martínez Campos, el cual fue a Melilla para hacer la guerra si se hubiera impuesto, y desmiente que el Gobierno mantuviera relaciones con Maimón Mohatar{4}.

El señor ministro de Estado pide que se le reserve la palabra para cuando acabe el Sr. Salmerón.

El Sr. Marenco ruega que se le permita rectificar después que hable el Sr. Moret.

El Sr. Salmerón habla para alusiones personales.

Empieza diciendo que la liquidación del partido liberal se impone, pues está en quiebra hace tiempo.

Reconoce que el partido conservador es el único que ha hecho algo por mantener en Marruecos la influencia española, y asegura que la gran responsabilidad de lo que ha ocurrido en Melilla corresponde al Gobierno, por su abandono.

Censura que no hubiera en la plaza armas, ni cañones; ni provisiones en los fuertes, cuando fue atacada por los riffeños.

Refiere que en Cabrerizas Altas sufrieron los soldados hambre y sed, y que los aprovisionamientos de los fuertes se hicieron a costa de sangre española, del honor y del prestigio del Ejército.

Asegura que era más patriótico decir la verdad a la nación, que pretender engañar al extranjero, el cual conoce nuestras debilidades mejor que nosotros mismos.

Añade que no se diga que no se debe hablar del contrabando de guerra, porque se levanta en medio una cruz, pues a pesar de haber muerto Fernando VII todo el mundo dice que fue un infame traidor. (Rumores.)

Dice que es absurdo llevar a África, para atraernos a los marroquíes, presidios y misioneros, estos últimos para excitar el odio a los hijos del Mogreb, y recordarles la lucha de la Cruz y del Islam.

«No enviemos –añade– misioneros a Marruecos».

El Sr. Vázquez de Mella: Enviaremos krausistas.

El Sr. Salmerón: Dígame S. S. a cuantos marroquíes ha convencido el Padre Lerchundi.

El Sr. Vázquez de Mella: Convencer a racionalistas.

El Sr. Salmerón: Cuando me convenza a mí, me resignaré.

(El orador da tan fuerte golpe en el pupitre que lo rompe, saltando astillas al Sr. Lostau. –Risas.)

Excita al Gobierno a que lleve a África gentes que hablen el árabe, que haga España simpática a los agarenos, y de esta manera conseguiremos extender nuestra influencia en el Mogreb.

Examina la política de Inglaterra, de oposición a España en Marruecos, y pregunta qué ha hecho el Sr. Cánovas en la política internacional.

«Respecto del Sr. Sagasta, no cabe –dice—preguntar qué ha hecho, sino si se ha enterado.» (Risas.)

En vista de que está muy fatigado, ruega que se le reserve la palabra para mañana. Después de algunas dudas del presidente, así se acuerda.

Se aprueban varios dictámenes, jura el cargo el señor Ochando; se acuerda declarar vacante el distrito de Motril y se levanta la sesión a las siete menos cuarto.

La Iberia
Madrid, martes 8 de mayo de 1894
Año XLI, número 13.589

página 3
Los sucesos de Melilla
El señor ministro de la Guerra termina su discurso, contestando al Sr. Marenco, manifestando que a la viuda del general Margallo se le ha concedido todo lo que la ley disponía, sin regatearla nada absolutamente.

En cuanto a las cargos que contra los trabajos diplomáticos hizo el Sr. Marenco, lo dejo al señor ministro de Estado.

El señor ministro de Estado pide se le reserve la palabra para cuando termine el Sr. Salmerón.

El Sr. Marenco hace el mismo ruego.

El Sr. Salmerón interviene en este debate para estudiar la política del Gobierno en Marruecos, empezando por manifestar no puede por menos de censurarla duramente, porque con ella ha perjudicado nuestra influencia en África.

Dice que el espíritu de raza impone a España ver que detrás del Estrecho hay algo que nos pertenece desde hace mucho tiempo, que hemos de adquirir, y no se ha hecho por miedo, por no alterar el statu quo, que ha sido el cebo de la ambición para las potencias extranjeras.

Afirma que de los sucesos de Melilla la responsabilidad coge por igual a conservadores y liberales, que han antepuesto a la integridad de la patria un mal sistema económico.

Hace constar que los abandonos que se han venido sucediendo en Melilla son inconcebibles, pues cuando los sucesos del 2 de Octubre se vio palpablemente que allí no había soldados; que los paisanos tuvieron que servir las piezas de artillería; que los fuertes estaban sin aprovisionar, y que se hizo después el sacrificio de hombres y dinero para que esos fuertes estuvieran en condiciones para la lucha de unos días.

Se ocupa incidentalmente del expediente del contrabando de armas, expediente que califica de desdichadísimo, y no importa que se le aluda o se censure la memoria de un muerto, porque la justicia es ante todo.

Niega que la política de Marruecos pueda ser de atracción con estos dos elementos: los misioneros y los presidiarios. Los primeros porque representan la lucha constante entre las dos religiones; y los segundos, porque lo más abyecto de nuestra sociedad no puede nunca ser conductor de la civilización. (El Sr. Mella: ¿Qué quiere S. S., que se envíen krausistas?)

El Sr. Salmerón: ¿Y quiere decirme S. S. cuántos musulmanes ha convertido el Padre Lerchundi?

Esos elementos –continúa el orador– son una barrera infranqueable a que España lleve la civilización a Marruecos. Allí deben enviarse industriales, comerciantes, hombres de ciencia que difundan la cultura y el progreso. Mientras no se haga esto, se podrá decir en realidad que no hay política internacional en el Gobierno.

Y entra ya a tratar de los sucesos de Melilla, y dice que no comprende cómo a los hombres del Gobierno se les ha ocurrido la insigne torpeza de emplazar un fuerte entre un cementerio y una mezquita musulmana, porque esto era una fuente inagotable de conflictos.

Se suspende el debate, quedando el Sr. Salmerón en el uso de la palabra.

Jura el cargo el general Ochando.

Se da cuenta de varios dictámenes, y se levanta la sesión a las siete menos cuarto.

El Siglo Futuro
Madrid, martes 8 de mayo de 1894
Año XX, número 5.766

página 3
La sesión de hoy en el Congreso
El Sr. Salmerón, en las primeras horas de la sesión de hoy, se lamentó de que el gobernador de Barcelona haya negado autorización a una sociedad de propaganda del libre-pensamiento, excitando al ministro para que haga saber al gobernador que hay que cumplir la ley vigente.

El ministro de la Gobernación aprueba la conducta del gobernador al no consentir que se fijase en las esquinas una alocución en que se ataca a la Religión.

El Sr. Salmerón lee la alocución, en la que se defiende la libertad de conciencia y se ataca a las comunidades religiosas.

El ministro de la Gobernación dice que después de conocerse la alocución aprueba más la conducta del gobernador de Barcelona, porque estando suspendidas las garantías constitucionales, y tan excitadas las pasiones del anarquismo, hubiera sido imprudente autorizar la publicación de tal alocución.

Rectificando el Sr. Salmerón, recuerda al señor Aguilera que en tiempo de la república sirvió a sus órdenes, y esto dice que lo hizo sin previas declaraciones de republicanismo, a lo que contesta el Sr. Salmerón que aquel gobierno no le exigió declaraciones pero que obtuvo sus servicios, como los hubiera continuado obteniendo si la política en España hubiera seguido distintos rumbos de los que siguió. Pregunta si el gobierno hubiera aprobado la conducta del gobernador de Barcelona, si aquella capital hubiera estado en otras condiciones que las actuales.

El ministro contesta que no estando suspendidas las garantías constitucionales, el gobernador no hubiera prohibido la publicación de la alocución, siempre que no vulnerase directa y claramente el art. 11 de la Constitución.

El ministro de Fomento se lamenta de que el Sr. Salmerón haya dado ese triste espectáculo proclamando negaciones religiosas que diariamente predica en la cátedra.

(El Sr. Salmerón: Con un perfecto derecho.)

El ministro de Fomento: Por eso no le he destituido a su señoría; no porque apruebe su conducta, sino porque lo hace en virtud de un precepto de la Constitución, a la que el gobierno rinde culto de observancia.

Ocupándose de la doctrina explicada por el catedrático de Granada, dice que es doctrina que no se puede enunciar aquí.

(El Sr. Salmerón: Pues yo la enunciaré, la enunciaré, la enunciaré, y la comentaré.)

El ministro de Fomento: No se enunciará porque hay en la ley de Enseñanza un artículo que prohíbe explanar doctrinas perniciosas.

Se lamenta de que a él no se le tenga por tan liberal como a sus demás compañeros de gobierno, y rechaza la nota de reaccionario y oscurantista.

Acto continuo se suspendió esta discusión, y después de aprobarse varios dictámenes, se entró en la orden del día, reanudándose el debate sobre los sucesos de Melilla.

El ministro de la Guerra continúa su interrumpido discurso contestando al del Sr. Marenco.

Dice que el gobierno ha hecho en beneficio de la familia del general Margallo cuanto pudo hacer. Concedió a la viuda el máximo de la pensión; dio un ascenso a su hermano, y un empleo y una cruz a su yerno. Añade que se ha cursado la solicitud de la cruz de San Fernando.

El ministro de Estado se reserva contestar al Sr. Marenco después de oír al Sr. Salmerón.

El Sr. Salmerón habla para alusiones, dirigiendo cargos a los gobiernos monárquicos por haber traído a España a una tristísima situación material, y por haber empequeñecido los sentimientos patrióticos.

Dice que el menor responsable de todos es el ministro de la Guerra.

Afirma que en Melilla había alojamiento para 4.000 hombres, contando los cuarteles y las casas del Polígono. De lo que se carecía era de elementos de defensa y medios de comunicación entre la plaza y los fuertes, pues ni aun siquiera había puente sobre Río de Oro.

Alude al contrabando de guerra y dice que la muerte no es impedimento para hablar da él, porque no faltaba más –exclama– que no pudiéramos decir que Fernando VII era un traidor, porque Fernando VII ha muerto.

Dice que enviar misioneros a Marruecos y mantener los presidios en África, es levantar un valladar al logro de las aspiraciones de España en aquel imperio. Afirma que lo que allí hay que llevar es hombres de comercio y de ciencia, que sepan introducirse entre aquellas gentes.

A las seis y media continuaba hablando el señor Salmerón.

El Liberal
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año XVI, número 5.331

página 2
Orden del día. Se aprueban sin discusión las actas de La Cañiza, Aranda de Duero, Yecla, Alcázar y otras, proclamándose, entre otros, diputada el Sr. Silvela.

Continuando el debate por las cuestiones de Melilla, el señor ministro de la Guerra termina su discurso de contestación al señor Marenco.

Dice que por la familia del general Margallo se ha hecho todo lo posible, y concluye manifestando que está abrumado por la repetición de los mismos cargos, a los que no puede dar sino la misma contestación.

El señor ministro de Estado se reserva el uso de la palabra, para cuando hable el Sr. Salmerón. El Sr. Marenco resérvase también su rectificación para después que hable el Sr. Moret.

El Sr. Salmerón se levanta para responder a alusiones personales.

La Cámara, casi desierta, recobra su animación de antes.

El orador comienza diciendo al Gobierno liberal que se halla en una situación de quiebra, y tiene toda la culpa de la situación tristísima de España.

El Gobierno fue incompetente en los asuntos de Marruecos: la responsabilidad de lo ocurrido alcanza a todo él, y si hay alguno disculpable es el señor ministro de la Guerra, a quien se ha querido sacrificar.

Ciñéndose al asunto, dice que es preciso esclarecer todo lo que ha pasado en Melilla. Aquí se ha dicho, hace algunas tardes, que no podía hablarse del contrabando de guerra, porque se levantaba una cruz que lo impedía. No debe tenerse en cuenta ninguna circunstancia que impida la aclaración de un hecho.

¡Pues no faltaba –dice el orador golpeando el pupitre– sino que hubiera de callarse que Fernando VII fue un infame traidor, porque ya ha muerto!

Es preciso que se declare quiénes son los responsables, estén muertos o estén vivos.

No se muestra partidario de que en África existan nuestros presidios, ni tampoco de que vayan allí las misiones católicas, las cuales recuerdan a los partidarios de Mahoma las guerras de la cruz y la media luna.

No enviemos, pues, misioneros a Marruecos,

El Sr. Mella: Mandaremos krausistas.

El Sr. Salmerón: No es el momento de discutir este asunto; pero ¿puede decirme el Sr. Mella a cuántos moros ha convertido el padre Lerchundi?

El Sr. Mella: Convencerá a racionalistas.

El Sr. Salmerón: Si me convence, tendré que resignarme.

Añado que fue una enorme torpeza del Gobierno el intentar construir un fuerte entre una mezquita y un cementerio de moros: ¡el medio más seguro de excitar la ira de los riffeños, cuyas creencias religiosas se escarnecían!

En este punto, el Sr. Salmerón, fatigado por lo mucho que ha tenido que hablar durante la tarde, suplica al presidente que le permita interrumpir su oración y la presidencia accede a su ruego.

El discurso del Sr. Salmerón, elocuente como todos los suyos, seguirá hoy.

Al suspenderse el debate, los diputados republicanos felicitan al orador.

Después de jurar el Sr. Ochando y de darse cuenta de varios dictámenes, se levanta la sesión.

La Correspondencia de España
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año XLV, número 13.182

página 2
Los sucesos de Melilla
El señor ministro de la guerra reanuda su interrumpido discurso en contestación al del Sr. Marenco.

La mayoría de los diputados abandonan los escaños.

La Cámara muy desanimada.

Manifiesta el señor ministro de la Guerra que es incierto que se abrieran por el general Macías los pupitres ni cajones que guardaban la correspondencia particular del general Margallo.

Asegura que la familia da este malogrado militar, goza de la pensión máxima, habiéndosele concedido todo cuanto estaba en las atribuciones del ministro de la Guerra.

Niega que el gobierno haya tenido ninguna clase de relaciones con Maimón Mohatar.

El señor ministro de estado ruega a la Mesa le reserve el uso de la palabra para después de hablar el señor Salmerón.

El Sr. Marenco pide rectificar después de haber hablado el señor ministro de Estado.

El Sr. Salmerón habla para alusiones personales.

(La Cámara vuelve a adquirir la animación que tuvo anteriormente.)

El Sr. Salmerón empieza diciendo que el partido liberal está en una situación de quiebra, imponiéndose la liquidación.

Culpa a los partidos monárquicos de la situación tristísima en que se encuentra España.

Acusa al gobierno de incompetencia en los asuntos de Marruecos.

Consigna que el partido conservador ha hecho en favor de la política con Marruecos, algo de provecho para sostener nuestra influencia y prestigio en aquel imperio.

La responsabilidad de los sucesos de Melilla alcanza a todo al gobierno. El menos responsable lo es el señor ministro de la Guerra, al que quiere sacrificarse.

Se ocupa de las deficiencias que de hombres, armamentos y material de guerra, se notaron en Melilla, a raíz de los sucesos del 9 de octubre.

Agrega que la plaza estaba abandonada por el gobierno, y al efecto cita hechos ocurridos durante los sucesos allí habidos últimamente.

Extraña que se diga que no puede hablarse del contrabando de guerra, porque se levanta en medio una cruz.

¡Pues no faltaba más que no pudiéramos decir que Fernando VII fue un traidor, porque ya ha muerto!

Es preciso que se declare quiénes son los responsables, estén muertos o estén vivos.

No se muestra partidario de que en África existan nuestros presidios, ni tampoco de que vayan allí las misiones católicas, las cuales recuerdan a los partidarios de Mahoma las guerras de la cruz y la media luna.

No enviemos, pues, misioneros a Marruecos.

El Sr. Vázquez Mella: Mandaremos krausistas.

El Sr. Salmerón: No es el momento de discutir este asunto; paro, ¿puede decirme el Sr. Vázquez Mella a cuántos moros ha convertido el padre Lerchundi?

El Sr. Vázquez Mella: Convencerá a racionalistas.

El Sr. Salmerón: Si me convence, tendré que resignarme.

Continúa su discurso, afirmando que la manera de estrechar nuestras relaciones con Marruecos, llevando a este imperio la civilización, es estableciendo allí nuestro comercio y nuestra industria.

«Es preciso, dice, seguir la conducta de Inglaterra.»

Respecto al Sr. Sagasta, dice que no se enteró de lo que pasó en Valencia; cómo se puede enterar de lo que pasa en África.

Examina después el conflicto de Melilla, consecuencia lógica de la política internacional de los partidos monárquicos, y muy especialmente de la torpeza de los autores del emplazamiento de un fuerte próximo a la mezquita y cementerio musulmán.

El orador suplica a la presidencia suspenda el debate por hallarse cansado y a fin de poder reanudar su discurso en la sesión inmediata.

Así lo acordó el presidente.

Jura el cargo de diputado el señor Ochando.

Se da cuenta da varios dictámenes, levantándose seguidamente la sesión.

El Correo Militar
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año XXVI, número 6.553

páginas 2-3
El Parlamento. Congreso

Final de la sesión de ayer
Tras la breve contestación que el ministro de la Guerra hizo al discurso del distinguido oficial de la Armada Sr. Marenco, el señor Salmerón toma parte en esta discusión y califica de inconcebible vergüenza lo ocurrido el día 2 de Octubre, achacándolo a la escasa guarnición de Melilla y a la escasez de medios de defensa existentes allí, cosas de las que tienen la culpa las medidas de todos los Gobiernos.

Habla del expediente de contrabando, y dice que se hace necesario darle a luz para ver a quiénes alcanzan las responsabilidades y a quiénes llamar traidores; pues qué, exclama, no faltara más que los españoles no pudiéramos llamar traidor a Fernando VII por... (Risas.)

No es partidario de que en África existan presidios ni se envíen misiones religiosas.

El Sr. Mella: Enviaremos krausistas (Risas.)

El Sr. Salmerón: Allí lo que hay que enviar son comerciantes, industriales y hombres de ciencia; y examinad después la política colonizadora de Inglaterra.

Añade que el Gobierno liberal no tiene política ninguna internacional.

Pasa a ocuparse del incumplimiento del tratado de Wad-Rás durante treinta y tres años.

Y dice el Sr. Salmerón que fue una imprudencia construir al lado de una mezquita un fuerte militar.

El orador se siente fatigado y el debate se suspende, levantándose la sesión.»

 
Rápida

«Mandaremos krausistas»

Así interrumpió ayer con no poca oportunidad y gracia Vázquez Mella a Salmerón.

El ilustre filósofo contestó rápida y elocuentemente, y el discreteo fue celebrado por la Cámara. Nada más.

Si no que yo me acordé de cierta conversación que tuve en Melilla con un moro de la Aduana.

Era de lo mejorcito entre ellos; había estado en Cádiz, Málaga, Sevilla y creo que en Madrid.

Yo le ponderaba nuestra civilización comparándola con la suya.

—¡Es verdad! –replicábame– cristiano tener ferrocarril; tener vapores; tener ciudades hermosas; muchos soldados, mucho comercio; todo mucho... moro estar pobre, tontón, no saber nada, comer cuzcuz y pan de cebada; pero cristiano morir y llevar demonio al infierno; moro morir y entrar en paraíso con Mahoma; mejor ser moro que cristiano.

* * *

Otro día, en el café de Ferrer, discutíamos con el padre Remington, que así llamábamos al capellán de nuestro batallón, hombre ilustradísimo, orador de primera; de lo mejor que conocí hasta hoy en el Clero castrense.

Sostenía con él la discusión el médico, muchacho listo, racionalista y todos los acabados en ista (hacia la izquierda se entiende) hasta la médula de los huesos. Un moro amigo nuestro oía la discusión con gran interés mal disimulado.

El médico se despotricó, cual suele decirse, largando todos los argumentos de la filosofía moderna.

El capellán resultó un Bossuet con vistas al Padre Sánchez.

—¿Qué te parece? le dijimos al rifeño cuando terminó la polémica.

—«Pater tener razón –fue su respuesta. Moro bueno creer en Alah; cristiano bueno creer en Dios; –Dios y Alah uno mismo, Señor de todos; Mahoma profeta; Jesús profeta. Este (señalando al médico) dice no haber Dios; estar tontón de la cabeza; no creer eso; todo ser broma para hacer enfadar al pater. Cristiano bueno y moro bueno todos ir al Paraíso. Los malos no.»

Y ante tal filosofía rifeña, nos quedamos todos sin saber qué contestar. Váyanles ustedes con misionero ni con krausistas a esa gente.

Juan Lapoulide.

Diario Oficial de Avisos de Madrid
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año CXXXVII, número 129

página 3
Los sucesos de Melilla
El señor ministro de la Guerra reanuda su interrumpido discurso en contestación al Sr. Marenco.

La mayoría de los diputados abandonan los escaños.

Manifiesta el señor ministro de la Guerra que es incierto que se abrieran por el general Macías los pupitres ni cajones que guardaban la correspondencia particular del general Margallo.

El señor ministro de Estado ruega a la Mesa le reserve el uso de la palabra para después de hablar el señor Salmerón.

El Sr. Marenco pide rectificar después de haber hablado el señor ministro de Estado.

El Sr. Salmerón habla para alusiones personales.

Empieza diciendo que el partido liberal está en una situación de quiebra, imponiéndose la liquidación.

Culpa a los partidos monárquicos de la situación tristísima en que se encuentra España.

Acusa al gobierno de incompetencia en los asuntos de Marruecos.

Consigna que el partido conservador ha hecho a favor de la política con Marruecos, algo de provecho para sostener nuestra influencia y prestigio en aquél imperio.

No se muestra partidario de que en África existan nuestros presidios, ni tampoco de que vayan allí las misiones católicas, las cuales recuerdan a los partidarios de Mahoma las guerras de la cruz y la medialuna.

No enviemos, pues, misioneros a Marruecos.

El Sr. Vázquez Mella: Mandaremos krausistas.

El Sr. Salmerón: No es el momento de discutir este asunto; pero, ¿puede decirme el Sr. Vázquez Mella a cuántos moros ha convertido el padre Lerchundi?

El Sr. Vázquez Mella: Convencerá a racionalistas.

El Sr. Salmerón: Si me convence, tendré que resignarme.

Continúa su discurso.

«Es preciso, dice, seguir la conducta de Inglaterra.»

Respecto al Sr. Sagasta, dice que no se enteró de lo que pasó en Valencia; ¿cómo se puede enterar de lo que pasa en África?

El orador suplica a la presidencia suspenda el debate por hallarse cansado y a fin de poder reanudar su discurso en la sesión inmediata.

Así lo acordó el presidente.

Jura el cargo de diputado el Sr. Ochando.

Se da cuenta de varios dictámenes, levantándose seguidamente la sesión.

El Imparcial. Diario liberal
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año XXVIII, número 9.693

página 2
Los sucesos de Melilla
Termina su réplica al Sr. Marenco el ministro de la Guerra oponiendo rotundas negativas a cuantas afirmaciones hizo en su discurso el diputado republicano y vuelve a la liza el Sr. Salmerón, quien comienza por declarar en quiebra al partido liberal, por culpar a los monárquicos de la situación tristísima en que España se encuentra, por declarar al gobierno incompetente en los asuntos marroquíes, por reconocer que el partido conservador es el único que ha hecho algo de provecho para mantener nuestra influencia y prestigio en el Moreb y por adjudicar la responsabilidad del último conflicto al gobierno todo, bien que creyendo –contra la opinión de los otros republicanos que han hablado en este debate– que el menos responsable es el ministro de la Guerra al que por lo visto se quiere sacrificar.

En Melilla se notaban los efectos de un punible abandono. No había armas, ni cañones, ni provisiones en los fuertes. En el de Cabrerizas Altas los soldados pasaron hambre y sed y los aprovisionamientos se hicieron a costa de sangre española y del honor y prestigio del ejército.

–Aquí se ha dicho que no debía hablarse del contrabando de armas, porque en medio de este asunto en tinieblas se levanta una cruz. ¡Pues no faltaba más! Muerto está Fernando VII, y todo el mundo dice de él que fue un infame traidor! (Rumores.)

Es preciso que se declare quiénes son los culpables, estén muertos e estén vivos.

El conflicto de Melilla, aparte de ser consecuencia de la política internacional de los monárquicos, debiose a la torpeza de los autores del emplazamiento del fuerte de Sidi Guariax colocándolo cerca de la mezquita y del cementerio musulmanes, lo cual excitaba el fanatismo de éstos y constituía una verdadera imprudencia.

Por último, el Sr. Salmerón opina que es absurdo llevar a África para atraernos a los marroquíes presidios y misioneros, estos últimos para excitar el odio a los hijos del Mogreb, y recordarles la lucha de la cruz y del Islam.

¡No enviemos más misioneros a Marruecos!

El Sr. Mella: ¡Enviaremos krausistas!

El Sr. Salmerón: ¿A cuántos moros ha convertido el padre Lerchundi?

El Sr. Mella: Convencerá a los racionalistas.

El Sr. Salmerón: ¡Cuando me convenza a mí, me resignaré!

Y para darle más fuerza a la frase, propinó tal puñetazo al pupitre, que saltó en astillas molestando algunas de ellas al infatigable señor Lostau.

El Sr. Salmerón seguirá su discurso otro día.

Al final de la sesión juró su cargo el general Ochando.

El País. Diario republicano progresista
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año VIII, número 2.510

página 2
Y se levanta a hablar el Sr. Salmerón.
El discurso del ilustre repúblico, elocuente como todos los suyos, produjo verdadera sensación en toda la Cámara.

El partido liberal –comienza– está en quiebra, y expuesto a una próxima liquidación.

La responsabilidad de los sucesos de Melilla –añade– alcanza a todo el Gobierno. El menos responsable es el señor Ministro de la Guerra, al que quiere sacrificar el Sr. Sagasta.

Se ocupa de las deficiencias que de hombres, armamentos y material de guerra se notaron en Melilla a raíz de los sucesos del 2 de Octubre.

Agrega que la plaza estaba abandonada por el Gobierno, y al efecto cita hechos ocurridos durante los sucesos allí habidos últimamente.

Extraña que se diga que no puede hablarse del contrabando de guerra, porque se levante en medio una cruz.

¡Pues no faltaba más que no pudiéramos decir que Fernando VII fue un traidor porque ya ha muerto!

Es preciso que se declare quiénes son los responsables, estén muertos o estén vivos.

No se muestra partidario de que en África existan nuestros presidios, ni tampoco de que vayan allí las misiones católicas, las cuales recuerdan a los partidarios de Mahoma las guerras de la cruz y la media luna.

No enviemos, pues, misioneros a Marruecos.

El Sr. Vázquez Mella: Mandaremos krausistas.

El Sr. Salmerón: No es el momento de discutir este asunto; pero ¿puede decirme el Sr. Vázquez Mella a cuantos moros ha convertido el Padre Lerchundi?

El Sr. Vázquez Mella: Convencerá a racionalistas.

El Sr. Salmerón: Si me convence, tendré que resignarme.

El orador, que se hallaba visiblemente fatigado, después de condenar la política que el Gobierno viene haciendo con Marruecos, suplica a la Mesa que le reserve la palabra para hoy.

Así se acuerda, y se levanta la sesión.

Heraldo de Madrid
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año V, número 1280

página 2
Cuestión de Melilla
El Sr. Salmerón reanuda su discurso, diciendo que la falta de previsión de nuestros Gobiernos nos ha colocado, en el conflicto de Melilla, en el caso de que parecía España el país salvaje y los riffeños los civilizados.

Hace breve historia de las negociaciones del Gobierno, y dice que el ministro de Estado engañó al ministro de la Guerra hasta que vino la imposición de Palacio enviando al general Martínez Campos.

El señor presidente del Consejo: Me hace gracia. Su señoría no sabe una palabra de eso.

El Sr. Salmerón: Estoy enterado lo suficiente.

El señor presidente del Consejo: Filosóficamente. (Risas).

Sigue el orador, y califica de ignominia la formación de la partida de la muerte, y se detiene luego a examinar las circunstancias que concurrieron en el fusilamiento del penado Farreu{5}, en el que dice se restringieron los códigos de justicia militar y el común penal.

Dice también que el general en jefe de África, con aquel acto violó los artículos 16 y 17 de la Constitución.

El Sr. Sagasta: Es que la Constitución del país no se ha hecho para la guerra.

El Sr. Salmerón: ¿Qué dirán las naciones civilizadas cuando sepan que el jefe del Gobierno español declara que es licito infringir la Constitución en tiempos de guerra? ¡Vergüenza, ignominia!...

El Sr. Sagasta: Infringir, no.

El Sr. Salmerón: Está también el Código de Justicia Militar, que dice se dictarán los bandos con arreglo a la ley.

Examina el bando famoso que publicó el general en jefe conminando con la pena de muerte por cualquier cosa, y lo califica de vergüenza y afrenta.

El Sr. Sagasta: Esos bandos se publican en todos los países en tiempos de guerra.

El Sr. Salmerón: Dígame un solo caso el señor presidente del Consejo.

El Sr. Sagasta: La guerra franco-prusiana.

El Sr. Salmerón: ¿Prescribían el fusilamiento de periodistas que contasen el número de batallones?

Sigue el orador, y añade:

–Lo que a mí se me alcanza es que nuestros Parlamentos y nuestros partidos son maquinas constituidas para defender intereses extranacionales.

(Enérgicas protestas de la mayoría.)

La presidencia (Vega Armijo): Ruego al señor Salmerón que tenga la bondad de repetir esas palabras, que no he entendido.

El Sr. Salmerón repite aquellas palabras, y añade: «lo que quiero decir es que este Parlamento no es la representación propia y genuina de la opinión del país.»

(Nuevas protestas. Los republicanos interrumpen a la mayoría, asintiendo a lo dicho por el señor Salmerón.)

La presidencia: Señor Salmerón; la presidencia no puede tolerar esos conceptos, que son ofensivos al Parlamento, y tengo el sentimiento de apercibir por primera vez a su señoría.

El Sr. Salmerón. Señor presidente, me someto al apercibimiento, pero he de hacer notar que este concepto por mí expuesto, lo han repetido en muchas ocasiones los Sres. Cánovas del Castillo y Sagasta.

¿No recordáis la frase del Sr. Sagasta que dijo a unas Cortes que estaban deshonradas antes que nacidas?

(Nuevas protestas e increpaciones de varios lados de la Cámara. Confusión terrible por breves momentos.)

La presidencia: Los casos que su señoría cita no estaban expuestos en las mismas circunstancias, y no existe el concepto de que el Parlamento se haga para servir intereses de otras naciones.

(Aplausos en la mayoría.)

El Sr. Salmerón: No quiero discutir con la presidencia, y seguiré desarrollando mi concepto.

Entra a continuación en el examen de la organización del ejército.

Le contesta el Sr. Moret en un elocuentísimo discurso.

Se levanta la sesión a las siete menos cuarto.
 

El Día
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Número 5.046 edición de la noche

páginas 2-3
Los sucesos de Melilla
Continúa el debate promovido por el Sr. Martín Sánchez sobre los sucesos de Melilla.

El Sr. Salmerón reanuda su interrumpido discurso, haciendo un ligero resumen de lo que dijo ayer.

Se extiende en consideraciones acerca de la política que se debe seguir en Marruecos y la que ha seguido el ministro de Estado, que ha sido funestísima, y que merece se la llame la política del miedo.

Hace constar que el Sr. Moret ha negociado con Marruecos a espaldas del ministro de la Guerra.

Se ocupa de todo lo ocurrido en Melilla desde que allí fue el general Martínez Campos, y dice que el fusilamiento del penado Farreu fue injusto e ilegal.

Censura también que se consintiera la partida de la Muerte, cuya existencia constituyó una afrenta nacional.

Dice que el Gobierno vive gracias al general Martínez Campos, que es su fiador, y se extiende en consideraciones acerca de la conducta seguida por éste último, juzgándole con dureza.

(El señor presidente del Consejo interrumpe varias veces al orador y se promueve entre ambos un vivo incidente).

Se ocupa después el Sr. Salmerón de la organización del ejercito, y dice que lo que se le alcanza es que nuestros partidos y nuestros Parlamentos son máquinas que parecen puestas al servicio de intereses extranacionales. (Enérgicas protestas en la mayoría).

El señor Presidente ruega al orador repita las últimas frases, pues no las ha oído.

El Sr. Salmerón las repite, añadiendo que lo que ha querido decir es que estas Cortes no son las verdaderas representantes de la opinión del país.

(Nuevas protestas e interrupciones. El señor presidente agita fuertemente la campanilla y dice que no puede tolerar que se expongan conceptos ofensivos al Parlamento, por lo cual apercibe al orador por primera vez).

El Sr. Salmerón: Señor presidente, yo no hago otra cosa que repetir lo que en esta Cámara he oído a los Sres. Sagasta y Cánovas. (Nuevas protestas e interrupciones. Varios diputados hablan a la vez y se promueve un vivo y ruidoso incidente a que pone término la presidencia.)

El Sr. Salmerón termina su discurso ocupándose de la indemnización obtenida de Marruecos y de la situación del ejército, empeorada por todos los monárquicos, y dice que se viene observando en España que existe una lucha entre los intereses dinásticos y los nacionales. (Murmullos en las oposiciones. Los republicanos felicitan al orador.)

El señor ministro de Estado contesta al Sr. Salmerón, comenzando por protestar de las últimas afirmaciones de éste.

En un elocuentísimo período, y con gran energía, defiende a todos los partidos monárquicos de los ataques que les ha dirigido el Sr. Salmerón, siendo extraordinariamente aplaudido por toda la Cámara, excepto la minoría republicana.

Pone de manifiesto las divisiones y diferencias que separan a los republicanos y hace una brillante descripción de los sentimientos monárquicos del país y de la forma en que se hizo la restauración. (Aplausos atronadores en la mayoría y minorías monárquicas. Los republicanos interrumpen.)

Se suspende el debate, quedando el Sr. Moret en el uso de la palabra para mañana.

Se levanta la sesión a las siete menos cuarto.

* * *

Reanudado el debate sobre Melilla, el Sr. Salmerón ha desbarrado hermosamente con su artística palabra sobre la política de la monarquía y organización del ejército, concluyendo con las afirmaciones de que la monarquía está en pugna con el interés nacional, y que el ejército se sublevará para traer la república, cosa esta última verdaderamente extraña en el que siempre ha condenado la violencia para implantar sus ideales.

El discurso del Sr. Salmerón ha dado motivo al ministro de Estado para obtener uno de los éxitos parlamentarios más grandes que registra la historia de las Cámaras españolas. Conservadores y liberales, electrizados por su vigorosa arremetida a los republicanos y su maravillosa elocuencia, han aplaudido hasta de pie en los escaños, y le han felicitado después.

La sesión de hoy, por la talla de los oradores y la importancia de los debates, ha sido la más solemne de la temporada.

La Época
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año XLVI, número 14.970

páginas 2 y 3
El conflicto hispano-marroquí
El señor Presidente: Continua el debate pendiente sobre los sucesos de Melilla.

(Los diputados y senadores bajan de los escaños, formando grupos en el hemiciclo y junta a las puertas del salón, comentando en voz alta el incidente.

Los rumores son tan grandes, que el Sr. Salmerón, a quien ha concedido la palabra el presidente, permanece sentado.

Los señores presidente del Consejo y ministro de Estado mantienen animada tertulia con un grupo de ministeriales.

La sesión está interrumpida durante diez minutos. En vista de que continúan las conversaciones, el Sr. Salmerón se levanta y abandona el salón.)

(Jura el cargo de diputado el señor conde de Xiquena.)

(Transcurren otros cinco minutos y minutos y algunos ujieres salen en busca del Sr. Salmerón. Por fin vuelve a su escaño el jefe del centralismo.)

El Sr. Salmerón continúa en el uso de la palabra, haciendo la crítica de la negociación.

Asegura que el Sr. Moret siguió con Marruecos la política del miedo, y respecto al material sanitario, dice que faltó en Melilla de tal manera, que entre las tropas se desarrollaron enfermedades que solamente se propagan en los pueblos salvajes.

Refiere que el general Martínez Campos vino a Madrid secretamente para hacerse cargo de la Presidencia del Consejo, que ocupa ahora el Sr. Sagasta con la fianza de aquél.

El señor presidente del Consejo: Tiene mucha gracia. (Risas.)

El Sr. Salmerón: S. S. no lo sabe, como no se ha enterado todavía de los sucesos de Valencia. (Nuevas risas.)

El señor presidente del Consejo: S. S. es quien no sabe lo que está tratando.

El Sr. Salmerón: Si el Sr. Sagasta no estuviera en el banco azul, no defendería ciertas cosas.

Continua ocupándose de la muerte del penado Farreu, fusilado ilegalmente, y afirma que se derramó sangre por la espalda, que cayó sobre el general en jefe y de rechazo sobre el Gobierno.

Hace constar que la llamada Guerrilla de la muerte fue una afrenta para España y el Ejército.

Considera que Farreu fue juzgado por un delito común, como lo prueba el que asistió al Consejo de guerra un individuo del Cuerpo Jurídico Militar.

El Sr. Martínez Sánchez: Asisten a todos los Consejos de guerra.

El Sr. Salmerón añade que en Melilla fue violada la Constitución.

El señor presidente del Consejo: La Constitución no se ha hecho para la guerra.

El Sr. Salmerón: Afrenta, ignominia para S. S., que ha dedicado la vida a la defensa del régimen constitucional. (Rumores.)

Manifiesta que el general en jefe del Ejército de África se excedió al dictar bandos que no estaban conformes con el espíritu de la Constitución.

«¿Lo oye el Sr. Sagasta –dice,– conforme con la Constitución?»

El señor presidente del Consejo: La Constitución no se ha hecho para pelear con los riffeños. (Risas.)

El Sr. Salmerón lee el bando del general Martínez Campos, y le censura enérgicamente.

El señor presidente del Consejo: Esas son leyes de la guerra.

El Sr. Salmerón: Impropias de países civilizados.

El señor presidente del Consejo: En Francia se ha hecho y en todos los países civilizados: S. S. no debe decir cosas contrarias al patriotismo.

El Sr. Salmerón: Lo digo para que el país, haciendo un supremo esfuerzo, se libre de tantas afrentas. (Protestas en la mayoría.)

Prosigue diciendo que el bando es la violación de la Constitución y de las leyes.

Dice que el Parlamento y nuestros partidos políticos son máquinas al servicio de intereses extranacionales. (Grandes protestas en la mayoría.)

El señor Presidente invita al Sr. Salmerón a que explique la frase.

El Sr. Salmerón la repite.

El señor Presidente dice que no puede consentirse tan grave ofensa al Parlamento.

El Sr. Salmerón dice que este Parlamento no es la expresión de la voluntad del país. (Escándalo; los ministeriales dan golpes en el pupitre y gritan.)

El señor Presidente observa que el Parlamento ha sido elegido por el pueblo español. (Aplausos en la mayoría.)

El Sr. Salmerón: Lo sostengo. Deshonrado. (Escándalo terrible; los diputados republicanos increpan a los ministeriales; éstos gritan.)

El señor Presidente: Tengo el sentimiento de apercibir a S. S. por primera vez.

El Sr. Salmerón: Pues téngase por apercibido el señor Sagasta, que dijo que las Cortes estaban deshonradas. (Nuevas protestas y gritos.)

El señor Presidente agita la campanilla sin cesar.

El Sr. Marenco grita en pie: Deshonradas antes que nacidas.

El señor Presidente invita al Sr. Salmerón a que no continúe por ese camino, ofensivo para la dignidad del Parlamento. (Protestas de los republicanos.)

El Sr. Salmerón: Lo dijo el Sr. Sagasta y no le apercibió nadie, lo cual prueba que a los republicanos se nos trata de otro modo. Deshonradas... (Nuevo escándalo; los ministeriales increpan a los republicanos. El Sr. Marenco grita otra vez.)

El señor Presidente excita al Sr. Salmerón a que abandone el camino que seguía.

El Sr. Salmerón: Así lo haré.

Continúa ocupándose del fusilamiento del penado Farreu, que califica de asesinato legal.

Pretende probar que el mantenimiento de cada soldado en Melilla ha costado 1.600 pesetas. (Rumores.)

Censura la organización militar del Sr. López Domínguez, causa del retraso en el envío de tropas a África.

Estima que debió pedirse a Marruecos una indemnización en territorio, en vez de dinero.

Termina diciendo que los intereses dinásticos pugnan con los nacionales; pero que llegará el día en que el Ejército se convenza y defienda los ideales que han de salvar al país. (Rumores.)

El señor ministro de Estado empieza recordando las tristes escenas que se desarrollaron en tiempos de la República para desdicha del Ejército.

Pone de manifiesto las divisiones de los partidos republicanos y ensalza a la Monarquía en párrafos elocuentes, que aplauden ministeriales y conservadores.

Empieza a rebatir los cargos de los Sres. Salmerón y Marenco, y quedando en el uso de la palabra para mañana, se levanta la sesión a las siete menos cuarto.

* * *

Ya en el orden del día, continuó la interpelación sobre Melilla, y el Sr. Salmerón su discurso interrumpido ayer. Hoy ha estado el orador republicano más agresivo que ayer, y, además, injusto, al dirigir ataques a persona como el general Martínez Campos, que tan altos ha puesto en este asunto su inteligencia y su patriotismo.

Ya dispuesto a arremeter con todo el mundo, arremetió también con el Parlamento, suponiendo que los actuales diputados tenían una representación extranacional. La campanilla presidencial y las protestas de la mayoría se encargaron de hacer volver al camino de la discusión tranquila al diputado republicano.

 

La Iberia
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894Año XLI, número 13.790
página 3
Congreso
Sesión del día 9 de Abril de 1894
Preludio.

Temprano y con sol –porque la tarde estaba hermosa– llegó el Sr. Cánovas al Congreso, llevando bajo el brazo dos libros rojos (a juzgar por el color de la pasta) y otros documentos.

Un ujier cogióle el abrigo, diciéndole:

–¿Quiere el señor que lo deje en el guardarropa?

–Bueno.

Anda el Sr. Cánovas unos pasos; llega a la entrada del pasillo circular, y un diputado se le adelanta y le dice:

–¿Quiere usted que le lleve los papeles al asiento?

–¡Bueno!

Y he aquí que se nos vino a la memoria el cuento del esquilador.

–¿Esquilo al perro?

–¡Bueno!

El aspecto de la Cámara es de día de fiesta. Las primeras filas de las tribunas numeradas las ocupan damas, elegantes todas, y muchas de ellas guapas. Después de mirarlas bajamos la vista y tropezamos con la faz del Sr. Cárdenas. ¡Contraste horrible!

[…]

Reanudose el debate sobre lo de Melilla, y mientras el Sr. Salmerón se dispone a hablar, emigran casi todos los diputados.

Hay tal ruido que el Sr. Salmerón continúa sentado, por lo cual el presidente le manda un aviso de atención.

Al cabo de algunos minutos de conversaciones y comentarios, el Sr. Salmerón se pone en pie.

El Sr. Salmerón.

Reanuda su discurso con tonos intemperantes.

Habla enfáticamente del fusilamiento de Farreu, y dice que se ha violado con tal acto la Constitución del Estado.

El Sr. Sagasta: La Constitución no se ha hecho para los estados de guerra. (Muy bien en la mayoría.)

El Sr. Salmerón insiste en que no se han cumplido las leyes.

El Sr. Sagasta: Yo no empleo para combatir a los riffeños, que debo combatir a tiros, la Constitución.

El Sr. Salmerón estudia el bando dado por el general en jefe del ejército de África, censurándolo duramente.

El Sr. Sagasta : Esas son las leyes de guerra que existen en todos los países.

El Sr. Salmerón: No existen en ninguno.

El Sr. Sagasta: En todos. Por ejemplo, en Francia.

El Sr. Salmerón: S. S. no lo sabe.

El Sr. Sagasta; ¡Buena idea tiene S. S. del patriotismo!

El Sr. Salmerón contesta a esta interrupción diciendo que para que el patriotismo sea una verdad, hay que hacer un esfuerzo que nos libre de aquello que lo empaña. (Protestas en la mayoría. Momentos de confusión.)

Continua diciendo que en los sucesos de Melilla han jugado influencias extranacionales.

(Nuevo tumulto. El presidente llama al orden al orador, con beneplácito de la mayoría.)

Para «enmendar» el concepto dice el Sr. Salmerón que el Parlamento no es la verdadera representación nacional.

(Se reproduce el jaleo. El presidente dice que se ve obligado, en vista de las afirmaciones del orador, a llamarle al orden por primera vez.)

El Sr. Salmerón dice que se da por advertido, puesto que no quiere discutir con el presidente. Pero también deberían darse por advertidos –dice– los que se llaman columnas de las instituciones y han dicho de unas Cámaras que estaban deshonradas antes que nacidas.

(Repítense las protestas de la mayoría. El presidente, con buen acierto y mucha energía, dice que no se puede admitir de ningún modo el concepto de que las Cortes no sean nacionales. Y nuevamente advierte al orador que no siga por el camino emprendido, que no puede tolerarlo el presidente.)

El Sr. Salmerón varía de táctica, y entra a examinar la organización del ejército de África, diciendo que la movilización de cada soldado costó a la nación 1.500 pesetas.

Afirma que el proyecto de la división del ejército de la nación en siete cuerpos se debe al ministro de la Guerra de la República, general Estévanez. (Grandes risas.)

Y luego examina y compara la organización de los ejércitos francés y español, para deducir que aquí tenemos muchos generales y muchos coroneles.

Lo que no dice, y podría decirlo, es que también aquí tenemos demasiados oradores.

Consagra la última parte de su discurso a examinar la gestión diplomática, y, como es natural, la encuentra deplorable, diciendo, entre otras cosas, que los 20 millones de la indemnización quedarán reducidos a 12 por el descuento de la moneda. Esto ya lo ha dicho el Sr. Marenco; de modo que el Sr. Salmerón no descubre ahora ningún Mediterráneo.

Del hecho de que el Jurado no entienda en los delitos de lesa majestad, deduce que hay grande incompatibilidad entre los intereses dinásticos con los nacionales; y cuando el ejército se convenza de ésta que le parece verdad al orador, se realizará la revolución redentora que el país espera.

(Unos cuantos diputados republicanos felicitan al Sr. Salmerón.)

El señor ministro de Estado.

Contesta el Sr. Moret, a las seis y veinte minutos.

Empieza diciendo que nada impondrá tanto temor en los militares como la conjunción con los republicanos con que el Sr. Salmerón le ha brindado, porque aún está vivo el fulgor de la tea roja de la República, que iluminó la indisciplina del ejército y grandes desgracias nacionales. (Aplausos en la mayoría.)

Añade el Sr. Moret que debería el Sr. Salmerón explicar en nombre de qué República habla, porque hay republicanos que están más cerca de la Monarquía, y otros que hasta en punto tan fundamental como la división del territorio, están en profundo desacuerdo con otros republicanos. (Muy bien, muy bien.)

Dice el Sr. Moret que la revolución de 1868 destruyó todo lo existente en el régimen político; y luego vinieron las Cortes Constituyentes, libremente elegidas por la nación, y oyendo las voces que salían de las entrañas del país, del ejército, de la mujer, del niño, de todos los ciudadanos, votaron una Monarquía que hoy, después de la Restauración, se encuentra gloriosamente personificada en D. Alfonso XIII.

Con tal elocuencia pronuncia el Sr. Moret este hermoso párrafo de su discurso, que toda la Cámara, excepto los republicanos, lo aplaude con entusiasmo.

El señor ministro de Estado empieza a contestar el fondo del discurso del Sr. Salmerón, afirmando que su negociación diplomática no fue subterránea y misteriosa, sino hecha de acuerdo con el Gobierno.

Por haber trascurrido con algún exceso las horas reglamentarias, el Sr. Moret suspende su discurso para continuarlo mañana.

El Siglo Futuro. Diario católico
Madrid, miércoles 9 de mayo de 1894
Año XX, número 5.767

página 2
Los sucesos de Melilla
El señor ministro de la Guerra reanuda su interrumpido discurso en contestación al del señor Marenco.

La mayoría de los diputados abandonan los escaños.

La Cámara muy desanimada.

Manifiesta el señor ministro de la Guerra que es incierto que se abrieran por el general Macías los pupitres ni cajones que guardaban la correspondencia particular del general Margallo.

Asegura que la familia de este malogrado militar goza de la pensión máxima, habiéndosele concedido todo cuanto estaba en las atribuciones del ministro de la Guerra.

Niega que el gobierno haya tenido ninguna clase de relaciones con Maimón Mohatar.

El señor ministro de Estado ruega a la Mesa le reserve el uso de la palabra para después de hablar el Sr. Salmerón.

El Sr. Marenco pide rectificar después de haber hablado el señor ministro de Estado.

El Sr. Salmerón habla para alusiones personales.

El Sr. Salmerón empieza diciendo que el partido liberal está en una situación de quiebra, imponiéndose la liquidación.

Culpa a los partidos monárquicos de la situación tristísima en que se encuentra España.

Acusa al gobierno de incompetencia en los asuntos de Marruecos.

Consigna que el partido conservador ha hecho en favor de la política con Marruecos, algo de provecho para sostener nuestra influencia y prestigio en aquel imperio.

La responsabilidad de los sucesos de Melilla alcanza a todo el gobierno. El menos responsable lo es el señor ministro de la Guerra, al que quiere sacrificarse.

Se ocupa de las deficiencias que de hombres, armamentos y material de guerra se notaron en Melilla, a raíz de los sucesos del 2 de Octubre.

Agrega que la plaza estaba abandonada por el gobierno, y al efecto cita hechos ocurridos durante los sucesos allí habidos últimamente.

Extraña que se diga que no puede hablarse del contrabando de guerra, porque se levanta en medio de una cruz.

¡Pues no faltaba más que no pudiéramos decir que Fernando VII fue un traidor, porque ya ha muerto!

Es preciso que se declare quiénes son los responsables, estén muertos o estén vivos.

No se muestra partidario de que en África existan nuestros presidios, ni tampoco de que vayan allí las misiones católicas, las cuales recuerdan a los partidarios de Mahoma las guerras de la cruz y la media luna.

No enviemos, pues, misioneros a Marruecos.

Continúa su discurso, afirmando que la manera de estrechar nuestras relaciones en Marruecos, llevando a este imperio la civilización, es estableciendo allí nuestro comercio y nuestra industria.

«Es preciso, dice, seguir la conducta de Inglaterra.»

Respecto al Sr. Sagasta, dice que no se enteró de lo que pasó en Valencia; cómo se puede enterar de lo que pasa en África.

Examina después el conflicto de Melilla, consecuencia lógica de la política internacional de los partidos monárquicos, y muy especialmente de la torpeza de los autores del ampliamiento de un fuerte próximo a la mezquita y cementerio musulmán, cosa –dice– que es un ataque a las creencias de los moros.

El orador suplica a la presidencia suspenda el debate por hallarse cansado, y a fin de poder reanudar su discurso en la sesión inmediata.

Así lo acordó el presidente.

Jura el cargo de diputado el Sr. Ochando.

Se da cuenta de varios dictámenes, levantándose seguidamente la sesión.


La Correspondencia de España
Madrid, jueves 10 de mayo de 1894
Año XLV, número 13.183

página 3
Continuó el debate sobre los sucesos de Melilla a las cuatro y cuarto, y su discurso el Sr. Salmerón.

El orador republicano ha tratado en las dos partes de su oración parlamentaria, los aspectos militar y diplomático de la cuestión, haciendo constantemente consideraciones de carácter político, deducidas de aquellos hechos, y acentuando hasta tal punto su criterio y su política republicana, que frecuentemente fue interrumpido por los diputados monárquicos.

El discurso del Sr. Salmerón es de los más revolucionarios y disolventes que se han oído en la Cámara. La exageración de sus conceptos, la intransigencia de sus afirmaciones, perjudican singularmente y destruyen la tesis que se propone demostrar.

Para él la patria viene a ser incompatible con la monarquía, y toda la organización social, política y militar que existe en el régimen monárquico, no son más que instrumentos de influencias extranjeras.

Se levanta a contestar el Sr. Moret y empieza con una protesta enérgica, sentida y verdaderamente sublime, en defensa de la monarquía y de la monarquía actual.

Con una elocuencia arrebatadora, tal como hace mucho tiempo no se ha oído en la Cámara, demuestra que lo nacional es la monarquía, y que la patria que invoca el Sr. Salmerón es la que tendría que borrar toda la historia, desorganizar el ejército y destruir la Iglesia, la fe y todo lo que España significa y representa.

Los apóstrofes del ministro de Estado, de una inspiración, un calor y un entusiasmo fervientes, son acogidos por salvas de aplausos que parten de todos los lados de la Cámara que ocupan los monárquicos, y el Sr. Moret obtiene una merecida y extraordinaria ovación.

El Sr. Moret termina la primera parte de su discurso y multitud de diputados le rodean, felicitándole calurosamente.

 

La Época
Madrid, jueves 10 de mayo de 1894
Año XLVI, número 14.971

página 1
Es un fenómeno verdaderamente curioso el que ofrecen ciertos hombres notables. El Sr. Salmerón es una inteligencia privilegiada, está además nutrida por la médula de León (no de Castillo), como alguien ha llamado a la Filosofía, y se ha pasado la vida estudiando las leyes del conocer.

Y, sin embargo, no abre la boca el elocuente catedrático, que no sea un agravio a la lógica o un desafuero contra la razón.

Dijérase, repitiendo una frase célebre, que a estos sabios les adultera el estudio.

El Sr. Salmerón, que fue presidente de aquella República, que sería jocosa, si no hubiera costado tanta sangre y producido tanta vergüenza, se levanta a abogar por el prestigio del Ejército...

¿No es esto el colmo de lo ilógico?

Tan ilógico como sería, v. gr., que el libertino hablase de su continencia o el pródigo de su economía.

Tampoco son propias del talento que adorna al profesor krausista sus teorías acerca de la Constitución y la guerra. El Sr. Salmerón, convertido en abogado de los riffeños, hubiera querido que se hubiese tratado a las kabilas constitucionalmente, es decir, de la manera que se trataba en tiempos de la presidencia del jefe centralista a los enemigos del orden y de la integridad de la patria.

Decididamente, el cerebro del Sr. Salmerón padece una enfermedad... constitucional.

 

Heraldo de Madrid
Madrid, jueves 10 de mayo de 1894
Año V, número 1281

página 1
Pero al Sr. Salmerón ocurre la peregrina idea de aplicar el imperativo moral categórico a cosa tan contingente y singular como la guerra. Sobre un asunto muerto –aunque sin duda, mal muerto– echa el agua hirviente de varias teorías revolucionarias tan pertinentes al caso como pueden convenir sendas pistolas al Santo Cristo de Burgos. El Sr. Salmerón, orador máximo, resiéntese en su oratoria del absolutismo de su pensamiento. Por complacerle mejor diremos que a pesar de su krausismo y de su filosofía armónica, la idea parte de su cerebro no con arreglo a Krause, sino a Hegel, «como si saliera del cañón de una escopeta.» Con semejantes metafísicas, con tal política de abstracciones, casi siempre le sale al revés el efecto de la oración. Se encuentra enfrente de dos partidos y los une; maniobra contra una mayoría debilitada, y la fortalece; combate a un ministro herido, y lo sana.

Esto ocurrió ayer. Cuando la efervescencia era mayor y por más cierto teníase el tropiezo del Sr. Moret, habla y habla el Sr. Salmerón, y el ministro de Estado, caído a primera hora, levántase a la última para recoger toda una cosecha de laurel fresco y espontáneo.

¡Vaya por la estrategia metafísica del señor Salmerón y Alonso!

 

{1} José Marenco Gualter, diputado republicano progresista por Cádiz (desde 1891 a 1907), entonces capitán de fragata de la armada. Destacado masón, de 1904 a 1906 llegó a ser Gran Maestre del Grande Oriente Español. «El Sr. Marenco, republicano y marino, interviene en el debate [sobre los sucesos de Melilla] para alusiones. [...] Censura el fusilamiento del penado Farreu, que fue un servidor de la patria y murió inocente, tal vez porque con su vida se quiso ocultar la responsabilidad contraída por alguien que ejercía un mando importante.» (El Día, sábado 5 de mayo de 1894.)

{2} Juan García Margallo, nacido en Montanchez (Cáceres) en 1839, general gobernador de Melilla, alcanzó fama efímera tras el sangriento ataque de los moros de las kábilas rifeñas a las tropas españolas, el 2 de octubre de 1893, pues perdió la vida pocos días después, en el cerco al fuerte de Cabrerizas Altas, que se construía en las proximidades de un morabito, el 27-28 de octubre de 1893, al parecer por su propia insensatez, que puso además un cañón en trance de ser tomado por los moros, aunque valerosamente el joven Miguel Primo de Rivera y Orbaneja –futuro dictador de España en los años veinte y padre de José Antonio– logró recuperar la pieza, por lo que fue premiado con la Laureada y el ascenso a capitán. Otra versión, propia de rumores indemostrables, asegura que a Primo de Rivera le encargaron neutralizar de forma honrosa a un corrupto general Margallo, sorprendido vendiendo armas al enemigo moro.

{3} José María Lerchundi, nacido en Orio (Guipuzcoa) en 1836, fraile franciscano misionero en Tánger, donde falleció en 1896. En 1892, como superior de las Misiones Católico-Españolas en Marruecos, publicó en Tánger, en la Imprenta de la Misión Católica-Española de Tánger su monumental Vocabulario español-arábigo del dialecto de Marruecos, con gran número de voces usadas en Oriente y en la Argelia (XXIII+863 páginas). Por entonces Claudio López Brú, que ya había donado la instalación de la luz eléctrica en Tánger, donde vivían cinco mil españoles, encargó al arquitecto Antonio Gaudí el diseño de un magno edificio que pensaba donar para Misión Católica-Española de Tánger, proyecto que Gaudí entregó en octubre de 1893, con notable parecido, por cierto, al aspecto posterior del templo de la Sagrada Familia de Barcelona, pero que no se llegó a realizar. Se ha señalado que en la cancelación de tales planes tuvo que ver la caída en desgracia de mossèn Jacinto Verdaguer, expulsado por sus devaneos carnales del cargo de limosnero del segundo Marqués de Comillas, pero también influyó sin duda la opinión política krausista contraria a enviar misioneros católicos a tierras coranizadas, para no irritar a los hijos de Mahoma.

{4} Maimón Mohatar. «En la mañana de ayer llegó a Madrid Maimón Mohatar, conocido también en Melilla por Maimón el de la Paja, moro adicto a España y amigo nuestro desde hace muchísimos años. Se aloja en el Gran Hotel, y hoy visitará al ministro de la Guerra. Su deseo es que le presente al Rey, aunque ya conoció a S. M. en Melilla cuando el Soberano visitó aquella plaza. Maimón habla perfectamente el castellano, viste ricos vestidos blancos y ha estado ya otras veces en Andalucía. Es Maimón un moro de arrogante aspecto, joven y muy inteligente. Su adhesión a España, ya demostrada en 1893, se vio confirmada en los primeros combates que nuestras tropas sostuvieron con los rifeños, cuando por el escaso contingente de tropas que formaban la guarnición de Melilla se hizo más difícil la situación de ésta. En el memorable ataque al campamento de Sidi Hamed el-Hach, el día 18 de Julio, Maimón Mohatar se batió bravamente a nuestro lado, en los sitios de mayor peligro. Entre los moros tiene mucho prestigio, pues goza entre ellos fama de ser uno de los más fuertes capitales. En efecto, la fortuna de Maimón, que para los moros resulta fabulosa, no de deja de ser en todas partes un pico respetable, pues seguramente pasará de 40.000 duros. Con Maimón Mohatar ha venido el distinguido y valeroso capitán de Infantería D. Teodoro Fernández Cuevas, que no se separará de su lado hasta que aquél regrese a Melilla, por orden expresa del general Marina. Acompaña a Maimón Mohatar, como criado, otro moro que también se ha distinduiso como amigo de España.» (ABC, Madrid, viernes 4 de febrero de 1910.) Su hijo, Maimón Mohatar fue catedrático de la academia que en Melilla dirigió Carlos Quirós: ver «Cómo se preparan los funcionarios españoles para la conquista espiritual de Marruecos».

{5} Antonio Farreu Riera, natural de Alguaire (Lérida), sargento carlista durante la guerra civil de 1872 a 1876, asesinó al alcalde de su pueblo por entender, al parecer, que era confidente del ejército liberal. Se mantuvo su crimen impune durante la guerra, pero acabada ésta fue juzgado y condenado a cadena perpetua, que debía extinguir en Melilla. En noviembre de 1893, tras diecisiete años de condena, aceptó prestar un servicio que determinados mandos militares urdieron para intentar detener a la desesperada los ataques rifeños, en aumento tras los salvajes asesinatos cometidos por los moros el 2 de octubre, y con otros penados formó en la heterodoxa guerrilla o partida de la muerte mandada por el capitán Francisco Ariza Gómez (†1903). En el campo moro detuvieron a Alí Mohamed Amadi, confidente a sueldo del general Macías, quien, a pesar de portar un escrito del general, fue maltratado con tremendos golpes por Antonio Farreu, quien, además, le cortó las orejas. Sometido Farreu a consejo de guerra sumarísimo, el fiscal pidió la pena de muerte, y así fue sentenciado a las doce de la noche del 30 de noviembre. Inmediatamente el auditor aprobó el fallo, que fue también firmado, a las cuatro de la mañana, por el General en jefe Arsenio Martínez Campos (llegado sólo horas antes a Melilla, recién nombrado jefe de operaciones de África, ya había desautorizado y disuelto la partida de la muerte). «Apenas se conoció la sentencia, una comisión de señoritas de Melilla y varios periodistas vieron al general, suplicando que indultase al desgraciado. Negóse el general a acceder a la petición, diciendo que una nación civilizada no podía consentir actos de barbarie.» La sentencia se ejecutó a las once de la mañana del 1º de diciembre de 1893. «El fusilamiento de hoy ahorra quizás otros fusilamientos, pues los soldados creían la cosa más natural del mundo mutilar a los moros, como represalias de lo que éstos hacían con nuestros heridos mutilándolos bárbaramente. Todos recordamos al pueblo bajo de España, que al despedirse de los soldados les encargaban trajeran algún despojo de los moros. La disciplina de un ejército civilizado no podía consentir semejante barbarie.» (El Día, Madrid, 3 diciembre 1893.) «Pocos actos han causado en España sensación tan profunda como el fusilamiento del penado Antonio Farreu Riera, en Melilla. Sin juzgar el fallo, séanos permitido lamentar que el general Martínez Campos haya preferido en esta ocasión ser justo a ser clemente. Lo que hizo Farreu fue brutal, pero fuerza es reconocer que habría que borrar casi todas las páginas más gloriosas de la historia patria, si a cada acto de esa índole hubiera seguido un fusilamiento. La ley militar tiene exigencias terribles, pero ¿no pudieran en este caso haberse aminorado con el indulto, en gracia a las circunstancias y a la intención del reo?» (El Motín, Madrid, 7 diciembre 1893).

gbs 

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