—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

sábado, 12 de diciembre de 2015

352.-EMILIO CASTELAR: SINOPSIS DE SU VIDA Y OBRA.- a




Estatua


Oratoria de piedra
Moncho Alpuente
12 nov 1995 - 23:00 UTC

Congelado el ademán, hecho bronce su arrebato postrero, Emilio Castelar, el gran tribuno, perora, silencioso para siempre, ante la asamblea bulliciosa e indiferente de los automóviles en una encrucijada de la Castellana, rodeado de símbolos que esculpieron su florida oratoria en el definitivo escaño que labró Mariano Benlliure y costeó la suscripción popular, coronado por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, apretujadas en la cúspide, desnudas y expuestas a la intemperie de los siglos.El monumento a Castelar es tan retórico como lo fue su verbo, enrevesado de formas y figuras como las que hoy le arropan y le glosan en este cenotafio cuya estética deploraron siempre los puristas, partidarios de una sobriedad de líneas que no hubiera cuadrado con la torrencial y serpenteante fluidez de su verbo. A espaldas del tribuno monta etérea guardia un veterano soldado al pie del cañón; so bre su cabeza, una estela anima a los esclavos a la rebelión y les ofrece una patria igualitaria.

El abigarrado monolito cumple funciones de guardia de tráfico en la rotonda central de la plaza que parte los bulevares abandonados de la Castellana, setos descuidados y losas desvencijadas. En el contorno de la glorieta se encastillan las sedes de numerosas y multinacionales compañías de seguros, los firmes y consolidados muros de la última prisión del político republicano, del fogoso y romántico, ampuloso y tempestuoso orador, cuyo discurso, con ecos de Víctor Hugo y Chateaubriand, caló profundamente en el pueblo de Madrid, que siempre amó la retórica y la prosopopeya más que el lenguaje llano, que por su condición hubiera parecido más propicio, y se dejó en volver y subyugar por su enardecida prosa parlamentaria.

El pueblo de Madrid, dispuesto a hacer la revolución callejera y espontánea y arramblar con la monarquía de Isabel II para que le devolvieran al prócer su Cátedra de Historia en la Universidad.

Sólo la diosa Cibeles pudo desplazar con su leonado carruaje a Castelar de su plaza y llevárselo Castellana arriba. La plaza de Cibeles se llamó de Castelar durante un tiempo. Feliz conjunción, pues el tribuno había cantado con su peculiar estrofa las glorias de esta fuente lustral: 

"Sobre su carro tendida y de su castillo coronada, con sus leones delante. La gallardísima estatua de Cibeles, a cuyo pie fluye la mejor agua del mundo".

La glorieta de Castelar es una isla más del archipiélago lineal que remansa el cauce seco de la Castellana, que es paseo y no avenida, y tomó el nombre de una fuente famosa y desaparecida. El gran río que le falta a Madrid debía estar aquí, pero que dan sus márgenes, la orilla izquierda, y la derecha, que parten por el eje la ciudad. En el paseo de la Castellana, decía Ramón Gómez de la Serna, sólo se sientan por derecho propio los que tienen un destino seguro, en cuyas páginas ya está escrito todo:
 "Los esponsales, los bautizos y hasta los cargos oficiales que disfrutarán los hijos". 
Corren malos tiempos para los destinos seguros y son pocos los que toman asiento en sus bancos, hasta que llega el verano y florecen las bulliciosas terrazas nocturnas donde se solazan en permanente bacanal los herederos de los jóvenes paseantes que citaba Ramón-
 "Los jóvenes de la Castellana son jóvenes de perro lobo y de hermanas elegantes. Todos llevan pulsera y flecha en los calcetines. Con sus finos juncos se arrean a veces una pierna".

Los esclavos, citados y llamados a la rebelión en el monumento a Castelar, no suelen frecuentar estos contornos porque, volvemos a Ramón, "la Castellana es un paseo para los que no tienen ninguna preocupación. Es el paseo sosegado para esos orondos fabricantes de puros, cuya efigie aparece en las mejores cajas de habanos rodeados de medallas de oro". Hoy, bajo los auspicios del enorme orador, del gran tribuno decimonónico, se reúnen, en un destartalado quiosco, aún no contaminado de diseño, esclavos atados a la cadena de sus ciclomotores, los arriesgados y jóvenes mensajeros del correo rápido que apilan sus frágiles monturas en la acera y comentan las incidencias del tráfico urbano y sus osadas excursiones en el laberinto callejero a media mañana. Por la noche, los clientes de los hoteles de lujo se ocultan en las sombras y buscan discreto refugio en bares elegantes y venéreos, restaurantes y marisquerías dispersos por la zona.

Esta noche, en una cervecería cercana al monumento, se concentra un grupo de universitarios captados por un anuncio en el Segundamano que ofrecía por 6.500 pesetas gran cena oriental, barra libre, espectáculo y contactos con distinguidas señotitas solteras, señoritas demasiado preocupadas, para el gusto de la joven y desconfiada clientela, por saber si han abonado previamente la cuota marcada para acceder al presunto banquete mientras aparecen las primeras fuentes de ensaladas y cordero y los músicos orientales afinan sus instrumentos.

Algunos toman la puerta con disimulo diciendo que la cena les huele a chamusquina y lamentando las cantidades abonadas a cuenta en las arcas de los avispados mentores del contubernio.

Castelar continúa impertérrito su discurso de bronce, que corean las bocinas de los automóviles durante todo el día, su discurso eterno a espaldas de la Embajada de Estados Unidos, sorda a sus proclamas libertarias. La embajada se alza sobre los terrenos de la antigua residencia de Cánovas del Castillo, que ocupase luego la marquesa de Argüelles, antes de que el progreso abatiera las mansiones y los palacetes que dieron fama y lustre a esta prolongación de la urbe que hoy culmina en los soberbios; rascacielos de Azca.

La Castellana es cómputo y resumen de siglos de historia madrileña, de Atocha a la plaza de Castilla, los sucesivos paseos de la Corte, el Prado galante y artístico, el Recoletos culto y bohemio, el Madrid burgués y diplomático, la urbe funcionarial de los Nuevos Ministerios y la ciudadela bancaria, negociante y altiva de las moles de Azca, con sus pasajes subterráneos y nocturnos.

Castelar es un hito, un mojón a caballo de dos siglos que da la espalda al progreso de las nuevas arquitecturas y mira hacia la Cibeles, diosa nutricia y ubérrima, como su verbo, que los madrileños hicieron sinónimo de la más excelsa oratoria acuñando la frase "hablar como un Castelar", generosamente aplicada a cualquier charlatán de feria. Hoy, cuando la retórica parlamentaria vuela rasante, sin fuerza y sin ideas, el aliento de bronce del político gaditano, manumitidor de escvitudes y presidente eventual de una eventual república, sigue tronando desde su sitial de la Castellana.

* Este artículo apareció en la edición impresa del domingo, 12 de noviembre de 1995.



La Glorieta de Emilio Castelar (antes plaza de la Fuente Castellana y plaza del Obelisco), es una glorieta del paseo de la Castellana,​ entre los distritos de Chamberí y Salamanca de Madrid. Confluyen en ella la calle del General Oráa y el paseo del General Martínez Campos. Desde 1908,2​ lleva el nombre del orador del siglo xix y presidente de la Primera República Española Emilio Castelar. En sus proximidades se encuentran espacios culturales como el Museo Sorolla, el Lázaro Galdeano y el Museo de Escultura al Aire Libre de la Castellana.



1ª Etapa: 1832-1854

Nace en Cádiz. Tras el fallecimiento de su padre (1839), la familia se traslada a Elda (Alicante). Bachillerato en Alicante. Estudios universitarios en Madrid. Profesor en la Escuela Normal de Filosofía. Tesis doctoral: Lucano: su vida, su genio, su poema (1853-54).

2ª Etapa: 1854-1866

·Discurso sobre la Democracia (Teatro de Oriente, Madrid, 25 septiembre 1854). Comienza su actividad pública. Colaboración en periódicos: El Tribuno del Pueblo (1854), La Soberanía Nacional (1855), La Discusión (1856-1864). Publica sus dos primeras novelas: Ernesto (1855) y Alfonso el Sabio (1856), y unas Leyendas populares (1857).

·Catedrático de Historia Crítica y Filosófica de España (Universidad Central, 1857). Lecciones en el Ateneo: Historia de la civilización en los primeros cinco siglos del Cristianismo. Publica La fórmula del progreso.

·Publica otra novela, La Hermana de la Caridad (1862, segunda parte de Leyendas populares). Funda y dirige La Democracia (1964): ataques al Gobierno de Narváez. Artículo "El Rasgo" (24 febrero 1864). Castelar es destituido de su Cátedra. Sucesos de la "Noche de San Daniel" (10 abril 1865). Gobierno de O’ Donnell: Castelar vuelve a su Cátedra. Participación en pronunciamientos progresistas (enero y junio de 1866). Condena a muerte y huida de España.

3ª Etapa: 1866-1874

·Dos años de exilio (1866-1868): recorre diversos países europeos (Francia, Suiza, Inglaterra, Alemania…). Corresponsal en periódicos latinoamericanos: El Siglo, El Monitor Republicano, La Nación, La Raza Latina…

·Regreso a España (1868). Elegido Diputado a Cortes (1869): intensa actividad parlamentaria que se recoge en Discursos Parlamentarios en la Asamblea Constituyente (1869-1870) (1871) y Discursos Parlamentarios y Políticos en la Restauración (1871-1873). Otras publicaciones: Recuerdos de Italia (memorias, 1872), Vida de Lord Byron (1873).

·Proclamación de la Primera República Española (1873): Castelar es nombrado por Figueras Ministro de Estado. Tras los mandatos de Figueras, Pi y Margall, y Salmerón, accede a la Presidencia (septiembre, 1873). El 2 de enero de 1874 las Cortes le obligan a dimitir. Fin de la Primera República.

4ª Etapa: 1874-1899

·Restauración de la Monarquía (1874). Castelar se marcha a París y viaja por Europa. Numerosas publicaciones: Historia de un corazón (novela, 1874), Un año en París (memorias, 1875), Fra Filippo Lippi (novela histórica, 1877-78), Ricardo (1878), Ensayos literarios (1878).

·  Ingresa en la Real Academia de la Lengua Española (1880) y en la de Historia (1881). Presenta el programa de su nuevo partido, el "Posibilista", en Alcira (Valencia) (2 Octubre 1880). Aunque retirado de la política, continúa colaborando con el partido progresista. Nuevas publicaciones de Discursos (s.f., hacia 1880), Retratos históricos (1884), El suspiro del moro (leyendas y tradiciones, 1885), Galería histórica de mujeres célebres (8 vols., 1886-1889), Nerón (1891), Historia del Descubrimiento de América (1892) y una Historia de Europa en el siglo XIX (6 vols. Iniciada en 1895 y culminada, tras su fallecimiento, en 1901 por M. Sales y Ferrer).

·Asesinato de Cánovas (1897): nuevo intento —fallido— de Castelar por regresar a la actividad política. Se retira a San Pedro del Pinatar (Murcia) donde fallece el 25 de mayo de 1999. Entierro en Madrid.

   
Fuentes consultadas para la elaboración de esta biografía
    
·        Alberola, G. Semblanza de Castelar, 1905.
·        Boada y Balmes, M. Emilo Castelar. Nueva York: 1872.
·        Castelar. E. Autobiografía y discursos inéditos. Prólogo de Ángel Pulido. Madrid: 1922.
·        González del Arco, M. Castelar: su vida y su muerte. Bosquejo histórico biográfico. Madrid: 1900.
·        Herrera Ochoa, B. Castelar. Madrid: 1936.
·        Jarnés, B. Castelar, hombre del Sinaí. Madrid: 1966.
·        Llorca, C. Emilio Castelar, precursor de la Democracia Cristiana. Madrid: 1966.
·        Sánchez del Real, A. Emilio Castelar. Su vida y su carácter. Barcelona: 1873.
·        Sandoval, F. De. Emilio Castelar. París: 1886.
·        Souto Alabarce, A. "Vida y obra de Emilio Castelar". Castelar, E. Discursos. Recuerdos de Italia. Ensayos. México: 1980.
  

Mª. Carmen García Tejera
Universidad de Cádiz (España)
(Noviembre de 2000)

 

 UN ORADOR LEGENDARIO


Jacinto Octavio Picón, quien sucedió a Emilio Castelar en la silla D de la Academia, destacó en su discurso de entrada en la RAE, la oratoria de Castelar: «De lo que nadie se podrá formar exacta opinión leyéndola, es de su oratoria. Eran sus discursos de sencilla estructura. Casi sin exordio enunciaba las afirmaciones que pretendía demostrar; venía luego la argumentación clara y concreta, unas veces sólida hasta quedar incontrastable, otras superficial y somera; no tanto por flaquear la dialéctica cuanto por natural desorden de ideas que con su propia abundancia se perjudicaban. [...] Si la elocuencia —como dice Platón— es la razón apasionada, nadie fué más elocuente que Castelar».
Autor de una numerosa bibliografía, destacan sus novelas, libros de viaje y crítica histórica. «Su prosa está formada de largos y rotundos periodos, encadenados sin el menor esfuerzo, con espontánea maestría; acudiendo en servicio de las ideas tal profusión y variedad de vocablos, que su propia superabundancia produce, no el defecto, sino el exceso por que puede ser censurada», como recuerda Jacinto Octavio Picón.
Entre sus obras, destacan títulos como Ernesto. Novela original de costumbres(1855); Lucano. Su vida, su genio, su poema (1857); La hermana de la Caridad(1857); Ideas democráticas: La fórmula del progreso (1858); Recuerdos de Italia(1872); Un año en París (1875); Estudios históricos sobre la Edad Media y otros fragmentos (1875); Cartas sobre política europea (1875); La Rusia contemporánea. Bocetos históricos (1881); Las guerras de América y Egipto. Historia contemporánea(1883), e Historia del descubrimiento de América (1892).

Ingresó en la Real Academia de la Historia en 1880 y, en 1886, fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes, en la que no llegó a tomar posesión de la plaza.

  

 Lo mucho que podemos aprender de Emilio Castelar


De Emilio Castelar (1832-1899), cuarto presidente de la I República, podemos extraer una serie de ideas y de convicciones, si reflexionamos juiciosamente, que atraviesan el tiempo y que siguen siendo de una incuestionable validez. Fue un excelente orador, estadista, cuarto Presidente de la I República, político culto y honrado, historiador, escritor de notable agilidad y buen pulso… y muchas otras cosas.

Durante toda su vida luchó contra la hipocresía, la doblez y la corrupción. Sentía asco ante las huecas proclamas patrióticas con que pretendían cubrirse quienes se envolvían en banderas y protagonizaban ’políticas rastreras’.

Hombres cabales como Emilio Castelar ennoblecen aquello en que creyeron. Tuvo siempre como norte que por nada se viera menoscabada su integridad y dignidad.

Vivimos en una época de prisas sin fundamento. Se corre mucho para no llegar a ninguna parte. Estamos encerrados en nosotros mismos y padecemos una falta de interés por lo que nos rodea, especialmente por lo público, por lo que es de todos y todos deberíamos defender. Nuestra mirada se ha devaluado. Si por algo nos caracterizamos colectivamente es por dilapidar créditos hasta la saciedad. Corremos el riesgo de caer ‘en una especie de autismo social’.

Quienes vivimos en Madrid y prácticamente a diario pasamos por el Paseo de la Castellana, apenas reparamos en el monumento erigido en honor de Emilio Castelar, que desde mi punto de vista, es uno de los grupos escultóricos de mayor belleza y plasticidad que existen en la ciudad.

Lo primero que me llama la atención es que se sufragó por suscripción pública. Es gratificante que los madrileños le rindieran ese homenaje aunque otras Instituciones también colaboraran.

Si se observa, con detenimiento, tiene un aire en cierto modo piramidal. Lo que destaca a simple vista son tanto las inscripciones como las figuras alegóricas por su fuerza y expresividad. Destaca la magnífica escultura en bronce de Emilio Castelar, arengando al auditorio. A sus pies una venus que probablemente, represente a la verdad. Por unas escalinatas intentan ascender hasta ella tres esculturas de bronce que representan un obrero, un estudiante y un soldado, obvio es decir, que se identifican con el pueblo.

Cuando la mirada se detiene, se pueden apreciar en el conjunto elementos de interés. Una vez más, no es lo mismo ver que mirar atentamente. Mariano Benlliure supo calcular muy bien los espacios. Ascienden por los peldaños, atentos y escuchando la palabra de Castelar, Cicerón y Demóstenes, las dos glorias de la oratoria greco-latina. Creo sinceramente que el escultor valenciano dio en este monumento lo mejor de sí mismo con un resultado espléndido e incluso deslumbrante.
Asimismo se destaca, oportunamente, el papel que jugó el cuarto Presidente de la I República, con sus encendidos discursos, para contribuir a la abolición de la esclavitud. De ahí, que tanto hombres como mujeres y niños aparezcan en actitud de liberarse de las cadenas. Por si esto fuera poco, una inscripción recuerda: ‘levantaos esclavos porque tenéis patria’. Al pie de otras figuras que representan las tres gracias, se reproducen las palabras resumen y símbolo de la Revolución Francesa y del liberalismo político: libertad, igualdad, fraternidad.

He iniciado este ensayo describiendo y haciendo unas valoraciones sobre el Monumento de Mariano Benlliure, porque creo que sintetiza lo que Castelar significa como estadista, tribuno, historiador y demócrata.

Es el recuerdo necesario de un momento histórico lamentablemente olvidado o menospreciado. Emilio Castelar estuvo dotado de un vigor excepcional y, quizás por eso, supo convivir con habilidad y destreza con algunos de los ‘fantasmas habituales’ de la historia y de la cultura española. Conviene a este efecto no olvidar que cada época oculta algunos fantasmas en el armario.

Odiaba a quienes urdían patrañas. Sin ostentación, era viril y hasta tenía un cierto halo épico con sus palabras, en tantas ocasiones, proféticas. Representa y sigue representando, en cierto modo, el respeto que debemos tenernos a nosotros mismos para seguir… avanzando. A veces, la utopía, en su versión más modesta, no es más que una sociedad que por fin ha perdido el miedo… a vivir democráticamente.

Sus palabras fueron esperanzadoras. La política –en su tiempo y en el nuestro- es un laberinto intrincado donde puede extraviarse quien no esté capacitado para desenvolverse con soltura y buscar salidas viables.

Dedicarse a la defensa de ‘la cosa pública’ es percibir la fragilidad del poder, sus limitaciones, realizar equilibrios para salir adelante y sortear escollos. Es un duro aprendizaje comprobar, una y otra vez, que la estupidez humana es contumaz, difícil de redimir y torpe… y, por tanto, hay que aislarla y procurar que ocupe un lugar marginal, sobre todo, cuando adopta actitudes violentas y fanáticas.

Dio sobradas muestras de valentía, moderación e inteligencia. Muy pocas veces tuvo un comportamiento temerario. En cierta forma, fue lo que hoy definiríamos como un ‘político pragmático’ que procuraba seguir un ‘modus operandi’ gradualista… tenía especial cuidado en que sus ideas y proyectos pudieran avanzar aunque fuera lentamente. No fue un revolucionario pero sí un hombre de Estado reformista.

Debemos recordarlo como un intelectual y político sólidamente preparado y culto. Obtuvo la cátedra de Historia Filosófica y Crítica de España, en la Universidad Central, pero era algo más que un profesor, tenía un sentido histórico y aspiraba a que la historia fuera el escenario de realización de sus proyectos.

Asumía los valores republicanos como un acicate para la acción política. Fue un periodista sagaz, con una pluma bien cortada y cuando hacía falta, hiriente. Quien quiera conocer alguno de sus artículos aparecidos en el ‘Tribuno del Pueblo’ o en la ‘Soberanía Nacional’, antes de fundar su propio periódico que llevaba por título ‘Democracia’ –y no por casualidad- podrá comprobar cuanto venimos diciendo.

Si castelarhubiera que elegir un artículo emblemático, escogería, sin duda, ‘El rasgo’ (1865) en él, con finura e ironía apuntando a la línea de flotación, criticaba una artimaña, por no decir corruptela, de Isabel II, consistente en teóricamente entregar sus joyas al Estado, para que el Estado le retribuyera este aparente esfuerzo. En realidad, se trataba de un ejercicio de ingeniería contable, sumamente productivo.

A la Reina ‘castiza’ no le sentó nada bien el artículo. Castelar fue cesado de su Cátedra, lo que provocó manifestaciones de alumnos y profesores que fueron reprimidas con dureza… corrió la sangre. Es la que se conoce como la tristemente célebre ‘Noche de San Daniel’. Como consecuencia de este exceso de barbarie, Narváez se vió obligado a dimitir y Leopoldo O’Donell, su sustituto, devolvió a Castelar la Cátedra que le habían arrebatado de forma tan caciquil y borbónica. Como podrá verse el ‘curriculum’ de don Emilio, como el de todo gran hombre, alterna fracasos y éxitos.

Es un momento oportuno para exponer algunas de sus ideas ‘reformadoras de calado’. Adoptó, sin ir más lejos, medidas para suprimir los títulos nobiliarios y contra la esclavitud en Puerto Rico. Por lo que a Cuba respecta, pretendió eliminar el poder, casi absoluto, del Capitán General, así como, homologar el sistema de justicia de la isla, al que se existía en la metrópoli. Por cierto y como es lógico, contó con la inquina y hostilidad de la denominada Liga Nacional de Hacendados y Esclavistas que consiguió con sus manejos y presiones de todo tipo, que estas reforma se pospusieran.

No hay peor cosa que verse obligado a apagar distintos fuegos al mismo tiempo. Tuvo que hacer frente a la Guerra Carlista, de turno; por cierto, que los ultras siempre acaban entendiéndose entre sí. Hay historiadores que sostienen que los esclavistas cubanos financiaban a los carlistas ultra católicos y supuestamente patrióticos… sublevados, eso sí, contra el Gobierno. Por si esto fuera poco, los conservadores ‘espoleados’ por Cánovas del Castillo, amenazaban con sublevarse si se abolía la esclavitud en Cuba. Además, tuvo que hacer frente a movimientos centrífugos como el Cantonalismo.
Como es sobradamente conocido, la experiencia republicana finalizó cuando el Capitán General de Madrid, Manuel Pavía, entró a caballo en el Congreso o lo que es lo mismo dio un golpe de Estado.

Hagamos un breve inciso. Emilio Castelar eligió el camino del exilio y tras viajar por diversos países, fue elegido Académico de la Lengua y de la Historia, a su regreso a España.

Anteriormente, hemos aludido a su posibilismo y a su gradualismo. Cuando más tarde se aprobaron leyes como la del Sufragio Universal y la del Jurado, las apoyó. Es más, convenció a varios de sus leales partidarios que lo habían acompañado durante muchos años, a que se integraran en el Partido Liberal de Sagasta para afianzar estas reformas y evitar que los conservadores pusieran en peligro estos avances.

Desde niño fue muy avispado, ingenioso y activo. Pronto destacó por la rapidez de sus respuestas y por su palabra fluida, que con el tiempo, le llevaría a ser un excelente tribuno que deslumbraba por su oratoria, en la que podía observarse un dominio de los argumentos de la retórica clásica. Es cierto que nació en Cádiz, pero su niñez y su juventud las pasó en Elda (Alicante) y de hecho, siempre se consideró un eldense. Es más que interesante su libro ‘Recuerdos de Elda’ muy ilustrativo a este respecto.

No se insiste demasiado en que gracias a la biblioteca de su padre, que murió muy joven, se convirtió en un lector voraz. De esta forma, con apenas veinte años, ya conocía a los historiadores, filósofos y oradores greco-latinos y se había puesto en contacto con el pensamiento y con el legado de las figuras más representativas de la antigüedad clásica. Probablemente su pasión por la libertad y por el valor de la democracia para la convivencia, en buena medida, tiene su origen en estas lecturas. Por si esto fuera poco, su madre, María Ripoll, pertenecía a una familia levantina de recio abolengo liberal, entre sus componente se hallaban personas próximas al círculo de Rafael Riego.

Un hecho que, lógicamente, destacan todos sus biógrafos, es que fue el cuarto Presidente de la I República, tan atacada por unos y por otros y que tuvo una existencia efímera. Su periodo de vigencia abarca, tan solo, de febrero de 1873 a diciembre de 1874.

Aitaliantes se había hecho acreedor a un sólido prestigio gracias a su habilidad política, al uso ajustado de la palabra y a su ‘florida’ capacidad oratoria. Esto no sólo le granjeó adhesiones sino enemistades. Su republicanismo democrático y liberal, siempre tuvo una manifestación serena y moderada, mas la iglesia católica lo atacó con dureza a raíz de su defensa de la libertad de cultos.

Todos aquellos que veían peligrar sus privilegios lo ‘asaeteaban’, prácticamente a diario, la nobleza lo tenía en su punto de mira, los sectores más atrabiliarios del ejercito lo odiaban y los propietarios de plantaciones en ultramar y los esclavistas, conspiraban a diario contra él. Le fueron segando la yerba bajo los pies hasta que lograron noquearlo. Por otra parte, sectores republicanos como los federalistas, no supieron estar en esos momentos a la altura de las circunstancias, ‘ni cerrar filas’ contra una derecha que desde que cayó Isabel II, conspiraba para restaurar en el trono a la dinastía borbónica.

Tal y como acostumbro a hacer, sugeriré al lector interesado unos cuantos títulos que creo de bastante interés para explorar, algunos aspectos esenciales de la egregia figura de don Emilio así como las tribulaciones de la España de su tiempo.

Un libro muy poco conocido pero ameno y, sin duda, sumamente útil para poner de relieve su cosmopolitismo y sus amplios conocimientos de historia y de cultura clásica es ‘Recuerdos de Italia’. Benito Pérez Galdós lo tendría en cuenta cuando planeó en 1988 su viaje por Italia que hoy podemos disfrutar gracias a ‘De vuelta de Italia’, donde nos describe sus impresiones de las regiones y ciudades que fue visitando. No lo cita directamente, pero es palpable que entre los libros sobre Italia que leyó antes de emprender sus andanzas por el país transalpino, tomó muy buena nota de los comentarios y sugerencias de don Emilio.

Algunos de los episodios de la vida de Castelar son, sin duda, novelescos. Como por ejemplo, que tras el fracaso de la frustrada insurrección del Cuartel de San Gil en 1866, fue condenado a muerte… pero logró huir a Francia.

eldaSobre don Emilio se ha escrito mucho y de interés desigual. Se han ocupado de su figura, entre otros, el socialista Luis Araquistain en ‘El pensamiento español contemporáneo’ y en el ámbito de la derecha Carmen Llorca. Cuando se cumplía el primer centenario de la Primera República, por lo tanto, cuando la dictadura franquista daba sus últimos estertores agónicos, publicó una selección de sus Discursos Parlamentarios que como toda selección, está sujeta a gustos particulares, preferencias y afinidades, pero que en conjunto no resulta desdeñable.

Ya hemos señalado que pasó su infancia y primera juventud en Elda. No debe extrañarnos, por tanto, el interés que en esas tierras mediterráneas tiene su figura.

En 1984 Juan Ramón Valero, publica ‘La palabra política de Emilio Castelar: cuatro discursos y un artículo’ y Luis Esteve, en 1990, ‘El pensamiento de Emilio Castelar’ al que le dedicó su tesis doctoral.

Los últimos días de su vida, los pasa en San Pedro del Pinatar, en la mansión modernista Quinta de San Sebastián, construida por la familia Servet-Spottorno, amigos de don Emilio, a la que había ido a reponer fuerzas para reemprender sus actividades.

Desde 1995, esta mansión está declarada BIC (bien de interés cultural), por el Gobierno de la Región de Murcia. Por el hecho de haber fallecido allí don Emilio es, también, conocida como ‘Casa de Castelar’ y sobre todo, por ‘La Casa del Reloj’

En la actualidad esta mansión, donde la presencia de don Emilio es particularmente perceptible en el piso superior, ha sido restaurada con buen gusto y alberga un conocido restaurante.

A mi juicio merece una visita ya que es un lugar histórico dotado de un amplio jardín, con palmeras y eucaliptos que aunque es una mezcla de diversos estilos, puede considerarse un ejemplo de villa de recreo perteneciente al modernismo murciano, obra del arquitecto Pedro Cerdán.

Incuestionablemente, Emilio Castelar es una figura que cualquier país de nuestro entorno, Francia por ejemplo, no dudaría en que sus restos descansaran en los Inválidos, en el Panteón de Hombres Ilustres. Aquí, sin embargo, está enterrado en la Sacramental de San Isidro.

Para mí, desde luego, debe ser considerado un héroe nacional y un buen ejemplo de lo que representó el republicanismo ilustrado en el siglo XIX.

Todas estas cosas me vienen a la memoria, cada vez que paseando por la Castellana, me paro a contemplar el formidable grupo escultórico de Mariano Benlliure destinado a preservar su memoria.

 

 



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