—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

sábado, 12 de diciembre de 2015

353.-BIOGRAFÍA DE EMILIO CASTELAR.-a


Silla D de la Real Academia Española


Emilio Castelar y Ripoll nace en Cádiz el 7 de Septiembre de 1832. Sus padres, Manuel Castelar y María Antonia Ripoll, de ideología liberal, eran oriundos de Alicante. Habían contraído matrimonio poco antes de la Revolución de Riego —de quien eran amigos y acérrimos defensores. Pero cuando Fernando VII restauró la Monarquía absoluta, Manuel Castelar fue condenado a muerte y hubo de exiliarse durante siete años, algunos de los cuales transcurrieron en Gibraltar. Finalmente, en 1831, el matrimonio —padres ya de una niña— logra reunirse en Cádiz. Al año siguiente nacía Emilio.
La estancia de la familia Castelar en Cádiz fue tranquila y apacible. Manuel Castelar era agente de cambios y muy aficionado a la lectura y al estudio: su propio hijo —a quien pretendía inculcar su interés por la cultura— recuerda la biblioteca familiar como una de las mejores que existían en Cádiz, tanto por el número de libros como por la variedad de materias.
Pero en 1839, Manuel Castelar muere repentinamente: su hijo contaba tan sólo con siete años. La familia quedó sin recursos y hubo de trasladarse a Elda (Alicante), acogida por una tía materna. A partir de entonces, María Antonia Ripoll —la madre— se convierte en elemento clave para la formación del pequeño: pese a la penuria económica, decidió conservar íntegra la biblioteca de su esposo y llevar adelante los proyectos que éste tenía sobre su hijo. Es ella quien lo estimula a leer, hasta tal punto que —según confesaría Castelar más adelante— leía todo lo que tenía a su alcance, libros o periódicos; leía en todas partes, incluso cuando caminaba por la calle…
En 1845 inició sus estudios de Segunda Enseñanza en el Instituto de Alicante. Muy pronto, los profesores advierten la precocidad del joven Castelar que, con apenas trece o catorce años, traducía textos latinos con gran exactitud y además, con cierta elegancia expresiva. Ya por entonces se va perfilando su vocación: le entusiasman las Humanidades, pero apenas se interesa por las materias científicas. Realiza sus primeros (y desconocidos) tanteos como escritor: él mismo recuerda cómo componía novelas, folletos políticos, discursos históricos y meditaciones religiosas. Paradójicamente, quien años después iba a ser considerado como uno de los más prestigiosos oradores españoles, se declara "extremadamente tímido", hasta el punto de que fue el único lector de aquellos escritos juveniles que, apenas concluidos, se apresuraba a destruir.
En 1848 se traslada a Madrid y se matricula en la Facultad de Derecho. Dos años más tarde obtiene una plaza pensionada en la Escuela Normal de Filosofía, lo que le permite —con gran orgullo por su parte— atender a su manutención y a la de su familia. Comienza así su función docente, como profesor auxiliar de Literatura Latina y Griega, y de Literatura Universal y Española. Entre 1853 y 1854 obtiene el grado de Doctor con una tesis titulada Lucano: su vida, su genio, su poema.
Estos años universitarios constituyen el esbozo de su actividad oratoria y periodística: participa en algunos debates y publica artículos en algunos periódicos. Contó con el apoyo de un familiar suyo, el conocido orador Antonio Aparisi y Guijarro, de tendencia conservadora, razón por la que, años después, se enemistó con él. Hay que recordar, además, que entre los condiscípulos de Castelar había eminentes oradores y políticos: citemos, entre otros, a Antonio Cánovas y Francisco de Paula Canalejas. Con apenas veinte años, Castelar era un joven que —según sus propias palabras— profesaba un exaltado amor a la libertad (sin duda, herencia paterna) junto con un exacerbado misticismo, producto de la estricta educación religiosa que le había inculcado su madre.

Efectivamente, por sus orígenes familiares, Castelar se halla fuertemente vinculado al partido demócrata: un partido minoritario frente a los dos más arraigados entonces: el moderado y el progresista. Tras la Revolución de Vicálvaro (1854), y con objeto de replicar al Manifiesto de la Unión Liberal, el partido demócrata había organizado una reunión en el Teatro de Oriente madrileño el 25 de Septiembre de 1854, en el que se daría a conocer su propio Manifiesto que contenía una serie de peticiones consideradas como revolucionarias (igualdad de derechos y deberes para todos los ciudadanos, obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza, desamortización civil y eclesiástica). Las propuestas se discutían acaloradamente, hasta que un joven de veintidós años, desconocido, pidió la palabra y, tras presentarse como Emilio Castelar, comenzó así su intervención: "¿Queréis saber lo que es la democracia? […] Voy a defender las ideas democráticas si deseáis oírlas. Estas ideas no pertenecen ni a los partidos ni a los hombres; pertenecen a la humanidad. Basadas en la razón, son como la verdad, absoluta, y como las leyes de Dios, universales".

Podríamos decir que con esta intervención comienza la "biografía oficial" de Emilio Castelar. Su discurso fue interrumpido incesantemente con aplausos y aclamaciones: al día siguiente, toda la prensa reproducía sus palabras y se deshacía en elogios hacia el joven orador, al que se proponía como Diputado a Cortes, pese a no contar aún con la edad reglamentaria. Castelar se limitó a agradecer cortésmente tanto los elogios recibidos como los ofrecimientos de cargos y honores, pero dejó bien claro que "jamás abandonaría la causa de la libertad y de la democracia".

Castelar —que seguía dedicado a la docencia en la Universidad— no logró entonces el número de votos suficientes para ser Diputado, pero en cambio acrecentó su popularidad colaborando en periódicos: ese mismo año comienza como redactor en El Tribuno del Pueblo y en 1855, en La Soberanía Nacional. En 1855 aparece su primera novela, Ernesto, con ciertos rasgos autobiográficos, y al año siguiente, otra más, de carácter histórico: Alfonso el Sabio. El Bienio Progresista favorece una mayor libertad de expresión en la prensa: Castelar escribió en el recién fundado La Discusión, periódico de corte demócrata, entre 1856 y 1864.

En febrero de 1857 oposita a una Cátedra de Historia Crítica y Filosófica de España en la Universidad Central de Madrid, que obtiene por unanimidad. Su docencia se extiende también al Ateneo, donde ante un público más heterogéneo, desarrolla un ciclo de conferencias bajo el título de Historia de la civilización en los primeros cinco siglos del Cristianismo. Este año termina con dos acontecimientos trascendentales en su vida, aunque de signo bien distinto: de un lado, la publicación de su ensayo La fórmula del progreso, donde resumía algunos principios que configuraban su ideal de la democracia y que suscitó una fuerte polémica; de otro, el fallecimiento de su madre, circunstancia que le apartó de la vida pública durante algún tiempo.
En enero de 1860 reanudó sus lecciones en el Ateneo madrileño. En esta ocasión ataca duramente la actuación del Gobierno, sobre todo, a partir de 1864, el encabezado por Narváez. En 1862 había publicado La Hermana de la Caridad. También en 1864 funda y dirige el periódico La Democracia, cuyos artículos son multados y censurados continuamente. Uno de los que provocó mayor escándalo fue el titulado "El rasgo" (aparecido el 24 de febrero), en el que Castelar criticaba duramente y ridiculizaba las "donaciones" económicas que había hecho Isabel II.
Tras este suceso —y acusado de haber participado en revueltas universitarias—, el Gobierno de Narváez destituye a Castelar de su Cátedra. El apoyo de sus alumnos y de sus propios colegas culmina con unas manifestaciones estudiantiles que, duramente reprimidas por el ejército, se saldan con varios muertos y numerosos heridos: es la trágicamente célebre "Noche de San Daniel" (10 de abril de 1865). Como resultado, Alcalá Galiano muere fulminado por una apoplejía; los catedráticos de la Universidad Central dimiten para no tener que sustituir a Castelar y Narváez abandona el Gobierno. O’ Donnell, su sucesor, restituye a Castelar en su Cátedra y acalla las polémicas suscitadas por sus artículos. Castelar, fortalecido, se muestra cada vez más combativo y participa en los pronunciamientos progresistas de enero y junio de 1866. Salva su vida gracias al apoyo de Carolina Coronado y —paradójicamente— de la misma Reina, Isabel II. Pero es condenado a garrote vil y tiene que huir de España.
Comienza entonces un azaroso exilio de dos años (entre 1866 y 1868) que, pese al sufrimiento que le provoca el alejamiento de su patria, Castelar califica de "gran escuela". Durante este tiempo tuvo ocasión de recorrer varios países europeos (Francia, Suiza, Italia, Inglaterra, Alemania…) y de conocer a importantes estadistas, políticos, pensadores y escritores (Victor Hugo, Gambetta, Julio Simon…). Además, colaboró como corresponsal en los principales periódicos de Latinoamérica. El Siglo (Montevideo), El Monitor Republicano (México), La Nación (Buenos Aires), La Raza Latina… Estas colaboraciones le ayudaron a rehacer algo su maltrecha economía. 
El triunfo de la Revolución de 1868 ("La Gloriosa"), de signo progresista, le permitió regresar a España. A partir de entonces, participó más activamente en política: tomando como modelo las leyes democráticas de Norteamérica, quiso impulsar una reforma de los gobiernos monárquicos. En 1869 fue elegido Diputado a Cortes (primero, por Zaragoza y por Lérida; más tarde, por Valencia y por el distrito de Aracena): entonces fue cuando demostró verdaderamente sus dotes como orador parlamentario, con intervenciones que se recordaban como memorables: una de las más conocidas fue la polémica que mantuvo con el Canónigo Manterola (abril de 1869), en defensa de la separación entre Iglesia y Estado, y de la necesidad de poner fin al poder temporal del Papado. Entre 1870 y 1873 —durante el reinado de Amadeo de Saboya— Castelar se mantuvo en la oposición. En 1872 se habían publicado sus Recuerdos de Italia, libro de viajes en el que recoge muchas de sus impresiones de la época en que vivió exiliado en Roma. Y al año siguiente, además de una recopilación de sus discursos, una Vida de Lord Byron.
La proclamación de la Primera República lo sitúa en el poder: Figueras, el primer Presidente, lo nombra Ministro de Estado. Pese al reconocimiento de su valía como orador y político, es ésta una etapa particularmente dura en la vida de Castelar: consciente de los graves peligros que amenazaban a España (anarquía, insurrecciones separatistas…) fue capaz de renunciar a sus principios ideológicos y apoyar a un Gobierno que no era el de su partido. Como Presidente de la República (desde septiembre de 1873), actuó a menudo, no sólo en contra de su partido, sino de sus propias convicciones, a fin de conseguir para la nación la paz y el orden que tanto necesitaba: se le acusa, incluso, de comportarse como dictador cuando hace frente a los numerosos problemas que padecía España (crisis económica, conflictos internacionales, insurrección de Cuba…).
Las Cortes lo obligaron a dimitir el 2 de enero de 1874. Unas horas más tarde, entraba Pavía en el Congreso. La Primera República había terminado.
Tras el pronunciamiento de Martínez Campos y la Restauración de la Monarquía, Castelar se marcha de España, reside en París y viaja por otros países europeos. Publica con asiduidad: varias novelas (Historia de un corazón —1874—, Fra Filippo Lippi y Ricardo —ambas de 1878—) así como numerosos ensayos y discursos. En 1880 ingresa en la Academia de la Lengua y, al año siguiente, en la de la Historia. El 2 de octubre de 1880, formula en Alcira (Valencia) el programa de un nuevo partido político, el "Posibilista", de signo democrático. Siguió, además, colaborando con el partido progresista y, convencido de que España necesitaba en aquellos momentos, más que una República conservadora, una Monarquía democrática, aboga por el establecimiento de esta última, en contra —una vez más— de sus propias ideas y de su partido, al que pide, en primer lugar, que lo abandone a él y, luego, que se disuelva (Discurso del 7 de febrero de 1888). Continúa, incansable, escribiendo y viajando: en 1888 esboza un proyecto de Historia de España, que no llegará a completar, y en 1895, una Historia de Europa en el siglo XIX, también inconclusa. Viaja a París en dos ocasiones (1889 y 1893), y a Roma (1894), donde visita al Papa León XIII.

Cansado y enfermo, Castelar abandonó la política activa, aunque intentó volver a ella tras el asesinato de Cánovas (1897), presentándose como diputado por Murcia. Ese mismo año regresó por última vez a Cádiz, donde pronunció en el Casino un emotivo "Discurso de acción de gracias a Cádiz". El último año de su vida transcurrió entre Sax, Mondariz, Madrid y San Pedro del Pinatar, donde falleció el 25 de mayo de 1899. Seis días después, era enterrado en Madrid en medio de un gran clamor popular.

   


Emilio Castelar Ripoll; Cádiz, 1832 - San Pedro del Pinatar, Murcia, 1899) Político español, último presidente de la Primera República. Redactor de El Tribuno (1854), La Soberanía Nacional (1855) y La Discusión (1856-64) y profesor de Historia en la Universidad de Madrid desde 1858, su franca oposición al gobierno de la reina Isabel II, manifestada a través del periódico antidinástico por él fundado y dirigido en 1864, La Democracia, le costó la cátedra. En 1865 fue condenado a muerte, pero logró huir al extranjero y permaneció en París hasta la revolución de 1868. Vuelto a la patria, se convirtió en jefe del partido republicano opuesto a los generales Serrano y Prim, quienes pretendían establecer la monarquía constitucional y al duque Amadeo I de Saboya, que ocupó el trono de España durante tres años. Ministro de Negocios Extranjeros tras la abdicación de éste, presidente de las Cortes y luego de la República en 1873, vio disminuida paulatinamente su influencia y abandonó el poder al año siguiente. A fines de 1874 era elegido rey Alfonso XII; Castelar, quien hasta entonces había pensado en establecer, junto con el jefe del partido liberal, Sagasta, un régimen republicano de carácter conservador, se opuso inicialmente a la monarquía; pero al cabo de varios años se reconcilió con el nuevo orden de cosas.


Tras estudiar Derecho y Filosofía en la Universidad de Madrid, Emilio Castelar obtuvo una cátedra de Historia Filosófica y Crítica de España (1858) y se dedicó a la lucha política, canalizada a través del periodismo (pasó por varios periódicos hasta fundar el suyo propio en 1864: La Democracia). Defendía un republicanismo democrático y liberal, que le enfrentaba a la tendencia más socializante de Francesc Pi y Margall.

Desde esas posiciones luchó tenazmente contra el régimen de Isabel II, llegando a criticar directamente la conducta de la reina en su artículo «El rasgo» (1865). En represalia por aquel escrito Castelar fue cesado de su cátedra, arrastrando en su caída al rector de la Universidad de Madrid; las protestas estudiantiles contra su cese fueron reprimidas por el gobierno de forma sangrienta (la «Noche de San Daniel»). Luego intervino en la frustrada insurrección del Cuartel de San Gil de 1866, también reprimida por el gobierno; consiguió huir a Francia al tiempo que recaía sobre él una condena a muerte.

Participó en la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II, pero no consiguió que condujera a la proclamación de la República. Fue diputado en las inmediatas Cortes constituyentes, en las que destacó por su capacidad oratoria, especialmente a raíz de su defensa de la libertad de cultos (1869). Siguió defendiendo la opción republicana dentro y fuera de las Cortes hasta que la abdicación de Amadeo de Saboya provocó la proclamación de la República (1873).

Durante el primer gobierno republicano, presidido por Estanislao Figueras, Emilio Castelar ocupó la cartera de Estado, desde la que adoptó medidas como la eliminación de los títulos nobiliarios o la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Pero el régimen por el que tanto había luchado se descomponía rápidamente, desgarrado por las disensiones ideológicas entre sus líderes, aislado por la hostilidad de la Iglesia, la nobleza, el ejército y las clases acomodadas, y acosado por la insurrección cantonal, la reanudación de la Guerra Carlista y el recrudecimiento de la rebelión independentista en Cuba.

La Presidencia fue pasando de mano en mano -de Figueras a Francesc Pi y Margall en junio y de éste a Nicolás Salmerón en julio- hasta llegar a Emilio Castelar en septiembre. Para tratar de salvar el régimen disolvió las Cortes y actuó con la diligencia de un dictador, movilizando hombres y recursos y encargando el mando de las operaciones a militares profesionales, aunque de dudosa fidelidad a la República.

Cuando se reanudaron las sesiones de Cortes a comienzos de 1874, Castelar presentó su dimisión tras perder una votación parlamentaria, lo cual determinó la inmediata intervención del general Pavía, que dio un golpe de Estado disolviendo las Cortes y creando un vacío de poder que aprovechó el general Francisco Serrano para autoproclamarse presidente del Poder Ejecutivo. Liquidada así la Primera República, el pronunciamiento de Arsenio Martínez Campos vino a restablecer la Monarquía proclamando rey a Alfonso XII.


 
Tras regresar de un largo viaje por el extranjero, Emilio Castelar volvió a la política, encarnando en las Cortes de la Restauración la opción de los republicanos «posibilistas» que aspiraban a democratizar el régimen desde dentro; cuando, en los años noventa, se aprobaron las leyes del jurado y del sufragio universal, Castelar se retiró de la vida política, aconsejando a sus partidarios la integración en el Partido Liberal de Sagasta (1893).

Su oratoria ampulosa y arrogante y el movimiento y el ritmo musical de su prosa hicieron de Emilio Castelar el tribuno español más ilustre del siglo XIX. Por otra parte, su temperamento abierto y pronto al entusiasmo, y la influencia que recibió del grupo krausista de Giner de los Ríos, en el que se había formado espiritualmente, le convirtieron en una personalidad eminente en el campo de la filosofía, la historia, la literatura y el arte, y en uno de los hombres más interesantes de su época. Fue intensamente religioso y, aun cuando racionalista, se mantuvo siempre cristiano; tampoco su carácter europeo hizo disminuir un ápice su españolismo.

Castelar poseyó una excepcional capacidad de trabajo, e incluso durante su fecunda vejez se entregaba por espacio de hasta ocho o diez horas diarias a la composición de obras diversas de historia, filosofía, narrativa y viajes, y a la colaboración en revistas nacionales y extranjeras. Merecen citarse La civilización en los cinco primeros siglos del Cristianismo (1859-62), Crónica de la guerra de África (1859), Retratos históricos (1884), Galería histórica de mujeres célebres (ocho vols., 1886-89) y, entre las obras narrativas, Ernesto (1855), La hermana de la Caridad (1857) y El suspiro del moro (1885). Son también interesantes los libros escritos sobre temas italianos durante los viajes y el destierro, como Recuerdos de Italia y el dedicado al pintor Fra Filippo Lippi.


Obras

Discursos, lecciones, artículos y ensayos

Recuerdos y esperanzas. (1858, 2 vols.)
La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo (1859-1862). (Lecciones pronunciadas en el Ateneo de Madrid)
Discursos políticos y literarios (1861)
Ensayos literarios (1878)
Crónica internacional. (Compilación de La España Moderna. Ed. de Dámaso de Lario, Madrid, 1982)
La palabra de Emilio Castelar, cuatro discursos y un artículo. (Ed. de J. R. Valero Escandell, Elda, 1984)
D. Emilio Castelar. Antología de su vida y obra. (Ed. de J. L. Bazán López, Elda, 1999)
Escritos sobre literatura. (Compilación de textos sobre esta materia, 1856-1899. Ed. de D. Mombelli, Madrid, 2022)

Biografías

Semblanzas contemporáneas (1871-1872, 2 vols.)
Vida de Lord Byron (1873)
Galería histórica de mujeres célebres (1886-1889, 8 vols.)

Viajes

Recuerdos de Italia (1872 y 1876, 2 vols.)
Un año en París (1875)

Novelas

Historia de un corazón, 1874.
Fra Filippo Lippi, 1878.
Ricardo, 1878.
La hermana de la Caridad.
Ernesto, Buenos Aires, Editorial Sopena Argentina, 1946.

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