—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 28 de diciembre de 2015

359.-Notario Latino III Historia (Edad moderna y contemporánea) a


Luis Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette  Mourguet Besoain; Marcelo  Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti;  Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma; Paula Flores Vargas; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo;  Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán


Max Volkhart Beim Notar




La Edad Media hacia el Notariado latino.
Por: JOSÉ ANTONIO LINAGE CONDE
Notario

CONFERENCIA DICTADA EN EL COLEGIO NOTARIAL DE MADRID, SALÓN ACADÉMICO, EL 28 DE MARZO DE 2019.

Hay un episodio casi increíblemente revelador del prestigio de la Academia. Don Federico de Castro habló en ella de la teoría del doble efecto en el negocio jurídico fiduciario, y dijo que acudía a ella para resolver sus dudas mediante el consejo de los notarios, que para él tendría fuerza de cosa juzgada. Estaba alarmado por alguna sentencia del Supremo y una parte de la doctrina que, inspiradas en un formalismo abstracto, se estaban desviando por vericuetos capaces de minar los fundamentos del ordenamiento jurídico español.

El notario latino

El Notariado latino surgió en la Bolonia del siglo XIII, mediante la consumación del tipo de documento regulado en las “Novelas” Imperiales de Justiniano. En Bolonia quedó acuñada la figura del notario, en una convergencia de lo público y lo privado. Fue una conquista social y de las libertades individuales, que implicaba la cesión por el Estado a la sociedad de su competencia para asegurar las relaciones jurídicas entre los súbditos. El notario pasó a ejercer una función pública pero con independencia y rogado por los particulares, haciendo fe el instrumento público por él autorizado. 
El epíteto de latino, no es oficial desde el congreso de la Unión Internacional en Marrakech el año 2010, cuando ya no respondía a la realidad geográfica pues su difusión ha sido mundial, pero se puede mantener en uso por los orígenes y por la universalidad del Derecho Romano inspirador. Difusión que ha sido otra conquista, pero sin imperialismo -el notario francés Tinguy de Pouet dijo en la Academia que los notarios africanos nos superaban en fraternidad, sensibilidad y comunicación-. 

"Durante los siglos anteriores de la Edad Media, cuando había que acudir a un funcionario ajeno para lograr la autenticación documental, en Occidente hubo un anhelo, una aspiración al futuro Notariado, la tendencia a él, su deseo. Pero ya se había dado en Oriente y en la Edad Antigua"
Pero la conquista más difícil ha sido el mantenimiento desde entonces de la institución notarial al servicio de la verdad y la imparcialidad a lo largo de tanto tiempo y tan distintas circunstancias. Su prueba de fuego fue su supervivencia a la caída del antiguo régimen, cuando el Código de Napoleón al regular la prueba, y la Ley notarial del Ventoso le reconocieron; la última lo hizo entre elogios.

El deseo del Notariado

Durante los siglos anteriores de la Edad Media, cuando había que acudir a un funcionario ajeno para lograr la autenticación documental, en Occidente hubo un anhelo, una aspiración al futuro Notariado, la tendencia a él, su deseo. Pero ya se había dado en Oriente y en la Edad Antigua. Se ve en dos papiros griegos del siglo III escritos en Egipto. En uno las partes de un convenio quieren que valga como si estuviera registrado, en otro como si hubiera recaído una sentencia. Cláusulas de validez dudosa. Con el documento notarial posterior no habría hecho falta siquiera su consignación.

La aportación de los monjes

Un libro de Ángel Martínez Sarrión, Monjes y clérigos en busca del Notariado, es un estudio de los documentos latinos del monasterio suizo de San Gal, entre los siglos VIII y XII. Los monjes eran los escribas de la población en torno. Eso era común en los monasterios. Sarrión escribió que los benedictinos, haciendo de notarios sin serlo, descubrieron el Notariado como los Magos, caminando detrás de la estrella descubrieron Belén. Habría suscrito esto el conde de Montalambert, el benedictino honorario del XIX francés, como lo fue Châteaubriand. Es emotivo que lo haya hecho un notario de Barcelona.

Las letras difíciles

El camino para esta investigación es la lectura de los documentos en busca de sus cláusulas reveladoras de esa orientación. Para leerlos es precisa la Paleografía. El primer tratado de ésta, De re diplomática, de Jean Mabillon (1681), fue escrito por un benedictino, de la Congregación francesa de San Mauro (1618-1789), la más excelsa de la Edad Moderna en el trabajo intelectual.

"Martínez Sarrión, en su obra Monjes y clérigos en busca del Notariado, escribe que en el monasterio suizo de San Gal, entre los siglos VIII y XII, los monjes eran los escribas de la población en torno"

La Paleografía se exigió a los notarios durante el siglo XIX, no con vistas a la historia sino al examen de los títulos de los transmitentes. Era una asignatura no de la licenciatura en Derecho sino de la carrera especial de Notaría. El programa de 1880 era muy completo en Paleografía y en Diplomática, que es el estudio de los documentos. El escribano Joaquín Tost en el siglo XVIII y el notario Gonzalo (José Gonzalo de las Casas) en el XIX escribieron sendos tratados de Paleografía. En el Reglamento de 1902 ya lo que se exige es la licenciatura en Derecho y la Paleografía se suprime.

De Justiniano a Carlomagno

En el derecho romano clásico la contratación era oral -mancipatio, stipulatio-. Eso cambió a partir del año 202, al conceder la Constitución Antoniniana la ciudadanía romana a los pueblos orientales, “la tierra del escrito” que dijo Mauro Amelotti en la Academia. Así entre los asirios y babilonios, los egipcios, Grecia y su irradiación helenística. Egipcia es la escultura del escriba sentado, en actitud de entregar un documento.
Grecia tenía un tipo de documento notarialmente muy avanzado que fue el inspirador del justinianeo. Fortalecía la eficacia probatoria del tabelión o escriba, y exigía la completio -lectura, conformidad, firma-, como se hace en nuestra “audiencia notarial”. Faltó solo la eficacia autenticadora, que seguía siendo competencia de los funcionarios que tenían el ius actorum conficiendorum.
De Justiniano a Carlomagno hay unos siglos de vigencia del derecho romano llamado vulgar, no peyorativamente, sino por ser práctico, dinámico. Los escribas hacen su labor, más inteligentes de lo que pensábamos escribió Bono, el gran historiador del Notariado.

"Sarrión escribió que los benedictinos, haciendo de notarios sin serlo, descubrieron el Notariado como los Magos, caminando detrás de la estrella descubrieron Belén"

Y si Justiniano acuñó el documento, Carlomagno la organización del Notariado: cada obispo, abad y conde debía tener su notario, se exigió a éstos el juramento y una formación, su nombramiento debía ser competencia de la realeza. Desde el derecho romano clásico, se había recurrido a juicios fingidos para conseguir la autenticación. Carlomagno creó o acogió a jueces especiales para ello, los jueces cartularios. Por eso Núñez Lagos habló de los orígenes judiciales del documento notarial.

El intermedio sucesivo

En los siglos siguientes Italia está muy avanzada en una etapa que ya, pensando en el Notariado latino, hay que calificar de prenotarial sin timideces. El derecho bizantino siguió vigente en los territorios de antigua dominación de Bizancio, como Sicilia, y en la Italia meridional llegó a contratarse en griego hasta el siglo XV (sobre todo para los albaneses inmigrados que llevaron allí su derecho y su rito litúrgico). Le adoptaron los longobardos, y su sistema se siguió en Ravena donde ya había colegios notariales. En Nápoles se prestigiaron los notarios curiales. La Roma de los Papas, muy proclive a la seriedad documental, tuvo sus tabeliones y sus scriniarii.
En cambio en Francia y en Alemania hubo una extraña involución hacia la oralidad. España se mantenía en el arcaísmo visigótico, pero ya con formularios y escuelas de escribas. En Vich, en 1044, aparece un documento cuya escriba fue una mujer, Alba, hija de un inmigrado de Lieja o de Todi, que llegó a director de la escuela catedralicia de esa ciudad.

La luz boloñesa

Así se llegó a la recepción del derecho romano científico en Pavía y en las ciudades de la cuenca del Po. Aparece el ars dictandi, la manera de escribir bien, con Alberico de Montecasino, no para juristas solo. Irnerio le adapta a ellos. Antecede al ars notariae, primero los formularios y luego los tratados clásicos, de Rainero, Salatiel y Rolandino. Hay un “ánima notarial” en la Bolonia de los Glosadores y los Comentaristas, los notarios, con los jueces y los doctores, se despegan del arcaísmo de la tradición longobarda de los legistas. Pero no hay que olvidar al papa Alejandro III, que promulgó en 1167 la decretal Super authentica, ya entregada al nuevo sistema.

"La Paleografía se exigió a los notarios durante el siglo XIX, no con vistas a la historia sino al examen de los títulos de los transmitentes. Era una asignatura no de la licenciatura en Derecho sino de la carrera especial de Notaría"

El reconocimiento legal del nuevo notariado no ofreció problemas en España: en Castilla el Fuero Real y las Partidas; en la Corona de Aragón disposiciones de Jaime I para Aragón, Valencia y Mallorca. Lo sorprendente es que Cataluña no le necesitó, se había anticipado de hecho al nuevo Notariado, lo mismo que Nápoles que por la misma falta de necesidad no lo hizo hasta el siglo XV. Cataluña influyó en Provenza, cuando ya el mediodía de Francia se había entregado a la recepción itálica, de manera que todo el territorio al sur de la línea Burdeos-Ginebra adoptó la renovación.

Los avatares de la difusión

Las poblaciones europeas de convergencia de culturas son en esta materia notarial un exponente de toda su evolución histórica. Un libro de Salvador de Madariaga, Bosquejo de Europa, y toda la obra de Claudio Magris, un hombre de Trieste, son reveladoras de esas situaciones fecundas, que repercuten en la documentación jurídica y la institución notarial o sus sucedáneos. Así Bohemia, Istria, el Tirol, el Valle de Aosta, Suiza; incluso Venecia y el patriarcado de Aquileya.
El variopinto panorama del norte de Francia, con multiplicidad de sistemas, fue rindiéndose lentamente al instrumento y el notariado públicos. Cuando llegó la Revolución solo quedaban pequeños reductos arcaizantes. El caso alemán tuvo algún parecido.

"Si Justiniano acuñó el documento, Carlomagno la organización del Notariado: cada obispo, abad y conde debía tener su notario, se exigió a éstos el juramento y una formación, su nombramiento debía ser competencia de la realeza"

De Francia nos han llegado dos casos aparentemente estridentes y hasta ridículos, pero que no lo son examinados en profundidad. En 1249, al nombrar un notario, el obispo de Marsella dijo hacerlo por potestad divina. Reflexionemos en que su ministerio, en su creencia, teológicamente era sacramental. Nombrar a quien iba a dar testimonio de la verdad, participaba pues de esa escala de valores.
Los notarios de Toulouse, con una formación universitaria superior, y mucha clientela de fuera, pretendieron que su competencia se extendiera a todo el mundo, ubique terrarum. Algo evidentemente desorbitado. Ahora bien, el notario Félix Falguera, ya después de la Ley Orgánica de 1862, sostuvo que la autenticación del instrumento público, era el único caso de validez universal en el mundo jurídico, por la indivisibilidad de la verdad. La diferencia estaba en que ello requería la legalidad de la actuación del notario, hacerlo dentro de su distrito, mientras los tolosanos pretendían que su distrito fuera todo el globo.

Dos episodios en el largo camino

Citamos dos episodios significativos del largo camino de la presencia y la actuación notariales, uno de la confianza de la sociedad en el Notariado, otro del alcance de la fe pública hasta en lo más ordinario y cotidiano. José María de Prada, en las bodas de plata de su promoción en Albacete, comentó que merecía un monumento levantado por el Notariado un terrorista que al ser detenido por la policía dijo que quería entregarse ante notario. Una situación estridente imposible, pero reveladora de la idea del mismo en el imaginario colectivo.
Radicalmente distinto lo ocurrido en Sepúlveda el año 1789, con motivo de una disputa entre el Ayuntamiento y el Cabildo Eclesiástico, sobre la función religiosa imperada por haber entrado en su noveno mes de embarazo la Reina. En desacuerdo las dos corporaciones sobre la iglesia y el día, el Cabildo desobedeció e hizo la función por su cuenta. El Ayuntamiento requirió a los escribanos para que dieran fe de la liturgia de su misa, a pesar de ser ésta lo más idéntico, predeterminado y ordinario que había en la época.





España.

En España la evolución de la actividad notarial tuvo ciertas características que la señalan con elementos peculiares y de progreso. Los fueros provinciales, el sentido igualitario e individualista, las relaciones entre el Monarca y los señores feudales, dieron a la vida social española un profundo contenido jurídico y político. Con tal sentido jurídico, los ordenamientos legales llegaron a un gran casuismo, y a tal no podía escapar el que hacer notarial. Durante la denominación goda en España, según Fernández Casado, ya vislumbraba el notariado.
Según San Adefonso en su libro de Varones Ilustres, San Eladio en el siglo VII, fue notario de los Reyes Sisebuto, Serintila y Sisenando. Además, y ello importa mucho al desarrollo notarial, las provincias españolas tuvieron, emanadas de ellas, su propio esquema jurídico. Distinto fue el derecho castellano al de Aragón y al catalán.
Es en la ciudad de Valencia donde el notariado adquiere esplendor y notorio progreso; adelanto y desarrollo parangonables a los de la misma Bolonia.
El aspirante a notario "recibía una enseñanza directa por ' parte de otro notario, con quien compartía durante años los quehaceres, recibiendo indicaciones y aplicándolas. Esta proximidad entre el maestro y discípulo llegaba al grado de compartir no solamente los quehaceres profesionales, sino también su mesa, como para captar del maestro hasta los gestos, las actitudes y las posiciones correctas, culminando con la necesidad de que determinadas etapas |de la enseñanza, debían cumplirse viviendo en la propia casa del notario constituido en su maestro".
Semejante método pedagógico debió constituir lección ejemplar y eficaz, en la que el maestro se agota en el discípulo. Además de esta enseñanza que duraba varios años, el aspirante debía someterse a riguroso examen, con jurado integrado por personas versadas en la materia y dos notarios y "juristas de la alcurnia propia de los sabios".
Era una organización estricta y agrupados los notarios se les conocía como Colegio insigne, y sus dirigentes se les llamaban mayorales.
En la historia del notariado español hubo una serie de cuerpos legales, cuya influencia en lo jurídico y fedatario fue verdaderamente trascendente en su desenvolvimiento histórico.
Dos personalidades de destacada actuación en el ámbito jurídico aportaron mediante su obra, gran auge en lo notarial, Femando II el Santo y su hijo Alfonso X el Sabio. Dejaron huella perdurable por la labor legislativa.
El primero ordenó la traducción del famoso Fuero Juzgo, recopilación de leyes del siglo VII y desarrolla varios capítulos relacionados con los escribanos. Más importante, el Fuero Real, llamado también "Fuero de las Leyes", "Fuero de las Leyes" o "Libro de los Consejos de Castilla". Ley contenido nacional, constituyó intento serio de unificación legislativa. Se habla concretamente de los "escribanos públicos" en libro I, Título VIII; y el libro II, Título IX "Cartas y traslados" del documento notarial.
Lo novedoso e importante de estas disposiciones es obligación que impone a los notarios de conocer a otorgante testigos; recogiendo este mandato, y por primera vez, la fe conocimiento.
Entre los años de 1256 y 1268 se promulgó el célebre código de Alfonso X el sabio, conocido como "Las siete partidas". Se ocupa este código no sólo de la organización notarial y su función, sino que llega a contener fórmulas para la autorización de los instrumentos y plantillas para la redacción de determinados contratos. Establece las condiciones éticas que ha de reunir los escribanos, de su lealtad, de su competencia. Señala dos tipos de escribanos, los que escribían las cartas y despachos de la casa real, y los escribanos públicos, quienes redactaban los contratos de los hombres.
Esta obra Alfonsina ha sido de gran importancia para la institución notarial, "puesto que la influencia de sus preceptos se extendió en forma tal que podemos decir hoy en día que muchas de estas concepciones y leyes han inspirado gran número de preceptos de las legislaciones presentes".
Merece mención el ordenamiento de Alcalá de Henares, 1348 promulgado durante el remado de Alfonso XI. Este texto legal y gracias a la prudencia del soberano, modificó parcialmente las leyes de las siete partidas en aquella que habían venido rechazando la población.
Como quiera que la recopilación Alfonsina hubiera venido cayendo casi en letra muerta por la oposición a su aplicación; el nuevo ordenamiento vino a comunicarle nueve aliento.
Si bien es cierto que en lo relacionado con la cuestión notarial no sufrió el código de las partidas, sino ligeramente en material testamental, el nuevo texto legal ratificó la jerarquía otorgada al notario y la seriedad de la regulación dada a la función notarial.
Todo lo bueno que los tratadistas tienen dicho sobre la organicidad notariata de las partidas -ha expresado Pondé-, cobró la realidad merced al ordenamiento de Alcalá de Henares.
Es dable afirmar que estos ordenamientos jurídicos concibieran a la función notarial con la seriedad y seguridad que deben tratar los negocios de los hombres autorizados por la confianza inspiradora de un funcionario fedatario, el escribano. Este, sin duda alguna, adquirió verdadero rango y se le concibió inmerso en las partidas con la importancia de su libro.
La definición que de ellos se expresa en las partidas, ét buenos et entendidos, los consagra como leales, buenos entendidos deben ser los escribanos de la corte del rey et que sepan bien escribir, de manera que las cartas que ellos yacieren, bien semeje que de corte de rey yacen hones que las yacen de buen entendimiento" (ley II).
En el orden del tiempo y venida la edad moderna, muchas realidades políticas, sociales o bien económicas habían cambiad casi en forma radical. Es verdad, la Edad Media había aportado su caudal filosófico y, por medio de él, se llegaba a la nueva concepción del hombre occidental. Estas transformaciones, naturalmente debieron influir, como en efecto así fue, en el ámbito de la vida del derecho.
El paréntesis de tiempo habría sido largo desde las siete partidas para encontrar otra regulación jurídica de interés histórico notarial. En los años anteriores, la función notarial habría decaído un tanto en su seriedad y muchos escribanos mostraron defectuosa formación.

Sacro Imperio Romano.

En 1493 ocupó el trono imperial Maximiliano de Austria, emperador del Sacro Imperio Romano-Germano. Promulgó un estatuto conocido como "Constitución Imperial sobre notariado" (1512). Comienza, conforme a costumbre de la época, con una especie de "invocación" a manera de petición de principios objeto de la materia que va ser regulada, modificada o rectificada, y expresa el deseo de que los hechos de los hombres dejan memoria determinada, cierta y perpetua. 
Así indica de que, "no sólo mantenerla justicia y la paz, sino también para solucionar aquellas cosas que acontecen todos los días en el Gobierno de la República y entre los ciudadanos, es necesario y utilísimo exista él oficio de notario, por el cual los deseos, voluntades y hechos de los hombres (a fin de que no caigan en el olvido o en la debilidad de la memoria), por medio de la escritura y públicos documentos firmados, se transmitan y permanezcan de una manera determinada cierta y perpetua".
Establece con vehemente deseo esta constitución las solemnidades notariales traducidas en muchas formalidades; regula el modo de tener acceso al cargo notarial; señala la manera que han de llevarse los protocolos; la forma muy solemne de los testamentos; previene a los notarios sobre la falacia de muchos. Impone una regulación cuidadora y, sobretodo, hilvana una serie de prohibiciones a los notarios a manera de ejemplo morales en aquello que no deban incurrir. Todo documento debe comenzar, sin omitir la invocación del nombre de Dios; año de la salvación, la indicación del año del principal mes y días.
Esta obra Maximiliana, trae una serie de documentos de suma importancia, no sólo para la función notarial en sí, sino ante la cuidadosa elaboración del instrumento publico, fundamental por las consecuencias jurídicas del acto sometido al Notario.
El notario está obligado a anotar todo lo ocurrido ante ellos y los testigos, con lo cual han de dar fe de lo visto, oído y percibido por los sentidos.
Es minuciosa la reglamentación de esta parte vinculada con el precepto de visu et auditu sui sensibus, porque no se allana el simple enunciado que ya tenemos conocido. Abre brecha en una tematica que contrapuso doctrinas, porque la coincidencia de los notarialistas en cuanto a lo que el notario ve y oye, es plena, pero al incursionar en lo que cae bajo sus sentidos la unanimidad interpretativa diverge. La constitución Maximiliana aceptó la cotización de otros sentidos además de los de la vista y el oído y previó que cuando se tratare del sentido del gusto o del tacto o del olfato, los testigos como el propio notario, tocarán u olieran, y estando presente las partes, tanto los testigos como el propio notario dejarán constancia de lo que estos testigos percibieron por esos sentidos.
La actividad del notario debía limitarse a dejar constancia de la percepción sensorial hecha por los testigos, pero había la posibilidad de que también el propio notario hubiese gustado, tocado u olido, y en ese supuesto sí podía expresarlo, y esta era una manera de robustecer el dicho dé los testigos con su testimonio.

Revolución francesa y el nacimiento del notario moderno.

Un paréntesis de tiempo habrá de transcurrir desde Maximiliano, para encontrar otra obra legislativa de interés notarial.
 En efecto, el año "de la Revolución Francesa, el 25 de ventoso (16 de marzo de 1803), se promulga una ley tenida como rectificadora de una serie de defectos, faltas o errores. Ley ésta que, necesariamente, hubo de recoger las nuevas concepciones político-libróficas impuestas por el nuevo orden de cosas. Habían cobrado vigencia el individualismo y una considerada como el alma del derecho mejor medio de realizar la justicia".
Texto legal tenido como antecedente de las modernas legislaciones notariales, y ello es así "no solamente por el contenido, por supuesto, es de una perfectibilidad hasta entonces no alcanzada, y que en general se basa en preceptivas notarialistas que hemos conocido en el transcurso de los años. Su fundamental importancia está en cuanto a la popularización que logró de preceptos que, de manera regulada, no habían tenido la misma trascendencia en otros países, donde al igual que en Francia, continuaba debatiéndose el notariado en unas formas defectuosas debidas, ya lo puntualizamos en un momento, no a fallas intrínsecas del notariado sino deficiencias legislativas y a la apatía gubernamental para poner orden en esta actividad que tan sustancialmente atañe al interés del Estado y la sociedad".
Es una ley de unos 69 artículos; la primera parte (Titulo I, artículo 1), habla de los notarios y actas notariales; de las funciones competencia y deberes notariales.

Concibe y define a los notarios como funcionarios públicos, competentes para recibir las actas y contratos a que las partes quieran dar el carácter autenticidad, propio de los actos públicos, así como para asegurar la fecha y llevar depósito.
Una de las características que ha tenido el notariado, en todos los sistemas jurídicos al correr de los tiempos, y en todos los países, y desde muy lejos, es la estabilidad del notario. Es curioso anotar que en la época de la ley del ventoso, anos de transformaciones y cambios; de turbulencia y muerte, y de cambios profundos en el orden legal se consagrara la concepción del funcionario vitalicio en un campo público. El notario lo es de por vida.
Establece, claramente, la división entre fe notarial y aquella dada por el juez; esto es, aísla al notario de toda actividad; y establece, además y muy provechosamente diferencias entre el notario y otra serie de funcionarios, que actúan en la esfera de lo jurídico, como comisarios, procuradores, relatores, etc. Consagra una incompatibilidad entre dichos funcionarios y, al propio tiempo exige la autonomía de la función notarial
El principio de que la fe inherente al acta notarial es oponible al inexpugnable, salvo el procedimiento de falsedad, queda, por este texto legal, instaurado claramente.
Esta ley, dada su importancia para el momento histórico en que se la promulgó, hubo de influir y así sucedió en muchas concepciones notariales posteriores no solo en Francia sino en varios países.




Howard Hughes, el notariado anglosajón y el notariado latino.

FERNANDO OLAIZOLA
Notario publico de Valencia

Michael Hick, conferenciante y autor de libros sobre estrategia comercial internacional, sostiene que, ante el vertiginoso proceso de cambio que impone la globalización, "es el destino de América aportar a un mundo necesitado algunos de sus mejores atributos". 
Hick se refiere, naturalmente, a los Estados Unidos de América; y considera que uno de esos atributos es el sistema de seguros de título de propiedad. Ahora bien, son muchos los aspectos de la sociedad norteamericana que los europeos no querríamos ver implantados entre nosotros, como la posibilidad de adquirir libremente armas de fuego o el limitado alcance de su sanidad pública. Y los europeos continentales podemos añadir a la lista el modelo de notariado anglosajón que, precisamente por sus carencias, genera la necesidad de concertar tales seguros de título.

"El notariado de tipo latino, producto de una evolución de siglos, es en la mayor parte de los países del mundo occidental una institución clave al servicio de la seguridad jurídica"

Notariado Latino y Notariado Anglosajón.- El notariado de tipo latino, producto de una evolución de siglos, es en la mayor parte de los países del mundo occidental una institución clave al servicio de la seguridad jurídica (esto es, la tranquilidad y certidumbre relativa a los negocios, derechos y titularidades), ya que lo ideal es que esa seguridad se logre de manera preventiva, sin tener que acudir a los tribunales para obtener un pronunciamiento judicial (es decir, el famoso "notaría abierta, juzgado cerrado"). En España, el notario es el elemento primordial de nuestro sistema de seguridad jurídica preventiva. A la vez funcionario público y profesional del derecho, el notario por una parte informa, asesora y aconseja imparcialmente a las partes, vela por la adecuación a la ley del negocio que se quiere celebrar y redacta el documento que lo plasma; y por otra, en ejercicio de la potestad delegada por el Estado, autentica su contenido mediante la dación de fe.

El notary public estadounidense, por contra, se limita a aseverar la autenticidad de las firmas de un documento que se le presenta ya redactado y a recoger la manifestación de los firmantes de que el contenido del documento corresponde a su voluntad; pero ni asesora a las partes ni puede entrar a valorar el ajuste a la ley de su contenido. Por ello, el notary no precisa tener ninguna formación jurídica: por poner un ejemplo que luego vendrá al caso, para ser notary en el Estado de Nevada basta con abonar un canon de treinta y cinco dólares y seguir un curso de formación de cuatro horas1. Y precisamente porque la actuación del notary no genera un documento auténtico que tenga un efecto legitimador en el tráfico, se contrata el seguro de título, por el que la entidad aseguradora se compromete a indemnizar al comprador en caso de verse éste privado de la propiedad que adquiere como consecuencia de la reclamación de un tercero. Este seguro no evita pues el riesgo, sino que se limita a compensar pecuniariamente el perjuicio sufrido, ofreciendo por ello no una seguridad jurídica, sino meramente económica.

"La actuación del notary public estadounidense no genera un documento auténtico con un efecto legitimador en el tráfico, y por ello se contrata el seguro de título, que no ofrece una seguridad jurídica, sino meramente económica"

En España, un cliente podrá salir del despacho del notario en que acaba de formalizar la compra de su vivienda mascullando sobre el importe de los honorarios percibidos por éste "sólo por echar una firma", pero sale con la certeza de que la vivienda es suya y la tranquilidad de que nadie va a discutírselo; y ello precisamente porque el notario no se limita a firmar, sino que, actuando en el mismo momento en que se perfeccionan los contratos, realiza la labor de asesoramiento, control de legalidad y dación de fe que hemos visto. Y en cuanto a la retribución del notario, que viene fijada por el Gobierno, no sólo resulta totalmente módica para el efecto jurídico conseguido, sino que es muy inferior al coste que supondría un sistema de documentación privada, que permitiría a las entidades financieras explotar nuevos nichos de mercado, asumiendo (e imponiendo) a través de sus gestorías y aseguradoras vinculadas la preparación y redacción de los documentos y la contratación de los subsiguientes seguros de título.

"Para ser notary en el Estado de Nevada basta con abonar un canon de treinta y cinco dólares y seguir un curso de formación de cuatro horas"

Pero todas estas cuestiones han sido ya reiteradamente tratadas. Por ello, lo que quiero resaltar aquí es cómo esa seguridad que el comprador de la vivienda da por sentada no se limita ni mucho menos al ámbito de las transacciones inmobiliarias, sino que también se presupone en otras muchas facetas de nuestra vida cotidiana. Y para ello voy a centrarme en tres episodios que tuvieron como protagonista al multimillonario norteamericano Howard Hughes, cuya figura ha vuelto a poner de actualidad en los últimos años la película de Martin Scorsese El Aviador.

Ciudadano Hughes.- Hijo único y huérfano de madre, Howard Hughes se convirtió al fallecer su padre en 1924 en propietario de la muy lucrativa empresa familiar, la Hughes Tool Company, de la que en los años sucesivos manaron incesantemente los fondos para todos sus proyectos. Porque Hughes, delegando la gestión de la empresa en quien se convertiría en su brazo derecho, Noah Dietrich, se dedicó a dirigir y producir películas, adquirir líneas aéreas y diseñar y pilotar aviones, batiendo diversos records de velocidad; y, ya durante la Guerra Fría, sus empresas fueron pioneras en la industria electrónica, fabricando para el Gobierno satélites y misiles. Cuando falleció, en 1976, su fortuna era la primera de Estados Unidos2.
En el año 1957 Hughes decidió prescindir de Noah Dietrich y comenzó un proceso de aislamiento del mundo exterior, debido al trastorno obsesivo compulsivo que padecía, su escopofobia y su germofobia (esto es, su rechazo a ser observado y su fijación con los gérmenes, pese a la cual descuidaba totalmente su higiene personal). Al finalizar la década llevaba ya una vida de absoluta reclusión en la última planta de diversos hoteles, adicto a la codeína, el valium y otros varios fármacos, haciéndose proyectar viejas películas una y otra vez en una penumbra permanente3. Garantizaba ese aislamiento un reducido grupo de ayudantes pertenecientes a la Iglesia mormona (por la que Hughes nunca tuvo el menor interés, pero consideraba que sus seguidores eran especialmente limpios, diligentes y serviciales) liderados por William Gay, que desde su empleo inicial como chófer había sabido ir ascendiendo gracias a sus reconocidas dotes para la intriga.

"En España, un cliente podrá salir del despacho del notario mascullando sobre el importe de los honorarios percibidos por éste "sólo por echar una firma", pero sale con la certeza de que la vivienda que acaba de comprar es suya y la tranquilidad de que nadie va a discutírselo"

Gay estaba llamado a ser el nuevo hombre de confianza de Hughes, pero entonces apareció en escena Robert Maheu, un antiguo agente del FBI a quien el millonario empezó a encomendar variopintas tareas (como eludir citaciones judiciales o mantener contactos confidenciales con el entorno de Nixon) y que poco a poco fue granjeándose su confianza. Cuando en 1966 Hughes decidió trasladar su centro de operaciones a Las Vegas encomendó a Maheu la realización y gestión allí de diversas inversiones millonarias (casinos y hoteles, y también terrenos, concesiones y aeropuertos). Se estableció así una suerte de bicefalia, con una constante tensión entre Maheu y Gay, quien tenía como aliado en esta pugna al abogado neoyorquino Chester Davis, principal asesor legal de Hughes. Y llegamos con ello al primero de los episodios que quiero relatar.

El "golpe palaciego" de Acción de Gracias.- Como consecuencia de la labor de intoxicación llevada a cabo por el entorno mormón, Hughes acabó por creer que Maheu le robaba. Gay y sus correligionarios cortaron entonces los lazos de comunicación entre Hughes y Maheu (éste nunca había llegado a ver a su jefe en persona, ya que siempre se comunicaron telefónicamente o por escrito). 

Davis redactó a continuación un poder general por el que Hughes les facultaba a él y a Gay para disponer con total amplitud de sus propiedades e intereses en Nevada. Dos de los ayudantes mormones de Hughes, Howard Eckersley y Levar Myler, le presentaron el documento4. Era insólito que dos de sus asistentes entraran a la vez en el pequeño reducto que el magnate ocupaba, por lo que Hughes preguntó a qué obedecía ello. "Soy el notario" le explicó Eckersley, "y Levar se encuentra aquí para firmar como testigo. Tiene que haber un testigo". 

Eckersley, que efectivamente ostentaba la condición de notary del Estado de Nevada, legalizó el poder una vez firmado por Hughes. Y finalmente, en noviembre de 1970, Hughes fue sacado de su hotel y trasladado en avión a las Bahamas, comenzando un peregrinaje que a lo largo de los siguientes años lo llevaría a Managua, Vancouver, Londres y Acapulco, falleciendo en el avión que desde este último lugar lo devolvía agonizante a los Estados Unidos.

"Aún cuando en España exista la posibilidad de otorgar testamento ológrafo ¿es concebible que, no ya alguien con la fortuna de un Amancio Ortega, sino cualquier empresario medianamente exitoso fallezca sin haber otorgado un testamento abierto notarial?"

Gay y Davis, blandiendo el poder, ocuparon los casinos con auditores y agentes de seguridad. Maheu acudió a los tribunales y alegó que el millonario había sido secuestrado y su firma en el poder falsificada. Un juez de Las Vegas libró un mandamiento ordenando que se restableciera el control de los casinos por Maheu. Davis y Gay hicieron que Hughes confirmara por teléfono al Gobernador del Estado que contaban con su respaldo. Finalmente, el juez falló a favor del círculo mormón, consumándose así la derrota de Maheu. En sus memorias, Maheu se hace eco de las informaciones aparecidas en años posteriores según las cuales, al tiempo de otorgar el poder, Hughes padecía una grave anemia que, al complicarse con una neumonía, lo puso al borde de la muerte, alcanzando su consumo de drogas sus niveles más altos (en ocasiones ulteriores se habría conseguido su firma en determinados documentos amenazando con privarle de su dosis de codeína); y "si a ello se añade su aislamiento y su dependencia de los ayudantes leales a Gay, puede fácilmente inferirse que el poder fue conseguido mediante el empleo de una influencia indebida".
Pues bien, no creo que se discuta que, en España, la autorización por un notario del poder otorgado por Hughes habría conllevado un nivel de rigor y unas garantías considerablemente superiores, y el forcejeo final entre Maheu y los mormones, de centrarse sobre este extremo, habría tenido desde luego un muy otro planteamiento.

El fraude de Irving.- El segundo episodio es el conocido fraude urdido por Clifford Irving, un novelista que, tras seguir por la prensa el cese de Maheu, supuso que el hermetismo que rodeaba a Hughes debía obedecer a que el millonario no estaba en posesión de sus facultades mentales. Convencido de que por ello no podría comparecer en público para desautorizarle, Irving decidió escribir y vender una biografía de Hughes que éste le habría encomendado redactar, según corroboraban diversas cartas falsificadas por el propio Irving. Al principio el plan funcionó, y los desmentidos de los portavoces de las empresas de Hughes no fueron atendidos (Irving sostenía que Hughes simplemente les había puenteado). Hughes concedió entonces una entrevista telefónica desde su nuevo lugar de reclusión en el Caribe a siete periodistas que le escuchaban en Los Angeles, desde donde era retransmitida en directo por televisión, y en la que desautorizó a Irving. La mayor parte de las tres horas de conferencia se dedicaron a las preguntas que los periodistas, todos los cuales había tratado a Hughes años atrás, le dirigían para cerciorarse de su identidad, de la que quedaron unánimemente convencidos. Irving sostuvo con aplomo que habían sido engañados por la voz de un imitador. El fraude fue finalmente descubierto al comprobarse que los cheques entregados por la editorial a nombre de "H. R. Hughes" habían sido ingresados en un banco suizo por la esposa de Irving bajo el nombre ficticio de Helga R. Hughes.
En España, un millonario con escopofobia en semejante tesitura desde luego lo habría tenido bastante más fácil para desvelar el engaño: habría bastado con remitir discretamente a la editorial que se proponía publicar la falsa biografía un acta notarial de referencia de las reguladas en el artículo 208 del Reglamento Notarial, en la que se recogen las declaraciones y manifestaciones que el otorgante, debidamente identificado, realiza ante el notario.

La herencia de Hughes.- En tercer y último lugar, veamos las peripecias a que dio lugar la sucesión de Hughes. Divorciado de sus dos esposas y sin descendencia, su pariente vivo más cercano era una octogenaria tía materna que a su vez tenía un único hijo, primo de Hughes, llamado William Lummis, quien logró poner de acuerdo sobre el reparto de la herencia a los otros dieciocho parientes consanguíneos de ambas ramas que podrían tener la condición de herederos abintestato según una u otra de las posibles leyes reguladoras de la sucesión (las de California, Texas y Nevada) que entraban en conflicto. Al acuerdo se sumaron posteriormente dos hijastros de un tío paterno de Hughes que se acogían a la doctrina mantenida en algunos Estados por la que, si ha habido una relación análoga a la paternofilial, se reconocen a los hijos del cónyuge iguales derechos sucesorios que si hubieran sido formalmente adoptados. Finalmente, hubo que satisfacer una cuantiosa suma a una presunta esposa, la actriz Terry Moore, que aseguraba haberse casado con Hughes en 1949 a bordo de un yate en aguas internacionales frente a la costa de México, para que ésta renunciase a cualquier derecho que pudiera corresponderle (en la estela de notoriedad que siguió a este episodio, Terry Moore tuvo la peculiar distinción de ser la primera mujer mayor de cincuenta años en posar desnuda para la revista Playboy).
Por otro lado, el círculo de ayudantes mormones capitaneado por Gay y Davis sostenía que Hughes había hecho un testamento por el que, según habría manifestado reiteradamente que era su voluntad, dejaba todos sus bienes a la fundación Howard Hughes Medical Insitute, cuyo patronato dominaban aquellos, con lo que, de existir tal testamento, seguirían controlando indirectamente todo el imperio de Hughes. Se inició una exhaustiva búsqueda de tal testamento, llegándose incluso a recurrir (infructuosamente) a los servicios de un famoso vidente de Hollywood. Finalmente, Gay y Davis iniciaron en 1977 un procedimiento judicial en Nevada, invocando la corriente jurisprudencial según la cual cuando un testamento no puede hallarse, pero hay una posibilidad razonable de fijar su contenido, debe prevalecer la voluntad del testador. 

En dicho procedimiento se personó un tal John Pettit, que sostenía que uno de los abogados neoyorquinos de Hughes le había mostrado en 1962 el tan buscado testamento por el que se nombraba heredera a la fundación médica. La ley de Nevada exigía dos testigos fiables para acreditar el contenido de un testamento desaparecido, por lo que, al no presentarse otro testigo (el abogado en cuestión había fallecido en un accidente de coche tres años antes), la Corte Suprema de Nevada falló en 1980 contra la pretensión de Gay y Davis. Pero en Texas bastaba al efecto con un solo testigo, así que éstos replantearon ante los tribunales tejanos la cuestión, donde en 1983 también fue rechazada. Ese mismo año los tribunales de Delaware estimaron la demanda con la que el grupo de familiares había contraatacado reclamando que, fallecido Hughes, único trustee de la fundación, sin haber designado un trustee sucesor, y ante la pendencia de los litigios sobre su herencia, se cesara a Gay y Davis como patronos y se nombrara un nuevo patronato, lo que puso fin al control de éstos sobre la fundación. Concluyó así la lucha en este frente de la batalla legal.

"En un sistema como el español, todos los episodios aquí relatados se habrían desarrollado, gracias a la intervención notarial, de una manera mucho más segura, directa y económica"

Paralelamente a todo ello, en 1976 había aparecido el conocido como "Testamento Mormón" depositado sobre una mesa en las oficinas centrales de la Iglesia mormona en Utah. Este testamento contenía diversas disposiciones a favor de parientes, entidades públicas y benéficas, los boy-scouts, la Iglesia mormona y, sorprendentemente, a favor de alguien llamado Melvin Dummar. Este, que fue localizado atendiendo una gasolinera y que, además de mormón, resultó ser cantante de música country, aseguró haber recogido durante un viaje nocturno a un anciano andrajoso en una carretera secundaria y haberle llevado de vuelta a Las Vegas. El desconocido dijo ser Hughes, y Dummar lo consideró un mendigo con delirios de grandeza, no dándole mayor importancia al encuentro hasta que apareció el testamento. Cuando el FBI descubrió una huella dactilar de Dummar en el sobre que contenía el testamento, éste añadió a su historia a un desconocido que le habría entregado el sobre en su estación de servicio para que lo remitiese a la sede de la Iglesia mormona. Incluso no faltó quien pretendiera ser ese desconocido y haber recibido el testamento de manos del propio Hughes. 
En 1978 sendos jurados en Texas y Nevada declararon que el testamento era una falsificación (Dummar sigue aún hoy defendiendo su honestidad y su versión de los hechos, y en 2006 llegó a replantear la cuestión ante los tribunales de Utah, que desestimaron su demanda).
En 1981 aún apareció otro supuesto testamento, éste con la firma de dos testigos, que Martha Jo Graves, la antigua secretaria de un abogado de Los Angeles (de nuevo, oportunamente fallecido en accidente, esta vez de avión) decía haber encontrado entre los papeles de éste. En el testamento se nombraba heredera a la fundación médica, pero un veinte por ciento de la herencia se dejaba a una sociedad inactiva y sin patrimonio, de la que el socio mayoritario era, casualmente, la propia señora Graves. Los testigos se retractaron de una primera declaración, reconocieron que todo era un montaje y la señora Graves acabó en la cárcel.
Siete años después de la muerte de Hughes fueron finalmente reconocidos como sus herederos los parientes coordinados por William Lummis, si bien hubieron de compartir la herencia con la Hacienda Pública y con los diversos bufetes de abogados que intervinieron en las distintas causas, y que percibieron minutas millonarias.
Aún cuando en España exista por supuesto la posibilidad de otorgar testamento ológrafo ¿es concebible que, no ya alguien con la fortuna de un Amancio Ortega, sino cualquier empresario medianamente exitoso, por muy estrambótico que pueda ser su comportamiento, fallezca sin haber otorgado un testamento abierto notarial, debidamente custodiado en el protocolo del notario autorizante y localizable mediante una simple consulta al Registro General de Actos de Ultima Voluntad?
En definitiva, en un sistema como el español, todos los episodios aquí relatados se habrían desarrollado, gracias a la intervención notarial, de una manera mucho más segura, directa y económica. Supongo que a esto podría contestárseme:

 "no hay problema, que nuestros notarios se sigan dedicando a autorizar poderes, actas y testamentos, y sustraigamos a su intervención la documentación relativa al tráfico inmobiliario y crediticio".

 Pero entonces ya no tendríamos en España el tipo de notario a que estamos acostumbrados: tendríamos notarys como los de Nevada. Y, pese a la conocida frase pronunciada por Henry Gatewood, personaje de la película de John Ford La Diligencia ("recuerde esto: lo que es bueno para el banco es bueno para el país"), téngase la certeza de que, en materia de seguridad jurídica, lo que es bueno para los bancos no es bueno para los ciudadanos.

1 Véase la State of Nevada notary division page (http://nvsos.gov/index.aspx?page=165).
2 Incluyendo en el cómputo el patrimonio aportado por Hughes en 1953 por motivos fiscales a la fundación Howard Hughes Medical Insitute, de la que luego hablaremos.
3 El trastorno obsesivo compulsivo era una enfermedad poco conocida en aquellos años, que hoy habría podido ser diagnosticada y debidamente tratada, pero que en todo caso, y pese a sus extravagancias, no privaba a Hughes de su capacidad de obrar.
4 Sigo el relato que hace James Phelan en Howard Hughes: The Hidden Years.


LITERATURA Y LOS NOTARIOS.



El Notario de Honoré de Balzac.


 “ Cada notario lleva dentro de sí los restos de un poeta  ” (cita de Gustave Flaubert. Dibujo de Jules-Jean-Antoine Baric)


Ante ti hay un hombre bajo, gordo, bien alimentado, vestido de negro, seguro de sí mismo, casi siempre remilgado, instructivo y, sobre todo, pomposo. La sencillez hipócrita, que inicialmente le sirvió de máscara, con el tiempo se convirtió en su carne y hueso, es similar a la ecuanimidad de un diplomático, pero desprovisto de engaño, ahora descubrirás por qué. 
Te asombra especialmente su cabeza calva, del color de la mantequilla fresca, que da testimonio de largos trabajos, de aburrimiento, de desacuerdos internos, de las tormentas de la juventud y de la ausencia total de pasiones.
 "Este señor", dices, "se parece extraordinariamente a un notario". Un notario larguirucho y delgado es una excepción. Fisiológicamente, hay temperamentos que son completamente inadecuados para la profesión notarial. No sin razón dijo Stern, el gran y sutil observador:
 ¡un pequeño notario! 
Un carácter irritable y nervioso seguiría siendo bueno para un abogado, pero sería fatal para un notario que necesita ser demasiado paciente, y no todas las personas son capaces de quedarse atrás y escuchar obedientemente las interminables efusiones de clientes que imaginan que su negocio es el único; Los clientes del abogado son personas apasionadas, están tratando de pelear, están listos para defenderse. Un abogado en un caso judicial es el mismo padrino, y un notario es una persona que sufre en miles de combinaciones egoístas, siempre está a la vista. ¡Oh! Lo que soporta un notario sólo puede explicarse por comparación con lo que tienen que soportar las mujeres y el papel blanco: lo soportan todo, no se caracterizan en absoluto por la resistencia; un notario es otra cosa: su resistencia es enorme, pero todos los rincones se borran poco a poco. Mirando este rostro desgastado, escuchas frases memorizadas, mecánicas y, añadamos, una buena cantidad de lugares comunes! El artista retrocede horrorizado. 
Todos dicen con confianza:
"Esto, por supuesto, es un notario", porque el notario ha desarrollado una apariencia típica para sí mismo, que es inseparable de él y se ha vuelto proverbial.
 Y el que inspiró este tipo de sospecha es hombre muerto. Ahora, este hombre es una víctima inocente. Gordo y pesado, una vez fue juguetón, frívolo, tal vez muy inteligente e incluso, probablemente, estuvo enamorado. ¡Un misterio incomprensible, un verdadero mártir, pero un mártir de la buena voluntad! Oh notario, criatura lamentable, ya sea que ames tu profesión o la odies, les explicaré a todos quién eres:
 ¡por tu bien debo hacerlo! Hombre amable y astuto, eres tanto la Esfinge como el Edipo, tu habla es tan oscura como la del primero, eres tan perceptivo como el segundo. 
En muchos sentidos eres incomprensible — y, sin embargo, puedes ser definido. Pero definirte significa traicionar muchos de esos secretos, en los que, según Bridoison [Bridoison es un personaje de la comedia de Beaumarchais Las bodas de Fígaro , te confiesas solo a ti mismo.

El notario es un extraño ejemplo de las tres transformaciones de un insecto, pero en orden inverso: primero fue una brillante mariposa, y al final se convirtió en una larva envuelta en un capullo y, por desgracia, poseedora de memoria. Un escribano alegre, pícaro, astuto, inteligente, ingenioso y burlón es gradualmente transformado por la sociedad en un notario y, intencionadamente o no, hace del notario la forma en que lo conoces. Sí, su gastada fisonomía es propia de la masa del pueblo: 
¿no son los notarios una especie de término medio, esa venerable mediocridad que el año 1830 llevó al trono? 
Todo lo que oyen, todo lo que ven, que se ven obligados a pensar, a aceptar, además de los honorarios, todas estas comedias, tragedias, representadas solo para ellos, deberían haberlos vuelto ingeniosos, burlones, desconfiados, pero solo a ellos les está prohibido. risa, bromear y mostrar ingenio: la burla asustaría al cliente.

 El notario queda mudo cuando habla, se asusta cuando calla y se ve obligado a ocultar sus pensamientos y su ingenio, como se oculta una mala enfermedad. Si el notario no es pedante, como una solterona, y capcioso, como un ayudante de escribano, si es abiertamente astuto y taimadamente astuto, perderá su clientela. La clientela en su vida lo es todo. El notario usa constantemente una máscara y no siempre se la quita aun en el seno de las alegrías familiares, siempre tiene que jugar un papel, mantener un aire de importancia en su rostro, conversando con clientes y escribanos; él tiene muchas razones para mantenerla antes que su propia esposa. No debe saber lo que entendió perfectamente, y entender lo que otros no quieren explicarle en detalle. En relación con los corazones, realiza los deberes de un obstetra.

- No, señor, no elaborará tal acto, sería indigno de usted. Estás abusando de una interpretación amplia de tus derechos (una frase bastante cortés, pero que esencialmente significa:
 "¡Eres un fraude!").
 Usted no entiende el verdadero significado de la ley, que, por supuesto, le pasa al hombre más honesto del mundo , pero, señor... y cosas por el estilo.

O más:

“No, señora, aprobando el sentimiento que la inspira, bastante natural y hasta cierto punto respetable, no puedo permitirle tomar tal decisión. ¡Mantén la reputación de una mujer honesta incluso después de tu muerte!

Cuando se ha agotado la lista de todas las virtudes y obstáculos, cuando el cliente o clienta empieza a dudar, el notario añade:

- ¡No, no harás eso, y te negaré mi ayuda!

Eso es lo más que se atreverá este funcionario de la judicatura.

Y los notarios son, de hecho, funcionarios no menos que oficiales: ¿la vida de los notarios no es una batalla que se prolongue durante mucho tiempo? 
Se ven obligados a ocultar pensamientos muy traviesos bajo una importancia fingida, que, por supuesto, ¡tienen! Oculta tu escepticismo, y dudan de todo, de tu amabilidad, ¡de lo contrario los clientes abusarán de ella! Se ven obligados a mostrarse angustiados al hablar con los herederos, que muchas veces se mueren de risa cuando se quedan solos, a amonestar a las viudas que enloquecen de alegría, a hablar de hijos y de muerte con muchachas que ríen, a consolar a sus hijos con los resultados generales de la herencia. inventario, repetir una y las mismas palabras y argumentos a personas de diferentes edades y clases, ver todo sin mirar, mirar y no ver nada, fingir que se enfada, reír sin razón y razonar a fondo sin reír , haciendo dichos moralizantes, como los cocineros preparan la salsa; como resultado, los notarios quedan atónitos por la misma razón que un artillero se detiene. Hay más tontos que inteligentes, de lo contrario un tonto se convertiría en una rareza, y ahora un notario, obligado a descender al nivel de su cliente, está constantemente a diez grados bajo cero, y con la fuerza de la costumbre por todos conocida, tal papel se convierte en una segunda naturaleza para un notario. Él reduce el espíritu a la materia, ¡ay! - sin espiritualizar el cuerpo. Al no tener más carácter que la naturaleza de su profesión, se aburre porque todo el mundo le molesta. En su despacho acostumbra a expresarse en frases generales y, enfrascado en ellas hasta las orejas, las lleva consigo a un salón secular. Interesado en todo, interesado en nada; como resultado de todos sus servicios, frente a la ingratitud, llega a la indiferencia total y eventualmente se convierte en una criatura llena de todo tipo de contradicciones escondidas bajo una capa de grasa y bajo un bienestar visible, se convierte en un hombrecito redondo, suave, pero resonante, charlatán, a veces hablando concisamente, escéptico y crédulo , pesimista y optimista, bonachón y despiadado, vicioso o depravado, pero necesariamente hipócrita; hay en él algo de sacerdote y de juez, de funcionario y de abogado, y si el mismo La Bruyère estuviera vivo, ni siquiera él habría podido analizar con precisión su carácter. La grandeza es inherente a un notario, pero lo que lo hace grande lo hace pequeño: siendo testigo de la depravación que lo rodea, no espectador, sino director de dramas empresariales, debe permanecer honesto; ve cómo cavan ese Mar Muerto, que absorberá todas las riquezas, pero no puede pescar en él; redacta un contrato para una sociedad limitada y debe abordar el asunto como un comerciante que vende trampas, pero no interesado ni en la presa ni en un cazador. ¡Cuántas transformaciones diferentes! ¡Qué es el trabajo! No se ha forjado un solo eje de esa manera, por lo que no se ha probado con carga. Admira cómo se mueve de un pensamiento a otro, y pregúntate:

 ¿la naturaleza, que dedica tanto tiempo y esfuerzo a crear una concha increíble, no es superada en este caso por la civilización que creó una criatura crustácea llamada notario?

Todo notario ha sido dos veces escribano, más o menos tiempo cursando trámites judiciales; Para aprender a prevenir litigios, ¿no debería saber cómo empiezan? Quien sirve durante dos años como escribano con un procurador y, además, no se decepciona de una persona, probablemente no llegará a ser ni juez, ni notario, ni procurador; se convierte en accionista. Desde la oficina del abogado, el escribano se precipita a la oficina del notario. Después de observar cómo se juegan los contratos, aprenderá cómo se hacen. Y si el futuro notario toma un camino diferente, entonces significa que desde el principio determinó su profesión y se dirigió a los escribanos subalternos, como se va a los soldados, para luego convertirse en general; muchos notarios parisinos sirvieron inicialmente como mensajeros en la oficina. Haber cumplido un período de prueba de cinco años en una o más oficinas notariales, te será difícil seguir siendo un joven honesto; ya habéis visto lo que es un mecanismo aceitado de toda riqueza, con qué vileza discuten los herederos por un cadáver que aún no se ha enfriado. En una palabra, habéis visto el duelo del corazón humano con el código civil. Los clientes de la oficina del notario terriblemente, además, en hechos, no en palabras, escribanos corruptos.

Aquí el hijo presenta una queja contra su padre, la hija contra sus padres. El despacho es un confesionario donde las pasiones vierten del saco sus planes criminales y donde consultan sobre hechos dudosos, buscando la forma de llevarlos a cabo. ¿Qué más actúa tan corruptamente como un inventario de la propiedad que queda después del difunto? La madre muere, rodeada del respeto y amor de toda la familia. Cuando le cierran los ojos, cuando se representa la farsa y se baja el telón, el notario, junto con el escribano, encuentran pruebas de que su vida íntima fue aterradora, y las queman; luego escuchan las más conmovedoras palabras de alabanza en memoria de la santa mujer, enterrado hace unos días; se ven obligados a no defraudar a la familia, recurriendo a la mora por delicadeza, pero ¡cuántas burlas, sonrisas y miradas se intercambian entre un notario y un escribano cuando salen a la calle! Resulta que el mayor político que engañó a toda Europa fue engañado por una mujer, como un niño: su credulidad era ridícula, como la credulidad de un “paciente imaginario” hacia Belina .]. Revisan los papeles comerciales de un hombre, como dicen, virtuoso y filántropo, en cuya tumba fumaron incienso, en cuyo honor dispararon andanadas de condolencias, pero este funcionario, este venerable anciano resultó ser un libertino. . El escriba se lleva sus libros obscenos y los distribuye a sus colegas. En virtud de una costumbre establecida desde tiempos inmemoriales, los escribas toman posesión de todo lo que pueda ofender la moral pública o religiosa y deshonrar al difunto. Todo lo obsceno es numerado por ellos con la letra M. Se sabe que los notarios numeran papeles, actas y documentos con letras del alfabeto. La letra M (yo) denota todo lo que los escribas toman por sí mismos.

- ¿Hay una M? - se escucha un grito en toda la oficina cuando el segundo escriba regresa después de hacer el inventario.

Cuando termina la sección, se pueden escuchar comentarios inspirados por el mismo diablo, mientras que el tercer escriba come una pera al horno, el segundo queso y el empleado bebe chocolate. ¿Crees que siete u ocho jóvenes alegres en la plenitud de sus vidas y de sus mentes, cansados ​​de estar todo el día en los escritorios leyendo correspondencia de papeles y estudiando actas de liquidación, comenzarán a intercambiar aforismos de Fenelon o Massillon, solos, sin un notario, y con ganas de relajarse un poco? El espíritu francés, aplastado por carpetas polvorientas de originales notariales, salpica luego con ocurrencias que van más allá de lo cómico. Es más bien la lengua de Rabelais que la de Florián. Especulan sobre las intenciones de los clientes, comentan sus estafas y los ridiculizan. Si los escribanos no ridiculizaran a sus clientes, entonces serían notarios precoces, freaks.

"Bueno, caballeros, ¡solo están hablando!"

Lo que es verdad es verdad. El escriba habla mucho, lo entiende todo, pero sigue siendo tan virtuoso como el as de picas, porque no tiene dinero. Una de las bromas favoritas de los notarios es retratar todo a los recién llegados como si las costumbres más inverosímiles y monstruosas realmente reinaran aquí, y si el principiante cree todo, entonces el truco es un éxito. Todo el mundo se está riendo.

Estos chistes se juegan ante un niño de diez o doce años, la esperanza de la familia, ante un chico oficinista de pelo negro o rubio y mirada vivaz, ante el líder de los chicos de la calle parisinos, que interpreta el papel de flauta en esta orquesta, donde se cantan deseos e intenciones, donde todo se dice y nada se hace. Dichos pensativos brotan de una boca en la que los dientes son como perlas, brotan de los labios escarlata como rosas que se marchitan tan pronto. El estudiante discutirá con depravación con los escribas, sin comprender él mismo el significado de las palabras que pronuncia. Una observación te dirá cómo es este chico. Todas las mañanas en esa oficina donde se certifican las firmas de los notarios, aquí se reúne toda una multitud de estudiantes, correteando como peces de colores en una bola de cristal, y enfureciendo al anciano y ansioso funcionario encargado de certificar las firmas, porque incluso tras las rejas no se siente protegido de estos cachorros. Un funcionario (casi pierde la cabeza) necesitaría poner un policía o incluso dos en la oficina. Estaban a punto de enviarlos. Pero el prefecto temía por los policías. De las historias de estos jóvenes, los cabellos de un venerable policía se erizarán y sus payasadas molestarán al mismo Satanás. Se ríen de todo, saben y dicen enfáticamente de todo, pero todavía no hacen nada. Todos están conectados entre sí por algún telégrafo especial, que transmite instantáneamente todas las noticias notariales a todas las oficinas. Si la esposa de un notario se pone una media al revés, si tose por la noche, si pelea con su marido, todo lo que está abajo, arriba, en el medio, se vuelve conocido por cien estudiantes de notarios parisinos, y en el edificio de las instituciones judiciales estos muchachos se encuentran con cien estudiantes de las oficinas de los abogados del jurado. Hasta que los jóvenes que han elegido la profesión de notario lleguen al puesto de tercer escribano, siguen siendo como jóvenes. 

El tercer escriba ya tiene veinte años; ya ha perdido la rudeza, redactando interminables contratos de compraventa, se ocupa de estudiar liquidaciones, se afana en el estudio de jurisprudencia, si no ha ejercido con abogado jurado; recibe instrucciones de transferir grandes sumas al registro, recoge firmas de personas destacadas en contratos de matrimonio; considera la modestia y la honestidad un rasgo esencial de su cargo. El joven ya se está acostumbrando a no charlar en vano, pierde esa atractiva facilidad de movimiento y habla, por lo que el escritor, artista, científico, que la ha conservado, a menudo merece un reproche:

 “¡Eres un verdadero bebé! » 

Mostrar indiscreción, deshonestidad para el tercer escribano significa abandonar la carrera de notario. Asunto extraño. Las dos virtudes profesionales más altas ya preexisten en el ambiente de las oficinas notariales. Pocos escribas fueron reprendidos dos veces por evitar estas virtudes. Si tal ofensa se repitiera, el escriba sería despedido por incapacidad para hacer negocios. La responsabilidad comienza con la posición de segundo escribano. Es cajero en la oficina, lleva un registro, lleva un sello, da papeles para firmar y registra o compara actos a ciertas horas. 

El tercer escriba ya se ríe menos que los otros, el segundo no se ríe nada: pone mayor o menor dosis de alegría en reprender a los escribas más jóvenes, es más o menos cáustico; pero sobre sus hombros ya siente la toga judicial. Sin embargo, algunos de los segundos escribas aún no rehuyen a los escribas menores, también da paseos por el campo con ellos y se aventura a visitar el jardín de verano de Chaumier; pero esto es sólo si no tiene veinticinco años, y habiendo llegado a esta edad, el segundo escribano ya está pensando en cómo establecerse en algún lugar de la provincia. Está asustado por el alto costo de los notarios en París, está cansado de la vida parisina, está listo para contentarse con una parte modesta y tiene prisa, según un chiste proverbial, por convertirse en su propio dueño y casarse.

Los laboriosos miembros de la hermandad de los escribas tienen un pasatiempo especial llamado sentarse. Su esencia es reunirse para hablar de temas controvertidos de jurisprudencia, pero estos encuentros terminan con un desayuno de celebración, que es pagado por quienes han incurrido en una multa. Aquí hablan mucho, todos defienden insistentemente su propia opinión, igual que en la Cámara de Diputados, pero lo hacen sin votar.

Esto completa la primera transformación. El joven ha madurado gradualmente, habiendo experimentado pocos placeres en la vida (las familias que han dado a luz escribas existen en mayor o menor medida por su propio trabajo), desde la infancia escucha constantemente la advertencia:
 "¡Intenta hacerte rico!" 
Desde la mañana hasta la noche trabajan sin salir de la oficina. Los escribas no pueden entregarse a las pasiones, sus pasiones pulen el pavimento de los bulevares parisinos, sus pasiones deben tener un comienzo tan rápido como el desenlace; todo escriba ambicioso teme perder el tiempo en aventuras románticas, enterró ideas fantásticas bajo inventarios, representó sus deseos en una hoja de papel en forma de figuras extrañas; no sabe lo que significa cortejar, considera una cuestión de honor adoptar esos modales indefinibles que responden tanto a la ligereza del comerciante como a la severidad del soldado - modales,

En una palabra, todos estos escribanos, humorísticos, pícaros, ingeniosos, reflexivos y perspicaces, habiendo ascendido a la posición de escribano, se convierten en medio notarios. La principal preocupación de este escriba mayor es inspirar la idea de que, si no fuera por él, el patrón sería multado de la manera más estúpida. También sucede que tiraniza a su patrón, entra en la oficina, le presenta sus comentarios y sale de allí insatisfecho. En relación a muchos actos, tiene derecho de vida o muerte, pero también hay tales casos que sólo el patrón puede conducir y decidir; en general, todavía no se le permite hacer cosas particularmente importantes. En muchas oficinas, solo se puede acceder a la oficina del patrón a través de la oficina del escriba principal.

 En este caso, los primeros escribas todavía están un peldaño más arriba. Los escribanos mayores, firmando "Para el notario", se llaman "querido maestro", todos se conocen, se encuentran, se deleitan sin invitar a otros escribas. Llega un momento en que el escriba mayor sólo piensa en su propio oficio; husmea en todos los lugares donde se puede sospechar la existencia de una dote. Lleva una vida modesta, cena por dos francos a menos que el patrón lo invite a su mesa; asume solidez, prudencia. 
Toma prestados modales elegantes y usa anteojos para darse más importancia; va a menudo de visita y, visitando a alguna familia rica, habla así: 

“El cuñado de su estimado cuñado me ha informado que su estimada hija se ha recuperado de su enfermedad.

El escriba mayor conoce todos los lazos familiares en los círculos burgueses, al igual que el enviado francés a la corte de un príncipe alemán conoce las conexiones de todos los príncipes. Este tipo de escribanos mayores tienen convicciones conservadoras y muestran la apariencia de personas de alta moral; ellos, por supuesto, se abstienen de jugar a las cartas en público, pero por esta abstinencia se recompensan a sí mismos cuando se reúnen solos; las reuniones de escribanos mayores terminan con cenas que no son inferiores ni siquiera a las fiestas de la dorada juventud y cuyo epílogo les impide decididamente cometer ninguna estupidez sentimental; un escriba senior que se enamora es más que un monstruo, es solo una persona sin valor. Durante los últimos doce años, de un centenar de escribas mayores, treinta se dejaron llevar por el deseo de hacer carrera, abandonaron la oficina, se convirtieron en presidentes de sociedades limitadas, directores de compañías de seguros, encargados de negocios; otros encontraron un puesto no relacionado con las finanzas, y gracias a ello conservaron su verdadero rostro, es decir, quedaron casi iguales a como los creó la naturaleza.

Después de siete u ocho años de trabajo, habiendo llegado a los treinta y dos, treinta y seis años, el escriba mayor pierde la calma durante varios días: le golpea el corazón recibir el rango más alto. En ningún otro ámbito -ni entre el clero, ni entre los militares, ni en la corte, ni en el teatro- se produce tal cambio que le sucede a esta persona en un solo día, en un solo momento. Tan pronto como es aprobado por un notario, su rostro se vuelve rígido, y él mismo es aún más notario de lo que requiere la toga que usa. Con la mayor solemnidad y majestuosidad posible, se dirige a los escribas mayores, sus amigos, que de inmediato dejan de serlo. Es completamente diferente de lo que era el día anterior; se realizó el fenómeno de la tercera transformación entomológica: se hizo notario.

Avergonzados por la desventaja de su posición en la capital, que está llena de todo tipo de placeres, cubren a todos con su manto, y a veces incluso lo levantan muy seductoramente en el escenario de la Ópera, los notarios, desesperados porque en su alta atuendos morales que brillan como botellas de champán helado, pero fríos, juguetones, pero atascados, fundaron en la época del Imperio (del que se hablaba en términos contundentes en los despachos) una sociedad de notarios acaudalados, que hacían el mismo papel para el notarios que la válvula toca en la máquina de vapor. Secretas eran las reuniones, secretos los espectáculos que aquí se hacían, divertidísimo el nombre de una sociedad donde el placer era elegido presidente, donde las islas de Paros, Cythera e incluso Lesbos eran miembros del consejo disciplinario y donde abundaba el dinero, el nervio principal. de esta misteriosa y alegre asociación. ¡Lo que la historia no contó! Era como si allí se devoraran niños, niñas desayunando, madres cenando, no se fijaban ni en la edad ni en el sexo, ni en la tez de las abuelas por la mañana después de una desesperada partida de bouillotte. Heliogábalo y otros emperadores romanos son meros niños comparados con los grandes e importantes notarios del Imperio, de los cuales hasta el más tímido aparecía por las mañanas en el despacho majestuoso y frío, como si sólo hubiera soñado con una orgía. Gracias a esta sociedad ya la oportunidad de dar rienda suelta a todas las sugestiones de un espíritu maligno, hubo menos quiebras entre los notarios parisinos entonces que durante los años de la Restauración.

 Esta historia puede ser una fábula. Ahora los notarios parisinos ya no están tan conectados entre sí como en el pasado, se conocen menos, su espíritu de solidaridad se ha debilitado, porque las oficinas cambian de manos con demasiada frecuencia. Antes, un notario ocupaba su lugar durante treinta años, y ahora, en promedio, no más de diez años. Solo piensa en cómo retirarse de los negocios: ya no es un juez que resuelve conflictos de varios intereses, ni un consejero familiar, se parece demasiado a un especulador.

Ante el notario se abren dos caminos: esperar los casos o buscarlos. Un notario en espera es un notario casado, respetable, es paciente, escucha, disputa y busca iluminar al cliente. Es sensible al declive de su cargo, tiene tres reverencias diferentes: frente a un noble caballero, se inclina en un arco, se inclina profundamente ante un cliente rico, solo asiente con la cabeza a los clientes cuyo estado está molesto, y simplemente abre la puerta a los proletarios sin inclinarse. El notario, en busca de negocios, sigue soltero, flaco, va a bailes y fiestas, está en el mundo; está buscando, se frotará en cualquier lugar, traslada su oficina a nuevos locales, no observa sombras en las reverencias y está listo para inclinarse ante la columna en la Place Vendôme. Hablan mal de él, pero se venga con éxito. El viejo notario, servicial y severo, es un tipo casi desaparecido. Notario público, alcalde de su distrito, asesores parlamentarios  - funcionarios judiciales; los parlamentos antes de la revolución de 1789 se llamaban las más altas instituciones judiciales] - esto es un ave fénix, que no encontrará ahora.

Un notario podría encontrar descanso en el amor conyugal, pero el matrimonio es aún más doloroso para él que para cualquier otra persona. En esto es similar a los reyes: no se casa por su propio bien, sino por el bien de su posición. Del mismo modo, el suegro ve en él no tanto una persona como un cargo. Se casará con cualquiera: una media azul, si le dan una dote, una chica criada con las ganancias de la mostaza, las pastillas para la salud, la cera o los encendedores, e incluso una dama de sociedad. Si los propios notarios son originales, entonces los originales y sus esposas. Se juzgan severamente, tienen miedo, y no sin razón, de encontrarse al menos cara a cara, se evitan o no se conocen en absoluto. De cualquier comercio que tenga su origen la esposa de un notario, quiere ser dama de mundo y vive en el lujo: algunos tienen sus propios carruajes, luego van a la Ópera Cómica. Y si vienen a la Ópera Italiana, allí causan sensación, y toda la alta sociedad pregunta:

- ¿Quien es esta Señorita?

Habitualmente descerebradas, muy raramente dotadas de un carácter apasionado, sabiendo que se casaron por dinero, y estando seguras de que habiéndose casado ganaron una paz preciosa, estas personas, debido al empleo de su marido, proveen su existencia en un manera egoísta, pero envidiable; y ahora todos engordan para que los turcos se deleiten. Sin embargo, entre las esposas de los notarios se encuentran mujeres encantadoras. En París, el azar se supera a sí mismo: aquí, a veces, las personas con talento logran cenar, aquí, por la noche, no todos los transeúntes mueren bajo las ruedas de los carruajes y, finalmente, un observador que se encuentra con una dama de sociedad descubre de repente que se trata de la esposa. de un notario. La alienación completa de la esposa del notario de la oficina ahora se observa todo el tiempo. A menudo se jactan de que no conocen a los escribas de su marido ni de nombre ni de vista. Atrás quedaron los días patriarcales cuando el notario, su mujer, hijos y escribanos cenaban juntos. Ahora, estas antiguas costumbres han sido reemplazadas por nuevas ideas traídas de los Alpes, abrazadas por la revolución: ahora, en la mayoría de los casos, solo un escribano mayor vive bajo el techo de la oficina de un notario, pero vive solo; es más conveniente para el patrón.

Si el notario no tiene la cara gélida y agradablemente redonda que ya conoces, si no da a la sociedad una enorme garantía de que es mediocridad, si no es rueda de un mecanismo, de acero, pulido, que debe ser, si en su corazón hay algo de artista, de capricho, de pasión, de amor, entonces se ha ido: tarde o temprano se descarrila, acaba en bancarrota y huye a Bélgica, enterrando su ser notario. Y luego se lleva consigo el arrepentimiento de algunos amigos y el dinero de los clientes, dejando a su mujer en completa libertad.


Paralelamente a sus estudios en la Facultad de Derecho de París, que abandonó, Honoré de Balzac fue escribano en la oficina de Maître Pass hasta 1819-1820 . Nutridos en el serrallo, de todas las personas de justicia, son pues los notarios los más representados en las obras de Honoré de Balzac reunidas en la Comedia humana.

Estos son algunos ejemplos (no exhaustivos):
                           Honoré de Balzac, El contrato matrimonial.

En el Contrato de Matrimonio , que data de 1835, Honoré de Balzac describe dos tipos de notarios:

Por un lado, el notario tradicional y escrupuloso, que representa al antiguo notario en la persona de Maître Mathias. Este último administra sabiamente la inmensa fortuna paterna del joven conde Paul de Manerville, un dandi.
Por otro, el joven notario de estilo moderno en la persona de Maître Solonet. Defiende los intereses de Madame Évangélista, viuda de un banquero español, y cuya hija Nathalie acaba de casarse con Paul de Manerville.

Los dos notarios se reúnen para resolver la cuestión del contrato de matrimonio de cada una de las partes que representan. 

Honoré de Balzac los describe extensamente. 

                                      El buen señor Mathias.

Maître Mathias era un anciano, de sesenta y nueve años, que se vanagloriaba de sus veinte años de ejercicio a su cargo. Sus grandes pies gotosos estaban calzados con zapatos adornados con broches de plata, y piernas ridículamente terminadas, tan esbeltas, con las rótulas tan salientes que, cuando las cruzaba, habrías dicho los dos huesos grabados sobre el aquí-mentira  .. Sus muslitos delgados, perdidos en amplios calzones negros con hebillas, parecían doblarse bajo el peso de una barriga redonda y un torso desarrollado como el busto de un ebanista, una gran bola siempre envuelta en un abrigo verde con colas cuadradas, que nadie recordaba haber visto nuevos. Su cabello, cuidadosamente recogido y empolvado, recogido en una pequeña cola de rata, todavía metido entre el cuello de su abrigo y el de su chaleco de flores blancas.

Con su cabeza redonda, su cara coloreada como una hoja de parra, sus ojos azules, su nariz de trompeta, una boca de labios grandes, una papada, este simpático hombrecito excitado por todos lados se mostraba sin que se supiera la risa generosamente concedida por el francés. a las mezquinas creaciones que la naturaleza se permite, que el arte se divierte cobrar, y que llamamos caricaturas.

Pero con el Maestro Mathias el espíritu había triunfado sobre la forma, las cualidades del alma habían conquistado las rarezas del cuerpo. La mayor parte de la gente de Burdeos le mostró un respeto amistoso, una deferencia llena de estima. La voz del notario se ganó el corazón, haciéndola resonar con la elocuencia de la probidad. A pesar de toda artimaña, fue directo al grano al derribar los malos pensamientos con preguntas precisas. Su ojo rápido, su gran hábito de los negocios le dieron ese sentido adivinatorio que le permite ir al fondo de las conciencias y leer allí los pensamientos secretos.
 
Aunque serio y sereno en los negocios, este patriarca tenía la alegría de nuestros antepasados. Tuvo que arriesgar el canto de mesa, admitir y preservar solemnidades familiares, celebrar cumpleaños, fiestas de abuelas e hijos, enterrar ceremonialmente el leño de Navidad; le debe haber gustado dar regalos de año nuevo, hacer sorpresas y ofrecer huevos de pascua; tenía que creer en las obligaciones del padrinazgo y no abandonar ninguna de las costumbres que tiñeron la vida en el pasado.

Maese Mathias era un resto noble y respetable de aquellos notarios, grandes hombres oscuros, que no daban recibos aceptando millones, sino que los devolvían en las mismas bolsas, atados con la misma cuerda; que ejecutaban fideicomisos al pie de la letra, hacían inventarios decentemente, se interesaban como segundos padres en los intereses de sus clientes, a veces cerraban el camino a los derrochadores, ya quienes las familias confiaban sus secretos; en fin, uno de esos notarios que se creían responsables de sus errores en las escrituras y los ponderaban largo tiempo. Nunca, durante su vida como notario, uno de sus clientes tuvo que quejarse de una inversión perdida, de una hipoteca o mal tomada o mal constituida. Su fortuna, adquirida lenta pero fielmente, le había llegado sólo después de treinta años de ejercicio y economía.

Religioso y generoso de incógnito, Mathias se encontraba allí donde se hacía el bien sin paga. Miembro activo del comité de los hospicios y del comité de benevolencia, inscribió por la mayor suma en las imposiciones voluntarias destinadas a ayudar a las desgracias repentinas, para crear algunos establecimientos útiles. Así que ni él ni su mujer tenían coche, así que su palabra era sagrada, así que sus sótanos guardaban tanto capital como el Banco, así que lo llamaban el buen señor Mathias, y cuando murió había tres mil personas en su  caravana .


                         El joven notario Solonet y su viejo colega Mathias

 
Solonet era ese joven notario que llega tarareando, finge un aire ligero, afirma que los negocios se hacen tanto riendo como manteniendo la seriedad; el capitán notario de la guardia nacional, que se enfada porque lo toman por notario, y solicita la cruz de la Legión de Honor, que tiene su coche y deja que sus escribanos revisen los documentos; el notario que va a un baile, a un espectáculo, compra cuadros y juega ecarte, que tiene una caja donde se pagan depósitos y devuelve en billetes lo que ha recibido en oro, el notario que anda con su tiempo y arriesga el capital en dudoso inversiones, especula y quiere retirarse rico de treinta mil libras de renta después de diez años de servicio notarial; el notario cuyo conocimiento proviene de su duplicidad, pero al que muchos temen como cómplice que posee sus secretos; Finalmente,

Cuando el esbelto, rubio Solonet, rizado, perfumado, con botas como un joven premier de vodevil, vestido como un dandy cuyo negocio más importante es un duelo, entró antes que su antiguo colega, retrasado por un resentimiento de gota, estos dos hombres representados en su forma natural una de esas caricaturas tituladas VIEJO Y HOY , que tanto éxito tuvo bajo el Imperio.

Si Madame y Mademoiselle Évangélista, a quienes  el buen Monsieur Mathias Era desconocido, al principio tenía un ligero deseo de reír, inmediatamente se conmovieron por la gracia con la que los felicitó. El discurso del buen hombre respiraba esa amenidad que los viejos amables saben contagiar tanto en sus ideas como en la manera en que las expresan. El joven notario, con un tono vivaz, tuvo entonces el fondo. Mathias testificó de la superioridad de su savoir-vivre por la forma mesurada en que se acercó a Paul. Sin comprometer su cabello blanco, respetó la nobleza en un joven, sabiendo que algunos honores pertenecen a la vejez y que todos los derechos sociales se apoyan mutuamente. Por el contrario, el saludo y los buenos días de Solonet habían sido la expresión de una perfecta igualdad que iba a herir las pretensiones de la gente en el mundo y ridiculizarlo a los ojos de las personas verdaderamente nobles. El joven notario hizo un gesto un tanto familiar a la señora Evangelista para invitarla a pasar a charlar en el hueco de una ventana. Por unos momentos ambos susurraron al oído, soltando algunas risas, sin duda para engañar la importancia de esta conversación, mediante la cual el Maestro Solonet comunicó el plan de la batalla a su soberano.



 “  Notario, como éramos antes. Notario cuando camina, cuando duerme  »

En Le Cousin Pons , Honoré de Balzac describe al sabio notario Léopold Hannequin en estos términos:

¡Ey! Tengo tu negocio dijo el bailarín, el notario de Florine, de la condesa de Bruel, Leopold Hannequin, un hombre virtuoso que no sabe lo que es una lorette. Es como un padre casual, un buen hombre que te impide hacer estupideces con el dinero que ganas; Lo llamo la muerte de las ratas porque inculcó los principios de la economía a todos mis amigos.

En primer lugar, querida, tiene una renta de sesenta mil francos, además de sus estudios.

¡Entonces él es un notario como uno era un notario! Es notario cuando camina, cuando duerme; debe haber hecho solo pequeños notarios y pequeños notarios.

Finalmente, es un hombre pesado y pedante; pero es un hombre que no se doblega ante ningún poder cuando está en el cargo.

Es adorado por su mujer, que no le engaña aunque sea mujer de notario. ¿Qué quieres? no hay mejor notario en París. Es patriarcal; no es gracioso y divertido como lo fue Cardot con el Málaga, pero nunca bajará el ritmo, como la Cosita que vivía con Antonia. Enviaré a mi hombre mañana por la mañana a las ocho. Puedes dormir tranquilo.

              Maître Cardot, notario en París, sucesor de Corbier
 

En Un comienzo en la vida , Honoré de Balzac describe a Maître Cardot como un notario “  divertido y divertido  ” al frente de la oficina más hermosa de la capital y ricamente casado. "Nacido rezado  " ,  amante de Málaga, frecuenta asiduamente el demi-monde. Incluso adelantó fondos al vizconde d'Esgrignon y se abstuvo de darle los buenos consejos que necesitaba. Al contrario, le da peligrosos consejos:

- Saca algunas letras de cambio del banquero de tu padre, llévalas a su corresponsal que sin duda las descontará, luego escribe a tu familia para devolver los fondos a este banquero .

*  "Él nació rezado, no necesita ser invitado cada vez, se supone que siempre debe serlo" (Diccionario de Emile Littré).


 El Gabinete de Antigüedades

En el Cabinet des Antiques , Honoré de Balzac dibuja el retrato de un notario "bueno y venerable", viudo y sin hijos, Maître Chesnel. Antiguo mayordomo del marqués de Eagrignon, se ocupa de los asuntos del hijo de este último, Victurnien, un elegante juerguista que gasta sin contar su dinero

El notario Chesnel se arruina mientras repara las escapadas y las aventuras de Victurnien para salvaguardar el honor de Esgrignon. De los dieciocho a los veintiún Victurnien le costó casi mil ochenta francos . Él le envía la siguiente carta:
“  Señor le Comte, De toda mi fortuna, sólo me quedan doscientos mil francos; Te ruego que no vayas más allá, si haces el honor de quitárselos al más devoto de los sirvientes de tu familia, que te presenta sus respetos. Chenel  ”.

A la edad de sesenta y nueve años, Maître Chesnel tiene  la confianza de todo el pueblo, es respetado allí; “  su alta probidad, su gran fortuna contribuyen a darle importancia  ”.

Balzac, comparando la relación entre el notario y Victurnien con las que existen entre Dédalo e Ícaro, dice: 
“¿  No deberíamos volver a la mitología para encontrar comparaciones dignas de este hombre antiguo? Solo tiene un defecto, siempre come demasiado. ¡Ay!, sin este pequeño defecto, ¿no habría sido más perfecto de lo que se le permite ser a un hombre ? » 




Le Notaire   par  Honoré de Balzac.

VOUS voyez un homme gros et court, bien portant, vêtu de noir, sûr de lui, presque toujours empesé, doctoral, important surtout ! Son masque bouffi d’une niaiserie papelarde qui d’abord jouée, a fini par rentrer sous l’épiderme, offre l’immobilité du diplomate, mais sans la finesse, et vous allez savoir pourquoi. Vous admirez surtout un certain crâne couleur beurre frais qui accuse de longs travaux, de l’ennui, des débats intérieurs, les orages de la jeunesse et l’absence de toute passion. Vous dites : Ce monsieur ressemble extraordinairement à un notaire. Le notaire long et sec est une exception. Physiologiquement parlant, le notariat est absolument contraire à certains tempéraments. Ce n’est pas sans raison que Sterne, ce grand et fin observateur a dit : le petit notaire ! Un caractère irritable et nerveux, qui peut encore être celui de l’avoué, serait funeste à un notaire : il faut trop de patience, tout homme n’est pas apte à se rendre insignifiant, à subir les interminables confidences des clients, qui tous s’imaginent que leur affaire est la seule affaire ; ceux de l’avoué sont des gens passionnés, ils tentent une lutte, ils se préparent à une défense. L’avoué, c’est le parrain judiciaire ; mais le notaire est le souffre-douleur des mille combinaisons de l’intérêt, étalé sous toutes les formes sociales. Oh ! ce que souffrent les notaires ne peut s’expliquer que par ce que souffrent les femmes et le papier blanc, les deux choses les moins réfractaires en apparence : le notaire résiste énormément, mais il y perd ses angles. En étudiant cette figure effacée, vous entendez des phrases mécaniques de toute longueur, et disons-le, plusieurs lieux communs ! L’Artiste recule épouvanté. Chacun se dit affirmativement : Ce monsieur est notaire. Il est perdu, celui qui donne lieu à ces étranges soupçons, car le notaire a créé l’air notaire, expression devenue proverbiale. Eh bien ! cet homme est une victime. Cet homme épais et lourd fut espiègle et léger, il a pu avoir beaucoup d’esprit, il a peut-être aimé. Arcane incompris, vrai martyr mais volontairement martyr ! être mystérieux, aussi digne de pitié quand tu aimes ton état que quand tu le hais, je t’expliquerai, je te le dois ! Bon homme et malicieux, tu es un Sphinx et un Oedipe tout à la fois, tu as la phraséologie obscure de l’un et la pénétration de l’autre. Tu es incompréhensible pour beaucoup, mais tu n’es pas indéfinissable. Te définir, ce sera peut-être trahir bien des secrets que, selon Bridoison, l’on ne se dit qu’à soi-même.

Le notaire offre l’étrange phénomène des trois incarnations de l’insecte ; mais au rebours : il a commencé par être brillant papillon, il finit par être une larve enveloppée de son suaire et qui, par malheur, a de la mémoire. Cette horrible transformation d’un clerc joyeux, gabeur, rusé, fin, spirituel, goguenard, en notaire, la Société l’accomplit lentement ; mais, bon gré, mal gré, elle fait le notaire ce qu’il est. Oui, le type effacé de leur physionomie est celui de la masse : les notaires ne représentent-ils pas votre terme moyen, honorables médiocrités que 1850 a intronisées ? Ce qu’ils entendent, ce qu’ils voient, ce qu’ils sont forcés de penser, d’accepter, outre leurs honoraires ; les comédies, les tragédies qui se jouent pour eux seuls devraient les rendre spirituels, moqueurs, défiants ; mais à eux seuls il est interdit de rire, de se moquer, et d’être spirituels : l’esprit chez un notaire effaroucherait le client. Muet quand il parle, effrayant quand il ne dit rien, le notaire est contraint d’enfermer ses pensées et son esprit, comme on cache une maladie secrète. Un notaire ostensiblement fin, perspicace, capricieux, un notaire qui ne serait pas rangé comme une vieille fille, épilogueur comme un vieux sous-chef, perdrait sa clientèle. Le client domine sa vie. Le notaire est constamment couvert d’un masque, il le quitte à peine au sein de ses joies domestiques ; il est toujours obligé de jouer un rôle, d’être grave avec ses clients, grave avec ses clercs, et il a bien des raisons d’être grave avec sa femme ! il doit ignorer ce qu’il a bien compris et comprendre ce qu’on ne veut pas lui trop expliquer. Il accouche les coeurs ! Quand il en a fait sortir des monstres que le grand Geoffroy Saint-Hilaire ne saurait mettre en bocal, il est forcé de se récrier : - Non, monsieur, vous ne ferez pas cet acte, il est indigne de vous. Vous vous abusez sur l’étendue de vos droits (phrase honnête au fond de laquelle il y a : vous êtes un fripon). Vous ignorez le vrai sens de la loi, ce qui peut arriver au plus honnête homme du monde ; mais, monsieur, etc…. Ou bien : - Non madame, si j’approuve le sentiment naturel, et jusqu’à un certain point honorable qui vous anime, je ne vous permettrai pas de prendre ce parti. Paraissez toujours honnête femme, même après votre mort. Quand la nomenclature des vertus et des impossibilités est épuisée, quand le client ou la cliente sont ébranlés, le notaire ajoute : - Non, vous ne le ferez pas, et moi, d’ailleurs, je vous refuserais mon ministère ! Ce qui est la plus grande parole que puisse lâcher un officier ministériel.

Les notaires sont effectivement des officiers : peut-être leur vie est-elle un long combat ? Obligés de dissimuler sous cette gravité de costume leurs idées drolatiques, et ils en ont ! leur scepticisme, et ils doutent de tout ! leur bonté, les clients en abuseraient ! forcés d’être tristes avec des héritiers qui souvent crèveraient de rire s’ils étaient seuls, de raisonner des veuves qui deviennent folles de joie, de parler mort et enfants à de rieuses jeunes filles, de consoler les fils par des totaux d’inventaire, de répéter les mêmes paroles et les mêmes raisonnements à des gens de tout âge et de tout étage, de tout voir sans regarder, de regarder sans voir, de se mettre fictivement en colère, de rire sans raison, de raisonner sans rire, de faire de la morale comme les cuisiniers font de la sauce, les notaires sont hébétés, par la même raison qu’un artilleur est sourd. Il y a plus de sots que de gens d’esprit, autrement le sot serait l’être rare, et le notaire obligé de se mettre au niveau de son client, se trouve constamment à dix degrés au-dessous de zéro : chacun connaît la force de l’habitude, ce rôle devient une seconde nature. Les notaires se matérialisent donc l’esprit, hélas ! sans se spiritualiser, le corps. Sans autre caractère que leur caractère public, ils deviennent ennuyeux à force d’être ennuyés. Perdus par l’usage des lieux communs dans leur cabinet, ils les importent dans le monde. Ils ne s’intéressent à rien à force de s’intéresser à tout, ils arrivent à la plus parfaite indifférence en trouvant l’ingratitude au bout de tous les services rendus, et deviennent enfin cette création pleine de contradictions cachées sous une couche de graisse et de bien-être, ce petit homme arrondi, doux et raisonneur, phraseur et parfois concis, sceptique et crédule, pessimiste et optimiste, très-bon et sans coeur, pervers ou perverti, mais nécessairement hypocrite, qui tient du prêtre, du magistrat, du bureaucrate, de l’avocat, et dont l’analyse exacte défierait La Bruyère s’il vivait encore. Eh bien ! cet homme a ses grandeurs, mais ce qui rend le notaire grand est précisément ce qui le fait si petit : témoin de tant de perversités, non pas spectateur, mais directeur du théâtre de l’intérêt, il doit demeurer probe ; il voit creuser le lac asphaltite où s’engloutiront les fortunes, sans pouvoir y pêcher ; il minute l’acte aux commandites, et doit se tenir sur le seuil de la Gérance comme un marchand de piéges qui ne s’intéresse ni à la proie ni au chasseur. Mais aussi quelles incarnations différentes, quel travail ! Jamais essieu ne fut mieux battu, ni plus essayé. Admirez ses transitions, et voyez si la Nature qui met tant de temps et de soins à faire quelque magnifique coquille, n’est pas surpassée ici par la Civilisation dans ce produit crustacé, nommé le notaire ?

Tout notaire a été deux fois clerc, il a pratiqué plus ou moins longtemps la procédure : pour savoir prévenir les procès, ne faut-il pas les avoir vu naître ? Après deux ans de cléricature chez un avoué, ceux qui conservent des illusions sur la nature humaine ne seront jamais ni magistrats, ni notaires, ni avoués : ils deviennent actionnaires. De l’Étude d’un avoué, le clerc s’élance dans une Étude de notaire. Après avoir observé la manière dont on se joue des contrats, il va étudier la manière dont on les fait. S’il ne procède pas ainsi, le futur notaire a pris l’état par ses commencements, il s’est engagé petit clerc comme on s’engage soldat pour devenir général : plus d’un notaire de Paris fut saute-ruisseau. Après cinq ans de stage dans une ou plusieurs Études de notaires, il est difficile d’être un jeune homme pur : on a vu les rouages huileux de toute fortune, les hideuses disputes des héritiers sur les cadavres encore chauds. Enfin, on a vu le coeur humain aux prises avec le code. Les clients d’une Étude exercent une horrible et active corruption sur la cléricature. Le fils s’y plaint du père, la fille de ses parents. Une Étude est un confessionnal où les passions viennent vider le sac de leurs mauvaises idées, consulter sur leurs cas de conscience en cherchant des moyens d’exécution. Y a-t-il rien au monde de plus dissolvant que les inventaires après décès ? Une mère meurt entourée des respects et de la tendresse de sa famille. Quand, en fermant les yeux, le rideau tombe sur la farce jouée, le notaire et son clerc trouvent les preuves d’une vie intime épouvantable, ils les brûlent ; puis, ils écoutent le panégyrique le plus touchant de la sainte créature ensevelie depuis quelques jours, ils sont forcés de laisser à cette famille ses illusions, ils se taisent par un sublime mensonge ; mais quels rires, quels sourires, quels regards, le patron et son clerc n’échangent-ils pas en sortant ? Pour eux, le politique immense qui trompait l’Europe était trompé comme un enfant par une femme : sa confiance avait le ridicule de celle du malade imaginaire avec Beline. Ils cherchent quelques papiers utiles chez un homme dit vertueux et bienfaisant sur la tombe duquel on a brûlé l’encens de l’éloge et fait partir les décharges les plus honorables de l’artillerie des regrets ; mais ce magistrat, ce vénérable vieillard était un débauché. Le clerc emporte une horrible bibliothèque qui se partage dans l’Étude. Par un usage et par un calembour immémorial, les clercs s’emparent de tout ce qui peut offenser la morale publique ou religieuse et qui déshonorerait le mort. Ces choses infâmes constituent la cote G. Personne n’ignore que les notaires cotent par les lettres de l’alphabet les papiers, les documents et les titres. La cote G (j’ai) contient tout ce que prennent les clercs. - Y a-t-il de la cote G ? est le cri de l’Étude quand le second clerc revient d’un inventaire.

Le partage fini, le diable inspire les commentaires qui se font entre la poire cuite du troisième clerc, le fromage du second et la tasse de chocolat du Principal. Croyez-vous que sept ou huit gaillards, dans la force de l’âge et de l’esprit, ennuyés du travail le plus ennuyeux, aplatis sur des pupitres à copier des actes, à étudier des liquidations, échangent les maximes de Fénelon et de Massillon au moment où, le patron parti, restés seuls, ils prennent une petite récréation ? L’esprit français, comprimé par les cartons poudreux du Minutier, éclate en saillies et recule les limites du drolatique. La langue de Rabelais y a le pas sur celle de Florian. On y devine les intentions des clients, on commente leurs friponneries, on les bafoue. Si les clercs ne bafouaient pas les clients, ils seraient des monstres : ils seraient notaires avant le temps. Ces débuts de la pensée dans la froide carrière du calcul ou du libertinage sont terminés par le grand mot du Principal : « Allons, messieurs, on ne fait rien ici ! » Ce qui certes est vrai. Le clerc parle beaucoup, il conçoit tout et reste vertueux comme un as de pique, faute d’argent. La grande plaisanterie des Études à l’égard des nouveaux venus est de leur présenter comme existants de chimériques, de monstrueux usages : quand le clerc y croit, le tour est fait. On rit.

Ces plaisants concertos ont lieu devant un petit garçon de dix à douze ans, l’espoir de sa famille, à tête blonde ou noire, à l’oeil vif, le petit clerc ! cet empereur des gamins de Paris qui joue le rôle de fifre dans cet orchestre où chantent les désirs et les intentions, où tout se dit, où rien ne s’exécute. Il sort des mots profonds de cette bouche parée de perles, de ces lèvres roses qui se flétriront si vite. Le petit clerc joûte de corruption avec les clercs, sans connaître la portée de sa parole. Une observation expliquera le petit clerc. Tous les matins, au bureau de la légalisation des signatures notariales, il y a une assemblée de petits clercs qui frétillent comme des poissons rouges dans un bocal, et qui font tellement enrager le personnage vieux et soucieux chargé de ce service, qu’il est à peine à l’abri de ces jeunes tigres derrière son grillage. Cet employé (il a failli perdre l’esprit) aurait besoin d’un ou deux sergents de ville dans son bureau. On y a songé. Le préfet de police a craint pour ses sergents. Ce que disent ces petits clercs ferait dresser les cheveux à un argousin, et ce qu’ils font attristerait Satan. Ils se moquent de tout, savent tout et disent tout, ne pouvant encore rien faire. Ils composent à eux tous une espèce de télégraphe singulier qui transmet dans les Études et au même moment toutes les nouvelles du notariat. La femme d’un notaire a-t-elle mis l’un de ses bas à l’envers, a-t-elle trop toussé la nuit, a-t-elle eu des querelles avec son mari, le bas, le haut, le milieu, tout se sait par les cent petits-clercs du notariat parisien, en rapport au Palais avec les cent petits-clercs des avoués.

Jusqu’au grade de troisième clerc, les jeunes gens qui se destinent au notariat ressemblent assez à des jeunes gens. Un troisième clerc a déjà vingt ans : il commence à pâlir devant les contrats de vente, il étudie les liquidations, il pioche son droit s’il ne l’a pas pratiqué chez un avoué, il porte les sommes importantes à l’enregistrement, il va recevoir sur les contrats de mariage les signatures des personnages éminents, il aperçoit dans la discrétion et la probité l’élément de son état. Déjà le jeune homme prend l’habitude de ne pas tout dire, il perd cette gracieuse spontanéité de mouvement et de langage qui mérite ce reproche : Vous êtes un enfant ! à quiconque la garde, à l’Artiste, au Savant, à l’Écrivain. Ne pas être discret, ne pas être probe, pour un troisième clerc, c’est renoncer au notariat. Chose étrange ! les deux éminentes vertus de l’état préexistent dans l’atmosphère des Études. Peu de clercs ont subi deux remontrances à ce sujet. A la seconde d’ailleurs, ils seraient renvoyés et déclarés incapables d’être dans les affaires. Au second clerc commence la responsabilité. Caissier de l’Étude, il tient le répertoire, il est chargé du scel, de la signature, de l’enregistrement en temps utile, de la collation des actes. Le troisième clerc rit déjà moins que les autres, mais le second clerc ne rit plus : il met plus ou moins de gaieté dans ses mercuriales, il est plus ou moins sardonique ; mais il sent déjà sur ses épaules le petit manteau officiel. Cependant il est plus d’un second clerc qui se mêle encore à la vie des clercs, il fait encore quelques parties de campagne, il se risque à la Chaumière ; mais alors il n’a pas vingt-cinq ans : à cet âge, tout second clerc pense à traiter de quelque charge en province, effrayé du prix des Études à Paris, lassé de la vie parisienne, content d’une destinée modeste, pressé d’être, selon la plaisanterie consacrée, son propre patron, et de se marier. Les piocheurs, de la confrérie des clercs, ont un divertissement particulier appelé conférence. L’esprit de la conférence consiste à se réunir dans un local quelconque pour y agiter les questions ardues de la jurisprudence ; mais ces assemblées aboutissent toujours à des déjeuners dominicaux, payés par les amendes encourues. On y parle beaucoup, chacun en sort persistant dans son opinion, absolument comme à la Chambre, mas il y a le vote de moins.

Là se termine la première incarnation. Le jeune homme s’est façonné lentement, il a eu peu de jouissances : les clercs sortent tous de familles plus ou moins laborieuses, où leur enfance a été sans cesse rebattue de ce mot : Fais fortune ! Ils ont travaillé du matin au soir sans quitter l’Étude. Les clercs ne peuvent se livrer à aucune passion, leurs passions polissent l’asphalte des boulevards, elles doivent se dénouer aussi promptement qu’elles se nouent, et tout clerc ambitieux se garde bien de perdre son temps en aventures romanesques ; il a enterré ses fantasques idées dans ses inventaires, il a dessiné ses désirs en figures bizarres sur son garde-main, il ignore entièrement la galanterie, il tient à honneur de prendre cet air indéfinissable qui participe à la fois de la rondeur des commerçants et du bourru des militaires, que souvent les gens d’affaires outrent pour se faire valoir ou pour élever par leurs manières des chevaux de frise entre eux et les exigences des clients ou des amis.

Enfin, tous ces clercs rieurs, gabeurs, spirituels, profonds, incisifs, perspicaces, arrivés au principalat, sont à demi notaires. La grande affaire du maître clerc est de donner à penser que sans lui le patron ferait de fameuses boulettes. Il tyrannise quelquefois son patron, il entre dans son cabinet pour lui soumettre des observations, il en sort mécontent. Il est beaucoup d’actes sur lesquels il a droit de vie et de mort, mais il est des affaires que le patron seul peut nouer et conduire ; généralement, il est à la porte de toutes les confidences sérieuses. Dans beaucoup d’Études, le premier clerc a un cabinet qui précède celui du patron. Ces premiers clercs ont alors un degré d’importance de plus. Les premiers clercs, qui signent ppal et s’appellent entre eux mon cher maître, se connaissent, se voient et se festoyent sans admettre d’autres clercs. Il est un moment où le premier clerc ne pense qu’à traiter, il se faufile alors partout où il peut soupçonner l’existence d’une dot. Il devient sobre, et dîne à deux francs quand il n’est pas nourri chez le patron, il affecte un air posé, réfléchi. Quelques-uns empruntent de belles manières et se donnent des lunettes afin d’augmenter leur importance, ils deviennent alors très-visiteurs, et dans les ménages riches, ils lâchent des phrases dans le genre de celle-ci : « J’ai appris par le beau-frère de monsieur votre gendre, que madame votre fille est rétablie de son indisposition. » Le maître clerc connaît les alliances bourgeoises, comme un ministre français près d’une petite cour allemande connaît celles de tous les principicules. Ces sortes de premiers clercs professent des principes conservateurs et paraissent extrêmement moraux, ils se gardent bien de jouer publiquement à la bouillote ; mais ils prennent leur revanche dans leurs réunions entre maîtres clercs, qui se terminent par des soupers bien supérieurs à ceux des dandies, et dont le dénouement leur évite de jamais faire aucune sottise sentimentale : un premier clerc amoureux est plus qu’une monstruosité, c’est un être incapable. Depuis environ une douzaine d’années, sur cent premiers clercs, il en est une trentaine emportés par le désir d’arriver, qui abandonnent l’Étude, se font commanditaires d’entreprises industrielles, directeurs d’assurances, hommes d’affaires, ils cherchent une charge sans finance, et peuvent ainsi conserver une physionomie : ils restent à peu près ce que la nature les a faits. Après sept ou huit ans d’exercice, vers trente-deux à trente-six ans, le principal est pendant quelques jours visiblement perturbé : il est atteint par une Charge au coeur. Mais dans aucune partie, ni dans l’église, ni dans le militaire, ni à la cour, ni sur le théâtre même, il n’y a de changement analogue à celui qui se fait chez cet homme, en un moment, du jour au lendemain. Dès qu’il est reçu notaire, il prend ce visage de bois qui le rend plus notaire qu’il ne l’est avec son petit manteau officiel. Il a les façons les plus solennelles, les plus graves avec les premiers clercs ses amis, qui cessent aussitôt d’être ses amis. Il est entièrement dissemblable de l’homme qu’il était la veille, le phénomène de sa troisième incarnation entomologique est accompli : il est notaire.

Frappés des désavantages de leur position au centre d’une ville pleine de jouissances, qui tend sa robe à tout venant, qui la relève d’une façon si séduisante à l’Opéra, les notaires au désespoir d’être dans leur vêtement moral, comme des bouteilles de vin de Champagne dans la glace, froids et pétillants, comprimés et animés ; sous l’Empire, les notaires avaient établi, disait-on à mots couverts dans les Études, une société de riches notaires, laquelle était au notariat ce qu’une soupape est dans une machine à vapeur. Secrètes étaient les assemblées, secrets étaient les intermèdes, étrangement  drolatique était le nom de cette société où le grand commanditaire était le Plaisir, où Paphos, Cythère et même Lesbos étaient membres du conseil de discipline, où l’argent, principal nerf de cette association mystérieuse et joyeuse, abondait. Que ne disait pas l’histoire ? On y mangeait beaucoup d’enfants, on déjeunait de petites filles, on soupait de mères, on ne s’apercevait plus ni de l’âge ni du sexe, ni de la couleur des grand’mères sur le matin, après des bouillotes échevelées. Héliogabale et les empereurs n’étaient que des petits clercs auprès de ces grands et gros notaires impériaux, dont le moins intrépide, le lendemain, apparaissait grave et froid comme si son orgie n’avait été qu’un rêve. Aussi, grâce à cette institution où le notaire déversait les inspirations du malin esprit, le notariat parisien eut-il alors moins de faillites à compter que sous la restauration. Peut-être cette histoire est-elle un conte. Aujourd’hui les notaires parisiens ne sont plus autant liés qu’autrefois, ils se connaissent moins, leur solidarité s’est dénouée avec les transmissions trop répétées des offices. Au lieu d’être notaire quelque trente ans, la moyenne de l’exercice est de dix ans au plus. Un notaire ne pense qu’à se retirer, ce n’est plus le magistrat des intérêts, le conseil des familles, il a tourné beaucoup trop au spéculateur.

Le notaire a deux manières d’être : attendre les affaires ou les aller chercher. Le notaire qui attend est le notaire marié, digne ; il est le notaire patient, écouteur, qui discute et tâche d’éclairer ses clients. Il est susceptible de voir tomber son Étude. Ce notaire a trois saluts différents : il se tortille en s’inclinant devant le grand seigneur ; il salue en balançant la tête le client riche ; donne un petit coup de tête aux clients dont la fortune se dérange, il ouvre sa porte sans saluer aux prolétaires. Le notaire qui cherche les affaires est le petit notaire à marier, il est encore maigre, il va dans les bals et les fêtes, il court le monde, il y prend des airs penchés, il s’y insinue, il transporte l’Étude dans les nouveaux quartiers, et ne nuance pas ses saluts ; il saluerait la colonne de la place Vendôme. On dit du mal de lui, mais il se venge par ses succès. Le vieux notaire complaisant et bourru est une figure presque disparue. Le notaire, maire de son arrondissement, président de sa chambre, chevalier d’un ordre quelconque, honoré par le notariat entier, et dont le portrait décorait tous les cabinets de notaire, qui respirait enfin l’air parlementaire des conseillers d’avant la révolution, est le phénix de l’espèce, il ne se retrouvera plus.

Le notaire pourrait se consoler des affaires par l’amour conjugal ; mais pour lui le mariage est plus pesant que pour tout autre homme. Il a ce point de ressemblance avec les rois, qu’il se marie pour son état et non pour lui-même. Le beau-père voit également en lui moins l’homme que la charge. Une héritière en bas bleus, la fille née avec les bénéfices d’une moutarde quelconque, ou de quelque bol salutaire, du cirage ou des briquets, il épouse tout, même une femme comme il faut. Si quelque chose est plus original que la plate-bande des notaires, peut-être est-ce celle des notaresses. Aussi les notaresses se jugent-elles sévèrement : elles craignent avec de justes raisons d’être deux ensemble, elles s’évitent et ne se connaissent point entre elles. De quelque boutique qu’elle procède, la femme du notaire veut devenir une grande dame, elle tombe dans le luxe : il y en a qui ont voiture, elles vont alors à l’Opéra-Comique. Quand elles se produisent aux Italiens, elles y font une si grande sensation que toute la haute compagnie se demande : Que peut être cette femme ? Généralement dénuées d’esprit, très-rarement passionnées, se sachant épousées pour leurs écus, sûres d’obtenir une tranquillité précieuse, grâce aux occupations de leurs maris, elles se composent une petite existence égoïste très-enviable ; aussi presque toutes engraissent-elles à ravir un Turc. Il est néanmoins possible de trouver des femmes charmantes parmi les notaresses. A Paris le hasard se surpasse lui-même : les hommes de génie y trouvent à dîner, il n’y a pas trop de gens écrasés le soir, et l’observateur qui rencontre une femme comme il faut, peut apprendre qu’elle est notaresse. Une séparation complète entre la femme du notaire et l’Étude a lieu maintenant chez presque tous les notaires de Paris. Il n’est pas une notaresse qui ne se vante de ne pas savoir le nom des clercs et d’ignorer leurs personnes. Autrefois, clercs et notaire, femme et enfants dînaient ensemble patriarcalement. Aujourd’hui ces vieux usages ont péri dans le torrent des idées nouvelles tombées des Alpes Révolutionnaires. Aujourd’hui, le premier clerc seul, dans beaucoup d’Études, est logé sous le toit authentique, et vit à sa guise, transaction qui arrange mieux le patron.

Quand un notaire n’a pas la figure immobile et doucement arrondie que vous savez, s’il n’offre pas à la Société la garantie immense de sa médiocrité, s’il n’est pas le rouage d’acier poli qu’il doit être ; s’il est resté dans son coeur quoi que ce soit d’artiste, de capricieux, de passionné, d’aimant, il est perdu : tôt ou tard, il dévie de son rail, il arrive à la faillite et à la chaise de poste belge, le corbillard du notaire. Il emporte alors les regrets de quelques amis, l’argent de ses clients et laisse sa femme libre.

DE BALZAC.


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