—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

domingo, 20 de mayo de 2012

106.-María Teresa de Austria, reina de Francia (1638-1683). a


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala; Marcelo Yañez Garin;  Francia Marisol Candia Troncoso; Maria Francisca Palacio Hermosilla; 

Aldo  Ahumada Chu Han 

María Teresa de Austria y Borbón (en francés: Marie-Thérèse d'Autriche)  (10 de septiembre de 1638-30 de julio de 1683), infanta de España, archiduquesa de Austria y, al casarse con Luis XIV, reina consorte de Francia y de Navarra desde 1660 hasta su muerte.

Nacida en El Escorial el 20 de septiembre de 1638 y muerta en Versalles el 30 de julio de 1683. Era hija del rey español Felipe IV y de la primera de sus esposas, Isabel de Borbón (hija de Enrique IV de Francia). Bautizada por el cardenal Gaspar de Borja y Velasco, fueron sus padrinos Francisco I, duque de Módena, y María de Borbón, princesa de Carignan. Recibió en su niñez una buena educación. Al morir en 1646 su por entonces único hermano, Baltasar Carlos, quedaba como heredera del trono. Casado su padre en segundas nupcias con su sobrina Mariana de Austria (1649), María Teresa tuvo amistad con ella, sólo cuatro años mayor, y fue madrina de su hermanastra Margarita Teresa (nacida en 1651). En 1655 fue jurada Princesa de Asturias y por tanto considerada sucesora de Felipe IV. El año siguiente, el embajador francés Hugues de Lionne propuso al valido Luis Méndez de Haro el matrimonio entre María Teresa y Luis XIV, según órdenes de la madre de éste, Ana de Austria (española de nacimiento, pues era hija de Felipe III). El enlace fue entonces rechazado para evitar la subsiguiente unión entre España y Francia.

Sin embargo, al nacer en noviembre de 1657 su hermanastro Felipe Próspero, María Teresa perdió su condición de heredera y se reabrieron las negociaciones matrimoniales, siendo enviado el embajador Antonio Pimentel a entrevistarse con el favorito francés, el cardenal Jules Mazarino. Así, aunque la reina Mariana de Austria prefería que su hijastra casase con su hermano el emperador Leopoldo I (descartado este enlace, se lograría el de éste con la infanta Margarita Teresa), finalmente se llegó a un acuerdo, que fue además parte importante de la paz de los Pirineos entre los dos países. Paz que, firmada el 7 de noviembre de 1659 en la isla de los Faisanes (en la desembocadura del río Bidasoa), ponía fin, por el momento, al duradero conflicto que los oponía desde la Guerra de los Treinta Años (finalizada en 1640 excepto para España y para Francia). Una de las principales cláusulas del tratado de fue la renuncia de María Teresa y sus descendientes a posibles derechos al trono español a cambio de una dote de medio millón de escudos de oro, a pagar en tres plazos.
La primera ceremonia, el matrimonio por poderes, tuvo lugar en Fuenterrabía. Poco después los esposos se conocieron en la Isla de los Faisanes, frontera entre ambos reinos, casándose solemnemente tres días después en San Juan de Luz en el año 1660. El matrimonio tuvo un buen comienzo, Luis se mostraba atento y respetuoso mientras que María Teresa demostraba adoración por él. Juntos tuvieron seis hijos, aunque desgraciadamente tan solo uno de ellos superaría la infancia, su primogénito el delfín –es decir, el príncipe heredero– de Francia.


Por fin, el 15 de abril de 1660 partió la infanta hacia la frontera, acompañada de un gran séquito en el cual estaba como aposentador el pintor real Diego Velázquez, que la había retratado poco antes y enfermó de muerte en el viaje. En San Sebastián juró el 2 de junio su renuncia, y al día siguiente se celebró la boda por poderes; el 6 fue entregada la infanta en la isla de los Faisanes, quien por fin se encontró con su esposo el día 9 en San Juan de Luz (en los Pirineos atlánticos franceses). Allí se verificó el enlace: María Teresa tenía casi 22 años, los mismos que Luis XIV. Luego la pareja se dirigió a París, donde entró el siguiente mes de septiembre. No obstante, la cuantiosa dote no pudo ser pagada y el monarca francés exigió a cambio algunos de los dominios españoles situados al este de Francia (en los Países Bajos y el Franco Condado), a lo que Felipe IV se negó. En octubre de 1662 se rompieron las negociaciones, llegando Luis XIV a ayudar a los rebeldes portugueses. La situación derivaría en guerra abierta después de morir el rey español en 1665, cuyo testamento apartó definitivamente de la sucesión a María Teresa (no así a su hermana Margarita ni a sus hijos en el caso de que el nuevo rey Carlos II, nacido en 1661, muriera prematuramente o sin descendencia). La guerra de Devolución fue muy corta (1667-1668), perdiendo España parte de Flandes.

En ello nada tuvo que ver María Teresa, quien, de carácter tímido, bondadoso y humilde, poco amiga del fasto cortesano, no tuvo nunca ninguna influencia en los asuntos políticos franceses. Tampoco su vida familiar fue feliz a causa de las tempranas infidelidades de Luis XIV, apenas un año después de la boda, con Luisa de La Vallière y luego con Francisca de Rochechouart, duquesa de Montespan. María Teresa, que quería a su marido, soportó esto resignadamente sin reprochárselo a Luis XIV, dedicándose a prácticas piadosas y diversiones sencillas. Apenas estaba junto a su marido más que en actos públicos, como un viaje a Flandes cuando la guerra de Devolución y otro por Alsacia y Borgoña (1683). Luis XIV, que si nunca quiso a María Teresa tampoco la maltrató jamás, había decidido en 1682 volver con su esposa. Pero precisamente a la vuelta del último de aquellos viajes cayó enferma, muriendo poco después a los 45 años.
 Su oración fúnebre fue pronunciada por Jacobo Bossuet y por Espíritu Fléchier. Esposa fiel y buena madre, tuvo con el monarca francés seis hijos, aunque sólo uno sobrevivió, Luis, el llamado “Gran Delfín”, que sería padre de Felipe de Anjou (luego rey de España como Felipe V, a pesar de lo estipulado en el tratado de los Pirineos y en el testamento de Felipe IV) y abuelo de Luis XV de Francia. Había sido amiga de la preceptora de sus hijastros Francisca de Aubigne, marquesa de Maintenon, con quien Luis XIV se casaría en secreto hacia 1684.

El día de la Reina.

La corte de damas de la reina, sin contar a la superintendente, se componía de catorce personas. La primera, única en su especie, era la dama de honor. No se apartaba de la soberana, a quien acompañaba de la mañana a la noche, desde que se levantaba hasta que se acostaba. La dama de honor recordaba a la reina sus obligaciones cotidianas, le evitaba todo error de etiqueta o protocolo, por lo que debía ser perfecta conocedora de los arcanos cortesanos. Luego estaba la azafata o dama de tocador, que tenía por misión velar sobre el inmenso guardarropa real; con la reina, elegía los atuendos, la ayudaba a vestirse y luego a cambiarse, lo que ocurría varias veces por día. Las damas de palacio eran doce: debían asistir a la dama de honor, rodear a la reina en sus ceremonias, acompañarla en sus desplazamientos. Servían por turnos rotativos de dos en dos. Por consiguiente, cada una de ellas cumplía su turno cada seis semanas, pero si ellas lo querían o si la reina expresaba el deseo, podían asumir sus funciones aunque no les correspondiera esa semana.

La consorte española

María Teresa de Austria, además de las damas francesas que le fueron asignadas cuando contrajo matrimonio, tenía una camarera española que hacía las tareas de doncella y dama de tocador y una damisela enana que, además de dama de compañía, hacía de bufón de corte. Asimismo, el duque de Beaufort le obsequió el mismo año de su llegada a Francia un niñito del Sudán que le tocaba música y la divertía.
La reina, devota, murmuraba sus primeras oraciones antes de levantarse. Su camarera la calzaba y la envolvía en una bata hasta que los pajes traían el agua, la palangana, el jabón de Venecia y los perfumes para las primeras abluciones. Una taza de chocolate era su primer desayuno. Luego entraba en escena la dama de tocador para ponerle su camisa, vestirla con una falda de seda blanca tan estrecha que se ajustaba a sus formas y ajustarle un corsé ligero de tela fina pero bien provisto de ballenas y ajustado por medio de lazos, para afinar la cintura.
La azafata peinaba entonces sus magníficos cabellos, los pajes traían las enaguas y el vestido que había elegido la reina asistida por su camarera española; después, la dama de compañía le colocaba las joyas en el peinado y la garganta, le alcanzaba los guantes y le daba el toque de perfume. Finalmente, escoltada por su dama de honor y su escudero y seguida por Nabo, el negrito sudanés que le llevaba el misal, María Teresa se dirigía a los aposentos de la reina madre, su suegra.
Luego de unos minutos de salutaciones, ambas reinas, rodeadas de sus damas –los domingos se le sumaban los gentileshombres de sus casas- atravesaban los aposentos del Louvre hacia la capilla, donde se encontraban con el rey para asistir a la misa de diez. De regreso a su habitación, la reina conversaba con sus damas, jugaba con Nabo o su enana, tocaba la guitarra, siempre rodeada de su séquito. Acostumbrada a la penumbra de los palacios españoles, donde las personas reales recibían una especie de culto, María Teresa no se adaptaba a las continuas corrientes de aire de la vida en los palacios franceses, que cualquier cortesano podía atravesar cuando quería. En los primeros tiempos del matrimonio la corte, itinerante, iba del Louvre a Vincennes, a Saint-Germain, a Compiègne y finalmente a Fontainebleau, con un breve intermedio en Versailles, donde Luis XIV se proponía construir el palacio más magnífico del mundo y donde, mientras tanto, daba fiestas en el parque del pequeño castillo construido años atrás por Luis XIII.
Ya instalada en el nuevo palacio de Versailles, la reina almorzaba con el rey en público y luego paseaba por los jardines o salía a cabalgar. Era una excelente amazona. En sus flamantes grandes apartamentos se habían instalado mesas de juego donde, previo a la cena y con el círculo real resplandeciente de joyas, se jugaba cartas y se oía música.
En tiempos del Rey Sol, la cena de gran gala reunía obligatoriamente a todos los miembros de la familia real, todos los Borbón-Condé, todos los Borbón-Conti. El rey, ubicado en una cabecera, se sentaba en un sillón ligeramente elevado mientras en la tribuna se hacían oír las doce violas y los doce violines. Esa cena duraba casi dos horas, era mortalmente aburrida. Cada servicio de alimentos era presentado y probado previamente por un séquito de veedores de viandas. Se presentaban en la mesa alrededor de cincuenta platos diferentes.
Antes de irse a la cama nuevamente, María Teresa permanecía un largo momento en su oratorio.


 
Dame d'honneur a María Teresa de Austria-España.
 1660-1683.

Première dame d'honneur ('Primera dama de honor'), o simplemente dame d'honneur ('dama de honor'), era una oficina en la corte real de Francia. Existió en casi todas las cortes francesas desde el siglo XVI en adelante. Aunque las tareas del puesto cambiaron, la dama de honor era normalmente la primera o segunda fila de todas las damas de honor. La dama de honor fue seleccionada entre los miembros de la más alta nobleza francesa.

Historia.

La oficina fue creada en 1523.​ La tarea de la dame d'honneur era supervisar a las cortesanas, controlar el presupuesto, ordenar las compras necesarias y organizar la cuenta anual y la lista del personal; ella supervisó la rutina diaria, y asistió a las funciones de la corte ordinarias y ceremoniales, así como también escoltó y presentó a aquellos que buscaban audiencia con la reina.​ Tenía las llaves de las habitaciones personales de la reina en su poder.
Cuando la dame d'honneur estaba ausente, fue reemplazada por la dame d'atour, que normalmente tenía la responsabilidad de supervisar el vestuario y las joyas de la reina además de vestir a la reina.


1660-1664: Susanne de Navailles
1664-1671: Julie de Montausier
1671-1679: Anne de Richelieu
1679-1683: Anne-Armande de Crequy

 
 Dame d'atour fue un destacado puesto en la corte real francesa, existiendo en casi todas las cortes desde el siglo XVI en adelante. La dame d'atour era elegida de entre los miembros de la más alta nobleza francesa, ostentando el tercer rango más elevado entre las damas de compañía de la reina tras la superintendente del palacio y la primera dama de honor.

Historia

Desde el reinado de Isabel de Baviera hubo un puesto denominado demoiselle d'atour o femme d'atour, si bien éste era originalmente el título otorgado a las doncellas al servicio de la reina, hallándose dividido en varias personas.
El puesto de dame d'atour fue creado en 1534, siendo uno de los rangos más elevados entre las damas de compañía de la reina, otorgado únicamente a miembros de la nobleza.

Funciones
La función principal de la dame d'atour consistía en supervisar el guardarropa y las joyas de la reina. Era la encargada, además, de custodiar las llaves de sus habitaciones, permitiéndole a ella o a las doncellas al servicio de la reina autorizar o denegar audiencias con ella, lo cual a su vez permitía a estas últimas ostentar una posición prominente en la corte. Las funciones de la dame d'atour eran, entre otras:

  • Atender a la reina al levantarse y al acostarse.
  • Supervisar a las doncellas al servicio de la reina.
  • Anunciar el momento en que la reina se levantaba por la mañana.
  • Correr las cortinas y ordenar hacer la cama de la reina.
  • Colocar a la reina sus enaguas y tenderle el vestido durante el baño público.
  • Preparar un baño de pies cuando la reina no deseaba tomar un baño completo.
  • Asegurarse de que el guardarropa estaba en orden y de que la reina vestía apropiadamente.
  • Supervisar las reparaciones, la limpieza y la disponibilidad del vestuario, las servilletas y el encaje de la reina.
  • Gestionar y controlar pensiones y pagos procedentes de la reina.
  • En ausencia de la dama de honor, la dame d'atour se subrogaba en sus funciones, supervisando al personal femenino al servicio de la reina.


  
Première femme de Chambre.  ('First Chamber Maid') era una oficina en la corte real de Francia.

La Première femme de Chambre estaba a cargo de la preparación de la ropa, los cosméticos y otras cosas en el guardarropa de la reina para la ceremonia de vestirse y desvestirse, y supervisaba a las femmes de chambre ('Chamber Maids'), que a menudo alcanzaban un número de 16 por año.  El vestir y desvestir de la reina fue a su vez supervisado por la dame d'atour
Una Première femme de Chambre no estaba clasificada formalmente como  lady-in-waiting , sino que pertenecía al personal de la cámara y como tal (formalmente como sirvienta y doncella en lugar de  lady-in-waiting ) no necesitaba ser miembro de la nobleza.

La Première femme de Chambre era la única de las mujeres de la casa de la reina, excepto la dama de honor, en posesión de las llaves de las habitaciones de la reina y en acceso permanente a la reina. Esto le dio la oportunidad de filtrar las solicitudes de reuniones, audiencias y mensajes a la reina y la convirtió en una persona poderosa de facto en la corte, donde a menudo los cortesanos la halagaban y la sobornaban.


 
Doña María Molina (fl. 1660 - después de 1676), fue una cortesana francesa (originalmente española). Sirvió como estreno femme du chambre de la reina de Francia, María Teresa de España . También era conocida como La Molina.

Biografía 

Molina se incluyó en el séquito español que acompañó a María Teresa a Francia tras su boda con Luis XIV de Francia en 1660. María Teresa trajo consigo un gran séquito español a su llegada, que formó su casa junto con los nuevos cortesanos franceses designados para ella. Sin embargo, cuando Luis XIV descubrió que la reina favorecía demasiado a sus cortesanos españoles, la mayoría de ellos fueron enviados a casa.
Molina pertenecía a los pocos cortesanos españoles que permanecieron con Maria-Teresa en Francia. Se le otorgó el título francés de premier femme du chambre y, como tal, tuvo una gran influencia informal en la casa de la reina. Se dice que fue una favorita personal y confidente de María Teresa y, según los informes, a menudo dormía en su dormitorio, consolándola cuando sufría ansiedad y pesadillas, lo que obligó al rey a ordenarle que se fuera cuando visitó a la reina en su dormitorio. Fue descrita como discreta y correcta.
Su hija Clorinde Molina también estuvo empleada en la casa de la reina, al igual que su sobrina Anna Molina, quien la ayudó como femme de chambre en 1660-1673. Molina se menciona en las memorias contemporáneas.


María Molina, "La Molina", La Doncella Favorita de la Reina María Teresa de Austria.

María de Molina y Morena nació en Úbeda, el día 5 de noviembre de 1625 (en el libro tercero de bautismos de la iglesia de Santa María, hoja 160 vuelta, existía una partida que literalmente decía: 
«En la ciudad de Úbeda, a 5 de noviembre de 1625, el M.º José de Salinas, cura de la iglesia colegial de esta ciudad, bauticé a María hija de Juan de Molina y de Francisca Morena, su mujer; vecinos de esta parroquia y firmé. ‑El M.º José de Salinas»).
 El libro fue destruido en 1936.

Hija de padres tan humildes como honrados, cuando apenas contaba diez años de edad, los Marqueses de Camarasa, don Diego de los Cobos y su esposa, que llegaron a Úbeda con la idea de disfrutar una temporada en su palacio de los Cobos, ante la necesidad de una sirvienta, conocieron y admitieron a María de Molina a petición de esta, pues buscaba por entonces colocación para ayudar en lo posible a sus necesitados padres. La prudencia de la niña y sus singulares cualidades la hicieron pronto merecedora de las simpatías y cariño de los marqueses, principalmente del niño Baltasar.
De María de Molina hace el P. Manuel de San Jerónimo la siguiente descripción: 
«…Sus personales prendas pudieron ser imbidia de las matronas romanas, cartaginesas, y sabinas; y cuantas en el templo de la discreción merecieron estalma. Era muy juyciosa, callada, y con mucha gala discreta. No la dotó el cielo de hermosura, porque debe ser complicación y riña de los astros concurrir todos juntos, y Minerva y Venus suelen andar discordes; más suplía su agrado y discreción en los oídos, lo que el gusto hechara menos en los ojos. Dotola el cielo de una voz tan suave, y el arte de una consonancia tan diestra, que era su música dulcísimo embeleso de cuantos la escucharan; y á no aver sido tan prudente, y honrada, fuera la sirena de aquel siglo…».

Cumplidos sus días de descanso en Úbeda, regresaron los marqueses a Madrid, y con el permiso de los padres de la joven, esta marchó con ellos. Admirados de las dotes de doña María, que ya tenía quince años por entonces y poseía gran sentido artístico, la presentaron a Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, que, al escuchar a doña María, le ordenó que se quedara en su corte, nombrándola azafata de la serenísima infanta doña María Teresa.

Casó la infanta en 1660 con Luis XIV, rey de Francia; a todas las recepciones y fiestas de palacio asistía la doncella de Úbeda, en París, como azafata de la reina, hasta que enemistadas las dos naciones por tan estrecho vínculo unidas, tuvo que regresar a Madrid. Antes de su regreso, un día de gran fiesta en el oratorio de palacio, queriendo la reina lucir a su azafata y limosnera mayor, nombrada recientemente, la hizo cantar una salve a la Santísima Virgen. 
Emocionado grandemente de su exquisita voz, Luis XIV le ofreció concederle la gracia que le pidiese. María de Molina miró al monarca, dudó un instante, se ruborizó un tanto y le saludó reverentemente; y, con tímida voz, pidió al “Rey Sol” la custodia del oratorio, con la ilusión de donarla a la iglesia donde era Úbeda fuera bautizada. Accedió el rey de buen grado y la valiosa joya fue enviada de París a Madrid, al alcalde de la casa y corte, don Juan del Corral, caballero de la Orden de Santiago, que inmediatamente, sabedor del delicado tesoro, avisó al cabildo de la colegial de Úbeda para que mandaran por ella, de lo que se encargó don Diego Hermoso Revilla, canónigo de Santa María, que la recibió mediante escritura, con cargo de veintiocho misas cantadas en veintiocho jueves del año, y el certificado de tasación del platero Juan Bautista Villarro, en el que se hacía constar que la custodia es de oro y plata sobredorada, esmaltada en colores y un pie y peana formando tres ángeles, de escultura de plata sobredorada, con sobrepuestos de oro esmaltados, guarnecida de diamantes y rubíes, teniendo 385 diamantes, 165 rubíes, 1 jacinto y 5 zafiros.

 Tasó la joya en 10 000 ducados. (La custodia fue destruida en 1936; la que la reemplaza hoy es una fiel reproducción, no tan costosa, realizada por el artista levantino José Marlo Lloréis).
A los veintiséis años de estar en Úbeda, estuvo a punto la custodia de ser vendida. La venta no se realizó gracias a la intervención de un ubetense. Sucedió que Santa María estaba necesitada de obras; con este pretexto, el que por aquella época fuera obispo de Jaén, don Antonio Brizuela y Salamanca, autorizó su venta. 
Hubo insistentes protestas de varios canónigos, y puesto el asunto a votación, al efectuarse, el canónigo de Úbeda, don Antonio Chirino de Narváez, dijo: «Señores capitulares: Mi ilustre paisana, doña María de Molina, donó esta joya a la iglesia y nosotros no somos quienes para privar a la ciudad de tan estimable alhaja». El magistral don Tomás Campos de Vargas aplaudió la idea, ofreciéndose para anticipar el dinero con destino a las reparaciones de Santa María.

Doña María de Molina y Morena no olvidó nunca a su pueblo; haciendo periódicas y espléndidas donaciones, hizo histórico su nombre. Para el convento de Religiosas Descalzas, que estaba en obras, mandó 12 000 ducados, otros 2 000 para terminar la iglesia; un cofre de carey que servía para el Santísimo, el Jueves Santo, y otro más de plata repleto de alhajas igualmente para la iglesia; todo ello a petición de la priora del convento, madre Juana de San Jerónimo, religiosa de parentesco muy cercano al Marquesado de La Rambla.
Sea porque su condición fue tan modesta, sea porque murió a muchos kilómetros de su ciudad, o fuera porque su fama no estuvo en verdad a la altura que le correspondía, la fecha de su muerte nos ha sido hasta ahora negada por la historia; por lo menos en diccionarios, archivos y libros que citan a la reina María Teresa y a su augusto marido Luis XIV, no aparece la azafata y limosnera mayor de Úbeda. Otros historiadores como Alfredo Cazabán y Miguel H. Uribe, incluyendo al cronista Juan Pasquau, omiten en sus escritos la fecha de su defunción, con lo que ratifican nuestra teoría. Sin embargo, María de Molina debió morir relativamente joven, ya que a partir de 1675 no se tienen noticias de su existencia.
Pero que fue una mujer célebre, no cabe la menor duda; y que junto con Mariana de Velasco, Isabel de Dávalos y Josefa Manuel forman un grupo de damas de Úbeda que, cada una a su estilo, a su modo, pusieron esplendor y honor en la historia ejemplarísima de la hidalga ciudad.



  
María Teresa de Austria y Borbón. Madrid, 20.IX.1638 – Versalles (Francia), 30.VII.1683. Infanta de España, reina de Francia y de Navarra.

Era hija de Felipe IV de España y de Isabel de Borbón, a su vez hija de Enrique IV de Francia y de Navarra y hermana de Luis XIII. Tuvo un hermano, Baltasar Carlos, que moriría a los diecisiete años y un medio hermano, Carlos II, nacido del segundo matrimonio de Felipe IV con su sobrina Mariana de Austria.
Vivió casi en soledad en el Real Alcázar de Madrid, donde recibió una educación basada en el catolicismo.
Desde niña tenía la convicción de que se casaría con un Rey, posiblemente el de Francia, a pesar de lo cual no hablaba el francés.
Las guerras entre Francia y España no habían cesado desde hacía treinta años, a pesar del doble matrimonio entre el futuro Felipe IV e Isabel de Borbón y de Luis XIII y Ana de Austria. Al inicio de 1660 se establecieron acuerdos entre Francia y España para llegar a una paz entre ambos países; fueron el primer ministro francés, Giulio Mazarino, y el español, Luis de Haro, los encargados de representar a sus respectivos Monarcas. En la isla de los Faisanes se firmó la Paz de los Pirineos, que pondría fin a los conflictos entre Francia y España, que duraban desde hacía casi un siglo. Por este tratado se establecieron diversos acuerdos; entre ellos, Francia restituía a España el Rosellón y Cerdeña y una parte de la región de Artois, varias plazas de los Países Bajos y de Luxemburgo, así como varios territorios en Italia y en el Franco Condado.
Condición importante fue llevar a cabo el matrimonio entre Luis XIV y la infanta María Teresa, su prima carnal. En las Capitulaciones constaba que la futura reina de Francia recibiría una dote de 500.000 escudos de oro, que se entregarían más tarde, a condición de que rechazase su derecho a la herencia al trono español.
Mazarino sabía que esta importante dote sería difícil de pagar, lo que le dejaba la posibilidad de la herencia española.

El matrimonio por procuración tuvo lugar en Fuenterrabía, el 3 de junio. Luis Méndez de Haro representó al rey Luis XIV. La boda solemne tuvo lugar en San Juan de Luz el 9 de junio de 1660. La reina Ana de Austria estaba presente. Los desposados se habían conocido tres días antes en la isla de los Faisanes, en el río Bidasoa, y al parecer tuvieron una buena impresión.
Los Reyes vivieron en diferentes lugares, en los palacios del Louvre en París, en Saint Germain en Laye, en el de Fontainebleau o en Vincennes, principalmente.
El Rey fue un esposo atento y respetuoso, y la Reina demostró siempre adoración por su esposo.
Tuvieron seis hijos: el heredero del trono, el delfín de Francia, que nació en Fontainebleau el 1 de noviembre de 1661, el único hijo de los Reyes que moriría adulto; el 18 de noviembre de 1662 tuvieron una niña, Ana Isabel, que viviría sólo un mes; el 16 de noviembre de 1664, otra niña, que vivió un mes; el 2 de enero de 1667, una niña que murió a los cinco años; el 4 de agosto de 1668, un niño que murió de corta edad; y finalmente, el 6 de junio de 1672, el último hijo que tampoco vivió. Se han atribuido estos fallecimientos a la consanguinidad entre los reales padres. Afortunadamente el delfín Luis viviría hasta la edad adulta. Se casó el 26 de febrero de 1680 con María Ana, hija del elector de Baviera, y tuvo descendencia, que aseguró la continuidad directa en el trono.
El amor que Luis XIV pudiese tener hacia su esposa no impidió que tuviera numerosas amantes, entre ellas mademoiselle Luisa de La Vallière, con la que tuvo cinco hijos; madame de Navailles; María Angélica de Fontage, con la que tuvo un hijo; madame de Montespan, que le dio cuatro hijos. El Rey reconoció a sus hijos bastardos y los ennobleció. María Teresa de Austria conocía a las amantes del Rey así como a sus hijos bastardos, sufriendo humillaciones al verlas encumbrar con el título de favoritas oficiales, entre diversos títulos y privilegios.

Desde el inicio de su reinado, Luis XIV se apoyó en Mazarino para gobernar, sometiendo las voluntades de la alta nobleza, pero, a la muerte de su ministro, decidió ser él quien gobernase, lo que dio lugar al poder real absoluto, que expresó diciendo: “El Estado soy yo”, lo que no le impidió rodearse de buenos ministros. La paz en el reino permitió mejorar notablemente las finanzas así como la situación social, si bien el pueblo francés carecía de lo necesario. Los campesinos pasaban hambre, por lo que surgieron revueltas que fueron reprimidas severamente.
El ministro Colbert modificó los impuestos y dio normas para mejorar la situación. La Reina seguía los cambios del reino y el movimiento cultural de su país, interesándose por el teatro y compartiendo con su esposo las diferentes construcciones que llevó a cabo, principalmente el palacio de Versalles, adonde se trasladaría la Corte de manera oficial el 6 de mayo de 1682, pero que ya había sido habitado anteriormente. El esplendor de las fiestas reales y el dominio político de Luis XIV hicieron que se le llamase el Rey Sol, y fue sin duda su brillo por lo que la personalidad de María Teresa permaneció en la sombra.
En 1665 Luis XIV luchó en contra de Felipe IV ayudando a Portugal, que trataba de recuperar su independencia.
En la batalla de Villaviciosa venció el rey francés. María Teresa sufrió al ver el estado en que se encontraba el reino de su padre, pero no pudo intervenir en su favor.
A la muerte de Isabel de Borbón, en 1650, Felipe IV se había casado con Mariana de Austria, con la que tuvo tres hijos: Felipe Próspero, que moriría de corta edad, una hija, la infanta Margarita, y el que heredaría el trono, Carlos II, débil física y psíquicamente y que murió sin descendencia el 1 de noviembre de 1700. A la muerte de Felipe IV, Luis XIV exigió la dote de su esposa, que no se había entregado incumpliéndose las condiciones de las Capitulaciones; esto le daba derecho a la herencia del trono español, ya que, al no existir la Ley Sálica y ser María Teresa la mayor de los hijos del Rey, a ella debía corresponder la Corona española. El emperador de Austria, Leopoldo, pretendía tener derecho al trono español y no aceptó ningún acuerdo con Luis XIV, por lo que éste, el 16 de mayo de 1667, declaró la guerra a España, guerra que se llamó de “Derecho de Devolución”, aludiendo a la deuda no pagada y “en nombre de los derechos de la Reina”.

Comenzó por hacer un tratado de ayuda con Portugal y con Inglaterra que atacaba a los Países Bajos.
Reclamó los Países Bajos, un tercio del Franco Condado y la mitad de Luxemburgo. En Madrid, la regente Mariana de Austria, en nombre de su hijo Carlos II, estudió la situación y no aceptó las exigencias de Luis XIV. Numerosas fueron las batallas, siendo María Teresa de Austria la regente del reino durante la ausencia de su esposo, lo que no le impedía acompañarlo en algunos de sus viajes. Luis XIV conquistó varias plazas en Flandes y condujo allí a su esposa para que viese las ciudades que ya le pertenecían.
Se luchó en la región del Franco Condado, donde se tomaron diversas plazas. Luis XIV se apoderó de Luxemburgo.
El 2 de mayo de 1668 se firmó la paz entre Francia y España, por el Tratado de Aix-la-Chapelle, al que seguirán los de Nimega y de Utrecht. Luis XIV recuperó doce plazas en los Países Bajos, con la ciudad de Lille, que era su capital, y el Franco Condado.
La paz no duró y, en marzo de 1672, Luis XIV emprendió de nuevo la lucha contra los holandeses, al tiempo que lo hacía Carlos II de Inglaterra, que declaró la guerra a las Provincias Unidas. Luis XIV ganó varias batallas, pero cometió varios atentados internacionales, por lo que se formó en su contra la alianza de La Haya, en 1681, en la que entró España con Holanda, Suecia y Alemania. España, a pesar de esto, perdió varios territorios obligada a firmar la Paz de Ratisbona en 1684. Otra guerra tuvo lugar que obligó a España a entrar en la Liga de Augsburgo, verdadera coalición de Europa contra Francia, formada por el Imperio alemán, Suecia, Inglaterra, Holanda, Saboya y el Papado. A pesar de estas potencias, las luchas fueron favorables a Luis XIV, y en 1697 se firmó la Paz de Ryswick por la que Francia devolvió a España las plazas tomadas, con la esperanza de llegar a acuerdos sucesorios con la regente de España.
Entre los años de 1680 a 1682, Luis XIV persiguió a los protestantes, sobre todo a los hugonotes, alegando ser una paz de la Iglesia. María Teresa, aun siendo profundamente católica, no estaba de acuerdo; dijo: “No hay que matarlos sino rezar por ellos”. A pesar de su oposición, se luchó en la región del Bearn, Guyenne, Gascoña, Limousin y Languedoc, en el sur.
La reina María Teresa, durante una estancia en Versalles, cayó enferma con un absceso debajo del brazo.
Los médicos la sometieron a varias sangrías, pero su estado empeoró rápidamente; el Rey, que estaba a su lado, se alejó de la habitación de la Reina como la etiqueta señalaba. María Teresa de Austria falleció en Versalles el 30 de julio de 1683, rodeada por su hijo el delfín y por algunas de sus damas.
En 1700, a la muerte de Carlos II, heredó el Trono español el nieto de María Teresa, Felipe V de Borbón.

Bibl.: B. Cortequisse, Madame Luis XIV, Paris, Perrin, 1999; J. Duchêne, La femme du Roi-Soleil, Paris, Editions J C Lattès, 2005.




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