Isabel de Borbón |
Isabel de Borbón. Fontainebleau (Francia), 22.XI.1602 – Madrid, 6.X.1644. Reina de España, primera esposa de Felipe IV. La futura reina Isabel era la segundogénita de María de Médicis y de Enrique IV de Francia, que, divorciado de su primera esposa, Margot de Valois, casó en octubre de 1600 con la sobrina de Fernando I de Toscana avalada por una importante dote. Aquella boda dio lugar a grandes festejos tanto en Florencia como en París y una vez instalada María en Francia, proporcionó a Enrique IV una numerosa familia, de la que Isabel fue la primera de las niñas nacidas del matrimonio. La madre de Isabel había crecido entre el Palacio Pitti, los jardines de Bóboli, la villa de Pratolino y otros lugares de la Corte Medicea que se hallaban a la vanguardia de Europa respecto al coleccionismo, la producción artística y las invenciones musicales o teatrales propias del Manierismo. Recibió una refinada educación que transmitió a su descendencia y que Rubens recreó en uno de los lienzos que decoraban el palacio de Luxemburgo, en el que aparece la diosa Minerva enseñando lectura a la reina de Francia, mientras Apolo era el encargado de instruirle en la música y Mercurio en el arte de la elocuencia. Ciertamente, a pesar de la damnatio memoriae que sobre ella ha perdurado, María de Medicis recibió una esmerada formación que incluyó, además del estudio de francés y el español, música y pintura, en un ambiente frecuentado por artistas de la calidad de Jacopo Ligozzi o Giambologna. Jugó un papel político fundamental, ejerciendo la regencia tras el magnicidio de su esposo (1610), en una situación en la que la Monarquía francesa debía defenderse de infinidad de luchas intestinas, alimentadas tanto desde el interior como desde el exterior. Supo hacer buen uso de su refinada cultura, promoviendo el arte y el espectáculo al servicio de la función política y para ello puso bajo su protección a artistas de la talla de Peter Paul Rubens, Anton van Dyck o Frans Pourbus. Una sensibilidad que intentó transmitir a sus hijas Isabel, Cristina y Enriqueta María, que llegarían a ser, todas, reinas en distintas Cortes europeas merced a una política matrimonial de diseño impecable, aunque de efectos políticos poco duraderos. Como parte de esa estrategia matrimonial, el 25 de febrero de 1612, Isabel y su hermano Luis XIII de Francia quedaron prometidos oficialmente al futuro Felipe IV y a su hermana Ana Mauricia de Austria respectivamente, después de una larga negociación entre las Cortes de París y Madrid, desarrollada en medio de una intensa actividad diplomática en la que los Médicis jugaron un papel protagonista. Con esta unión finalizaba temporalmente la política antiespañola que había mantenido Enrique IV en Flandes e Italia, para provocar la ruptura del bloque austroespañol de los Habsburgo en Europa. La negociación de las dobles bodas tuvo un itinerario largo y accidentado, tanto por la oposición de los hugonotes y de varios príncipes de la sangre (Nevers, Humena, Bouillón y Condé) en Francia, como por las reservas del Consejo de Estado en Madrid. Fue Lerma el que potenció un acercamiento hacia María de Médicis y sus ministros. El valido llegó a afirmar que aquella operación gozaba del apoyo de la “Providencia Divina” y participó activamente en las consultas, realizando entrevistas con embajadores y supervisando hasta en sus menores detalles el protocolo cortesano relacionado con el doble casamiento. También Felipe III procuró asistir personalmente a las reuniones del Consejo de Estado que trataron sobre la cuestión. Oficialmente el acuerdo matrimonial se realizó en enero de 1612, la aceptación de las capitulaciones se registró en el verano de ese año y quedó aprobado por ambos consejos reales entre el 25 y el 26 de enero de 1613. El compromiso fue seguido de una proclamación pública, festejos y el envío de embajadores para las respectivas peticiones de mano. Las ceremonias organizadas en la Place Royale de París resultaron apoteósicas. El tema escogido en los festejos fue “El Templo de la Felicidad” una construcción efímera que se erigió en medio de la plaza y por la que desfilaron carros triunfales, animales exóticos y caballeros ataviados con trajes lujosos para representar que la doble alianza ahora acordada traería a Europa una paz eterna y una felicidad sin fin. El 2 de febrero se publicaron los casamientos oficiales en Madrid y el 21 de julio fue recibido en Palacio el duque de Mayenne. Las capitulaciones matrimoniales se firmaron el 22 de agosto aprovechando el paréntesis que proporcionó el cese de las hostilidades en Italia y la firma de la controvertida Paz de Asti (21 de junio de 1615). El viaje de Isabel a España resultó complicado. Salió de París rumbo a Burdeos el 17 de agosto de 1615, con una comitiva de unas mil personas, y sufrió varios retrasos, entre otros accidentes por la enfermedad que la propia princesa padeció en Poitiers. En plena “rebelión de los príncipes”, sólo la protección del ejército de los Guisa permitió que la Reina Madre pudiera efectuar el traslado de su hija con garantías. Una vez en Burdeos, tuvo lugar la ceremonia por poderes el 18 de octubre, en la que el duque de Guisa representó al príncipe Felipe. Al tiempo, desde Madrid, se preparó el séquito que debía recibirla y que se pergeñó para mayor lucimiento del valido de Felipe III que, acompañado de sus hijos, se encaminó a Burgos en un último intento por rehabilitar el declive de su posición en la Corte, que en esos momentos parecía ya irreversible. Desde Burgos y Burdeos las dos comitivas pusieron rumbo hacia la frontera para consumar las entregas de la infanta y la princesa. El intercambio se efectuó el 9 de noviembre de 1615 y para la ceremonia se habilitó un espacio artificial en medio del río Bidasoa, con dos pabellones efímeros a modo de palacios erigidos en las riberas. Este acto quedó inmortalizado con todo lujo de detalles en varios cuadros encargados por Felipe III, entre ellos un lienzo pintado por un desconocido archero de la Corte que en la actualidad se encuentra en el monasterio de la Encarnación de Madrid. Aunque la boda tuvo lugar en noviembre de 1615, sólo fue consumada en noviembre de 1620, cuando Felipe había cumplido los quince años. Reina de España desde 1621, Isabel tuvo ocho hijos, pero solamente dos, el príncipe Baltasar Carlos y María Teresa, sobrevivieron a la primera infancia. Los demás fueron Margarita María, fallecida a las veinticuatro horas de nacer (1621), Margarita María Catalina, que sobrevivió tan sólo un mes (1623), y para cuyo nacimiento ofreció la Reina una capilla en la parroquia de Santa María en honor de la Virgen de la Almudena, origen de la actual catedral madrileña, María Eugenia (1625- 1627), Isabel María Teresa, que tan sólo sobrevivió un día (1627), y María Antonia Dominica Jacinta, que falleció con diez meses (1635-1636). Tras el deslumbramiento de los primeros tiempos de convivencia conyugal plenos de alegría palaciega, después de los lutos por la muerte de Felipe III, en los que la Reina disfrutó, por ejemplo, de las famosas “fiestas de Aranjuez” (1622), donde participó activamente siguiendo la tradición de los fastos cortesanos renacentistas, bajo el personaje de “La Reina de la Hermosura” —y cuyos accidentados avatares dieron lugar a rumores sobre el platónico amor que el conde de Villamediana sentía por ella—, los siguientes años de matrimonio con Felipe IV fueron de un trato correcto, pero no caluroso. Francesco Contarini, embajador veneciano, describía su personalidad y situación en estos términos: “[...] es una Princesa de costumbres amabilísimas, de ingenio y capacidad [...] si bien el Rey la honra [...] últimamente no la ama”. Entre 1621 y 1640 la influencia de su peso político puede intuirse en algunos momentos —por ejemplo en la negociación de la Paz de Monzón (1626)—, pero no apreciarse claramente. Sin embargo, a partir de 1640, con las guerras de Cataluña y Portugal en ciernes y con la ausencia de Felipe IV ocupado en el frente de Aragón, Isabel debió asumir como regente tareas de gobierno. Cuando el Rey marchó a Zaragoza, ella comenzó a trabajar sin descanso con los consejeros que permanecieron en Madrid. Así lo recogía en un comentario inocente, pero muy gráfico, el príncipe Baltasar Carlos en la correspondencia que mantuvo con su padre en estas especiales circunstancias (23 de noviembre de 1642): “Ayer, mi madre celebró una junta que comenzó al mediodía y acabó a las tres y mientras tanto yo estuve jugando”. También se ha insistido en su responsabilidad a la hora de propiciar la caída de Olivares, hasta el punto de hablarse de la “Conspiración de las Mujeres”, operación en la que habrían intervenido, además de la Reina, la duquesa de Mantua, Ana de Guevara, sor María de Ágreda, y quizá también la que se convirtió en “secreta valida” de la Reina —según expresión del embajador de Alemania Eugenio de Carreto, marqués de la Grana—, su dueña de honor y guardamayor de las damas, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes de Nava. Es cierto que la relación de Isabel de Borbón con el conde-duque de Olivares nunca fue fluida. Se ha señalado que la causa radicaba en que el valido era el que facilitaba las correrías del Rey y sus infidelidades, pero sobre todo, Olivares obstaculizó la influencia política de la Reina, como ilustra Hume cuando relata un episodio palaciego en el que doña Isabel emitió una opinión sobre un asunto de gobierno en presencia de Felipe IV, intervención que el conde-duque apostilló diciendo: “La misión de los frailes es sólo rezar y la de las mujeres sólo parir”. Es sin duda demasiado simple explicar la caída de Olivares por una conspiración palaciega protagonizada por las “mujeres de la Corte”; muchos otros factores y personajes intervinieron en su defenestración. Los desastres en el frente catalán, la extraordinaria crisis financiera de esos años y personajes políticos de peso como Luis de Haro o el conde de Castrillo que, de colaboradores, pasaron a engrosar las filas de los disconformes con don Gaspar. Pero es cierto que la Reina jugó un papel importante, aunque quizá magnificado inmediatamente después por los que en la sombra movían varios de los hilos de la oposición al valido, desde el confesionario de la propia Reina, por ejemplo. Al volver al frente en 1643, Felipe IV nombró de nuevo regente en Castilla a su consorte y encomendó a Chumacero (30 de junio de 1643): “[...] [le] presentaréis todos los asuntos que surjan, aconsejándola con el mayor efecto y veracidad posibles y no dejando de convocar reuniones regulares en su presencia”. El presidente del Consejo de Castilla quedó impresionado por la capacidad de negociación que Isabel desplegó con los financieros para que éstos adelantaran fondos, mientras el propio Rey reconocía al padre Sotomayor que: “Gracias a los esfuerzos de la reina para obtener y enviar provisiones hemos podido equipar y preparar rápidamente a las tropas” (15 de septiembre de 1643). Incluso corrió el rumor de que la Reina iba a encabezar personalmente un ejército, como en tiempos hiciera Isabel la Católica, para liberar Badajoz de los portugueses. También se publicitaron otros gestos regios, como intentar que uno de los banqueros más importantes de Madrid, Manuel Cortizos, le adelantara dinero a cambio de dejar sus joyas personales en prenda. Fue una actividad intensa que sirvió para que Felipe IV la calificara, después de la caída de Olivares, como “su único valido” y que le pasó factura, ya que en medio de sus obligaciones de gobierno, en la primavera de 1644, tuvo un aborto. Era el quinto que sufría y tardó varios meses en reponerse. En el verano reanudó su trabajo administrativo, pero en octubre cayó de nuevo enferma y el día 6 por la mañana murió, con cuarenta y dos años, en medio de una gran discusión entre sus médicos que, como relataba Chumacero en carta al Rey (6 de octubre de 1644), hicieron tal variedad de diagnósticos que no se podía decir cuál era la causa verdadera del deceso. El Rey recibió la noticia en la localidad de Almadrones, cuando ya había salido de Zaragoza para estar al lado de su esposa. El 9 de octubre, desde El Pardo, y sin haber visto todavía el cadáver, escribía esta sentida carta, recogida por Pérez Villanueva, a la condesa de Paredes:
La desolación del Monarca quedaba reflejada también dos días antes de que se celebraran las exequias en Madrid en una misiva a sor María de Ágreda, recogida por Seco Serrano: “Me encuentro en el mayor estado de dolor que pueda existir [...]; la ayuda de Dios tiene que ser infinita si es que alguna vez voy a superar esta pérdida”. No cabe duda de que, si durante la primera parte del matrimonio la relación con doña Isabel no pasó de discreta, durante los últimos años los lazos de respeto, afecto y confianza se estrecharon intensamente hasta convertirse en “la mejor azucena de Francia” —como rezaba en los motes de su túmulo funerario—, en “el mayor tesoro de Felipe IV” y cuyo recuerdo, magnificado en los años inmediatamente posteriores a su desaparición, quedó vinculado a la imagen de la buena gobernante. Bibl.: Relacion del efecto de la iornada del Rey don Filipe nuestro señor, y del entrego de la Christianissima Reyna de Francia doña Ana Mauricia de Austria su hija, y del recibo de la serenissima Princesa Madama Ysabela de Borbon; las ceremonias que en este acto vuo de la vna, y otra parte, y su conclusión. Todo lo qual fue en Irun, lunes nueue de nouiembre deste presente año. Y de la partida a Francia, y buelta del Rey nuestro señor con su nueua hija, Sevilla, Clemente Hidalgo, 1615: P. Mantuano, Casamientos de España y Francia y viage del Duque de Lerma llevando a la Reyna [...], Madrid, Tomás Iunti, 1618; A. Hurtado de Mendoza, Fiesta que se hizo en Aranjuez a los años del Rey Nuestro Señor Felipe IV, Madrid, Juan de la Cuesta, 1623; A. de Jesús María (OCD), Vida y muerte de la Venerable Madre Luisa Magdalena de Jesús religiosa carmelita descalza en el Convento de San Joseph de Malagón y en el siglo Doña Luisa Manrique de Lara, Excelentísima Condesa de Paredes, Madrid, Juan Esteban Bravo, 1705; F. T. Perrens, Les mariages espagnols sous le règne de Henri IV et la Régence de Marie de Medicis, París, Librairie Académique Didier et Cie, libraires-éditeurs, 1869; F. Silvela, Matrimonios de España y Francia en 1615, Madrid, Real Academia de la Historia, 1901; M. Hume, Reinas de la España antigua, Madrid, Valentín Tordesillas [1912]; C. Seco Serrano (ed.), Cartas de Sor María Jesús de Agreda y de Felipe IV, Madrid, Ediciones Atlas, 1958, 2 vols.; A. Eiras Roel, “Política francesa de Felipe III: Las tensiones con Enrique IV”, en Hispania, XXXI, n.º 118 (1971) págs. 245-336; A. Cioranescu, Bibliografía Franco-Española (1610-1715), Madrid, Anejo XXXVI del Boletín de la Real Academia Española, 1977; J. Pérez Villanueva, Felipe IV y Luisa Enríquez Manrique de Lara, Condesa de Paredes de Nava: un epistolario inédito, Salamanca, Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1986; B. J. García García, La Pax Hispánica. Política Exterior del duque de Lerma, Lovaina, Leuven University Press, 1996; F. Negredo del Cerro, “La Real Capilla como escenario de la lucha política. Elogios y ataques al valido en tiempos de Felipe IV”, en J. J. Carreras y B. J. García García (eds.), La Capilla Real de los Austrias. Música y ritual de corte en la Europa Moderna, Madrid, Fundación Carlos de Amberes, 2001, págs. 323-343; A. Feros, El duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons, 2002. |
Juan de Tassis y Peralta, II conde de Villamediana |
Juan de Tassis y Peralta, II conde de Villamediana (Lisboa, 1582[a]-Madrid, 21 de agosto de 1622), poeta español del Barroco, adscrito por lo general al culteranismo, si bien siguió esta estética de modo muy personal. Biografía Fue hijo de María de Peralta Muñatones, descendiente de los marqueses de Falces, y de Juan de Tassis y Acuña, I conde de Villamediana y Correo Mayor del reino,[2] quien, gracias a su labor como organizador del servicio de postas, recibiría el título de nobleza en 1603, aunque ya su abuelo paterno Raimundo de Tassis, establecido en Valladolid, había desempeñado el cargo de Correo Mayor del Rey y se había casado con Leonor, una dama perteneciente a la poderosa familia de los Zúñiga, descendiente del rey Pedro I de Castilla. Nació en Lisboa debido a que su padre, Juan de Tassis y Acuña, formó parte del séquito del rey Felipe II cuando este entró en Portugal en diciembre de 1580 donde permaneció hasta 1583. Su padre era un hombre pendenciero (tenía la cara cubierta de cicatrices habidas en al menos cinco duelos de honor, de todos los cuales había salido victorioso) y Juan de Tassis vivió en el ambiente palatino desde su infancia, recibiendo una excelente educación del humanista Luis Tribaldos de Toledo y de Bartolomé Jiménez Patón, quien dedicó el Mercurius Trimegistus a su pupilo; estos dos tutores le granjearon un profundo conocimiento de los clásicos y compuso incluso algunos poemas en excelente latín humanístico; pero, aunque pasó por la universidad, no concluyó sus estudios. Nada sabemos de Juan de Tassis hasta que Felipe III fue al Reino de Valencia en 1599 para celebrar su matrimonio con Margarita de Austria. Ya era conocido porque en ese mismo año habían aparecido impresos sus primeros dos sonetos: «El que busca de amor y de ventura» y «Gloria y honor del índico Occidente» en los preliminares de dos libros. Con motivo del viaje real tuvo que sustituir en la comitiva a su padre —que se hallaba de embajador en París— y, con apenas dieciocho años, acompañó al monarca a Valencia, distinguiéndose tanto que el rey lo nombró gentilhombre de su casa y boca el 9 de octubre del mismo año, poco antes de volver a Madrid. El 31 de diciembre de 1599 se le otorgó además escritura de emancipación por parte de sus padres y abuela, y antes de su vuelta a Valladolid todavía se le concedió un nuevo poder general fechado en Madrid el 14 de enero de 1601. En palacio conoció a Magdalena de Guzmán y Mendoza, hija de Lope de Guzmán y Guzmán de Aragón y Leonor de Luján, mujer de gran influencia en la Corte como viuda de Martín Cortés y Zúñiga, II marqués del Valle de Oaxaca, de quien fue su segunda esposa, y futura aya del hijo que iba a tener la reina. Pese a la diferencia de edad, mantuvieron una relación sentimental muy agitada que terminó mal. Un soneto anónimo, que circuló por Madrid, insinuaba que no se portaba muy bien con ella, e incluso llegó a abofetearla ante todo el mundo en mitad de la representación de una comedia.[9] Por ello, se dijo, Magdalena siempre lo amó y lo odió a un mismo tiempo, según cuenta el biógrafo del poeta Luis Rosales. Trasladada la Corte a Valladolid, donde permaneció cinco años, contrajo matrimonio en 1602 con Ana de Mendoza y de la Cerda, hija de García Hurtado de Mendoza, IV marqués de Cañete, descendiente del famoso marqués de Santillana y de su segunda esposa, Ana Florencia de la Cerda. Nacieron varios hijos de este matrimonio, todos malogrados. No era esta su primera elección pues antes de este matrimonio había intentado desposarse con otras damas de la Corte que lo rechazaron. Su padre obtuvo al fin el título de conde de Villamediana en 1603, pero falleció tempranamente en 1607, un año después de otorgar testamento; su hijo heredero Juan asumió el título y el cargo de Correo mayor del reino, que estrenó cuando ya la Corte se había trasladado a Madrid en 1606, haciéndose notar por su talante agresivo, temerario y mujeriego y adquiriendo pronto reputación de un libertino amante del lujo y de las piedras preciosas, de los naipes y de los caballos. Vestía además pulcramente y llevaba una vida desordenada de jugador entregado a los vicios, y se creó fama de adversario temible no solo sobre el tapete por su gran inteligencia, sino por su deslenguado talento satírico, ejercido con particular denuedo contra la alta nobleza. Fue encausado por su homosexualidad, aunque no llegó a ser condenado por sobrevenirle la muerte. Todos estos excesos le valieron tres destierros del piadoso Felipe III, aparte de por haber arruinado a varios caballeros importantes, también por sus ya citadas fortísimas sátiras, en las que zahería sin piedad alguna las miserias de casi todos los Grandes de España, ya que, como perteneciente al mismo estamento que ellos, conocía bien sus defectos y flaquezas: sabía dónde atacarlos y cómo hacerles daño. De esta época son los sonetos «Deste eclipsado velo, en tono oscuro», «Del cuerpo despojado el sutil velo» o «De pululante flor fragante vuelo» dedicados a la muerte de la reina, o el soneto «Sea para bien, en hora buena sea», incluido en los preliminares del libro de Agustín de Rojas Villandrando El buen repúblico (1611), o también los dirigidos a la muerte del rey de Francia Enrique IV (asesinado el 14 de mayo de 1610) «Éste que con las armas de su acero», «Cuando el furor del iracundo Marte» o «El roto arnés y la invencible espada». El primero de sus destierros, de fecha bastante insegura (julio de 1605 a septiembre de 1607, o más probablemente de enero de 1608 a julio de 1611), le llevó según Juan Manuel Rozas a Francia y Flandes. El segundo (1611-1615) lo condujo a Italia,[c] donde estuvo entre 1611 y 1615 con el conde de Lemos, nombrado virrey de Nápoles. En este periodo italiano conoce al poeta manierista Giambattista Marino y, en la Academia literaria de los Ociosos (o degli Oziosi) de Nápoles al también amigo del anterior Giovanni Battista Manso; lee asimismo los grandes poemas de la segunda época de Luis Góngora, al tiempo que se ocupa del pleito sobre el Correo Mayor en Nápoles. De esta época son los sonetos «Marino, si es nombre el que tiene» o el dedicado al sepulcro del apóstol San Pedro «Éste agora al primero dedicado». Vuelto a España en 1615, todos los acreedores de su disparado y lujoso modo de vida cayeron de consuno sobre él y atravesó por grandes penurias económicas que lo obligaron, el mismo día del fallecimiento de su abuela (22 de mayo de 1615) a vender el oficio de Correo Mayor de la ciudad de Valencia. El 31 de mayo de 1615 establece un concierto con sus acreedores y en 1616 vende también los oficios de Correo de Murcia, Cartagena, Béjar, Medina de Rioseco, San Sebastián, Irún y Nápoles. Aún venderá también en 1617 el oficio de Correo Mayor de Medina de Rioseco y de Cuenca en julio; en agosto el de Guadalajara, Sigüenza y su obispado, Logroño, Navarra y Soria; y en septiembre el de los reinos de Galicia y provincia del Bierzo. En abril de 1618 hará lo mismo con el de Aragón. En lo literario, los años de 1616 y 1617 son los de las fábulas mitológicas narrativas (la Fábula de Faetón, por ejemplo, inspirada en un episodio de las Metamorfosis de Ovidio), y los últimos (1617-1618) los de las sátiras políticas contra los ministros de Felipe III que le valieron un tercer destierro desde el 17 de noviembre de 1618 a 1621. Había atacado en varias sátiras la corrupción alcanzada bajo el valimiento del duque de Lerma y Rodrigo Calderón durante el reinado de Felipe III y estos lograron del rey que le desterrara otra vez de la Corte, aunque esta vez a Andalucía (Rozas, por el contrario, piensa que pasó los tres años en Alcalá de Henares). En este periodo de destierro ocurrió el apresamiento y ejecución en la horca de Rodrigo Calderón, mano derecha del duque de Lerma. Asimismo se celebraron el 15 de mayo de 1620 las fiestas en honor a San Isidro, tras haber sido beatificado, en cuyas justas poéticas participó el conde y obtuvo el primer premio, a pesar de hallarse desterrado. También de esta época son los sonetos dedicados al duque de Alba por el fallecimiento de su esposa en 1619, o la «silva que hizo el autor estando fuera de la corte» o las redondillas que empiezan «A la vista de Madrid». Regresó al poco al fallecer el rey, en 1621, favorecido como fue por el nuevo valido, el conde duque de Olivares, que obtuvo de Felipe IV el perdón real. Sin embargo el ostentoso Conde seguía comido por las deudas. Es la última época de su vida, la de los poemas dedicados a la muerte de Felipe III, a las esperanzas puestas en Felipe IV, a los ataques de los antiguos ministros ya caídos o los dedicados a las canonizaciones de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. Estrena además La Gloria de Niquea, una obra de encargo para ser representada ante los monarcas en Aranjuez, sobre la que existe una célebre leyenda. Y al mismo tiempo, el Consejo de Castilla abrió un proceso con varios inculpados por el pecado nefando (homosexualidad), proceso en el que podría estar implicado el propio conde. Tuvo numerosas amantes, con las cuales llegó a veces a las manos públicamente, como en la ya citada ocasión durante el estreno de una comedia, y no se paró ante amoríos peligrosos como con una de las cortesanas del rey, una tal Marfisa, quizá Francisca de Tavara, bellísima joven portuguesa, dama de la reina y amante del rey. La leyenda afirma también que incendió premeditadamente el coliseo de Aranjuez durante las fiestas de celebración del aniversario del rey Felipe IV, cuando se estrenaba ante la reina, el 8 de abril de 1622, una obra suya, La gloria de Niquea, inspirada en un episodio del Amadís de Grecia, para poder salvarla en brazos, ya que estaba enamorado de ella. Existe también la leyenda de que se presentó a un baile con una capa cubierta de reales de oro, con lo que aludía a su suerte en el juego, con las letras del lema tejido "Son mis amores reales", donde la palabra reales escondía un triple sentido muy peligroso para la época; con este título y sobre este episodio escribirá en el siglo XX un drama Joaquín Dicenta. Otra leyenda es la del origen de la expresión "Picar muy alto", que se cree se debió a las habilidades como picador del conde que, al ser alabadas por la reina, el rey respondió: "Pica bien, pero pica muy alto", con evidente doble sentido, debido a los supuestos escarceos con la reina. Narciso Alonso Cortés, además, descubrió en el Archivo de Simancas un memorial que implicaba a Villamediana en un célebre proceso por sodomía concluido el 5 de diciembre de 1622 con la muerte en la hoguera de cinco mozos,justicia que, según las Noticias de Madrid, «hizo mucho ruido en la corte», atribuyendo a esta causa la muerte del conde, que otros explican por sus sátiras, por el despilfarro de la fortuna familiar (que, en efecto, le causó los problemas económicos ya descritos) o por lances amorosos y adulterios en los que hubiera podido verse involucrado el mismo monarca. Consciente de su carácter temerario y atrevido, un sombrío pesimismo aparece en la mayoría de las composiciones del conde, quien escribió aquellos versos célebres:
Los autores del crimen nunca fueron hallados; el momento escogido fue cuando iba en un coche con el conde de Haro por la calle Mayor de Madrid; el móvil fue, quizá, evitar el escándalo del proceso por el pecado nefando, por lo que el crimen habría quedado impune y se mandó guardar silencio sobre él. Pero el hecho causó sensación, y todos los poetas famosos se aprestaron a escribir epicedios en verso sobre el conde, empezando por su amigo Luis de Góngora, quien atribuyó al rey la orden, continuando por Juan Ruiz de Alarcón, que lo acusó de maldiciente, y terminando por Francisco de Quevedo, quien, pese a ser enemigo suyo, escribió «que pide venganza cierta / una salvación en duda». El proceso por el pecado nefando abierto por el Consejo de Castilla no se ha localizado. Por las Noticias de Madrid consta la muerte en la hoguera de un bufón llamado Mendocilla, al que siguieron un mozo de cámara del conde de Villamediana y otro criado del conde, un esclavillo mulato y «don Gaspar de Terrazas», paje del duque de Alba. Algunos otros, según la documentación aportada por Alonso Cortés, huyeron, entre ellos un Silvestre Nata Adorno, correo de a caballo de su majestad, que había marchado a Nápoles con el duque de Alba, que el 20 de septiembre de 1623 solicitaba se le diese traslado «de su culpa y sentencia» en el citado pleito. La respuesta de su instructor es la que implica directamente a Villamediana. En ella el licenciado Fernando Ramírez Fariña solicitaba nuevas instrucciones al Consejo al que advertía que la culpa de Silvestre Adorno y [...] los indicios que contra él ay nacen de lo que está provado contra el Conde de Villamediana, y Su M.d le mandó por ser ya el Conde Muerto y no ynfamarle guardasse secreto de lo que huviese contra él en el proceso, y si da la culpa deste es fuerça que benga en ella mucha de la del Conde. El poeta y dramaturgo Antonio Hurtado de Mendoza pintó su carácter en dos décimas, o espinelas, a su muerte: Ya sabéis que era Don Juan / dado al juego y los placeres; / amábanle las mujeres / por discreto y por galán. / Valiente como Roldán / y más mordaz que valiente... / más pulido que Medoro / y en el vestir sin segundo, / causaban asombro al mundo / sus trajes bordados de oro... / Muy diestro en rejonear, / muy amigo de reñir, / muy ganoso de servir, / muy desprendido en el dar. / Tal fama llegó a alcanzar / en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera / grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera. El asesinato inspiró en el siglo XIX varios romances históricos del duque de Rivas y también algún drama romántico, como También los muertos se vengan de Patricio de la Escosura (1838), la novela de Ceferino Suárez Bravo El cetro y el puñal (1851) y algunos relatos breves así como un cuadro de historia de Manuel Castellano en 1868, ahora en el Museo del Prado. En el siglo XX, cabe señalar el drama en verso de Joaquín Dicenta Alonso Son mis amores reales (1925), que obtuvo el premio de la Real Academia Española, y varias novelas: Decidnos: ¿quién mató al Conde? de Néstor Luján, Capa y espada de Fernando Fernán Gómez (2001) y El pintor de Flandes de Rosa Ribas (2006). Tras su muerte, sus cargos pasaron a su primo Íñigo Vélez de Guevara y Tassis, conde de Oñate, hijo de Pedro Vélez de Guevara y María de Tassis. Obra literaria Se pueden mencionar dos fases poéticas sucesivas en la obra de don Juan de Tassis: la petrarquista, que abarca desde sus primeros poemas hasta la vuelta de su viaje a Italia (1599-1615), y la culterana, desde 1615 hasta su muerte en 1622. Rozas puso en claro cómo estos dos períodos poéticos se dividen en cuatro grandes grupos:
Una primera colección de sus Obras apareció en Zaragoza en 1629. Comprende poemas de asunto mitológico (Fábula de Faetón, largo poema de hacia 1617 compuesto en octavas reales del que Vicente Mariner tradujo doscientas veintiocho al latín en hexámetros; Fábula de Apolo y Dafne, Fábula de Venus y Adonis) que reflejan una clara influencia de Góngora; la comedia La gloria de Niquea (1622), basada en el Amadís de Grecia, y más de doscientos sonetos, epigramas y redondillas de tema amoroso, satírico, religioso y patriótico, en las que cultiva un particular conceptismo, mientras que reserva su también original culteranismo para los poemas en arte mayor. Una segunda edición fueron las Obras de don Juan de Tarsis Conde de Villamediana, y correo mayor de Su Magestad. Recogidas por el licenciado Dionisio Hipólito de los Valles. Madrid, por María de Quiñones a costa de Pedro Coello, 1635. Villamediana se sabía condenado a morir joven y en su poesía aparece este sentimiento fatalista plasmado a través del mito ovidiano de Faetón, en que también es posible observar un cierto complejo edípico respecto a su padre. Son sus temas poéticos predilectos el silencio, el desengaño, la temeridad, el mito de Faetón y todos los relacionados con el fuego. Se muestra especialmente introspectivo en las redondillas y suele acumular los pronombres personales en señal de desequilibrado narcisismo. Su lenguaje poético, esencialmente culterano, introduce cultismos nuevos que no aparecen en las obras de Luis de Góngora, que era amigo suyo. Escribió especialmente sonetos de diversos temas morales, amorosos y especialmente satíricos; algunos de los mejores son los dedicados a su destierro, como "Silencio, en tu sepulcro deposito...", que ha pasado a todas las antologías de poesía barroca:
También dedicó algunos esfuerzos a la traducción libre o parafrástica de dos autores: el italiano Gianbattista Marino y el portugués Camoens. Del primero tradujo los 552 versos de la Fábula de Europa, que se convirtieron en 732 más 58 de la dedicatoria. Del segundo cuatro o cinco sonetos. La vida y obra de Juan de Tassis ha sido investigada entre otros autores por Juan Eugenio Hartzenbusch, el primero en tiempos recientes en tratar de encontrar una explicación a los causas del asesinato, Emilio Cotarelo, Narciso Alonso Cortés, Juan Manuel Rozas y Luis Rosales que dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia Española (Pasión y muerte del conde de Villamediana, Madrid, 1964) a «reivindicar la memoria del Conde de Villamediana» frente a las acusaciones de homosexualidad que se desprendían de las aportaciones de Hartzenbusch, la documentación presentada por Alonso Cortés y los análisis de Gregorio Marañón en su Don Juan, reivindicación que presentaba, decía Rosales (1964, p. 6), «en la misma audiencia y ante el mismo tribunal donde fue condenado en primera instancia; donde fue condenado injustamente, según trataré de probar». Ediciones de las obras de Villamediana.
|
Villamediana, Juan de Tarsis, Conde de [Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana] OBRAS DE DON JUAN DE TARSIS CONDE DE VILLAMEDIANA Y CORREO MAYOR DE SU MAGESTAD Barcelona: Antonio Lacavalleria, 1648. Later Edition. Octavo, [2], 284 leaves. Octavo, [2], 284 hojas. En buen estado. Encuadernado en pergamino contemporáneo completo con título manuscrito en tinta en el lomo. El pergamino está amarillento, manchado y arrugado por el paso del tiempo, con ligero desgaste en los bordes y esquinas de las tapas, así como en la cabecera y el final del lomo. El bloque de texto presenta ligero desgaste por el paso del tiempo y manchas de zorro. Anotaciones a lápiz en la guarda delantera. Daños por agua e insectos en la hoja 26, que afectan al área impresa y dificultan ligeramente la legibilidad. Pequeñas manchas dispersas por toda la página. Consignación TG. Almacenado en la Sala G. |
Villamediana, el creador de la sátira política. |
No hubo “mujer que no le adorara» ni «hombre que no le temiera”, como decían de él unos versos laudatorios de su tiempo. Su tiempo fue el de Góngora, del que era amigo, y el de Quevedo y Lope de Vega. Estamos en el paso del siglo XVI al siglo XVII, en la mitad de nuestros Siglos de Oro. En Madrid, en la Corte. Murió asesinado a puñaladas. Quizás fue un crimen de Estado. Hablamos de Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, poeta valioso. Hacía con la misma habilidad delicados sonetos amorosos que descarnados poemas satíricos. Villamediana era un noble de rancio abolengo. Su abuelo, su padre y él mismo fueron Correo Mayor del reino, título creado por la Corona para promover, organizar y administrar las antiguas postas, antecedentes remotos del servicio postal. Su abuela paterna era descendiente directa de Pedro I, el rey justiciero para sus partidarios y cruel para sus adversarios. Él nació en Lisboa diríamos que por accidente, en 1582. Su padre (y con él su madre, claro) formaba parte del séquito que acompañaba a Felipe II cuando se convirtió en rey de Portugal. El padre de Villamediana era un hombre pendenciero, tenía la cara cubierta de cicatrices causadas en al menos cinco duelos de honor, de todos los cuales había salido victorioso. El hijo, nuestro poeta de hoy, vivió desde crío en el ambiente de la Corte, rodeado del pendenciero padre, sí, del que algo o bastante se le pegó, pero también de muy buenos instructores personales. Acabó siendo un tipo cultísimo e ingenioso, y también deslenguado, crápula, libertino y mujeriego. Muy conocido, para bien y para mal, en la Corte de Valladolid y de Madrid de Felipe III y de Felipe IV. Vestía como un dandy, y –diríamos hoy– marcaba tendencias. Le gustaban las joyas, los caballos y la buena vida. Jugaba y apostaba a los naipes, y en ocasiones no pagaba sus deudas. Era bisexual practicante, lo que le costó un proceso legal por sodomía del que aún hoy se ignoran los detalles. Y fue, además, y por eso lo traemos hoy aquí, un poeta técnicamente excelso; culterano militante: es decir, partidario de Góngora y de su corriente poética. Desterrado varias veces de la Corte, unas por escándalos económicos o por sus líos de amores y otras por sus versos satíricos contra la alta nobleza –incluido el valido del rey, el duque de Lerma, probablemente el mayor ladrón de la historia del España–, Villamediana murió de un modo extraño: asesinado a cuchilladas, cuando al atardecer del domingo 21 de agosto de 1622 regresaba en su carruaje desde el Palacio Real a su casa, en el número 4 de la calle Mayor de Madrid. Su amigo y protegido Góngora lo contó así en una carta: “en la calle Mayor, salió de los portales que están a la acera de San Ginés un hombre que se arrimó al lado izquierdo que llevaba el Conde, y con arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al molledo del brazo derecho, dejando tal batería que aun en toro diera horror”. Su muerte fue un escándalo que sacudió la sociedad madrileña, y no solo la literaria. Unos creyeron ver la mano del poder detrás del crimen, quizá la del propio rey. Otros, de los acreedores del conde. Otros más, de sus andanzas con mujeres casadas o con jovencitos… Pronto circuló por la corte esta décima anónima:
Ojo a esos dos últimos versos: “Que el matador fue Bellido / y el impulso soberano”. Parecen una referencia a Bellido Dolfos, el noble zamorano que por encargo de Urraca de Castilla y quizás con el conocimiento del luego rey Alfonso VI mató al rey Sancho II. Os lo conté aquí cuando hablamos del romance de la Jura de Santa Gadea. La hipótesis de que detrás del asesinato de Villamediana estaba el rey Felipe IV se basa en que había corrido por la Corte la especie de que el Conde era amante de la reina, Isabel de Borbón, e incluso amante de una de las amantes del rey, doña Francisca de Tabara. Por si aún no conocéis bien a nuestro poeta de hoy, os completo el retrato con uno que le hizo Antonio Hurtado de Mendoza, un dramaturgo y poeta de segunda o tercera fila en aquellas décadas pobladas de genios. Se lo hizo en verso, en dos décimas que dicen esto de Juan de Tassis y Peralta:
Ya sabemos de su vida, de su muerte y de sus andanzas. Vamos ahora con su obra. En ella abundan los poemas satíricos, muy incisivos e ingeniosos, contra la clase alta de su tiempo, a la que él mismo pertenecía. Hay también otros de tema mitológico, algunos de ellos oscuros –como los de su maestro Góngora–, oscuros para un lector de entonces y de hoy. Y otros muchos de asunto amoroso en los que Villamediana se desenvuelve con igual pericia en tonos petrarquistas tardomedievales y en otros ya plenamente barrocos. Su sátira política es muy peculiar. No insinúa, señala. Señala casi siempre con nombres y apellidos. De dos actores muy famosos, el matrimonio formado por Josefa Vaca y Juan de Morales, dice en un soneto: “ella es simple y él es loco”. De Pedro Vergel, que era alguacil de corte, un cargo oficial, dice esto en una célebre redondilla: ¡Qué galán que entró Vergel con cintillo de diamantes, diamantes que fueron antes de amantes de su mujer! Y añade en una décima, de nuevo para llamarle cornudo al citado alguacil:
Ni siquiera el rey y los más poderosos dignatarios de la Corte quedan fuera de la crítica de Villamediana. En un poema titulado Procesión y dedicado “A Felipe IV, recién heredado”, es decir, recién llegado al trono, le pide al monarca que acabe con la corrupción generalizada en la corte en tiempos de su padre y antecesor, el rey Felipe III. Y se lo pide así, atención:
Ese “Uceda, que ha sido ladrón sin tasa” es el duque de Uceda, hijo del Duque de Lerma, ambos, padre e hijo, validos del rey muerto, Felipe III, en distintas etapas. Nada extraño que a Villamediana lo consideren los expertos como el creador de la sátira política. Hay incluso un estudioso, el profesor y crítico literario Juan Manuel Rozas, biógrafo del Conde, que presenta a Villamediana como el iniciador en España de lo que llama “la poesía de protesta”. Vamos ahora con el otro Villamediana, el de la poesía llamada seria: religiosa, mitológica, patriótica, amorosa. Los sonetos son su estrofa preferida. Este primero que os traigo es muy temprano, es uno de los llamados ‘sonetos juveniles’ del autor. Tiene un aire petrarquista de gran altura lírica. Dice así:
El segundo es un soneto de reflexión filosófica, lleno también, como el anterior, de los juegos de palabras tan típicos del barroco. Dice así:
El tercer soneto, con el que vamos a acabar, es un soneto sobre el amor y parece una glosa de uno anterior de Lope de Vega que ya hemos comentado en este espacio. El de Lope comenzaba con este cuarteto memorable, recuerda:
En ambos, y en otros más, secuelas del de Lope de Vega, el poeta describe el amor mediante la enumeración de una serie de términos, la mayoría verbos y adjetivos. «Esto es amor, quien lo probó lo sabe», dice el último verso del de Lope. «Esto es amor, y lo demás es risa», dice en su final un soneto paródico, quizás de Quevedo. «Efectos son de Amor, no hay que espantarse, / que todo del Amor puede creerse», acaba diciendo Villamediana en el suyo. Vamos con el de Villamediana al completo. Dice así:
|

.jpg)











No hay comentarios:
Publicar un comentario