—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 21 de mayo de 2012

107.-Luis XIV de Francia, Rey de Francia y III de Navarra.

  
Luis XIV de Francia, Rey de Francia y III de Navarra.


  


Luis Diosdado de Borbón (en francés: Louis-Dieudonné de Bourbon)​  llamado «el Rey Sol» (le Roi Soleil) o Luis el Grande (Saint-Germain en Laye, Francia, 5 de septiembre de 1638-Versalles, Francia, 1 de septiembre de 1715), fue rey de Francia y de Navarra desde el 14 de mayo de 1643 hasta su muerte, con casi 77 años de edad y 72 de reinado. También fue copríncipe de Andorra (1643-1715) y conde rival de Barcelona durante la sublevación catalana (1643-1652) como Luis II.

Luis XIV fue el primogénito y sucesor de Luis XIII y de Ana de Austria (hija del rey Felipe III de España). Incrementó el poder y la influencia francesa en Europa, combatiendo en tres grandes guerras: la Guerra de Holanda, la Guerra de los Nueve Años y la Guerra de Sucesión Española. La protección a las artes que ejerció el soberano Luis XIV fue otra faceta de su acción política. Los escritores Moliére y Racine, el músico Lully o el pintor Rigaud resaltaron su gloria, como también las obras de arquitectos y escultores.
 El nuevo y fastuoso Palacio de Versalles, obra de Luis Le Vau, Charles Le Brun y André Le Nôtre, fue la culminación de esa política. Al trasladar allí la corte (1682), se alejó de la insalubridad y las intrigas de París, y pudo controlar mejor a la nobleza. Versalles fue el escenario perfecto para el despliegue de pompa y para la sacralización del soberano.
Luis XIV, uno de los más destacados reyes de la historia francesa, consiguió crear un régimen absolutista y centralizado, hasta el punto que su reinado es considerado el prototipo de la monarquía absoluta en Europa. La frase L'État, c'est moi («El Estado soy yo») se le atribuye frecuentemente, aunque los historiadores la consideran una imprecisión histórica, ya que es más probable que dicha frase fuera forjada por sus enemigos políticos para resaltar la visión estereotipada del absolutismo político que Luis XIV representaba, probablemente surgiendo la cita «El bien del Estado constituye la Gloria del Rey», sacadas de sus Réflexions sur le métier de Roi (1679). En contraposición a esa cita apócrifa, Luis XIV dijo antes de morir: Je m'en vais, mais l'État demeurera toujours («Me marcho, pero el Estado siempre permanecerá»).

El que fuera elevado a la altura de un dios por encima de la nobleza, como dueño y señor de la persona y propiedades de diecinueve millones de franceses, nació el 5 de septiembre de 1638 en Saint-Germain-en-Laye, junto a París. Su padre, Luis XIII, y su madre, Ana de Austria, interpretaron como una señal de buen augurio que su hijo naciese ya con dos dientes, lo que quizás presagiaba el poder del futuro rey para hacer presa en sus vecinos una vez ceñida la corona.

Luis XIV

Muerto su progenitor en 1643, cuando el Delfín contaba cuatro años y ocho meses, Ana de Austria se dispuso a ejercer la regencia y confió el gobierno del Estado y la educación del niño al cardenal Mazarino, sucesor en el favor real de otro excelente valido: el habilísimo cardenal Richelieu. Así pues, fue Mazarino quien inculcó al heredero el sentido de la realeza y le enseñó que debía aprender a servirse de los hombres para que éstos no se sirvieran de él. No hay duda de que Luis respondió de modo positivo a tales lecciones, pues Mazarino escribió
"Hay en él cualidades suficientes para formar varios grandes reyes y un gran hombre."
Aquel infante privilegiado iba a vivir entre 1648 y 1653 una experiencia inolvidable. En esos años tuvieron lugar las luchas civiles de la Fronda, así llamadas por analogía con el juego infantil de la fronde (honda). La mala administración de Mazarino y la creación de nuevos impuestos suscitaron primero las protestas de los llamados parlamentarios de París, prestigiosos abogados que registraban y autorizaban las leyes y se encargaban de que fueran acatadas. Mazarino hizo detener a Broussel, uno de sus líderes, provocando con ello la sublevación de la capital y la huida de la familia real ante el empuje de las multitudes. Era el comienzo de la guerra civil.
Para sofocar la rebelión, el primer ministro llamó a las tropas de Luis II de Borbón-Condé, cuarto príncipe de Condé, Gran Maestre de Francia y héroe nacional; los parlamentarios claudicaron inmediatamente, pero Condé aprovechó su éxito para reclamar numerosos honores. Cuando Mazarino lo hizo detener en enero de 1650, la nobleza se levantó contra la corte dando lugar a la segunda Fronda, la de los príncipes.
La falta de acuerdo entre los sublevados iba a decidir su fracaso, pero eso no impidió que durante meses el populacho se adueñara otra vez de París; la reina madre y su familia, de regreso al palacio del Louvre, hubieron de soportar que una noche, tras correr la voz de que el joven monarca estaba allí, las turbas invadiesen sus aposentos y se precipitaran hacia el dormitorio donde el niño yacía inmóvil en su cama, completamente vestido bajo las mantas y fingiendo estar dormido: ante el sonrosado rostro rodeado de bucles castaños, la cólera del pueblo desapareció de pronto y fue sustituida por un murmullo de aprobación. Luego, todos abandonaron el palacio como buenos súbditos, rogando a Dios de todo corazón que protegiera a su joven príncipe.

Aquellos acontecimientos dejaron una profunda huella en el joven Luis. Se convenció de que era preciso alejar del gobierno de la nación tanto al pueblo llano, que había osado invadir su dormitorio, como a la nobleza, permanente enemiga de la monarquía. En cuanto a los prohombres de la patria, los parlamentarios, jueces y abogados, decidió que los mantendría siempre bajo el poder absoluto de la corona, sin permitirles la menor discrepancia.

Luis XIV fue declarado mayor de edad en 1651, y el 7 de junio de 1654, una vez pasado el huracán de las Frondas, fue coronado rey de Francia en la catedral de Reims. A partir de ese momento, su formación política y su preparación en el arte de gobernar se intensificaron. Diariamente despachaba con Mazarino y examinaban juntos los asuntos de Estado. Se dio cuenta de que iba a sacrificar toda su vida a la política, pero no le importó: 
"El oficio de rey es grande, noble y delicioso cuando uno se siente digno y capaz de realizar todas las cosas a las cuales se ha comprometido."
No es de extrañar, pues, que comprendiese perfectamente su obligación de casarse con la infanta española María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España, porque así lo exigían los intereses de Francia. Según la Paz de los Pirineos, tratado firmado en 1659 entre ambos países, la dote de la princesa debía pagarse en un plazo determinado. Si no se efectuaba el pago, la infanta conservaría su derecho al trono español. El astuto Mazarino sabía que España estaba prácticamente arruinada y que iba a ser muy difícil cobrar la dote, con lo que Luis XIV podría reclamar, a través de su esposa, los Países Bajos españoles e incluso el trono de España. Al soberano nunca le satisfizo aquella reina en exceso devota y remilgada, pero cumplió con los compromisos adquiridos y con todas sus obligaciones como esposo. Al menos, durante los primeros años de su matrimonio.
El 9 de marzo de 1661, Mazarino dejaba de existir. Había llegado el momento de ejercer la plena soberanía. Luis XIV escribió en su diario:
"De pronto, comprendí que era rey. Para eso había nacido. Una dulce exaltación me invadió inmediatamente". 
Cuando los funcionarios le preguntaron respetuosamente quién iba a ser su primer ministro, el soberano contestó:
"Yo. Les ordeno que no firmen nada, ni siquiera un pasaporte, sin mi consentimiento. Deberán mantenerme informado de todo cuanto suceda y no favorecerán a nadie."
Con sus palabras, Luis XIV acababa de fundar la monarquía absoluta en Francia, según un concepto cuya difusión aseguraría: el del despotismo por derecho divino. La omnipotencia ministerial que desde 1624, con Richelieu y Mazarino, había sentado las bases del poderío francés, quedaba ahora subsumida en la autoridad real. Desde entonces, ni la reina madre ni otros dignatarios volvieron a ser convocados a ninguna reunión de los consejos de Estado. El monarca invitaba sólo a la tríada ministerial formada por Jean-Baptiste Colbert, François-Michel Le Tellier, marqués de Louvais, y Hugues de Lionne. Inseparables del rey, se reunían dos o tres veces por semana en los consejos reservados que éste presidía, demostrando que poseía una personalidad y firmeza suficientes para controlar los órganos centrales de gobierno. Así, el año 1661 marcó el advenimiento de una nueva era en Francia y en Europa, la de la monarquía absoluta.

El otro gran golpe de efecto de Luis XIV en ese año fue el arresto de Nicolas Fouquet, superintendente de Finanzas de Mazarino, a quien el rey consideraba demasiado rico y poderoso, y capaz por ello de convertirse en sucesor del cardenal. En un acto de teatral afirmación del poder, le hizo arrestar en Nantes, el 5 de septiembre, bajo la acusación de malversar fondos públicos. Condenado a prisión perpetua en la fortaleza de Pinerolo, Fouquet fue desde entonces una advertencia para los que servían o dejaban de servir al rey. De esta forma la autoridad real se elevó más aún, otorgándole la plenitud de poderes que tuvo Richelieu por delegación de Luis XIII: el rey se veía a sí mismo como un representante de Dios sobre la tierra y como un ser infalible, puesto que su poder le venía de Dios.

Con espíritu metódico y conciencia profesional, Luis XIV se propuso encarnar a Francia en su sola persona, mediante la centralización absoluta, la obediencia pasiva y el culto a la personalidad real. Todo estaba bajo su control, desde las disputas teológicas hasta el mínimo detalle del ceremonial. La rígida etiqueta que impuso en la corte fue en sus manos un instrumento de gobierno. Después de haber protagonizado once guerras en cuarenta años, el poder de los nobles pasó a depender de la capacidad que demostraran en la corte de complacer al rey. Desde ese momento dejarían de ser un factor esencial en la política francesa para cristalizar en una clase social parasitaria, egoísta y propensa al esnobismo. De la misma forma que el siglo de Luis XIV marcó el apogeo de la vida cortesana, redujo a la nobleza a una estrecha dependencia moral y económica de la figura del rey.
Su reinado estuvo señalado por el fasto y la euforia, sobre todo en los primeros años, cuando brillaban en la comedia Molière y en la ópera Jean-Baptiste Lully, y el propio Luis bailaba disfrazado de dios del Olimpo, para solaz de las damas. La reina madre y el circulo de devotos de la corte se escandalizaron al ver que el matrimonio no había atenuado la pasión del rey por las aventuras sexuales. La reina María Teresa, baja y regordeta, hablaba con dificultad el francés y vivía casi ignorada pero en perpetua adoración de su esposo, al que daría seis hijos, todos fallecidos en la infancia, a excepción del gran delfín. Cuando la reina murió en 1683, Luis dijo:
 «He aquí el primer pesar que me ha ocasionado». 
Todos le dieron la razón.
El régimen de las amantes oficiales había empezado al poco tiempo de su casamiento, cuando el rey estableció una estrecha relación con su cuñada madame Enriqueta, duquesa de Orleans, y, para evitar el escándalo, tomó por amante a una dama de honor de ésta, Louise de La Vallière. Era una muchacha tímida y algo coja, de dieciséis años, que le dio tres hijos ilegítimos que serían criados por la esposa de Colbert.
En 1667 La Vallière fue reemplazada por François-Athénaïs de Rochechuart, la espléndida marquesa de Montespan, que durante diez años dominó al rey y a la corte como la verdadera sultana de las fiestas de Versalles. Sus numerosos alumbramientos (siete en total) fueron tema del parlamento, que legitimó a los cuatro hijos bastardos que sobrevivieron. Por fin, cansado de sus cóleras y de sus celos, el rey se separó de ella cuando la marquesa se vio implicada en el llamado caso de los venenos, un sonado escándalo que salpicó a un número importante de personalidades, que fueron acusadas de brujería y asesinato.

Expansionismo y guerra.

Luis XIV consideró siempre la guerra como la vocación natural de un gran rey, y a ella subordinó la economía nacional, con el objetivo final de imponer la supremacía francesa en Occidente. Su ministro Jean-Baptiste Colbert le proporcionó los medios materiales para sus empresas, con las reformas en Hacienda y las acertadas medidas proteccionistas de la industria y el comercio. La revolución económica que llevó a cabo le permitió armar un ejército capaz de hacer de Francia el estado más poderoso de Europa. En esta tarea fue decisiva la reorganización de las tropas realizada por Le Tellier, que concentró la autoridad militar para crear un verdadero ejército monárquico, cuyos efectivos aumentaron de 72.000 a 400.000 hombres.
Desde la muerte de su suegro Felipe IV de España en 1665, Luis había comenzado una batalla jurídica para reclamar los Países Bajos españoles en nombre de su mujer, y para ello había publicado el Tratado de los derechos de la reina. Poco después, el 21 de mayo de 1667, con la formidable máquina de guerra creada por Le Tellier, invadía los territorios flamencos, apoderándose de las plazas más importantes de la frontera, en medio de un auténtico paseo militar. Inquieta ante el empuje francés, Inglaterra se alió con Holanda y Suecia en la Triple Alianza, y la contienda (conocida con el nombre de guerra de Devolución) cambió de rumbo, finalizando con la Paz de Aquisgrán de 1668, por la que España recuperaba Besançon y Francia se apoderaba de Flandes. Éste fue el comienzo de una serie de conflagraciones que duraron todo su reinado.
Después de cuatro años de preparativos, Luis determinó que había llegado el momento de vengarse de Holanda, en parte también por odio a los burgueses republicanos que monopolizaban el mar. El ministro De Lionne obtuvo un activo apoyo británico, mediante la alianza con Carlos II de Inglaterra, y la neutralidad de Brandeburgo, Baviera y Suecia. En la primavera de 1672 un poderoso ejército de 200.000 hombres, comandado por el rey en persona, atravesó el obispado de Lieja e invadió Holanda, conquistándola en pocas semanas. La eficaz ayuda de la flota inglesa contribuyó a la victoria, y Luis XIV regresó triunfante a París.
Pero los holandeses se apoyaron en el principal enemigo de Francia, el príncipe Guillermo de Orange, quien ordenó la rotura de los diques para detener al ejército invasor, al mismo tiempo que el almirante Ruyter derrotaba a la flota anglofrancesa. La resistencia de Holanda tuvo como consecuencia aislar a Francia de sus antiguos aliados, lo cual obligó a Luis a la renuncia de sus pretensiones sobre los Países Bajos. La larga guerra terminó con el Tratado de Nimega, firmado en 1678, por el cual el Rey Sol se convertía en el árbitro de Europa: renunciaba a Flandes, pero consolidaba las fronteras del norte y del este, y obtenía de España el Franco Condado.

El rey cristiano.
Gran Escudo de Armas de Francia & Navarra.


A sus cuarenta años, Luis XIV había alcanzado el apogeo de su fortuna política y militar. Arrogante como ningún otro soberano, París lo llamaba el Grande y en la corte era objeto de adoración. En esa época se produjeron importantes cambios. Luego de haberse separado de madame de Montespan, temeroso de que el escándalo de los venenos arruinase su reputación, el rey abandonó abiertamente los placeres e impuso la piedad en la corte. A su imagen, los antiguos libertinos se convirtieron en devotos, un velo de decencia recubrió la ostentación, el juego y las diversiones, que en su desaparición (no del todo completa) dejaron lugar al aburrimiento y la hipocresía.
Los tartufos se reacomodaron así a la nueva corte moderada y metódica de Versalles, en la que reinaba ocultamente una nueva soberana: madame de Maintenon. Era la viuda del poeta satírico Paul Scarron y había sido la gobernanta de los hijos habidos por el rey con madame de Montespan, antes de convertirse en la nueva favorita. A poco de morir la reina María Teresa, en 1683 se casó en secreto con el rey, en una ceremonia bendecida por el arzobispo de París. La boda significó una nueva etapa en la vida de Luis XIV, que sentó definitivamente cabeza, preparándose para una vejez digna y piadosa, rodeado de sus hijos y nietos.
La influencia de madame de Maintenon, hugonote convertida al catolicismo, fue fundamental en la devoción del rey, que, pese a poseer sólo un barniz de religiosidad (su cristianismo se basaba en el «miedo al infierno»), quiso imponer en el reino la unidad de la fe católica y consideró al protestantismo como una ofensa al rey cristianísimo. 
Se desató entonces una ola de conversiones en masa, obtenidas mediante la violencia, que desembocaron, el 18 de octubre de 1685, en la revocación del Edicto de Nantes, por el que Enrique IV de Francia había autorizado el calvinismo a finales del siglo anterior. Las escuelas fueron cerradas, los templos demolidos y los pastores desterrados, mientras el éxodo de millares de protestantes hacia Holanda fue creando focos de hostilidad hacia el rey. Luis XIV sumó así a sus enemigos naturales el mundo de la Reforma.
Inglaterra, Alemania y Austria se unieron en la Gran Alianza para resistir el expansionismo francés. La guerra resultante tuvo una larga duración, extendiéndose entre 1688 y 1697, años en los que Luis XIV no pudo obtener la victoria militar que buscaba y Europa se fue imponiendo poco a poco a Francia, sobre todo por la determinación de Guillermo III de Inglaterra, el alma de la coalición. Guillermo III se había propuesto la eliminación de la hegemonía del Rey Sol en el continente y la implantación de la tolerancia religiosa. 
La Paz de Ryswick puso fin al conflicto mediante una serie de pactos que significaron el primer retroceso en el camino imperial de Luis XIV: Lorena fue restituida al duque Leopoldo; Luxemburgo, a España; y Guillermo III fue reconocido como rey de Inglaterra, contra la creencia de Luis en el derecho divino del rey Jacobo II al trono inglés.

La guerra de Sucesión.

El testamento del último rey Habsburgo de España, Carlos II, fallecido en 1700, entregaba la herencia imperial a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, que reinaría como Felipe V de España.
 Cuando el monarca francés aceptó las cláusulas testamentarias, volvió a plantearse el dilema: hegemonía de Francia o equilibrio continental, y su decisión significó una declaración de guerra. Toda la Europa herida por la política imperialista durante los últimos treinta años se levantó nuevamente contra aquella hegemonía, y así Francia tuvo que combatir a la vez contra Austria, Inglaterra y Holanda.
La lucha estuvo señalada al principio por las victorias de los Borbones, pero, a partir de 1708, los desastres de la guerra fueron tan grandes que Francia estuvo a punto de perder todos los territorios conquistados en el siglo anterior, y Luis XIV se vio forzado a pedir la paz, sobre todo a partir del desastre de Malplaquet. Humillado en el campo de batalla, el rey aceptó el Tratado de Utrecht, por el que Francia cedía Terranova, Acadia y la bahía de Hudson a Inglaterra, aunque su nieto Felipe V conservaba la corona de España.
Los sacrificios de la guerra arruinaron al Estado francés y minaron el régimen absolutista de Luis XIV, ya desgastado por la crisis social y económica: el reverso del siglo del Rey Sol se exhibía en la mortandad, en la miseria y la mendicidad de las ciudades, en el miedo de los campesinos al hambre y al fisco, en los frecuentes motines, reprimidos con sangre, del pueblo desesperado, en la revuelta de los siervos contra los señores que rugía en todas partes. Los árboles se doblaban bajo el peso de los ahorcados, comentaba sin inmutarse madame de Sévigné, y por todas partes se elevaban quejas contra los privilegiados.
Pero el orgulloso egoísmo del monarca continuaba inmutable, pese a las tristezas de las derrotas militares y a los grandes duelos de su familia: en 1705 había muerto su biznieto, el duque de Bretaña; en 1711, el gran delfín; en 1712, su nieto Luis, duque de Borgoña, la mujer de éste, María Adelaida de Saboya, y su segundo biznieto, el segundo duque de Bretaña. Como heredero al trono ya no quedaba más que un tercer biznieto, el duque de Anjou, que reinaría con el nombre de Luis XV.

El rey se hacía viejo y se refugió en la oración y en el regazo de su favorita. Durante el invierno de 1709 hubo una marcha contra el hambre entre París y Versalles. Por primera vez desde las Frondas, Luis XIV oyó los gritos de protesta de la muchedumbre. Madame de Maintenon escribió:
 "Las gentes del pueblo mueren como moscas y, en la soledad de sus habitaciones, el rey sufre incontrolables accesos de llanto". 
La vida en Versalles no tardó en perder todo su esplendor y los enormes salones, antaño llenos de risas, se convirtieron en una gélida tramoya sin vida. En pocos años, Luis XIV se transformó en un hombre derrotado, melancólico y sobre todo enfermo. Gracias al Journal de Santé del rey, felizmente conservado, sabemos que padecía catarros, dolores de estómago, diarreas, lombrices, fiebres, forúnculos, reumatismo y gota, lo que da cuenta de hasta qué punto su físico imponente se encontraba quebrantado. En agosto de 1715 se quejó de unos dolores en las piernas. A finales de mes le aparecieron en las pantorrillas unas horrendas manchas negras. Los médicos, lívidos, diagnosticaron gangrena.
El monarca supo que iba a morir y recibió la noticia con extraordinaria entereza. Tras dedicar unos días a ordenar sus asuntos y despedirse de su familia, llamó junto a su lecho al Delfín, bisnieto suyo y futuro Luis XV. El soberano moribundo le entregó su reino con estas palabras:
 "Vas a ser un gran rey. No imites mi amor por los edificios ni mi amor por la guerra. Intenta vivir en paz con tus vecinos. No olvides nunca tu deber ni tus obligaciones hacia Dios y asegúrate de que tus súbditos le honran. Acepta los buenos consejos y síguelos. Intenta mejorar la suerte de tu pueblo, dado que yo, desgraciadamente, no fui capaz de hacerlo"
.
 El 1 de septiembre de 1715, Luis XIV dejaba de existir. Sus últimas palabras fueron:
 "Yo me voy. Francia se queda.
Había gobernado durante sesenta y cuatro años, siendo el suyo el reinado más largo de la historia de Europa.
Con él desaparecía el máximo ejemplo de la monarquía absoluta y un rey que había llevado momentáneamente a Francia a su cima. Su reinado, comparado por Voltaire con el del emperador romano Augusto, posibilitó un extraordinario florecimiento de las letras, que abarcó los más diversos campos del pensamiento y de la creación: Corneille, Racine y Molière dieron a conocer su teatro; La Fontaine compuso sus Fábulas; Pascal escribió sus Pensamientos y La Rochefoucauld sus Máximas. La razón, la claridad y el equilibrio formal se impusieron como criterios fundamentales del arte; desde Francia, el clasicismo irradiaría a toda Europa. 
Luis XIV era el principal cliente de los artistas, y así nació un «estilo Luis XIV» de perfecta armonía; su inclinación por la geometría decorativa imperó en parques y jardines; la nueva arquitectura encontró su máxima expresión en Versalles, donde la marmórea amplitud de los espacios y el dominio absoluto de la simetría eran un homenaje a la indiscutida autoridad real, al ser que se reconocía como el representante de Dios sobre la tierra. Sin embargo, el obispo Jean-Baptiste Massillon concluyó así la oración fúnebre de Luis XIV: 
«¡Sólo Dios es grande!». 

  
Legado.

Una alegoría a Luis XIV, por Charles Le Brun.


El reinado de Luis XIV es considerado el más grande de la historia francesa. Luis XIV colocó a un Borbón en el trono español, hasta entonces el principal enemigo francés, acabando así con siglos de rivalidad con dicho país europeo que se remontaba a la época de Carlos I. Los Borbones se mantuvieron en el trono español durante el resto del siglo XVIII, pero a partir de 1808 fueron derrocados y restaurados varias veces. Sus guerras y extravagantes palacios llevaron a la bancarrota al estado (aunque es cierto que Francia se recuperó en solo unos años), lo que le llevó a subir los impuestos a los campesinos, ya que la nobleza y el clero estaban exentos de pagar impuestos.

No obstante, Luis XIV colocó a Francia en una posición predominante en Europa, añadiendo al país diez nuevas provincias y un imperio. A pesar de las alianzas oponentes de varias potencias europeas, Luis continuó cosechando triunfos e incrementando el territorio, el poder y la influencia francesa. Como resultado de las victorias militares así como los logros culturales, Europa admiraría a Francia y su cultura, comida, estilo de vida, etc.; el francés se convertiría en la lingua franca para toda la élite europea, incluso hasta la lejana Rusia de los Románov. La Europa de la Ilustración miraría al reinado de Luis como un ejemplo a imitar. Sin embargo, el duque de Saint Simon, a quien no le gustaba Luis XIV, diría:

No había nada que le gustara más que los halagos o, por decirlo más claro, la adulación; cuanto más vasta y torpe era esa adulación, con más placer la acogía... Su vanidad era perpetuamente alimentada —incluso los predicadores acostumbraban a halagarle desde el púlpito.
No obstante, incluso el alemán Leibniz, que era protestante, se referiría a él como «uno de los más grandes reyes que jamás hayan existido». Voltaire, el apóstol de la Ilustración, lo comparó con Augusto y se refirió a su reinado como «época eternamente memorable», apodando a la «Era de Luis XIV» como el «Gran Siglo» (Le Grand Siècle).

Personalidad de Luis XIV.



Isabel Carlota de Baviera, conocida en la corte de Versalles como Madame, quien fuera su segunda cuñada hizo la siguiente descripción del rey, poco después de su muerte:

Cuando el rey quería, era el hombre más agradable y amable del mundo. Sin ser perfecto, nuestro Rey tenía grandes y bellas cualidades y no mereció ser tan difamado y despreciado por sus súbditos a su muerte. Mientras vivió, lo adularon hasta la idolatría.

Isabel Carlota de Baviera, cuñada de Luis XIV


  

Luis de Francia (Fontainebleau, 1 de noviembre de 1661-Castillo de Meudon, 14 de abril de 1711), conocido como el Gran Delfín (Grand Dauphin en francés) o Monseñor (Monseigneur), fue príncipe de Francia, hijo mayor y heredero del rey Luis XIV y la reina María Teresa de Austria. Recibió el título de delfín nada más nacer, siendo el primero en la línea sucesoria al trono francés hasta su muerte en 1711.

El nombre de Gran Delfín se popularizó después de su muerte para diferenciarlo de su hijo, el duque de Borgoña (hermano mayor de Felipe V de España y nuevo Delfín, el Pequeño Delfín) ya que ambos nunca llegaron a reinar. El Gran Delfín no participó demasiado en la vida política francesa, principalmente porque su condición de heredero sucesor hacía que siempre estuviera rodeado de aduladores que trataban de ganar favores en su futuro reinado. Su implicación en la política internacional se limitó a renunciar a su derecho al trono español en la Guerra de Sucesión Española en favor de su segundo hijo, Felipe, duque de Anjou.

Primeros años.

Luis nació en el Palacio de Fontainebleau, como el hijo mayor del rey Luis XIV de Francia y de la reina María Teresa de Austria, fue bautizado en la capilla del castillo de Saint-Germain-en-Laye y se le dio el nombre de su padre de Luis. Como fils de France (hijo de Francia) tenía derecho al tratamiento de Alteza Real y fue considerado el hombre más importante en el reino después de su padre.
Cuando Luis llegó a la edad de siete años, fue retirado del cuidado y educación de las mujeres y se le colocó en la sociedad masculina. Su preceptor fue Charles de Sainte-Maure y fue educado por Jacobo Benigno Bossuet, obispo de Meaux, un destacado clérigo, predicador e intelectual francés. A pesar de su inteligencia, Luis fue descrito como perezoso e indolente. Sin embargo, su generosidad y amabilidad le dieron gran popularidad en París y con el pueblo francés en general. Luis era uno de los seis hijos legítimos de sus padres. Todos los demás murieron en la primera infancia.

Papel político.

Aunque se le permitió asistir y después a participar en el Consejo del Rey, Luis no jugó un papel importante en la política francesa. No obstante, como el heredero al trono, él estaba constantemente rodeado de aduladores que trataban de ganar favores en su futuro reinado. Vivió tranquilamente en Meudon, por el resto de su vida rodeado de sus dos medias hermanas María Ana de Borbón y Luisa Francisca de Borbón, a quienes amaba entrañablemente.

Papel militar

Durante la Guerra de los Nueve Años, fue enviado en 1688 al frente de Renania. Antes de salir de la corte, Luis recibió instrucciones de su padre:

"Te envío para comandar mis ejércitos, para darte la oportunidad de dar a conocer tus cualidades marineras; de ir y mostrar a toda Europa que cuando yo muera no serán capaces de advertir que el rey ha muerto"
El coraje de Luis no se demostró cuando no fue a visitar a los soldados en las trincheras inundadas bajo un intenso fuego. Montausier.

Matrimonios y descendencia.

Con María Ana Victoria de Baviera.

Se casó el 7 de marzo de 1680 con María Ana Victoria de Baviera, un año mayor que Luis y, al llegar a la corte francesa, fue descrita como muy poco atractiva pero muy culta. Tuvieron tres hijos:

  • Luis de Francia (16 de agosto de 1682-18 de febrero de 1712), duque de Borgoña y delfín;
  • Felipe de Francia (19 de diciembre de 1683-9 de julio de 1746), rey de España y duque de Anjou. Fundador de la dinastía Borbón española;
  • Carlos de Francia (31 de julio de 1686-5 de mayo de 1714), duque de Berry.
Con Mademoiselle de Choin.

María Ana murió en 1690. Después de la muerte de su primera esposa, Luis se casó en secreto con su amante María Emilia de Joly, Mademoiselle de Choin en 1694. Su nueva esposa no adquirió la condición de "Delfina", y el matrimonio permaneció sin hijos sobrevivientes. Embarazada en el momento de su matrimonio, María Emilia dio a luz a un hijo, que fue enviado en secreto a las zonas rurales; murió el niño de dos años, en 1697, sin recibir un nombre.

  • Niño sin nombre (1695-1697)
Con Francisca Pitel.

  • Ana Luisa de Bonbour (1695-agosto de 1716) , esposa de Anne Errard d'Avaugour;
  • Carlota de Fleury (6 de febrero de 1697-1750), esposa de Gérard Michel de La Jonchère.
Con María Ana Caumont de La Force
  • Luisa Emilia de Vautedard (1694-1719), esposa de Nicolas Mesnager.
Muerte.

Un brote de viruela estaba atacando Europa, y el Delfín enfermó y murió el 14 de abril de 1711, a los 49 años de edad. Aún reinaba su padre, y por lo tanto no llegó a ceñirse nunca la corona de San Luis.
Con su muerte, dio comienzo a una serie de catastróficas circunstancias, que se saldaron con la muerte de su hijo, el Duque de Borgoña y de su nieto Luis, duque de Bretaña. Finalmente, otro de los nietos del Gran Delfín sucedería a Luis XIV en 1715 como Luis XV. 


  

María Ana Victoria de Baviera (Múnich, 28 de noviembre de 1660 - Palacio de Versalles, 20 de abril de 1690) fue delfina de Francia, también conocida como Delfina Maria Ana Victoria ("Marie Anne Victoire") por su nombre completo que era María Ana Cristina Victoria von Bayern.

Primeros años

María Ana Victoria fue la hija mayor de Fernando María de Baviera y Enriqueta Adelaida de Saboya. Sus abuelos maternos fueron Víctor Amadeo I y Cristina María de Francia, quien a su vez era la segunda hija de Enrique IV de Francia y María de Medici. Sus abuelos paternos fueron Maximiliano I, duque y elector de Baviera y María Ana de Austria.

Matrimonio

María Ana se comprometió con el delfín de Francia en 1668, a la edad de ocho años, y fue educada cuidadosamente para cumplir dicha función. Además de su lengua materna alemana, se le enseñó a hablar francés, italiano y latín. Incluso llegó a decir que esperaba con interés la suerte de convertirse en delfina de Francia. María Ana era muy unida a su madre, que murió en 1676. Antes de su matrimonio con el delfín, hubo una ceremonia en Munich el 28 de enero de 1680, y la pareja se reunirá por primera vez el 7 de marzo de 1680 en Châlons-sur-Marne.
Tras su matrimonio, Maria Ana asumió el rango de su marido como una Fille de France (Hija de Francia), lo que significaba que tenía derecho al título de "Alteza Real" y el derecho a ser llamada Madame la Dauphine (Madame, la Delfina).
Cuando llegó por primera vez a Francia, Maria Ana dio una buena impresión con su buen francés. Cuando entró en Estrasburgo, fue recibida en alemán, pero interrumpió el saludo diciendo: "Señores, hablo francés!". La impresión de su apariencia, sin embargo, no era tan buena, y fue considerada "terriblemente fea". Otros decían que a pesar de que puede no haber sido hermosa, ella tenía un encanto personal.
Tan pronto como se casó con el delfín, se la llegó a considerar la segunda mujer más importante en la corte después de su suegra, la reina María Teresa de Austria. Cuando la reina murió en julio de 1683, María Ana destacó como la mujer de más relevancia en la corte y le otorgaron los apartamentos de la difunta reina. El rey esperaba que asumiera las funciones de la primera dama en la corte, pero su mala salud hizo que fuese muy difícil para ella llevar a cabo sus tareas. El rey era completamente indiferente a su situación y la acusó falsamente de tener hipocondría.

Muerte

Su marido tuvo muchas amantes y María Ana vivió una vida aislada en sus aposentos, donde hablaba con sus amigos en alemán, una lengua que su marido no podía entender. Ellos decían que la depresión que la embargaba era debida a tener que vivir en una corte donde la belleza era tan apreciada, no siendo bella ella misma. Murió en 1690. Su autopsia reveló una multitud de trastornos internos que reivindicaban completamente sus quejas de una verdadera enfermedad crónica y severa, no hipocondría.
Maria Ana fue enterrada en la Real Basílica de Saint Denis.

Matrimonio e hijos

Contrajo matrimonio con el Delfín Luis de Francia, hijo de Luis XIV de Francia, con quien tuvo tres hijos:

  • Luis de Francia, Delfín de Francia (1682-1712)
  • Felipe V de España (1683-1746)
  • Carlos de Francia, Duque de Berry (1686-1714)



   
Françoise d'Aubigné, marquesa de Maintenon (1635-1719), representada como Françoise Romaine .

Madame de Maintenon, nacida Françoise d'Aubigné (Niort, 27 de noviembre de 1635-Saint-Cyr-l'École, 15 de abril de 1719), fue amante del rey Luis XIV de Francia y su segunda esposa en matrimonio morganático y secreto.
Convertida tras su primer matrimonio en Madame Scarron, más tarde recibió el título de marquesa de Maintenon, como fue conocida también desde entonces.

Infancia.

Nació en la cárcel de Niort, donde había sido encarcelado (como falsificador) su padre Constant d'Aubigné, hijo del famoso poeta calvinista Théodore Agrippa d'Aubigné. Nacida católica, siguió a sus padres a Guadalupe en las Antillas, donde su padre pensaba ser nombrado Gobernador de Marie-Galante: esta estancia le valió el apelativo de Belle indienne ('bella de las Indias'); sin embargo, el padre, defraudado en sus esperanzas, regresó a Francia dejando a su familia en las Antillas.
Ella volvió a Francia en 1645 con su madre, pero se encontró en la miseria hasta que fue recogida junto con dos de sus hermanos por su tía hugonote Madame de la Villette, en Mursay. En ese ambiente protestante, la niña vivió algunos años tranquilos hasta que se acordó de ella la madre de su madrina, Madame de Neuillant, que se la llevó a casa como sirvienta pero que, vistas las dificultades para atraerla de nuevo al catolicismo, la mandó a las Ursulinas, primero en Niort y luego en París, para que se reconvirtiera y renunciase definitivamente a la fe calvinista.

Primer matrimonio

Tras la conversión al catolicismo, en abril de 1652, a los 17 años de edad, se le ofreció casarse con el poeta Paul Scarron (1610–1660), protegido de Madame de Neuillant, que era 25 años mayor que ella y estaba casi paralítico debido a una artritis deformante. Este ofreció a la joven la posibilidad de elegir entre casarse sin dote o proporcionarle él mismo una dote para que entrase en un convento. Parece que ante la propuesta, Françoise habría dicho que «es mejor casarse con él que terminar en un convento».
Se casó con él el 4 de abril de 1652. El matrimonio duró ocho años, durante los cuales Madame Scarron, faute de mieux, se convirtió en la animadora del salón literario y mundano inaugurado por su marido y al que asistían intelectuales de la época, entre ellos Jean Racine y Madame de Sévigné. Scarron le enseñó todo — y ella por su parte supo tejer una sólida red de relaciones, en la que entraba Athénaïs de Montespan, por ejemplo, que sería favorita entre 1667 y 1679 de Luis XIV, al que dio siete hijos.
En 1660, con 25 años, Françoise d'Aubigné quedó viuda, sin hijos. A pesar de haberle proporcionado una gran cultura, Scarron la dejó en cambio sin un céntimo. Pero durante su matrimonio Madame Scarron había capitalizado el arte de seducir y agradar, así como una red social importante, que dieron lugar a que Ana de Austria, esposa de Luis XIII y madre de Luis XIV, solicitada por amigos comunes, concediese a la viuda de Scarron una pequeña pensión. A la muerte de la reina madre, Madame de Montespan, a pesar de no ser todavía la favorita del rey, hizo confirmar su renta —las dos mujeres se habían reunido en casa del Mariscal de Albret—. Por fin, Madame de Montespan la convirtió en la institutriz de sus bastardos reales (Luis Augusto, Luis Alejandro), debido al hecho de que sabía divertirla y era discreta, pero sobre todo porque Françoise sabía que servir al rey suponía siempre una ganancia.

Institutriz

En 1667 Madame Scarron aceptó el puesto de institutriz de los hijos ilegítimos del rey y de Madame de Montespan, prefiriendo este puesto al de dama de compañía de la Reina de Portugal, pues así podría permanecer en Versalles, a la sombra de la favorita del rey. Al final se estableció en Vaugirard, y allí vio por primera vez al rey, que había ido a ver a sus hijos.
En 1673, una vez legitimados los dos primeros hijos de Montespan, Madame Scarron se trasladó a Versalles con los niños. Al mismo tiempo que se alejaba de la amante oficial, Luis XIV se dejaba cautivar por el encanto de la gobernanta, dulce y siempre dispuesta tanto como la otra era una belleza egoísta y colérica.

«Marquesa de Maintenon»

Según el diario del rey, la relación entre ambos empezó en 1675:

... il ya quelques jours, un gentilhomme de gris vêtu, peut-être un prince errant incognito entreprit durant la nuit une nymphe égarée dans le parc de Saint-Germain. Il savoit le nom de cette nymphe qu'elle étoit belle, bonne, pleine d'esprit mais sage. La nymphe cependant se laissa faire et ne lui refusa aucune faveur. Cette nymphe ressemblait à s'y méprendre à Mme Sc. ; et je crois deviner qui étoit le prince vêtu de gris. Ce prince est comme moi, il déteste les femmes légères, il honnit les prudes, il aime les sages.
Hace unos días un gentilhombre vestido de gris, tal vez un príncipe de incógnito, se topó por la noche con una ninfa que se había perdido en el parque de Saint-Germain. Él sabía el nombre de la ninfa, y sabía que era hermosa, buena, llena de espíritu, pero sabia. Sin embargo, la ninfa se dejó hacer y no le negó ningún favor. Ella era sorprendentemente parecida a la Sra. de Sc., y creo saber quién era el príncipe vestido de gris. Este príncipe es como yo, detesta a las mujeres ligeras, piensa mal de las que fingen modestia, ama a las mujeres sabias.

Por lo demás, ese mismo año —no se sabe si antes o después del encuentro con la «ninfa»— el rey había donado a Madame Scarron una suma importante para que esta pudiera comprar unas tierras de las que tomar el nombre. Ella eligió la propiedad de Maintenon, y el rey la proclamó Madame de Maintenon (señora de Maintenon), es más, marquesa de Maintenon, borrando de esta manera completamente el nombre del viejo poeta Scarron.

Ella cumplió tan bien su tarea que el rey le dio en 1680 el puesto de camarera de María Ana Cristina de Baviera, la esposa de Luis, el Gran Delfín de Francia (1661-1711).

Matrimonio con el Rey Sol.

Poco a poco Madame de Montespan había ido cayendo en desgracia, por lo que cuando murió la reina María Teresa, en 1683, el Rey decidió sancionar la relación de hecho establecida con Madame de Maintenon, como verdaderos «padres» de los niños de Madame de Maintenon, y se unieron en matrimonio morganático en una ceremonia secreta la noche del 9 al 10 de octubre (el matrimonio morganático se daba antiguamente entre personas de diferente estatus social —una noble y la otra no, en general— cada uno de ellos mantenía su estatus originario en la sociedad y los niños nacidos de este tipo de matrimonio no eran bastardos, pero tampoco legítimos).

El matrimonio siguió siendo secreto, pero después de un tiempo la corte empezó a murmurar: Ezequiel Spanheim, embajador de Brandeburgo escribía:

... Esta relación [entre el rey y la marquesa], que ha sido durante mucho tiempo atribuida únicamente a la consideración del rey y al espíritu y carácter agradables de la dama, se mostró entonces tan profunda e íntima que se propagó la voz de que el rey se había casado en secreto (...). Esta idea, que al principio fue considerada un mero chisme para ridiculizar dicho vínculo especial del Rey, empezó más tarde a parecer a muchos razonable, aunque nadie se atrevía a hablar de ello explícitamente. Los que están convencidos atribuyen tal relación a ciertas inclinaciones devotas del rey, a su deseo de mortificación de los sentidos y de penitencia por sus amores pecaminosos, y también al comportamiento particular de la dama, que primero logró conquistar plenamente la amistad y la confianza de Su Majestad y, a continuación, a inducirlo —por miedo a recaer en debilidades pasadas, o incluso considerando los daños que éstas le habían acarreado— a ser no sólo su confidente, sino también (si las habladurías son ciertas) la esposa legítima.
Se la atribuyó una gran influencia sobre el rey y la corte, que perdieron fastuosidad al ser ella toda rigor y austeridad. Se dijo que esta influencia fue la causa de la revocación del Edicto de Nantes en 1685 el cual, provocando el éxodo masivo de los protestantes y su capital, tuvo por efecto la ruina de las finanzas y la economía francesas y el desencadenamiento de la Guerra de Sucesión Española en 1701.
A pesar de haber sido acusada de ser la causa de todos los males, y de haber impuesto sin duda a la corte un clima de mayor devoción y rigor, los historiadores todavía se preguntan acerca de su verdadero papel y del peso de su influencia sobre el rey.
Memoriosa de sus propias privaciones juveniles, en 1686 fundó en Saint-Cyr (renombrado por ello, más tarde, Saint-Cyr-l'École), la Maison royale de Saint-Louis, un colegio femenino en el que niñas nobles pero pobres eran educadas con vistas al matrimonio y su futuro en el mundo, que así cultivadas y no ignorantes les sería más venturoso. Con la Revolución, el colegio fue transformado brevemente en una escuela para hijos de oficiales (1790-1793), después en un hospital militar (hasta 1808), hasta que por fin se convirtió en la Escuela Militar Especial de Saint-Cyr.
Durante los últimos 30 años de su vida, Madame de Maintenon se consagró a la institución que había creado y a la salvación de las almas, especialmente la del rey. Tres días antes de la muerte del soberano, en 1715, se retiró a Saint-Cyr, donde permaneció hasta su muerte en 1719.

Epitafio.

Ya muy mayor, dictó ella misma un brillante epitafio de su vida, a modo de estandarte triunfal sobre los chismes y la envidia ajenos:

Selon la longue expérience que j'ai accumulée maintenant que j'ai dépassé les 80 printemps, j'ai pu constater que la Vérité n'existe qu'en Dieu et que le reste n'est qu'une question de point de vue.
A lo largo de la experiencia que he acumulado —ya he superado las 80 primaveras—, he podido comprobar que la verdad existe solo en Dios, y el resto es solo una cuestión de puntos de vista.


  
 DECADENCIA DE FRANCIA.


  
 Tablero global

El fracaso de Francia: una culpa colectiva.



 

El intento de Bayrou de alertar a los franceses de la gravedad de la situación tiene valor. Pero el primer ministro no está en condiciones de ganar su apuesta.

20 julio 2025 

En el cálido verano de 1976, el flamante primer ministro de Valéry Giscard d'Estaing, Raymond Barre, en una solemne declaración televisada, afirmó:

 «Hemos de entender que la principal razón de nuestras dificultades económicas radica en una sola fórmula: Francia vive por encima de sus medios».

Casi 50 años después, el primer ministro François Bayrou lo ha vuelto a decir... pero en un contexto infinitamente más difícil. En 1976, el conjunto de la deuda de las administraciones públicas era de apenas el 15% del PIB; hoy es del 115%. 

En 1976, el presupuesto del Estado tenía un déficit de menos del 1%; hoy es el 6,1%.

El carácter preocupante, por no decir inquietante, de la economía francesa no es ningún descubrimiento. Desde hace más de 20 años, la capacidad de crecimiento mengua, las necesidades de financiación del Estado, de la Seguridad Social y de las colectividades territoriales aumentan. Con una presión fiscal casi al 46% del PIB y un gasto público del 57% del PIB, Francia no tiene ningún margen de maniobra. Nos parecemos a un enfermo obeso a quien ya se le hace difícil moverse. Para entender mejor lo que nos pasa a nosotros, los franceses, pensemos en una familia que, ingresando 4.000 euros al mes, gastara 5.500... ¡y esto desde hace más de 40 años!

Hasta ahora nos han protegido el euro, el enorme patrimonio francés y la no menos extraordinaria capacidad de recaudación del Estado. Sin embargo, estas protecciones se están evaporando. No basta con subir los impuestos. Ya en 2015, el entonces ministro de Hacienda, Pierre Moscovici, alertaba sobre el hartazgo fiscal de los ciudadanos.

El plan presentado el martes 15 de julio por François Bayrou no es el Presupuesto de 2026, sino el marco en el cual habrá que elaborar estas cuentas del Estado. Quizá lo más llamativo no sean los anuncios -habrá que ver qué queda después del debate parlamentario- sino el método y el intento de alertar a los franceses sobre la gravedad de la situación. En eso merece destacarse el valor de Bayrou, quien, desde hace dos décadas, ha hecho del endeudamiento excesivo uno de sus ejes del debate político.

Sin embargo, François Bayrou no está en condiciones de ganar su apuesta. La primera gran contradicción con la cual tiene que lidiar es su alineamiento con Emmanuel Macron desde 2017. Macron fue presentado como la esperanza del resurgir francés -¡su partido tiene la osadía de llamarse Renacimiento!-. El balance económico y financiero no puede ser más negativo. ¡La deuda ha aumentado en más de 600 mil millones de euros! El déficit del Estado ha pasado del 2,9% al 6,1%. El paro apenas ha bajado. La desindustrialización ha seguido a marchas forzadas: hoy en día la producción industrial representa el 11% del PIB.

La culpa de esta situación es una culpa colectiva. Francia -ya tuve ocasión de escribirlo en este diario- es el país enfermo de Europa. Nuestro natural sentimiento de superioridad ha conducido a las élites francesas a minimizar nuestras dificultades y a mirar con desprecio a los países mediterráneos como Italia y España. Por otra parte, nuestras élites políticas salen todas del mismo molde: la Administración pública.

 Tienen los mismos reflejos intelectuales. Lamentan el estado de parálisis del país y culpan a la opinión pública de la imposibilidad de las reformas. En 2023, cuando se reformó el sistema de pensiones de 2023, se escribió que Francia era uno de los países cuya edad de jubilación (62 años, pasando progresivamente a 64) era de las más bajas. Pero nadie añadía que no hay pensión completa sin los 42 años de cotización... lo que convierte al sistema francés en el más exigente en cuanto a duración de la vida laboral.

En 1995, Jacques Chirac ganó las elecciones presidenciales denunciando la fractura social... y no hizo nada. En 2012, François Hollande acusó a los bancos -estábamos en plena resaca de las crisis de las subprime- de ser el factor de nuestras dificultades... e hizo una política favorable a las inversiones, política que acentuó Macron (de ahí su apodo de «presidente de los ricos»). El cambio de una política keynesiana de apoyo al consumo (lo que fue el patrón de todas nuestras políticas económicas desde 1981) a una política de oferta (apoyo a la producción) no ha mejorado la situación del país.

La crisis francesa es, pues, una crisis intelectual y moral; de ahí la desorientación política de los ciudadanos. En las legislativas de 2024, ganaron los que rechazaban la política de Macron: la izquierda del Nuevo Frente Popular y la Agrupación Nacional. La mayoría presidencial mermó de 270 diputados a 170. La izquierda y la extrema derecha francesa comparten, si no el mismo ideario político, sí el mismo imaginario económico.

 Siguen creyendo en la fuerza del Estado y en la viabilidad del modelo social. En cuanto al «bloque central», sufre la contradicción entre su discurso de imperativo de reformas y la ausencia de resultados que mejoren de verdad la situación. Ese es el problema francés. Es un nudo imposible de deshacer en las condiciones actuales.

Es muy probable que el Gobierno de Bayrou sea censurado este otoño. Todas las oposiciones tienen interés en triturar y exprimir la debilidad política del macronismo agonizante. También existe la posibilidad de un acuerdo de mínimos sobre un plan de reajuste algo menos impresionante... pero que quedará en nada.

El otro gran problema francés es nuestra pérdida de fe en el futuro. Si desde 1976 se nos habla de recuperación, ¿cómo creer que pueda llegar? ¡La estamos esperando desde hace 50 años!

Los franceses aborrecen la palabra «rigor». Utilizada en 1983 para justificar el cambio de política económica del presidente Mitterrand, se ha convertido en una palabra tabú. Y no tenemos ninguna idea de lo que es el rigor de verdad. Pero sí tenemos la experiencia de la degradación continua de nuestra situación colectiva. 

Por tomar un ejemplo corporativo, el sueldo de los funcionarios franceses ha aumentado desde 2011 un total de 6,4%, mientras la inflación en el periodo ha sido del 22,6%. 

Pues bien, ¿ha servido esta «austeridad» salarial para mejorar las cuentas públicas? En absoluto. Aquí radica el problema francés.

Somos un país paralizado por la falta de coraje de una clase política que agita los temas ideológicos en vez de intentar ser factor de buen gobierno. A Francia le faltan esperanza y porvenir. Y no es una buena noticia.

Benoît Pellistrandi es historiador e hispanista francés, autor de El laberinto catalán (Arzalia, 2019)

Nota.

François Bayrou (Bordères, Nueva Aquitania; 25 de mayo de 1951) es un político francés, primer ministro del país desde el 13 de diciembre de 2024 al 9 de septiembre de 2025, siendo presidente de la República Emmanuel Macron. Anteriormente, entre 1993 y 1997, había sido fue ministro de educación.

  
Mundo | UNA CRISIS MULTIDIMENSIONAL

Francia y un modelo que agoniza

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La decadencia del país se expresa en la inestabilidad política y económica, y en la rebelión de algunas de sus excolonias en África. Pese a eso, el presidente Macron busca retener el poder a como dé lugar.

27 de enero de 2025

Telma Luzzani

El tembladeral político es elocuente: en apenas un año (2024), el Gobierno francés designó cuatro primeros ministros. Elisabeth Borne, Gabriel Attal, Michel Barnier y Francois Bayrou (el actual) conforman la lista. Es que el presidente Emmanuel Macron, más allá de lo que le dicen las urnas, busca mantenerse en el poder a como dé lugar.

Esta inconsistencia política agrava la situación económica. Según la Deutsche Welle –que cita a varias consultoras privadas francesas–, en 2024 han quebrado más de 66.000 empresas, 20% más que en 2023, y una cifra superior a la registrada durante la crisis de las hipotecas de alto riesgo en 2008. Son pymes, comercios minoristas y empresas muy pequeñas sobre todo en el área de la construcción.

A esto se suma un hecho histórico que, tal vez, sea la señal más clara de la decadencia francesa y de la reconfiguración del poder en África Occidental. Se trata de la «rebelión» de varias de sus excolonias. Niger, Mali y Burkina Faso –la Alianza de Estados del Sahel–, por ejemplo, concretaron el retiro de las tropas francesas de sus territorios, algo que, sin dudas, marca el fin de una era. 

Costa de Marfil es otro de los países que ha dado un paso importante con el objetivo de expulsar al ejército francés de su territorio. En su discurso de fin de año, el presidente marfileño, Alassane Outtara, anunció que desde enero 2025 y en «forma concertada», Costa de Marfil recuperará la soberanía de la base militar de Port-Bouët, hasta ahora centro logístico de las operaciones armadas francesas en la región. 

Tanto la expulsión de las bases militares en África como el replanteo de varios países en relación con los acuerdos de defensa preexistentes y a la cooperación militar reflejan, sin dudas, la pérdida de influencia de Francia en ese continente. Yibuti, en el estratégico paso de comercio internacional entre el Mar Rojo y el Golfo de Adén, continúa siendo el centro del sistema militar francés en África, al igual que Gabón, que siguen albergando fuerzas militares francesas. 

En cambio, Senegal y Chad, dos puntos estratégicos para Francia, han dado un fuerte giro soberanista. En diciembre de 2024, el presidente senegalés, Bassirou Diomaye Faye, anunció el cierre de las bases francesas, y subrayó el rumbo ideológico de su país con dos preguntas: «¿Por qué debería haber soldados franceses en Senegal? ¿Qué país puede reivindicar su independencia si tiene soldados extranjeros en su suelo?». Faye, quien tiene excelentes relaciones con el presidente ruso Vladimir Putin, ha explicitado su interés en abrirse a nuevos socios como China y Rusia.

Chad, por su parte, había acordado con Francia el retiro gradual de las tropas estacionadas en la base militar de Yamena, pero el viernes 27 de diciembre sorprendió al Gobierno de Emmanuel Macron con el anuncio de que rescindía el acuerdo de cooperación en seguridad y defensa que data de 2019 y que las fuerzas francesas debían abandonar el país antes del 31 de diciembre.

«Esta decisión, tomada tras un profundo análisis, marca un punto de inflexión histórico. En efecto, tras 66 años desde la proclamación de la República del Chad, es hora de que el Chad afirme su plena soberanía y redefina sus asociaciones estratégicas en función de las prioridades nacionales», reza el comunicado de Cancillería. 

En picada.

Las elecciones legislativas en Europa de junio de 2024 dejaron un mensaje inconfundible: un tercio del electorado francés votó al partido ultraderechista Reagrupación Nacional, liderado por Marine Le Pen y apenas el 15% al oficialismo. La impopularidad del presidente Macron se hizo tan ostensible que el mandatario se vio obligado a tomar medidas internas y decidió disolver la Asamblea Nacional y llamar a elecciones adelantadas.

El resultado no fue mejor. Francia, según refleja la actual Asamblea Nacional, está dividida en tres tercios. El primero, nuevamente, fue la extrema derecha de Reagrupación Nacional (33%). El segundo más votado (28%) fue una coalición integrada por cuatro partidos de izquierda armada, entre gallos y medianoche, para esas elecciones. En tercer lugar quedó el oficialismo con el 20%. 

Desde ese momento, la inestabilidad política de Francia empezó a crecer en forma proporcional a los esfuerzos de Macron por mantenerse en el poder. Lejos de lo que indicaron las urnas, el presidente nombró como primer ministro al conservador Michel Barnier, exnegociador europeo del Brexit, votado apenas por el 6% de los franceses.

Barnier fue el premier que menos duró en ese cargo desde que existe la V República y el segundo expulsado por una moción de censura desde que, en 1962, el gaullista Georges Pompidou fuera impugnado por la oposición comunista y socialista de aquel momento. La moción de censura contra Barnier fue presentada por la izquierda del Nuevo Frente Popular y aprobada en diciembre pasado por la mayoría absoluta de los legisladores, incluyendo los de la externa derecha.

En el caso de 1962, con Pompidou, el entonces presidente Charles de Gaulle llamó a elecciones adelantadas y obtuvo una victoria contundente. Macron no puede hacerlo dado que, según la Constitución francesa, se puede disolver la Asamblea Nacional y anticipar los comicios solo una vez al año y ya los hizo en junio pasado.

Continuismo.

Las maniobras de Macron para reemplazar a Barnier no fueron menos patéticas. El líder del partido centrista «Movimiento Democrático» (MoDem) y exalcalde de Pou, François Bayrou, logró imponerse como premier contra el deseo político del presidente. La debilidad de Macron ha llegado a extremos graves para la V República. Según el diario francés Le Monde, el presidente nombró primer ministro al líder de MoDem bajo amenaza. «Es así de simple: si usted no me nombra primer ministro voy a retirar a mis hombres de la coalición», le dijo Bayrou a Macron.

«Soy consciente del Himalaya que tenemos ante nosotros», dijo el flamante premier días después, al asumir en Matignon, tras aludir a la compleja situación financiera de Francia, que cerrará este año con un déficit público de más del 6%. 

Bayrou logró formar gabinete antes de Navidad, como se había propuesto. Sin embargo, la parálisis política y las tensiones internas no se esfumaron. Según refleja la prensa, las expectativas de un Gobierno largo y estable son inexistentes. 

«El equipo de Bayrou tiene un perímetro idéntico al formado por su predecesor, Michel Barnier. No ha conseguido cambiar las líneas de la división política resultante de las elecciones legislativas de junio/julio y se encuentra en una situación tan incómoda como la de su predecesor. Como las mismas causas pueden producir los mismos efectos, el nuevo primer ministro no es inmune a una moción de censura», sentencia el editorial de Le Monde del pasado 25 de diciembre.

Francia Insumisa, el partido de Jean-Luc Melenchon que representa el partido del Nuevo Frente Popular por su mayor número de diputados, anunció que va a presentar también una moción de censura contra Bayrou. No se sabe si, como sucedió con Barnier, lo acompañará el Partido Socialista, pero la ultraderecha ya hizo saber su disconformidad con el nuevo gabinete. 

Jordan Bardella, el joven delfín de Marine Le Pen, atacó en su cuenta X: «François Bayrou ha montado una coalición del fracaso. En 2025, más que nunca, Reagrupación Nacional estará para defender y proteger a nuestros compatriotas, mientras esperamos el relevo».

El 14 de enero, Bayrou dará a conocer los lineamientos de su política y ahí se sabrá con qué apoyo cuenta. No obstante, esto parece ser apenas una circunstancia más en el marco de un modelo que agoniza. La estabilidad de Francia y la figura presidencial penden de un hilo.


  
La nostalgia 'versus' la mirada al futuro.

Francia, frente a su espejo geopolítico: la búsqueda interminable de la 'grandeur' perdida

Casi ocho de cada 10 franceses creen que su país está en decadencia. ¿De dónde viene el sentimiento de que Francia ha perdido su grandeza? ¿Qué relato ganará en las elecciones?

Por Álvaro F. Cruz

17/02/2022

¿Está Francia en decadencia?

 Los franceses parece que lo tienen claro. Un 75% piensa que el país está en declive, y un tercio de estos cree, además, que es irreversible. También un 72% asegura que su vida se inspira cada vez más en los valores del pasado. No es una cuestión puntual. Los datos se repiten, con ligeras variaciones, desde hace una década, cuando la encuestadora IPSOS comenzó a formular esta cuestión en su informe 'Fractures françaises', cuya última oleada es de agosto de 2021.

 La otrora orgullosa potencia gala se mira hoy obsesivamente frente al espejo geopolítico y no le convence lo que ve. Todos los candidatos con opciones de destronar a Emmanuel Macron en las próximas elecciones presidenciales de abril —desde los ultraderechistas Marine Le Pen y Éric Zemmour al candidato de extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, pasando por la conservadora Valérie Pécresse, cada vez más escorada para rascar votos a su derecha— se han hecho eco de este sentimiento en sus discursos, como hiciera hace no tanto el propio presidente.

 "Escucho a algunas personas que piensan que nuestro país está en decadencia, que lo peor está por llegar, que nuestra civilización se está desvaneciendo", avisaba en 2016 el entonces aspirante Macron, quien lanzó su candidatura con un discurso que apelaba al malestar y pesimismo que ya recorría la sociedad francesa.

Macron quería ser la respuesta a la pérdida de la épica ‘grandeur’ (grandeza) que un día iluminó (a ojos de los franceses) el mundo entero, sin dejar de reconocer los problemas que enfrenta el país.

"Hoy en día, Francia se ha apartado de la senda del progreso, se ha instalado la duda", sentenciaba.

 Así, desde su llegada al Elíseo, el mandatario trató de revertir esa percepción ciudadana con un estilo diplomático hiperactivo y una discurso frontal. Macron ha tratado de recuperar el músculo de París en la escena internacional, pero los resultados están lejos de acompañarle. Macron se embarcó en una misión personal para salvar el Líbano de sí mismo, fracasando estrepitosamente en el intento; trató de reconducir la crisis en Malí y ha acabado retirando las tropas, y bajo su guardia Francia perdió un contrato millonario de venta de submarinos después de que EEUU, Reino Unido y Australia pactaran a sus espaldas el acuerdo de defensa Aukus, que deja a París en una posición marginal en el Indopacífico y ha llevado las relaciones con EEUU a su punto más bajo en décadas. El país, lamentan algunos, ni siquiera ha logrado producir una vacuna tras el intento fallido de la farmacéutica Sanofi.

Le Grand Continent

Pese a los reveses, Macron no ha dejado de intentar recuperar para su país una posición de preeminencia y firmeza. Lo hemos visto enzarzarse en una reyerta dialéctica y diplomática con Reino Unido por la migración y unas cuotas de pesca simbólicas en el canal de la Mancha; ser el primer líder occidental en reunirse con Vladímir Putin para desescalar la crisis entre Rusia y Ucrania tras haber declarado antes, sin miramientos, la “muerte cerebral” de la OTAN. Si el pueblo francés quiere volver a sentirse dueño de su destino y recuperar la voz global que creen que les corresponde por una especie de derecho histórico, el quinquenio de Macron demuestra que no es tarea sencilla.

A vueltas con la grandeza

Comencemos por tratar de entender qué es la ‘grandeur’ y de dónde viene. “¡De Charles de Gaulle! Y del amor por la historia”, exclama sin dudar Michel Duclos, antiguo embajador francés en Bruselas, Siria y ante la ONU, al ser preguntado por el origen del concepto. 

“Los franceses tienen una pasión por su pasado mucho más grande que los españoles”, continúa en conversación con El Confidencial. El general De Gaulle nunca llegó a desarrollar el término de manera muy precisa, pero una definición de emergencia podría ser la capacidad de Francia de actuar a la altura que exige su Historia en mayúsculas. Y como dejó escrito en sus memorias, “Francia no puede ser Francia sin su ‘grandeur”.

Duclos, quien acaba de publicar ‘La France dans le bouleversement du monde’ (‘Francia ante la convulsión del mundo’, Éditions de l’Observatoire), explica las dificultades para poner en palabras esta autopercepción de grandeza porque es algo que la gente entendía y entiende de forma instintiva. No obstante, lo intenta en su libro: “La ‘grandeur’ es el reencuentro de la autoestima y el respeto de los demás”. Cuando se pregunta a los franceses por qué palabras o impresiones se les pasan por la mente al pensar en la política exterior de Francia, la dichosa ‘grandeur’ apenas aparece diminuta en un gráfico de nube de palabras donde predominan respuestas como ‘bien’, ‘escasa’, ‘excesiva’, ‘Francia’ y ‘nada’, según una encuesta de Harris Interactive de diciembre. Siguiendo la lógica gaullista, apenas un 21% de los encuestados cree que Francia ha estado a la altura en la crisis de Ucrania, según el mismo sondeo.

¿Y cuándo se perdió este ‘appeal’ histórico y geopolítico? Para el historiador y director del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, Thomas Gomart, el último gran periodo de esplendor internacional de Francia acabó en 1991, con la implosión del campo soviético y el fin —oficial— de la Guerra Fría. Hasta entonces, París logró conservar una cierta independencia y “margen de maniobra dentro del sistema de alianzas de la posguerra, ya fuera en la OTAN o en el proceso de integración europeo”, apunta el experto. Francia se convirtió en un verso libre en la Europa de posguerra. Esa independencia diplomática vino a sustituir, durante un tiempo, el estatus imperial perdido con la descolonización que culminó con la independencia de Argelia en 1962. Pero tras la caída del muro de Berlín, Francia se fue alineando progresiva y definitivamente con Europa y la globalización liderada por Estados Unidos.

 La que fuera potencia colonial primero y nuclear después quedó relegada en el 'ranking' de potencias globales y su personalidad geopolítica difuminada por el filtro de la Unión Europea. “Creo que este ciclo se ha cerrado con la crisis del coronavirus”, afirma Gomart, en relación a las turbulencias geopolíticas que ha vivido Francia en los últimos meses.

Un pie en el mundo de ayer, otro en el de mañana

Hoy, Francia conserva los vestigios de su 'grandeur' en forma de asiento permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el sexto PIB más alto del mundo y el octavo presupuesto más grande en inversión militar, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri). Para los franceses no es suficiente y consideran que para aumentar el peso de su país en el mundo debería aumentar el gasto en inteligencia (48%), defensa (44%) y en ayuda al desarrollo (40%). 

El cambio de contexto histórico no fue el único elemento en la ecuación. A comienzos del siglo XX, Francia y los aliados europeos representaban el 25% de la población mundial, un porcentaje que ya está por debajo del 10% y continuará cayendo en las próximas décadas. Este descenso provoca “un fenómeno mecánico de repliegue”, que no es lo mismo que un declive, "una noción muy connotada políticamente", en opinión de Gomart.

“El sistema mundial se ha vuelto más denso y supera con creces la capacidad de adaptación de un país como Francia, e incluso de toda la UE. Francia y Europa necesitan desarrollar una gran estrategia que intente pensar más allá de los mandatos electorales. En política exterior, hay que trabajar con la mirada puesta en 2050", explica Gomart. 

Así, las acciones diplomáticas de Macron no representan una búsqueda de la 'grandeur' perdida, cree Gomart, sino parte de una estrategia europea para operar en el mundo de hoy y, sobre todo, en el de mañana. El presidente Macron ha llegado a la conclusión de que el modelo europeo no tiene que ser exportado, sino defendido, y busca movilizar al resto de sus socios de la Unión Europea hacia un plan de autonomía estratégica y de defensa. Algo que podría jugar en su contra en los comicios de abril, pese a que el líder francés ha optado por hacer de la presidencia francesa del Consejo de la UE un arma electoral más.

Nostalgia o futuro por escribir, pero siempre 'grandeur'

"Hay fuerzas políticas que sí están muy claramente en esta lógica de la 'grandeur' perdida. Zemmour está obsesionado con el pasado. Le importa mucho más que el coronavirus", apunta el experto, que también menciona a Le Pen y Mélenchon.

 Y no les van a faltar argumentos. Macron acaba de anunciar la salida de las tropas francesas de Malí tras nueve años de operación antiterrorista, una amenaza que la mitad de los franceses cree que debería ser la prioridad de la política exterior del país. La abrupta retirada llega tras las desavenencias con la Junta Militar que gobierna desde el golpe de Estado del pasado mes de mayo y pone fin a un despliegue por el que pasaron hasta 25.000 efectivos y que se cobró la vida de 53 soldados. Se van en un momento crítico. Solo en el último año, el número de ataques yihadistas en la región ha aumentado un 70% y está en máximos, según datos del Africa Center for Strategic Studies, del Departamento de Defensa de EEUU.

Hace seis años, ya instalado en el Elíseo, Macron dedicó su primera alocución frente a las Cortes reunidas en Versalles a trazar su plan para recuperar la autoestima del país:

 "Devolveremos a toda la nación el sentimiento de recuperar el control de su destino, el orgullo de retomar el hilo de su historia", aseguró en su intervención de más de hora y media.

 “Francia ha pasado por suficientes dificultades y ha conocido suficientes 'grandeurs' como para no ser un pueblo infantil adormecido. Cada francés tiene su parte de responsabilidad y su papel en la conquista que se avecina”, aseguró entonces. 

Los tropiezos geopolíticos del presidente son, a juicio de exembajador Duclos, "el precio de la ambición": allí donde pasan las cosas debe estar Francia, y si no lo consigue "es que no importa"

Por eso tiene Macron su mira puesta en el Indopacífico, a miles de kilómetros de distancia de París, concluye Duclos. Los sondeos electorales dan casi por seguro que Macron llegará a la segunda vuelta de las elecciones, prevista para el próximo 19 de abril. 

Es muy probable que el rival al que se enfrente apueste por una mirada nostálgica al pasado francés. Donde unos buscan la 'grandeur' en las páginas de los libros de historia, el presidente quiere reencontrarse con ella a la vuelta de cada esquina. Está por ver qué prefieren los franceses en las urnas.



  

El declive y la caída de la lengua francesa?

Por Gary Girod, 24/08/2011


  
En los siglos XVIII, XIX, y la primera mitad del siglo XX, fue dominado por el idioma francés.  Desde la segunda mitad del siglo XX, el idioma inglés, se convirtió idioma dominante. 

Desde hace tiempo es indiscutible que el inglés se está convirtiendo en la «lengua universal». A medida que el número de lenguas vivas ha disminuido constantemente, el uso del inglés se ha expandido por todos los continentes. Y aunque el inglés no ha aniquilado a todas las demás lenguas —contrariamente a las predicciones— (el alemán, el ruso y el español, por citar los principales ejemplos, siguen siendo fuertes), una lengua sí parece estar sufriendo el colapso catastrófico que se pronosticaba. Puede que el inglés aún no haya conquistado el mundo, pero el francés sin duda lo ha perdido.

Las razones del declive del francés son muchas, entre ellas la geografía. Las regiones francófonas están muy dispersas: pensemos, por ejemplo, en Francia, Vietnam, Quebec y Guadalupe. Muchas de estas regiones carecen de conexiones directas con otros países francófonos. Como resultado, muchos de sus habitantes optan por abandonar el francés y hablar lenguas más útiles dentro de la región. En cambio, los hablantes de alemán, ruso y español se concentran en numerosos países vecinos, apoyándose mutuamente.

El francés ha sufrido un notable deterioro en África durante las últimas décadas. En el norte de África, ha tenido que competir con el árabe, lengua a la que los árabes se aferran ahora con el mismo orgullo con el que los franceses se aferraron tradicionalmente al francés. Al sur del Sahara, países que antes contaban con grandes poblaciones francófonas están adoptando el inglés debido a su relevancia en el sur de África y a nivel internacional.

En Argelia, tras la guerra de Argelia, el francés fue prácticamente erradicado. Su declive ha continuado, incluyendo el reciente cierre de escuelas francesas, a medida que el árabe y el inglés se convierten en los idiomas estándar.

De forma aún más drástica, en Zaire, en 1997, impulsado por el sentimiento antifrancés, el francés fue sustituido por lenguas autóctonas. Y en la vecina Ruanda, el presidente ha promovido el abandono del francés en favor del inglés. Es dudoso que algún africano siga hablando francés dentro de unas décadas.

El inglés, por su parte, se está convirtiendo en la lengua occidental más importante en África, reemplazando tanto al francés como al portugués. Una variante del inglés es la lengua mayoritaria de Sierra Leona y sigue siendo importante en Sudáfrica, así como en Nigeria y otros países más pequeños.

Las antiguas colonias francófonas fuera de África han mostrado hostilidad hacia el idioma francés. El francés se ha deteriorado aún más rápidamente en Asia que en África, debido al aislamiento de las poblaciones francófonas. En Vietnam, los estudiantes han protestado por tener que aprender francés, insistiendo en la necesidad de aprender inglés. Y en Oriente Medio, los libaneses han estado dejando de usar el francés en favor del inglés.

El francés también ha experimentado un drástico descenso en Norteamérica. En Estados Unidos, entre 1990 y 1995, las solicitudes de ingreso a universidades para estudiar francés disminuyeron un veinticuatro por ciento. En Canadá, el número de estudiantes franceses matriculados en clases de inglés está aumentando rápidamente, mientras que el porcentaje total de francófonos en todo el país está disminuyendo.

En toda Europa, el francés ha ido perdiendo terreno paulatinamente, pasando de ser la lengua franca a quedar por detrás del alemán y el inglés. El 41% de los europeos habla inglés, mientras que solo el 19% habla francés. El inglés es ahora la lengua de los negocios en Europa, un hecho que incluso la embajadora francesa para la inversión internacional, Clara Gaymard, se vio obligada a reconocer . Y el francés se ha quedado tan rezagado en Europa del Este, en particular, que es la tercera lengua más estudiada, después del inglés y el español.

Si bien el francés fue en su día la lengua de la cultura, ha perdido protagonismo en la escena internacional. Quizás el ejemplo más simbólico de esto se dio en 2008, cuando Sebastian Tiller, el representante francés en Eurovisión, planeó cantar «Divine» casi exclusivamente en inglés. Que el cantante francés no optara por representar internacionalmente la lengua de su país, celosamente custodiada, sorprendió a muchos. Este declive cultural se reflejó cuando la Ópera Metropolitana de Nueva York decidió rechazar el libreto del cantante de musicales Rufus Wainwright (criado en Canadá), porque este optó por no traducir su ópera al inglés.

El declive catastrófico del francés parece irreversible, incluso para los franceses. En 2008, el presupuesto de la Francofonía, el organismo rector de la lengua francesa, era de seis millones de euros; en contraste, el British Council anunció que invertiría 150 millones de euros en iniciativas para promover el inglés.

En cualquier modelo darwiniano, una característica puede volverse prominente o desaparecer. El uso del francés se ha extendido globalmente, y la cultura francesa carece de relevancia histórica en muchas de sus colonias. Estas no son las características que aumentan las probabilidades de supervivencia de una lengua.



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