—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

viernes, 25 de mayo de 2012

115.-Príncipe de Gerona.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 



Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Es uno de los títulos que ostenta el heredero  al trono de España, procedente de los títulos del sucesor a trono de la Corona de Aragón, junto con los de duque de Montblanc, conde de Cervera y señor de Balaguer.

El título en la Corona de Aragón
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

El título de príncipe de Gerona proviene de la Corona de Aragón, concretamente de un diploma fechado el 21 de enero de 1351, en que el rey Pedro IV de Aragón otorgó a su heredero Juan el título de duque de Gerona, el cual abarcaba territorios de los condados de Gerona, Besalú, Ampurias y Osona. 
En febrero de 1414 el rey Fernando I de Antequera invistió a su primogénito, el futuro Alfonso V de Aragón como príncipe de Gerona, rescatando de nuevo la idea de otorgar al príncipe de un título que lo situara por encima de la nobleza, y considerando que el título de duque era insuficiente, lo enalteció erigiendo el principado de Gerona, equiparando su rango al principado de Asturias. 
Sin embargo, este acto no iba acompañado aún con la creación jurídica del principado, lo que se produjo el 19 de febrero de 1416, debido a las negociaciones con la ciudad de Gerona, ya que suponía salir del dominio del rey. Alfonso fue así el primer príncipe de Gerona y el único que asumió el título en una ceremonia oficial celebrada en Zaragoza.
El título de príncipe de Gerona estuvo vinculado a los herederos a la Corona de Aragón y luego a la de España. Desde el tiempo de los Reyes Católicos los herederos de la Corona eran denominados desde su nacimiento como príncipes de Asturias y Gerona, denominación que las Cortes aragonesas dejaban de lado a la hora del juramento, porque este se refería al sucesor al trono y no al título de príncipe en sí mismo.




Primeros duques y Príncipes

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Juan I de Aragón, llamado el Cazador o el Amador de toda gentileza (Perpiñán, 1350 - Torroella de Montgrí (Gerona), 1396), rey de Aragón, Valencia, Mallorca, Cerdeña y Córcega, y conde de Barcelona, Rosellón y Cerdaña (1387-1396). Hijo y sucesor de Pedro IV y de Leonor de Sicilia.

Escudo de Juan el Cazador como Duque de Girona
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Biografía real academia

Juan I de Aragón. Duque de Gerona, conde de Cervera. El Cazador, el Músico, y el Amador de la gentileza. Perpiñán (Francia), 1350 – Foixá (Gerona), 1396. Rey de Aragón, Valencia, Mallorca, Cerdeña y conde de Barcelona (1387-1396).

Hijo de Pedro IV el Ceremonioso y Leonor de Sicilia, desde 1351 ostentó el título de duque de Gerona, especialmente creado para él, al que también se añadió el de conde de Cervera. Tuvo como preceptor a Bernardo de Cabrera. A los dos años, en 1352, fue jurado como primogénito de la Corona, y desde 1363 ejerció como lugarteniente general de los reinos. En 1370, fue prometido a Juana de Valois, hija de Felipe IV de Francia y tía del entonces Monarca reinante en el país vecino, Carlos V el Sabio. Los acuerdos matrimoniales estuvieron a punto de romperse por la acción diplomática de Navarra y Castilla, que no veían bien este posible matrimonio. A pesar de todos los obstáculos, la boda estuvo a punto de celebrarse en Perpiñán en 1371, pero la mala fortuna quiso que la princesa Juana de Valois enfermase gravemente cuando llegó a Beziers, camino de la capital del Rosellón, muriendo el 16 de septiembre junto a su prometido, que la había ido a buscar. Esta muerte le afectó mucho, por lo que vistió de riguroso luto los tres meses que pasó después en Perpiñán.

A principios de 1373, unos nuevos pactos matrimoniales estaban prácticamente concluidos: la elegida era Matha, hija del conde de Armañac. La boda se celebró en la catedral de Barcelona el 28 de abril de aquel mismo año, precisamente en medio de tres terremotos que afectaron a Barcelona el 2 de marzo y el 3 y 23 de mayo. De Matha de Armañac se sabe que fue una mujer discreta, sumisa a su marido y a sus suegros, y que no tuvo suerte con su descendencia. Los tres hijos varones que tuvo, Jaime, Juan y Alfonso, murieron antes de cumplir un mes. De las dos hijas, Juana y Leonor, la primera nació en 1375 y fue la única que sobrevivió a sus padres, casándose con Mateo, conde de Foix, la segunda vivió únicamente unas horas.

Pedro el Ceremonioso, viudo desde 1375 de Leonor de Sicilia, comunicó a los duques de Gerona en 1377 su deseo de contraer nuevo matrimonio, esta vez con su amante Sibila de Fortiá, con la que había tenido una hija. Juan no osó enfrentarse con la madrastra, seguramente moderado por el carácter pacífico de Matha, la cual murió en el palacio de la Aljafería de Zaragoza en 1378, como consecuencia del parto prematuro de su hija Leonor. Juan se instaló en Barcelona y, una vez pasado el tiempo de luto, pudo comprobar cómo cada día era mayor la influencia de Sibilia de Fortiá, que había dado un hijo al Rey, llamado Pedro. Todo ello le decidió a contraer nuevas nupcias a los veintiocho años. Su nuevo matrimonio se convirtió en una verdadera cuestión de estado y motivo de graves enfrentamientos entre el Rey y el duque de Gerona.

Pedro el Ceremonioso ya había destinado como nueva esposa de su heredero a la reina María de Sicilia, su nieta, a la que había que proteger contra las ambiciones de los barones sicilianos, al tiempo que este proyectado enlace suponía el inicio de un plan para incorporar directamente el reino de Sicilia a la rama madre familiar de la casa real de Aragón y condal de Barcelona. En este empeño seguramente coincidieron el Rey y los familiares de Sibila de Fortiá, que querían alejar de la Corte al incómodo heredero de la Corona. Pero junto a la propuesta del Rey, estaba el ofrecimiento del monarca francés, al que interesaba tener como aliado al futuro soberano de la Corona de Aragón. Dos eran las propuestas de la Corte francesa: la primera Violante de Bar, hija de Roberto, duque de Bar, y de María, hermana del rey de Francia, Carlos V el Sabio. Esta oferta matrimonial suponía que Juan se casaría nada menos que con una nieta de un hermano de Juana de Valois, la primera prometida del duque de Gerona, cuya boda no llegó a celebrarse por su muerte en Beziers. La segunda oferta era una sobrina del rey de Francia, hija del señor de Coucy. También llegaron otras propuestas matrimoniales como la que hizo el propio pontífice aviñonés Clemente VII, para casarlo con una sobrina suya, hija del conde de Ginebra. Las inclinaciones francófilas de Juan determinaron la elección de su segunda esposa, en contra de la voluntad paterna que hubiese preferido a María de Sicilia. El 30 de abril de 1379, Juan de Aragón se casó con Violante de Bar, en la catedral de Perpiñán, no asistiendo los Reyes, siendo los personajes de más alto rango que presenciaron la ceremonia el infante Martín y el conde de Ampurias, cuñado del novio. La nueva duquesa de Gerona, de sólo quince años de edad, era de un carácter muy diferente al de su predecesora Matha de Armañac. El papel que desempeñó en la política de la Corona de Aragón fue muy importante, tanto en vida de su marido, como a la muerte de éste. Ejerció siempre una notable influencia sobre su esposo. Violante de Bar era joven, guapa, alegre y estaba acostumbrada a una vida de lujo y refinamientos, en un ambiente festivo y desenfadado, que introdujo en la Corte. Preocupada por las joyas, los perfumes y los vestidos, fue el complemento decisivo para su esposo, amante de la caza, de la poesía, siendo denominado merecidamente “amador de la gentileza”. Pero no fue ajena a las divergencias que se produjeron entre su marido y su padre, el rey Pedro el Ceremonioso, que llegaron a culminar con el enfrentamiento directo con la nueva soberana, la joven ampurdanesa Sibila de Fortiá, que fue coronada reina en 1381 en Zaragoza, acto simbólico del que fueron privadas las tres primeras esposas del Rey, sin la presencia de los hijos del Rey, los infantes Juan y Martín. El enfrentamiento entre Juan y su padre, el Rey, se agravó aún más cuando se negó a prescindir de ciertos personajes que rodeaban a su esposa Violante de Bar, como Constanza de Prócida, esposa de Francisco de Perellós, y Bartolomé Llunes, así como que otros fueron censurados en las Cortes de Monzón de 1383, acusados de malversación, corrupción e incluso de traición. Esta tensa situación familiar se agravó aún más al estallar la rebelión del conde de Ampurias (1384-1388), yerno y primo del Rey y cuñado del duque de Gerona, que pasó de ser una simple protesta en defensa de sus derechos señoriales a una verdadera guerra civil. El primogénito no quiso enfrentarse por las armas con su cuñado, hecho que permitió al Rey dar el mando de las tropas a Bernardo de Fortiá, hermano de la nueva Reina, y así postergar a su hijo. Pero al agravarse la situación al aliarse el conde de Ampurias con el de Armañac y las tropas gasconas de éste se disponían a entrar en Cataluña, el infante don Juan acudió con tropas a la frontera y ahuyentó a los invasores en 1385. Este es el único hecho de armas en que se conoce que participó.

A pesar de esto, la ruptura definitiva con su padre llegó por conflictos con la madrastra Sibila de Fortiá. Pedro el Ceremonioso le llegó a destituir como lugarteniente general incoándole un proceso. Esta destitución fue declarada ilegal por Domingo Cerdán, Justicia de Aragón.

Las fiestas que se celebraron en Barcelona en 1386 para conmemorar el medio siglo de reinado de Pedro el Ceremonioso, no contaron con la presencia del primogénito Juan y del infante Martín. Poco tiempo después, el Rey enfermó y cuando estaba agonizando, la reina Sibila de Fortiá, por temor a las represalias de sus hijastros, abandonó la Corte y se refugió en el castillo de San Martín de Sarroca junto con algunos de sus fieles, en donde el infante Martín los hizo prisioneros. Por orden del nuevo rey, Juan I, dos de los fieles de Sibila de Fortiá, Berenguer de Abella y Bartolomé Llunes fueron ejecutados, mientras que la Reina viuda, no fue condenada gracias a la intervención pontificia, teniendo que renunciar a sus bienes a cambio de una asignación anual.

Uno de los primeros actos de Juan I como Rey fue preocuparse por la política internacional, adaptándola a su manera de ver, muy influenciada por su esposa.

Después de escuchar a una serie de juristas y teólogos reunidos en Barcelona en 1387, puso a sus reinos bajo la obediencia del papa aviñonés Clemente VII, poniendo fin, así, con la indiferencia demostrada por su padre respecto al Papa de Roma o de Aviñón. El mismo año pactó una alianza con Francia, que terminó con la política anglófila llevada a cabo por Pedro el Ceremonioso.

Esta nueva orientación supuso, gracias a la intervención de la Corte pontifica de Aviñón, la reconciliación con los Anjou, condes de Provenza y reyes de Nápoles, que se ratificó en 1392 con el compromiso matrimonial de su hija Violante con Luis II de Nápoles.

También firmó un tratado de paz con Génova en 1390, para asegurar su no intervención en los asuntos de Cerdeña, que se había vuelto a rebelar, y también para facilitar la proyectada expedición de su hermano, el infante Martín, a Sicilia, de la que sería Rey entre 1402 y 1409. A pesar de los pactos con Génova en 1393, hubo una gran tensión con dicha república.

Desde el primer año de su reinado, se preocupó también de las relaciones con los restantes reinos peninsulares.

Estableció una alianza con Juan I de Castilla, cuya época dorada finalizó en 1390 a la muerte del monarca castellano, a causa de los problemas que surgieron durante la minoridad de Enrique III, por el temor de Castilla a una intervención aragonesa por medio del marqués de Villena, el cual fue desde 1394 desposeído progresivamente de sus bienes. En 1388 firmó un tratado con Navarra con la finalidad de delimitar pacíficamente las fronteras entre ambos reinos.

Las relaciones con el reino de Granada fueron bastante tensas en 1390 y especialmente entre 1393 y 1394. A finales de 1392, mientras una embajada de Juan I procuraba la devolución de los cautivos catalanes y aragoneses, pendiente todavía desde la paz de 1382, se produjo un ataque de los granadinos contra Lorca, tras el que se rompieron todas las negociaciones, poniéndose la Corona de Aragón al lado del rey de Castilla. Juan I no dudó en conceder autorizaciones para hacer incursiones contra las tierras del sultanato de Granada, ni tampoco en otorgar licencias a navegantes para atacar a los granadinos. Mientras que guerrillas musulmanas afectaban a la frontera sur del reino de Valencia, en el área de Orihuela.

En política interior, su primera preocupación fue resolver la rebelión del conde Juan de Ampurias, que ya se arrastraba desde época de su padre. Dicho condado fue ocupado e incorporado a la Corona en 1386, aunque un año después le fue devuelto al conde a ruegos del Papa de Aviñón. Siendo ya rey Juan I, instruyó un nuevo proceso contra el conde de Ampurias, pero la sentencia fue favorable a éste. Desde entonces, colaboró con el Rey en rechazar la invasión de las tropas armañacs, así como en la preparación de la abortada expedición a Cerdeña de 1392. En 1395, el conde de Ampurias volvió a enemistarse con Juan I, al producirse la invasión del conde Mateo de Foix, siendo encerrado y muriendo en 1396 casi al mismo tiempo que su cuñado el Rey.

Juan I convocó Cortes en Monzón en 1388, que ya se habían iniciado por su padre en 1383, en donde exigió la reorganización de la Casa Real y la expulsión de ciertos consejeros sospechosos, junto con la dama Carroza de Vilaragut. Las Cortes no pudieron concluirse porque en 1389 el conde de Armañac invadió Cataluña, alegando derechos sobre el reino de Mallorca, cedidos por la infanta Isabel de Mallorca, hija de Jaime III de Mallorca. Las tropas invasoras recorrieron el Ampurdán, se apoderaron de Báscara y llegaron ante Gerona, pero, faltas de aprovisionamiento y cansadas, fueron empujadas hasta la frontera en 1390 por un ejército mandado por el infante Martín y por el propio rey Juan I.

En 1391 se preparaba la expedición del hermano del Rey, el infante Martín, cuando la concentración de tropas en Barcelona y especialmente en Valencia propició que el 9 de julio de dicho año se iniciaran en esta ciudad los disturbios antisemitas que se extendieron por toda la Corona de Aragón. Esta explosión antisemita coincidió con una grave crisis financiera y económica y supuso los momentos más críticos del reinado.

La persecución de los judíos se inició en Sevilla y extendió por toda la Península. Predicadores procedentes de Castilla enaltecieron los ánimos en Valencia, y de aquí los asaltos a las juderías o calls se extendieron primero el 2 de agosto a la ciudad de Palma de Mallorca, el día 5 a Barcelona y después a Gerona, Lérida y, finalmente, el 17 de agosto llegaron a Perpiñán. El más importante de los asaltos fue el de la judería de Barcelona, que fue completamente destruida. Juan I ordenó la ejecución de una veintena de responsables, pero las juderías de la Corona de Aragón nunca volvieron a recuperarse del todo. Al mismo tiempo, el dominio sobre la isla de Cerdeña estuvo a punto de perderse por la revuelta encabezada por la juez Leonor de Arborea y su marido Brancaleone Doria. En 1392, el Rey decidió organizar una expedición para sofocar la revuelta sarda, para la que contaba con la ayuda de su hermano Martín, que estaba a punto de alcanzar su proyecto siciliano. Pero las dificultades económicas impidieron su realización y finalmente fue abandonado en 1394. Las naves preparadas contra los sardos rebeldes fueron utilizadas para ayudar al infante Martín, que se había logrado apoderar del reino de Sicilia, pero tenía que hacer frente a una importante revuelta, a la vez que también sirvieron para mantener las posiciones catalano-aragonesas en Cerdeña. Fueron los años en que los ducados de Atenas y Neopatria, incorporados directamente a la Corona en 1380 durante el reinado de Pedro el Ceremonioso, se perdieron definitivamente al no poder ser defendidos frente a las tropas del florentino Nerio Acciaiuoli, que los ocuparon entre 1388 y 1390.

La delicada situación económica fue la causa de no poder realizar las expediciones militares mencionadas.

Las dificultades financieras de la Corona se agravaron al final del reinado y tanto la gestión económica como la política fueron duramente criticadas especialmente por las dos grandes ciudades: Barcelona y Valencia.

A principios de 1396 una epidemia de peste bubónica se declaró principalmente en tierras gerundenses, encontrándose el Rey y su esposa en el condado de Ampurias. El 19 de mayo el Rey salió de Torroella de Montgrí camino de Gerona, y como era su costumbre, hizo el camino cazando con sus cortesanos más íntimos. Un repentino ataque de corazón le hizo caer del caballo y murió al cabo de poco tiempo antes de llegar a Gerona. El escrupuloso historiador padre Mariana dice: “El rey don Juan de Aragón murió de un accidente que le sobrevino de repente. Salió a caza en el monte de Foxá, cerca del castillo de Montgriu y de Orriols en lo postrero de Cataluña. Levantó una loba de grandeza descomunal; quier fuese que se le antojó por tener lesa la imaginación, quier verdadero animal, aquella vista le causó tal espanto, que a deshora desmayó y se le arrancó el alma, que fue a los diez y nueve de mayo día miércoles”. Esta versión es sin duda fruto de la dramatización de un hecho que sirvió también de inspiración a los poetas románticos, que presentan al Rey como un gran amante de la caza.

El mismo día de su muerte los consejeros de Barcelona se presentaron ante su cuñada María de Luna y proclamaron Rey a su esposo Martín, que se encontraba en Sicilia, ya que el difunto Rey no había dejado hijos varones. Juan I fue enterrado primero en Barcelona y después en el monasterio de Poblet.

Nada más sepultado Juan I, el 2 de junio de 1396, la reina María de Luna, mujer y lugarteniente del rey Martín I el Humano, abrió un proceso por instigación de las ciudades y villas reales, especialmente Barcelona, contra los principales consejeros y funcionarios de la Corte de Juan I en el que se vio involucrada la reina Violante, la cual además alegó estar embarazada, pero puesta bajo la custodia de “buenas mujeres”, la Reina viuda tuvo que reconocer en julio de 1396, que no lo estaba. Los inculpados fueron treinta y ocho, entre los que destacan los consejeros, Berenguer Marc, Maestre de Montesa, Bernardo Margarit, Francisco Sagarriga, Aimerico de Centellas, Ramón de Perellós, Ramón Alemany de Cervelló, gobernador de Cataluña, Guillermo y Juan de Vallseca, Juan Mercader, Juan Desplá y Gabriel de Cardona, juristas de la Corte, Pedro Berga, consejero y regente de la Cancillería, Bartolomé Sirvent, protonotario, Bernat Metge, secretario, Mateo de Lloscos, comisario del Rey en Mallorca. Todos ellos fueron acusados de haber formado una liga de consejeros para gobernar según sus intereses y conveniencias, y, sobre todo, de haber aconsejado mal al Rey y llamado a tropas extranjeras.

También se les acusó de haberse enriquecido a costa del patrimonio real y de llevar una vida privada inmoral. Dos de ellos, Esperandeu Cardona y Juan Garrius lo fueron de haber envenenado a sus esposas. La mayoría de los acusados fueron absueltos por el rey Martín entre 1397 y 1398. Pero los que habían ejercido de prestamistas de la Corte fueron obligados a rebajar los intereses de sus créditos.

Del matrimonio de Juan I con Violante de Bar nació la infanta Violante, que casaría en 1400 con Luis II de Anjou, y sería reina titular de Nápoles, duquesa de Anjou y condesa de Provenza, después de renunciar a sus posibles derechos al trono de la Corona de Aragón; aunque a la muerte de Martín el Humano, tales derechos fueron reclamados por su hijo Luis, duque de Calabria.

Juan I fue un rey refinado y sibarita como lo demuestra la gran cantidad de músicos, juglares, poetas y hombres de letras que estaban en su Corte y que se desplazaban con él y la Reina en sus viajes y, sobre todo, les acompañaban en sus largas estancias en ciudades como Valencia y Barcelona. Uno de los más destacados fue el escritor barcelonés Bernat Metge que desde 1390 fue secretario real y se convirtió en uno de los hombres de confianza de Juan I y Violante de Bar, a los que siguió siempre en sus viajes por todos sus reinos y de los cuales recibió importantes cantidades en metálico, que le permitieron reunir una fortuna. En 1395, fue enviado por el Rey a la Corte pontificia de Aviñón en misión diplomática. Esta gestión, sin duda, influyó en su formación literaria y le permitió conocer personalmente a Juan Fernández de Heredia. En la Corte también destacan poetas como Luis de Averçó y Jaime March, los incomparables ministriles Colinet y Magnadance, que le había traspasado el duque de Lorena, Juan de los Órganos, un flamenco que había servido al duque de Borgoña, el arpista Hennequin, Juan de Beziers, Blassof y otros muchos artistas de toda índole. El Rey mandaba buscar en las principales Cortes y ciudades europeas los músicos más destacados, al igual que los instrumentos musicales más refinados e innovadores. El mismo Rey componía música para el goce de sus cortesanos y familiares. Estando en Valencia en 1393, Juan I redactó un largo y solemne escrito, escrito en latín por el secretario Bartolomé Sirvent, en donde se encargaba a Jaime March, caballero, y a Luis de Averçó, ciudadano de Barcelona, la organización de la fiesta de la Gaia Ciencia, tal como se celebraba en ciudades como París y Tolosa, la cual habrá de celebrarse en Barcelona el día de la Anunciación de la Virgen o el domingo siguiente. En 1396, el Rey escribió en Perpiñán una carta redactada en elegante catalán, y escrita por Bernat Metge, a los consejeros de Barcelona para que cada año mantuvieran dicho certamen poético a la vez que les intentaba convencer para que subvencionasen dicha fiesta. La poesía se consideraba en la Corte de Juan I como un estímulo de la gallardía y un remedio para no caer en la ociosidad, madre de todos los vicios. Dos meses después moría el Rey, que ha pasado a la historia como un lector impenitente y respetuoso de los privilegios de la inteligencia, además de poeta y músico, como lo demuestra su protección a Francesc Eiximenis, el gran polígrafo gerundense, obispo de Elna y embajador del Rey en la Corte papal de Aviñón. Violante de Bar costeó los estudios de Eiximenis en la Universidad de Tolosa, y tanto él como su esposo siguieron atentamente la producción literaria de dicho autor, especialmente el Regiment de prínceps. En cambio, Juan I no fue favorable a la obra de Ramón Llull, prohibiendo la enseñanza de sus doctrinas en sus reinos desde 1387, nada más subir al trono, por influencia del inquisidor Nicolás de Eimerich.

Bernat Metge, una vez liberado de las acusaciones que pesaron sobre él, situó el alma de Juan I en el purgatorio por breve tiempo, en donde pagaba con creces los placeres sensuales que había gozado en la vida.

Para el padre Mariana, Juan de Aragón era “príncipe a la verdad más señalado en flojedad y ociosidad que en alguna otra virtud”.

Lo cierto es que su reinado acabó en medio de un descontento general por la crisis económica y por la corrupción que benefició especialmente a los hombres que formaban el círculo más íntimo del Rey y la Reina.

 

Bibl.: F. Pedrell, “Joan I, compositor de música”, en Estudis Universitaris Catalans (Barcelona), 3 (1909); A. Rubió i Lluch, “Joan I, humanista, i el primer període de l’humanisme catalá”, en Estudis Universitaris Catalans (1919); J. M.ª Roca, Johan I d’Aragó, Barcelona, Institució Patxot, 1929; M. Mitjá, “Procés contra els consellers de Joan I”, en Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, XXVII (1958), págs. 345-417; R. Tasis, Joan I. Rei caçador i músic, Barcelona, Aedos, 1959; Pere el Ceremoniós i els seus fills, Barcelona, Vicens Vives, 1962; F. Soldevila, Història de Catalunya, Barcelona, Alpha, 1963; S. Claramunt Rodríguez, “La política matrimonial de la casa condal de Barcelona y real de Aragón desde 1213 hasta Fernando el Católico”, en Acta Historica et Archaeologica Mediaevalia, 23-24 (2003), págs. 195-235.

Violante de Bar. Bar le Duc, Lorraine (Francia), 1363 – Barcelona, 1431. Reina de Aragón.


Hija del duque Roberto de Bar y de María de Francia, hermana del rey Carlos V de Francia. Su ambiente familiar estuvo dominado por un lujo y cultura extraordinarios (duque de Berry, duque de Borgoña) donde era muy frecuente y habitual la presencia de grandes personajes de la música y de la literatura (Guillermo de Machaut, Eustace Deschamps, Oton de Granson, Jean d’Arras) Esta presencia de personajes ilustres en la Corte cuando Violante era una niña despiertan en ella un gran interés por las cuestiones artísticas y determinan que cuando llega a la Corte de Aragón quisiera tener con ella las canciones y poemas narrativos para darlas a conocer a los nobles catalanes aficionados a las artes.

Casó Violante de Bar el 29 de abril de 1480 con Juan, duque de Gerona, viudo de Matha de Armagnac hijo de Pedro IV de Aragón, el matrimonio que se celebró en Perpiñán no fue del agrado del Rey. La unión matrimonial duró dieciséis años y de él nacieron seis hijos que mueren prematuramente salvo la primogénita. En la relación matrimonial existió una gran complicidad y en consecuencia Violante estaba al corriente de todo lo trascendente y de lo insustancial, lo secreto y lo público y de ahí que participara en frecuentes intrigas políticas. Ambos (Juan I y Violante) participaban de los mismos gustos en música, libros, magia y astrología. Se la define como mujer enérgica y dominante pero con mucha empatía por los gustos de su marido.

Dos aspectos se pueden destacar en la vida de Violante de Bar. El cultural y el político. En el cultural desempeñó una gran tarea solicitando numerosas obras para la Corte. En 1387 reclama al cardenal de Valencia, Jaime de Aragón, primo del Ceremonioso, su cancionero; en 1382 a Pere de Urgel el Libre de Godofre de Billo y a Ramón Alemany “los Morals de Job en romanç”, en 1383 recibe el Roman de La Rose por mediación del duque de Berry.

La creencia en hechizos y sortilegios —se pone de manifiesto en la correspondencia abundante que mantiene con su esposo— le hacía consultar numerosos libros y utilizar diversos objetos para curar enfermedades o eliminar a enemigos incómodos. En 1413 desde Barcelona encargó a fray Antonio Canals un tratado sobre la confesión y una traducción de los evangelios siguiendo unas instrucciones muy concretas y precisas; en 1421 solicita a Carraois de Vilaragut su Biblia en catalán para hacerla copiar por su capellán Antoni Palomar. No hay que olvidar que Violante de Bar vive durante una época de actividad intelectual sin paralelo en las tierras de la Corona de Aragón. La Cancillería Real perfeccionada bajo la tutela de Pedro IV, produjo traducciones al catalán y al aragonés de una amplia selección de textos clásicos y medievales señalando las más tempranas tendencias humanísticas en la Península Ibérica. Esto le permite ejercer un papel importante desde el punto de vista del mecenazgo cultural de su tiempo.

Desde el punto de vista político su ambición queda demostrada en la abundante correspondencia. Está demostrado que ejerció una gran influencia en su marido, a quien aficiona a la caza, de ahí que a Juan se le apode el Cazador. Cuando el 12 de mayo de 1383 Juan comparece ante las Cortes de Monzón donde disgustó a los procuradores al presentar una reforma de la casa real que representaba cuantiosos gastos, Violante ejerció una actitud condescendiente que intentaba frenar el descontento si bien es cierto que no logró aplacar los ánimos.
En 1396 queda viuda y se abre un período de grandes incertidumbres, al declarar que estaba embarazada, lo que no era cierto. Siendo precisamente en este momento cuando se vuelca en los asuntos políticos que le reportan beneficios a ella y a todos los partidarios y familiares suyos, lo que se pone de manifiesto al defender los derechos a la corona de Aragón a la muerte de Martín el Joven (1409) de su nieto Luis de Anjou cuando muriera Martín el Humano. No debe olvidarse la importancia que tuvo también en el Compromiso de Caspe. La sucesión de Martín abría un panorama hacia la guerra civil. Entre los candidatos se destacaban tres. Jaime de Urgel, biznieto de Alfonso IV, representaba la herencia masculina más lejana; Luis de Anjou, nieto de Juan I por su matrimonio con Violante; Fernando de Antequera, nieto de Pedro IV y Leonor.
Cuando en 1411 se convocó el parlamento en Calatayud, el Reino de Aragón se inclinaba a favor de Luis de Anjou, nieto de Violante, según todas las impresiones de los embajadores castellanos; Sancho de Rojas, obispo de Palencia, y Diego López de Stuñiga. En este sentido el papel de Violante de Bar fue muy importante.

Bibl.: A. Canellas, “El reino de Aragón en el s. XV (1410-1479), en Historia de España R. Menéndez Pidal (dir), vol. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1964, págs. 323-598; L. Suárez Fernández, Nobleza y Monarquía, Valladolid, Universidad, 1975; L. V. Díaz Martín, “Pedro I y los primeros Trastámaras”, en L. Suárez Fernández et al., Historia General de España y América, t. V, Los Trastámara y la unidad española, Madrid, Rialp, 1981, págs.. 320-321.

Alfonso V. El Magnánimo. ¿Medina del Campo? (Valladolid), 1396 – Nápoles (Italia), 27.VI.1458. Rey de Aragón. IV como conde de Barcelona, III como rey de Valencia, y I como rey de Mallorca y de Nápoles. Monarca de la Corona de Aragón (1416- 1458), rey de Nápoles (1442-1458).

Hijo primogénito de Fernando I de Antequera y de Leonor de Alburquerque “la ricahembra”. Creció en Medina del Campo junto a sus hermanos pequeños, especialmente Juan, que después serán conocidos en Castilla como los infantes de Aragón, siendo educado en las artes marciales y los libros. La riqueza de su madre, a la que pronto se añadió la fortuna de su padre, creó al entorno del infante un ambiente de magnificencia, lujo y refinamiento. Gran aficionado a la caza, se introdujo de buen grado en el mundo de las letras y de las artes probablemente a través de las enseñanzas de su tío Enrique de Villena. Gustó de bien vestir y de seguir la moda, especialmente la francesa. Todo ello hacía de Alfonso un hombre moderno, atractivo y simpático por su prudencia y gentileza. Como primogénito de la rama menor de los Trastámara le fue impuesto, desde muy joven, en 1406, el casamiento con su prima hermana María de Castilla, hija de Enrique III; si bien la boda no se celebró hasta 1415 en la ciudad de Valencia. Dicho enlace fue el inicio de una serie de desavenencias sentimentales dentro del matrimonio, que tendrían que tener una fuerte repercusión en los asuntos públicos de la Corona de Aragón. Desde agosto de 1412, al ser designado su padre Rey por la sentencia arbitral de Caspe, fue reconocido como heredero de la Corona, mientras que su hermano Juan era destinado a acaudillar a los partidarios de la rama menor de los Trastámara en Castilla y a defender los importantes intereses económicos de la familia en dicho reino.

El inicio de su reinado en 1416 a la muerte de su padre Fernando I, no fue fácil, ya que mientras en Castilla comenzaba a quebrarse el bloque de sus partidarios, que desde ahora se puede denominar como “aragonés”, en el Mediterráneo, Génova, amenazaba una vez más con infiltrarse en los asuntos de Cerdeña, a la vez que en Sicilia el autonomismo reforzaba sus posiciones y aumentaba sus exigencias. Mientras en Cataluña era previsible una nueva acometida del partido pactista, con la intención de aprovechar los primeros actos de gobierno del joven Monarca, con la finalidad de imponer sus reivindicaciones políticas y administrativas, sociales y jurídicas, que no habían sido atendidas por Fernando I en las Cortes celebradas en Montblanc en 1414 y que finalizaron súbitamente por decisión real. Este hecho había creado una atmósfera de recelo entre la Monarquía y los estamentos privilegiados de Cataluña, que aumentó al proseguir el nuevo Soberano con la política favorable al sindicato de los remensas y a la redención de las propiedades del Patrimonio Real. Por estos motivos algunos nobles catalanes decidieron desafiar al Rey en las Cortes que se convocaron en Barcelona en el otoño de 1416. Esta actitud contó con un hecho favorable, el discurso que el nuevo Rey hizo en castellano, que, aunque redactado en términos heroicos y favorable a los intereses de Cataluña frente a Génova, ya que solicitaba una ayuda para luchar contra dicha república, se interpretó como una afrenta a las libertades, privilegios y prerrogativas de Cataluña. El brazo nobiliario estuvo radicalmente opuesto a conceder la ayuda solicitada por el Monarca, mientras que los brazos eclesiástico y real estuvieron de acuerdo en negociar con el soberano. En esta situación los estamentos de las Cortes, azuzados por la aristocracia de sangre, designaron una comisión de catorce personas encargadas de obtener del Monarca la convocatoria de una nueva legislatura en donde se discutiría la reforma, que decían venía arrastrándose desde 1414. Era la continuación de la ofensiva pactista iniciada ya a finales del siglo XIV.

La Comisión de los Catorce comenzó a actuar en 1417 e intervino públicamente cuando se supo el propósito del Rey, que se encontraba en Valencia, de armar una flota para ir a Cerdeña y Sicilia. La Comisión envió una embajada a Valencia para exigir al Rey la reforma del Gobierno y la expulsión de los extranjeros de la Corte y del Consejo Real. La situación se complicó para el Soberano, ya que las ciudades de Valencia y Zaragoza estaban de acuerdo con las exigencias de la delegación catalana. Alfonso el Magnánimo hizo gala de una gran diplomacia cuando intentó dividir a los miembros de la delegación asegurando que atendería las peticiones de Cataluña, pero en cambio defendió a sus servidores castellanos aduciendo que eran antiguos servidores. De hecho el enfrentamiento del Rey y las Cortes catalanas no se produjo por el asunto de los servidores castellanos, sino por la divergencia en la manera de contemplar el mecanismo político de Cataluña. Era esencialmente cosa de teoría política, ya que el Monarca y sus consejeros afirmaban que las regalías del príncipe no podían ser comunicadas a los vasallos sino únicamente por voluntad propia del soberano y no como una obligación de éste. Era una doctrina que chocaba con el laboriosamente creado derecho constitucional catalán. Por ello las cosas se complicaron en el Principado e hicieron necesario que el Rey se trasladase nuevamente a Cataluña. El 21 de marzo de 1419 se convocaban las Cortes catalanas desde Barcelona, que se reunieron en San Cugat del Vallés, de donde se trasladaron más tarde a Tortosa, alargándose hasta 1420. En esta ocasión el Rey hizo la proposición en catalán que él mismo leyó. A pesar de ello el enfrentamiento entre el Monarca y los estamentos privilegiados catalanes fue muy duro, precisamente cuando Alfonso tenía una única fijación, partir hacia Italia. En primer lugar se llegó a un principio de acuerdo cuando se publicó un convenio con el brazo eclesiástico, entre cuyos acuerdos figuraba el que los extranjeros no pudiesen obtener beneficios eclesiásticos en Cataluña, a la vez que se aprobó el nombramiento de una comisión para resolver los greuges (agravios) que tenía el país desde siempre. A cambio de todo ellos las Cortes avanzaron un donativo de 50.000 florines al Rey para su empresa mediterránea.

La realidad del choque entre el Rey y las Cortes catalanas no fue por la excusa inicial de los servidores castellanos del Monarca, sino por la divergencia en la manera de contemplar el mecanismo político del Principado. Finalmente el 10 de mayo de 1420 Alfonso se embarcaba en el puerto de los Alfacs (Alfaques), al mando de una escuadra de veintitrés galeras y cincuenta velas, destino Mallorca para ir a Cerdeña, con la finalidad de frenar la audacia de los genoveses con una intervención en Córcega, isla que nominalmente pertenecía a la Corona de Aragón desde el reinado de Jaime II. Alfonso con el inicio de su aventura mediterránea enlazaba con la más pura tradición de la política catalana y proseguía su expansión iniciada en 1282. En Cerdeña afirmó la presencia catalana merced a un acuerdo definitivo con el vizconde Guillermo III de Narbona, por el cual se comprometió a entregarle 100.000 florines de oro a cambio de todas las tierras que poseía dicho noble en la isla, incluida la ciudad de Sassari.

Desde Cerdeña con sus naves, Alfonso, pasó el estrecho de Bonifacio y se apoderó de Calvi a finales de septiembre de 1420, dirigiéndose seguidamente hacia Bonifacio, ciudad que asedió desde el 17 de octubre hasta el mes de junio de 1421. El fracaso del asedio de la ciudad corsa de Bonifacio se debió a la ayuda que los genoveses prestaron a los sitiados, así como a la mala mar imperante en la zona. La imposibilidad de dominar a los corsos fue una de las causas que hizo a Alfonso dirigir sus ambiciones hacia el Reino de Nápoles, en donde la debilidad de la Monarquía era bien patente frente a los poderosos barones y los condottieri, en los que se apoyaba la realeza napolitana para hacer frente a los primeros. La reina de Nápoles, Juana II, conservaba su corona gracias a Sforza el Viejo y a Gianni Caracciolo. La falta de heredero directo de la soberana llevó a que Caracciolo defendiera la candidatura de Luis III de Anjou, mientras que el Sforza se inclinó por Alfonso de Aragón. Por otro lado, éste contaba con el apoyo de los mercaderes catalanes, así como una serie de nobles napolitanos que le habían hecho llegar que la conquista de dicho reino sería cosa muy fácil. En 1421 Juana II de Nápoles estaba sitiada por Luis de Anjou, por lo que aconsejada por Caracciolo pidió ayuda a Alfonso de Aragón, adoptándolo como hijo y heredero y nombrándole duque de Calabria. Alfonso el Magnánimo aceptó la propuesta que a su vez le permitía combatir a Luis de Anjou, aliado de Génova. El 25 de junio de 1421 entraba en Nápoles, donde fue recibido por la Reina como un verdadero libertador. Pero la voluble reina de Nápoles, presintiendo la fuerte personalidad de su nuevo heredero revocó el prohijamiento y llamó contra él a sus rivales. Derrotado por Sforza cerca de Nápoles, Alfonso con sus tropas se hizo fuerte en los castillos Nuevo (Castel Nuovo) y del Huevo (Ovo), en donde esperó los refuerzos navales catalanes que le permitieron nuevamente apoderarse de la ciudad. Pero la reina Juana II se había retirado con Sforza primero a Aversa y después a Nola, donde revocó la adopción hecha en favor de Alfonso V, nombrando nuevo heredero a Luis de Anjou el 21 de junio de 1424.

Alfonso de Aragón, decepcionado y despechado, volvió a sus reinos ibéricos, en donde permaneció nueve años, iniciándose un verdadero entreacto peninsular, en la trayectoria vital del Monarca. De regreso a Cataluña su escuadra saqueó la ciudad de Marsella, llevándose como botín las cadenas, que impedían el acceso a dicho puerto, y el cuerpo de san Luis, obispo de Toulouse. En esta su primera intervención en Italia, Alfonso, aprendió que la realidad de la política italiana era más que un remolino de contradicciones. Ya que después de haber vencido a los genoveses y a Sforza en el choque naval de Foz Pisana en octubre de 1421; de haber conseguido del pontífice Martín V una bula que le confirmaba como heredero del Reino de Nápoles, y haber firmado una tregua con el duque de Milán, Filippo María Visconti, sus vasallos los genoveses en junio de 1422. La alianza entre Sforza y el magnate napolitano Caracciolo permitió el levantamiento del pueblo napolitano contra él, teniendo que abandonar la ciudad. Con todo el balance de esta primera etapa itálica tuvo connotaciones favorables, ya que supuso la pacificación de Cerdeña y Sicilia; a la vez que proporcionó como colofón dos importantes bases navales a la marina de la Corona aragonesa, fundamentalmente catalana: Portovenere y Lerici, a la entrada del golfo de La Spezia, gracias a un pacto firmado con Filippo María Visconti en 1426, a cambio de la renuncia a la isla de Córcega, teóricamente de la Corona de Aragón, aunque en la práctica nunca se había dominado.

A su regreso a Barcelona a finales de 1423, el Rey se encontró con una situación difícil, ya que los pactistas, amparándose en las circunstancias de las Cortes de Barcelona de 1421-1423, iniciadas en Tortosa, lograron imponer diversos puntos de su programa, haciendo aceptar al Monarca las reivindicaciones que éste había rechazado en las Cortes celebradas desde 1414, por lo que la mayoría de los agravios presentados quedaron resueltos. Los nueve años que estuvo en la Península es el período de las luchas de la rama aragonesa de los Trastámara contra la castellana, y más concretamente, contra el privado don Álvaro de Luna. En 1429 las tropas de Alfonso el Magnánimo, unidas a las de su hermano Juan de Navarra, penetraron en Castilla por Ariza, llegando hasta cerca de Jadraque y Cogolludo.

La llegada de su esposa, la reina María, logró evitar una batalla campal entre castellanos y navarro-aragoneses. Aunque las hostilidades con Castilla continuaron hasta julio de 1430, en que se acordó una tregua de cinco años, firmándose finalmente la paz el 23 de septiembre de 1436. Pero a la vez que la política castellana absorbía gran parte de las preocupaciones y anhelos de Alfonso el Magnánimo y sus hermanos, los infantes de Aragón, los primeros efectos de la crisis económica dejaban su huella en Cataluña, apareciendo las primeras disensiones internas graves en el Principado. Las Cortes de 1431 son un fiel reflejo de la angustia y preocupación que tenían los distintos estamentos representados en ellas. Los graves problemas que padecía el campo se presentaron como un bloque de reivindicaciones que provenían de un proyecto elaborado en las Cortes de 1429. Ya que ante el movimiento de liberación de los campesinos, la nobleza, los eclesiásticos y el patriciado urbano instaron al Rey la aprobación de varias constituciones, entre las que se pedía que los campesinos remensas no pudieran reunirse para solicitar liberarse de sus servidumbres, bajo pena de prisión perpetua. En esta complicada situación, Alfonso, abandonó Cataluña el 29 de mayo de 1432, dejando a su esposa, la reina María, la complicada misión de buscar una solución a este grave problema; y es que el sueño napolitano volvía a irrumpir en la vida del Monarca.

Llamado por sus partidarios napolitanos, a cuyo frente había dejado a su hermano Pedro, como lugarteniente de dicho reino, Alfonso recuperó nuevamente el sueño de Italia, que siempre estuvo en su mente. Esta nueva partida fue definitiva, ya que nunca más volvió a la Península Ibérica. Primero se dirigió a Sicilia, vía Cerdeña; el objetivo oficial era luchar contra el rey de Túnez, atacando la isla de Djerba (Gelves), pero después la flota pasó nuevamente a Sicilia, en donde se preparó para atacar Nápoles. Durante su estancia en los reinos peninsulares, los genoveses se habían apoderado de las ciudades de Gaeta y de Nápoles, hecho que hizo que el 4 de abril de 1433 la reina Juana II prohijase nuevamente a Alfonso de Aragón. Este nuevo cambio en la actitud de la Reina hizo que se formase una coalición formada inicialmente por el papa Eugenio IV y el emperador Segismundo, a la que se añadieron Florencia, Venecia y el duque de Milán. La envergadura de los enemigos a batir hizo que Alfonso postergase sus planes y firmase una tregua por diez años con la reina Juana en julio de 1433, hecho que le permitió organizar una expedición a Trípoli. Pero la muerte de su rival Luis de Anjou el 12 de noviembre de 1434 y poco después de la reina de Nápoles, el 2 de febrero de 1435, le hizo poner sitio a la ciudad de Gaeta, tenazmente defendida por Francisco de Spínola. La escuadra genovesa mandada en ayuda de los sitiados derrotó a la catalano-aragonesa frente a la isla de Ponza, cayendo prisioneros el propio rey Alfonso y sus hermanos Juan y Enrique. Esta derrota, y sus graves consecuencias, desconcertó a toda la Corona de Aragón, situación que fue salvada gracias al tacto y prudencia de la reina María, que una vez más demostró su valía firmando treguas con Castilla, convocando Cortes generales en Zaragoza para tratar la delicada situación que se vivía en Cerdeña y en Sicilia. Pero la situación comenzó a cambiar cuando Juan, rey de Navarra, fue liberado por el duque de Milán y nombrado lugarteniente de los reinos de Aragón, Mallorca y Valencia, mientras que María quedaba como responsable del Principado de Cataluña, desde donde continuó enviando naves y soldados para la empresa napolitana de su marido. La simpatía personal de Alfonso V le grajeó la amistad del duque de Milán, que le liberó y se lo ganó para su causa, ya que firmó con él una alianza para poder apoderarse del Reino de Nápoles. En 1436 las tropas del Magnánimo se apoderaron de Gaeta y Terracina y de casi todo el reino, únicamente quedaban fuera de su control Calabria y la capital, Nápoles fiel a Renato de Anjou. Durante el sitio de Nápoles, a finales de 1438, murió el infante don Pedro, hermano del rey. Dominado ya todo el reino, Alfonso puso sitio a Nápoles el 17 de noviembre de 1441 hasta el 2 de junio de 1442 en que cayó en su poder. La fuerte resistencia fue motivada por la presencia en la ciudad del mismo Renato de Anjou y de la ayuda constante que recibió de los genoveses. Alfonso el Magnánimo entró solemnemente en la ciudad de Nápoles el 23 de febrero de 1443, al estilo de los antiguos césares, como quedó inmortalizado en el famoso arco triunfal marmóreo que se colocó sobre la puerta del castillo Nuevo. Cinco días después de su entrada en la capital reunió el Parlamento, haciendo jurar como heredero a su hijo natural, Fernando, duque de Calabria. Para consolidar su conquista firmó la paz con el papa Eugenio IV, al que reconoció como pontífice legítimo, recibiendo por ello la investidura del Reino de Nápoles, en un momento que Amadeo, duque de Saboya, había sido proclamado también Papa por sus partidarios con el nombre de Félix V. El reconocimiento mutuo entre Eugenio IV y Alfonso V como rey de Nápoles comportó la ayuda de éste al Papa para recuperar la región de las Marcas en donde fue derrotado Francisco Sforza. Los dos primeros años, como rey de Nápoles, fueron difíciles tanto en el plano internacional como en el interno, ya que tuvo que vencer en Calabria una revuelta encabezada por Antonio de Ventimiglia. A pesar de todo, su posición se consolidó al firmar un tratado de paz en 1444 con Génova.

Esta segunda campaña de Alfonso en la península itálica fue aprovechada por el conde de Foix y compañías francesas para amenazar el Rosellón, llegando a apoderarse del castillo de Salses y algunos núcleos próximos a Perpiñán. Ante esta invasión, el hermano de Alfonso V, el infante don Juan, como lugarteniente, convocó Cortes Generales en Zaragoza en 1439 y reclamó la presencia de su hermano, el Rey, en los territorios peninsulares. Alfonso el Magnánimo no atendió dicha solicitud, excusándose por la importancia de los asuntos italianos. Este absentismo real, que duraría hasta su fallecimiento, afectó también al orden interno de Cataluña, en donde las facciones de la Busca, el partido de los menestrales y las clases más populares, y la Biga, el partido de los grupos más potentados, se disputaban el poder en Barcelona; mientras se iniciaban los disturbios en el campo catalán, especialmente en la Cataluña Vella (Vieja), por las continuas reivindicaciones de los payeses de remensa, que pretendían la abolición de los llamados “malos usos”.

Alfonso, una vez consolidado en el Trono de Nápoles, ejerció como un verdadero mecenas renacentista, rodeándose de una Corte fastuosa en la que participaron notables hombres de letras y artistas de otros países; Lorenzo Valla pasó largo tiempo en la Corte del Magnánimo, y entre sus consejeros destacan: Antonio Beccadini, conocido como el Panormita, Luis Despuig, maestre de Montesa, al que confió delicadas misiones diplomáticas, Pedro de Sagarriga, arzobispo de Tarragona, Ximeno Pérez de Corella, Berenguer de Bardají, Guillén Ramón de Moncada y Mateo Pujades. También estuvieron muy ligados al Rey el pintor Jacomart y los escultores Guillem de Sagrera y Pere Joan.

La Corte de Alfonso el Magnánimo en la antigua Parténope fue un verdadero eje vertebrador de intercambios económicos y circulación de elites entre las principales ciudades de sus reinos y territorios peninsulares, especialmente Valencia y Nápoles. Alfonso siempre se preocupó por las instituciones universitarias; en la etapa hispánica de su reinado estuvo atento, ya personalmente, ya por medio de su esposa, por el buen funcionamiento de la Universidad de Lérida, en donde estalló un serio conflicto por el modo de elección de los catedráticos, buscando siempre un arreglo entre el municipio leridano y el claustro universitario. En su etapa napolitana fundó tres nuevos Estudios Generales: los de Catania (1445), Gerona (1446) y Barcelona (1450). Aunque de hecho durante su reinado únicamente llegó a funcionar plenamente el de Catania, retrasándose la puesta en marcha de los otros dos esencialmente por problemas económicos y ajustes jurisdiccionales entre las diversas instituciones implicadas, esencialmente la catedral y el municipio.

La intensa vida amorosa de Alfonso fuera del matrimonio tuvo su apogeo en su apasionado enamoramiento de la dama Lucrecia de Alagno, responsable para muchos historiadores de su prolongada y después definitiva permanencia en Nápoles. Pero si Lucrecia de Alagno es la amante más conocida, fruto de unos anteriores amoríos regios con una dama valenciana, esposa de Gaspar de Reverdit, había nacido en Valencia, en 1423, Fernando o Ferrante, que sería rey de Nápoles de 1458 a 1494. Alfonso quedó atrapado en el mundo laberíntico de la política italiana del siglo XV, dándose cuenta desde el primer momento de la importancia estratégica de dicho reino tanto en la política interna de la península itálica, como su proyección balcánica que le abría las puertas del mundo oriental.

La política oriental de Alfonso el Magnánimo giró en torno a hacer efectivo su título de duque de Atenas y de Neopatria, territorios perdidos en tiempos de Pedro el Ceremonioso. Para ello intentó afianzar sus posiciones en la península balcánica enviando embajadores a Morea y a Dalmacia, logra que el vaivoda de Bosnia se haga vasallo suyo, y unas galeras catalanas mandadas por el almirante Vilamarí acudan en ayuda del déspota de Artá, Carlos II Tocco. Todo ello mientras reclama la soberanía del ducado de Atenas a Constantino Paleólogo, más tarde último emperador de Bizancio como Constantino XI; contribuyó a la defensa de Rodas y trató de conseguir una alianza con el emir de Siria para una posible expedición a Tierra Santa. Esta política oriental hizo que los príncipes y reyes balcánicos amenazados por los turcos otomanos vieran en él un posible protector. El caudillo albanés Jorge Castriota, más conocido por Scanderbeg, inició negociaciones con Alfonso el Magnánimo para que le enviase ayuda para defenderse de los turcos por una parte y de los venecianos por otra.

La flota catalana al mando de Bernat de Vilamarí se apoderó de la isla de Castelorizzo, perteneciente a la Orden de San Juan de Jerusalén o de los Hospitalarios, como base de operaciones en el mar Egeo y el Mediterráneo oriental, hecho que obligó al emir turco de Scandelore de abandonar su proyecto de apoderarse Chipre. La escuadra de Vilamarí atacó el litoral sirio y en 1451 llegó a penetrar en el curso inferior del Nilo. Tales demostraciones paralizaron el comercio musulmán en aquella área geográfica, hecho que inclinó al sultán turco, Mohamed II y al sultán de Egipto a establecer una paz con el Magnánimo, al que reconocen la posesión de Castelorizzo, a pesar de las protestas de los caballeros sanjuanistas y de su gran maestre establecido en Rodas. En su sueño oriental, Alfonso el Magnánimo pactó también con Demetrio Paleólogo, déspota de Morea, al tiempo que una embajada napolitana inicia negociaciones con el Preste Juan.

Eran unos momentos muy críticos para el Mediterráneo oriental especialmente por la presión otomana sobre Constantinopla y demás restos del Imperio Bizantino. Alfonso realizó varios intentos por salvar Constantinopla secundando las teóricas iniciativas del pontífice Nicolás V. Pero la dividida situación política italiana, especialmente los intereses de Génova y de Venecia, malograron dichos intentos.

Después de la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453, Alfonso logró dos años después la formación de una liga con Francisco Sforza de Milán, Florencia y Venecia, que a modo de cruzada capitaneada por el rey de Nápoles atacaría a los turcos que constituían una amenaza por sus continuos progresos en los Balcanes y también para los territorios costeros del reino de Nápoles y de la Corona de Aragón en general. Todo ello no pasó más de un simple proyecto, ya que tampoco el nuevo pontífice Calixto III logró aglutinar de modo efectivo a los componentes de esta teórica liga. Finalmente Alfonso el Magnánimo, siempre muy realista, acabó firmando un tratado con el sultán de Egipto, que le permitió abrir un consulado catalán en Alejandría.

Abandonado el frente oriental, uno de sus últimos proyectos fue la conquista de Génova, eterna rival desde hacía más de un siglo de la Corona de Aragón, y que en 1457 se había entregado a Carlos VII de Francia. Pero antes de materializar este proyecto murió el 27 de junio de 1458 en el castillo del Ovo en Nápoles. Sus restos fueron enterrados en la iglesia de Santo Domingo de esta ciudad, siendo en 1671 trasladados al monasterio de Poblet. Un día antes de morir, en su último testamento dejó el reino de Nápoles para su hijo legitimado Fernando, duque de Calabria, mientras que a su hermano Juan, rey de Navarra, todos los demás reinos y territorios. Además tuvo dos hijas bastardas: Leonor, que casó con Mariano Marzano, príncipe de Rossano y duque de Sessa, y María, casada con Leonelo de Este, marqués de Ferrara.

 

Bibl.: C. Marinescu, Alphonse V et l’Albanie d’Scanderbeg, Bucarest, 1924; L. Nicolau d’Olwer, L’expansió de Catalunya en la Mediterrània oriental, Barcelona, Editorial Barcino, 1926; A. Giménez Soler, Retrato histórico de Alfonso V de Aragón, Madrid, 1952; S. Sobrequés, “Sobre el ideal de Cruzada en Alfonso V de Aragón”, en Hispania, XII (1952); A. Boscolo, I parlamenti di Alfonso il Magnánimo, Milano, A. Giuffrè, 1953; VV. AA., Estudios sobre Alfonso el Magnánimo con motivo del quinto centenario de su muerte: Curso de conferencias (mayo de 1959), Barcelona, Universidad de Barcelona, 1960; F. Soldevila, Història de Catalunya, Barcelona, 1962 (2.ª ed.); J. Vicens Vives, Els Trastàmares, Barcelona, 1969; E. Pontieri, Alfonso il Magnánimo re di Napoli 1435-1458, Nápoles, Edizioni scientifiche italiane, 1975; M. Batllori, “Elements comuns de cultura i d’espiritualitat”, en VV. AA., IX Congresso di Storia della Corona d’Aragona. “La Corona d’Aragona e il Mediterraneo: aspetti e problemi comuni da Alfonso il Magnanimo a Ferdinando el Cattolico (1416-1516)”, Napoli 11-15 aprile 1973, vol. I, Nápoles, Società napoletana di storia patria, 1978-1984, págs. 233-249; R. Moscati, “Lo Stato ‘napoletano’ di Alfonso d’Aragona”, en VV. AA., IX Congresso di Storia della Corona d’Aragona. “La Corona d’Aragona e il Mediterraneo: aspetti e problemi comuni da Alfonso il Magnanimo a Ferdinando el Cattolico (1416-1516)”, Napoli 11-15 aprile 1973, Nápoles, Società napoletana di storia patria, 1978-1984, 3 vols., vol. I, págs. 85-102; L. Suárez Fernández, “Los Trastámara y los Reyes Católicos”, en Historia de España, 7 (1985); M. Batllori, Humanismo y Renacimiento. Estudios hispano-europeos, Barcelona, Ariel, 1987; S. Claramunt, “La política universitaria di Alfonso il Magnánimo”, en VV. AA., XVI Congresso Internazionale di Storia della Corona d’Aragona, vol. II, Nápoles, Paparo Edizione, 2000, págs. 1335-1351; D. Durán, Kastellórizo, una isla griega bajo el dominio de Alfonso el Magnánimo (1450-1458), Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2003.



Lista de príncipes de Gerona

Casa de Aragón
Juan: 1351 - 1387, Duque de Gerona. Se convierte en rey como Juan I
Jaime de Aragón: 1387-1388, Delfín de Gerona. Hijo de Juan I.

Casa de Trastámara
Alfonso: 1414/1416 - 1416
Fernando: Fue jurado como heredero al trono en octubre de 1461 en las Cortes de Calatayud, y empleó el título de príncipe de Gerona en su intitulación hasta su ascenso al trono en 1479.
Juan: 1481 - 1497
Miguel de la Paz: 1498 - 1500
Juana: 1503 - 1516

Casa de Austria
Felipe: 1542 - 1556
Carlos: no fue jurado como príncipe de Gerona al no ser admitida la jura por procuración en las Cortes de Monzón de 1564, pero fue mencionado como tal.
Fernando: no jurado como príncipe de Gerona, pero mencionado como tal.
Diego: no jurado como príncipe de Gerona.
Felipe: 1585 - 1598
Felipe: no jurado como príncipe de Gerona, pero mencionado como tal.
Baltasar Carlos: 1645 - 1646
Felipe Próspero: no jurado como príncipe de Gerona.
Carlos: no jurado como príncipe de Gerona.

Casa de Borbón

Juan Carlos: 1941 - 1977
Felipe: 1977 - 2014
Leonor: 2014 -

continuación

No hay comentarios:

Publicar un comentario