—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 16 de diciembre de 2013

224.-El bien y mal (Diccionario soviético); El roto de Edwards Bello; a

Aldo Ahumada Chu Han


 
Bien y mal en el Diccionario soviético de filosofía.


 
Bien y mal · comentarios críticos

no figura

Diccionario filosófico marxista · 1946



no figura

Diccionario filosófico abreviado · 1959


 
 
Bien

Objeto o fenómeno que satisface determinada necesidad humana, responde a los intereses o anhelos de las personas, posee, en general, un sentido positivo para la sociedad, para una clase, para el individuo. Si un objeto dado es un bien, posee un valor positivo para el hombre. Lo contrapuesto al bien es el mal, o sea, todo cuanto posee un sentido social negativo. Se distinguen bienes materiales y espirituales. El bien material satisface necesidades materiales del ser humano –de alimentación, vestido, vivienda, &c.–. También quedan circunscritos en la esfera de los bienes materiales los medios de producción: máquinas, edificios, materiales, &c. Pertenecen a los bienes espirituales los conocimientos, los resultados de la cultura espiritual de la humanidad, la bondad moral comprendida en los actos de las personas, &c. El bien supremo es el hombre mismo, creador de todos los valores materiales y espirituales. Muchos bienes tienen un carácter de clase. Lo que es un bien para los explotadores puede ser un mal para los explotados. En este hecho se revela con claridad la contradicción de los interesen de clase.

Bien y Mal

Categorías de la ética en las que se expresa la estimación moral de los fenómenos sociales y de la conducta de las personas. El bien es aquello que la sociedad (o una clase social dada progresiva) considera moral, digno de imitación. El mal tiene un significado opuesto. Los explotadores presentan su idea del bien y del mal como «eterna» y válida para todos los hombres, remitiéndose, para ello, a prescripciones divinas o a principios «metafísicos». Uno de los sistemas morales idealistas más influyentes es la teoría de Kant. Según ella, es un bien todo cuanto está en consonancia con el imperativo de la ley moral, dado en cada ser racional independientemente de las condiciones en que el hombre vive (Imperativo categórico). Ya en la filosofía antigua, se abrió paso la dirección materialista en la concepción del bien y del mal, de la conducta moral. El hedonismo (Arístipo, Epicuro) consideraba un bien sólo lo que causa placer. Dicha teoría ética fue desarrollada por los materialistas franceses del siglo XVIII, ante todo por Helvecio. 
El materialismo premarxista veía la fuente de la conducta moral en la naturaleza humana, en las condiciones de vida y de educación del hombre, pero declaraba eternas las representaciones del bien y del mal. Por lo que respecta a la ética burguesa contemporánea, lo más característico consiste en que, por una parte, intenta fundamentar y justificar el derecho a la explotación de los trabajadores y de los pueblos de los países coloniales; por otra, niega el significado de todos los juicios morales (positivismo lógico en ética). 
La ética marxista-leninista rechaza la interpretación metafísica del bien y del mal. «Las ideas de bien y de mal han cambiado tanto de pueblo a pueblo, de siglo a siglo, que no pocas veces hasta se contradicen abiertamente» (F. Engels, «Anti-Dühring», pág. 87. E.P.U. 1961, pág. 114). Por otra parte, los conceptos de «bien» y de «mal» tienen su fuente objetiva en el desarrollo de la sociedad. Las acciones de las personas pueden ser estimadas como buenas o malas, según faciliten o dificulten la satisfacción de las necesidades históricas de la sociedad. 
El código moral del constructor del comunismo tal como se halla formulado en el programa del P.C.U.S. sirve de pauta para valorar la conducta moral (buena o mala) de los hombres soviéticos.

Diccionario filosófico · 1965:45-46




Bien y mal

Categorías ético-morales que expresan la valoración de la conducta de los individuos (grupos, clases), así como de los fenómenos sociales desde determinadas posiciones de clase. Se entiende por bien lo que la sociedad (clase dada) considera moral y digno de imitar. El mal tiene un significado contrario: lo inmoral, digno de condena. La interpretación metafísica de estas categorías se caracteriza por las búsquedas de los fundamentos eternos e inmutables de bien y mal. El idealismo los ve en la voluntad divina o en el espíritu absoluto. 
Según la teoría ética de Kant, el bien es todo lo que se corresponde con los mandamientos de la ley moral, intrínseca a todo ser pensante, y que no depende de las condiciones de vida del hombre (Imperativo categórico). Los representantes del materialismo premarxista buscaban generalmente la fuente del bien y mal en la naturaleza abstracta del hombre, en su aspiración al deleite y la felicidad (Hedonismo, Eudemonismo). Entre ellos, hasta los que vinculaban la moral con las condiciones de vida y de educación del individuo, proclamaban eternas e inmutables las representaciones sobre el bien y el mal. De hecho, bajo la “naturaleza humana extrahistórica” siempre se ocultaban los rasgos socialmente condicionados, típicos de los componentes de determinados grupos grandes de personas, clases. Por eso, en la fundamentación del bien y mal, cada pensador defendía en esencia el punto de vista moral de una u otra clase.
 La ética burguesa moderna se caracteriza sobre todo, de un lado, por las tentativas de hacer pasar por auténticas y eternas las representaciones del bien y mal dominantes en la moral oficial de la sociedad capitalista y, de otro lado, por la negación de los criterios objetivos del bien y mal. La ética marxista dio la primera fundamentación científica de los conceptos de bien y de mal. “Las ideas de bien y de mal han cambiado tanto de pueblo a pueblo, de siglo a siglo, que no pocas veces hasta se contradicen abiertamente” (C. Marx, F. Engels, t. 20, p. 94). Pero estos cambios no son resultado de la arbitrariedad ni dependen tan sólo de la opinión del sujeto. Su fuente son las condiciones de vida de la sociedad, en virtud de lo cual, tienen un carácter objetivo. Los actos de los individuos deben valorarse como bien o mal en dependencia de si contribuyen u obstaculizan la satisfacción de las necesidades históricas de la sociedad en su conjunto, o sea, de los intereses de la clase progresista que expresa dichas necesidades. En la moral comunista, las nociones sobre el bien y el mal se expresan a través de un conjunto de requisitos morales concretos, que determinan las normas de aquella conducta de los individuos que coadyuva activamente a la liberación de los trabajadores de la explotación, a la edificación exitosa del socialismo y el comunismo, a la causa de la paz y el progreso social.

Diccionario de filosofía · 1984:44



 
1. En las versiones de 1965 y 1984 del Diccionario soviético de filosofía aparecen los términos Bien / Mal tratados como contrapuestos. La explicación que allí se nos da de los dos conceptos desglosa los siguientes asuntos:

1º) Definición general de bien como aquello que responde a los intereses que tienen un sentido positivo para la sociedad, siendo el mal lo contrario.

2º) Diferencia entre bienes materiales y espirituales.

3º) Como categorías de la ética, el bien y el mal remiten a la conducta de las personas: el bien sería lo moral, lo digno de imitar, mientras que el mal sería lo que hay que evitar.

4º) Los sistemas morales que dentro de la Historia de la filosofía han tratado sobre el Bien y el Mal se organizan según la distinción entre una ética idealista y otra materialista. El idealismo de Kant pone el bien como imperativo de la ley moral. En cambio, la dirección materialista que parte del hedonismo de Aristipo y Epicuro, y llega a los materialistas franceses del siglo XVIII, identifica el bien con el placer.

5º) Contraponen la ética burguesa moderna, que niega los criterios objetivos de bien y mal, a la ética marxista que, a su juicio, daría la primera fundamentación científica de los conceptos de bien y de mal. En la moral comunista el bien y mal se expresan a través de un conjunto de requisitos morales concretos contenidos en el código moral del P.C.U.S (código moral del constructor del comunismo), superándose así la interpretación metafísica de la ética premarxista que veía el bien y el mal como ideas eternas

2. Lo primero que podemos comentar es que, el Diccionario sólo remite a la perspectiva ético-moral en la que se inscriben los conceptos de bien y mal y no aborda otras perspectivas sobre el tratamiento que estas ideas han tenido en la Historia del pensamiento. Convendría recordar, en este sentido, que la idea de Bien se ha interpretado desde dos perspectivas fundamentales: la de las teorías metafísicas que lo identifican con una realidad perfecta o suprema y las teorías subjetivas que lo ven como lo deseable. Para las primeras, siguiendo a Platón, el Bien es una Idea absoluta. En esta línea hay doctrinas espiritualistas que identifican el Bien con Dios, definido como summum bonum (Santo Tomás, S. Th., I, q. 6, a. 4) e idealistas, que como la de Hegel identifican el Bien con “la libertad realizada, el absoluto fin del mundo” (Filosofía del Derecho, párr. 129). El Mal, como idea metafísica correlativa a la versión espiritualista sería identificado con el No–Ser, con el pecado (San Agustín) y desde el idealismo de Hegel se entiende como una mala voluntad (Enciclopedia, párr. 512).

Otras doctrinas metafísicas proponen un dualismo radical entre el bien y el mal: ambos serían dos principios antagónicos del universo, el Bien representaría una serie de entidades buenas o valores positivos, y al Mal le corresponderían las entidades malas o valores negativos. Modelos de esta concepción los encontramos en el zoroastrismo, que oponía a la divinidad una antidivinidad, en el maniqueímo, en el gnosticismo y en la tabla de oposiciones de los pitagóricos. Estos dualismos muchas veces han sustancializado el Mal y en ocasiones hasta lo han personificado (Luzbel, Satán, Mefistófeles).

Las teorías subjetivas sobre el bien, lo identifican con lo deseable. En contrapartida con las doctrinas metafísicas, no ven que el bien sea deseado porque sea realidad o perfección, sino que es perfección y realidad porque es deseado. Es, por ejemplo, el caso de Spinoza cuando dice que “juzgamos que algo es bueno porque nos esforzamos por ello, lo queremos, apetecemos y deseamos” (Eth., III, 9, scol.). De manera correlativa, estas doctrinas verán al mal como el objeto de un apetito o de un juicio negativo, como ocurre en las concepciones de Hobbes, Spinoza y Locke que entienden el mal como objeto negativo de deseo.

3. Como estamos viendo, las nociones de bien y mal son muy vagas e indeterminadas y tienen sentidos muy diferentes. El Diamat, frente al formalismo ético que apela a la conciencia, estaría defendiendo una noción de bien desde una ética material que se ajusta a los valores morales del comunismo según el Programa de 1961. Sin embargo, desde la mera axiología no se llega a una construcción material de las ideas de bien y de mal.

El materialismo filosófico, en cambio, si ofrece una aproximación sistemática a las ideas de bien y mal asociándolas a un proceso causal. El materialismo filosófico rechazando las propuestas metafísicas y teológicas de las ideas de bien y de mal, no trata estas ideas ni al modo doxográfico, recurriendo al repertorio de doctrinas sobre el bien y el mal, ni al modo en que lo haría una filosofía analítica, discutiendo los contenidos semánticos de los dos términos. El materialismo filosófico parte de unos conceptos positivos, operatorios y prácticos, de bienes y males que se dan en situaciones precisas aunque en categorías muy diversas: por ejemplo, en biología se hablará de “bien” cuando un organismo tenga todas las condiciones favorables para su reproducción, sostenibilidad y supervivencia, y se estimarán como “mal” todas aquellas malformaciones que lo lleven a extinguirse; en categorías sociales, se verá como “bien” una educación que forme a ciudadanos responsables, y se reconocerá como un “mal” todo aquello que los lleve a la drogadicción.

La cuestión es si los diferentes bienes y males que tienen lugar en categorías tan diversas tienen algo en común y, sobre todo, que alcance tienen en el contexto de la realidad. El materialismo filosófico establece como conexión fundamental en el análisis del bien y el mal la que tiene lugar en el contexto de una relación causal en la que intervienen unos sujetos operatorios que van a tener efectos sobre otros sujetos y objetos. El materialismo filosófico entiende la relación entre causa y efecto {1} no como una relación binaria, sino como una relación ternaria en la que media un esquema material de identidad, definiéndose el efecto como la interrupción, ruptura, alteración o desviación de ese esquema material procesual de identidad {2}. Así, desde la idea de influencia causal se construye la idea de mal al atribuir al esquema material de identidad la condición de un bien definido en un contexto axiológico. Como la causalidad la hemos definido por la ruptura de un esquema material de identidad (que señalamos como efecto), el mal lo asociamos como la misma causalidad, no porque los procesos causales supongan un mal, sino porque éste implica siempre un proceso causal. De esta manera, entre las ideas de bien y de mal hay una circularidad dialéctica, porque sólo si el efecto que consiste en la desviación del esquema material de identidad es malo, podremos asegurar que tal esquema procesual de referencia es bueno.

Los esquemas materiales de identidad considerados como buenos, se determinan en el ámbito del espacio antropológico, lo cual permite clasificar también los diferentes tipos de maldad según los tres ejes: a la maldad circular corresponderán todas aquellas rupturas de un bien social que se positivicen en todo tipo de infamias, traiciones, crímenes, injusticias, etc. La maldad radial se positivizaría en catástrofes naturales y la maldad angular tendría su positivización en todas aquellas conductas que entrañan crueldad para con los animales

Notas

{1} Vid., Gustavo Bueno, “En torno a la doctrina filosófica de la causalidad”, en La filosofía de Gustavo Bueno, Edit. Complutense, 1992, págs. 207-227.
{2} Los esquemas materiales de identidad son contenidos que han resultado de operaciones recurrentes y que son constitutivos de una unidad isológica realizada sobre multiplicidades vinculadas sinalógicamente.
Carmen Baños Pino

puerta al infierno


El roto de Edwards Bello;


 
El Roto: un siglo de la novela “indecente” de Edwards Bello
Pablo Marín
7 AGO 2020 


Edwards Bello (1887-1968) publicó una primera versión de El roto en París.

Crónica arrabalera y retablo naturalista, la obra del premio Nacional de Literatura se publicó en agosto de 1920 con gran controversia. En una reciente edición crítica, se observan las mutaciones que sufrió durante 50 años, hasta la muerte del autor.
“Detrás de la Estación Central de ferrocarriles, llamada también Alameda, por estar a la entrada de esa avenida espaciosa que es orgullo de los santiaguinos, ha surgido un barrio sórdido, sin apoyo municipal. Sus calles se ven polvorientas en verano, cenagosas en invierno, cubiertas constantemente de harapos, desperdicios de comida, chancletas y ratas podridas. Mujeres de vida airada rondan por las esquinas al caer la tarde; temerosas, completamente embozadas en sus mantos de color indeciso, evitando el encuentro con policías… Son miserables busconas, desgraciadas del último grado, que se hacen acompañar por obreros astrosos al burdel chino de la calle Esperanza al otro lado de la Alameda. La mole gris de la Estación Central, grande y férrea estructura, es el astro alrededor del cual ha crecido y se desarrolla esa rumorosa barriada”.

Así, poniendo a los lectores en situación, arranca El roto. Novela chilena. Época 1906-1915. Fue hace casi un siglo exacto, cuando se iniciaba el mes de agosto de 1920. Según su propio autor, Joaquín Edwards Bello (Valparaíso, 1887-Santiago, 1968), había comenzado a construirse casi una década antes, luego de que El inútil (1910) lo enfrentara a su familia y a su clase, y lo llevara a refugiarse en un mundo prostibulario parecido al que describe en ese párrafo inicial. Y si se considera la “protoedición” parisina de 1918 (La cuna de Esmeraldo), las ediciones “definitivas” de 1927 y 1932, y la que el autor parió el mismo año en que se quitó la vida, se tiene que una obra esencial de las letras chilenas del siglo XX estuvo mutando, “rehaciéndose”, por más de medio siglo.

Meses atrás, la editorial de la U. Alberto Hurtado lanzó una edición crítica de El roto. Una que, entre otras cosas, coteja las distintas versiones de la obra, la inserta en su tiempo, la conecta con otras y da cuenta de la recepción con que se encontró, no exenta de controversias. A cargo del investigador Orlando Carvajal, y con participación de Claudia Darrigrandi, Constanza Richards y Andrea Kottow, restituye un derrotero singular y se podría decir, plantea Carvajal a La Tercera, que quien la lea “estará leyendo ‘los rotos’ de Joaquín Edwards Bello, además de la versión que se conoce del texto editado en 1968”.

Literatura y moral

En un pasaje de El inútil de la familia, novela de 2004, Jorge Edwards invoca a su tío en segundo grado Joaquín Edwards Bello, primo de su padre:

“Quizá tu obra más importante, El roto, había nacido en la calle Borja, que bordea la Estación Central por el oriente, en una casa contigua al prostíbulo que llamaban La Gloria, un lugar que tú, por lo que se sabe, a juzgar por los testimonios que tú mismo has entregado, llegaste a conocer bastante bien, donde al parecer te escondiste durante algunos días, a fines de 1910 o comienzos de 1911, esperando que pasara lo peor del escándalo provocado por El inútil”.

Futuro detentor de los premios nacionales de Literatura (1943) y de Periodismo (1959), el autor de La chica del Crillón y cronista por 40 años en La Nación fue un futre que, así como viajó a Europa en las primeras dos décadas del siglo, conoció -y vivió en- sectores populares de una capital que marcaba con fuerza las diferencias entre las calles a la europea y los arrabales de mala muerte. En estos últimos subsistía aún la tradición de las “casas de tolerancia” donde por las noches se zapateaba la cueca y, al amanecer, se servían cazuelas de ave. En un burdel de esa laya instaló la fábula de su célebre novela.

Su protagonista ya está dibujado en La cuna de Esmeraldo, en un pasaje que finalmente quedaría fuera de las futuras ediciones: 

“Era hijo legítimo de Lautaro Rojas Llanahue y de Glorinda Laguardia Lastres. Por la parte del padre, como puede adivinarse por el apellido Llanahue, tenía sangre india, de Arauco; la madre, cosa rara entre plebeyos de Chile, era de origen español puro, con antepasados vascos y asturianos”.

La madre de Esmeraldo es “tocadora” del piano en un lupanar cuya clientela “está formada en su mayoría por ese mundo que vive como las ratas, en los escondrijos y subterráneos sociales, gentuza que se muestra a la luz de las calles decentes en los días de catástrofes o revueltas” (aunque también la hay “de la dichosa clase alta”). El padre, en tanto, es “una bolsa de vino, pendenciero, incapaz”, que termina preso.
Una vez que la ley del padre se vea sustituida por la ley de la calle, después de que la hermana de Esmeraldo se convierta en prostituta y de que irrumpa un senador de apellido Madroño, adquirirá el libro las señas de una particular “novela de formación” o bildungsroman. Y su tendencia, agregará el crítico Hernán Díaz Arrieta, Alone, “es visiblemente naturalista”, pues “busca sus efectos pegado cuerpo a cuerpo con la realidad más próxima, y quiere herirnos ante toda la sensibilidad moral, sin conceder más que una importancia débil a los antiguos preceptos de unidad, armonía, elevación, etcétera, sustentados por los clásicos”.

El roto exhibió una colisión de imágenes opuestas del Chile de la modernidad, donde el conflicto de clases lleva la sangre hasta el río y donde el “roto” ya no es el forjador de la épica patriota, como lo quiso cierta didáctica nacionalista, aun si en la novela los de abajo están más cerca del heroísmo y los de arriba, de la perversión. También ofendió el pudor de quienes vieron atacada la moral o desplegada una crudeza superlativa. A juicio de Josefina Smith de Sanfuentes, por ejemplo, la lectura de la obra produce “una confusión de sensaciones entrecruzadas, repugnancias físicas y morales, algo así como asco íntimo y profundo”.
“Después de todo, no es tan indecente como dicen este libro”, escribiría por su parte Alone en 1920, en la primera de una serie de reseñas de El roto que publicó hasta aquella última edición de 1968. Y si bien observaría deficiencias en la construcción de los personajes y en el armado general de la obra, considera el estilo de su autor “uno de los más vivos, golpeantes y palpitantes de nuestra literatura”, y “hasta sus peores páginas tienen carne, sangre y nervios llenos de humana vibración”. Lo que le parece “francamente escandaloso” al crítico es “que se hable tanto de moral a propósito de una obra de arte. Una obra de arte es una obra de arte o no es una obra de arte, he ahí el problema principal; después se puede discutir si será obra de bondad, y después si será una obra de verdad”.



EL ROTO, DE JOAQUÍN EDWARDS BELLO
14 abril, 2008

El roto, novela del escritor Joaquín Edwards Bello  publicada su primera parte en París en 1918, y su edición completa en Santiago en 1920, recrea  las intimidad rutinaria de los habitantes y moradores de un prostíbulo típico, entregando además una vista panorámica y compasiva ( naturalista a juicio de los críticos) por los barios bajos de la ciudad de Santiago a comienzos de siglo.

El prostíbulo denominado La Gloria,  ubicado en el sector sur de la Estación Central, concretamente en la llamada calle Borja,  se transforma en escenario principal por donde circulan los personajes con sus atribuladas vidas.  El relato sin duda es también una denuncia radiográfica de las diferencias sociales existentes entre los distintos componentes de  la sociedad chilena de la época descrita. Ricos y pobres son contrastados y puestos en la balanza por la pluma naturalista del eximio escritor y cronista chileno, inclinando siempre la balanza de la justicia, al estilo de los clásicos escritores rusos, hacia el pueblo humillado por la vanidad y sempiterna soberbia de los ricos. Conduele la piedad del narrador por esos seres desarrapados capaces de alegrarse y darle vida a la noche, a pesar de sus más hondas amarguras personales. El relato dice relación con La Vida Simplemente, de Oscar Castro, y con al Lugar sin límites, de José Donoso, cuyo escenario donde se mueven los personajes resulta semejante.

Sorprende la variedad de personajes recreados por el autor, partiendo por la dueña del lupanar, doña Rosa,  experta en el negocio más antiguo. Clorinda la tocadora como un ser excepcional dentro del lenocinio,  quien vive bajo el mismo techo pero pasa por dama de prostíbulo. El protagonismo de Fernando como primer emblema nacional de transición corrupta entre poderosos y desposeídos.
Ofelia la confidente y amiga, prototipo de la mujer de familia venida a menos, otro arquetipo social chileno. Laura, la tísica proveniente de provincia con todos sus atavismos rurales. Etelvina la mujer come-hombre, gruesa y orgullosa de su gordura. Julia la más bella y vanidosa de la casa de remoliendas.

Los hijos de Clorinda: Esmeraldo, el pilluelo chileno de todos los tiempos, y su hermana Violeta, la jovencita pícara sabedora  de muy niña del valor de un cuerpo joven y bello. La cantidad de personajes recreados en la novela impresiona en contraste, por ejemplo, con la novela minimalista de nuestros días, donde los autores apenas consiguen poner en pie a uno. Edwards Bello se da tiempo y maña para recrear completa la sociedad chilena, sin temor a equivocarse, sin temor a emitir juicios de valor y a denunciar las injusticias de las cuales el mismo también fue víctima. Su pluma parece cargada con la ira de quien mira la realidad con el encono del juez  ante tanta injusticia imposible de cambiar.
Es curioso el interés de la narrativa nacional por mostrar el espectro total de la sociedad chilena en la gran mayoría de sus obras. La  tendencia, me atrevo a afirmar,  es una constante en la literatura nacional persistente hasta nuestros días, pasando por todas las generaciones. Salvo en la obra de contados escritores, Coloane, podría ser la gran excepción, casi todos se dan el trabajo de retratar esta variada gama de categorías sociales en un mismo relato, como si se tratara de una obligación moral, de un imperativo del alma por poner de manifiesto las grandes desigualdades y diferencias sociales existentes en nuestra sociedad, haciéndola responsable de todos los achaques o patologías padecidas por quienes integran cada una de las capas de esta sociedad mal llamada clasista. Edwards Bello, como tantos otros autores,  aventura juicios lapidarios que alcanzan el calibre del libelo, pero no sabemos si el efecto al interior del alma nacional termina siendo positivo, como cabe suponer como intención primaria de la denuncia por parte del autor.
Hay que destacar en  esta obra, como en tantas otras de su autoría, la agudeza de  su pluma para retratar a sus personajes, dotándolos de las virtudes que gozan los personajes literarios, al margen de los hombres  de carne y hueso a quienes representan, entregando un perfil acabado de sus mundos interiores y del fatalismo como constante en sus vidas. Un fatalismo despiadado, capaz de incubar el rencor y el odio de clases, hace de sus obras un acabado estudio sociológico y psicológico de la sociedad chilena de todos los tiempos.

Un estudio sobre el sentimiento de piedad presente en la mirada del narrador en contraste con la indolencia característica del narrador de la novelística actual, tal vez podría llevarnos a  determinar los cambios radicales sufridos por el inconciente colectivo actual, cuyo eje ya no parece sujeto a los atavismos morales de entonces.


 

Víctor Lorenzo Joaquín Edwards Bello (Valparaíso, 10 de mayo de 1887-Santiago, 19 de febrero de 1968), más conocido como Joaquín Edwards Bello, fue un escritor y cronista chileno. Sus obras —que lanzan una mirada aguda sobre las costumbres de las familias aristocráticas, a las que él pertenecía—, le hicieron merecedor de los galardones más destacados de su país: los premios nacionales de Literatura 1943 y de Periodismo 1959.



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