—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

399.-La testigo de los asesinatos de seis jesuitas en El Salvador; Sentencia de casación de Tribunal Supremo de España.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 

Introducción 

El 16 de noviembre de 1989, cinco días después de que la entonces guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) lanzara la ofensiva "Hasta el tope", un comando élite del Ejército salvadoreño penetró al campus de la Universidad Centroamericana (UCA) y asesinó a las ocho personas.
Las víctimas fueron los españoles Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López y Juan Ramón Moreno, y el salvadoreño Joaquín López, también la trabajadora de la UCA Elba Ramos y su hija de 16 años, Celina Ramos.
Por denunciar las condiciones de pobreza y marginación, así como abusos a los derechos humanos en un país en guerra, los sacerdotes de la UCA eran considerados “izquierdistas” por los gobiernos de turno, los militares y la oligarquía del país.

Testigo de Cargo


Mientras tanto, el testimonio de Lucía Cerna, clave para vincular al Ejército de El Salvador con la masacre, fue publicado por primera vez en español por la UCA.
Las autoridades de la universidad, junto a la coautora Mary Jo Ignoffo, presentaron el miércoles 13 el libro, distribuido bajo el sello editorial de la universidad jesuita.
El vicerrector de Proyección Social de la UCA, Omar Serrano, recordó que los "responsables intelectuales" del crimen, que "todavía están en la impunidad", ordenaron a los militares que ejecutaron la masacre "no dejar testigos".
"Los militares se equivocaron, porque hubo una testigo que los vio entrar y salir. Lo maravilloso de esta testigo es que tuvo la valentía de decir la verdad", acotó.
Cerna era empleada de la UCA y vivía en la central localidad de Soyapango, una zona de intensos combates entre la guerrilla y el Ejército salvadoreño, por lo que buscó refugió en la universidad.

Nota periodística 

Cerna, de 69 años, vive hoy en California, desde donde relató los eventos de esa noche trágica. 

"En noviembre 11 se fueron las luces y desde esa vez ya no hubo energía eléctrica. Pensaba ir al mercado al día siguiente pero ya no se pudo porque ya estaba la guerra bien pesada. Pasaban helicópteros rugiendo como leones, eran las fuerzas armadas que estaban atacando a los guerrilleros, que corrían por todas las partes.
Yo estaba escondida debajo de un colchón de la cama con mi niña.
Jorge, mi esposo, tenía la panadería en la casa, la gente venía como podía, aunque fuese bajo las balas, a comprar el pan.
El martes 14 en la noche no teníamos ni velas, ni candiles, ni agua, ni leña y la refrigeradora ya estaba toda vacía, ya no había comida. Yo no estaba de acuerdo con que la niña que tenía yo en ese tiempo de cuatro años estuviera aguantando necesidades de no comer.
En la mañana, como a las seis y cinco de la mañana, ya con una bandera blanca, le dije, vámonos a buscar a mis jefes. Ellos nos van a amparar.
Yo antes pedí permiso por teléfono al padre para ver si me recibía con mi Geraldina, que es mi hija, y Jorge mi esposo. Le pedí si era posible que dieran posada y él me contesto que con gusto y me dijo: vente a cualquier hora aquí yo voy a estar.
Esa tarde que llegamos, el padre me prestó unas colchonetas y me dijo, si quieres cualquier cosa, agua, comida, aquí hay. 
Bien entrada la noche se oyó aquella gran balacera adentro de la universidad. Una noche antes, por casualidad, el padre Nachito tocaba la guitarra, me quedé oyendo y por eso había dejado la ventana abierta cuando me fui a acostar.
Cuando pasaron unas cuantas horas que nos habíamos acostado se oyó la gran guerra dentro de la universidad y voy viendo que iba un grupo de hombres con uniforme camufleado para adentro.
Vi lo soldados que entraron y oí que también el padre andaba en el corredor de este lado por donde entraron los soldados. Y él decía "¡ustedes son una carroña!, ¡esto es una injusticia!" y entonces al ratito de eso pum, no se oyó nada, su voz ya no se oyó, hubo una gran disparazón de grueso calibre, una diparazón por todos lados.
Vi como el grupito era como de cinco hombres de este lado de la casa. No había luz eléctrica pero me los alumbró la Luna, estaba Luna llena en ese tiempo.
Estaban dando patadas y gritadas allá en la casa de adentro. Se arreció la disparazón y también se oía que le daban patadas a las lámparas, a los escritorios, a las camas, oía que sacaban una cosas que las jalaban como que eran costales. Pero ya la voz del padre no estaba.
Yo nomás lo que sentí en mi cuerpo era como en vez de sangre, como que estaba yo en una hielera, en una hielera pero bien pesada de hielo. Me subía y me bajaba la sangre, helada, helada, helada.
Al amanecer, vimos la tendada de cuerpos en la grama y en un cuarto estaban dos mujeres muertas, yo creía que eran monjas porque nunca me imaginé que la cocinera se había quedado ahí.
Fui a la casa provincial a dar la mala noticia. El padre Saenz me dijo, te tienes que ir Lucía, te vamos a mandar para donde quieras ir, para Francia, para España, o para Estados Unidos.
Me llevaron a la embajada de España. Un avión de la Cruz Roja llegó a levantarnos al aeropuerto de El Salvador.
Cuando aterrizamos en Miami bajamos del avión y nos hicieron hacia un lado y al ratito se juntaron varios hombres y se identificaron en español y dijeron que eran del FBI, que los siguiéramos.
Nos pusieron en un hotel. No me imaginaba lo que venía en el futuro. Nos interrogaban desde las 7 de la mañana a las 7 de la noche. El hombre que yo pensaba era un doctor, entró un hombre en medio del interrogatorio y le dijo coronel, había venido de El Salvador, él mismo nos dijo. En esos tres días que estuvimos, a mí el hombre me maltrataba mucho verbalmente, psicológicamente. Me decía que yo no era la barredora de la universidad, que yo era comunista, una guerrillera, una ladrona, daba contra la pared el hombre cuando yo le contestaba que no era así. Yo me ponía a llorar porque le tenía miedo.
 
Mucho me había hecho hablar, desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche, varios días. Estaba bien cansada, sólo tomábamos algo en el desyuno, no había almuerzo y nada hasta que regresábamos a la noche a comer.
El coronel me dijo, te voy a quitar ese pelo que tienes para que te dé vergüenza, te va a quedar el puro coco y hasta las pestañas te voy a quitar.
Entonces me cansé y les dije que no sabía nada. Ya me había cansado de que me estuviese maltratando.
Quedaron bien contentos cuando les dije que no iba a decir nada y me dijeron "eso hubieras dicho desde el principio".
Ya en la noche del jueves llegaron dos sacerdotes a salvarnos de ese lugar donde nos tenían presos. Vinieron dos abogados de derechos humanos y yo les dije, perdónenme, porque yo cambié mi testimonio, pero no aguantaba tanto sufrimiento.
Y me dijeron, no te preocupes, estamos aquí para ampararte y ayudarte.

Las ocho víctimas de la masacre fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, Amando López, Elba Ramos y su hija Celina Ramos de 16 años.
Mi vida cambió totalmente. Cuando uno dice la verdad trae consecuencias porque nadie quiere oír la verdad.
Antes de que eso sucediera hace 25 años yo tenía felicidad, con todo mi gusto hacía la limpieza en ambos edificios, estábamos con la panadería y reíamos y salíamos sin aflicción ninguna.
Pero todo cambió. Mi persona todavía tiene secuelas de ese tiempo, me quedó ese miedo, al hablarlo todavía siento miedo".


 


Tribunal Supremo de Justicia de España.

El Tribunal Supremo español ha confirmado la sentencia que condenó a 133 años y cuatro meses de prisión al coronel y ex viceministro de Seguridad Pública de El Salvador Inocente Montano como responsable de los asesinatos de cinco jesuitas españoles en 1989, entre ellos Ignacio Ellacuría.

Apenas cinco meses después de que la Audiencia Nacional sentenciase al único dirigente militar juzgado en España por estos hechos, la Sala de lo Penal del Supremo ha ratificado la resolución al desestimar el recurso presentado por la defensa del coronel, que permanece en prisión desde 2017.
La sentencia, que llegó 32 años después de la matanza, consideró probado que los asesinatos fue urdidos, planeados, acordados y ordenados por los miembros del Alto Mando de las Fuerzas Armadas, órgano al que pertenecía y del que formaba parte Montano, "quien participó en la decisión y junto a otros cuatro miembros de dicho Alto Mando, transmitió la orden de realizar las ejecuciones".




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