—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 2 de junio de 2014

251.-La corona de Aragón. a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Carla Vargas Berrios; Alamiro Fernandez Acevedo;

Escudo de Aragón

La Corona de Aragón (en aragonés: Corona d'Aragón; en catalán: Corona d'Aragó; conocida también por otros nombres alternativos) englobaba al conjunto de territorios que estuvieron sometidos a la jurisdicción del rey de Aragón, de 1164 a 1707.

 El 13 de noviembre de 1137, Ramiro II el Monje, rey de Aragón, en la conocida como renuncia de Zaragoza depositó en su yerno Ramón Berenguer el reino (aunque no la dignidad de rey), firmando éste en adelante como Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón. Petronila tomó el título de "Reina de Aragón" y Ramón Berenguer el de príncipe de Aragón.  En 1164, Alfonso II de Aragón heredaría el patrimonio conjunto de sus padres, reino de Aragon, y condado de Barcelona.
Más tarde, por conquistas de nuevos territorios y matrimonio, esta unión de reino y condado bajo una misma corona, ampliaría sus territorios hasta incluir otros dominios: fundamentalmente los reinos de Mallorca, Valencia, Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles, así como los ducados de Atenas (de 1331 a 1388) y Neopatria (entre 1319 y 1390).
Con la boda de los Reyes Católicos en 1469, se inicia el proceso de convergencia con la Corona de Castilla, formando la base de lo que luego se convertiría en la Corona de España, aunque los distintos reinos conservarían sus sistemas legales y características. 
Con los Decretos de Nueva Planta de 1705-1716, Felipe V elimina finalmente la mayor parte de estos privilegios y fueros.

Nombres alternativos

El nombre de «Corona de Aragón» se aplica en la historiografía actual a partir de la unión dinástica entre el Reino de Aragón y el Condado de Barcelona, aunque no se utilizó históricamente hasta el reinado de Jaime II el Justo a finales del siglo XIII, y entre el siglo XII y el XIV la expresión más extendida para referirse a los dominios del rey de Aragón fue la de «Casal d'Aragó».
Entre los siglos XIII y XV, el conjunto de las posesiones del rey era designado con variados nombres como «Corona regni Aragonum» (Corona del reino de Aragón), «Corona Regum Aragoniae» (Corona de los Reyes de Aragón), «Corona Aragonum» (Corona de Aragón) o «Corona Regia», y Lalinde Abadía señala que no hay muchas más razones para hablar de «Corona de Aragón» que para hacerlo de la «Corona del Reino de Aragón» u otras denominaciones cuyo elemento común es ser el conjunto de tierras y gentes que estaban sometidas a la jurisdicción del Rey de Aragón.
 Otros nombres de fines del siglo XIII son «Corona Real», «Patrimonio Real» y excepcionalmente, y en el contexto del Privilegio de anexión de Mallorca a la Corona de Aragón, de 1286, aparece la expresión «regno, dominio et corona Aragonum et Catalonie», que Ferran Soldevila traduce como Corona d'Aragó i Catalunya ('Corona de Aragón y Cataluña'), si bien solo cinco años más tarde, en 1291, en la renovación de estos privilegios, ya se habla de «Reinos de Aragón, Valencia y condado de Barcelona».
 A partir del siglo XIV se simplificó a «Corona de Aragón», «Reinos de Aragón» o simplemente «Aragón».

Historia

La formación de la Corona tiene su origen en la unión dinástica entre el reino de Aragón y el condado de Barcelona.

Tras la muerte sin descendencia de Alfonso el Batallador el año 1134, durante el sitio de Fraga, su testamento cedía sus reinos a las órdenes militares del Santo Sepulcro, del Hospital de Jerusalén y de los templarios. Ante este hecho insólito, los habitantes de Navarra, que en aquel momento formaba parte de las posesiones del rey de Aragón, proclamaron rey a García V Ramírez y se separaron definitivamente de Aragón.
 En este contexto, los nobles aragoneses tampoco aceptaron el testamento y nombraron nuevo rey a Ramiro II el Monje, hermano de Alfonso y que era entonces obispo de Roda-Barbastro. Ante esta situación, Alfonso VII de León aprovechó para reclamar derechos sucesorios sobre el trono de Aragón, mientras que García V manifestaba sus aspiraciones y el Papa exigía el cumplimiento del testamento.
Las pretensiones de Castilla creaban un problema para el conde de Barcelona, Ramón Berenguer, pues coincidían con la rivalidad entre el condado y el reino de Aragón por la conquista de las tierras musulmanas de la taifa de Lérida. El rey Alfonso VII dejó claras sus intenciones cuando en diciembre de 1134 penetró con una audaz expedición en Zaragoza e hizo huir a Ramiro. Sin embargo, esos hechos no acabaron siendo favorables a las aspiraciones del rey castellano, quien finalmente habría de renunciar a sus pretensiones sobre el reino aragonés. Por su parte, Ramiro II, a pesar de su condición de eclesiástico, se casó con Inés de Poitiers,20 matrimonio del que tuvieron una hija, Petronila, en 1136. Ello obligaba a planear el futuro matrimonio de la niña, lo que suponía elegir entre la dinastía castellana o la barcelonesa.

El condado de Barcelona, en aquella época, estaba en manos de Ramón Berenguer IV. Anteriormente, ya había consolidado su supremacía sobre otros condados catalanes como Osona, Gerona o Besalú. Al mismo tiempo, se había puesto de manifiesto la potencialidad de la flota catalana, con hechos como la conquista momentánea de Mallorca (1114) o las expediciones llevadas a cabo por los condes barceloneses en tierras moras de Valencia, siendo frustradas sus intenciones por la intervención de Castilla, personificada por Alfonso VI y el Cid (derrota de Berenguer Ramón el Fratricida en la batalla de Tévar). Al mismo tiempo, se iniciaba una política de alianzas ultrapirenaicas que culminarían en la unión de Barcelona y Provenza por el casamiento de Ramón Berenguer III con Dulce de Provenza.
Alfonso VII presentó la candidatura de su hijo Sancho, futuro Sancho III de Castilla, pero la nobleza aragonesa acabó eligiendo a la Casa de Barcelona, con la que se negociaron detalladamente los términos del acuerdo, por los cuales Ramón Berenguer IV recibiría el título de "príncipe" y "dominador" de Aragón. Se especificaba que si muriese la reina Petronila antes que Berenguer, el reino no quedaría en manos del conde hasta después de la muerte de Ramiro. Además, el Reino sí iría a manos de Berenguer si Petronila moría sin descendencia, o tenía sólo hijas, o hijos varones pero estos morían sin descendencia.
Ramón Berenguer pacta con el rey aragonés Ramiro Y yo el rey Ramiro sea rey, señor y padre en mi reino de Aragón y en todos tus condados mientras me plazca, entregando a la Corona de Aragón todos sus dominios como "dominador" o princeps para ejercer la potestas real, pero no cedió ni el título de Rey ni la dignidad ni el apellido o linaje.
La capacidad de Ramón Berenguer para ejercer la potestas real en Aragón se muestra en hechos como que es al conde de Barcelona (venerande Barchinonensium comes), como gobernante de Aragón, a quien los Caballeros del Santo Sepulcro, los Hospitalarios y los Templarios hacen concesión de sus derechos como herederos del rey Alfonso de acuerdo a su testamento, reconociéndole así como soberano en ejercicio sobre los territorios aragoneses.
En 1164, el hijo de Ramón Berenguer y Petronila, Alfonso II de Aragón, se convertiría en el primer rey de la Corona y tanto él, como sus sucesores, heredarían los títulos de "rey de Aragón" y de "conde de Barcelona".


Países de corona de Aragón

La entidad resultante fue una mera unión dinástica, pues ambos territorios mantuvieron sus usos, costumbres y moneda, y a partir del siglo XIV fueron desarrollando instituciones políticas propias. Del mismo modo, los territorios anexionados posteriormente por la política expansionista de la Corona, crearían y mantendrían separadas sus propias instituciones. La obra de Jerónimo Zurita, de 1580, Anales de la Corona de Aragón contribuye decisivamente a la difusión de esta denominación, que se impondrá a partir del siglo XVI.
 El término «Corona de Aragón» obedece a la preeminencia del título principal de dignidad con el que se conocía el conjunto de territorios, reconocida ya por Pedro IV el Ceremonioso: «los reyes de Aragón están obligados a recibir la unción en la ciudad de Zaragoza, que es la cabeza del Reino de Aragón, el cual reino es nuestra principal designación y título». Así pues, aparte de la figura común del monarca, las diversas entidades políticas que componían la Corona mantuvieron siempre su respectiva independencia administrativa, económica y jurídica.

Países de Corona de aragón.

1).-Reino de aragón.

2).-Reino de Valencia


3).-Condado de Barcelona

4).-Reino de las Islas baleares (Mayorca)

5).-Reino de Nápoles

6).-Reino de Sicilia

7).-Reino de cerdeña

La sociedad en la Corona de Aragón:

 la nobleza

Los miembros del brazo o estamento militar pueden agruparse en dos categorías, la alta y la baja nobleza. A la alta nobleza pertenecían los condes, vizcondes y barones o ricos hombres, también llamados magnates. Constituían una minoría rica y poderosa, que controlaba buena parte de las tierras y hombres de la Corona, y vivía de las rentas de sus señoríos. Magnates aragoneses y catalanes, desde la instancia militar y política, participaron activamente en las empresas de expansión territorial y marítima de la Corona, y obtuvieron por ello cargos y honores que incrementaron sus patrimonios e ingresos. Aunque colaboraron con la monarquía, discreparon a veces sobre la línea política a seguir y rivalizaron por el reparto de las riquezas obtenidas con la expansión. Un sector de la nobleza superior procedía de la época carolingia y condal (los Pallars, Cardona, Montcada y Rocabertí, en Cataluña), pero otros habían llegado a la alta aristocracia durante los mismos siglos XIII y XIV. Era el caso de los segundones y bastardos de la familia real, origen de las casas aragonesas de Castro, Híjar, Xérica y Ayerbe, y de las nuevas dinastías condales de Ribagorza, Ampurias y Urgel, los duques de Gandía, los marqueses de Villena y los condes de Prades. Los monarcas de esta época otorgaron también títulos condales y vizcondales en favor de sus colaboradores más inmediatos, muchos de ellos miembros de la pequeña nobleza (Illa, Canet, Fenollet, Fortiá, Perellós, Entenza, Carrós) que así entraron en las filas de los barones. 

La pequeña nobleza, formada por caballeros, donceles, generosos y hombres de paratge, era muy numerosa. En sus estratos superiores tendía a confundirse con los niveles inferiores de la alta nobleza; los sectores intermedios se asemejaban al patriciado urbano, y las capas inferiores casi se entremezclaban con las elites campesinas. Los miembros genuinamente militares de esta pequeña nobleza entraron en una etapa de declive y conflictividad interna cuando la primera mitad del siglo XIV cesaron las guerras de conquista y empezó la crisis de la renta feudal. El relevo vino de la mano de ciudadanos ricos, poseedores de fincas rústicas y acreedores de la monarquía, que obtuvieron títulos de nobleza, como los Requesens, Margarit, Santcliment, March, Gualbes, Desbosch, etc.

 La nobleza, en general, vivía de la renta feudal, es decir, de las cargas sobre las tierras y los hombres de sus señoríos, que a mediados del siglo XIV, en Cataluña, englobaban cerca del 35 o 38 por ciento de los hogares. Las diferencias económicas entre la alta y la pequeña nobleza, en general, eran muy grandes, como también lo eran los modos de vida y las funciones. Los barones eran cosmopolitas, dispendiosos y ostentosos, en contraste con la relativa austeridad y localismo de caballeros y otros miembros de la pequeña nobleza, aunque de las filas de éstos surgieron algunos de los grandes nombres de la literatura catalana, como Ausias March y Joanot Martorell. 

Los magnates, como los Cabrera y los Cardona, ocuparon altos cargos de la administración y la política, y dieron hijos para la dirección de la Iglesia, mientras que los caballeros ocuparon los cargos intermedios de la administración y de la Iglesia, integraron las milicias de las órdenes militares y entraron en la red de fidelidades y servicios de los grandes, a cambio de feudos.

La oligarquía de las ciudades
La bandera de Barcelona es la enseña que identifica actualmente al Ayuntamiento de Barcelona y por extensión a la ciudadanía barcelonesa. Su blasonado se remonta como mínimo al siglo XVI. Ha sufrido algunas modificaciones pero su diseño básico (cuartelado, señal real y señal de San Jorge) ha permanecido desde sus primeras apariciones. Como bandera heráldica tiene su origen en el escudo de Barcelona.


El franciscano gerundense Francesc Eiximenis, que escribía en pleno siglo XIV, dividía a los hombres de las ciudades en tres manos o sectores: la "má major", la "má mitjana" y la "má menor". La má major era el patriciado, es decir, la aristocracia del dinero, cuyos orígenes cabe situar en los negocios comerciales y financieros del siglo XII y comienzos del XIII. Se trata de unos hombres que muy pronto vincularon su suerte a la de la monarquía: ayudaron a las maltrechas finanzas de Pedro el Católico, colaboraron con los jerarcas de la nobleza y la Iglesia a garantizar el gobierno y la estabilidad política durante la minoridad de Jaime I y contribuyeron con sus recursos a las conquistas mallorquinas y valencianas de Jaime I. A cambio de esta colaboración con el poder real obtuvieron privilegios mercantiles y libertades políticas, que se concretaron en el gobierno de las ciudades, una jurisdicción propia en el ámbito comercial (los consulados de mar) y la formación o dirección del brazo real en las Cortes. Con el gobierno de Pedro el Grande, y superada en Barcelona una revuelta popular (revuelta de Berenguer Oller), la preeminencia política de las familias del patriciado se consolidó en las Cortes de 1283. 

Desde entonces, pero especialmente durante el siglo XIV, estas familias de antiguo origen, enriquecidas con el comercio y las finanzas, junto con otras, de fortuna más reciente, procedentes del mundo de los negocios y de las filas de la administración real, constituyeron un grupo cerrado (los ciutadans honrats), especie de nobleza urbana dedicada al gobierno de la ciudad (a pesar de ser un grupo minoritario ocupaban por privilegio la mayor parte de las magistraturas) y a la inversión en el sector rentístico. Poseedoras de fortuna monetaria, estas familias compraban inmuebles, tierras, señoríos y títulos de deuda pública de los municipios, además de invertir, generalmente a través de terceros, en el comercio y el transporte naval. En la conselleria, es decir, el órgano ejecutivo del gobierno de la ciudad de Barcelona, en 1274, había 2 ciudadanos, 1 mercader, 1 artista y 1 artesano, y en el Consejo de Ciento, órgano consultivo, había, en 1338, 63 ciudadanos, 9 juristas, 8 mercaderes, 5 notarios, 2 boticarios y 12 artesanos. Por debajo de los ciudadanos honrados o ricos hombres se encontraba el grueso de las familias de los negocios, los mercaderes, banqueros, hombres de profesiones liberales (notarios, juristas) y artesanos de oficios particularmente importantes (oficios artísticos).
 Era la má mitjana de la clasificación de Eiximenis, que tenía en los mercaderes al sector más dinámico y representativo. Los más importantes invertían en la industria naviera, se especializaban en el tráfico marítimo y participaban activamente en el comercio internacional por las rutas del Mediterráneo, Europa y los países nórdicos. 

Al decir de Eiximenis, hijo de mercaderes, sus capitales y negocios eran "vida de la tierra, tesoro de la cosa pública y manjar de los pobres", porque sólo ellos eran grandes limosneros, y no deja de ser cierto que, con sus actividades, los mercaderes impulsaban la producción de los sectores primario y secundario (suministraban materia prima, daban salida a excedentes), contribuían al gran desarrollo de la banca, colaboraban con limosnas en la construcción de los grandes edificios religiosos de la ciudades (catedrales góticas y conventos) y embellecían las ciudades con obras del gótico civil (residencias particulares y edificios públicos). Al servicio de estos mercaderes importadores y exportadores, o en conexión con ellos, trabajaban pequeños mercaderes que se dedicaban al tráfico interior, en ferias y mercados, notarios, banqueros, patrones de naves, cónsules, etc. 

Buen observador, Eiximenis desaconseja que los mercaderes se dediquen a la política y a la inversión en deuda pública, actividades a las que se inclinaban en el siglo XIV, y recomienda que se concentren en los negocios, para lo cual pide a los gobernantes que les concedan desgravaciones fiscales y protección. Las lonjas góticas de las principales capitales de la Corona de Aragón, donde los mercaderes se reunían para discutir sobre la marcha de los negocios, y, en cierto sentido, dirigir la política económica de la Corona, constituyen un testimonio de la pujanza de esta clase social.

Dinámica mercantil e infraestructura

La Corona de Aragón, estratégicamente situada en el noreste de la Península, con una amplia fachada marítima, exportó una parte de su producción a los países del entorno y supo jugar un decisivo papel de intermediario mercantil entre los países del continente europeo, los reinos peninsulares y el Mediterráneo. La fase de máxima prosperidad de la Corona, dentro de un equilibrio global, corresponde a los años 1250-1350. La mayor actividad y volumen de negocios se dio entonces alrededor de las grandes capitales: Mallorca, Zaragoza, Valencia y Barcelona. Fue un momento único en la historia de catalanes y aragoneses, cuando la Corona se convirtió en una de las principales potencias del Mediterráneo. Manifestaciones de estabilidad en la prosperidad fueron la correspondencia entre expansión política y expansión económica, la cristalización de las instituciones, el equilibrio de la balanza comercial, la paz social relativa y la madurez cultural y artística (P. Vilar). 

El impulso fue tan grande que cuando cambió la coyuntura y se quebró el ritmo global de crecimiento, particularmente en el sector primario, el volumen de los negocios no decreció, aunque hubo que adoptar medidas proteccionistas. Roto el equilibrio interior en la prosperidad, se entró en una fase que, en perspectiva global, hay que calificar de crisis, pero que resulta contradictoria al considerar sus componentes por separado: mientras en el sector primario se producía una caída de la renta feudal, que ponía en marcha mecanismos de reacción (señorial) y revolución (campesina), y en el sector secundario, la contracción del mercado acentuaba la competencia y, con ella, la reacción corporativista (cierre de los gremios y proteccionismo), en el sector terciario, a pesar de signos alarmantes (quiebras bancarias e inestabilidad monetaria), siguió largo tiempo el ascenso de las cifras del gran comercio (M. Del Treppo), en el que los mercaderes de la Corona hacían un lucrativo papel de intermediarios. Contradictoria también la cronología y la geografía: mientras los grandes mercaderes catalanes alcanzaron probablemente el óptimo de sus negocios la primera mitad del siglo XV para quebrar después; los valencianos remontaron un siglo XIV difícil y llegaron a finales del siglo XV en fase ascendente, y los aragoneses, quizá porque no habían tenido una sólida estructura mercantil, la crearon durante los siglos XIV y XV en lucha contra la crisis. 

Ciudades y villas eran los centros principales del negocio mercantil. Merced a su amplia fachada mediterránea, y a las ventajas que ofrecía el transporte marítimo de mercancías, un gran número de ciudades y villas portuarias de la Corona desarrollaron una intensa actividad mercantil. Una lista, no exhaustiva, debería incluir Mallorca, Collioure, Roses, Cadaqués, Palamós, Sant Feliú de Guixols, Tossa, Sant Pol, Barcelona, Sitges, Tarragona, Cambrils, Portfangós, Peñíscola, Castellón, Burriana, Sagunto, Valencia, Cullera, Gandía y Denia. Y, claro está, a estos puntos de comercio marítimo deberían añadirse los puertos fluviales del Ebro, de Zaragoza a Tortosa. De ningún modo, por tanto, puede reducirse el comercio exterior de la Corona al de la ciudad de Barcelona. Sirvan como muestra los cálculos de C. Carrére para quien el valor total de las importaciones y exportaciones de la ciudad de Barcelona (o que pasaban por ella), hacia 1400, equivalía a la mitad del comercio exterior de Cataluña, lo que, ciertamente, no es poco. De hecho, Barcelona, desde el punto de vista demográfico y mercantil, era un ciudad de segundo orden en el Mediterráneo, por debajo de las grandes ciudades-estado italianas, donde había capitales y compañías más poderosas que las barcelonesas. Era el conjunto del comercio mediterráneo de la Corona el que podía competir con el de las grandes ciudades italianas e incluso superarlo. No obstante, hasta 1350-1400 Barcelona jugó el papel de principal motor mercantil de la Corona. Después perdió posiciones, hasta el punto que podría decirse que la segunda mitad del siglo XV Valencia la reemplazó como principal centro económico de la Corona. Con sus mercaderes, capitales e infraestructuras (lonjas de contratación, puertos, atarazanas), las ciudades eran la anilla central de una red comercial que tenía en las ferias y mercados de las villas sus células básicas. 

A ellos acudían los mercaderes, sobre todo para comprar alimentos, especias, productos tintóreos y materias primas (trigo, fruta seca, azafrán, lana), vender una parte de sus productos de importación (la elite campesina era buena consumidora) y contratar los servicios de la manufactura rural a la que proveían de materia prima. El comercio interior tenía, como es lógico, la dificultad del transporte, que imponía severos límites al volumen de mercancías y a la velocidad de desplazamiento. Por tierra, en caravanas, con carros de cuatro ruedas, arrastrados por mulas, las mercancías debían viajar un promedio de 50 km. por día. El transporte fluvial era mejor, más voluminoso y rápido. En la Corona, la gran ruta del Ebro enlazaba Aragón y Cataluña, cuyas economías se complementaban, y servía a los mercaderes catalanoaragoneses como vía para introducir en la Península productos de importación mediterránea. Naturalmente, el sistema de transporte que más ventajas ofrecía, tanto por el volumen de mercancías como por la rapidez y las distancias que se podían cubrir, era el marítimo. La construcción naval, en las atarazanas o astilleros de las grandes ciudades mediterráneas de la Corona (Mallorca, Barcelona y Valencia), y de algunas villas portuarias (Mataró, Arenys de Mar, Blanes, Sant Feliú de Guixols, Calella, Palamós), era, por tanto, esencial. Las atarazanas de Cataluña trabajaron, sobre todo, con madera del Montnegre, el Montseny y el Pirineo central catalanoaragonés, y las de Valencia con madera aragonesa de la zona de Teruel y de los propios bosques valencianos. Las embarcaciones con las que los marinos y mercaderes de la Corona surcaban el Mediterráneo pertenecían a dos tradiciones náuticas: la latina, de embarcaciones ligeras, a remos (larga eslora, líneas planas, timón lateral, gran vela triangular), y la atlántica, de embarcaciones redondas (casco grande, eslora corta, timón único a estribor, vela cuadrada).

 A la tradición latina pertenecían la galera y el lleny. La galera, con una capacidad de carga de unas 40 toneladas, fue utilizada en el combate naval por su rapidez, y se mantuvo como barco mercante en las líneas de larga navegación. El lleny, con un porte no superior a las 10 toneladas, era utilizado en la navegación de cabotaje y en las rutas que enlazaban Mallorca con los puertos de Valencia y Cataluña. Las embarcaciones de tipología atlántica, que con mayor frecuencia navegaban por el Mediterráneo, compitiendo con las galeras, eran la nao y la coca, que a veces pertenecían a armadores cántabros, transportistas rivales de los catalanes en el propio ámbito mediterráneo. Mientras las galeras eran idóneas para el transporte de las ricas y poco voluminosas especias de los mercados de Oriente, los veleros de tradición atlántica servían mejor para el transporte de mercancías voluminosas y más baratas (cereales, madera, ganado, lana, vino) en el Mediterráneo occidental. El porte de las naos, con mayor capacidad de carga que las cocas, se situaba entre las 200 y las 400 toneladas, en el siglo XV. Complemento necesario de la construcción naval fue el perfeccionamiento de las técnicas de navegación, al que contribuyeron los portulanos ejecutados por la escuela cartográfica mallorquina.

Los grupos populares urbanos

La "má menor" o pueblo menudo, de que hablaba anteriormente Eiximenis, constituía la inmensa mayoría de la población urbana. En los estratos superiores de este conjunto social se encontraba la gente de los oficios, es decir, los maestros artesanos y sus oficiales; en los estratos intermedios, los obreros no especializados (los braceros, por ejemplo), y, en los estratos inferiores, los grupos marginales: esclavos, mendigos, vagabundos y pobres en general. En épocas de la prosperidad, la sociedad urbana, aleccionada por los frailes, consideraba al pobre casi un bien de Dios, imagen viviente de Cristo, el pobre por naturaleza. Los pobres eran objeto de la piedad popular, y recibían directamente o por mediación de la Iglesia las limosnas de los ricos, a cuya salvación de este modo contribuían.
 No obstante, cuando la crisis del siglo XIV estalló con toda crudeza y las epidemias se propagaron, el clima social se enrareció, los mendigos empezaron a ser sospechosos de contagiar enfermedades y empezó un largo proceso de casi criminalización de pobres y marginados. Al mismo tiempo, estos grupos marginales se sumaron a obreros sin trabajo o con trabajo ocasional y a obreros descontentos por las condiciones laborales y de mercado para protagonizar revueltas populares contra los ricos, que a veces derivaron hacia la persecución de minorías étnicas o religiosas como los judíos, en 1391.
 La gente de los oficios, sobre todo los maestros artesanos, dueños de sus talleres, eran conocidos por su especialidad. Se trataba de pequeños productores que vendían directamente los productos de su industria al consumidor, en el marco de la tienda-taller que poseían. La economía de las ciudades reposaba sobre el trabajo de este sector social, además de los negocios de los mercaderes. Los talleres eran auténticas empresas familiares: se encontraban en la planta baja de las viviendas de los propios artesanos y en ellos trabajaba toda su familia, además de algún oficial y aprendiz.

 Por propio interés y por voluntad de la oligarquía urbana dirigente, los artesanos se organizaron pronto en corporaciones (gremios y cofradías), que eran a la vez una forma de solidaridad lateral entre maestros del oficio y una especie de policía de las autoridades para el control del mundo del trabajo. El gremio, que agrupaba a maestros y artesanos, bajo la dirección de los primeros, servía para la ayuda mutua de sus afiliados, el desarrollo de una ética del oficio, la reglamentación de la producción, el proteccionismo, el rechazo de la competencia y la contención de los conflictos laborales. Desde el punto de vista de los gobiernos municipales, controlados por la oligarquía mercantil, que aprobaban las ordenanzas gremiales y supervisaban su cumplimiento, los gremios tenían que servir para fijar a cada artesano en su oficio y evitar que los hombres de la producción desbordaran el marco de su actividad y entraran en competencia con el mundo de los negocios. De hecho, las ciudades bajomedievales registraron dos tipos de conflictos: de la gente de los oficios en general contra la oligarquía gobernante y de los oficiales contra los maestros. En este último caso se trataba de conflictos sobre las condiciones de trabajo (horarios, salarios, producción). Más complejas eran las diferencias entre artesanos y oligarquía.

 En este caso había reivindicaciones políticas (exigencias de democratización de los gobiernos municipales), descontento por la distribución desigual de las cargas tributarias, quejas sobre el aprovisionamiento de las ciudades y voluntad de los artesanos de controlar en su provecho el mercado local contra la competencia de los productos foráneos introducidos por los mercaderes. Las razones de esta conflictividad son evidentes: baste recordar que el poder ejecutivo en la ciudad de Valencia estaba en manos de seis jurados que eran miembros de la oligarquía (2 caballeros y 4 ciudadanos) y que en el Consejo General de Valencia, asamblea consultiva del gobierno municipal, había 48 ciudadanos, 46 artesanos y 6 caballeros, es decir, que la gente de los oficios estaba en minoría, a pesar de ser el grupo social mayoritario de la ciudad. Y lo mismo sucedía en Mallorca, donde también había seis jurados, mayoritariamente miembros de la oligarquía (1 caballero, 2 ciudadanos, 2 mercaderes y 1 artesano), y un Gran y General Consejo, órgano representativo de la ciudad y la isla, formado por 25 caballeros, 25 ciudadanos, 25 mercaderes, 25 artesanos y 38 campesinos.

 La desproporción entre el número de artesanos y su representación política era grande pero un intelectual, como el franciscano Eiximenis, encontraba razones para justificarlo: sus obras artesanales son necesarias para el mantenimiento de su vida y de la cosa pública, no conviene, por tanto, que abandonen el trabajo; es mejor que deleguen la dirección de la comunidad en una minoría (los ciudadanos), que disponga de riqueza suficiente para liberarse del trabajo y ocuparse del gobierno, así, de paso, "si la comunidad se equivoca por mal consejo, es mejor que la culpa la tengan unos pocos y que toda la comunidad no sea por ello difamada". 

No parece que los artesanos acataran tales consejos, sino que presionaron y gracias a ello, en Barcelona, en 1453, consiguieron entrar en la conselleria (3 ciudadanos-mercaderes, 1 artista y 1 artesano) y aumentar su representación en el Consejo de Ciento: 32 ciudadanos, 32 mercaderes, 32 artistas y 32 artesanos.


LA CORONA DE ARAGÓN
600 AÑOS DE HISTORIA: SIGLOS XII a XVIII
Del 4 al 20 de junio de 2017
Coordinadores: José Ángel Sesma Muñoz y Xavier Gil Pujol

La Corona de Aragón es la formación política nacida de la unión en 1137 entre el reino de Aragón y el condado de Barcelona, establecida mediante el matrimonio de Petronila, hija y heredera de Ramiro II, rey de Aragón, y de Ramón Berenguer, conde de Barcelona. Es, por tanto, una alianza entre dos familias, sellada con un contrato matrimonial, que unía las fuerzas y los dominios de ambas con objeto de solventar las cuestiones internas respectivas y las comunes derivadas de disputarse un mismo espacio de expansión. No constituye una solución inédita, ya que en otros ámbitos se encuentran casos similares, como la Unión de Kalmar entre Dinamarca, Suecia y Noruega, de 1397 a 1523, ni conviene atribuirle mayor calado político inicial que la necesidad de dar respuesta rápida a situaciones concretas. Con todo, fue una solución coherente y oportuna, cuya eficacia el tiempo se encargaría de demostrar.

En efecto, la unión dinástica de 1137 recorrió un largo itinerario histórico de casi seis siglos, durante los cuales no sólo se consolidó sino que, además, la monarquía así surgida conquistó nuevos territorios, primero el reino de Mallorca y el de Valencia y, seguidamente, mediante una notable expansión mediterránea, tanto territorial como comercial, incorporó al dominio real Sicilia, Cerdeña y, finalmente, Nápoles. Y concluyendo los siglos medievales, el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en 1469 condujo, mediante una segunda unión dinástica, a la creación de la Monarquía Española.

Tanto la Corona de Aragón como ahora la Monarquía Española eran monarquías compuestas, integradas por distintos reinos, cuyo rey respectivo era, a la vez, el común de todos ellos. Tales reinos habían sido incorporados bien mediante uniones y sucesiones dinásticas, bien mediante conquistas, y conservaban, en mayor o menor grado, sus trazos institucionales particulares. La situación no se vio modificada por la sucesión de los Reyes Católicos en Carlos I de Austria en 1516 ni por la subsiguiente expansión imperial. Así pues, unión y diversidad eran sus rasgos característicos, igual que sucedía en otros casos, como la unión británica entre Inglaterra y Escocia en 1603.

La arquitectura institucional de la Corona de Aragón no conoció cambios substantivos durante los siglos XVI y XVII, si bien los ritmos políticos en la misma se vieron cada vez más influidos por la dinámica general española: monarquía de alcance global, asentamiento de la corte real en Castilla y guerras exteriores continuas. Con sus factores de cohesión y de tensión, el conjunto de la Monarquía y las clases dirigentes de sus distintos reinos mostraron suficiente capacidad de adaptación como para superar varias crisis mayores y lograr la continuidad de la misma.

El advenimiento de Felipe V de Borbón en 1700 no cambió la situación. Pero la subsiguiente Guerra de Sucesión española, que fue a la vez una conflagración internacional y un conflicto político interno, comportó la desaparición de la Corona de Aragón por la abolición de sus instituciones públicas entre 1707 y 1716. Con todo, pervivieron el derecho civil, aunque no en Valencia, así como otros rasgos institucionales. La tendencia europea se orientaba hacia la unidad entendida crecientemente como homogeneidad.

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