—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

miércoles, 31 de octubre de 2012

164.-Antepasados del rey de España: Felipe V de España, llamado «el Animoso»


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farías Picón; Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; Maria Francisca Palacio Hermosilla; 

  
 Felipe V de España. 

 
Aldo  Ahumada Chu Han 
Felipe de Borbón y Baviera. En Frances: Philippe de France.

 (Versalles, 19 de diciembre de 1683-Madrid, 9 de julio de 1746), fue rey de España desde el 16 de noviembre de 1700 hasta su muerte en 1746, con una breve interrupción (comprendida entre el 16 de enero y el 5 de septiembre de 1724) por causa de la abdicación en su hijo Luis I, prematuramente fallecido el 31 de agosto de 1724.
Como bisnieto de Felipe IV, fue el sucesor del último monarca de la Casa de Austria, su tío-abuelo Carlos II, por lo que se convirtió en el primer rey de la Casa de Borbón en España. Su reinado de 45 años y 3 días (partido, como ya se ha señalado, en dos periodos separados) es el más prolongado en la historia de este país.
Segundo hijo del gran delfín Luis de Francia y de María Ana Cristina de Baviera, fue designado heredero de la Corona de España por el último rey español de la dinastía de los Habsburgo, Carlos II, que murió sin descendencia. La coronación de Felipe de Anjou en 1700 como Felipe V de España supuso el advenimiento de la dinastía borbónica al trono español.
En su primera etapa, el reinado de Felipe V estuvo tutelado por su abuelo, Luis XIV de Francia, a través de una camarilla de funcionarios franceses encabezada por la princesa de los Ursinos. Esta circunstancia indignó a la alta nobleza y la oligarquía españolas y creó un clima de malestar que se complicó cuando el archiduque Carlos de Austria (el futuro emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico) comenzó a hacer efectivas sus pretensiones a la Corona española, con el apoyo de los antiguos reinos de la Corona de Aragón, pues los catalanes mantenían su resentimiento hacia los franceses a raíz de la pérdida del Rosellón y la Cerdaña transpirenaicos.
Tras contraer matrimonio con Maria Luisa Gabriela de Saboya, Felipe V marchó a Nápoles en 1702 para combatir a los austriacos. Poco después regresó a España para hacer frente a los ataques de la coalición angloholandesa que apoyaba al archiduque Carlos de Austria y que precedieron al estallido de la guerra de Sucesión en 1704. El largo conflicto internacional adquirió en España un carácter de guerra civil en la que se enfrentaron las antiguas Coronas de Castilla y Aragón.
En 1707, la situación se tornó crítica para el soberano español, dado que, si bien había obtenido algunas victorias importantes, perdió el apoyo de Luis XIV de Francia, quien hubo de retirarse de la contienda a raíz de los reveses sufridos en el continente. Sin embargo, al margen de las alternativas en el campo de batalla, la muerte del emperador austriaco José I y la coronación como emperador del archiduque Carlos de Austria en 1711 dieron un vuelco radical a las cosas.
Si el origen del conflicto había sido el peligro de una unión de Francia y España, a pesar de la cláusula que lo impedía en el testamento de Carlos II, la nueva situación dio lugar a que británicos y holandeses dejaran de apoyar a Austria, también por razones geoestratégicas, y negociaran con España los tratados de Utrecht, de 1713, y de Rastadt, del año siguiente, por los que Felipe V cedía su soberanía sobre los Países Bajos, Menorca, Gibraltar, la colonia de Sacramento y otras posesiones europeas y al mismo tiempo renunciaba a sus derechos sucesorios en Francia, a cambio de lo cual era reconocido como rey de España.
Los catalanes, que entretanto habían proseguido la guerra en solitario, capitularon finalmente en 1715. El monarca emprendió entonces una profunda reforma administrativa del Estado de carácter centralista, cuyas líneas más significativas fueron el fortalecimiento del Consejo de Castilla y el Decreto de Nueva Planta de la Corona de Aragón, por el que disolvía sus principales instituciones y reducía al mínimo su autonomía
Tras enviudar, Felipe V se casó enseguida con Isabel de Farnesio, quien se convirtió en su principal consejera y, tras apartar al grupo francés, tomó las riendas del poder con el propósito de asegurar el futuro de sus hijos, Carlos y Felipe. A través del cardenal Alberoni, promovió las campañas de Italia y de los Pirineos con la intención de recuperar los territorios perdidos a raíz de la guerra, pero la intervención británica impidió su propósito.
En 1723, a la muerte del regente francés, Felipe V abdicó en favor de su hijo Luis con la esperanza de reinar finalmente en Francia. Sin embargo, la muerte de Luis I ese mismo año a causa de la viruela lo llevó de nuevo al trono español. Esta segunda etapa de su reinado estuvo señalada por el avance de su enfermedad mental y el control que su esposa ejercía sobre los asuntos del reino. Las guerras de Sucesión de Polonia y Austria originaron los pactos de familia con Francia de 1733 y 1743, que clarificaron el futuro de los hijos de Isabel de Farnesio, al asegurar al infante Carlos el trono de España y al infante Felipe el Milanesado, Parma y Plasencia.
La ocupación de este territorio suscitó el bloqueo naval por parte de Gran Bretaña, cuyas graves consecuencias económicas para España no llegó a ver el rey Felipe. Le sucedió en el trono Fernando VI (1746-1759), último hijo de su primer matrimonio con María Luisa Gabriela de Saboya; al morir sin descendencia Fernando VI, el trono español recayó en Carlos III (1759-1788), primogénito del segundo matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio.

Personalidad de Felipe V.

El noble francés Louis de Rouvroy, duque de Saint-Simon hizo una pequeña descripción generalizada del primer Rey de España de la casa de Borbón cuando era embajador de Francia en Madrid:

Felipe V, Rey de España, posee un gran sentido de la rectitud, un gran fondo de equidad, es muy religioso, tiene un gran miedo al diablo, carece de vicios y no los permite en los que le rodean.
Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simon
Sin embargo, la historiadora francesa Janine Fayard afirma:

El despacho le aburría, no sabía divertirse y al final de su vida este aburrimiento le llevaría a sumirse en una inercia total, preso de una profunda melancolía patológica. Solo la guerra lo sacó por breves momentos de su apatía congénita, lo que le valió el sobrenombre de «animoso». Toda su vida estuvo dominado por sus familiares. Pronto aparecieron caricaturas alusivas. Una de ellas lo muestra guiado por el cardenal Portocarrero y el embajador de Francia, Henri Harcourt, con esta inscripción: «Anda, niño, anda porque el cardenal lo manda»
En la misma línea que la historiadora francesa, el historiador Pedro Voltes destacó el deterioro mental de Felipe V durante su vida. Así relata una de las múltiples crisis que padeció:

El príncipe Fernando fue admitido alguna que otra vez a la presencia de su padre, que se había recluido en El Pardo. Allí pudo captar con sus propios ojos los tragicómicos desatinos del soberano: se había empeñado en llevar siempre una camisa usada antes por la reina, porque temía que le envenenasen con una camisa; otras veces prescindía de esa prenda y andaba desnudo ante extraños; se pasaba días enteros en la cama en medio de la mayor suciedad, hacía muecas y se mordía a sí mismo, cantaba y gritaba desaforadamente, alguna vez pegó a la reina, con la cual se peleaba a voces y repitió tanto sus intentos de escaparse que fue preciso poner guardias en su puerta para evitarlo. Peor aún: en cierto momento en que pudo disponer de papel y pluma, compuso rápidamente una carta de abdicación y la mandó al presidente del Consejo de Castilla, supremo órgano de gobierno, para que reuniera a los consejeros y los enterase de que cedía la corona, al príncipe Fernando, su heredero. El presidente, arzobispo de Valencia, era adicto a la reina y entretuvo la carta hasta informar a ésta. Isabel Farnesio se espantó y encolerizó y mandó reforzar la vigilancia sobre su esposo.
Una valoración parecida es la que realiza el también historiador Ricardo García Cárcel:​

Felipe V reinó dos veces. Hay ciertamente un primer Felipe, antes de 1724, que quiso ser rey... Pero tras la muerte de su hijo Luis, el Felipe V que vuelve a ejercer como rey ya no será el mismo. Kamen vio la abdicación no solo guiada por motivos religiosos —versión oficial—, sino producida por la incidencia de la enfermedad depresiva que se manifestaba ya de manera galopante. [...] El segundo Felipe es un rey, ante todo, consorte de su mujer, Isabel Farnesio, que usó con frecuencia la frase «el rey y yo», como emblema de una singular monarquía dual en la que quien tomaba las decisiones era la reina. El estado psicopatológico de Felipe a lo largo de estos años fue calamitoso —aunque la enfermedad viniera de lejos— y hay que valorar positivamente el cierto descaro de Kamen a la hora de romper con las pudorosas valoraciones de la psicología del rey por parte de la historiografía romántica, que siempre prefirió creer en un rey secuestrado en la alcoba por su mujer —como lo creía Macanaz— antes que un rey inhabilitado mentalmente para reinar
El rey padecía una severa depresión y trastorno bipolar, con síntomas psicóticos como alucinaciones y delirio. Tenía crisis con estado descuidado, con mala higiene personal, en algún momento se creyó una rana y croaba y saltaba por el Palacio de La Granja, o creía que le faltan las extremidades o estaba muerto. Pensó que querían envenenarlo y no se cambiaba de ropa durante días. Por ese motivo era recluido en sus habitaciones, con chequeo permanente y guardias para impedirle escapar. Luego se recuperaba hasta la próxima crisis. La reina estuvo al tanto de su salud.


  
Escudo de armas como duque de Anjou.

Felipe V. Versalles (Francia), 19.XII.1683 – Madrid, 9.VII.1746. Rey de España.

Primer Rey de la dinastía de los Borbón. Segundo de los hijos de Luis de Borbón, Gran Delfín de Francia, y de María Ana Cristina Victoria de Baviera, y nieto, por tanto, de Luis XIV. En su educación influyeron decisivamente cuatro personas: su tía abuela, la duquesa de Orleans, hermana de Luis XIV que procuró que el niño superase su timidez; el médico Helvetius; la marquesa de Maintenon, la “esposa secreta” de Luis XIV, que intentó dotarle de afecto maternal (su madre había muerto cuando él tenía siete años); y el teólogo Fénelon, luego arzobispo de Cambrai, que le inculcaría una religiosidad ferviente y el rechazo a la disipación de la Corte versallesca. El 3 de octubre de 1700, el rey Carlos II, el último Austria, firmaba su testamento tras no pocas tensiones y el uno de noviembre murió. En el testamento se establecía que su sucesor debía ser Felipe, el duque de Anjou. A los diecisiete años, Felipe V asumiría las responsabilidades del trono español. El recibimiento en Madrid no pudo ser más triunfal. Desde el principio de su reinado, dejó muestras de su voluntad de respetar las costumbres y ceremonias hispánicas y asumir el relevante papel político de los nobles palaciegos que habían condicionado la resolución final del testamento de Carlos II en los términos que se produjo (el cardenal Portocarrero, el obispo Arias, Antonio Ubilla, el marqués de Villafranca, el conde de Santisteban, el duque de Medinasidonia...).

El 8 de mayo de 1701 se hacía público el compromiso matrimonial de Felipe con la princesa María Luisa Gabriela de Saboya. El primer encuentro entre Felipe y María Luisa se produjo en La Junquera y la ceremonia de la boda se celebró en el monasterio de Vilabertrán (Figueras). A Cataluña llegó Felipe tras un largo viaje a través del reino de Aragón. Tanto en Zaragoza como en Barcelona, recibió múltiples testimonios de apoyo y agasajos. En Barcelona, juró los fueros en las Cortes y concedió varios títulos de nobleza.

Las relaciones con Cataluña entonces no podían ser más idílicas, a lo que contribuyó la larga estancia (cinco meses) de luna de miel de los recientes esposos en el Principado. La princesa de los Ursinos, enviada por Luis XIV para controlar los movimientos y las relaciones de María Luisa de Saboya, llegó a tener enorme influencia sobre la joven Reina. En marzo de 1702, las potencias de la Gran Alianza (Inglaterra, Holanda y el Imperio), que se había constituido seis meses antes, declararon la guerra a Francia y España en defensa de la candidatura del archiduque Carlos de Austria a la sucesión de España, negando la validez del testamento de Carlos II. Dos años más tarde, a la Gran Alianza se unirían el ducado de Saboya y el reino de Portugal. La primera iniciativa de Don Felipe fue desplazarse desde Barcelona a Nápoles y Milán para intentar pacificar a la nobleza napolitana y controlar sus posesiones italianas amenazadas por los austrinos. Hasta su regreso de Nápoles (enero de 1703), María Luisa se ocupó en Madrid de los asuntos de Estado con notable eficacia.

Durante la guerra, la adhesión a Felipe V de Castilla fue casi absoluta. Sólo puede registrarse a favor del archiduque Carlos la conspiración nobiliaria de Granada (los condes de Luque y Eril y los marqueses de Cazorla y Trujillo) y determinados sectores de la nobleza cortesana que, por diversos motivos, eran hostiles a Felipe (Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla; el conde de Corzana; el conde de Cifuentes; Oropesa; Medinaceli; Leganés; Lemos y pocos más), que sobre todo se radicalizaron desde junio de 1705 con la ocupación de Madrid por los aliados. En Valencia el campesinado fue austrino y la nobleza muy partidaria, en cambio, de Don Felipe. La guerra en el reino de Valencia tomó perfiles de revuelta social encabezada por Juan Bautista Basset. En Aragón, muy pocos nobles fueron leales a los Austrias (Sástago, Coscuyuela, Plasencia, Fuertes, Luna). Las ciudades aragonesas se dividieron, y destacaron por su apoyo a Felipe Jaca, Huesca, Calatayud, Alcañiz, Tamarit, Fraga, Caspe, Borja o Tarazona.

En Cataluña, aunque el peso de los austrinos fue muy grande desde 1704, no faltaron sectores favorables a Felipe V dentro de la nobleza (Cardona, Bac, Agulló, Potau, Taverner, Copons, Perelada, Aytona), del clero (obispos de Gerona, Lérida, Tortosa, Vic y Urgell) y algunas ciudades (Cervera, Berga, Manlleu, Ripoll, Centelles). Los navarros y los vascos se mostraron absolutamente fieles a Felipe de Borbón.

La guerra ocupó intensamente al Rey hasta su definitiva resolución en 1714. La movilidad de Don Felipe fue constante, determinada por los avatares bélicos: campaña en la frontera portuguesa tras el desembarco del pretendiente Carlos en Lisboa, con larga estancia del Rey en Extremadura (primavera de 1704); estabilidad en la Corte, con instalación en el Buen Retiro (hasta febrero de 1706), mientras se desarrollaban acontecimientos fundamentales de la guerra de Sucesión (pérdida de Gibraltar e incorporación de la mayor parte de la Corona de Aragón a la causa austrina); asedio frustrado a Barcelona tras la caída de la ciudad en manos del archiduque Carlos (abril-mayo de 1706); situación de máximo peligro, con salida obligada de Madrid y toma fugaz de esta ciudad por los austrinos (julio de 1706); retorno a Madrid, con estancia continuada (1706-1709), período en el que se produce la victoria borbónica de Almansa, que generó renovadas ilusiones en la causa de Felipe V; nueva crisis en 1710, que obligó al Rey a combatir directamente en el frente de Aragón (derrota de Almenara, retirada forzosa de la Corte de Madrid, que tuvo que desplazarse a Valladolid y Vitoria); revitalización posterior desde diciembre de 1710 (retorno a Madrid, victorias de Brihuega y Villaviciosa, asunción por el archiduque Carlos del Imperio Austríaco a la muerte de José I), que fue el pórtico al fin de la guerra.

El 11 de septiembre de 1714, las tropas borbónicas pudieron culminar el largo sitio de Barcelona, con la entrada en esta ciudad, que fue la que más se aferró a la causa de los Austrias.

La Paz de Utrecht legitimó el reconocimiento de Felipe V como rey de España por todas las potencias (salvo Austria, que no lo hizo hasta 1725), a cambio de la renuncia formal a sus derechos a la Corona de Francia, y otorgó a Inglaterra Gibraltar y Menorca, así como concesiones comerciales (derecho de asiento y navío de permiso), y al Imperio, los Países Bajos y las posesiones italianas. El fin de la guerra casi coincidió con la muerte por tuberculosis de la reina María Luisa (febrero de 1714). La Reina dio a Felipe cuatro hijos: Luis, el heredero; Felipe, que murió recién nacido; Felipe, que vivió sólo siete años; y Fernando, el futuro Fernando VI. Además de la princesa de los Ursinos, los personajes que tuvieron mayor protagonismo en las decisiones políticas de estos años fueron los franceses Orry y Amelot, el murciano Macanaz y el flamenco Bergeyck.

La irrupción de la nueva Reina, con la que se casó el Rey en Guadalajara, la parmesana Isabel de Farnesio, sobrina de Mariana de Neoburgo, la viuda de Carlos II, supuso el desalojo inmediato de la Ursinos, que se exilió a Francia primero y luego a Roma, la construcción de la Granja de San Ildefonso, como palacio de verano, y una mayor presencia de la Reina en las decisiones políticas.
Escudo de armas como Rey de España.


Los decretos de Nueva Planta desmantelaron los fueros que permitían a los distintos reinos limitar el ejercicio del poder real. Los fueros navarros y vascos, en contraste, se mantendrían plenamente. En junio de 1707 se abolieron los fueros de Valencia y Aragón, en noviembre de 1715 los de Mallorca y en enero de 1716, los de Cataluña. La Nueva Planta trataba de hacer de España un Estado-nación en el que todos los súbditos quedaran sujetos a un régimen común, a unas mismas leyes, a una misma administración. El nuevo sistema institucional en los reinos de la Corona de Aragón se fundamentaba en la instalación en la cumbre del poder del capitán general que ejercía el mando militar y presidía la Real Audiencia, con la cual formaba una suerte de gobierno dual conocido como el Real Acuerdo; el territorio fue dividido en corregimientos y los grandes municipios fueron reorganizados según el modelo castellano (fin de la autonomía y designación de sus cargos por la autoridad real); el intendente, cargo de nueva creación, se situó al frente de la Hacienda, se estableció un nuevo régimen contributivo (Equivalente en Valencia, Catastro en Cataluña, Única Contribución en Aragón, Talla en Baleares); se suprimieron las Cortes, las Diputaciones de Cortes y las Juntas de Brazos (salvo en Navarra) y se constituyeron unas únicas Cortes de Castilla y Aragón, según el modelo castellano que representaban no a los estamentos sino a unas determinadas ciudades con voto, y se derogó el privilegio de extranjería en la provisión de cargos de la Audiencia, por el que tradicionalmente se reservaban los mismos a los regnícolas. En Valencia, se suprimió el Derecho Civil privado, lo que no ocurrió en los demás reinos. En Cataluña, se exigió que se sustanciaran en castellano las causas de la Audiencia y se suprimieron todos los estudios superiores de las distintas universidades, que se concentraron en la Universidad de Cervera. Pese al componente punitivo visible en la propia letra de los Decretos y a la implantación violenta de la nueva realidad administrativa, la valoración de la Nueva Planta exige algunas precisiones. La aplicación de la Nueva Planta fue distinta en 1707, lógicamente precipitada e improvisada, a 1715-1716, mucho más madura y reflexionada.

De los dos criterios que se barajaron —el radical de Macanaz, que postulaba un absolutismo ilimitado, con uniformización total según el modelo castellano; y el moderado de los Ametller o Patiño— se impuso el segundo. La situación foral previa era difícilmente sostenible, y el propio pretendiente a la Corona, el archiduque Carlos, postulaba un absolutismo muy posiblemente similar al que, a la postre, se implantó. La Nueva Planta no sólo afectó a la Corona de Aragón. Medidas como el despliegue de los intendentes subvirtieron la Planta castellana tanto como la Corona de Aragón. El catastro catalán se aplicaría a toda España con Ensenada años más tarde. Por otra parte, toda Europa, a lo largo del siglo xviii, caminaría en la misma dirección centralista, abierta por Felipe V (incluso el parlamentarismo inglés).

En una de sus agudas crisis depresivas, Felipe V abdicó en marzo de 1724, en su hijo Luis I. Las razones de tal decisión fueron complejas, pero sin duda debieron contar sus escrúpulos religiosos y el afán de evasión de responsabilidades en pleno hundimiento psicológico. No parece que tenga lógica el presunto interés de desembarazar de obstáculos su camino hacia el trono de Francia. Luis XV gozaba de buena salud y era altamente improbable que se diera tal oportunidad.

Su retiro en La Granja duró poco. Luis I murió de viruelas en agosto de 1724. En los pocos meses del reinado de Luis I, el control político de Don Felipe se dejó sentir en los hombres del primer gabinete ministerial de aquél, con la influencia del tándem Grimaldo-Orendain. El testamento de Luis I le devolvía la Monarquía a Felipe V y la reasunción del trono por éste supuso un relanzamiento de la influencia de Isabel de Farnesio y la búsqueda ansiosa de la salud del Rey con viajes frecuentes, como el que llevó a la Familia Real a Extremadura o la larga estancia en Sevilla, donde se alojó la Corte cinco años (1729-1733).

Con Isabel Felipe V tuvo siete hijos: Carlos, el futuro Carlos III; Francisco, que sólo vivió un mes; María Ana Victoria, futura reina de Portugal; Felipe, futuro rey de Nápoles-Sicilia; María Teresa, que se casó con el Delfín de Francia; Luis Antonio Jaime, futuro arzobispo-cardenal de Toledo; y María Antonia Fernanda, futura reina-consorte de Cerdeña.

Los primeros políticos después de la Nueva Planta fueron el parmesano Alberoni y el holandés Ripperdá.

Su ocupación principal fue en la dirección de recuperar los territorios italianos perdidos en Utrecht. En este revisionismo, debió de contar la voluntad de Isabel Farnesio, quien pretendía obtener para sus hijos algún trono italiano, ya que la sucesión de España se hallaba asegurada, en principio, para los hijos del primer matrimonio del Rey. El fracaso de Alberoni tras la expectativa inicial que había generado la expedición a Cerdeña (invasión con un ejército de 40.000 hombres y derrota del cabo Passaro), se reflejó en la formación de la Cuádruple Alianza europea (Francia, Inglaterra, Holanda y el Imperio) contra España que supuso la ruptura de las alianzas de la Guerra de Sucesión aislando políticamente a España. La reacción de los aliados implicó la invasión de las Provincias Vascas y de Cantabria en mayo y junio de 1719, el saqueo de Vigo y Pontevedra y la ocupación por Francia del Valle de Arán hasta la Seu d’Urgell, plaza que no se podría recuperar hasta 1720 y que se erigió en uno de los núcleos de la resistencia austrina en Cataluña que se prolongó hasta 1725 (destacó, en este sentido, el maquis guerrillero de Carrasclet). Ripperdá logró articular el tratado de Viena de 1725 de España con Austria que supuso, en la práctica, el fin de la Guerra de Sucesión, en tanto que generó el retorno de buena parte del exilio austrino europeo a España y la apertura de relaciones diplomáticas entre Felipe V y el emperador Carlos VI, antes archiduque Carlos.

A estos políticos aventureros les sucedieron los políticos tecnócratas reformistas españoles entre los que sobresalieron Patiño y Campillo. El primero fue el político más poderoso de España de 1726 a 1736; el segundo tuvo el máximo poder entre 1741 y 1743.

Ambos fundamentaron su carrera política en su experiencia previa al frente de intendencias. El legado de ambos fue positivo: mejoras en la administración fiscal —los ingresos del Estado se triplicaron—, eficacia en el aprovisionamiento militar con reestructuración del ejército —se sustituyó el tercio por el regimiento, se inició la recluta forzosa de los quintos, la creación de la Guardia de Corps, base de la Guardia Real, o la construcción de nuevos arsenales en Cartagena y Ferrol—, extirpación del contrabando o el traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz, entre otras acciones. Y en política internacional, Patiño llevó a cabo una estrategia oscilante: asedio frustrado a Gibraltar en 1727, giro proinglés (Acta de El Pardo y tratado de Sevilla), acercamiento a Portugal (enlaces de Fernando y María Ana Victoria con infantes portugueses), segundo tratado de Viena, reconquista de Orán, primer Pacto de Familia (1733) e involucración de España en la guerra de Sucesión de Polonia, de lo que, a la postre, resultaría el reconocimiento de Carlos, hijo de Felipe, como rey de Nápoles y Sicilia.

Campillo promovió por su parte la intervención de España en la Guerra de Sucesión de Austria y la firma del segundo Pacto de Familia (1743). La conclusión fue que en Italia se consiguió el ducado de Parma para otro hijo de Isabel Farnesio, el infante Felipe. Si el revisionismo de Utrecht en lo que se refiere a las posesiones italianas quedó relativamente satisfecho, no se logró en cambio la recuperación de Gibraltar y Menorca.

La racionalización administrativa fue uno de los mejores logros de la política de Felipe V. Se articularon las secretarías de Despacho, se convirtió el viejo sistema polisinodial en sistema ministerial con cuatro áreas (Estado, Guerra, Marina e Indias y Justicia y Hacienda). Y en el ámbito de ultramar se creó el virreinato de Nueva Granada, se multiplicaron las visitas de control y se organizaron expediciones científicas, como las de Jorge Juan y Antonio de Ulloa. El regalismo, la política de absorción de la jurisdicción eclesiástica por la soberanía real, generó no pocas colisiones con el Papado. El documento más representativo de los criterios regalistas fue el Pedimento fiscal de Macanaz de 1713. El Concordato de 1717 con la Iglesia supuso una marcha atrás de la posición del Rey y el exilio forzoso de Macanaz. El Concordato de 1737 implicó un cierto avance en la política de rearmar los derechos del Real Patronato frente a la Iglesia, la capacidad del Rey para controlar los nombramientos eclesiásticos y para intervenir en la tramoya económica de los intereses de la Iglesia.

La política económica del reinado de Felipe V se caracterizó por su voluntad reformista para intentar superar el retraso económico del que partía España y que reflejaban bien las encuestas de Campoflorido y las informaciones publicadas por Uztáriz. La Monarquía llevó a cabo una importante ejecución de obras públicas, la adopción de medidas proteccionistas (la introducción de tejidos producidos en Asia e imitados en Europa, con el nacimiento de la industria algodonera catalana reflejada en el surgimiento de fábricas de indianas dedicadas al tejido y estampado de algodón a base de materia prima hilada fundamentalmente en Malta), la creación de manufacturas reales —con las pañerías de Segovia y Guadalajara, la fábrica de algodón de Ávila, la cristalería de La Granja o las porcelanas del Buen Retiro de Madrid—, la erección de compañías privilegiadas de comercio, dentro de una política típicamente mercantilista potenciadora de los intercambios. La fiscalidad mejoró sensiblemente con los nuevos impuestos en la Corona de Aragón que al gravar las propiedades y no a los propietarios, redujo las exenciones que habían caracterizado tradicionalmente a los estamentos privilegiados. Se mantuvo la fiscalidad paralela de las rentas generales y de los estancos.

Por último, el reinado de Felipe V representó un gran impulso para el proceso de renovación cultural de la Ilustración ya iniciado con la generación de los novatores a fines del siglo XVII. Ciertamente, continuó la actividad represiva de la Inquisición (1.467 procesados en el reinado de Felipe V) con su penosa influencia sobre la cultura del momento, pero el reformismo monárquico se dejó sentir en iniciativas culturales a la larga provechosas como la creación de la Universidad de Cervera —que contaría con figuras brillantes, como los filósofos Mateu Aymeric y Antonio Nicolau, el matemático Tomás Cerdá y, sobre todo, el jurisconsulto Josep Finestres—, el establecimiento de seminarios de nobles para elevar la formación de la nobleza española —Seminario de Nobles de Madrid, relanzamiento del Colegio de Cordelles de Barcelona— y el nacimiento de las Academias. La Real Academia Española, con origen en la tertulia del marqués de Villena, se creó en 1714 con gestión cultural temprana y fructífera de la que fueron buenos indicadores el Diccionario de Autoridades y la Ortografía. La Real Academia de la Historia se gestó en casa del abogado Julián Hermosilla y se aprobaron sus estatutos en 1738. Agustín de Montiano fue su director en esos años. La Real Academia de Bellas Artes, larvada en la tertulia del escultor Olivieri, tuvo sus primeros estatutos en 1744, aunque su definitiva constitución se produjo en 1752. El apoyo prestado a la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla —derivada de la tertulia sevillana de Muñoz Peralta— fue también constante a lo largo del reinado. Felipe V fundó, asimismo, la Real Librería o Biblioteca Pública, abierta al público en 1712, que empezó nutriéndose de los libros del Rey (más de 6.000) y que sería el germen de la futura Biblioteca Nacional de Madrid. También en el reinado de Felipe V empezaron la Academia Médica Matritense, la Academia de Buenas Letras de Barcelona, el Real Colegio de Cirugía de Cádiz y la Academia de Buenas Letras de Sevilla.

El dirigismo reformista se ejerció también en el ámbito artístico. La pasión constructiva de los Reyes se reflejó en la conservación de la herencia arquitectónica recibida de los Austria (Casa del Campo, Pardo, Zarzuela y, sobre todo, Buen Retiro), en la restauración de palacios (Balsaín) y la edificación del Palacio de la Granja y de Segovia y el Palacio Real de Madrid, tras la destrucción del Alcázar en 1734 por un incendio.

Se promocionaron pintores como Houasse, Ranc y Van Loo, con algún pintor de cámara autóctono como Miguel Jacinto Meléndez. También hay que destacar en el legado artístico de Felipe V, la Real Fábrica de Vidrio o Cristales de La Granja y la Real Manufactura de Tapices de Santa Bárbara. La música alcanzó un extraordinario desarrollo, sobre todo tras la llegada a España del músico Domenico Scarlatti y del tenor Carlos Broschi, Farinelli que, a través de su prodigiosa voz, se convirtió en la mejor terapia de los problemas depresivos del Rey. El pensamiento experimentó signos visibles del desperezamiento lastrado por la resistencia de no pocos sectores reaccionarios ante los retos de la modernidad europea. Las figuras de Feijoo y Mayans representaron las dos principales corrientes intelectuales de la época. El primero defendió una conciencia nacional española que no es ni el mimetismo respecto a lo extranjero ni la falsa pasión hacia lo propio de los casticistas. Mayans fundamentó su sentido nacional en la exaltación de la tradición cultural hispánica, despojada de lo supersticioso o folclórico. Los principales hitos culturales del período fueron: la publicación del primer volumen del Teatro Crítico Universal de Feijoo; el nombramiento de Mayans como bibliotecario real, con el apoyo del cardenal Cienfuegos; la edición de los Pensamientos literarios que propuso Mayans a Patiño y que constituyó todo un programa modernizador; la edición de la Medicina vetus et nova de Andrés de Piquer; el comienzo de la publicación del Diario de los literatos de España, primer gran periódico ilustrado, que se inició en 1737 y concluyó en 1742.

Una de las sombras que se proyecta sobre Felipe V es la presunta responsabilidad de la Monarquía en la imposición forzosa de la lengua castellana a costa de las lenguas vernáculas, en particular, el catalán. Es incuestionable que en el propio decreto de Nueva Planta se establecieron medidas coercitivas contra el catalán, pero también es notorio que la decadencia de la lengua catalana arrancó desde comienzos del siglo XVI, que la misma obedeció a múltiples factores y que, por último, la continuidad de la lengua catalana, no ya sólo ejercida en privado, sino a través de una literatura pública, es evidente. En 1727, los prelados del Principado disponen que no se permita explicar el Evangelio en otra lengua que la catalana. Contra los tópicos de la decadencia conviene recordar las múltiples ediciones de las obras clásicas de la literatura catalana que se llevan a cabo en el siglo XVIII. Se editaron, asimismo, en ese siglo diversas obras de defensa del catalán (Ferreres, Eura, Bastero, Tudó...).
No estuvo exento de limitaciones el reinado de Felipe V. La modernización fue superficial, se mantuvieron las estructuras heredadas del pasado sin transformación alguna en el régimen señorial y se conservaron los privilegios sociales. Pero en la valoración del reformismo de Felipe V debe tenerse presente que los logros acreditados y reconocidos de Carlos III no se hubieran alcanzado sin las semillas sembradas durante el reinado de Felipe V.

 

Bibl.: M. de Berwick, Mémoires du Maréchal de Berwick, vol. II, Paris, Foucault, 1828 (Collection des Mémoires relatives à l’Histoire de France, vol. 66); G. Coxe, España bajo el reinado de la casa de Borbón, Madrid, Est. Tipográfico de D. F. de P. Mellado, 1846, 4 vols.; M. Bruguera, Historia del memorable sitio y bloqueo de Barcelona y heroica defensa de los fueros y privilegios de Cataluña de 1713 y 1714, Barcelona, Fiol y Gros, 1871-1872, 2 vols.; J. R Carreras Bulbena, Carles d’Àustria i Elisabeth de Brunswick-Wolffenbuttel a Barcelona i Girona, Barcelona, 1902 (reed. facs. Barcelona, 1993); J. R. Carreras Bulbena, Antonio de Villarroel, Rafel de Casanova y Sebastià Dalmau, heroics defensors de Barcelona en el siti de 1713-1714, Barcelona, Editorial Barcelonesa, 1912 [reed. Barcelona, Entidad Autónoma del Diario Oficial y de Publicaciones (Cataluña)-Entitat Autònoma del Diari Oficial i de Publicacions (Catalunya), 1995]; L. Taxonera, El duque de Ripperdá, Madrid, Gran Capitán, 1945; S. Albertí, L’Onze de Setembre, Barcelona, Alberti, 1964; J. A. Maravall, Estudios de historia del pensamiento español, Madrid, Cultura Hispánica, 1966; J. Mercader i Riba, Felip V i Catalunya, Barcelona, Edicions 62, 1968; A. Mestre, Historia, fueros y actitudes políticas. Mayans y la historiografía del siglo xviii, Valencia-Oliva, Ayuntamiento de Oliva, 1970; T. Egido López, La opinión pública y la oposición al poder en la España del siglo xviii, Valladolid, Universidad, 1971; P. Vilar, Catalunya dins l’Espanya moderna. Recerques sobre els fonaments econòmics de les estructures nacionals, Barcelona, Edicions 62, 1973-1986, 4 vols.; H. Kamen, La Guerra de Sucesión en España, 1700-1715, Barcelona, Grijalbo, 1974; P. Fernández Albaladejo, La crisis del Antiguo Régimen en Guipúzcoa, 1766-1833. Cambio económico e historia, Madrid, Akal, 1975; C. Martín Gaite, Macanaz, otro paciente de la Inquisición, Madrid, Taurus, 1975; J. A. 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Guerra de Sucesión española.
 (1701-1713)


 

El cambio dinástico que cambió Europa.

En 1700, mientras el último monarca español de la dinastía Habsburgo, Carlos II, agonizaba en su palacio en Madrid, Luis XIV movía los hilos de la diplomacia para asegurarse de que su nieto, Felipe de Anjou, sería el nuevo rey de España.
El 9 de noviembre de 1700 llegó a la corte de Francia la noticia de la muerte del rey de España, Carlos II. Era algo esperado. En diversos momentos a lo largo de su vida, la endeble constitución del soberano español había hecho temer una muerte prematura, pero desde agosto de 1700 su estado se agravó.

El embajador francés escribía a Luis XIV el 26 de septiembre:
 «Empeora el Rey Católico [...] Me dicen que parece un cadáver». 
Tres días después se comentaba que le habían administrado la extremaunción, y el 14 de octubre el embajador declaraba:
 «Ya no le queda sino la piel sobre los huesos».
No sólo el rey de Francia; todos los gobiernos europeos se hallaban en vilo por el estado del rey y por el destino de la monarquía española a su muerte. En efecto, Carlos II carecía de descendiente directo. El rey fue incapaz de engendrar un hijo, ni con su primera esposa, María Luisa de Orleans, con quien se había casado en 1679, ni con la segunda, Mariana de Neoburgo, seleccionada precisamente por la elevada fertilidad demostrada por su familia –su madre había dado a luz nada menos que a veintitrés hijos–.
Todo fue en vano, y desde hacía ya varios años se especulaba con el príncipe en el que recaería la herencia de la monarquía hispana, con sus múltiples posesiones en Europa y en el continente americano.
Hasta 1699, dos eran las opciones principales. Por un lado, un Borbón francés, el duque de Anjou, nieto de la hermana mayor de Carlos II, María Teresa de Austria, que en 1660 se había casado con Luis XIV. Por el otro, José Fernando de Baviera, nieto de la hermana pequeña de Carlos II, casada en 1666 con el emperador de Austria, Leopoldo I.
El monarca español, influido por buena parte de su gobierno, que prefería que su sucesor siguiera siendo un Austria (es decir, un miembro de la dinastía de los Habsburgo), se inclinó por José Fernando y lo designó heredero en el testamento que firmó en 1698.
Pero en 1699, cuando el camino parecía despejado, José Fernando, un niño de siete años de edad, murió. Los partidarios de los Habsburgo volvieron entonces su mirada al archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador Leopoldo.
La tradicional alianza de las dos ramas de la casa de Austria y la presencia en la corte española de un partido cercano a los intereses del emperador parecía que decantaría la decisión del monarca a favor del archiduque. Pero el nuevo embajador francés en Madrid, el duque de Harcourt, reaccionó enseguida. Valiéndose de la imagen de eficacia y modernidad de la monarquía del Rey Sol reclutó en la corte firmes defensores de la causa francesa, como el cardenal Portocarrero.
El monarca español, influido por buena parte de su gobierno, que prefería que su sucesor siguiera siendo un Austria (es decir, un miembro de la dinastía de los Habsburgo), se inclinó por José Fernando y lo designó heredero en el testamento que firmó en 1698.

La decisión última quedaba en manos del cada vez más debilitado rey. Partidarios de los Habsburgo de Viena y de los Borbones franceses lo presionaban, cada uno por su lado, para que redactara un nuevo testamento y designara a un sucesor.
La tensión se hizo insoportable. Nada más fallecer el rey, el 1 de noviembre, en medio de una gran expectativa se abrió el testamento, redactado un mes antes pero que había permanecido secreto. Su cláusula principal decía: 
«Declaro ser mi sucesor al duque de Anjou y como a tal le llamo a la sucesión de todos mis reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos».

Luis XIV toma la decisión

Tal fue la noticia que recibió Luis XIV cuando se hallaba en Fontainebleau, reunido con el Consejo de Finanzas. Según los testigos, su semblante no dejó traslucir la más mínima alteración al recibirla. Siguió con su rutina cotidiana, aunque anuló la cacería que tenía prevista. Pese a su habitual inclinación a tomar decisiones rápidas sin contar con sus asesores, en este caso no se precipitó.
"El rey de España ha dado una corona a vuestra majestad. Los nobles os aclaman, el pueblo quiere veros y yo consiento en ello. Vais a reinar, señor, en la monarquía más vasta del mundo"

Meditó con calma si debía aceptar el legado español para su nieto, puesto que sabía que hacerlo supondría inevitablemente la guerra con los demás países europeos: con Austria, porque no aceptaría que se marginara a su propio candidato a la sucesión; y con Inglaterra y Holanda, por su temor al incremento de poder de Luis XIV. Finalmente, el rey hizo caso a Madame de Maintenon, su esposa-amante, que defendió los derechos del duque de Anjou, y también a las informaciones que llegaban sobre la buena acogida que su nieto recibiría en España.
El 16 de noviembre, una vez concluida la ceremonia de levantarse de la cama (lever du roi), Luis hizo entrar en su cámara al duque de Anjou y al embajador de España, el marqués de Castelldosrius. Dirigiéndose a Felipe en tono ampuloso le dijo: 
«El rey de España ha dado una corona a vuestra majestad. Los nobles os aclaman, el pueblo quiere veros y yo consiento en ello. Vais a reinar, señor, en la monarquía más vasta del mundo y a dictar leyes a un pueblo esforzado y generoso, célebre en todos los tiempos por su honor y lealtad. Os encargo que le améis y merezcáis su amor y confianza por la dulzura de vuestro gobierno».

Acto seguido, Castelldosrius se hincó de rodillas, a la manera española, ante el nuevo monarca y le dirigió un ceremonioso cumplido en lengua castellana. Como el ya rey de España todavía no entendía el idioma de sus súbditos fue el propio Luis quien contestó al embajador. Aunque, seguramente, no pronunció la sentencia que posteriormente se le atribuyó: 
«Ya no hay Pirineos».
A continuación, el monarca francés ordenó que se abrieran las dos hojas de la puerta del gabinete que daban acceso directamente a la Gran Galería, donde se agolpaba una multitud de cortesanos expectantes.
 «Señores, he aquí el rey de España», anunció. 
Y dirigiéndose a su nieto, le aconsejó:
 «Pórtate bien en España, que es tu primer deber ahora, pero recuerda que naciste en Francia para mantener la unión entre nuestras dos naciones y preservar la paz de Europa».
 Según el duque de Saint-Simon, presente en el acto, todos empezaron a felicitar y abrazar al nuevo monarca. La jornada concluyó con una misa de acción de gracias en la capilla del palacio.

Un niño solitario.

El principal implicado en todo este proceso, el duque de Anjou, un joven a punto de cumplir 17 años, no tomó parte alguna en su designación como rey de España. Nadie le pidió su opinión; de hecho, cuando la comitiva real se trasladó de Fontainebleau a Versalles ni siquiera fue invitado a viajar en la carroza de su abuelo.
Felipe de Borbón había nacido en Versalles el 19 de diciembre de 1683, como segundo de los hijos de Luis, Gran Delfín de Francia, y de María Ana Cristina de Baviera; apenas unos meses antes, el 30 de julio, había fallecido su abuela española. Creció en el maremágnum pomposo de la corte versallesca, donde su abuelo brillaba en los salones de los Grandes Apartamentos, decorados con pinturas que exaltaban la majestad del Rey Sol.
Felipe de Borbón había nacido en Versalles el 19 de diciembre de 1683, como segundo de los hijos de Luis, Gran Delfín de Francia.

El duque de Anjou creció atenazado por la mordaza de un rígido ceremonial diseñado para ensalzar la figura de su augusto abuelo. Su primera infancia transcurrió entre ayas, y su adolescencia estuvo regida por profesores y tutores cuyo programa pedagógico incluía la formación intelectual y el entrenamiento físico, tendente a su preparación como soldado, mediante la práctica de ejercicios de equitación y natación.
La niñez del hijo del Delfín fue solitaria y fría, carente de cualquier afecto que le ayudara a enfrentarse con un mundo desconocido. Creció sin su madre, fallecida cuando él tenía seis años, y con un padre que no lamentaba una viudez que transcurría desordenadamente entre ejercicios cinegéticos y amatorios, sin prestar la menor atención a sus hijos. 
El futuro rey de España fue un joven abúlico, inseguro, indeciso, tímido, huraño y propenso al tedio, aquejado de tendencias depresivas, con «vapores» periódicos de desgana melancólica.

Madrastra protectora.

Por fortuna, hubo al menos tres personas que establecieron con Felipe ciertos lazos de afecto: la duquesa de Orleans, la marquesa de Maintenon y Fénelon.
 La primera, su tía abuela, era una mujer inteligente, original, sincera y divertida que se aficionó al trato con ese niño perdido en palacio, a quien leía cuentos, llevaba a las comedias y ponía a su lado en la mesa.
Para afirmar la autoestima de su sobrino nieto y ayudarle a superar su timidez fomentó sus cualidades: su bondad, su docilidad, sus dulces modales y su devoción, al tiempo que trató de inculcarle aficiones como la lectura o la música. De él solía decir que parecía más un Austria que un Borbón.
Fénelon transmitió a su alumno una moral intransigente y escrupulosa, que marcaría fuertemente su personalidad en lo sucesivo
Quien también se mostró alarmada por el comportamiento del joven duque fue Françoise d’Aubigné, marquesa de Maintenon, la «esposa secreta» del monarca, con quien se había casado dos meses antes del nacimiento de Felipe. Aunque ni su estilo de vida ni su posición en la corte eran los más adecuados para seguir la evolución del muchacho, al parecer hizo esfuerzos sinceros por acercarse a él y le brindó algo de afecto en sus esporádicos encuentros.
Ella fue la responsable del nombramiento de su tutor, el escritor y teólogo François de Salignac de la Mothe, más conocido como Fénelon, una de las más polémicas figuras del catolicismo francés del momento, que llegaría a ser arzobispo de Cambrai.
Cuando Fénelon inició su tarea de preceptor, la personalidad de Felipe, un niño de seis años, presentaba un aspecto desalentador: conocimientos rudimentarios, falta de modales, dificultades en el habla, entonación desagradable y dicción lenta.
Durante los ocho años que permaneció a su lado, Fénelon le inculcó la idea de que una conducta recta debía basarse en una religiosidad ferviente, algo que su discípulo recordaría el resto de sus días. Pero con su fogoso afán de adoctrinamiento transmitió a su alumno una moral intransigente y escrupulosa, que marcaría fuertemente su personalidad en lo sucesivo.

Un Borbón en Madrid.

El 4 de diciembre de 1700, Felipe V dejó Versalles, con los consejos de su abuelo en mente y un reducido séquito. Llegó a Madrid el 22 de enero de 1701. Todos los problemas internacionales parecían haberse detenido a la espera de que cada uno de los bandos organizara sus fuerzas. Ello dio tiempo a Felipe para configurar su Consejo, en el que destacaban su gran defensor en España, el cardenal Portocarrero, y el embajador francés en Madrid, el duque de Harcourt.
La apariencia del nuevo monarca, joven y apuesto –en contraste con el enfermizo y contrahecho Carlos II–, fue percibida por sus súbditos como un signo de esperanza para una monarquía acechada por tantos leones rugientes. Pero el entusiasmo no fue general, ni en España ni aún menos en el extranjero.
En septiembre de 1701, Austria, Inglaterra y Holanda formaron una coalición contra Luis XIV y enseguida estallaron las hostilidades en Italia. Desde 1705, la guerra de Sucesión se trasladó a España, donde durante casi diez años Felipe V tuvo que defender por las armas el trono que debía a las intrigas diplomáticas de su abuelo.

Biografía

Felipe V: el rey que reinó dos veces. Henry Kamen. Temas de Hoy, Madrid, 2000.

Felipe V. Por C. Martínez Shaw y M. Alfonso. Arlanza, 2001.

Secretum. Por Rita Monaldi y Francesco Sorti. Salamandra, 2006.

GUERRA DE SUCESIÓN.

La guerra de Sucesión española fue un conflicto por la corona de España que comenzó en 1701, tras la muerte sin descendencia del rey Carlos II, último monarca español de la Casa de Habsburgo. Carlos II había nombrado como sucesor a Felipe, duque de Anjou, que pertenecía a la Casa de Borbón.
Felipe era nieto de Luis XIV, rey de Francia, y accedió al trono de España con el nombre de Felipe V, apoyado por la corona francesa y por los sectores borbónicos de España. Las otras potencias europeas (Austria, Prusia, Hannover, los Países Bajos, Inglaterra, Portugal y Saboya) se manifestaron en contra del creciente poder de los Borbones, que podía llevar a una futura unión entre los reinos de España y Francia, y apoyaron a los austracistas de España que defendían como pretendiente al trono de España al archiduque Carlos de Austria, de la casa de Habsburgo.
La guerra de Sucesión española terminó en 1713 cuando, luego de doce años de enfrentamientos militares, se firmó el Tratado de Utrecht. Este tratado supuso el reconocimiento de Felipe V como rey de España y su renuncia a cualquier pretensión al trono de Francia. 
En términos políticos y territoriales, el resultado del Tratado de Utrecht fue la pérdida de territorios europeos por parte de España, la disminución de la hegemonía francesa y el comienzo del predominio mundial de Inglaterra.

Causas de la guerra de Sucesión española.

El rey Carlos II de España, que murió en 1700 sin descendencia, nombró sucesor a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y bisnieto de Felipe IV (predecesor de Carlos II en el trono de España). 
Felipe de Anjou fue coronado con el nombre de Felipe V, y así terminó el reinado de la dinastía de los Habsburgo en España, reemplazada por la dinastía de los Borbones.
Sin embargo, muy pronto se formó un bando dentro y fuera de España que no aceptaba al nuevo rey y apoyaba a otro pretendiente: el archiduque Carlos de Habsburgo. El bando borbónico de España y la corona francesa quedaron enfrentados a las otras potencias europeas, que buscaban evitar que los Borbones concentraran poder y unificaran en el futuro los reinos de España y Francia bajo una sola corona.
Estas potencias se aliaron a los austracistas españoles, que apoyaban al archiduque Carlos. De este modo, Inglaterra, los Países Bajos y el Sacro Imperio Romano-Germánico firmaron el Tratado de La Haya (1701), en el que acordaron enfrentar militarmente a los Borbones y realizar un reparto territorial de los territorios españoles. Así comenzó la guerra.

Los bandos en la guerra de Sucesión española.

El ascenso al trono español de Felipe V, de la Casa de Borbón, representaba la hegemonía francesa y abría la posibilidad a la unión de España y Francia bajo un mismo monarca. Este peligro llevó a Inglaterra y los Países Bajos a apoyar al candidato austriaco, el archiduque Carlos, que era sustentado por los Habsburgo de Austria.

Las diversas potencias europeas se posicionaron ante el conflicto sucesorio español:
  • A Felipe V lo apoyaron, además de Francia y el bando borbónico en España, algunos Estados del Sacro Imperio Romano-Germánico (Colonia, Mantua y, hasta 1704, Baviera).
  • La pretensión del archiduque Carlos fue defendida por el bando austracista en España y por Austria, Prusia, Hannover, los Países Bajos, Inglaterra, Portugal y Saboya.
Por otro lado, Felipe V representaba el modelo centralista francés, apoyado en la corona de Castilla, mientras que Carlos de Habsburgo personificaba el modelo foralista (partidario del mantenimiento de los antiguos fueros locales), apoyado en la corona de Aragón, incluido el reino de Valencia y, especialmente, el principado de Cataluña.
Los Decretos de Nueva Planta de Felipe V, firmados entre 1706 y 1716, establecieron la eliminación de los fueros y leyes propias de Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca. Sin embargo, incluso poco después de terminada la guerra en 1713, Cataluña y el reino de Mallorca (que también se había alineado con el austracismo en 1706) resistieron a la imposición borbónica pero fueron definitivamente derrotados en 1714 y 1715.

El fin de la guerra de Sucesión española.

La guerra de Sucesión española duró doce años. Las batallas y asedios se libraron principalmente en áreas de los actuales territorios de España, Francia, Bélgica, Alemania e Italia. Los partidarios de Carlos de Habsburgo consiguieron importantes victorias en batallas como las de Ramillies (1706) o Malplaquet (1709). Sin embargo, la guerra terminó con el triunfo de Felipe V. 
Junto a las victorias militares franco-españolas en las batallas de Almansa (1707), Brihuega (1710) y Villaviciosa (1710), un acontecimiento internacional fue clave para entender el desenlace del conflicto:  Carlos de Habsburgo heredó en 1711 el Sacro Imperio Romano-Germánico, debido a la muerte del emperador José I, y perdió el interés por reinar en España. 
Sus dos principales aliados, Inglaterra y los Países Bajos, pasaron a ver con precaución la posible unión de España y Austria bajo un mismo monarca. Esta situación favoreció las negociaciones de paz.

El Tratado de Utrecht.

La guerra concluyó con la firma del Tratado de Utrecht en 1713. El tratado estipuló lo siguiente:
  • Rey Felipe V era reconocido por las potencias europeas como rey de España pero renunciaba a cualquier posible derecho a la corona francesa.
  • Los Países Bajos españoles y los territorios italianos de la corona española (Milán, Nápoles y Cerdeña) pasaron a Austria. El ducado de Saboya se anexionó Reino de Sicilia.
  • Inglaterra (Después de la Acta de Unión, se unió con Escocia, y formó el Reino de Gran Bretaña) obtuvo Gibraltar y Menorca (que le permitieron controlar el mar Mediterráneo), además del navío de permiso (derecho limitado a comerciar con las Indias españolas) y el asiento de negros (permiso para comerciar con esclavos en las Indias españolas).
El Tratado de Utrecht determinó para España la pérdida de sus territorios imperiales en Europa y la concesión a Inglaterra de permisos en sus colonias americanas. Simultáneamente, el tratado marcó el inicio de la hegemonía británica.


  
El rey de las dos caras
27 enero 2023

EL REINADO de Felipe V, el primer Borbón español, contribuyó a la consolidación de un modelo absolutista a imagen del de su abuelo (Luis XIV) en Francia y que los Austrias nunca acabaron de cuajar. Hijo del Gran Delfín, un hombre orondo y libertino, y de María Ana de Baviera, hipocondriaca y a decir de sus contemporáneos poca agraciada, Felipe fue siempre un joven tímido. Su educación estuvo dirigida por el teólogo y religioso François Fénelon, quien le inculcó un atávico miedo al infierno. Cuando se convirtió en rey de España tuvo dos etapas que le granjeraron dos apodos bien distintos: Felipe El Animoso y Felipe El Melancólico.

Para entender este desdoblamiento de personalidad hay que profundizar un poco en su carácter, o mejor dicho en su trastorno (neurosis maniaco-depresiva, dirían los galenos hoy). Pesadillas, alucinaciones, hipocondria, astenia... Felipe llegó a vagar sin pantalones y en camisa de dormir por los pasillos de palacio y, lo que es peor, a recibir a monarcas y embajadores. Todo porque estaba convencido de que lo querían envenenar a través de la ropa. Su falta de higiene llegó a límites enfermizos. Incluso cuentan que convocaba a su consejo para despachar los asuntos reales de madrugada.

Entre sus visiones más famosas está la de creerse una rana (y croar para demostrarlo), subirse a los caballos de los tapices o defenderse de un horrible sol que le atacaba cuando salía a cabalgar. Incluso una temporada se convenció de no tener brazos ni piernas. ¡Qué gran injusticia que Juana La Loca fuese incapacitada para gobernar mientras que el tarado de Felipe V sea el rey que más años ha reinado en España! Y, por cierto, reinó dos veces. Ya que en 1724 abdicó en su hijo mayor Luis, aunque éste solo vivió 8 meses como rey y Felipe tuvo que volver a ceñirse una corona que cada vez le era más pesada.

Dicen que sus dos esposas son parte importante de ese carácter bipolar. Con María Luisa Gabriela de Saboya conoce los deleites del amor conyugal, le infunde energía, disfruta de participar en las campañas bélicas -que por esos años no escaseaban gracias a la Guerra de Sucesión- y queda a merced de la personalidad intrigadora de la princesa de Ursinos. Con la segunda, Isabel de Farnesio, el vulnerable Felipe quedó apagado para siempre. ¿Qué hubiese sido del rey tratado con la medicación moderna?


  
François Fénelon.




(François de Salignac de La Mothe, conocido como François Fénelon; Castillo de Fénelon, Périgord, 1651 - Cambrai, 1715) Prelado y erudito francés. 

Fénelon nace el 6 de agosto de 1651 en el Castillo de Fénelon en Sainte-Mondane, en el seno de una familia noble y aristocrática de Périgord, Aquitania.
 Fue el segundo de tres hijos de Pons de Salignac, conde de La Mothe-Fénelon, con su segunda esposa Luisa de la Cropte. Los ascendientes de Fénelon habían participado en la política del reino, y miembros de su familia durante generaciones habían sido obispos de Sarlat.
Fénelon estudió sus primeras letras en el Castillo de Fénelon con un tutor privado, que le proporcionó sólidos conocimientos de griego antiguo y de los clásicos. En 1663, a la edad de 12 años, es enviado a la Universidad de Cahors, donde estudia retórica y filosofía. Cuando manifiesta su intención de tomar la carrera eclesiástica, su tío el marqués Antoine de Fénelon (un amigo de Jean-Jacques Olier y de Vicente de Paúl) lo envía a estudiar al Colegio de Plessis, donde los estudiantes de teología reciben la misma enseñanza que los de la Sorbona. Ahí conoce a Antoine de Noailles, quien más tarde sería cardenal y arzobispo de París. Fénelon demuestra talento en el Colegio de Plessis, dando su primer discurso público a la edad de quince años. Se graduó exitosamente.

A partir de 1672, a la edad de veintiún años, estudia en el Seminario de Saint-Sulpice, regentado por los jesuitas. Por sus bellos discursos, Fénelon es designado en 1678 por el arzobispo de París, director del Instituto de los Nuevos Católicos (Institut des Nouvelles Catholiques), un internado parisiense dedicado a la reeducación de hijos de familias protestantes cuyos padres se hubiesen convertido al catolicismo.
Ordenado sacerdote en 1675, François Fénelon supervisó las misiones de reeducación de los protestantes convertidos al catolicismo y redactó el Tratado de la educación de las jóvenes (1687) para el duque de Beauvillier y sus ocho hijas.
A petición de un noble, se anima en 1681 a consignar las experiencias de sus funciones pedagógicas en el Tratado de la educación de las hijas (que no estuvo disponible al público hasta 1687).
En 1685, publica su primer escrito teológico, Tratado de la existencia de Dios y refutación del sistema de Malebranche sobre la naturaleza y la Gracia, dirigido contra los jansenistas; ese mismo año hace un aporte a la retórica con su Diálogo sobre la elocuencia.
Su amistad con Madame Guyon, conocida quietista, le atrajo las críticas de varias jerarquías eclesiásticas. En defensa de la tendencia litigiosa escribió su Explicación de las máximas de los santos (1697), inicio de una violentísima querella con Jacques Bossuet. El rey Luis XIV de Francia arrancó a la Santa Sede la condenación de su obra (1699), y Fénelon fue desterrado a su diócesis y fue privado de sus títulos y pensiones.
Desde el punto de vista literario, la fama de François Fénelon reposa en Las aventuras de Telémaco (1699), una novela con visos satíricos sobre la educación de un joven príncipe. Fénelon publicó también unas Fábulas y los Diálogos de los muertos (1700).

François Fénelon conocía y dominaba, además de su francés natal, el griego y el latín.


François de Salignac de la Mothe Fénelon.

Château de Fénelon


Conocido obispo y autor, nacido en el Castillo de Fenelon en Perigord (Dordogne) el 6 de agosto de 1651 y muerto en Cambrai, el 7 de enero 1715. Provenía de una familia de noble cuna, pero de pocos medios. Su ancestro mas famoso fue Bertrand de Salignac (m. 1599), que luchó en Metz bajo el duque de Guisa y fue embajador en Inglaterra; también François de Salignac I, Louis de Salignac I, Louis de Salignac II y François de Salignac II, obispos de Sarlat entre 1567 y 1688.

Fénelon era el segundo de tres hijos de Pons de Salignac, Conde de La Mothe-Fénelon por su segunda esposa, Louise de La Cropte. Debido a su delicada salud, la infancia de Fenelon transcurrió en el castillo de su padre con un tutor, gracias al cual se interesó por los clásicos y consiguió un considerable conocimiento de la literatura griega que tuvo mucha importancia en su desarrollo mental. A los 12 años fue enviado a la cercana universidad de Cahors donde estudió retórica y filosofía y obtuvo su primer grado. Como ya había expresado su intención de entrar en la Iglesia, uno de sus tías, el marqués Antoine de Fenelón, amigo de Monseñor Olier y de S. Vincent de Paul, le envió a París y lo colocó en el Collège du Plessis, cuyos estudiantes seguían el curso de teología en la Sorbona.

Fenelon se hizo amigo allí de Antoine de Noailles que después sería cardenal arzobispo de París y mostró un talento tan decidido que a la edad de 15 fue elegido para predicar un sermón público que realizó admirablemente. Para facilitar su preparación para el sacerdocio, el marqués envió a su sobrino al seminario de Saint-Sulpice (alrededor de 1672), que entonces dirigía Mons. Tronson, pero el joven fue colocado en la pequeña comunidad reservada para los eclesiásticos cuya salud no les permitía seguir los excesivos ejercicios del seminario. En esta famosa escuela de la que siempre se acordaba con afecto, Fenelon profundizó no solo en la práctica de la piedad y virtudes sacerdotales sino sobre todo en la sólida doctrina católica lo que le salvó más tarde el Jansenismo y del Galicanismo.

Treinta años después, en una carta a Clemente XI, se congratula de su preparación en manos de M. Tronson en lo relativo a la fe y obligaciones de la vida eclesiástica. Hacia 1675 fue ordenado sacerdote y pensó dedicarse a las misiones en oriente, aunque esta idea fue olvidada pronto y se unió a la comunidad de S. Sulpicio entregándose a las obras del sacerdocio especialmente la predicación y la catequesis.

En 1678 Harlay de Champvallon, arzobispo de París encargó a Fenelon la dirección de la casa de "Nouvelles-Catholiques", una comunidad fundada en 1634 por el arzobispo Jean-François de Gondi para jóvenes mujeres protestantes que estaban a punto de entrar en la iglesia o conversos que requerían ser reforzados en su fe. Era una nueva forma delicada de apostolado que se presentaba a Fenelon y que requería todos los recursos de sus conocimientos teológicos, su persuasiva elocuencia y magnética personalidad.

En los últimos años se había criticado su conducta habiendo sido tachado intolerante, aunque no había razón para ello y hasta los autores protestantes de la "Encyclopédie des Sciences Religieuses" lo niegan; su veredicto sobre Fenelon es que en justicia hay que decir que él que en el esfuerzo por las conversiones empleó siempre la persuasión más que la severidad.

Cuando Luis XIV revocó el Edicto de Nantes, por el que Enrique IV había garantizado la libertad del culto publico a los protestantes, se eligió a misioneros entre los mejores oradores del momento, como Bourdaloue, Fléchier y otros y fueron enviados a los lugares de Francia donde había más herejes para trabajar en su conversión. Por sugerencia de su amigo Bossuet, Fenelon fue enviado con cinco compañeros a Santonge, donde manifestó gran dedicación, aunque sus métodos estaban siempre atemperados por la amabilidad.

Según el cardenal Bausset, indujo a Luis XIV a retirar todas las tropas y todas las muestras de fuerza de los lugares que visitaba y es cierto que insistió y propuso, métodos con los que el rey no siempre estaba de acuerdo. “Cuando hay que conmover a los corazones”, escribió a Seignelay, “la fuerza no sirve de nada. La convicción es la única conversión “. En vez de fuerza el empleaba la paciencia, establecía clases y distribuía Nuevos Testamentos y catecismos en el idioma vernáculo. Sobre todo ponía énfasis especial en predicar y que los predicadores fueran gente amable que instruyeran no solo para ganarse la confianza de los oyentes”.

Es cierto, como se ha demostrado documentalmente, que no siempre repudió las medidas de fuerza pero solo las permitió como último recurso. Su severidad se limitó a exiliar de sus pueblos a los recalcitrantes o a limitar a otros con multas de cinco “sous” u obligar a asistir a las instrucciones religiosas en las iglesias. Y ni siquiera pensaba que los predicadores debieran abogar abiertamente por estas medidas; de forma similar, no le gustaba que se supiera el nombre del autor de los panfletos católicos contra los ministros protestantes que propuso que se imprimieran en Holanda. Esto era ciertamente un exceso de prudencia, pero prueba, al menos, que Fenelon no simpatizaba con la vaga tolerancia fundada en el escepticismo que los racionalistas del siglo dieciocho le atribuyeron. En estas cuestiones compartía las opiniones de todos los grandes católicos de su tiempo. Con Bossuet y S. Agustín mantenía que “estar obligado a hacer el bien es siempre una ventaja y que los herejes uy cismáticos, cunado eran obligado a poner su atención en la consideración de la verdad, con el tiempo dejaba a un lado sus erróneas creencias, mientras que si la autoridad no les hubiera obligado nunca habrían considerado estas cuestiones”.

Antes y después de la misión en Santonge, que solo duró unos pocos meses (1686-1687), Fenelon hizo muchos amigos. Ya lo era Bossuet, el gran obispo que estaba en el culmen de su fama, consultado por todos como el gran oráculo de la Iglesia de Francia. Fenelon le mostró la mayor deferencia y le visitó en su casa de campo en Alemania asistiendo a sus conferencias espirituales y a sus clases sobre la Escrituras en Versalles. Inspirado por él, y quizá por sugerencia suya, Fenelon escribió por entonces "Réfutation du système de Malebranche sur la nature et sur la grâce", en el que ataca con gran valentía y en profundidad las teorías del famoso oratoriano sobre el optimismo, la creación y la encarnación. Fenelon no quiso publicar este tratado, ni anotado por Bossuet; hasta 1829 no vio la luz. Los primeros amigos de Fenelon en este periodo eran los duques de Bauvilliers y de Chevreuse, dos cortesanos influyentes, que sobresalían por su piedad y que se habían casado con dos hijas de Colbert, ministro de Luis XIV. Una de ellas, la duquesa de Beauvilliers, madre de ocho hijas, pidió a Fenelon consejo sobre su educación. Su respuesta fue el "Traité de l'education des filles", en el que insiste en que la educación comience muy pronto y que instrucción de la niñas en todos los deberes de su futura condición de vida. La educación religiosa ha de ser tal que les permita refutar herejías si fuera necesario. Aconseja un curso de estudios mucho más serio de lo que era costumbre. Las niñas deben ser eruditas sin pedantería y ser educadas de forma concreta, sensible, agradable y prudente de manera que se les ayude en sus habilidades naturales. En muchas cosas su pedagogía iba por delante de su tiempo y aún se puede aprender mucho de él.

El duque de Beauvilliers, que fue el primero en utilizar el "Traité de l'education des filles", en su propia familia, fue nombrado director de los estudios los nietos del rey Luis XIV. Enseguida se aseguró de que Fenelon fuera el tutor del mayor de ellos, el duque de Borgoña. El puesto era muy importante puesto que la formación del futuro rey de Francia estaba en sus manos, pero no carecía de dificultades, debido al carácter altivo y violento del discípulo. Fenelon se dedicó a su tarea con todo su interés y dedicación. Todo, desde los temas latinos y sus versiones se dirigía a domar su tempestuoso espíritu. Con este propósito escribió la “Fábulas” y sus "Dialogues des Morts", pero sobre todo su "Télémaque", en el que bajo el disfraz de una ficción agradable enseñaba al joven príncipe lecciones de autocontrol y todos los deberes propios de de su alta posición.

Los resultados fueron maravillosos. El historiador Saint-Simon, en general hostil a Fenenlón, dice:”: "De cet abîme sortit un prince, affable, doux, modéré, humain, patient, humble, tout appliqué à ses devoirs." (De este abismo salió un príncipe afable, dulce, moderado, humano, paciente, humilde y aplicado enteramente a sus deberes). Se ha preguntado si no fue demasiado bien. Cuando el príncipe se convirtió en un hombre de estado, su piedad parecía excesivamente refinada; se examinaba continuamente a si mismo razonando los pros y los contras hasta ser incapaz de llegar a una solución, paralizada su voluntad por miedo de hacer lo incorrecto. Sin embargo, estos defectos de carácter. Contra los cuales Fenelon fue el primero en protestar en sus cartas, no se mostraron en su juventud. Alrededor de 1695 todos los que trataron al príncipe estaban admirados por el cambio.

Para premiar al tutor, Luis XIV le dio, en 1694, la abadía de Saint-Valéry, con sus rentas anuales de 14.000 libras. La Academia la abrió las puertas y Madame de Maintenon, la esposa morganática del rey, comenzó a consultarle en asuntos de conciencia, en la regulación de la casa de Saint-Cyr, que acaba de abrir para la educación de las jóvenes. Poco después quedó vacante la sede arzobispal de Cambrai, una de las mejores de Francia y el rey se la ofreció a Fenelón, indicándole además que quería que siguiera instruyendo duque de Borgoña. Fenelon fue consagrado en agosto de 1969 por Bossuet en la capilla de Saint-Cyr. El futuro del joven prelado parecía brillante, cunado cayó en profunda desgracia.

La causa fue su relación con Madame Guyon, a la que había conocido en la sociedad de sus amigos los Beauvilliers y los Chevreuses. Ella había nacido en Orleans, que dejó a los 28 años, viuda y madre de tres niños, embarcada en una especie de apostolado místico, bajo la dirección del P. Lacombe, un barnabita.

Después de muchos viajes a Ginebra, por la Provenza e Italia, plasmó sus ideas en dos obras "Le moyen court et facile de faire oraison" y "Les torrents spirituels". En un lenguaje exagerado característico de su mente visionaria presentó un sistema demasiado claramente basado en el Quietismo de Molinos, que acababa de ser condenado por Inocencio XI, en 1687. Sin embargo había diferencias entre los dos sistemas. Mientras que para Molinos la perfección terrenal del hombre consistía en un estado de interrumpida contemplación y amor, que dispensaría al alma de toda virtud activa y lo reduciría a la absoluta inacción, Madame Guyon rechazaba con horror las peligrosas conclusiones de Molinos respecto al cese de la necesidad de ofrecer resistencia positiva a la tentación. De hecho, en todas sus relaciones con el P. Lacombe, así como con Fenelon, nunca se puso en duda su virtuosa vida. Al poco de su llegada a parís conoció a muchas personas piadosas de la corte y de la ciudad, entre ellas a Madame de Maintenon y a los duques de Beauvilliers y Chevreuse, que se la presentaron a Fenelon. A su vez, él se sintió atraído por su piedad, su amplia espiritualidad, el encanto de su personalidad y de sus libros. No tardó mucho el obispo de Chartres, en cuya diócesis estaba Saint-Cyr, comenzó a cuestionarse sobre la mente de Madame de Maintenon cuestionando la ortodoxia de las teorías de Madame Guyon. Esta, entonces, pidió que se sometieran sus libros a una comisión eclesiástica compuesta por Bossuet, de Noailles, entonces obispo de Châlons, más tarde arzobispo de París y M. Tronson superior de Saint-Sulpice. Después del examen que duró seis meses, la comisión publicó su decisión en treinta y cuatro artículos conocidos como "Articles d' Issy", por el lugar cerca de París donde estaba asentada la comisión. Estos treinta y cuatro artículos fueron firmados por Fenelon y por el obispo de Chartres y por los miembros de la comisión, condenando muy brevemente las ideas de Madame Guyon, y haciendo una cierta explicación de la doctrina católica sobre la oración. Madame Guyon se sometió a la condena, pero sus ideas siguieran expandiéndose en Inglaterra y los protestantes, que siguieron reimprimieron sus libros, han seguido expresando su simpatía por sus puntos de vista. Cowper tradujo algunos de sus himnos a versos ingleses y Thomas Digby (Londres 1805) y Thomas Upam (New York, 1848), tradujeron su autobiografía al inglés. Sus libros pronto fueron olvidados en Francia.

De acuerdo con la decisión tomada en Issy, Bossuet escribió sus instrucciones sobre los "Etats d' oraison", como explicación de los 34 artículos., Fenelon rehusó firmarlo, porque su honor le prohibía condenar a una mujer que ya había sido condenada. Para explicar su punto de vista de los "Articles d'Issy", se apresuró a publicar la "Explication des Maximes des Saints", un tratado bastante árido en cuarenta y cuatro artículos, cada uno de los cuales estaba dividido en dos párrafos, uno exponiendo la verdadera y otro la falsa doctrina sobre el amor de Dios. En su obra distingue claramente cada paso en el camino de ascensión a la vida espiritual. El punto de llegada final del alma cristiana es el amor puro de Dios sin mezcla de interés propio, un amor que ni teme el castigo ni desea el premio.

Los medios llegar a este fin, señala Fenelon, son los que dese hace mucho tiempo han señalado los místicos católicos, es decir la santa indiferencia, el alejamiento, al auto abandono, la pasividad; a través de todos estos estados el alma es llevada a la contemplación. Apenas se había publicado el libro de Fenelon cuando ya tuvo mucha oposición. El rey estaba enfadado. Le disgustaban las novedades religiosas y reprochó a Bossuet por no haberle avisado de las ideas del tutor de su nieto. Nombró a los obispos de Meaux, Chartres y París para examinar la obra de Fenelon y seleccionar los pasajes que debían condenarse, pero el mismo Fenelon envió el libro a la Santa sede para que fuera juzgado (27 abril, 1697). Enseguida estalló un enorme conflicto, particularmente entre Bossuet y Fenelon: ataques y réplicas se sucedieron demasiado rápidamente para ser analizadas aquí. Los escritos de Fenelon sobre el tema llenan seis volúmenes, sin hablar de las 646 cartas sobre el quietismo con las que probó ser un hábil polemista, muy versado en las cosas espirituales, dotado de una gran inteligencia y agilidad mental que no siempre se distingue bien en el uso y abuso del sentido. Después de u largo examen por parte de los consultores y cardenales del Santo Oficio, que duró más de dos años y que les ocupó 132 sesiones, por fin condenaron "Les Maxims des Saints" (12 marzo, 1699) por contener proposiciones que, en el sentido obvio de las palabras, o por la secuencia de los pensamientos, eran “temerarias, escandalosas, malsonantes, ofensivas a los oídos piadosos, perniciosa en la práctica y falsas de hecho”. 23 proposiciones fueron seleccionadas por haber incurrido en la censura, pero el papa de ninguna manera dejaba implícito que aprobaba el resto del libro.

Fenelon se sometió enseguida. “Nos adherimos a este breve”, escribió en una carta pastoral en la que hacía saber la sus fieles la decisión de Roma, “y la aceptamos no solo para las 23 proposiciones, sino para todo el libro, simplemente, absolutamente y sin sombra de reserva”.

La mayoría de sus contemporáneos juzgaron su sumisión adecuada admirable y edificante. En tiempos más recientes, sin embargo, cartas sueltas han permitido a los críticos dudar de su sinceridad. En nuestra opinión unas pocas palabras escritas impulsivamente y en contradicción con todo el tenor de la vida del escritor, no justifican tan grave acusación. Hay que recordar, también, que en la reunión de los obispos para recibir el breve de condena, Fenelon declaró que dejaba aparte su propia opinión y aceptaba el juicio de Roma y que si este acto de sumisión parecía incompleto estaba dispuesto a hacer lo que Roma dijera. La Santa Sede nunca requirió nada más que este acto espontáneo mencionado.

Luis XIV, que había hecho todo lo posible para que las "Maximes des Saints", fueran condenadas había ya castigado al autor ordenándole que permaneciera dentro de los límites de su diócesis. Molesto después por la publicación de "Télémaque", en el que veía una crítica a su persona y a su gobierno, nunca se dejó convencer de que retirara su orden. Fenelon se sometió sin queja ni lamento y se entregó completamente al servicio de sus fieles. Con unos ingresos de 200.000 libras y 800 parroquias, algunas en territorio español, Cambrai, que había vuelto a ganar Francia en 1678, era una de las sedes más importantes del reino. Fenelón dedicó varios meses al año a visitar a su archidiócesis, sin que le interrumpiera ni siquiera la Guerra de Sucesión Española, durante la cual ejércitos opuestos acamparon en su territorio. Los capitanes de esos ejércitos, llenos de veneración por su Fenelon, le dejaron moverse libremente. El resto del año lo pasaba en el palacio episcopal de Cambrai, donde con sus familiares y amigos, los Abbés de Langeron, de Chanterac y de Beaumont, llevó una vida normal, de regularidad monástica. Cada año daba un curso en cuaresma en una parroquia importante de su diócesis y en las fiestas principales predicaba en su propia catedral. Sus sermones eran breves y sencillos, compuestos después de una breve meditación y nunca escritos, con la excepción de algunos que predicó en ocasiones más importantes, y no se han conservado. Las relaciones con sus clérigos estaban rodeadas de condescendencia y cordialidad “Sus sacerdotes”, dice Saint-Simon, "para los que se hacía a si mismo padre y hermano, le llevaban en sus corazones”. Se interesó profundamente en su formación en sus seminarios, asistiendo a los exámenes de los que se iban a ordenar, dándoles charlas durante sus retiros. Presidía los concursos par asignación de beneficios y preguntaba a los párrocos sobre las calificaciones de los candidatos.

Fenelon fue siempre irreprochable y en sus paseos conversaba frecuentemente con los que se encontraba. Le encantaba visitar a los campesinos en sus casas, interesándose por sus alegrías y tristezas y evitando apenarles aceptaba el simple regalo de su hospitalidad. Durante la Guerra de Sucesión Española las puestas de su palacio se abrieron a todos los pobres que se refugiaron en Cambrai. Las habitaciones y escaleras se llenaron de ellos y sus jardines y vestíbulos protegían a sus animales. Aun se le recuerda en la vecindad de Cambrai y los paisanos aun dan a sus hijos el nombre de Fenelon, como el de un santo.

A pesar de estar completamente dedicado a la administración de su diócesis, nunca perdió de vista los intereses generales de la Iglesia. Esto quedó patente cuando el Jansenismo, durmiente durante casi treinta años, se despertó de nuevo con ocasión del famoso Cas de Conscience, en el que un escrito anónimo trató de dar nueva vida a la “cuestión de ley” y “cuestión de facto” (question de droit et question de fait), admitiendo que la Iglesia podía legalmente condenar las famosas cinco proposiciones atribuidas a Jansenio, pero negando que pudiera obligar a cualquier otro a creer que de de hecho se podían encontrar en el “Augustinus” de aquel escritor.

Fenelon multiplicó publicaciones de toda índole contra la herejía revivida; escribió cartas, instrucciones pastorales, memoranda, en francés y en latín, que llenan varios volúmenes de sus obras. Se puso a combatir los errores del Cas de Conscience, a refutar la teoría conocida como” respetuoso silencio” y a ilustrara Clemente XI sobre al opinión publica francesa. El P.Quesnel arrojó leña al fuego de la controversia con sus "Reflexions morales sur le Nouveau Testament", que fue solemnemente condenado con la bula "Unigenitus" (1713).

Fenelon defendió este famoso documento pontificio en una serie de diálogos que tenían la intención de influir en hombres de mundo. Su celo contra el error era grande, pero siempre era amable en el que erraba: Saint-Simon pudo decir: Los Países Bajos estaban llenos de jansenistas y la diócesis de Cambrai, en particular, abundaban mucho. En ambos sitios encontraron siempre un refugio pacífico y estaban contentos de vivir allí pacíficamente, bajo el que era su enemigo con la pluma. No temían al arzobispo que aunque se oponía a sus creencias no destruía su tranquilidad.”

A pesar de la multiplicada de trabajos, Fenelon siempre encontró tiempo para mantener una intensa correspondencia con sus familiares, amigos, sacerdotes y de hecho con todo el que buscara su consejo. En esta masa de correspondencia, diez volúmenes nos han llegado, donde podemos ver al Fenelon director de las almas. Hay entre ellos gentes de todas las esferas de la vida, hombres y mujeres, religiosos, soldados, cortesanos, sirvientes, entre ellos Madam de Maintenon, de Gramont, de la Maisonfort, de Montebron, de Noailles, miembros de la familia Colbert, el marqués de Seignelay, el duque de Chaulnes, y sobre todo los duques de Chevreuse y de Beauvilliers, sin olvidar al duque de Borgoña. Fenelon muestra que posee las cualidades que exige a los directores, paciencia, conocimiento del corazón humano y de la vida espiritual, disposición ecuánime, firmeza y rectitud, “junto con una tranquila alegría muy distante de cualquier fingida antipática austeridad”.

A cambio exigía docilidad de mente y sumisión total de la voluntad. Intentaba guiar a las almas al amor puro de Dios, en lo que era humanamente posible, porque, aunque los errores de sus "Maximus des Saints" ya no aparecen en las cartas de dirección, sigue siendo el mismo Fenelon, con el mismo deseo de auto abandono, con las mismas tendencias, conservadas todas, sin embargo, dentro de los limites debidos; porque como él mismo dice:”este amor de Dios no requiere a todos los cristianos que practiquen austeridades como los de los antiguos eremitas solitarios, sino meramente que sean sobrios, justos y moderados en el uso de las cosas útiles”; y la piedad no requiere, “ como los asuntos temporales una larga y continua aplicación”; “ la práctica de la devoción no es en absoluto incompatible con los deberes de la vida”. El deseo de enseñar a sus discípulos la forma de armonizar los deberes de la religión con los de la vida diaria sugiere a Fenelon toda clase de consejos, a veces muy inesperados en la pluma de un director, especialmente cuando cundo trata con sus amigos de la corte. Esto ha dado ocasión a algunos de sus críticos para acusarle de ambición y de tener tanta ambición en controlar el estado como en dirigir a las almas.

Sus ideas políticas se muestran sobre todo en las cartas al duque de Borgoña. Además de un gran número de cartas, le envió, a través de sus amigos los duques de de Beauvilliers y de Chevreuse, un "Examen de conscience sur les devoirs de la Royauté", 9 documentos sobre la Guerra de Sucesión Española y los "Plans de Gouvernement, concretes avec le Duc de Chevreuse". Si añañdimos el "Télémaque", la "Lettre à Louis XIV", el "Essai sur le Gouvernement civil", y las "Mémoires sur les precautions à prendre après la mort du Duc de Bourgogne", nos encontramos con una com,pleta exposición de sus ideas políticas.

Indicaremos solo los puntos en que son originales, en la época en que se escribieron. El Gobierno ideal, para Fenelon era una monarquía limitada por la aristocracia. El rey no debía tener poder absoluto; tenia que obedecer las leyes que hiciera en cooperación con la nobleza. En otras ocasiones debía ser asistido por los Estados Generales que debían, por asambleas provinciales, que eran como consejos del rey más que asambleas representativas. El Estado debía ocuparse de la educación, debía controlar los protocoles sociales con leyes suntuarias y prohibir a ambos sexos matrimonios inapropiados (mésalliances). Los brazos temporal y espiritual debían ser dependientes uno de otro, pero ayudándose mutuamente. Su estado ideal está descrito con mucha sabiduría en sus escritos políticos donde se hallan muchas observaciones notablemente juiciosas pero utópicas.

Fenelon se interesó también por la literatura y la filosofía. Dacier, secretario perpetuo de la Académie Française, le pidió en nombre de la institución, que les manifestara en qué proyectos debían ocuparse, desde su punto de vista, una vez terminado el "Dictionnaire". Fenelon contestó en su "Lettre sur les occupations de l'Académie Française", una carta aun muy admirada en Francia. Trata de la lengua francesa, de la retórica, poesía, historia y de los escritores antiguos y modernos exhibiendo una inteligencia equilibrada familiarizada con todas las obras maestras de la antigüedad, viva de simplicidad y encanto, seguidora de las tradiciones clásicas, pero abierta discretamente a nuevas ideas (especialmente en historia) también a ciertas teorías quiméricas, al menos en lo poético.

Por entonces el futuro regente, duque de Orleans, le consultaba sobre muchos y diferentes asuntos. Este príncipe, escéptico más por las circunstancias que por la fuerza de la razón, aprovechó la aparición de su "Traité de l'existence de Dieu" para consultarle sobre el culto debido a Dios, la inmortalidad del alma y la libre voluntad. Fenelon contestó en una serie de cartas, de las que solo las tres primeras son repuestas a las dificultades propuestas por el príncipe. En conjunto forman una continuación del "Traité de l'existence de Dieu", cuya primera parte había sido publicada en 1712, sin el conocimiento de Fenelon.

La segunda parte apareció en 1718, después de la muerte del autor. Aunque era una obra casi olvidad de su juventud, fue muy bien recibida y pronto fue traducida al inglés y al alemán. Gracias a estas cartas y a este tratado sabemos algo de su postura ante la filosofía. Está influido tanto por S. Agustín como por Descartes. Para Fenelon los más fuertes argumentos de la existencia de Dios eran los que se basaban en las causas finales y en la idea de infinito, ambos desarrollados a lo largo de muchas páginas con encanto literario, más que con precisión y originalidad Los últimos años de Fenelon fueron tristes por las muertes de sus amigos. Hacia finales de 1710 perdió al Abbe de Langeron, compañero de toda la vida, en febrero de 1712 murió el duque de Borgoña, su discípulo y nos meses después el duque de Chevreuse; el de Beauvilliers en agosto de 1714. Fenelon les sobrevivió unos pocos meses. Aun pidió al rey que nombrase un heredero que fuese firme contra el Jansenismo y que ayudase al establecimiento de los Sulpicianos en su seminario. Con él desaparece uno de los más ilustres miembros del episcopado francés, ciertamente uno de los hombres más interesantes de su época. Debió su éxito exclusivamente a sus talentos y admirables virtudes. El renombre de tuvo en vida, creció tras su muerte. Desafortunadamente, su fama entre los protestantes se debió a su oposición a Bossuet y entre los filósofos, al hecho de que se opuso y fue castigado por Luis XIV. Precursor es para ellos un precursor de su propio escepticismo tolerante y de su filosofía al margen de la fe, un precursor de Rousseau, junto al que le colocaron en la fachada del panteón. La publicación de sus cartas ha manifestado los contrastes de su carácter, mostrándole al mismo tiempo antiguo y moderno, cristiano y profano, místico y estadista, demócrata y aristócrata, amable y obstinado, franco y sutil. Quizás no hubiera parecido más humano sui hubiera sido un hombre menos importante; sea o lo que fuere permanece como un o de las figura más atractivas, brillantes y sorprendentes que ha producido la iglesia católica.

La más conveniente y mejor de las ediciones de sus obras es la que empezó Lebel en Versalles en 1820 y fue terminada en París por Leclere en 1830. Comprende veintidós volúmenes, además de otros once de cartas sin contar uno de índices., treinta y tres en total agrupados bajo cinco títulos (I) Teológicos y de controversia (Vols. I-XVI), de los que el principal es "Traité de l'existence et des attributs de Dieu", cartas sobre varios temas metafísicos y religiosos; "Traité du ministère des pasteurs"; "De Summi Pontificis auctoritate", "Réfutation du système du P. Malebranche sur la nature et la grâce"; "Lettre à l'Evêque d'Arras sur la lecture de l'Ecriture Sainte en langue vulgaire", obras sobre el Quietismo y el Jansenismo. (2) Obras sobre temas morales y espirituales (Vols. XVII y XVIII): "Traité de l'éducation des filles"; sermones o obras de piedad (3) 24 sobreasuntos pastirales (XVIII). (4) Obras literarias (Vols. XIX-XXII): "Dialogues des Morts"; "Télémaque"; "Dialogues sur l'éloquence". (5) Escritos politicos (Vol. XXII): "Examen de conscience sur les devoirs de la Royauté"; variso memorandos sobre la Guerra de Sucesión española; "Plans du Gouvernement concertes avec le Duc de Chevreuse".

La correspondencia incluye cartas a amigos de la corte, como Beauvilliers, Chevreuse, y el duque de Borgoña; cartas de dirección y cartas sobre el Quietismo. Hay que añadir la "Explication des rnaximes des Saints sur la vie lnterieure" (Paris, 1697).

Fuentes

DE RAMSAY, Histoire de vie et des ouvrages de Fénelon (London, 1723), De BAUSSET, Histoire de Fénelon (Paris. 1808); TABARAND, Supplement aux histoires de Bossuet et de Fénelon (Paris, 1822), De BROGLIE, Fenelon a Cambrai (Paris, 1884); JANET, Fénelon (Paris, 1892); CROUSLE, Fénelon et Bossuet (2 vols., Paris, 1894); DRUON, Fénelon archeveque de Cambrai (Paris, 1905); CAGNAC, Fénelon directeur de conscience (Paris, 1903); BRUNETIRE en La Grande Encyclopedie, s.v.; IDEM, Etudes critiques sur l'histoire de la Iitterature française (Paris, 1893); DOUEN, L'intolerance de Fénelon (2d ed., Paris,1875); VERLAQUE, Lettres inedites de Fénelon (Paris, 1874)); IDEM, Fénelon Missionnaire (Marseilles, 1884); GUERRIER, Madam Guion, sa vie, sa doctrine, et son influence (Orléans, 1881); MASSON, Fénelon et Madame Guyon (Paris, 1907): DELPHANQUE, Fénelon et la doctrine de l'amour pur (Lille, 1907): SCANNELL, François Fénelon in lrish Eccl. Record, XI, (1901) 1-15, 413-432.

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