—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

sábado, 27 de octubre de 2012

159.-Antepasados del rey de España: Bermudo (o Vermudo) I de Asturias, llamado el Diácono.


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Núñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farías Picón; Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda ; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala; Marcelo Yáñez Garín; Francia Marisol Candia Troncoso; María Francisca Palacio Hermosilla; 

 
  Bermudo I (o Vermudo I) de Asturias, llamado el Diácono.

 
 
Retrato imaginario de Bermudo I, por Isidoro
 Lozano. Ca. 1852. (Museo del Prado, Madrid).

(c. 750-Oviedo, 797), rey de Asturias desde 789 hasta 791, fue hijo de Fruela de Cantabria.

Bermudo I es el ascendiente coronado como rey más remoto de un linaje que entronca generación tras generación hasta Felipe VI, actual rey de España.

Reinado.

Hijo de Fruela de Cantabria, Bermudo era hermano del rey Aurelio de Asturias, sobrino de Alfonso I y nieto del duque Pedro de Cantabria. Fue destinado por su padre a la carrera eclesiástica.
Fue elegido rey por los nobles en 789 para reemplazar en el trono al rey Mauregato, un hijo ilegítimo que Alfonso I tuvo con una esclava musulmana, que depuso al anterior monarca, Alfonso II.​ Durante su reinado el reino sufrió incursiones musulmanas en Álava y Galicia. Tras ser derrotado varias veces por las tropas andalusíes de Hisham I en la batalla del río Burbia, en El Bierzo, renunció al trono en 791, ya que creyó que para hacer frente a las incursiones musulmanas, era necesario que ocupara el trono un caudillo más joven y experimentado en la milicia.
Tras su abdicación, regresó a su estado clerical y vivió en la corte de su sucesor, Alfonso II, que recuperó la corona, donde falleció de muerte natural en 797 y pasó a la historia como un rey generoso, magnánimo e ilustrado.

Sepultura.

Existe controversia entre los historiadores sobre el paradero de los restos del rey Bermudo I, pues mientras que algunos señalan que sus restos descansan en la capilla del Rey Casto de la catedral de Oviedo, otros manifiestan que se encuentran en el monasterio de San Juan de Corias. 
Según refiere el cronista Ambrosio de Morales, Bermudo fue sepultado en la ermita de Ciella, junto con su esposa, la reina Ozenda, y su hija, la infanta Cristina, y sus restos mortales permanecieron allí hasta que Alfonso VII de León ordenó trasladarlos al monasterio de San Juan de Corias donde fueron colocados los restos de los tres individuos frente al altar de San Martín, en el interior de tres arcos de piedra sobre los que fue colocado el siguiente epitafio, desaparecido en la actualidad:

SEPVLCHRVM REGIS VEREMVUNDI ET VXORIS DOMINAE OZENDAE, ET INFANTISSAE DOMINAE CHRISTINAE. TRANSLATI A CIELLA.
No obstante lo anterior, la Primera Crónica General señala que el rey Bermudo I fue sepultado en Oviedo junto con su esposa, la reina Uzenda (Ozenda) Nunilona, lo que vendría a confirmar la hipótesis de que el rey fue sepultado en el panteón de reyes de la capilla de Nuestra Señora del Rey Casto de la Catedral de Oviedo.

Matrimonio y descendencia.

Contrajo matrimonio con Ozenda (Adosinda), quien en las crónicas de Rodrigo de Toledo y Lucas de Tuy es llamada Imilo o Nunilo. Fueron padres de:

  • Ramiro I de Asturias (c. 790–850) quien ocupó el trono de Asturias a la muerte del rey Alfonso II.


  
Vermudo I. El Diácono. ?, p. m. s. IX – f. s. IX. Rey de Asturias.

Estatua de Bermudo I en la fachada norte de la planta principal del Palacio Real de Madrid .


Muerto Mauregato en el 788, es elegido para sucederle en el trono un hermano de Aurelio, sobrino por tanto de Alfonso I (era hijo de su hermano Fruela) y tío del futuro Alfonso II, seguramente alejado todavía de los círculos cortesanos: el diácono Vermudo.
Las dos versiones de la Crónica de Alfonso III detallan esas relaciones de parentesco, que omite la siempre lacónica Crónica Albeldense. Y ambas plantean no pocos interrogantes de incierta respuesta en las referencias que dedican a la persona de Vermudo y a las circunstancias que acompañan su acceso al Trono y su renuncia, tras un breve reinado de tres años, en favor de su sobrino Alfonso.
El primer problema es el relativo a la elección misma de Vermudo cuya condición clerical suponía, en principio y de acuerdo con la legislación canónica visigoda, un impedimento, no insalvable, desde luego, para su promoción a la realeza, en perjuicio de los mejores derechos de su sobrino. Tal elección en las circunstancias especiales en que se produce (tras la “usurpación” de Mauregato y durante la probable ausencia de Alfonso, exiliado en tierras alavesas de donde era su madre Munia) podría interpretarse como una fórmula de compromiso entre facciones cortesanas que harían de Vermudo una especie de monarca de transición, elegido, quizá, con acuerdo de “todos los magnates del reino”, como declara la tardía y por tanto no muy segura Historia Silense.

Por otra parte, la explicación a la voluntaria renuncia al Trono del nuevo Rey, cuyas cualidades espirituales destacan acordes los textos cronísticos —“clemente y piadoso”, lo llama la Albeldense; “varón magnánimo”, la versión “a Sebastián” de la crónica alfonsina— al cabo de sólo tres años de caudillaje, y que el segundo de estos textos atribuye al hecho de que Vermudo recordase que “antaño se le había impuesto el orden del diaconado”, dista mucho de ser satisfactoria. Las causas de esa renuncia y de la promoción de Alfonso al Trono por la supuesta iniciativa del propio Vermudo debieron ser más complejas. Seguramente influyeron en esos hechos las críticas circunstancias derivadas del giro de la política exterior andalusí, con la violenta ruptura de un largo período de paz con los cristianos; y habría que considerar también la existencia de posibles compromisos cortesanos cuyo alcance se nos oculta tras las lacónicas y eufemísticas explicaciones de una historiografía oficial asturiana que, conviene recordarlo, se elabora bajo la directa inspiración de un biznieto de Vermudo: Alfonso III el Magno. 
Cuando esas crónicas se redactan, en las postrimerías del siglo IX y seguramente en la corte ovetense, obedeciendo al designio neogoticista de este monarca, la figura de Alfonso II el Casto, el más grande de los monarcas asturianos, debía quedar a salvo de cualquier información que pudiera poner en entredicho la pacífica transición del caudillaje del Rey diácono a su joven sobrino. Pero tras los silencios, las contradicciones y las fantasías de los relatos cronísticos no es difícil suponer la existencia de algún tipo de conflicto cuyo alcance exacto se oculta interesadamente para preservar la buena imagen de la memoria histórica de la propia monarquía asturiana, personificada en esos momentos en el biznieto de Vermudo.
Lo cierto es que los acontecimientos que se van a suceder tras la llegada al poder en Córdoba, en el mismo año de 788, de Hisam I, continuador de ‘Abd al-RaÊmªn, precipitaron la reintegración de Alfonso al trono paterno. El nuevo y piadoso Emir decide emprender la guerra santa contra los cristianos insumisos norteños a quienes su padre, atento a consolidar su propia autoridad en al-Andalus, apenas había inquietado desde mucho tiempo atrás.
Una primera y grave derrota de las tropas cristianas en Burbia, en tierras bercianas, debió de influir poderosamente en la decisión de Vermudo de llamar al Trono a su sobrino Alfonso, con quien “vivió muchos años en el mayor afecto”, según el interesante testimonio de la Crónica de Alfonso III, cancelando voluntariamente su efímero reinado de apenas tres años. De hecho, la Crónica Albeldense parece establecer una relación de causa-efecto entre la batalla de Burbia, a la que aluden también las fuentes árabes y que silencia la crónica alfonsina, y la abdicación de Vermudo, cuyas verdaderas razones nunca podrán establecerse con seguridad.

Ocurrían estos hechos en el 791. La Crónica de Alfonso III en su versión “a Sebastián”, después de referir cómo Vermudo “a su sobrino Alfonso, al que Mauregato había expulsado del reino, lo hizo sucesor en el trono en el año 791, y vivió con él muchos años en el mayor afecto”, dice que terminó su vida en paz. La versión Rotense sitúa erróneamente su muerte en aquel mismo año y facilita la fecha exacta del acceso al Trono del nuevo monarca: el 14 de septiembre del 791.

Bibl.: C. Sánchez-Albornoz, Orígenes de la nación española. Estudios críticos sobre la historia del reino de Asturias, II, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1974; A. Barbero y M. Vigil, La formación del feudalismo en la Península Ibérica, Barcelona, Ed. Crítica, 1974; J. Gil Fernández, J. L. Moralejo, J. I. Ruiz de la Peña, Crónicas asturianas, Oviedo, Universidad, 1985; Y. Bonnaz, Chroniques asturiennes (fin IX siècle), Paris, Editions du C.N.R.S., 1987; A. Besga Marroquín, Orígenes hispano-godos del reino de Asturias, Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2000; J. I. Ruiz de la Peña Solar, La monarquía asturiana, Oviedo, Ed. Nobel, 2001.


  
                                     Concepción Espina y Tagle.


Concha Espina



Espina y Tagle, Concepción. Concha Espina. Santander (Cantabria), 15.IV.1869 – Madrid, 19.V.1955. Escritora.

Concha Espina
Información personal
Nombre de nacimientoMaría de la Concepción Jesusa Basilisa Rodríguez-Espina y García-Tagle
Nacimiento15 de abril de 1869
Santander (España)
Fallecimiento19 de mayo de 1955 (86 años)
Madrid (España)
SepulturaCementerio de la Almudena
NacionalidadEspañola
Familia
CónyugeRamón de la Serna y Cueto (1893-1934)
HijosRamón de la Serna y Espina
Víctor de la Serna y Espina
José de la Serna y Espina
Josefina de la Serna y Espina
Luis de la Serna y Espina
Información profesional
OcupaciónEscritora
SeudónimoAna Coe Snichp
GéneroPoesía y ensayo 
Distinciones
  • Orden de las Damas Nobles de la Reina María Luisa
  • Premio Fastenrath (1915)
  • Concurso Nacional de Literatura (1926)
  • Premio Nacional de Narrativa (1927)
  • Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (1948)
  • Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (1950) 
Biografía.



Hija de Víctor Espina, descendiente de familia asturiana, y de Ascensión Tagle, de familia noble de Santillana del Mar (Cantabria) aunque nacida en Madrid, Concepción Espina fue educada en el seno de una familia conservadora, acomodada y católica. A los trece años, la ruina del negocio de su padre ocasionó su traslado al domicilio de su abuela materna en Mazcuerras (Cantabria). De su temprana afición a la poesía da muestra la publicación, en 1888, de un poema titulado “Azul” en El Atlántico, bajo seudónimo (Ana Coe Schnip). Testimonio de esa vocación inicial son también sus tres poemarios: Mis flores (1904), Entre la noche y el mar (1933) y La segunda mies (1943).

En 1891 fallece su madre, que había contribuido al despertar de su sensibilidad y vocación literarias. En 1893 se casa con Ramón de la Serna y Cueto, de acaudalada familia con negocios en Chile, pero residente en Cabezón de la Sal, próximo a Mazcuerras. El matrimonio se traslada a Chile con el fin de solventar los problemas financieros de la empresa familiar, que a su llegada encuentran en quiebra. Su situación económica se agrava y, tras el nacimiento de sus dos primeros hijos, Ramón y Víctor, Concha Espina pide una oportunidad como escritora a un sacerdote de su parroquia de Valparaíso, que le anima a publicar sus primeros escritos en El Porteño. Comienzan sus colaboraciones habituales en El Correo de Buenos Aires.
De regreso a España se instalan en Mazcuerras, donde nacen sus hijos, José, que murió a la edad de cinco años, y Josefina. Desde 1907 residen en Cabezón de la Sal, donde nace Luis, el menor de sus hijos.
En 1907, Concha Espina gana un concurso literario organizado por la revista santanderina La Semana, con un cuento titulado El Rabión. El jurado que emite el fallo está presidido por Marcelino Menéndez Pelayo.

Comienza a escribir su primera novela, La niña de Luzmela, y se agrava la ya delicada situación de su matrimonio, debido a los celos profesionales del esposo hacia el incipiente éxito de la escritora. Se separan definitivamente y ella le procura un empleo en México con el apoyo de sus amistades y de varios miembros de su familia política, conscientes de la situación.

Se traslada a Madrid con el difícil propósito de publicar su primera novela, con el apoyo de los hermanos Menéndez Pelayo y del poeta José del Río Sainz, y con graves dificultades económicas, subsanadas sólo en parte con la venta de una sortija de esmeralda de herencia familiar. La acompañan sus cuatro hijos, a quienes en el futuro proporcionará estudios universitarios y largas estancias en el extranjero, y su asistente, Julia de los Ríos, que fue su confidente, secretaria y ama de llaves. Comienzan sus colaboraciones en el diario ABC, en la revista Lecturas, en diarios santanderinos y en publicaciones especializadas.
En 1909, con la publicación de su primera novela, La niña de Luzmela, se abre el camino del éxito, con una prosa de gran corrección idiomática y plena de riqueza léxica y de matices poéticos.
Según la crítica estadounidense Mary Lee Bretz, Concha Espina es la primera mujer española que vivió con independencia económica gracias a su trabajo como escritora. En la actualidad no resulta sencillo orientar su filiación literaria, si bien admiraba a José María de Pereda, Amós de Escalante, Manuel Llano, Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán y Marcelino y Enrique Menéndez Pelayo.

A caballo entre el romanticismo, el costumbrismo, el realismo y el regionalismo, o incluida por alguna de sus obras en el modernismo, su estilo es ecléctico y no siempre inalterable, dado lo dilatado de su carrera, lo prolífico de su obra y su situación personal, que le impulsaba a escribir no sólo por afición creativa, sino por necesidad de subsistencia.

Desde el punto de vista cronológico, se sitúa en la Edad de Plata de la literatura española, junto a los escritores de la Generación del 98. Su estilo es, a grandes rasgos, el de una escritora que quiso ser poeta y que se dedicó a la prosa aconsejada por Marcelino Menéndez Pelayo. El “realismo ilusorio”, de una de sus protagonistas, en realidad su alter ego, puede definir su propia obra, pues sintetiza narración y poesía, realidad y deseo. Enrique Menéndez Pelayo la define como una “escultora de almas”, y son características sus descripciones de paisajes de mar y montaña, identificadas en ocasiones con los estados de ánimo de sus personajes.
En 1910 publica Despertar para morir y en 1912, Agua de nieve. En 1914, La esfinge maragata será objeto de la concesión del Premio Fastenrath de la Real Academia Española, en su quinta edición y en la primera ocasión en que se le otorga a una escritora. La autora se documentó in situ para la composición de este primer gran éxito novelístico, en el que describe el modo de vida de las mujeres maragatas.

En esa época es ya conocida en Madrid su tertulia semanal, “los miércoles de Concha Espina”, en la que participan, entre otros intelectuales, Antonio Maura, Ortega y Gasset, Ricardo León, Antonio Machado, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Pilar Valderrama y Félix García, un sacerdote escritor y crítico de su obra.
En 1916 escribe la novela La rosa de los vientos y el ensayo Mujeres del Quijote, que en su primera edición llevará por título Al amor de las estrellas y será ilustrado por un joven pintor santanderino del que Concha Espina era mecenas, César Genaro Abín. En 1928, el Middlebury College realiza una edición especial para hispanistas, reeditada en 2005, en el cuarto centenario de El Quijote y como homenaje a la autora en el quicuagésimo aniversario de su fallecimiento.
Entre 1916 y 1920 publica narraciones cortas, caracterizadas por la agilidad con la que presenta a sus personajes, la candidez de las situaciones, el lenguaje pleno de lirismo, la fina observación del detalle y el alarde imaginativo de las descripciones. Destacan las incluidas en Ruecas de marfil (1917), entre las que puede señalarse El Jayón, por ser merecedora del Premio Espinosa y Cortina, adaptada por la autora como obra de teatro a petición del autor dramático Martínez Sierra, y reconvertida por Francisco Mingoni en libreto para una ópera estrenada en Brasil.

En 1920, con la publicación de El metal de los muertos, novela inspirada en la huelga minera de Riotinto, de marcado corte social, se produce el segundo gran éxito novelístico de Concha Espina, y su obra se reconoce internacionalmente. Proliferan las reediciones y las traducciones al inglés, francés, polaco, holandés, sueco, checo, ruso, portugués, alemán e italiano. Ese mismo año se publican conjuntamente las Pastorelas, breves relatos que Concha Espina había enviado a diferentes diarios locales santanderinos para su publicación individual.
En 1921 sorprende a los lectores con Dulce Nombre, novela con protagonista femenina, siguiendo su línea más generalizada, aunque ambientada de nuevo en su pueblo materno. En 1922 se publican Simientes y Cuentos, series de relatos breves similares a las Pastorelas.
En el período comprendido entre 1923 y 1927 continúa sin interrupciones su labor literaria: publica la novela El cáliz rojo (1923) y Tierras del Aquilón (1924), nueva serie de relatos breves con la que obtiene el Premio Castillo Chirel; ambos son fruto de su estancia en Alemania en visita a su hijo mayor.
Ese mismo año es nombrada hija predilecta de la ciudad de Santander, cuyo ayuntamiento cede unos terrenos ubicados en los jardines de Pereda para erigir su monumento, realizado por Victorio Macho y sufragado por suscripción popular. Se coloca la primera piedra del jardín de Concha Espina con la presencia de los reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia.
En 1926 escribe Altar Mayor, ambientada en el santuario y hospedería de Covadonga; esta novela es objeto de la concesión del Premio Nacional de Literatura, junto a Wenceslao Fernández Flórez. La polémica derivada del fallo de este premio ocasiona que Concha Espina renuncie a su importe y lo entregue para la suscripción del monumento a Cervantes.

En 1927, Alfonso XIII le concede la Banda de Damas Nobles de la Reina María Luisa, entregada por primera vez por méritos literarios, y el cambio de nombre para su localidad materna, Mazcuerras, que en adelante se llamará Luzmela, en homenaje a la novela con la que se dio a conocer fuera de los límites de su provincia. Le ofrece además un título nobiliario, el de marquesa de Luzmela, que ella no acepta.
En 1928 se propone su candidatura a la Real Academia Española. Viaja a Estados Unidos, invitada por el Middelbury College, y también a Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, en una representación cultural a petición de Alfonso XIII. Allí elogia la cultura, las tradiciones, la religiosidad y la idiosincrasia española, mientras comenta sus novelas en varias conferencias. En Nueva York le es concedida la Medalla de Arte y Literatura de la Hispanic Society, institución de la que será vicepresidenta en 1943.
A su regreso a España, el profesor Wuulf, académico sueco, presenta su candidatura al Premio Nobel de Literatura, que no prosperó a falta de un solo voto —la Real Academia Española no la apoyó—, a pesar de que, según el presidente del comité del Nobel, lo merecería por una sola de sus Pastorelas, la titulada En propia mano. También al regreso de este periplo, Alfonso XIII le concede el Gran Cordón de Isabel la Católica.

En 1929 escribe La virgen prudente, que versa sobre las dificultades de una mujer para brillar intelectualmente en un mundo eminentemente masculino, y publica Siete rayos de sol, recopilación de cuentos del folclore castellano y mexicano.
La flor de ayer (1934), cierra un largo y fructífero período en la vida y en la producción literaria de Concha Espina, que comienza a perder paulatinamente la visión, dramática circunstancia que ralentiza su ritmo de trabajo pero apenas altera su capacidad creativa.
El 13 de julio de 1934 obtiene el divorcio, por iniciativa de su amiga Clara Campoamor, diputada por el Partido Radical, que se ocupa de los trámites.
En 1931, Concha Espina había afirmado que el divorcio era “una necesidad social” “un gran acierto de la República”.
En 1935 regresa a América por última vez, para representar a España en el cuarto centenario de la fundación de Lima.
La Guerra Civil la sorprende veraneando en Mazcuerras, en donde permanecerá hasta la llegada de dos de sus hijos, que entran en Santander con las tropas franquistas en agosto de 1937. Durante la contienda se muestra partidaria del bando sublevado y firme defensora de la Falange Española, a la que pertenece.
En compañía de varios familiares femeninos, entre los que se incluyen dos de sus nietas, relata su temor, y su preocupación por el presente y el futuro en una serie de relatos titulada Luna roja, una novela ambientada en Santander; Retaguardia, y el diario Esclavitud y libertad.

Diario de una prisionera.

Tras la guerra, continúa escribiendo con la ayuda de una plantilla guía y es operada en la clínica Barraquer, en Barcelona, pero no recupera totalmente la visión.
Escasean los ejemplos de literatura comprometida con las injusticias sociales y el empeño en mejorar la situación individual y social de la mujer, hasta entonces siempre presente en la mayoría de sus obras.
En 1944, la Editorial FAX publica, por primera vez, sus Obras completas, con prólogo de su hijo, el periodista Víctor de la Serna, previa supervisión de su autora.
En 1945 es propuesta, de nuevo sin éxito, como candidata al Premio Nobel de Literatura. Varias crónicas, biografías, series de cuentos y una obra de teatro se suceden hasta la composición, en 1947, de El más fuerte, un retrato de la vida burguesa en Madrid.
Ese verano, su pueblo, Mazcuerras, le dedica un monumento en la plaza cercana a su domicilio en dicha localidad. El día 5 de diciembre de 1947, su amigo el escritor José María de Cossío, recién ingresado en la Real Academia Española, propone que la escritora ocupe otro sillón vacante en dicha institución, intento de nuevo infructuoso, a pesar de tener en su haber los tres grandes premios que otorga dicha institución: el Espinosa y Cortina, el Fastenrath y el Nacional de Literatura.

En 1948, durante un homenaje en Mazcuerras, en donde transcurrió la mayor parte de sus veraneos, le otorgan la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, y en 1949 obtiene la Medalla de la Academia de Letras y Artes de la ciudad de Córdoba.

El 10 de septiembre de 1950, José María Girón le impone la Medalla de Oro del Mérito al Trabajo, de la que la escritora afirmó sentirse orgullosa, porque creía que “de verdad la merecía”. Su trabajo incansable, unido a su vocación literaria y al éxito de sus creaciones, es un componente básico en su dilatadísima carrera literaria. El homenaje coincide con la aparición en las librerías santanderinas de la novela Un valle en el mar, que dedica a su ciudad natal, “la tierra y el mar de mi juventud”.
En 1952, la autora hace una pequeña incursión en la crítica literaria, publicando y comentando, en De Antonio Machado a su grande y secreto amor, las cartas que Antonio Machado escribía a Guiomar, a petición de su destinataria, Pilar Valderrama.

Concha Espina en 1929.

La última novela de Concha Espina apareció en 1953; se titula Una novela de amor y narra la estrecha relación amorosa juvenil entre Marcelino Menéndez Pelayo y su prima andaluza, Conchita Pintado.
En 1954, en un solemne acto en Santander, se le concede la Medalla de Oro del Mérito Provincial.
Participó en casi todos los géneros literarios y colaboró en prensa, radio y diversos acontecimientos sociales, como pregones de Semana Santa y sindicatos de obreros. Muchas de sus obras fueron adaptadas al cine: en 1935, Eusebio Fernández Ardavín dirige Vidas rotas, película basada en El jayón —que previamente se había estrenado en Madrid como obra de teatro—; en 1943, Gonzalo Delgrás dirige Altar Mayor; en 1948, La esfinge maragata es adaptada como versión cinematográfica por Antonio de Obregón; La niña de Luzmela es llevada al cine por Enrique Gómez, en 1949, y Dulce Nombre, en 1951, es dirigida por Ignacio F. Iquino. En 1954, una película argentina titulada Guacho recrea el drama de El jayón.
Concha Espina falleció en su domicilio madrileño de la calle de Alfonso XII el 19 de mayo de 1955, cuando se encontraba escribiendo una novela de carácter autobiográfico, acababa de enviar un artículo al ABC que se publicaría como homenaje al día siguiente de su fallecimiento, y revisaba la segunda edición de sus Obras completas, que apareció ese mismo año. Pionera en el modo de afrontar la problemática femenina desde la literatura —reivindicando el progreso que consideraba imprescindible desde historias individuales—, en su lucha por la problemática social de los mineros en España, en sus innumerables viajes y experiencias derivadas de éstos —siempre reflejadas en sus obras—, su ex libris y mote de su escudo: 
“Velar se debe a la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”, cierra el prólogo a sus Obras completas, cuya tercera edición tuvo lugar en 1970.

Concha Espina en 1920 con su hija Josefina de la Serna y Espina


Obras

Mis flores, Valladolid, Tipografía La Libertad, 1904

Trozos de vida, Madrid, Biblioteca Patria de Obras Premiadas, 1908 (t. LV)

La niña de Luzmela, Madrid, Renacimiento, 1909

Despertar para morir, Madrid, Renacimiento, 1910

Agua de nieve, Madrid, Renacimiento, 1911

La esfinge maragata, Madrid, Renacimiento, 1914 (intr. de C. Fernández Gallo, Santander, Editorial Tantín, 2017)

Al amor de las estrellas, Madrid, Renacimiento, 1916

La rosa de los vientos, Madrid, Renacimiento, 1916

Ruecas de marfil, Madrid, Renacimiento, 1917

El metal de los muertos, Madrid, Renacimiento, 1920

Pastorelas, Madrid, Renacimiento, 1920

Dulce Nombre, Madrid, Renacimiento, 1921

Simientes, Madrid, Renacimiento, 1922

Cuentos, Madrid, Renacimiento, 1922

El cáliz rojo, Madrid, Renacimiento, 1923

Tierras del Aquilón, Madrid, Renacimiento, 1924

Altar Mayor, Madrid, Renacimiento, 1926

La virgen prudente, Madrid, 1929

Siete rayos de sol, Madrid, 1929

Copa de horizontes, Madrid, Compañía Iberoamericana de Publicaciones S.A.,1930

Singladuras. Viaje americano, Madrid, Renacimiento, 1932

Entre la noche y el mar, Madrid 1933

La flor de ayer, Madrid, 1934

Retaguardia, San Sebastián, Editorial BIMSA, 1937

Esclavitud y libertad. Diario de una prisionera, Valladolid, Reconquista, 1938

Cuatro novelas, Madrid, 1938

Las alas invencibles, San Sebastián, BIMSA, 1938

La ronda de los galanes, La Novela del Sábado, año I, n.º 6, 4 de marzo de 1939

Casilda de Toledo. Vida de Santa Casilda, Madrid, Biblioteca Nueva, 1940

La tiniebla encendida, Madrid, 1940

Medalla, Madrid-Barcelona, Huerto Cerrado, 1941

José Antonio de España, Madrid-Barcelona, Huerto Cerrado, 1941

La segunda mies, Madrid Afrodisio Aguado, S.A., 1943

Obras completas de Concha Espina, Madrid, FAX, 1944 (2.ª ed., 1955   /3.ª ed., 1970)

Victoria en América, Madrid, 1947

El más fuerte, Madrid, Aguilar, 1947

Un valle en el mar, Santander, Aldus, S.A., 1950

Una novela de amor, Madrid, LIFESA, 1953

Aurora de España, Madrid, Biblioteca Nueva, 1955

El Rabión y otros cuentos, selec., introd. y notas de C. Fernández Gallo, Santander, Ediciones Tantín, 2005.

Bibliografía

G. Boussagol, “L’oeuvre de Concha Espina a l’etranger”, en Bulletin Hispanique de la Faculté des Lettres de Bordeaux et des universités du Midi, t. XXV, n.º 21 (abril-junio de 1923), Editions polyglottes, Madrid, Renacimiento, 1929

R. Cansinos Assens, Literaturas del Norte. La obra de Concha Espina, Colección Crisol, 1924

VV. AA., Concha Espina. De su vida, de su obra literaria al través de la crítica universal, Madrid, Renacimiento, 1928

C. Berges, “El caso de Concha Espina”, en Escalas, Buenos Aires, 1930

VV. AA., Biografía literaria de Concha Espina, Madrid, Gráfica Informaciones, 1947

J. de la Maza, Vida de mi madre, Concha Espina, Madrid, Magisterio Español, 1969

Actos de clausura del primer centenario de Concha Espina, Diputación Provincial de Santander, 1970

G. Diego, Edición antológica del centenario del nacimiento de Concha Espina, Santander, Institución Cultural de Cantabria, Diputación Provincial de Santander, 1970

J. M.ª de Cossío, Estudios sobre escritores montañeses. Rutas literarias de la Montaña, t. I, Santander, Institución Cultural de Cantabria, Diputación Provincial de Santander, 1973

A. Canales, Concha Espina, Madrid, EPESA, Grandes Escritores Contemporáneos, 1974

VV. AA., Catálogo de la exposición “Concha Espina y su entorno familiar y cultural”, Fundación Santillana, 1982

Catálogo de la exposición “Covadonga. Iconografía de una devoción”, María Jesús Villaverde Amieva, “Concha Espina, Altar Mayor”, págs. 478-480

G. Lavergné, Vida y obra de Concha Espina, trad. de Irene Gambra, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1985

E. Rojas Auda, Visión y ceguera de Concha Espina, Madrid, Pliegos, 1998

Catálogo de la exposición “De Luzmela a Tablanca. Concha Espina en La Casona”, La Casona de Tudanca, 2005

C. Fernández Gallo, Concha Espina. Narrativa extensa de una novelista que quiso ser poeta (tesis doctoral), Santander, Universidad Nacional de Educación a Distancia-Consejería de Cultura, Turismo y Deporte del Gobierno de Cantabria y ediciones Librería ESTVDIO, 2010.


  
Casa o chalet independiente en venta en Mazcuerras.




En el corazón de Mazcuerras se alza la antigua residencia de Concha Espina, una joya arquitectónica cargada de alma y memoria. Una casa única, donde cada estancia respira historia y belleza.
Concepción Rodríguez-Espina y García-Tagle (Santander, 15 de abril de 1869-Madrid, 19 de mayo de 1955), más conocida como Concha Espina, fue una escritora española, autora de novelas —varias de ellas adaptadas al cine— como La niña de Luzmela, La esfinge maragata y Altar mayor. También cultivó la poesía, el teatro y el cuento.

En el corazón de Mazcuerras se alza la antigua residencia de Concha Espina, una joya arquitectónica cargada de alma y memoria. Una casa única, donde cada estancia respira historia y belleza.

Mazcuerras, que también recibe el nombre de Luzmela, es un municipio y localidad de la comunidad autónoma de Cantabria (España) situado en la comarca de Saja-Nansa. El municipio está a 46 km de la capital cántabra, Santander, y tiene 2.100 habitantes y 55 km²

         Toponimia.

Es habitual la identificación errónea de la localidad de Mazcuerras con el pueblo medieval de Malacoria. Sin embargo el origen del término Mazcuerras parece proceder en realidad del topónimo medieval Mescorez, presente en un documento fechado en 1184. Para el filólogo Alberto González Rodríguez, este término es el resultado de la combinación de las voces mazo y cuerras. Así pues Mazcuerras vendría a significar 'la elevación (con forma de mazo) donde se hallan los corrales circulares'.
Desde 1948, el municipio adopta cooficialmente la denominación de Luzmela, en honor a la obra La niña de Luzmela de la escritora Concha Espina, ambientada en una localidad ficticia inspirada en la localidad de Mazcuerras.


La antigua residencia de Concha Espina se encuentra en el corazón de Mazcuerras, Cantabria, y es conocida como la casa de Luzmela. Este lugar, donde historia y literatura se entrelazan, sirvió de inspiración para obras como La niña de Luzmela.
 
Nombre: La casa es también conocida como la Casa de Luzmela.

Ubicación: Se encuentra en Mazcuerras, Cantabria.

Importancia: Fue un lugar clave en la vida de la escritora, inspirando algunas de sus obras literarias. 







En Mazcuerras (Cantabria) el Palacio de las Magnolias es pura historia de la literatura española: las escritoras Josefina Aldecoa y Concha Espina vivieron en él y escribieron sobre su impresionante arquitectura y sus jardines.

Esta fue la morada de una de las grandes voces literarias del siglo XX. Un espacio lleno de autenticidad, con jardín, biblioteca y chimeneas que invitan a crear, contemplar y vivir. Aquí, cada rincón guarda la huella silenciosa de un legado que perdura.
En pleno centro de Mazcuerras, conocida literariamente como Luzmela, se alza esta casona cántabra con carácter histórico, antigua residencia de la escritora Concha Espina, cuya obra quedó íntimamente ligada a estas tierras. Construida entorno al año 1890 y situada en suelo urbano consolidado, la propiedad no solo destaca por su valor arquitectónico y su entorno natural, sino por la huella indeleble de quien fue su ilustre moradora.


La vivienda se distribuye en tres plantas y cuenta con cerca de 300 m² construidos sobre una parcela de aproximadamente 950 m², con más de 840 m² de jardín y espacio libre. En su interior se conservan elementos originales como suelos antiguos pulidos, carpintería tradicional de madera, puertas macizas y chimeneas que dotan de carácter y calidez a las estancias.
En la planta baja, encontramos la cocina (a reformar), un baño completo, el salón principal y un pasillo distribuidor. La primera planta alberga tres dormitorios, otro baño completo y un gran salón con biblioteca y despacho, ideal para quienes buscan un espacio de trabajo o creación en un entorno inspirador. En la planta bajo cubierta, una sala diáfana y un tercer baño ofrecen múltiples posibilidades de uso: desde estudio artístico hasta dormitorio adicional o zona de descanso.
La casa es completamente exterior, lo que garantiza una excelente entrada de luz natural durante todo el día. Se encuentra en uso y dispone de infraestructura completa de red eléctrica y agua en buenas condiciones. Además, cuenta con buen acceso rodado y conexión directa con los principales núcleos de la comarca.
Un jardín silencioso y generoso envuelve la casa, como si custodiará con mimo cada recuerdo escrito entre sus muros.
Mazcuerras es uno de los pueblos más cuidados y con mayor encanto de Cantabria, situado junto al río Saja y muy próximo a localidades como Cabezón de la Sal, Ruente o Comillas. Su entorno ofrece un equilibrio perfecto entre vida rural, patrimonio histórico, paisaje verde y tranquilidad, con servicios cercanos, buena conectividad y proximidad tanto a la costa cántabra como a los Picos de Europa.
La vinculación de Concha Espina con Luzmela no es un detalle más: la escritora ambientó parte de su obra en este pueblo, al que inmortalizó con su nombre literario. Adquirir esta casona cántabra no es solo adquirir una casa: es abrazar una pieza viva del patrimonio cultural español, donde historia, literatura y paisaje se funden en armonía.

 
Cultura

Concha Espina, un bien casi físico.

Se fueron de España pensando en un Chile brillante. Tenían tierras, dinero, acababan de casarse, iban a formar una familia. Pero al llegar al país latinoamericano su sueño se rompió. La gente que tenían administrando su hacienda habían saqueado su fortuna. No tenían nada. Apenas se conocían. Resultaron no ser lo que esperaban.
Concha Espina se casó con Ramón de la Serna pensando en una vida feliz. A los pocos años tenía dos hijos, un apartamento en Valparaíso, y se ponía a buscar trabajo porque el dinero empezaba a escasear. En España ya había publicado sus poemas en algunos diarios por lo que acudió a El Porteño, un pequeño periódico local donde le ofrecieron publicar sus poemas pero a cambio de nada. La prosa se pagaba, los versos no. Así que Concha Espina tuvo que improvisar, escribir como nunca lo había hecho.
Tenía talento para todo lo relacionado con las letras y al poco tiempo su firma ya aparecía en El Correo Español de Buenos Aires, diario para el que se convirtió en corresponsal. Cuando volvieron a España, en 1918, su pluma se había afilado, su mente era más consciente de qué escribir y también de que su matrimonio no era lo que ella había pensado que sería.

Concha Espina nació hace 150 años, el 14 de abril de 1869, en Santander, dentro de una familia que pronto vio que su séptima hija tenía un don para la poesía. Fue su madre la que le ayudó a ejercitarlo. "Yo era una niña seria, algo melancólica, muy llena de curiosidades, influida ya por la intuición y el presentimiento", afirmará ella misma años más tarde.

En una época en la que el hombre creía que el respeto se compraba, Concha Espina hizo que su marido se sintiese pequeño

Con trece años se fue a vivir a Mazcuerros, a casa de su abuela paterna, donde la escritura tomó algo de forma y donde Santander y su bahía se convirtieron en un lugar que mirar, una temática para su obra. A los 18 años, y bajo el anagrama de Ana Ceo Snichp, publicó en El Atlántico de Santander unos versos. Fue la primera vez que se atrevía a leerse en un periódico.

Al poco tiempo llegó Ramón de la Serna, su boda, su viaje a Chile, las pequeñas colaboraciones y su vuelta. Sería en Santander donde nacerían sus tres últimos hijos, uno de ellos murió al poco tiempo, y donde publicaría Mujeres del Quijote, 1903 y su poemario, Mis flores, tan sólo un año más tarde. Además, escribía para periódicos. Estaba ganando dinero. En una época en la que el hombre necesitaba tener todo el reconocimiento profesional, Concha Espina hizo que su marido se sintiese pequeño. Ella, que iba siendo conocida en pequeños círculos, no permitió que un ego más llevado la alejase de la escritura.

En 1909 la vida le dio dos alegrías. Ramón consiguió un trabajo en México y se fue. Ella publicaba su obra más conocida La niña de Luzmela y se trasladaba con sus cuatro hijos a Madrid. Era capaz de vivir como escritora, quizá fue la primera en conseguirlo en España. Pronto su nombre sonaba junto al de Unamuno, al de Valle-Inclán, al de Ruben Darío. Fue miembro de esa generación del 98 que también asumía a los hermanos Machado o a Benavente.

En 1928 fue candidata a la RAE, pero no la eligieron. Tampoco le dan el Nobel, ni ese año, ni el siguiente, aunque sonó con fuerza en ambas ocasiones"

Su fama engordó tan rápido como el número de colaboraciones que le pedían. Sus libros, sus obras de teatro, sus ensayos, eran apreciados por todos. Como dijo Gregorio Marañón, "leer a Concha Espina es un bien casi físico". En 1924 se le juntan todos los reconocimientos. Tierra del Aquilón, que se publicó ese año, gana el Premio de la Real Academia Española. Además, la nombran hija predilecta de Santander y le otorgan la Orden de las Damas Nobles de María Luisa. Para Espina, el hecho de ser mujer, no le estaba afectando tanto como se podría pensar en un mundo como el literario, donde los hombres eran mayoría e imponían sus letras. O eso parecía.
En 1928 fue candidata a la RAE, pero no la eligieron. Tampoco le dan el Nobel, ni ese año, ni el siguiente, aunque sonó con fuerza en ambas ocasiones. Parecía que le faltaba testosterona para cruzar el techo de cristal que suponía el reconocimiento absoluto. Ella, que estaba sola con cuatro hijos, cabeza de familia, la persona que mantenía a todos, aún luchaba para que no la viesen como una ciudadana de segunda.
En 1934 consiguió separarse de su marido. Ramón murió sólo tres años más tarde, sin poder ver que a su mujer la nombraban miembro de honor de la Academia de Artes y Letras de Nueva York y sin saber que la ceguera se empezaba a apoderar de ella. Aguantó dos años viendo tinieblas y en 1940 ya todo era negro. Estuvo 15 años completamente ciega. No dejó de escribir nunca. Murió en 1955, con 83. 
"No creo haber visto jamás ni siquiera levemente irritada a Concha Espina. No recuerdo haberla oído nunca alzar su voz por encima de su timbre normal y suavísimo. Pero recuerdo muy bien –¡y cómo!– hasta qué punto aquella criatura casi irreal a fuerza de ser elegante y mesurada, podía imponer su autoridad y su firmeza no solo a nosotros, sus nietos –que al fin y al cabo éramos unos chiquilicuatros revoltosos y muchas veces indómitos–, sino a adultos importantísimos y respetables a los que, cuando llegaba la ocasión, podía dominar con el imperio de unas maneras perfectas, pero con una dialéctica implacable y materialmente sin posible réplica".

Curiosidades sobre Concha Espina.

Publicado por María Merino - 26 de marzo de 2020

Si hacemos un repaso por los grandes escritores españoles del siglo XX tenemos que hacer mención obligada a la santanderina Concha Espina (1869 – 1955), que se convirtió en un referente en su época y que aún lo sigue siendo gracias a obras tales como La esfinge maragata (1914), Altar mayor (1926) o Las alas invencibles (1938).

Hoy queremos conocer un poco más a esta ilustre pluma y vamos a hacerlo a través de algunas curiosidades sobre su vida o su obra. Toma nota:

Su nombre completo era María de la Concepción Jesusa Basilisa Rodríguez-Espina y García-Tagle.

Fue la séptima de diez hermanos.

Comenzó a escribir sus primeras obras cuando tenía trece años y a ello la animó su madre.

Con 19 años llevó a cabo su primera publicación, que fueron unos versos en El Atlántico de Santander. Lo hizo utilizando el seudónimo de Ana Coe Snichp.

Fue esposa de Ramón de la Serna y Cueto así como prima de la conocida pintora María Blanchard.

Una de las etapas más difíciles de su vida fue la que vivió junto a su marido en Chile, debido a que la fortuna de aquel le había sido despedazada por los administradores.

Una de sus principales curiosidades es que Concha Espina celebraba todos los miércoles en Madrid un salón literario al que acudían ilustres figuras como Rafael Cansinos, Fresno o Luis Araujo-Costa.

Su éxito como escritora le granjeó problemas en el seno de su matrimonio, ya que su marido sentía celos de la posición que aquella alcanzó. De ahí que en 1909 acabó separándose de su esposo, aunque no fue oficial hasta el año 1937.

En 1909 publica su primera novela, La niña de Luzmela.

Está considerada la gran dama de la Generación del 98, formada por ilustres autores como Valle Inclán, Miguel de Unamuno o Pío Baroja entre otros.

A lo largo de su vida colaboró en periódicos y revistas al tiempo que cultivó distintos géneros literarios, aunque fue con la novela con la que logró más éxitos.

Dos de los momentos más duros de su vida fueron la muerte de su madre y la de uno de sus hijos.

Quizás no lo sepas, pero Concha Espina estuvo nominada en varias ocasiones al Premio Nobel de Literatura. La vez que estuvo más cerca de conseguirlo fue en 1926, cuando por un solo voto perdió ante la autora italiana Grazia Deledda (1871 – 1936), que escribió obras tales como Los caminos del mal (1892) y La huida a Egipto (1925).

En 1940 quedó ciega, aunque no abandonó la literatura. Con la ayuda imprescindible continuó escribiendo.

Tal es la importancia que tuvo y sigue teniendo esta autora que en Madrid hay una estación de metro con su nombre. Eso sin olvidar que hay, por ejemplo, un colegio en Reinosa y un teatro en Torrelavega en honor a ella.

Algunas de sus novelas más premiadas consiguieron despertar el interés incluso del cine. Buena muestra de ello es que se llevó a la gran pantalla su obra Altar mayor (1926).

  
Tres novelas de Concha Espina.

Publicado por Tes Nehuén 
- 20 de mayo de 2021
 
Hoy es el aniversario del fallecimiento de Concha Espina (Madrid, 19 de mayo de 1955). Vamos a recordarla recomendándote tres de sus libros que te van a encantar.
Esta escritora española, nacida en Santander el 15 de abril de 1869, es una de las representantes fundamentales de la Generación del 27. Su trabajo como novelista ha servido para sentar las bases de lo que hoy conocemos como novela social. Sin duda, es una autora que nadie debería dejar de leer.


«La niña Luzmela»

La niña Luzmela fue la primera obra de Concha Espina. Transcurre en el pueblo cantabro de Mazcuerras, donde la autora pasó gran parte de su infancia y adolescencia. Años más tarde, el pueblo cambió el nombre para honrar a la escritura, asumiendo el de Luzmela.
En esta novela conocemos a Carmencita, una niña que acaba de quedar huérfana de madre y llega al pueblo Luzmela de la mano de Don Manuel de la Torre, quien se presenta como su padrino pero es en verdad su padre. Cuando Don Manuel fallece, la niña queda al cuidado de una tía necia y agresiva, Doña Rebeca. De un día para el otro el desamparo y la desesperación se apoderan de la niña.
Una de las características más interesantes de esta novela es que Concha Espina intenta ponerse en el lugar de la niña y transmite de forma contundente su sensación de soledad y orfandad. Asimismo, nos ofrece unas fabulosas descripciones de la España de aquella época. Todas buenas razones para leer este libro.

«La esfinge maragata»

La esfinge maragata es otra de las grandes obras de Concha Espina. Con ella obtuvo el Premio Fastenrath de la Real Academia Española. Nuevamente, la autora nos lleva a un territorio escondido en España: en este caso, en León, la comarca denominada la Maragatería.
El tema principal de esta historia es la pobreza y cómo en esta situación las mujeres son las personas que más sufren: condenadas a convertirse en monjas o a casarse con hombres a los que no aman, con tal de salir de una situación desesperante.
En ese marco conocemos a Florinda Salvadores que va de viaje con su abuela hacia el pueblo Valdecruces. Su familia ha acordado su casamiento con un hombre rico con el objetivo de que dicho enlace saque a toda la familia de la pobreza. Pero en este viaje, Florinda se enamorará de un joven poeta, y su vida dará un respingo.
A partir de esta novela Concha Espina comenzó a ser considerada como una gran novelista de la España del Siglo XX. La lectura de esta novela nos permite conocer a una autora con una gran imaginación y una gran capacidad para dibujar escenarios y personajes.

«El metal de los muertos»

El metal de los muertos es seguramente la mejor novela de Concha Espina. Una lectura que nadie debería perderse. Se la considera, de hecho, la primera novela social de España; no obstante, habría que decir que ya en sus novelas anteriores Espina había trabajado esta temática y que ella misma venía preparando el terreno para cambiar la dirección de la Literatura Española.
Esta novela nos propone un viaje al fondo de la explotación minera, para descubrir a una serie de personajes que viven al margen y que dedican sus vidas a extraer minerales del corazón de la tierra.
Espina convivió con un grupo de mineros en Riotinto y esta experiencia fue fundamental para el desarrollo de la novela. Es imposible no empatizar con los personajes, porque las descripciones son minuciosas y el ritmo de la novela nos va llevando a ese mundo tan misterioso como tenebroso.
Concha Espina es una de las grandes autoras de la novela española del siglo XX y, sin embargo, todavía no se la reconoce del todo como tal, a la autora de algunos autores de su tiempo. Si no la has leído, por favor, anímate con estas tres novelas porque te prometo que vas a descubrir a una autora deslumbrante, sencilla y absolutamente sensible con la problemática de las criaturas que pueblan este mundo.


  
Cántabros con historia.



Concha Espina, el refugio de la escritura.

La escritora cántabra Concha Espina fue una de las principales figuras literarias de España a comienzos del siglo XX. Sus obras, apegadas a la tradición realista, fueron muy apreciadas por el público y le valieron numerosos reconocimientos.
Fue finalista del Premio Nobel en tres ocasiones y en 1926 perdió por un único voto. A lo largo de su carrera recibió el Premio Nacional de Literatura y fue propuesta para formar parte de la Real Academia de la Lengua.

12 de noviembre de 2016

Se llama María de la Concepción Jesusa Basilisa Rodríguez-Espina y García-Tagle, tiene ochenta y seis años y está a punto de adentrarse a ciegas en el misterio de la muerte. Hace más de quince años que perdió la vista, pero no ha dejado de escribir. Utiliza un cartón pautado sobre el que va dejando con cuidado su caligrafía invidente. Después alguien le lee en voz alta las notas, y sobre ellas corrige. Si considera que una palabra no es exacta detiene la lectura y escarba en su memoria en busca del adjetivo correcto o el verbo preciso. Si le preguntan, responde que esa exigencia es la que le ha permitido abrirse camino en una literatura de hombres.
Su última obra es una novela de amor titulada sencillamente así, Una novela de amor. Como en el resto de su producción gira en torno a un conflicto amoroso que coloca a los protagonistas de frente a un cruce de caminos que marcará sus vidas. En el centro de las tramas que vertebran las novelas de Concha Espina siempre hay una elección dolorosa entre el deber y el deseo. En La Esfinge Maragata, por la que recibió el Premio Fastenrath de la Real Academia Española, una joven debe decidir entre un matrimonio de conveniencia y el amor de un poeta de quien está enamorada. En Altar Mayor, por la que ganó el Premio Nacional de Literatura, el protagonista, Javier, se debate entre el amor por su prima Teresina y la obediencia a una madre que pretende casarlo con una joven de una posición social más elevada.
Las revoluciones estéticas han pasado de largo por la obra de Concha Espina, que en su juventud abrazó el realismo decimonónico y permaneció siempre fiel a una forma de entender la literatura esposada a la tradición. Ni el modernismo ni las vanguardias ni la experimentación consiguen descabalgarla de los principios que dominan su obra desde que en 1888 publicó con seudónimo sus primeros versos en El Atlántico de Santander.

El camino de la literatura.

El camino de la literaturaConcha Espina nació en Mazcuerras en 1869, séptima de diez hermanos, en una familia acomodada, burguesa y tradicional. Su padre, Víctor Rodríguez Espina, es un antiguo cónsul que trabaja como consignatario de buques. Su madre, Ascensión Tagle, procede de una familia de propietarios de Santillana del Mar. La infancia de la futura escritora transcurre en el barrio de Sotileza, en Santander. La ciudad, a finales del siglo XIX, se encuentra en pleno proceso de mutación: deja su encierro en la bahía y se abre al Sardinero para convertirse en un modélico destino de vacaciones acorde a los gustos de la burguesía de la época. Baños de ola, paseos juntos al mar, música y bailes en el antiguo casino, estampas de la vida bien de una joven que intuye que al final de la adolescencia, como las heroínas de sus futuras novelas, tendrá que decidir entre el deber y el deseo, entre las obligaciones que la época impone a una joven de su clase social y la vocación literaria.
No hay precedentes de escritores en la familia, que ni siquiera posee una biblioteca en casa. Concha Espina contará posteriormente que fueron los libros de rezos de la parroquia los que despertaron su interés en la literatura. No es un caso único. William Faulkner aseguraba que cuando era niño su abuelo le hacía recitar cada día un versículo de la Biblia. El milagro que inicia el descubrimiento de la vocación de los jóvenes que quieren ser escritores suele parecerse en todos los siglos y en todas las épocas. Concha Espina leyó sus primeros libros en el colegio de monjas y escribió sus primeros poemas a los trece años. Lee y escribe, lee y escribe, y espera con ambición el día en que consiga por fin dedicarse en exclusiva a las letras.
El camino comienza en la prensa local, donde colabora desde los diecinueve años con artículos, poemas y relatos. Siempre con seudónimo -utilizará hasta cinco- la joven se ejercita en la práctica de los recursos con los que más tarde construirá sus obras. Su posición social la ayuda al tiempo que su condición de mujer le cierra las puertas. La literatura a finales del siglo XIX sigue siendo terreno exclusivo del hombre. En la Real Academia de la Lengua no se sienta ni una sola mujer. La institución ha rechazado una y otra vez el ingreso de escritoras como Concepción Arenal o Emilia Pardo Bazán. La propia Concha Espina sufrirá el rechazo de la institución, que no sentará a una mujer en su abecedario hasta 1978, cuando la poetisa Carmen Conde ocupe por fin el sillón k minúscula.
Pero todavía estamos en 1891. María de la Concepción tiene quince años y su madre acaba de morir. La familia se traslada a Asturias. El cambio es brusco. De la ciudad al campo. El nuevo escenario rural marcará profundamente a la escritora, que lo utilizará como telón de fondo una y otra vez en sus obras. Tras años después se casa con Ramón de la Serna en Mazcuerras. Acto seguido el matrimonio cruza el océano y se instala en Valparaíso, Chile.
Son los años de la vocación latente, que duerme sin apagarse del todo. Colabora en periódicos argentinos y chilenos. Nacen sus hijos Ramón y Víctor. En 1898, la familia regresa a España. Sigue colaborando en la prensa. Nace su única hija, Josefina. Tiempo para la familia, tiempo para la literatura. En 1903 publica un ensayo sobre las mujeres en El Quijote. En 1907 nace su último hijo, Luis. Puede que en la vela de algunas noches se pregunte qué lleva a una mujer que ha sido educada para ser esposa y madre a perseguir ambiciones literarias impropias de las expectativas con que la sociedad la contempla. Conocemos la respuesta. En 1909 publica Luzmela, su primera novela, se traslada a Madrid con sus cuatro hijos y asume que su matrimonio está roto.

Una mujer de éxito.

Una mujer de éxito Durante los siguientes veinte años Concha Espina publicará más de cuarenta obras, la mayoría novelas, pero también recopilaciones de relatos cortos, obras de teatro, libros de viajes y poesía. Su casa en la calle Goya se convierte en lugar habitual de encuentro para la intelectualidad madrileña de la época. Uno de los asiduos era el escritor Rafael Cansinos Assens, traductor de Dostoievski y de las Mil y una noches, que dedicó un libro, Literaturas del Norte, al estudio de la obra de la autora cántabra.
En 1920, cuando muere su padre, Concha Espina ya es uno de los nombres de referencia en el panorama literario español. Escribe en La Vanguardia, en La Nación y en El Diario Montañés. Publica una media de dos libros al año. Recibe premios y honores. Su obra, apegada a la tradición, con cierto espíritu moralizante y un lirismo que engarza con Pereda, el realismo y el costumbrismo con aires de novela social, es reconocida por el público y la academia. En 1926 se queda a un solo voto de conseguir el Premio Nobel, que se lleva la italiana Grazia Deledda.
El éxito personal contrasta con las convulsiones políticas que sacuden al país. Concha Espina, que a estas alturas de su vida sabe de sobra que siempre ha sido una mujer conservadora y tradicional, permanece en el margen de los acontecimientos. Apoya la dictadura de Primo de Rivera y, al mismo tiempo, firma una carta colectiva dirigida al Directorio Militar pidiendo el indulto del poeta anarquista Juan Archer. Saluda la llegada de la II República, cuyas leyes le permiten divorciarse, pero no tarda en distanciarse nuevamente de los acontecimientos políticos.
Cuando estalla la Guerra Civil, en 1936, se refugia en Cantabria, donde espera la victoria franquista para regresar a Madrid. En Mazcuerras, el pueblo donde había nacido, vivió sin grandes apuros durante los tres años en los que el país se hizo pedazos. En Mazcuerras empezó a quedarse ciega en 1938. Sus ojos se despidieron de la luz frente a los mismos paisajes de su infancia que había intentado atrapar una y otra vez en sus novelas, en largas descripciones escritas con la vocación de una acuarelista de las palabras.

Lo que queda son los años de la vejez, ya de vuelta en Madrid, junto a un cartón pautado en el que escribe sus últimas obras.
“¿Por qué no dicta?”, le pregunta en 1943 un periodista que la entrevista para La Vanguardia. 

“No podría”, responde Concha Espina.
 “Me pondría nerviosa si no encontraba, de prisa, la palabra justa, la expresión acorde, pensando que me esperaba la persona a la que dictase”.
 Y advierte: 
“A pesar de todo no es lenta la labor. He sido siempre fecunda. Y ahora también. Escribo todos los días. Lo necesito. Es mi refugio espiritual”.

En 1955 María de la Concepción Jesusa Basilisa Rodríguez-Espina y García-Tagle es una anciana de ochenta y seis años que se prepara para entrar a ciegas en el misterio de la muerte. Le sobreviven sus cuatro hijos. El segundo de ellos, el periodista Víctor de la Serna, será añadido con el tiempo al monumento que la ciudad de Santander levantó a la escritora por suscripción popular en 1927.
Hoy más que nunca, necesitamos el apoyo de personas como tú para defendernos y seguir contando lo que otros no quieren que sepas. Ayúdanos a defendernos.
No fue el único homenaje que recibió en vida. En 1948, Mazcuerras cambió oficialmente su nombre y pasó a denominarse Luzmela, tal y como Concha Espina lo había bautizado en su primera novela. El teatro municipal de Torrelavega lleva hoy su nombre. Y en Madrid, una avenida y una estación de metro recuerdan la figura de la escritora. 

La mujer de ochenta y seis años que muere el 19 de mayo de 1955 nunca ha sido una revolucionaria, pero ha contribuido, desde la literatura y quizás sin pretenderlo, a la revolución más importante de la historia de la humanidad, la que todavía hoy continúa liberando a las mujeres de la zona de sombra donde han permanecido durante siglos, obligadas a guardar silencio.

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