—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

viernes, 11 de abril de 2014

244.-Las cartas patentes de ennoblecimiento de Victor van Eyll (1922); Nobleza europea.a


Nobleza europea.

En Bélgica, los yelmos con barras se usan con mayor frecuencia y no están reservados para la nobleza como en algunas jurisdicciones heráldicas. La mayoría de las veces tienen barras de oro, así como un collar y adornos de oro. A menudo están forrados y unidos al escudo con una correa protector.

In Belgium, barred helms are most commonly used, and are not reserved for the nobility like in some jurisdictions. They most often have gold bars, as well as a gold collar and trim. They are often lined and attached to the escutcheon with a shield strap

Barred helm with gold bars, collar, and trim.



Yelmo barrado con barras doradas, cuello y ribete.

Jousting or tourney helms are sometimes also used, but are rarer. They are the only
alternative accepted by the Council of Heraldry and Vexillology to the barred helmet.

A veces también se utilizan yelmos de justas o torneos, pero son más raros. Son la única alternativa aceptada por el Consejo de Heráldica y Vexilología al casco con barrotes
All silver barred helm.


Todo el yelmo con barras plateadas.



Antecedentes.

Entre los siglos X y XIII, gran parte del territorio europeo permaneció fragmentado en poder de múltiples señores feudales, quienes rivalizaban con los antiguos monarcas. Si bien los reyes no desaparecieron, su influencia había disminuido en beneficio de la nobleza feudal (condes, duques, marqueses). Sin embargo, esta situación comenzaría a cambiar bruscamente a partir del siglo XIV. El monarca y sus fuerzas asedian y toman una ciudad: "todos dependen del rey y el rey no depende de nadie".
Por una parte, el creciente poderío de las ciudades sustrajo a muchas personas de las áreas rurales, que se liberaron de los lazos de vasallaje y, por lo tanto, de la tutela de sus señores. Esto debilitó a la sociedad feudal y permitió el surgimiento de nuevos tipos sociales, como burgueses, artesanos y villanos. Por otra, esa gran empresa colectiva que fueron las Cruzadas, unió a la Cristiandad contra los "infieles" y motivó el traslado de numerosos contingentes armados, dirigidos por sus señores, hacia el Oriente. Los sangrientos combates contra los turcos selyúcidas significaron una merma poblacional aún mayor y en especial la desaparición de muchos nobles feudales.
En este contexto, las viejas casas monárquicas comenzaron a resurgir. Hacia el siglo XIV, los reinos de Inglaterra, Francia, Portugal, Castilla, Aragón, Hungría, Polonia, entre otros, habían recobrado tierras que habían quedado vacantes, robusteciendo de esa manera el poder de los reyes. También se despojó a nobles por la fuerza. 
Así, progresivamente el Estado monárquico se separó del mundo señorial y se impusieron las grandes unidades territoriales a los más pequeños feudos. Como señala Maurice Crouzet, el Estado monárquico "por el debilitamiento político y económico de los antiguos cuadros sociales, como en el apoyo de las burguesías y de las nuevas noblezas, encuentra los medios de reducir a la obediencia a los miembros del cuerpo social y de convertirlos en súbditos".

Edad moderna.

La nobleza europea acusó diversos problemas desde fines del siglo XVI. Por una parte asistió a una desvalorización de su status a causa de un fenómeno de inflación de honores. Las necesidades políticas y las urgencias financieras de las monarquías contribuyeron al encumbramiento de numerosos elementos de procedencia plebeya. 
El número de nobles aumentó. Las noblezas de servicios que habían comenzado a surgir en el siglo anterior conocieron ahora un período de auge. Los monarcas elevaron a la nobleza a burócratas al servicio del Estado y recurrieron a la venta de honores para aliviar la situación de las exhaustas arcas de la hacienda real. La dualidad entre antigua y nueva nobleza se acentuó, aunque, por otro lado, los enlaces entre elementos procedentes de una y otra procuraron una cierta unificación. 

Por otra parte, la aristocracia sufrió en sus propias carnes las dentelladas de la crisis económica. Las grandes casas nobiliarias tuvieron que enfrentar la creciente contradicción existente entre el mantenimiento de un elevado tono de vida, que comportaba cuantiosos gastos, y el deterioro de sus rentas. La disminución de ingresos dependió de la desvalorización de la producción agraria y, en algunos casos, de la despoblación rural, además de las dificultades para una eficaz administración de los dominios.

España.

Los ejemplos aportados al respecto por Ch. Jago para la aristocracia castellana son elocuentes. La casa de Béjar padeció una disminución de sus ingresos reales superior a un 25 por 100 entre 1620 y 1648. Para el duque de Feria la década de 1640 fue un período de hundimiento financiero. Por otra parte, los gastos ordinarios que en los mismos años debía afrontar la casa de Béjar (personal, casa, pensiones familiares, censos, administración, impuestos, donaciones) ascendían a casi 100.000 ducados anuales, lo que apenas resultaba compensado con los rendimientos procedentes de sus posesiones rústicas. 
Este tipo de situaciones, aunque podían muy bien situar a un linaje aristocrático al borde de la bancarrota, no representaba, sin embargo, sino un empobrecimiento relativo. El auténtico problema residía en la falta de liquidez, ya que la fortuna en activo fijo de las grandes casas, vinculada por vía de mayorazgo, apenas resultaba afectada, aunque tampoco podía ser enajenada como medio de paliar la situación. 
Esta se vio agravada a causa del endeudamiento creciente de la nobleza, obligada a recurrir a préstamos para hacer frente a sus obligaciones y necesidades. Además, es necesario contar con las exigencias de la Monarquía, que hizo recaer sobre la nobleza pesadas cargas, sobre todo de tipo militar. 
Las dificultades financieras del Estado para mantener las largas y costosas guerras del siglo forzaron a que los monarcas apelaran a las antiguas obligaciones feudales de los nobles. La movilización de la nobleza castellana durante el mandato del conde-duque de Olivares es un buen ejemplo de ello. Esta clase social, cuya vocación militar se hallaba muy debilitada, no aceptó sino con muy forzada resignación este tipo de cargas e imposiciones. Ante las dificultades financieras, la aristocracia puso en práctica estrategias de adaptación. La moderación en el gasto tendía a imponerse como una medida inmediata, pero la ostentación formaba parte esencial de los mecanismos de prestigio. 
La tendencia generalizada de los grandes nobles a afincarse en la Corte no favorecía precisamente la austeridad, y sí la emulación y el gasto incontrolado.

Inglaterra.

 La aristocracia inglesa, cuya crisis entre la secunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII ha sido estudiada por Lawrence Stone, se mostró también proclive al gasto suntuario y al derroche despreocupado, lo que erosionó seriamente su capacidad económica, tanto más cuanto que, no existiendo tantos obstáculos legales para la venta del capital como en otros países, procedió a la enajenación masiva de propiedades. 
Sin embargo, a partir de la década de 1620 la nobleza inglesa empezó a volverse más austera, al resultar alcanzada por la marea puritana:
"En el fondo -como afirma aquel autor-, la causa del cambio fue el nacimiento del individualismo, de la intimidad, del puritanismo y del cultivo al virtuosismo". 

Países Bajos.

El caso inglés, sin duda, reviste una cierta originalidad. Como ocurría con el patriciado holandés, las élites no mostraron igual repugnancia que las aristocracias de otros países hacia el ejercicio del comercio. Por su actividad económica, forma de vida y mentalidad puede decirse que, mientras en muchas otras áreas se producía un fenómeno de ennoblecimiento de la burguesía, la nobleza de estos países con un mayor grado de desarrollo capitalista afectaba un cierto nivel de aburguesamiento.

Crisis señorial.

 Para la aristocracia señorial en crisis financiera de las zonas socialmente más tradicionales existieron otras formas de adaptación a las dificultades. Una mejor administración de sus dominios para evitar el extendido fraude practicado por los administradores fue una de ellas. La obtención de la dádiva real fue otra. En algunos ambientes cortesanos floreció una nobleza pedigüeña que reclamaba para sí cargos, honores y ayudas de costa. Pero también es necesario contemplar otras formas más agresivas de aumento de ingresos. La reacción señorial acompañó a la crisis. 
Muchos nobles intentaron paliar su situación apropiándose tierras comunales en sus jurisdicciones señoriales y aumentando la exacción fiscal sobre el campesinado de las mismas. Estas formas de violencia señorial promovieron la resistencia aldeana, bien por la vía de los tribunales de justicia, donde se libraron numerosos pleitos, bien por la vía de la insurrección. Las sublevaciones campesinas contaron de forma destacada entre sus motivaciones la agobiante presión señorial. La reacción de los privilegiados adoptó también otras dimensiones. El asalto al poder político es la más llamativa. 

En realidad, la idea de una aristocracia en crisis contrasta con el hecho de que la nobleza alcanzó importantes cotas de poder, al menos en ciertos países bastante representativos. Para lograr un reforzamiento de su autoridad, la Monarquía hubo de desplazar en el Renacimiento a los nobles de los principales centros de decisión política y promover, al mismo tiempo, una nueva nobleza de servicios dependiente del favor real. Este desplazamiento no fue completo, pero tuvo la virtualidad de hacer más independiente y efectivo el poder de los reyes.

 La aristocracia se lanzó en el siglo XVII a una reconquista del poder. En algunos casos, como el español, se benefició de la debilidad de los monarcas. Pero tampoco hay que descartar, como sostuvo J. A. Maravall, que fueran estos mismos, como reacción defensiva ante la crisis social del Barroco, quienes apelaran a la nobleza con vistas a apuntalar el edificio de la jerarquía social. El renacimiento aristocrático del siglo XVII pudo depender, por tanto, de una identificación del poder monárquico con los intereses señoriales y con un sistema político-social fundado en el predominio de la riqueza agraria, dominada en gran medida por los nobles.
 El fenómeno del valimiento en España constituye una buena muestra del nuevo posicionamiento político de la aristocracia. Validos como Lerma, Uceda, Olivares, Haro, Nithard o Valenzuela, que gobernaron sin otra legitimidad que la confianza de monarcas o regentes, personalizan, en opinión de F. Tomás y Valiente, el dominio nobiliario del poder. La nobleza española había resultado parcialmente desplazada del mismo en el período anterior por una tecnoburocracia estatal de letrados. 
En realidad, no había perdido su condición de clase social y económicamente dominante, a pesar de su relegamiento político o, más exactamente, de su subordinación al poder incontestable de la Monarquía. Pero ahora, a partir del reinado de Felipe III, la nobleza experimentó una transformación. Sin dejar de ser clase dominante pasó a ser también clase dirigente. 
Según el citado autor, el valido representó el instrumento de la más encumbrada nobleza cortesana, cuyas facciones dominaron alternativamente el poder ganando a su favor la voluntad de monarcas que carecían de la energía de sus antecesores del siglo anterior. En definitiva, ello no representó sino la concreción, en el ámbito de la dirección de los asuntos de Estado, del proceso de refeudalización de la sociedad del XVII. 

Monarquías

En Francia, la actitud política de la nobleza fue desafiante. La aristocracia francesa soportó mal el encumbramiento de una nueva nobleza de servicios que resultaba más útil al intento de fortalecimiento del poder de la Monarquía, aunque a la larga también constituyó fuente de problemas. 

La nobleza antigua mantuvo constantes pretensiones políticas, tanto en el ámbito cortesano como en el provincial. La resistencia aristocrática al absolutismo monárquico derivó en ocasiones en actitudes de clara rebeldía. El afianzamiento del poder real durante los reinados de Luis XIII y Luis XIV constituyó un proceso no exento de graves disturbios provocados por una nobleza insubordinada y levantisca. 
Según Goubert, este tipo de actitudes constituyeron una fuente continua de preocupación para la Monarquía, que trató de apartar a la nobleza de los puestos de gobierno. Fue así como se llevó a cabo, especialmente durante el reinado de Enrique IV y el Gobierno de Richelieu, la promoción de un alto personal monárquico integrado por juristas y burgueses parisinos, integrantes de las clientelas cortesanas, que reforzaron el sector nobiliario de nuevo cuño frente a la aristocracia tradicional.
En la Francia del siglo XVII por primera vez ocuparon el puesto de ministro personajes de origen burgués. 

Revolución inglesa.

En Inglaterra, por el contrario, la guerra civil tuvo como efecto el alineamiento de buena parte de la aristocracia del Norte y el Oeste en el bando realista, frente a la "gentry" puritana y los burgueses de las ciudades del Este y el Sur. La amenaza que la revolución parlamentaria hizo recaer sobre el edificio del absolutismo inglés forzó la adhesión de la nobleza cortesana tradicional a la Monarquía de los Estuardo. 

Este de Euriopa.

La trayectoria de la nobleza de la Europa centro-oriental es, en cierto modo, divergente de la evolución de la nobleza occidental. Los problemas financieros por los que atravesaron multitud de nobles de los países occidentales fueron en buena medida desconocidos en el área oriental.
Tampoco padecieron los nobles orientales la presión del Estado monárquico centralizado. La estructura feudal de la sociedad y la debilidad del poder central impidieron el relegamiento de la aristocracia que, lejos de ser subordinada políticamente, controlaba de hecho el aparato del poder. Un caso distinto sea quizá el de Rusia. 
Allí los boyardos y magnates se habían enfrentado al absolutismo del zar Iván IV en la segunda mitad del siglo XVI, pero éste aplastó a la oposición aristocrática y favoreció la ascensión de la baja nobleza (pomieschiki). Este proceso continuó en la primera mitad del siglo XVII bajo la dinastía de los Románov. También en Polonia la szlachta o nobleza rural menor asistió a una ascensión social y a una consolidación de su poder. 


Siglo XVIII

La nobleza europea desempeñó un papel importantísimo en la vida política y en las instituciones; siguió ocupando el vértice de la pirámide social y disponiendo de unos recursos económicos inmensos y, cada vez más culta, educada y refinada, difundía por toda la sociedad un estilo de vida que perduraría y sería imitado incluso mucho después de su desaparición como estamento privilegiado, en las épocas medieval y  moderna, .y en el siglo XIX.
La nobleza estaba presente prácticamente en todos los países de Europa, aunque no constituía un grupo homogéneo, ni siquiera en el interior de cada país. Únicamente la pequeña Suiza, por su peculiar evolución histórica, casi carecía de ella, aunque no faltaran grupos sociales que, desde el punto de vista funcional y del disfrute de privilegios, resultaban equivalentes, como el patriciado suizo..

 Y en todas partes siguió desempeñando, un papel político de primer orden. No hubo ya en el siglo XVIII levantamientos armados por parte de la nobleza. La única revuelta nobiliaria de importancia es la protagonizada en Hungría por F. Rakóczy (1703-1711), pero hay que inscribirla en el peculiar marco de un territorio presionado históricamente por turcos y Habsburgos, en el que la nobleza asumía y defendía la identidad nacional frente a ambos.

 Con todo, la derrota de los insurrectos, tras la que se confirmaron los más importantes privilegios nobiliarios y su dominio exclusivo de la Dieta, fue seguida por un largo periodo de paz en que la resistencia, que no terminó de desaparecer, se llevó a cabo de una forma más sutil, aflorando de nuevo como oposición a las reformas emprendidas por José II. 

En el conjunto europeo, el cuadro dominante es el de una nobleza insertada definitivamente en el marco estatal y que colabora en su desarrollo, tratando siempre de mantener su situación de privilegio. Ejercía, por ejemplo, el poder en régimen de monopolio y casi sin traba, desde mucho tiempo atrás, en las viejas repúblicas oligárquicas del norte de Italia.

 Pero también en Inglaterra controlaba la práctica totalidad de los escaños parlamentarios, con lo que su influencia política era considerable. En Polonia el predominio de los intereses aristocráticos había conseguido impedir la consolidación de un poder monárquico fuerte. Y Suecia conocerá durante la denominada era de la libertad (1720-1772), una reacción a la política autocrática de los monarcas Carlos XI y Carlos XII, y la nobleza ejercerá una considerable influencia de gobierno no sólo a través de la Dieta (Riksdag), sino sobre todo por el control del Comité Secreto. 

En un régimen tan distinto como el de la Prusia de Federico II los junkers monopolizaron los cargos políticos y militares, aunque perfectamente sometidos al poder absoluto del monarca.

 En Francia, entre 1714 y 1789, sólo hubo tres ministros sin título... Formas diversas y casos concretos. Pero en todos ellos puede apreciarse la importancia política de la nobleza durante este siglo. Numéricamente constituía una minoría, aunque su peso demográfico variaba de unos países a otros. 

Peso Demográfico. 

En la mayor parte de Europa occidental (Francia, Imperio, Suecia, gran parte de los Estados italianos) no representaban más del uno o, como máximo, el 1,5 por 100 de la población. En Francia, concretamente, G. Chaussinand-Nogaret la evalúa hacia 1789 en unas 110.000-120.000 personas, es decir, 25.000 familias aproximadamente. En la Europa del Este, se sobrepasaba esta proporción, con algo más del 2 por 100 en Rusia, pero llegando al 5 por 100 en Hungría y al 10 por 100, e incluso más, en Polonia. 
España estaba entre los países de nobleza numerosa, con 480.000 nobles censados en 1786-1787, si bien no es fácil calcular la proporción que representaban, ya que la cifra de nobles recoge indistintamente datos referidos a familias y a individuos (no se siguió el mismo criterio en todos los municipios) y sólo conocemos la población total en habitantes. Ahora bien, casi las tres cuartas partes se concentraba en los territorios vascos y en la cornisa cantábrica, donde por razones históricas se gozaba de hidalguía universal o quasi universal.
 Inglaterra, por su parte, era el país de nobleza más escasa y donde los limites del estamento estaban más nítidamente señalados, ya que, jurídicamente, tal distinción correspondía en exclusiva a los pares (menos de 400 familias), quienes la transmitían únicamente a su primogénito. La opinión general, sin embargo, consideraba nobles también a los segundones de los pares y a la gentry, grupo destacado de terratenientes que adoptaba formas de vida más propias de la nobleza que de la burguesía. La cifra final era, pues, más elevada: quizá de 50.000 a 70.000 individuos; pero, en cualquier caso, estaba entre las más bajas de Europa.

Grupo abierto.

 Ningún grupo social mitificó tanto la cuna como la nobleza. Se nacía noble y, en principio, era la nobleza de sangre (heredada) la más apreciada, llegándose a esgrimir incluso supuestas diferencias raciales (los nobles franceses descenderían de los antiguos francos; los españoles, de los godos refugiados en Asturias con la invasión musulmana...
 ¿Hay que recordar extravagancias tales como la que asignaba sangre azul a este grupo?) para justificar la transmisión de condición social, privilegios y hasta virtudes por vía genética. Pero, contra lo que pretendían demostrar sus frondosos árboles genealógicos, raros eran los que en el siglo XVIII podían remontar sus orígenes más allá de la Baja Edad Media o principios de la Moderna, cuando las turbulencias civiles y religiosas y la evolución política propiciaron la quiebra de la nobleza tradicional y la creación de otra nueva más vinculada a las nuevas monarquías.
Incluso es probable que la mayoría procediera de ennoblecimientos producidos a lo largo del Seiscientos y del mismo Setecientos. Porque, pese a los prejuicios en torno a la sangre, la nobleza, de hecho, no constituía un grupo cerrado.
 Los monarcas contaron entre sus atribuciones (aunque en países como Polonia y Suecia, limitadas por la Dieta, lo que equivale a decir por la propia nobleza) la de ennoblecer a sus súbditos, concediendo estatutos, privilegios o cartas de nobleza para premiar servicios eminentes en la milicia, la política, la administración, las finanzas reales o, ya en el siglo XVIII, el mérito civil e incluso económico (noción, evidentemente, más burguesa que propiamente nobiliaria). 
En las repúblicas del norte de Italia el acceso al patriciado se realizaba por un sistema de cooptación presentación por parte de la propia nobleza- que podía llevar emparejado el pago de una elevada cantidad de dinero (Venecia) y, siempre, el cumplimiento de determinados requisitos por parte del candidato.
 En Francia había, además, cargos que ennoblecían a sus titulares y descendencia en determinadas condiciones; por ejemplo, a quienes morían ejerciéndolos o a quienes los ejercían durante veinte años o varias generaciones continuadamente. 
La lista de estos cargos, relativamente amplia, se reducía considerablemente por la designación sistemática de nobles para ocuparlos. Pero algunos de ellos eran venales y constituyeron la principal puerta abierta para que elementos adinerados (los precios a que se cotizaban eran elevadísimos) accedieran a la nobleza. Consejeros de parlamentos y secretarios del rey (cargo este último sin apenas obligaciones y denominado despectivamente savonnette à vilains jaboncillo de villanos-) fueron los más codiciados y llegó a establecerse toda una estrategia en torno a su compra (preferiblemente, por personas mayores que morirían pronto y ejerciendo el cargo), ejercicio (durante el mínimo tiempo imprescindible) y reventa para obtener el más rápido ennoblecimiento y el reembolso de las cantidades previamente invertidas. Los matrimonios mixtos constituyeron otro modo de aportar savia nueva (y solidez económica) a la nobleza. 

Pero se practicaban más controladamente de lo que ha podido suponerse y se solía preferir, a la hora de realizar matrimonios más o menos desiguales, entroncar con familias ya ennoblecidas, aunque fuera muy recientemente. 
Un tópico ampliamente difundido caracterizaba a la sociedad inglesa como la más abierta y flexible de Europa en este sentido. Pero, aunque el número de pares casi se duplicó a lo largo del siglo XVIII, la inmensa mayoría de los nuevos títulos recayó en individuos previamente entroncados de alguna forma con la nobleza.
 Y si la gentry carecía de perfiles jurídicos que la delimitaran, la doble necesidad de efectuar un enorme desembolso para la adquisición de tierras (que tampoco abundaban en el mercado) y de obtener la aceptación psicológica por parte del grupo establecido (lo que podía resultar harto problemático) dificultaba mucho el acceso a ella, mientras que la exclusión se materializaba prácticamente a partir de los segundones (y en cualquier caso, de los hijos de éstos), cuya base económica ya no estaba en la tierra, sino que ocupaban puestos en el ejército o el clero. 
Y nunca faltaron, por otra parte, caminos más o menos sinuosos o abiertamente fraudulentos (quizá con la connivencia interesada de algún funcionario) para llegar a un estado que, en última instancia, se basaba en la universal aceptación. La frontera del estamento no dejaba de ser, pues, un tanto difusa y siempre permeable. La tendencia dominante en el XVIII fue, no obstante, la de clarificar esa frontera, limitar la concesión real de ennoblecimientos (no así la de títulos aristocráticos a los ya nobles) y reducir el volumen del estamento nobiliario. Las propias capas altas nobiliarias reconocían la exigüidad en el número como algo necesario para la nobleza. J. Meyer estima que en el período comprendido entre 1780 y 1800 la nobleza europea, en conjunto, pudo reducirse entre un tercio y la mitad de sus efectivos, lo que sólo en parte podría achacarse a los efectos de la Revolución Francesa. En Francia, las principales medidas para excluir de la nobleza a quienes no pudieran demostrarla fehacientemente se remontan a 1660.

 En España hubo disposiciones restringiendo el acceso a la nobleza por parte de Fernando VI (1758) y Carlos III (1760, 1785). También la nobleza popular de origen polaco fue reducida considerablemente por las potencias que se repartieron el territorio, y sobre todo por Prusia, para adecuar la situación a la propia y ante el temor de que pudiera aglutinar en torno a sí la oposición nacionalista. Y las ya aludidas estrategias familiares nobiliarias tuvieron, igualmente, su parte de responsabilidad en la disminución. 

Privilegios nobiliarios.

Los privilegios nobiliarios eran, por una parte, de naturaleza jurídico-procesal, destacando el derecho a ser juzgados por tribunales propios, con un procedimiento del que se excluía el tormento y con penas que eludían las consideradas ignominiosas (azotes, por ejemplo) y que, por lo general, eran más suaves que las ordinarias; inmunidad al encarcelamiento por deudas, prisión -cuando se imponía- mitigada o sustituida por arresto domiciliario, decapitación y no ahorcamiento en el caso de condenas a muerte... 
Con la excepción de los nobles ingleses y de los de algunas repúblicas italianas, gozaban, además, de inmunidad fiscal, total o parcial, frente a los impuestos ordinarios y, más concretamente, frente a los impuestos directos. Pero aunque fue éste el privilegio más socavado por las monarquías modernas, que recurrieron a las tributaciones indirectas y a otras formas de contribuciones específicas, siguieron disfrutando de cierto trato de favor. Y los intentos más ambiciosos de igualación fiscal, pese a contar con el apoyo de una parte la misma nobleza, terminaron fracasando, como ocurrió en Francia con las operaciones para el establecimiento del vingtième o en España con las de la única contribución emprendida por el marqués de la Ensenada en tiempos de Fernando VI. 
En la Europa del Este el señorío era también patrimonio exclusivo de los nobles, aunque no todos los poseyeran. No ocurría lo mismo en Occidente, pero el señorío conservó siempre un fuerte carácter nobiliario y la casi totalidad de sus titulares fueron, de hecho, nobles, por lo que las atribuciones señoriales podían identificarse con atribuciones nobiliarias. Diversas exenciones de cargas municipales estaban vigentes también en muchos países.

Empleos públicos casi exclusivos de nobles.

 Habría que añadir ciertos privilegios de hecho, como la mayor facilidad para acceder a cargos y sinecuras, en algún caso convertida en privilegio abiertamente reconocido. 
Es lo que, por ejemplo, ocurría en el ejército francés a partir del Edicto de Ségur, de 1781, que reservaba el acceso directo a la oficialidad a los nobles con antigüedad de cuatro generaciones, en vez de precisar de toda la línea de ascensos para llegar a ella. Es esta medida una de las más destacadas de la reacción aristocrática, tendencia observada en la Francia del XVIII y que tuvo por fin preservar más celosamente los viejos privilegios y prerrogativas nobiliarios frente al ascenso de otros grupos. 
Por último, una serie de distinciones puramente honoríficas preeminencia en actos públicos o ceremonias religiosas, por ejemplo- de gran importancia, puesto que eran el reflejo en la vida cotidiana de la misma concepción jerárquica en que se basaba aquella sociedad. 

Jerarquías entre los nobles: Nobleza titulada y Alta Nobleza.

Si la nobleza, en principio, constituía una unidad desde el punto de vista jurídico, cuestiones como titulación, antigüedad, función, riqueza y hábitat -rural o urbano- establecían una gran heterogeneidad y una clara jerarquización interna. La ostentación de un título aristocrático suponía la principal barrera divisoria en el seno del estamento, acentuada con el paso del tiempo, dado que fue ganando terreno progresivamente la identificación psicológica de nobleza con nobleza titulada y será ésta la única que sobreviva en el tiempo. 
En España sobresalía una minoría de entre los títulos, los grandes -todos los duques, más los marqueses y condes sobre quienes hubiese recaído la concesión real-, que gozaban de determinadas preeminencias y privilegios honoríficos exclusivos, destacando entre ellos la mayor facilidad para acceder a la presencia real o la facultad de permanecer cubiertos en determinadas ocasiones en presencia del monarca. 
En Francia eran los príncipes de la sangre, con teóricas vinculaciones familiares con la realeza y, por lo tanto, con vagos derechos a la sucesión de la Corona, la minoría destacada. La antigüedad del linaje confería, un mayor prestigio a la nobleza y las familias que se jactaban del más rancio abolengo tendían a desestimar a las más recientes.

La frecuencia de los ennoblecimientos mediante compra de cargos llevó a diferenciar en Francia entre una antigua nobleza de espada, y una más reciente nobleza de toga, todavía calificada despectivamente de vil burguesía por Saint-Simon -quien, por cierto, tenía lazos con togas o financieros por medio de su madre, su suegra y su nuera-. Sin embargo, la separación, al avanzar el siglo XVIII, era más teórica que real y las alianzas matrimoniales entre ambos grupos fueron frecuentes. 
La pertenencia a las órdenes militares, en España, había introducido un elemento de distinción basado en la calidad de la nobleza (antigüedad del linaje, limpieza de sangre...), pero en el Setecientos, aunque poseer un hábito seguía representando un honor añadido, habían perdido ya buena parte de su eficacia en este sentido y su principal valor consistía en la posibilidad de acceder vitaliciamente a una encomienda, lo que, por otra parte, solía recaer en la nobleza titulada. 
La situación económica pese a que los teóricos mantenían que no era una cualidad esencial de la nobleza- constituía un elemento de suma importancia, ya que el mantenimiento del ideal de vida noble exigía solidez económica. 

Derecho sucesorio: mayorazgo.

Y para asegurarla base económica, en casi todos los países existían costumbres sucesorias o figuras jurídicas que trataban de preservar el patrimonio nobiliario y su permanencia en el seno de la familia, haciendo de su titular un mero usufructuario, mediante la constitución de vínculos sobre todos o gran parte de los bienes que, formando una unidad indivisible e inalienable, se transmitía a un solo heredero, siguiéndose, normalmente, el orden de primogenitura masculina. 
Es el caso del mayorazgo español, el morgado portugués, el fideicomiso italiano, el fideikommis austriaco o el strict settlement inglés, aunque de hecho no todos los nobles lo poseyeran, no siempre tuviera la misma rigidez (en Inglaterra, por ejemplo, podía retocarse el patrimonio vinculado en cada transmisión) ni en algún caso (España) fueran facultad exclusiva de la nobleza. 
Los vínculos, lógicamente, constituían un elemento básico en la política familiar de la nobleza y condicionaban fuertemente el destino de los segundones, al tener que buscar su mantenimiento en el ejército, la burocracia o la Iglesia, en el supuesto de tener preparación para ello, o depender enteramente del titular; para las hijas no quedaba otro camino que un matrimonio favorable, si se conseguía reunir la dote apropiada, o la soltería o el convento en caso contrario.

La nobleza pobre y rica.

 Pero no todo el estamento disfrutaba de una situación económica saneada. Había nobles pobres que pasaban todo tipo de privaciones. Sobre todo, en los países donde el estamento era más numeroso. Suele hablarse habitualmente a este respecto de parte de los hidalgos del norte de Castilla, de los más humildes miembros de la szlachta polaca o de la nobleza desheredada húngara, sometida casi servilmente a los no más de 200 o 300 grandes magnates que detentan de hecho el poder; de los barnabotti venecianos -así llamados porque en algún momento abundaban en la parroquia de san Bernabé-, que vendían su voto en el Gran Consejo y se involucraban en mil intrigas para conseguir alguno de los cargos menores de la Administración; o, finalmente, de los hobereaux (literalmente: baharí, pequeña ave parecida al halcón) franceses, ávidos como la rapaz que les dio nombre por cobrar sus escasos derechos señoriales. 
Y en más de una ocasión una situación de pobreza prolongada sin otro tipo de apoyatura (familiar o funcional), terminó por convertir la pertenencia al estamento en algo meramente psicológico que, sobre todo en este siglo, tendía a olvidarse por parte de la sociedad. Sin llegar a estos extremos, en todos los países había nobles que vivían ajustadamente y podían pasar dificultades en momentos concretos, como, por ejemplo, a la hora de educar convenientemente a sus hijos en una época en que se necesitaba una preparación cada vez mayor para poder abrirse paso en la vida. Y es que el abanico de las fortunas nobiliarias era muy amplio.

 A los casos de pobreza citados se contraponen los inmensos patrimonios de los Osuna (España), Potocki (Polonia), Esterhazy (Hungría), Mocenigo (Venecia) u Orleans (Francia), entre otros; y en medio, casi todas las situaciones posibles.
 En Inglaterra, por ejemplo, G. E. Mingay describió la pirámide nobiliaria con una amplia base de gentlemen cuyos ingresos, de 300 a 1.000 libras anuales, estaban al nivel de los de la capa media de arrendatarios, e iba ascendiendo con los 3.000 o 4.000 squires que percibían de 1.000 a 3.000 libras, los 700 u 800 knights o baronets que contaban con 3.000 o 4.000 libras anuales (todos ellos pertenecían a la gentry) hasta llegar a la reducida minoría (no más de 400 familias) que superaba las 10.000 libras y aun se situaban, como los duques de Bedford o Northumberland, en torno a las 30.000 libras. 
Para la nobleza francesa, G. Chaussinand-Nogaret, basándose en las cuotas de la capitación, ha establecido hasta cinco grupos. Casi la quinta parte conformaría esa nobleza rural de ingresos muy bajos y vida nada regalada; algo más del 40 por 100 de las familias nobles dispondrían de 1.000 a 4.000 libras de renta anual, lo que les permitiría una vida de cierto acomodo, sin más; otra cuarta parte, con ingresos de 4.000 a 10.000 libras anuales, disfrutaban de un amplio bienestar; por encima, un 13 por 100 que constituiría la denominada nobleza provincial, en la que se incluyen los consejeros de las cortes soberanas, disponía de 10.000 a 50.000 libras de rentas anuales, y el resto, unas 160 familias (menos del 1 por 100 del total), superaban las 50.000 libras anuales llegando hasta las 200.000; ni que decir tiene que en esta minoría del vértice se incluye la nobleza cortesana. 

Riqueza inmueble, y señoríos.

Aunque las diferencias internas sean considerables, hay una constatación general: la inmensa riqueza que, en conjunto, poseía la nobleza europea. Una riqueza que giraba, en primer lugar, en torno a la tierra, aunque los beneficios obtenidos de su explotación no siempre fueran muy elevados. Algunos ejemplos de los países en que se han podido hacer evaluaciones globales -aun con importantes variaciones regionales- nos lo muestran. 
La nobleza inglesa era la que mayor proporción de tierra cultivable controlaba: cerca de las tres cuartas partes a finales del siglo. En Bohemia las cien familias más importantes poseían, aproximadamente, la tercera parte de la tierra y el conjunto de la nobleza, casi el 60 por 100. En Suecia, las tierras en poder de la nobleza suponían a principios del XVII la tercera parte de la tierra arable. En el norte y centro de Italia las proporciones van del 35 al 50 por 100. En Francia, del 20 al 25 por 100, llegando en algunas regiones del Norte hasta la tercera parte y reduciéndose considerablemente la proporción en el Sureste. 
Federico II de Prusia pretendió restringir el acceso a la tierra de la burguesía, declarando el monopolio de su posesión en manos de la nobleza (1775), aunque, eso sí, previamente le había exigido impresionantes contribuciones para las guerras que protagonizó. Las formas de explotación eran enormemente variadas, ya que, además, en muchas regiones el control de la tierra se ejercía en el cuadro más amplio del régimen señorial (vide infra), que, a su vez, presentaba mil variantes. 
Pero en el siglo XVIII los patrimonios nobiliarios, en general, solían estar mejor administrados que en tiempos anteriores, ya fuera por la procedencia burguesa de una parte del estamento, o por la general influencia de su mentalidad. No era raro, aunque tampoco pueda generalizarse del todo, encontrar en Europa nobles de tipo medio, y más frecuentemente de la pequeña nobleza, que explotaban directamente sus posesiones.
 En cuanto a la alta nobleza, la generalización es más difícil. Allí donde las formas señoriales estaban casi disueltas, como en Inglaterra, los Países Bajos o ciertas zonas del norte de Italia, o donde el señorío se limitaba prácticamente a los aspectos jurisdiccionales, como en gran parte de España, era frecuente el arrendamiento capitalista. 
Y no está de más subrayar que, por ello, la frecuentemente repetida vinculación de la alta nobleza inglesa con los cambios agrarios acaecidos durante el siglo no deja de ser, en general, un tópico sin apenas fundamento. Pero también hay casos de explotación directa y pocos tan bien conocidos como el estudiado por J. Georgelin de la familia Tron en la Terra Ferma veneciana -modelo, además, de explotación plenamente capitalista, como también se daba en el Piamonte-, en cuya finca de 500 hectáreas de extensión trabajaban 360 empleados, la mitad, aproximadamente, fijos, y la otra mitad, jornaleros temporales, o como, en otra escala, M. A. Melón ha demostrado para los duques de Abrantes y su hacienda cacereña durante la primera mitad del siglo (la abandonarán más tarde para, instalándose en Madrid, pasar a la explotación indirecta).

 La explotación directa solía ser habitual en los grandes dominios nobiliarios del centro y este de Europa, en Prusia, Polonia y Rusia, por ejemplo, donde el campesino estaba aún forzado a prestaciones de trabajo obligatorio en las tierras del señor, lo que reducía sensiblemente los costes de explotación. Pero, por lo demás, abundan, sobre todo, los modelos intermedios, con todo tipo de arrendamientos, aparcerías y cesiones enfitéuticas, y éstas, a su vez, de muy diversos tipos. Los derechos de tipo señorial, independientemente de su forma concreta, formaban también parte, aunque variable en extremo -de un país a otro, entre regiones de un mismo país y de unos nobles a otros-, de los ingresos típicamente nobiliarios y, normalmente, eran mucho más sustanciosos allí donde afectaban a una parte de la cosecha. 

En Francia se observa una tendencia durante los dos últimos tercios del siglo, acentuada desde 1770, aproximadamente, a preservar y cobrar mejor los derechos señoriales, resucitando incluso algunos caídos en desuso. La finalidad, aumentar la rentabilidad de los dominios señoriales, es evidente. Pero el impulso de este complejo fenómeno denominado reacción señorial, que en 1776 recibió el apoyo del Parlamento de París, no obedece exclusivamente a intereses nobiliarios: en su origen se encuentran, por supuesto, nobles empobrecidos y otros de reciente origen burgués, pero también burgueses arrendatarios de los derechos señoriales de nobles asentistas; y no pocas veces, eran éstos los más intransigentes a la hora de exigir su pago a los campesinos. Sin embargo, no todos los derechos señoriales implicaban ingresos para los señores. 

En concreto, la facultad jurisdiccional de administración de justicia llevaba consigo una serie de gastos por la necesidad de pagar salarios a los oficiales. Ahora bien, por muy costosa que resultara y no está de más recordar que hallaríamos muy significativas variaciones en el interés de los señores por cubrir dignamente este capítulo-, pocos serían los que renunciaran a dicha carga: la administración de justicia implicaba el reconocimiento explícito de ese señorear sobre hombres (por utilizar la expresión española) que era uno de los elementos clave de la mentalidad y aspiraciones nobiliarias no sólo del siglo XVIII, sino de todo el Antiguo Régimen. 
A partir de aquí, ya no es posible ofrecer un cuadro homogéneo de la procedencia de los ingresos nobiliarios. Se encuentran salarios de oficios públicos, militares y eclesiásticos; rentas e intereses de deuda pública y de préstamos a particulares; alquileres de fincas urbanas, que a veces llegan a constituir una parte fundamental de los patrimonios nobiliarios; hay nobles que ejercen determinadas profesiones liberales, y en Francia los hay también que participan en la ferme générale (arrendamiento de impuestos)...
 En definitiva, nada que no pudiera encontrarse en los patrimonios de otros grupos sociales. Pero había una serie de actividades, relacionadas fundamentalmente con el comercio y el trabajo manual o mecánico, tradicionalmente vetadas a los nobles. J. Meyer distingue tres amplias zonas en Europa al respecto.

I.-En la Europa del Suroeste, incluyendo Francia y una parte de Italia, los prejuicios en este sentido eran muy fuertes y se podía llegar a la dérogeance -derogación, pérdida de la condición noble- en determinados supuestos.

II.-En la Europa del Este la rigidez de los principios no se correspondía con una realidad mucho más permisiva, por la necesidad de subsistir de las noblezas populares, que habrían de ocuparse en todo tipo de tareas, y porque la alta nobleza asumía en sus dominios buena parte de las funciones teóricamente propias de la burguesía, obteniendo importantes ingresos del comercio de exportación (granos, ganados, etc.), de la explotación minera (ejercicio que, por cierto, no solía implicar en ningún sitio desdoro para la nobleza) o del control de ciertas actividades artesanales. En Rusia, por ejemplo, fueron nobles (una minoría entre los más poderosos, no generalicemos) quienes, desde los años sesenta y explotando los recursos de sus dominios con mano de obra servil, impulsaron, además de otras industrias, la minería y las empresas metalúrgicas en los Urales, donde el burgués de origen campesino (y posteriormente ennoblecido) Nikita Demidov había fundado, en tiempos de Pedro el Grande, la primera gran industria. Se ha calculado que a principios del siglo XIX poseían las dos terceras partes de las minas del país, en torno al 80 por 100 de las pañerías y de las fábricas de potasa, el 60 por 100 de los molinos de papel... 

III.-Finalmente, en la Europa del Noroeste no había, en principio, actividades económicas vetadas a la nobleza. Pese a todo, en países como Suecia, la muy minoritaria nobleza estaba integrada fundamentalmente por cargos públicos, militares, marinos y propietarios de tierras. Y en Inglaterra, L. Stone ha discutido la habitualmente admitida dedicación de los segundones de la elite inglesa al comercio y la industria, al menos durante el siglo XVIII. Nada se lo impedía, en efecto, pero, en la práctica, disponiendo de una asignación anual por parte de la familia, resultándoles fácil (aunque no hubiera ni privilegios ni disposiciones legales que les favorecieran, sí lo hacía el sistema clientelar que dominaba las relaciones políticas) conseguir un oficio público o entrar en el Ejército y la Iglesia, y pudiendo acceder a matrimonios ventajosos dentro de su grupo social, prácticamente ninguno se dedicó al comercio o la industria. 

Comercio y Industria.

Por lo que respecta al área citada en primer lugar, habrá intentos, más o menos tímidos, más o menos decididos, por parte de los gobiernos ilustrados y de algunos intelectuales y escritores económicos -sobre todo, por parte de éstos- por estimular la participación de la nobleza en actividades industriales y comerciales, arrinconando los viejos prejuicios. Es, por ejemplo, muy conocida la Real Cédula de 18 de marzo de 1783 por la que Carlos III de España declaraba la honra legal de todos los oficios, su compatibilidad con la hidalguía y la posibilidad de alegar su ejercicio continuado durante tres generaciones como un mérito para acceder a la nobleza, pero sus repercusiones prácticas fueron muy escasas.
 Algunos destacados nobles potenciaron actividades industriales en sus señoríos. Pero los casos que suelen citarse no son reflejo precisamente de una situación generalizada. Como tampoco lo es el ascenso social, durante el reinado de Felipe V, de don Juan de Goyeneche por sus múltiples actividades económicas. 
En Francia, desde 1701, la participación en el gran comercio de la nobleza no implicaba derogéance, pero todavía a mediados de siglo la publicación de La noblesse commerçante (1756), por el abate Coyer, en la que se defendía el ejercicio del comercio por los nobles, provocó alguna réplica airada (La. noblesse militaire, opposée á la noblesse comerçante, también de 1756, cuyo autor, el chevalier D´Arc, se oponía al aburguesamiento de la vieja nobleza) y una polémica que se prolongó durante algunos años. 
Pero la participación de la nobleza -sobre todo, de la alta nobleza- en actividades capitalistas estuvo mucho más extendida que en España, sobre todo en los últimos treinta o cuarenta años del siglo. Si no era, de hecho, nueva la participación nobiliaria, especialmente de la radicada en ciudades portuarias, en el comercio marítimo y al por mayor, ahora se multiplicará e intensificará su presencia en las grandes compañías marítimas; hubo igualmente destacados nobles que impulsaron el desarrollo de industrias en sus señoríos, donde, por otra parte, casi monopolizaban las empresas mineras y de fundición del hierro; e invirtieron una parte de sus capitales en compañías industriales por acciones.
 No escatimaron, pues, medios para extraer la mayor rentabilidad a sus fortunas. Creemos, no obstante, que negar a concluir, con G. Chaussinand-Nogaret, que la nobleza francesa, a finales del siglo, estaba a la vanguardia del progreso económico es, sin duda, excesivo. Pero, recuerda el italiano C. Campra, "puede servir de contrapeso al tradicional cliché de una aristocracia fatua y ociosa, dedicada sólo al juego y la disipación". 

Vida esplendor aristocratico

La enorme riqueza de la aristocracia posibilitaba un estilo de vida brillante y caracterizado por la ostentación y el boato, que llevó a más de una familia al borde de la ruina y que fue duramente criticado por quienes, como Fénelon, el duque de Saint-Simon o Henri de Boulanvilliers, veían en el lujo un cáncer que iba destruyendo a la nobleza, atenta sólo a conseguir riquezas aunque fuera mediante alianzas anti-natura, y que, fomentado por el mismo monarca, la sometía a su poder, restándole independencia. 
Una de las manifestaciones de este estilo de vida era el mantenimiento de residencias suntuosas con un servicio doméstico numerosísimo. Baste citar, a título de ejemplo, las cerca de 3.000 personas que percibían salarios en los palacios del duque de Orleans en Francia; o la impresionante residencia de verano que el príncipe Nicolás Esterhazy se hizo construir, saneando previamente un terreno pantanoso, cerca de Eisenstadt (núcleo de sus posesiones), vinculada a la historia de la cultura por haber sido testigo de gran parte de la creación musical de Joseph Haydn, maestro de capilla del citado príncipe. 
Tal grado de esplendor, forzosamente, se limitaba a unos pocos, aunque sí era frecuente entre la nobleza la doble residencia, urbana y rural, que posibilitaba el retiro veraniego u otoñal (a veces, para supervisar las tareas agrarias) a los que habitualmente vivían en el medio cortesano o urbano y el acceso a los entretenimientos ciudadanos a quienes residían en el medio rural (caso frecuente en la gentry inglesa, por ejemplo). 
Mantenía un elevadísimo concepto de sí misma, rayano en el orgullo; no renunciaba a reconocimientos y preeminencias y en el trato con los demás exigía deferencia e incluso sumisión. Sólo en algunos casos (en España, por ejemplo) se permitía cierta actitud de campechanía y superficial confianza de quien se sabe incontestablemente superior (actitud que nunca tendría un miembro de la baja nobleza al que sólo unos privilegios, a veces discutidos, distinguían de sus convecinos). 

Educación superior. 

Se iba extendiendo paulatinamente la educación y cada vez quedaba menos del noble rudo de los siglos anteriores (quizá salvo en ciertos casos rurales), pero sólo los estratos más elevados tenían acceso a la cultura superior, bien por medio de instructores privados, por su asistencia a costosos colegios de jesuitas, a la universidad o a los gimnasios nórdicos; y cuidaban igualmente la educación femenina, en la propia casa, en colegios especializados o en conventos que preparaban a la mujer para el papel que se esperaba cumpliera en la sociedad. 
Aumentó el número de nobles que poseían bibliotecas, así como el tamaño de éstas, y al menos en Francia, eran más numerosas, estaban más nutridas y tenían una mayor orientación hacia la modernidad (sin faltar libros prohibidos y críticos con el ordenamiento social) las de la nobleza capitalina que las de la nobleza provincial. Pero en conjunto fueron los nobles ingleses, educados frecuentemente en las universidades de Oxford y Cambridge, los más cultos de Europa.
 Y, probablemente, los más cosmopolitas y aficionados a viajar por otros países. Ni siquiera se consideraba completa su formación si no se había realizado el grand tour, viaje por las principales ciudades europeas entre las que nunca faltaban París y Venecia, costumbre que se extenderá también a la nobleza de otros países. Y en todos ellos, una selecta minoría acudía periódicamente a las estaciones termales de moda, viajaba de una corte a otra, se expresaba en francés, la lengua culta de la época, y constituía algo así como una internacional aristócrata -la expresión es de J. Meyer- capaz de reconocerse y encontrarse a sí misma en los salones de cualquier capital europea. Y no falta quien cree ver cómo, de la mano del cosmopolitismo, se abrían paso en su mentalidad los gérmenes del liberalismo... 

Riqueza, privilegios, poder, reconocimiento social, refinamiento...Todo ello confluía en la nobleza europea del siglo XVIII y continuaba ejerciendo una irresistible atracción sobre el resto de la sociedad y, especialmente, sobre sus elementos más destacados. 

Cambio social.

Pero en la Europa occidental se había iniciado un proceso de cambio que se acentuaba progresivamente a lo largo del siglo y, sobre todo, en las últimas décadas. Como recuerda O. Huffton, el desarrollo de la burocracia estatal y de los ejércitos regulares contribuyó a hacer la relación del noble con sus gobernantes cada vez más ambivalente. Los monarcas tendían a servirse de sus noblezas, pero tratando, al mismo tiempo, de neutralizarlas e insistían en la disminución de sus privilegios. 
Por su parte, la propia nobleza se cuestionó su origen, la justificación de sus privilegios y su papel político. Y en este contexto se elaboraron y difundieron teorías como la del conde de Boulanvilliers (1727-1732) que apelaba a la historia y a una raza vencedora, de la que descendía la nobleza, para justificar los privilegios de la sangre, o la del barón de Montesquieu en L`Esprit des Lois (1748), que veía a la nobleza como intermediaria y templadora del absolutismo monárquico y, por lo tanto, como defensora del pueblo. Pero ciertos ilustrados, nobles también entre ellos, llevaron a cabo un ataque sistemático contra todo lo que significaba la nobleza, especialmente (aunque no sólo) en el área suroccidental de Europa. 
Elegimos -un ejemplo entre cientos- la dura crítica contenida en la Enciclopedia francesa (1750-1772), enmarcada en la ofensiva contra todos los elementos esenciales de lo que después se denominará Ancien Régime. Lo que, no obstante, no implicaba necesariamente un pensamiento igualitario en sus autores, que en bastantes casos despreciaban al pueblo con idéntica o mayor fuerza que a los privilegios nobiliarios. Paralelamente, la ambigüedad en cuanto a las funciones económicas de los distintos grupos sociales fue creciendo. 

Hemos visto a destacados elementos de la aristocracia participando en actividades propias de la burguesía; por su parte, los burgueses ennoblecidos abandonarán menos decididamente que en siglos anteriores los negocios que permitieron su ascenso. Desde este punto de vista, no les faltaba razón a los críticos del lujo nobiliario: la necesidad de disponer de unos ingresos inmensos para poder llevar un modo de vida noble, y su búsqueda, sin renunciar a cualquier vía, contribuía a introducir una ambigüedad creciente en la visión tradicional del rol de los distintos grupos sociales y un germen de erosión de aquella sociedad.
 Y de la misma manera que se lamentaban las injusticias derivadas "de haber considerado la sociedad más como una unión de familias que como una unión de individuos" (Cesare Beccaria, Dei delitti e delle pene, 1764), se iba desarrollando un ideal social opuesto al viejo modelo nobiliario, que aprecia cada vez más al negociante -no "hay miembros más útiles a la sociedad que los mercaderes", dirá, por ejemplo, el inglés Joseph Addison en uno de sus ensayos periodísticos publicados a principios de siglo en The Spectator- que tendía a sustituir el valor, el orgullo de "ser quien se es" y la visión de la sociedad dividida en compartimentos prácticamente estancos aceptados por principio e incuestionablemente valores esencialmente nobiliarios y de la sociedad estamental- por el trabajo, el esfuerzo personal, la economía, la utilidad social, la bondad y el deseo de ascenso social en esa sociedad de individuos, es decir, por valores burgueses y que prefiguran una sociedad distinta. 
Aunque estos valores no se impusieron implacablemente ni la aristocracia se mostró incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos: más reducida numéricamente, más infiltrada por elementos de orígenes ajenos a ella, pero aún poderosa económicamente, tenía mucho que decir y hacer todavía en el siglo XIX...


Biografia

La aristocracia castellana en
las guerras de la monarquía de
los Austrias. (1580 – 1624).
Gamboa, Ariel.



Ejemplo de nobleza.
Retrato de Jonkheer Gerard Frederik Van Tets 

Van Tets es una familia paises bajos cuyos miembros han pertenecido a la nobleza  desde 1837 y que produjo varios administradores y políticos.

Historia 

El linaje comienza con Willem van Tets (1649-1690), hijo natural de Willem van Tetz y Adriaentje Arentsdr., cirujano y burgués en Ámsterdam . Su nieto, el Sr. Lambert Jacob van Tets (1718-1759), se convirtió en alguacil y consejero de Veere. Dos bisnietos de este último fueron elevados a la nobleza  en 1816 y así obtuvieron el predicado de escudero y damisela con sus descendientes por línea masculina.

La familia se incorporó al Patriciado de Países Bajos en 1920 ; la readmisión siguió en 1964. Aquí se enumeran los miembros de la familia que no pertenecían a la nobleza; esta rama no noble ahora está extinta. Al poseer varios señoríos en el área de Dordrecht, la familia tenía influencia en el gobierno local. Los miembros como administradores de Dordrecht también tuvieron influencia en esa ciudad. 
Los miembros posteriores ocuparon cargos gubernamentales provinciales y nacionales. En el siglo XX, los miembros se convirtieron en científicos en universidades fuera de los Países Bajos.




Arnoldus Adrianus van Tets (1738-1792) whose arms are shown with those of his second wife Wilhelmina Jacoba Hartingh (1750-1813)



Carta de ennoblecimiento Belga.

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El Gran sello del rey de los Belgas y nomografia de Alberto I de Bélgica.

Diploma de Honor.


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Monograma real  de Alberto I

Escudo de Armas de Bélgica

Alberto I de Bélgica (Albert Léopold Clément Marie Meinrad; Bruselas, 8 de abril de 1875-Namur, 17 de febrero de 1934), fue el tercer rey de los belgas desde la muerte de su tío, Leopoldo II, en diciembre de 1909, hasta su deceso en 1934.  Jefe supremo del ejército belga, tomó el control personalmente de las tropas de su país al estallar la Primera Guerra Mundial y llegó a estar al frente de las operaciones en la batalla del Yser que tuvo lugar entre el 16 y el 31 de octubre de 1914.


Barón belga

La copia anexo de las letras de Victor van Eyll (1878-1952) en la que SM el Rey Alberto admite 19 de julio de 1922, en la nobleza del reino como perteneciente a una antigua familia noble.

Reconoce que él y su hermano mayor, William (1876-1936), el mismo día en que el título de barón transmitida por orden de primogenitura masculina. (Fuente: Louis ROBYNS de Schneidauer "Contribución a la genealogía de la familia van Eyll" -1933-)

¿Por qué su padre, Gustave (1830-1905) hizo que no regularizar su situación después de la independencia de Bélgica? 

Louis ROBYNS citó la frase en su libro 1933: 
"La recomendación de esta familia en la segunda mitad del libro 1891, página 694, contiene las siguientes líneas: William Alard-Laurent-Nicolas van Eyll, calificada como su padre Barón Jonckholt, fue nombrado 13 de de septiembre de 1818, un miembro de la orden ecuestre de la provincia de Namur como la furgoneta Eyll Doyon, con el título de barón. murió el 28 de de julio de 1819, no parece no en la lista oficial publicado en 1825, sino que deben considerarse como siendo parte de la nobleza. Esta omisión fue el resultado de privar a su descendencia su noble posición. existe y tiene representante el Sr. Gustave van Eyll, que tiene niños ".

Y en la página pie de página: (1) esta afirmación no es del todo exacto puique, además el padre dijo Gustave van Eyll, Guillaume van Eyll tenía un hijo mayor que, como veremos más adelante, fue reconocer los derechos de la nobleza en 1816.
En 1871 el título de Barón fue concedida por el rey Leopoldo II de William Jules van Eyll, título transferible a todos sus descendientes. 



 


 Historia.

El territorio que hoy en día constituye Bélgica está formado por la agrupación de nueve antiguos estados feudales, surgidos de la descomposición del Sacro Imperio Romano Germánico : el Condado de Flandes, Condado de Hainaut, Ducado de Brabante, Principado de Liege (episcopal),  Ducado de Luxemburgo, Condado de Namur, Condado de Limbourg, Condado de Looz, y Tournai   (ciudad Episcopal). Durante cuatro siglos formaron parte entre otros estados feudales del Ducado de Borgoña. 
Salvándose de la disgregación de éste producida tras ser vencido y muerto el Duque Carlos "El temerario " de Borgoña, en 1477 por el rey de Francia, en la batalla Nancy. Su dominios pasó a los Habsburgo al casar la heredera del Ducado, María de Borgoña con Maximiliano de Austria, quien los cedió a su hijo el archiduque Felipe el Hermoso, padre del emperador Carlos V, constituyendo la denominada herencia borgoñona.
 Carlos V, tras disputar con su hermano Fernando de Austria la sucesión del Imperio, pues deseaba fuera para su hijo Felipe, mientras que su hermano apoyado por los príncipes alemanes lo pretendía para sí. Decidió desgajar del Imperio los diecisiete estados borgoñones heredados de su padre, agrupándolos por la Pragmática Sanción de1549, formando así los denominados Países Bajos Borgoñones  de los que se declaró Señor (  Heer der Nederlanden). 

Se trataba de una unión personal de una confederación de estados muy diversos, tanto en lengua como en religión, manteniendo cada uno de ellos su legislación, fiscalidad y estructuras feudales propias.
Carlos V en su abdicación de Bruselas en 1555 los transmitió a su hijo Felipe II, junto con la Orden del Toisón de Oro, quien designó a su tía    María de Borgoña como Gobernadora General. Dicha Dama durante cerca de 25 años ejerció su gobierno, aunque los enfrentamientos religiosos hicieron que fuera cada vez más difícil mantenerlos unidos, teniendo que intervenir los Tercios españoles para pacificar la región, lo que provocó que en 1579 las provincias del norte, mayoritariamente calvinistas, se unieran por la Unión de Utrecht   de 1579, constituyendo la  República de las Provincias Unidas  Republiek der Zeven Verenhigde Nederlanden).

Países Bajos Español.

 Mientras que simultáneamente las diez provincias del sur se unían a su vez por la Unión de Arrás  de 1579, para mantener la religión católica y reconocían la autoridad del Rey de España, constituyendo los  Países Bajos Españoles. Si bien comúnmente se los denominaba Flandes , nombre de una de sus provincias. Si bien en la cartografía de la época se las configuraba bajo la forma de un león, el  Leo Belgicusen recuerdo del antiguo nombre que le dieron los romanos.

María de Borgoña como Gobernadora General. Dicha Dama durante cerca de 25 años ejerció su gobierno, aunque los enfrentamientos religiosos hicieron que fuera cada vez más difícil mantenerlos unidos, teniendo que intervenir los Tercios españoles para pacificar la región, lo que provocó que en 1579 las provincias del norte, mayoritariamente calvinistas, se unieran por la Unión de Utrecht   de 1579, constituyendo la  República de las Provincias Unidas (  Republiek der Zeven Verenhigde Nederlanden ). 
No reconociendo la dominación de ningún señor extranjero, ni en lo temporal (el Rey de España), ni en lo espiritual (El Papa). Mientras que simultáneamente las diez provincias del sur se unían a su vez por la Unión de Arrás de 1579, para mantener la religión católica y reconocían la autoridad del Rey de España, constituyendo los  Países Bajos Españoles. Si bien comúnmente se los denominaba  Flandes , nombre de una de sus provincias. Si bien en la cartografía de la época se las configuraba bajo la forma de un león, el  Leo Belgicus, en recuerdo del antiguo nombre que le dieron los romanos
.
Durante ochenta años los rebeldes holandeses lucharon contra el Imperio Español, contando con la inestimable ayuda militar de Inglaterra y Francia, hasta lograr que se reconociera su independencia por la  Paz de Westfalia  de 1648. Mientras que las provincias del sur seguirían católicas y fieles a al Rey de España, quien respetaría sus singularidades de gobierno y premiaría la fidelidad sus súbditos de Flandes con títulos nobiliarios y collares del toisón de oro.

Deseando dar encontrar una solución al problema de Flandes, Felipe II el 6 de mayo de 1.598 abdicó de sus derechos sobre los Países Bajos y el Condado de Borgoña en su hija la Infanta Isabel Clara Eugenia que los llevó en su dote al matrimoniar con el Archiduque Alberto, constituyendo un reino independiente, que habrían de heredar sus descendientes pero con la condición que a falta de ellos habría de retornar a la Corona Española, lo que así sucedería lamentablemente pues los tres hijos que tuvieron fueron falleciendo en la infancia. Los nuevos monarcas constituyeron una espléndida corte en Bruselas y lograron firmar una Tregua con sus vecinos del norte. Durante 23 años  se mantuvo el reino hasta la muerte del archiduque en 1621, año en que finalizó dicha tregua y los Países Bajos retornaron a España. 

A su muerte la guerra volvió a encenderse pues tanto los holandeses como los franceses trataban de anexionarse el Flandes Español, con la ayuda interesada de Inglaterra. Durante casi un siglo más se logró mantener el conjunto del Flandes Hispánico, el cual solo se perdería al ser ocupado por las tropas del Archiduque Carlos, durante la Guerra de Sucesión Española (1701/1713). Sin que hasta la fecha se haya reconocido por los belgas el enorme esfuerzo que durante más de siglo y medio realizó España en su favor, al que le deben poder conservar su integridad territorial y religión frente a las apetencias de sus vecinos que trataban de desmembrarlo.

El Tratado de Utrecht  de 1713 confirmó la ocupación austriaca, aunque ésta duraría solo varias décadas pues en 1789 Brabante y Lieja se alzaron contra las imposiciones del centralismo austríaco, formando la Confederation des Etats Belges Unis.  Si bien su duración fue muy efímera, ya que solo tres años más tarde perderían su independencia al ser invadidos por los ejércitos de la República Francesa que los anexionaron a Francia, al igual que hicieron con las también ocupadas provincias holandesas. 

El dominio francés anuló todos los antiguos privilegios feudales, instituciones locales y divisiones territoriales, así como la nobleza y los títulos. En el terreno religioso impuso la laicización, suprimiendo obispados y congregaciones religiosas. Años más tarde Napoleón constituyó en 1806 el reino vasallo de Holanda, formado por los holandeses protestantes del norte a los que anexionó los belgas católicos del sur, cuya corona entregó a su hermano Luis Bonaparte, al que hizo Rey de Holanda.

Reino Unido de Países Bajos.

 A la caída de Napoleón el Congreso de Viena  en 1815 constituyó el Reino de los Países Bajos, manteniendo unidos ambos estados, cuya corona se entregó a Guillermo I de Orange, quien restituyó la nobleza y los títulos nobiliarios. Aunque la mayor parte de la sociedad belga rechazaba esta forzada unión, por las profundas diferencias religiosas y económicas existentes, sublevándose Bruselas en 1830 con motivo de la imposición de la lengua neerlandesa a la administración, la justicia y al ejército de todo el reino. Se escindió así Bélgica cuya independencia fue reconocida internacionalmente en 1831.

Reino de Bélgica.

Se constituyó una monarquía cuyo trono fue ofrecido al príncipe alemán Léopold de Saxe-Cobourg-Gotha, tío de la Reina Victoria, reconocido como Leopoldo I, Rey de los Belgas, y no Rey de Bélgica, pues se trataba de una monarquía popular sobre la base de una constitución que perdura hoy en día. Se adoptó como emblema nacional el León Belgicus, de oro en campo de sable. 

Aunque éstas en realidad eran las armas del Ducado de Brabante que fue el primero en sublevarse contra los austriacos. En el blasón que se compuso en 1837 y que constituye la base de las armas reales, llevan este león junto con las  banderas con los blasones de los nueve principados y la divisa: “  La Unión hace la fuerza”.

 Desde el año 2013 reina su descendiente Philippe I, séptimo rey de los belgas. El príncipe heredero lleva el título de Duque de Brabante.

Nobleza.

 (en Frances: Noblesse belge;  holandés: Belgische adel; en alemán : Belgischer Adel ) designa, en el reino de Bélgica, un conjunto de personas legalmente identificadas como nobleza y que pueden ser nobleza de título o no. Estos títulos fueron conferidos por los reyes de los belgas o por los que gobernaron que reinaron en la actual territorio  Bélgica, antes de su creación en 1830; en el último caso, los miembros de de nobleza fueron incorporados o admitidos dentro de la nobleza belga al recibir el reconocimiento de sus títulos por parte del Rey de los belgas.

Historia

Los principales textos jurídicos que regula la nobleza en actual territorio belga bajo el Antiguo Régimen fueron dictada por los gobernantes de la Casa de Austria de la que emanan los tres edictos reales más importantes que son: el del rey Felipe. II de España en 1595,  del archiduque Alberto de Austria en 1616 y de la emperatriz María Teresa de Austria en 1754. Si el Reino de Bélgica es relativamente joven en la historia, la nobleza belga a menudo han heredado su calidad de noble de estos antiguos estados del Sacro Imperio Romano Germánico.
Estas reglas fueron anuladas desde el 1 de agosto de 1.814, cuando nació el Reino Unido de los Países Bajos cuyo rey se convirtió en Guillermo I er de los Países Bajos . 

Aunque se abolieron los privilegios feudales de la nobleza, el nuevo régimen quiso unirse con la nobleza y asegurarse de que colaborara con el nuevo régimen, para darle un estatus específico. Así, los nobles constituyeron, bajo el Reino Unido de los Países Bajos , la primera de las tres órdenes de los estados provinciales: cuerpo caballeros (reservado a los nobles), las ciudades y el campo. La Ley Fundamental también les reservaba ciertos privilegios menores, como el derecho a cazar libremente en todo el reino. 

En 1831, el Congreso Nacional que fue elegido para establecer la nueva Constitución belga de las provincias belgas, que se había separado violentamente del Reino Unido de los Países Bajos , decidió que ya no habría ninguna distinción de órdenes en el Estado, pero concedida a el Rey de los Belgas el derecho a conferir títulos de nobleza sin atribuirle ningún privilegio. 
La nobleza belga jugó un papel importante en la historia de Bélgica, donde se destacó particularmente en los campos militar, político y económico. Los nobles pagaron un precio particularmente alto durante las dos guerras mundiales, durante las cuales muchos miembros de la nobleza se comportaron heroicamente. 

La nobleza también tuvo un papel importante en el mundo político belga: en el Congreso Nacional de 1830, de 200 electores, 71 pertenecían a la nobleza del Antiguo Régimen y muchos altos cargos continuaron siendo ejercidos por nobles: senadores, embajadores, ministros , diputados.
 En Bélgica , la nobleza no constituye una orden o una clase social particular en el Estado, sino una distinción honorífica. La concesión de un título de nobleza es una prerrogativa exclusiva de la Corona que se ejerce libre y soberanamente de la manera que el Rey de los Belgas considere más apropiada y con la única condición de que exista la refrendo ministerial prevista por la Constitución belga .

La nobleza belga también dice de sí misma que su estado implica ante todo obligaciones. Los nobles defienden y mantienen los valores morales tradicionales. Estos valores son la religión, la familia, el rey , la patria y la preocupación por el bien público.
 Además, defienden como valores éticos: la honestidad, la fidelidad y el respeto a la palabra dada, el sentido del deber, la ayuda al prójimo empezando por los familiares, el respeto a la herencia moral y material transmitida por los padres y antepasados. Para honrar los favores nobiliarios adquiridos o heredados y seguir siendo dignos de ellos, los nobles deben, en esta visión, luchar por una cierta excelencia. 
Esta perspectiva también requiere que el noble adopte una actitud de cortesía y modestia en el comportamiento y en las palabras.

Numero de Nobles.

La nobleza en Bélgica existe: el artículo 114 de la Constitución establece que "el Rey puede conferir títulos de nobleza, sin poder otorgar privilegios a estos últimos". La nobleza no titulada y nobleza titulada es la reconocida o conferida por Guillermo I, rey de los Países Bajos (1815-30) o los  rey de los belgas (desde 1831). De 1814 a 1994, unas 1631 familias han sido declaradas nobles:

761 familias de la nobleza anterior al año  1795 (cuando entraron en vigor las leyes francesas que abolían la nobleza), quedan 403 Familias.

11 familias de la nobleza bajo Napoleón (1808-14), quedan 6 Familias.

37 familias de la nobleza otorgada por rey  Guillermo I (1814-30), quedan 14 Familias.

De las 758 familias  entre el año 1831 y 1994, quedan 647 familias. 

A partir de 1986, quedaban unas 1000 familias, con titulo nobiliario:  9 príncipes, 5 duques, 10 marqués, 85 condes, 35 vizcondes, 317 barones, 113 caballeros. 

La nobleza sin título usa el tratamiento de jonkheer (jonkvrouw) o escudero.

marques


conde 



Viz-conde 

caballero


Nota sobre la nobleza no titulada.

Los honores del título de nobleza benefician exclusivamente al tenedor y a su cónyuge, pero no a sus hijos, pues no existe decrescendo o títulos de cortesía como en la antigua monarquía francesa. 
La sucesión se efectúa por línea de primogenitura. Desde una ley de 2002 no están excluidas las mujeres, las cuales pueden heredarlo de sus padres e incluso ser agraciadas con uno de los nuevos títulos. Aunque muchos títulos lo son con carácter personal, con la concesión va unida la nobleza para todos sus descendientes, transmisible ésta por línea de varón
La nobleza no titulada recibe el nombre de Escudero (Ecuyeur/Jonkheer), existiendo actualmente unas 500 familias. Se publica anualmente en los dos idiomas, desde hace más de cien años, un anuario genealógico de la nobleza, publicación privada cuyo nombre desde 1960 es  État Présent de la Noblesse du Royaume de Belgique. 

Según el cual existen actualmente unas 20.000 personas de condición noble, repartidas entre 1.200 familias de las que 423 descienden de la de la antigua nobleza inmemorial, que fue reconocida por el rey Guillermo I en 1815, y el resto de la creada por los sucesivos monarcas que reinaron desde 1830 hasta la fecha. Una institución privada la  Association de la Noblesse du Royaume de Belgique/Vereniging van de Addel Koninkrijk Belgie (ANRB/VAKB), constituida en 1937 reúne y acerca de 14.000 miembros. Sus objetivos son: mantener los valores morales propios de la nobleza (lealtad, honor, excelencia, servicio...),defender sus intereses comunes y ayudar a sus miembros en dificultades. 
Publica un Armorial de las familias que ha reconocido como nobles, una Circular mensual y un Boletín trimestral. Existe también el Carnet Mondaine de Belgique, publicación periódica sobre la nobleza belga y sus genealogías.

Nobleza no titulada en Belga y los Países Bajos..

La corona de rango para la nobleza sin título en los Países Bajos y Bélgica es la misma que para el rango de un caballero hereditario, es decir Ridder: un círculo de oro liso con ocho puntos dorados, cada uno rematado con una perla; cinco de ellos se ven en una representación. Además, el círculo dorado de la corona heráldica está rodeado con un collar de perlas.
 


Las familias principescas y ducales belgas son:

príncipe Belga

Duque Belga


  • Arenberg: príncipe de SIR (Sacro Imperio Germánico) 1576, reconocido en Bélgica en año 1953
  • Bernadotte: príncipe en Bélgica en año 1938
  • Béthune-Hesdigneul: príncipe 1781, reconocido en año 1888, extinto 1976
  • Croÿ: príncipe de SIR, año 1742
  • Habsburgo-Lorena: reconocido en Bélgica, año  1978
  • Ligne: príncipe de  SIR, año  1601
  • Lobkowicz: príncipe de SIR  reconocido, año 1958
  • Looz-Corswarem: príncipe, año  1825
  • Mérode: príncipe de Rubempré y Everberg reconocido en 1823, príncipe de Grimberghe en 1842, príncipe de Mérode en 1930
  • Riquet de Caraman-Chimay: príncipe de Chimay 1824

  • Arenberg: hijo mayor del príncipe, duque 1612 reconocido 1993
  • Beaufort-Spontin: duque 1782
  • Croÿ
  • Looz-Corswarem: hijo mayor del príncipe, duque 1734
  • Ursel: duque 1716, reconocido 1884


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