—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

275.-La Corona de San Esteban. Su naturaleza Jurídica y Histórica (II) a



Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 

Concepción jurídica de la Corona Húngara.



A comienzos del siglo XIX fue tasada la Sacra Corona Húngara. El valor del armazón de oro y las joyas que decoran la corona ascendía a 20.000 florines de oro, pero su valor artístico y simbólico es incalculable. Carlos I Roberto de Hungría tuvo que ser coronado en tres ocasiones, ya que no utilizó la Corona de San Esteban hasta el año 1310. Un ejemplo que muestra la importancia política y simbólica de la Sacra Corona Húngara, se desprende del hecho de que durante el periodo de entreguerras Hungría fue desde 1920 hasta 1946 un “reino con el trono vacante”, incluso después de que el último monarca húngaro, Carlos IV (Carlos I como emperador de Austria), intentase recuperar el trono en dos ocasiones durante 1921 sin conseguirlo.

En aquella época, en un reino con el rey ausente, se consideraba monarca del país a la Virgen María, a la que se rendía culto como Reina de Hungría y a pesar de la circunstancia de que el regente, Miklós Horthy, fuese protestante. Se promovió la doctrina política que reconocía a la Corona Húngara personalidad jurídica. Esto implicaba que los poderes del monarca o del gobierno provenían de la Corona (y que ésta no era sólo el símbolo de la autoridad del rey). De esta forma, en el escudo de Hungría se mantuvo la Corona de San Esteban pese a que la figura del rey había sido sustituida, de forma definitiva, por un regente. Esta doctrina sirvió para justificar un régimen marcadamente conservador y la carrera que Hungría emprendió para recuperar los territorios de la Corona de San Esteban perdidos, lo que arrastró al país a una alianza con el III Reich y a su derrota al finalizar la II Guerra Mundial.

Aunque Hungría posee una forma de gobierno republicana, en la actualidad la Corona de San Esteban figura en el escudo del país. Esta circunstancia genera controversia en los países vecinos, ya que podría simbolizar posibles reclamaciones de territorios que pertenecieron al Reino de Hungría. Gran parte de la población considera a la corona como el símbolo del mantenimiento de la soberanía húngara durante un milenio de historia turbulenta en la Europa central. Los movimientos políticos más conservadores se muestran partidarios de volver a otorgar poderes a la Corona Húngara, y por tanto dotarla de personalidad jurídica.

Historia de la Corona Húngara

La Corona de San Esteban ha tenido una existencia agitada, ha sido extraviada, recuperada y enviada fuera de Hungría en varias ocasiones. Durante el periodo de la Dinastía Arpad (1000-1301), la corona estuvo en la ciudad de Székesfehérvár, lugar donde se celebraban las ceremonias de coronación. Posteriormente estuvo custodiada en: Visegrado (Condado de Pest), Pozsony (actual Bratislava) y en Buda. Estuvo perdida en 1307 cuando el rey Otón de Hungría intentaba escapar de los ejércitos rivales del otro pretendiente al trono, el posterior Carlos I Roberto de Hungría. La corona había sido escondida en un recipiente para portar agua y durante la marcha se les cayó. Milagrosamente, al darse cuenta de que faltaba, regresaron al día siguiente y la hallaron en el mismo lugar donde la habían perdido. Finalmente pasó a manos del noble húngaro Ladislao Kán, quien se negaba a devolverla a Carlos Roberto, hasta que fue amenazado por el cardenal Gentilis, enviado papal. Kán, ante la amenaza de excomunión la devolvió de inmediato, y posteriormente Carlos Roberto fue coronado como rey con la santa corona.

Durante el siglo XV, a la muerte del rey húngaro Segismundo de Luxemburgo en 1437, el trono pasó a Alberto de Hungría, de la Casa de los Habsburgo, quien había tomado como esposa a Isabel de Luxemburgo, la hija del anterior rey. Sin embargo, al caer gravemente enfermo, Alberto murió en 1439 dejando a Isabel embarazada y en una situación política tensa, donde el reino húngaro estaba amenazado por los ejércitos turcos otomanos. Para evitar que el trono húngaro fuera tomado por otro que no fuese ella o sus descendientes, la reina le ordenó a su dama de compañía Helena Kottanner, quien era también nodriza de su hija, que entrase en el palacio de Visegrado y robase la Santa Corona húngara con ayuda de un par de colaboradores. De esta manera, con la corona escondida dentro de un cojín, Kottanner llevó en 1440 la joya hasta la reina, quien esa misma noche dio a luz a su hijo Ladislao el Póstumo, a quien coronaron como Ladislao V de Hungría.


Más tarde la familia real se vio forzada a huir a territorio austriaco, donde Federico III de Habsburgo le concedió asilo y mantuvo en su poder la Santa Corona. Esto significaba también que se adjudicaba a sí mismo el trono húngaroun, lo cual creó un serio problema con motivo de la coronación del joven conde Matías Corvino, electo rey de Hungría por la nobleza en 1458. Tras largas negociaciones recuperaron la Santa Corona y el rey pudo ser coronado.

Después de la muerte del rey Luis II de Hungría en la batalla de Mohács en 1526, los turcos otomanos comenzaron a ocupar el reino y el conde húngaro Juan Szapolyai, voivoda de Transilvania, se hizo coronar como rey Juan I de Hungría con la Santa Corona. A consecuencia del ataque del sultán Solimán y las pretensiones de Fernando I de Habsburgo, la corona finalmente fue a parar en el monarca austriaco, quien fue coronado rey húngaro a los pocos meses.

Puesto que gran parte del reino húngaro estaba ocupado, las ceremonias de coronación se hicieron a partir de entonces en Bratislava, que era el asentamiento húngaro de mayores dimensiones fuera de la esfera de poder otomana. Las siguientes coronaciones se realizaron en esa misma ciudad, que volvió a ocupar un puesto de segunda importancia después de que en 1686 la ciudad de Buda fuese liberada del dominio turco.

Al fracasar la Revolución Húngara de 1848, Lajos Kossuth tomó la Corona de San Esteban y las otras insignias reales y las enterró, dentro de una caja de madera, en un bosque de sauces cercano a Orsova (Transilvania). Recuperadas, las joyas de la Corona Húngara regresaron al Castillo Real de Buda en 1853.

Catorce años después, en 1867, la Corona de San Esteban y el resto de las joyas fueron utilizadas en la ceremonia de coronación de Francisco José como rey de Hungría.5 La última coronación húngara, celebrada también en Budapest, tuvo lugar el 30 de diciembre de 1916 en plena I Guerra Mundial, cuando Carlos de Habsburgo-Lorena fue coronado como Carlos IV de Hungría. 6 En ambas ocasiones la reina (en 1867 Isabel de Baviera7 y en 1916 Zita de Borbón-Parma8 ) portó una corona de diamantes.
El 4 de mayo de 1945, concluida la Segunda Guerra Mundial, las joyas de la Corona de Hungría fueron tomadas en Mattsee (Austria) por la 86ª División de Infantería de los Estados Unidos.9 Las joyas fueron trasladadas a la Europa occidental y finalmente entregadas al ejército estadounidense para evitar que cayeran en manos de la Unión Soviética. Durante gran parte de la Guerra Fría, las joyas estuvieron depositadas en el Depósito de la Reserva Federal de los Estados Unidos, que se encuentra en Fort Knox (Kentucky), junto a las reservas de oro de los Estados Unidos y otras piezas históricas de valor incalculable. El 6 de enero de 1978, después de realizarse una exhaustiva investigación para confirmar la autenticidad de la Corona, las joyas fueron devueltas al pueblo húngaro por orden del presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter. La investigación mencionada ha servido de base para gran parte de los conocimientos sobre las insignias de los monarcas húngaros actualmente disponibles.

Después de la caída del comunismo, la Corona de San Esteban volvió a figurar en el escudo de Hungría. En 1990 la Asamblea Nacional decidió recuperar la versión anterior a la II Guerra Mundial y no el escudo de 1849, de Luis Kossuth, que no incorporaba la corona.

Hungría es el único país en Europa que conserva, casi en su totalidad, un conjunto de insignias de coronación creado durante la Edad Media. El 1 de enero de 2000, la Sacra Corona Húngara, el cetro, el orbe y la espada fueron trasladados del edificio del Parlamento Húngaro al Museo Nacional de Hungría.
Los restos del extenso manto de la coronación se conservan en una cámara con gas inerte para que no se deteriore. A diferencia de la corona y el resto de las insignias, se piensa que el manto fue utilizado por San Esteban y elaborado aproximadamente en el año 1030. En algunos códices se recoge que el manto fue un obsequio realizado por la reina, Gisela de Baviera, y unas monjas. En el centro de la cola del manto figura el único retrato conocido de San Esteban, portando una corona (diferente de la que tradicionalmente se le ha atribuido). En una inscripción del manto de forma circular y en latín, se identifica a éste como una prenda litúrgica episcopal.
Se considera que el cetro es la pieza artísticamente más valiosa de las Joyas de la Corona de Hungría. Contiene una esfera maciza de cristal de roca decorada con "leones grabados", un producto raro fatimí del siglo X. Su mango está formado por una vara rígida decorada con trabajos de plata de gran calidad.
La espada ceremonial fue elaborada en Italia durante el siglo XIV. La espada de uso cotidiano que perteneció a San Esteban se conserva en la Catedral de San Vito en Praga desde 1368. Esta espada, que se encuentra en buen estado de conservación, tiene una hoja de 60 centímetros de longitud. La espada de uso cotidiano de San Esteban ha sido prestada a Hungría en diversas ocasiones, pero nunca fue empleada en las ceremonias de coronación.


CONSTITUCIÓN Y CORONA. EL MILENIO DE HUNGRÍA

Hungría festeja este año su milenio. No es un aniversario más. Detrás de él hay una historia muy movida en la que se alternan realizaciones y catástrofes. Por lo mismo hay aquí en el terreno institucional una experiencia en cierto modo única. Hungría no necesitó de constituciones escritas para forjar su identidad, ni para mantenerla en medio de las mayores adversidades ni para convertirse en un país moderno.
Desde su fundación por San Esteban, hace mil años, el reino de los magiares se ha hecho y rehecho en más de una ocasión, siempre en torno a la Corona, símbolo, a la vez, de la realeza y de la nacionalidad. Un objeto, la sacra corona, como se la llama desde el siglo XIV, y no un papel o carta magna es la prenda de unión entre las múltiples tierras y pueblos de Hungría. En la Corona se compendian, mejor que en un documento, las instituciones que conforman la constitución histórica y su permanencia a través de sus sucesivas reconstituciones.
Esta significación nacional e institucional de la sacra corona, requiere una explicación. Para buscarla es menester aventurarse en los entresijos del alma húngara, en la que al calor del cristianismo, se funden los magiares con la antigua Panonia romana. Todo lo cual ocurre precisamente alrededor del año 1000, bajo príncipes del linaje de Arpad, el duque Geiza (970 - 997) y su hijo San Esteban (997 - 1038), el primer rey.

CONSTITUCIÓN HISTÓRICA


A causa de su constitución histórica, Hungría es un caso singular en la historia institucional de Europa continental1. Recuerda a Inglaterra, que tiene leyes fundamentales, pero no constitución escrita, compuesta de artículos redactados, con mayor o menor fortuna, por comisiones adhoc2.
La constitución húngara, plasmada en instituciones, se renueva en el curso de los siglos. En este sentido difiere claramente de las escritas, que aparecen en Europa en 1791 con las de Polonia y de Francia y en 1811 y 1812 en los países hispánicos de uno y otro lado del Atlántico, con las de Venezuela y de España3. Estos textos, fijos como todo documento, duraron apenas meses y desde entonces han sido, una y otra vez reemplazados. Por lo mismo, no suelen sobrepasar el plano de los acontecimientos, la llamada historia de los sucesos.
En cambio, Hungría ofrece un ejemplo de instituciones con una vigencia multisecular, que entran de lleno en la historia de largo tiempo. Sólo en 1949, bajo la dominación soviética, se dictó allí una primera constitución escrita. A esta luz se entiende que la corona y no un texto legal se convirtieran en expresión del Estado y de su constitución histórica. Como afirma en el siglo XVII Révay: ubicumque coronam, ibi est regnum Hungariae... ("donde está la corona está el reino..."4). Más terminante es Eckhardt: "rey, reino y corona forman juntos la persona del Estado"5.

En otras palabras, la corona no es tan solo una insignia que ostenta el rey y que está en su mano variar y reemplazar a su arbitrio, mandando hacer otra. Es en sí misma un símbolo, como tal, único e insubstituible. Se remonta a San Esteban probablemente, quien fue coronado el día de Navidad de 1000. Elevado a los altares en 1083, se convirtió en celestial patrono y protector del reino. Una venerable tradición afirma que la recibió del Papa Silvestre II. Según estudios de Josef Déer, la actual corona, compuesta de dos partes, una inferior griega y otra superior latina, es de factura posterior a la invasión mongola del siglo XII. Pero, sin duda, reemplazó a otra más antigua, de la cual hay múltiples menciones, cuyo rastro se pierde entonces6.

La corona representa la unidad e independencia del reino. La cruz levemente inclinada en su parte superior, se interpreta como manifestación de que el rey de Hungría recibe su poder de Dios y no reconoce superior en lo temporal. No faltan quienes atribuyan esa inclinación nada menos que al dedo de Dios. De hecho, a diferencia del vecino reino de Bohemia, Hungría nunca formó parte del imperio. En la corona se simboliza al reino como tal, la unión de sus componentes bajo el monarca y su independencia frente a los poderes y potencias extranjeras -en primer término el imperio alemán y el bizantino- con las pretensiones de universalidad propias de ambos.

ORÍGENES Y CONSTANTES HISTÓRICAS

Recientes investigaciones arrojan nueva luz sobre los pueblos y sucesos que configuraron Europa Central hacia el año 10007. La conquista de Panonia por los magiares, su conversión y la fundación del reino bajo el linaje de Arpad no fueron hechos aislados. Como señaló Halecky, alrededor de esa fecha se completa la formación de Europa, iniciada medio milenio antes con las grandes migraciones8. Ultimamente para el profesor vienés Wolfram, la fundación del reino magiar forma parte de una especie de contragolpe frente a una invasión de nómades jinetes, semejante al que provocó la de los hunos o la de los ávaros.
 El caso de los Arpad y de los húngaros es contemporáneo y similar al de otros pueblos y casas reinantes en Europa Central, como los Piast en Polonia y los Premyslidas en Bohemia9. Por esta misma época, se convierten también, logran establecer cada uno una metrópoli eclesiástica -Praga para Bohemia en 973 o Gniezno para Polonia en 999: similares a Esztergom-Gran en Hungría (1001)-, y transforman un conjunto más o menos flojo de estirpes en un reino, núcleo de una nación que perdura hasta hoy. Paralelamente abrazan el cristianismo la Rus de Kiev (988) y los croatas. El milenio tiene así un sentido fundacional para Europa Central.



Pero el caso de los magiares presenta rasgos propios. Aquí sólo podemos apuntar algunos más relevantes. En primer término la temprana veneración de la corona que, como señaló Ernst Rauscher, es muy anterior a Bohemia y Polonia. Allí data sólo en el siglo XIV y se habla en general de corona regni, en sentido figurado10. En Hungría, en cambio, según mostró Karpat, desde el siglo XII tenemos una cadena de testimonios que la mencionan en sentido literal, como objeto material11.

No menos significativa es la autoidentificación de los húngaros con los hunos y su rey Atila, muerto, como se sabe, en Panonia. Según Sandor Eckhardt, a esta luz, la conquista del país por los Arpad en el siglo X, aparece como una reconquista o restitutio regni, es decir, recibe una legitimación histórica12. Así lo entendió, por lo demás, ya en el umbral del siglo XIII la Gesta o Chronica Hungarica del Anónimo P. Magister, a cuyo examen dedicó sugerentes páginas Michel de Fernandy13. Como el reino de Atila, la Hungría de Arpad también estaba compuesta por diversos pueblos tensadores del arco. Esta misma pluralidad reaparece en el Libellus de institutionum morum; advertencias de San Esteban a su hijo: nam unius linguae, unius que morum regnum imbecille et fragile est, es débil y frágil, un reino con una sola lengua y unas mismas costumbres14.

HUNGRÍA MÚLTIPLE Y LUCHADORA


Topamos aquí algunas constantes históricas de Hungría. El reino no se reduce ni se confunde con un pueblo determinado, con su lengua, traje, derecho, literatura, y modos de vida. La bóveda de la corona alberga desde el principio a tierras y gentes con lenguas y derechos diferentes. Hungría es así un microcosmos, donde conviven y se entrecruzan múltiples etnias y ethos, con costumbres y tradiciones propias. Aquí parece radicar la clave de su grandeza; en lo territorial, en lo folklórico y en lo cultural. Nada lo muestra mejor que la espontánea declaración de Papanek (1788 - 1802). "Non ego me nativitate Slavum, sed noveris educatione Germanum, nobilitate Hungarum, actuali officio curae animarum Illyrum esse", por nacimiento eslavo, por educación sabreis que soy alemán, por nobleza húngaro y croata por mis actuales deberes de cura de alma15. Agudamente, calificaba Csaplovics (1780 - 1847) medio siglo después a Hungría, de Europa en pequeño16. Por su parte, Fried habla últimamente de Polikulturalität17 (multiculturalidad).

Naturalmente la historia de esta suerte de anticipo de la unión europea no ha sido fácil. El húngaro es pacífico, pero no pasivo. Antes bien, es combativo. Sabe apreciar la diversidad, pero sabe también defenderla. Pluralidad y lucha se vuelven inseparables. Nadie gana al magiar en sacrificio por la patria común. Sabe resistir la adversidad. Es decir, se rehace y renace de las cenizas, tras los grandes derrumbes. Por encima de contrastes culturales y tensiones internas, Hungría debió campear a lo largo de estos mil años por labrarse un lugar en el corazón de Europa. Su sino ha sido guerrear y, lo que es más difícil, tras de la derrota, resistir a enemigos muy superiores, como los mongoles, los turcos y los soviéticos. El carácter y la cultura húngara se forjaron y depuraron en la lucha. De ahí su sello inconfundible. La larga vida de su constitución no es fruto del acaso sino de sucesivas reconstituciones.

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