—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

martes, 10 de julio de 2012

130.-Antepasados del rey de España: Reina María de Médici.


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Núñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farías Picón; Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolás Wasiliew Sala ; Marcelo Yáñez Garín; María Francisca Palacio Hermosilla; 

 
Reina María de Médici


  
Aldo  Ahumada Chu Han 

(Florencia, Italia; 26 de abril de 1575 - Colonia, 3 de julio de 1642) fue reina consorte de Francia, como la segunda esposa del rey Enrique IV de Francia —de 1600 a 1610— y Reina Regente de Francia hasta la mayoría de edad de su hijo, el futuro rey Luis XIII de Francia —de 1610 a 1617—. Tuvo una actuación destacada como coleccionista y mecenas de las artes.

Nacimiento

María de Médici nació el 26 de abril de 1575, en Florencia, en Gran Ducado de Toscana. Fue miembro de la de la rica y poderosa Casa de Medici y la sexta hija de Francisco I de Médici (1541-1587), gran duque de Toscana, y de Juana de Habsburgo-Jagellón (1547-1578), archiduquesa de Austria.
Cercana a los artistas de su Florencia natal, fue educada por Jacobo Ligozzi. También fue bailarina de ballet.

Reina de Francia

El matrimonio de María de Médici con el rey Enrique IV de Francia fue debido, principalmente, a las preocupaciones dinásticas y financieras del primer monarca francés de la Casa de Borbón. Para el rey de Francia fue su segundo matrimonio debido a que anteriormente había estado casado, desde el 18 de agosto de 1572, con Margarita de Valois con quien no fue nunca feliz y de quien se separó antes de su ascensión al trono francés, en 1589, sin haber tenido hijos. El matrimonio fue anulado en 1599.

María de Médici se casó el 17 de diciembre de 1600. Los Médici, banqueros acreedores del rey de Francia, prometieron una dote de 600.000 escudos de oro, lo que hizo que María fuera apodada como la “Gran banquera”.
Su llegada a Francia desde Marsella, tras su matrimonio por poderes en Florencia antes de llevarse a cabo su confirmación en Lyon, tuvo gran repercusión. Dos mil personas formaban su cortejo.
 Antoinette de Pons, marquesa de Guercheville y dama de honor de la futura reina, fue la encargada de recogerla en Marsella. Después de desembarcar, María de Médici se reunió con su esposo en Lyon, donde pasaron la noche de bodas.
María de Médici quedó embarazada en seguida, y el 27 de septiembre de 1601 nació el primer hijo, el delfín Luis, causando gran alegría tanto al rey como a todo el reino, ya que desde hacía cuarenta años se esperaba el nacimiento de un Delfín. María de Médici continuó con su papel de esposa y le dio a su marido varios hijos.
María de Médici no se entendía con Enrique IV. Sumamente celosa, no soportaba las aventuras femeninas de su marido, ni sus desaires; él la obligaba a relacionarse con sus amantes y además le escatimaba el dinero que necesitaba para cubrir todas las necesidades que su condición real le exigía. Las discusiones entre ambos eran frecuentes, seguidas por una relativa tranquilidad.
María tuvo que soportar los amoríos del rey con Catalina Enriqueta de Balzac d'Entragues, marquesa de Verneuil, con quien tuvo dos hijos: Gastón Enrique, duque de Verneuil, nacido en 1601 y legitimado en 1603 y Gabriela Angélica, conocida como mademoiselle de Verneuil, quien nació en 1603.
Más tarde, María toleró a una nueva amante de Enrique IV. Con Jacqueline de Bueil, condesa de Moret, con quien el rey tuvo un hijo: Antonio, conde de Moret, nacido en 1607 y legitimado en 1608.
A las infidelidades de su esposo se le sumó otro amorío con Carlota des Essarts, condesa de Romorantin, con quien tuvo dos hijas: Juana Bautista, nacida y legitimada en 1608 y María Enriqueta, que nació en 1609.
María de Médici quería hacerse coronar oficialmente como Reina de Francia, pero Enrique IV, por diversas razonas políticas, iba posponiendo la ceremonia. Fue necesario esperar al 13 de mayo de 1610, fecha en la que se esperaba una larga ausencia del rey —Enrique partió para conducir una “visita armada” a fin de solucionar un problema político entre los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico, y el caso de Cléveris y Juliers—, para que la reina fuera coronada en Saint-Denis e hiciera su entrada oficial en París. Al día siguiente el rey fue asesinado.

Regente de Francia.

Tras el regicidio de Enrique IV de Francia el 14 de mayo de 1610, la reina consorte María de Médici asumió la regencia en nombre de su hijo Luis XIII que aún no tenía 9 años, demasiado joven para poder reinar.
La posición insegura de su regencia ante la nobleza del reino y sus vecinos de Europa la obligó a romper con la política de Enrique IV. Destituyó a los consejeros del rey, pero no consiguió hacerse obedecer por los Grandes.
Para recuperar el poderío de Francia, no encontró mejor solución que pactar la paz con España. En 1615 este acercamiento se concretó por medio de un matrimonio que unió a las dinastías de Francia y de España. Su hija Isabel de Borbón se casó con el infante Felipe -hijo del rey Felipe III de España y futuro Felipe IV de España-. Un segundo matrimonio enlazó nuevamente a ambas dinastías reales cuando su hijo, el rey Luis XIII de Francia se casó con la infanta Ana de Habsburgo —también hija del rey Felipe III de España—.
La política de la reina provocó, no obstante, un gran descontento. Por una parte, los protestantes vieron con inquietud ese acercamiento de María con Su Majestad Católica, el rey de España Felipe III; por otra, María de Médici intentaba reforzar el poder de la monarquía con el apoyo de personas como Concino Concini, esposo de su hermana de leche y dama de compañía Leonora Dori, que no era apreciada por algunos nobles franceses. Éstos, llevados por la xenofobia, acusaban a los inmigrantes italianos que rodeaban a María de Médici de enriquecerse en perjuicio de la nobleza francesa. Aprovechándose de la debilitación causada por la regencia, los nobles de las grandes familias, con el príncipe Luis II de Borbón-Condé a la cabeza, se alzaron contra María de Médici para conseguir así unas compensaciones financieras.

Primer exilio.

Por otro lado, la reina medre, María de Médici no tenía buenas relaciones con su hijo, el rey Luis XIII de Francia. Sintiéndose humillado por la conducta de su progenitora, Luis XIII organizó en 1617 un golpe de estado en el que fue asesinado Concino Concini. Al tomar el poder, exilió a su madre en el Castillo de Blois.
Cuando María de Médici fue exiliada por su hijo, empezó a fraguarse su leyenda negra: se la acusó de haber procurado la riqueza y el poder de sus favoritos italianos, del despilfarro financiero causado por los derroches de la reina y su entorno y de la torpeza y la corrupción de su política que se había incrementado durante su gobierno.

Las dos guerras de la madre y del hijo y su retorno a la corte.

En 1619, la reina madre, María de Médici, se escapó de su prisión y provocó una sublevación contra su hijo, el rey Luis XIII de Francia. A este levantamiento se lo conoció como la “guerra de la madre y del hijo”. El tratado de Angulema, negociado por el Cardenal Richelieu, solucionó el conflicto. Pero la reina madre no se sintió satisfecha y volvió a levantarse en armas contra su hijo con la ayuda de los Grandes del reino. A este segundo levantamiento se lo denominó como la “segunda guerra de la madre y del hijo”. 
La coalición nobiliaria fue rápidamente derrotada en la batalla des Points-de-Cé por el rey, que perdonó a su madre y a los príncipes. Consciente de que no podía evitar la formación de complots en tanto que María de Médici estuviera en el exilio, el rey aceptó su retorno a la corte.
María de Médici volvió a París] donde se dedicó a la construcción de su Palacio de Luxemburgo. Tras la muerte de Carlos de Albert, duque de Luynes, en 1622, se fue introduciendo de manera subrepticia en la política. Richelieu jugó, en esos momentos, un papel importante en la reconciliación entre madre e hijo, sugiriendo que ella pudiera incorporarse al Consejo del rey.

Mecenas.

María de Médici, mecenas reconocida en la vida parisina, dio trabajo a Nicolas Poussin y Philippe de Champaigne en la decoración del Palacio de Luxemburgo, y encargó numerosas pinturas a Guido Reni y especialmente a Rubens, al que hizo ir a Amberes para la ejecución de una galería de pinturas dedicadas a su vida. Actualmente quedan 22 cuadros conservados en el Museo del Louvre.

Caída y exilio definitivo.

María de Médici continuó asistiendo a los Consejos del rey Luis XIII de Francia, según los asesoramientos del cardenal Richelieu a quien introdujo como ministro del rey. Durante unos años, no se percató del poder e importancia que su cliente y protegido iba adquiriendo.
 Cuando se dio cuenta de ello, intentó derrocarle por todos los medios. Sin comprender aún el carácter del rey, creyó que le sería fácil obtener la destitución de Richelieu pero, después del famoso Día de los Engañados, el 12 de noviembre de 1630, Richelieu pasó a ser el primer ministro y María de Médici se vio obligada a reconciliarse con él.
Finalmente, María decidió retirarse de la corte. El rey, sabiendo lo intrigante que podía llegar a ser, la envió al castillo de Compiègne, desde donde trató de huir a Bruselas en 1631, donde pensaba encontrar ayuda para su causa. Refugiada con los enemigos de Francia, María fue privada de su condición de reina de Francia y, por consiguiente, de sus pensiones.
El fin de María de Médici fue patético. Durante años vivió al amparo de las cortes europeas en Alemania, después en Inglaterra, intentando crear enemigos contra el cardenal y sin poder regresar nunca a Francia. Refugiada en la casa natal de Rubens, murió el 3 de julio de 1642, a los 67 años de edad, en Colonia, en el Sacro Imperio Romano Germánico, unos meses antes que Richelieu. Su cuerpo se encuentra enterrado en la Catedral de Colonia.


  
 La Galerie Médicis.


 
En la galería Medici se expone una de las decoraciones pintadas de mayor tamaño procedentes de un palacio parisino. Esta amplia sala se concibió especialmente para acoger los inmensos cuadros de Rubens que conforman el Ciclo de María de Medici. Aquí se reconstruye el esplendor de la galería de aparato que mandó crear dicha reina de Francia, a su regreso del exilio, en el palacio de Luxemburgo.

Un encargo real

La galería Medici reúne el conjunto del Ciclo de María de Medici, obra de uno de los mayores pintores de su tiempo, Pedro Pablo Rubens. Los lienzos están colgados siguiendo el orden cronológico de la vida de la reina, presentada de forma al mismo tiempo alegórica e histórica. María de Medici era la viuda del rey Enrique IV y la madre del rey Luis XIII, con el que mantenía una relación tensa. Cuando encargó estos cuadros en 1622, acababa de volver del exilio al que la había obligado su hijo.
Originaria de Florencia, María mandó construir en París el palacio de Luxemburgo (sede en la actualidad del Senado de Francia) siguiendo el modelo del palacio Pitti. La reina pretendía reproducir el lujo de los palacios florentinos de su infancia. Así, decidió decorar las dos grandes galerías de su nuevo palacio con cuadros que ilustraran su vida y la de su real esposo. Para ello, se dirigió a uno de los mejores pintores de su tiempo: Pedro Pablo Rubens.

Una proeza artística

En 1622, Rubens era uno de los pintores más apreciados de Europa. Formado en Flandes, Italia y España entre 1600 y 1608, antes de instalarse en Amberes, el pintor flamenco había hecho fortuna y dirigía un inmenso taller. Rubens se comprometió a acabar todos los cuadros del Ciclo de María de Medici en tan solo cuatro años y con su propia mano. Cumplió su palabra y los entregó en 1625, a tiempo para las celebraciones del matrimonio de la hija de la reina, Enriqueta, con el rey Carlos I de Inglaterra.
“Confieso que por instinto natural me siento más capacitado para ejecutar obras muy grandes que pequeñas curiosidades”, declaró el pintor. Y la galería Medici da fe de su prodigiosa capacidad de trabajo: ¡21 lienzos de cuatro metros de altura, es decir, 300 m2 de pintura, y tres grandes retratos de la reina y sus familiares! Una auténtica proeza. Sin embargo, la soberana era mala pagadora y el artista se las vio y las deseó para cobrar; tuvo que conformarse con ver la suma (considerable) de 60 000 libras reducida en un diez por ciento. En cuanto al Ciclo de la vida de Enrique IV, también previsto en un primer momento, no llegaría a realizarse.

La vida accidentada de María de Medici.

En sus obras, Rubens hace todo un despliegue de destreza y diplomacia, ya que la vida de la reina era un tema delicado. En 1610, a la muerte de Enrique IV, María de Medici asumió la regencia durante la minoría de edad de su hijo, el futuro Luis XIII, y así gobernó Francia. Cuando el joven tuvo edad de reinar, la regencia llegó a su fin. Sin embargo, María trató de conservar el poder hasta que en 1617 Luis XIII impuso su autoridad, y obligó a su madre a exiliarse. María se instaló entonces en el castillo de Blois. Hubo que esperar a 1621 para que madre e hijo se reconciliaran.
Al margen de su valor artístico, el encargo de los cuadros fue para María la oportunidad de presentar la historia a su manera. Gracias al arte de Rubens, la reina madre ofreció una versión idealizada de su vida y de su actividad política. Por otro lado, el artista tampoco deseaba disgustar al rey de Francia. Su labor era difícil…

Un auténtico torbellino barroco.

… y el resultado fue deslumbrante. El ciclo, impregnado de un aire barroco, combina con gran libertad las escenas históricas y las figuras alegóricas, el realismo de los retratos y el ingenio de los personajes mitológicos. Hace aparecer a divinidades grecorromanas y referencias cristianas para glorificar a María. En La instrucción de la reina, por ejemplo, Minerva, la diosa de las artes y las ciencias, y Mercurio, mensajero de los dioses, participan en su educación de futura soberana.
El estilo es barroco, con composiciones variadas y exuberantes. Desde los drapeados hasta las nubes, todo es impetuosidad y movimiento. Los cuerpos de los personajes, rollizos, carnosos y de tez nacarada, parecen arremolinarse en un tumulto de colores. Y, a pesar de esa profusión y esa variedad, el conjunto de lienzos no deja de ser armonioso.

Un ciclo al completo

En el palacio de Luxemburgo, el Ciclo de María de Medici estaba colgado en una galería mucho más angosta que esta. Los cuadros, transportados al Louvre en 1790 para ser restaurados, se exponen en sus paredes desde 1817, en un principio en la Gran Galería. En 1899, se trasladaron a la gran sala del primer piso del pabellón de Sesiones. El arquitecto Gaston Redon, responsable de ese cambio, privilegió el aspecto decorativo: para hacer referencia al palacio de Luxemburgo, los lienzos se presentaban con marcos dorados en una pared roja. Además, no estaban colocados en orden.
La presentación actual de las obras en el ala Richelieu tiene la doble ventaja de realzarlas y de exponerlas según la disposición concebida por Rubens. Así, uno de los conjuntos más imponentes del Louvre ha recuperado su coherencia.


 
 Catalina de Médicis


 

Catalina de Médici (Florencia, 13 de abril de 1519-Castillo de Blois, 5 de enero de 1589) fue una noble italiana (florentina), hija de Lorenzo II de Médici y Magdalena de la Tour de Auvernia. Como esposa de Enrique II de Francia, fue reina consorte de Francia desde 1547 hasta 1559, y madre de los reyes franceses Francisco II, Carlos IX y Enrique III. En dicho país es más conocida por la francofonización de su nombre, Catherine de Médicis. Los años durante los cuales reinaron sus hijos han sido llamados «la era de Catalina de Médici» a raíz de su enorme, si bien a veces cambiante, influencia en la vida política de Francia.


(Catalina de Medici o de Médicis; Florencia, 1519 - Blois, Francia, 1589) 

Reina de Francia. Hija de Lorenzo II de Médicis y de Madeleine de La Tour d'Auvergne, en 1533 casó con Enrique, hijo de Francisco I de Francia. Fue madre de diez hijos, a quienes se dedicó por completo aun después de que su marido accediera al trono con el nombre de Enrique II, en 1547. Durante el reinado de Enrique II de Francia, el poder político de la reina fue ejercido por Diana de Poitiers, la amante del monarca.
Tras la muerte de su marido en 1559, tampoco tuvo gran influencia en los asuntos de gobierno durante el reinado de su primogénito, Francisco II, dominado por sus hermanos Francisco, duque de Guisa, y Carlos, cardenal de Lorena, quienes empuñaban en realidad las riendas del poder en Francia. Ambos, jefes del bando católico, extremaron la tensión bélica con la facción protestante, a la que pertenecían Antonio de Borbón, rey de Navarra, Luis de Condé y los tres Coligny.
Al fallecimiento de su primogénito Francisco II, accedió al trono, con el nombre de Carlos IX, el segundo hijo de Catalina, que fue designada regente. Fue entonces cuando Catalina de Médicis reveló toda su capacidad para el ejercicio del poder, hasta el punto de convertirse en el centro de la política europea de la época. Acusada ya en su tiempo de maquiavelismo, la recreación romántica de su figura ha tejido en torno a ella una cierta leyenda negra común a muchos de los médicis: la falta de escrúpulos, el carácter intrigante y una serie interminable de seducciones y asesinatos jalonaron su regencia.

Sin embargo, y pese a haberse probado numerosos hechos que abonarían esta imagen, los historiadores han tendido a recuperar su figura, que han enmarcado en las circunstancias de su tiempo para destacar el papel crucial que desempeñó en el mantenimiento del equilibrio y la unidad en el país, completamente dividido por las diferencias religiosas, y la tolerancia que mostró en este campo, inhabitual en un tiempo dominado en gran medida por el fanatismo religioso.
Con todo, no pudo evitar que la intransigencia católica de Francisco, duque de Guisa, provocara la matanza de Wassy, el 1 de marzo de 1562, y desencadenara con ella las guerras de religión en Francia. Por coherencia política se vio obligada a tomar partido por el bando católico y ordenó la persecución de los hugonotes. Al año siguiente, no obstante, proclamó el edicto de Amboise, que revelaba cierta tolerancia con la facción protestante, a la cual necesitaba además como aliada frente a España.

Este esfuerzo de conciliación se repitió en 1570, cuando otorgó la amnistía a los protestantes en el edicto de Saint-Germain. En este contexto, Carlos IX de Francia fue proclamado mayor de edad y Gaspar de Coligny, un destacado miembro de la facción protestante que había entrado en el Consejo Real, comenzó a ejercer una fuerte influencia sobre el monarca, y lo indujo a declarar la guerra a Felipe II de España y a favorecer secretamente las actividades militares de los hugonotes. Catalina de Médicis, por su parte, consideraba que una guerra con España supondría el desastre para Francia si se llevaba a cabo en aquel momento.
Preocupada por este motivo, y también por la creciente influencia de Coligny sobre su hijo, Catalina de Médicis trató de asesinar a su oponente. Fracasada en su intento y temerosa de la previsible reacción, decidió adelantarse: con objeto de promover una matanza de protestantes, informó al rey de que éstos tramaban asesinarle tras la boda de su hermana, Margarita de Valois, con Enrique de Navarra. Presionado por su madre y el bando católico y, muy particularmente, por su hermano Enrique, duque de Anjou, y también por el duque Enrique I de Guisa, Carlos IX ordenó el masivo asesinato que ha pasado a la historia como la matanza de la noche de San Bartolomé (24 de agosto de 1572).
En ella murieron asesinados en París más de 3.000 hugonotes, incluido Gaspar de Coligny, y otros muchos perecieron en toda Francia en el trancurso de los días siguientes. Tras la muerte del rey en 1574, y gracias a sus intrigas políticas, Catalina consiguió que su hijo Enrique fuera elegido monarca de Polonia y, el mismo año 1574, coronado rey de Francia con el nombre de Enrique III. Catalina de Médicis destacó además, durante toda su regencia, por el firme mecenazgo que ejerció a favor de eruditos y artistas y por el gusto renacentista que encarnaba y que introdujo en la corte de Francia.

Primeros años

Catalina nació en Florencia, República de Florencia, como Caterina Maria Romula di Lorenzo de' Medici en el seno de la familia Médici, los gobernantes de facto de la próspera ciudad toscana, donde comenzaron como banqueros y se hicieron ricos y poderosos con la financiación de numerosas monarquías europeas. El padre de Catalina, Lorenzo II de Médici, fue nombrado duque de Urbino por su tío, el papa León X, pero el título fue heredado por Francesco Maria della Rovere a la muerte de Lorenzo. Por ello, aunque Catalina era hija de un duque, no era de alta cuna. Sin embargo, su madre Magdalena de la Tour de Auvernia, condesa de Boulogne, pertenecía a una de las más destacadas y antiguas familias de la nobleza francesa, prestigiosa ascendencia maternal que beneficiaría el posterior matrimonio de Catalina como princesa real de Francia.

La joven pareja de Lorenzo y Magdalena había contraído nupcias el año anterior en Amboise como parte de una alianza entre el rey Francisco I de Francia y el papa León X en contra del emperador Maximiliano I del Sacro Imperio. Según un cronista contemporáneo, cuando Catalina nació, sus progenitores se alegraron tanto «como si hubiera sido un varón». Apenas un mes después de su nacimiento, sin embargo, Catalina perdió a sus padres: Magdalena murió el 28 de abril de ese año por culpa de una sepsis puerperal y Lorenzo el 4 de mayo a causa de la sífilis. El rey francés quiso que Catalina fuera criada en la corte francesa, pero el papa León tenía otros planes para ella: casarla con el hijo ilegítimo de su hermano, Hipólito de Médici, y ponerlos a gobernar Florencia.
El cuidado de Catalina recayó primero en su abuela paterna, Alfonsina Orsini, esposa de Piero de Médici, pero a la muerte de esta en 1520 la niña se unió a sus primos y fue criada por su tía, Clarice Strozzi. El fallecimiento del papa León X en 1521 interrumpió brevemente el poder de los Médici, pero solo hasta la elección pontificia del cardenal Giulio de Médici como papa Clemente VII en 1523. El nuevo papa alojó a Catalina en el Palacio Medici Riccardi de Florencia y las gentes de la ciudad comenzaron a llamarla duchessina en deferencia a su infructuosa reclamación del ducado de Urbino.
En 1527 los Médici fueron derrocados en Florencia por una facción opuesta al régimen encabezada por el representante de Clemente VII, el cardenal Silvio Passerini, y Catalina fue recluida en una serie de conventos hasta que finalmente acabó en el de la Santissima Annunziata delle Murate, donde vivió tres años. Mark Strage describió estos años como «los más felices de toda su vida».
​ Clemente VII no tuvo otra opción que coronar a Carlos I de España como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a cambio de su ayuda para retomar la ciudad.
 En octubre de 1529 las tropas del emperador sitiaron Florencia. Ante la prolongación del asedio algunos pidieron que Catalina fuera asesinada y su cuerpo expuesto desnudo y encadenado en las murallas de la ciudad; otros llegaron a decir que fuera entregada a las tropas como gratificación sexual. La ciudad acabó por capitular el 12 de agosto de 1530 y Clemente VII pidió a Catalina que abandonara su querido convento para unirse a él en Roma, donde la recibió con los brazos abiertos y lágrimas en los ojos. Luego se dedicó a buscarle esposo.

Matrimonio

En su visita a Roma, un enviado veneciano describió a Catalina como «de poca estatura y delgada, sin rasgos delicados, pero con unos ojos saltones peculiares de la familia Médici». Sin embargo, varios pretendientes pidieron su mano, entre ellos Jacobo V de Escocia, que envió al duque de Albany para intentar concretar un matrimonio en abril o noviembre de 1530. Cuando Francisco I de Francia propuso a su segundo hijo, Enrique, duque de Orleans, a comienzos de 1533, Clemente se entusiasmó con la oferta porque el hijo del rey francés era un matrimonio extraordinariamente ventajoso para Catalina, quien a pesar del dinero de su familia, era de origen plebeyo.
La boda, que se celebró en Marsella el 28 de octubre de 1533, fue un gran acontecimiento marcado por la exhibición extravagante y la entrega de regalos. El príncipe Enrique bailó y participó en justas por Catalina. La pareja, de sólo catorce años, abandonó el baile de su boda a medianoche para consumar sus deberes maritales. Enrique llegó al dormitorio acompañado de su padre, el rey Francisco, de quien se dice que permaneció allí hasta que el matrimonio se hubo consumado y llegó a decir que «ambos mostraron su valor en la justa». El papa Clemente VII visitó a los recién casados en su cama al día siguiente y dio su bendición a los procedimientos de la noche.
Catalina vio muy poco a su marido en su primer año de matrimonio, pero las damas de la corte la trataron muy bien, impresionadas por su inteligencia y entusiasmo. Sin embargo, la muerte del papa Clemente VII el 25 de septiembre de 1534 minó la posición de Catalina en la corte francesa y el siguiente papa, Paulo III, rompió la alianza con Francia y rehusó pagar su enorme dote, lo que llevó a Francisco I a lamentar que «la muchacha nos ha venido desnuda».
El príncipe Enrique no mostró ningún interés en su esposa Catalina y, sin ningún recato, tomó varias amantes. La pareja no tuvo hijos en sus diez primeros años de matrimonio pero, en 1537, la amante de Enrique, Filippa Duci, dio a luz una hija que fue reconocida públicamente por el propio príncipe. Este hecho probó la fertilidad del heredero francés y añadió presión sobre Catalina para que tuviera un descendiente.

Delfinado

En 1536 el hermano mayor de Enrique, Francisco, sufrió un resfrío después de un partido de tenis, contrajo una fiebre y murió, dejando así a su hermano menor como heredero del trono. Abundaron las sospechas de que Francisco había sido envenenado, y se culpó a muchos de ello, desde Catalina hasta el emperador Carlos V.​ El noble Sebastiano de Montecuccoli, secretario de Francisco, confesó bajo tortura haber envenenado al delfín,​aunque en la actualidad se cree que el joven heredero al trono falleció a causa de la pleuresía o de la tuberculosis.
Como delfina, se esperaba de Catalina que diera a luz al futuro heredero al trono. Según el cronista de la corte Pierre de Brantôme, «muchos recomendaron al rey y al delfín repudiarla, ya que era necesario continuar la línea sucesoria de la monarquía francesa». Se habló de divorcio, y en su desesperación Catalina intentó todos los medios conocidos entonces para quedar encinta, como ponerse estiércol de vaca y cuernos de ciervo molidos en su «fuente de la vida» o beber orina de mula.El 19 de enero de 1544 por fin dio a luz a un hijo, bautizado con el nombre de Francisco, en honor de su abuelo, el rey Francisco I.
Tras quedarse embarazada una vez, Catalina no tuvo problemas para quedar embarazada de nuevo. Puede que esto se lo haya debido al médico Jean François Fernel, de quien se dijo que había advertido ciertas anomalías en los órganos sexuales de la pareja y los aconsejó para solucionar el problema. Fernel, sin embargo, negó haber jamás brindado tales consejos.
 Catalina pronto concibió de nuevo y el 2 de abril de 1545 dio a luz a una hija, Isabel. Tuvo otros ocho hijos de Enrique, siete de los cuales sobrevivieron a la infancia, incluidos el futuro Carlos IX (nacido el 27 de junio de 1550), el futuro Enrique III (el 19 de septiembre de 1551) y Francisco, duque de Anjou (18 de marzo de 1555), además de Claudia (nacida el 12 de noviembre de 1547) y Margarita (nacida el 14 de mayo de 1553). Con ello quedaba asegurado el futuro a largo plazo de la dinastía Valois, que había gobernado Francia desde el siglo XIV.
Sin embargo, la capacidad de Catalina de tener hijos no logró mejorar su matrimonio. Alrededor del año 1538, con diecinueve años, Enrique había tomado como amante a Diana de Poitiers, de treinta y ocho,​ a la que amó el resto de su vida.[34]​ A pesar de esto, respetó el estatus de Catalina como su consorte y cuando murió el rey Francisco I en 1547 ella se convirtió en reina consorte de Francia. Catalina fue coronada en la basílica de Saint-Denis el 10 de junio de 1549.

Reina de Francia

Catalina de Médici como reina de Francia. «Su boca es demasiado grande y sus ojos prominentes», escribió un enviado veneciano cuando Catalina se acercaba a los cuarenta años, «pero es una mujer muy distinguida, con una figura bien formada, una piel bonita y unas manos con forma exquisita».
Enrique no permitió intervenir en política a la reina Catalina, y aunque algunas veces ella actuó como regente durante las ausencias de su marido, sus poderes eran estrictamente nominales. Enrique incluso le dio el castillo de Chenonceau, que Catalina quería para ella, a su amante Diana de Poitiers, quien además se situó en su lugar en el centro del poder, actuando como patrona y aceptando favores.
 El embajador del Sacro Imperio Romano Germánico en Francia relató que en presencia de invitados Enrique se sentaba en el regazo de Diana a tocar la guitarra, charlar de política o acariciarle los pechos.​ Diana nunca vio a Catalina como una amenaza, e incluso animó al rey a pernoctar con ella y engendrar más hijos.
En 1556, Catalina estuvo a punto de morir dando a luz a dos gemelas, Juana y Victoria. Los cirujanos salvaron a Victoria rompiendo las piernas de Juana, que murió en el vientre. La hija superviviente, Victoria, falleció siete semanas después. Puesto que su parto casi le costó la vida a Catalina, el médico real le aconsejó al rey que no tuvieran más hijos, de manera que el rey dejó de visitar la alcoba de su esposa y empezó a pasar todo su tiempo con su amante. Catalina nunca tuvo más hijos.
El reinado de Enrique permitió el ascenso de los hermanos Guisa, Carlos, que se convirtió en cardenal, y Francisco, amigo de la infancia de Enrique, los cuales fueron nombrados duques de Guisa.​ Su hermana, María de Guisa, había contraído matrimonio con Jacobo V de Escocia en 1538 y fue la madre de María, reina de los escoceses. Con cinco años y medio María fue llevada a la corte francesa, donde fue prometida al delfín, Francisco. Catalina la crio junto a sus propios hijos en la corte parisina mientras María de Guisa gobernaba Escocia como regente de su hija.
Entre el 3 y el 4 de abril de 1559, Enrique firmó la Paz de Cateau-Cambrésis con el Sacro Imperio Romano Germánico y con Inglaterra, lo que ponía fin a la Guerra italiana de 1551-1559. El tratado fue sellado con el compromiso matrimonial de Isabel, la hija de trece años de Catalina, con el monarca más poderoso del mundo, Felipe II de España.[45]​ Su matrimonio por poderes (sin los esposos presentes) se celebró en París el 22 de junio de 1559 con grandes fastos, bailes, máscaras y cinco días de justas.
El rey Enrique tomó parte en las justas luciendo los colores blanco y negro de Diana. Derrotó a los duques de Guisa y Nemours, pero el joven Gabriel, conde de Montgomery, lo golpeó y desmontó. El rey insistió en volver a justar contra el conde, y esta vez el de Montgomery rompió su lanza en la cara del monarca, que se tambaleó con la cara sangrando y con astillas «de gran tamaño» clavadas en un ojo y la cabeza. Catalina, Diana y el príncipe Francisco se desmayaron. El rey fue transportado al castillo de Tournelles, donde le extrajeron cinco astillas de la cabeza, una de las cuales había atravesado un ojo y el cerebro. Catalina se quedó junto al lecho del monarca, pero Diana se mantuvo alejada, «por miedo», según palabras de un cronista, «a ser expulsada por la reina».
 En los siguientes diez días el estado del rey fluctuó, y llegó a estar lo suficientemente bien como para dictar cartas y escuchar música. Sin embargo, lentamente perdió la vista, el habla y la razón, y el 10 de julio de 1559 murió, a la edad de 40 años. Desde ese día, Catalina adoptó una lanza rota como su emblema, inscrita con las palabras latinas «lacrymae hinc, hinc dolor» («de esto vienen mis lágrimas y mi dolor»), además de vestir de negro en señal de luto por Enrique.


Reina madre
Reinado de Francisco II

Francisco II se convirtió en rey con solo quince años. En lo que ha sido llamado un golpe de Estado, el cardenal de Lorena y el duque de Guisa—cuya sobrina, María, reina de los escoceses, se había casado con Francisco el año anterior—tomaron el poder el día después de la muerte de Enrique II y rápidamente se trasladaron al Louvre con la joven pareja.
​ El embajador inglés dijo unos días después que «la casa de Guisa controla todo lo concerniente al rey francés». Por el momento, Catalina trabajó con los Guisa por necesidad, pues no tenía derecho a un rol en el gobierno de Francisco, en tanto se consideraba que este tenía edad suficiente para gobernar por sí mismo.Sin embargo, todos los actos oficiales del rey empezaba con las palabras:
 «Siendo este el buen placer de la Reina, mi señora madre, y yo, aprobando también toda opinión que ella manifieste, estoy conforme y ordeno que…».
[Catalina no dudó en explotar su nueva autoridad y una de sus primeras decisiones fue forzar a Diana de Poitiers a entregar las joyas de la corona y devolver el castillo de Chenonceau a la monarquía. Después se empeñó en deshacer todas las reformas llevadas a cabo allí por Diana.
Los hermanos Guisa comenzaron a perseguir con celo a los protestantes. Catalina adoptó una postura moderada y se manifestó en contra de las persecuciones de los Guisa, aunque no sentía ninguna simpatía particular por los hugonotes, cuyas creencias nunca compartió. Los protestantes buscaron primero el liderazgo de Antonio de Borbón, rey de Navarra, el Primer príncipe de sangre, y después, con más éxito, el de su hermano Luis, príncipe de Condé, que apoyó una conspiración para derrocar por la fuerza a los Guisa.
 Enterados los Guisa del complot, trasladaron la corte al fortificado castillo de Amboise. El duque de Guisa lanzó un sorpresivo ataque en los bosques circundantes de la fortaleza y tomó desprevenidos a los rebeldes, muchos de los cuales resultaron muertos, incluido su comandante, La Renaudie. Otros fueron ahogados en el río o colgados de las almenas a la vista de Catalina y el resto de la corte.

En junio de 1560, Michel de L'Hospital fue nombrado canciller de Francia. Este buscó el apoyo de los órganos constitucionales de Francia y trabajó junto a Catalina para defender la ley frente a la creciente anarquía.
 Ninguno de los dos vio la necesidad de castigar a los protestantes, que oraban en privado y no habían tomado las armas. El 20 de agosto de 1560, Catalina y el canciller defendieron esta política ante una asamblea de notables en Fontainebleau, ocasión que los historiadores recuerdan como un temprano ejemplo de la capacidad para gobernar de Catalina. Mientras, Luis de Condé creó un ejército y comenzó a atacar ciudades del sur en el otoño de 1560. Catalina le ordenó presentarse en la corte y lo encarceló tan pronto apareció. Fue juzgado en noviembre, encontrado culpable de delitos contra la corona y sentenciado a muerte. Sin embargo, salvó su vida por la enfermedad y muerte del rey Francisco II, sucedida a causa de una infección o absceso en su oído.

Cuando Catalina fue consciente de que Francisco iba a morir hizo un pacto con Antonio de Borbón, según el cual él renunciaría a su derecho a la regencia del futuro rey, Carlos IX, a cambio de la liberación de su hermano Condé. Por ello, cuando el rey Francisco murió el 5 de diciembre de 1560, el Consejo Real nombró a Catalina gobernanta de Francia con amplios poderes. Escribió a su hija Isabel: 
«Mi objetivo principal es honrar a Dios en todas las cosas y preservar mi autoridad, no para mí, sino para conservar este reino y para el bien de todos tus hermanos».

Reinado de Carlos IX

Carlos IX tenía diez años de edad al momento de su coronación, durante la que lloró. Inicialmente, Catalina lo mantuvo muy cerca de ella, e incluso dormía en su habitación.[66]​ Ella presidía su consejo, decidía políticas y controlaba los asuntos de Estado y el patronazgo. Sin embargo, Catalina nunca estuvo en condiciones de gobernar todo el reino en su conjunto, pues estaba al borde de una guerra civil y en muchos lugares de Francia el poder de los nobles era mayor que el de la corona. Los desafíos que Catalina hubo de encarar eran complejos y en muchos aspectos difíciles de comprender para una extranjera como ella.

La reina convocó a líderes eclesiásticos de ambos bandos en un intento por resolver sus diferencias doctrinales, pero a pesar de su optimismo el resultante Coloquio de Poissy terminó el 13 de octubre de 1561 en un completo fracaso, y se disolvió sin su permiso. El fracaso de Catalina se debió a que vio la división religiosa solamente en términos políticos y, en palabras del historiador R. J. Knecht, «subestimó la fuerza de la convicción religiosa pensando que todo se arreglaría con solo lograr que los líderes de los partidos se pusieran de acuerdo».
​ En enero de 1562 Catalina promulgó el tolerante Edicto de Saint-Germain, en un nuevo intento por tender puentes con los protestantes.
 Sin embargo, el 1 de marzo de 1562, en un incidente conocido como Masacre de Wassy, el duque de Guisa y sus hombres atacaron a los hugonotes que celebraban una ceremonia en un granero en Wassy, matando a 74 e hiriendo a más de 100. El duque, que calificó la masacre como «un lamentable incidente», fue vitoreado como un héroe en las calles de París mientras los hugonotes clamaban venganza.
 Esta masacre encendió la mecha que prendió las Guerras de religión de Francia. Durante los siguientes treinta años, el reino estuvo o bien en estado de guerra civil o bien en uno de tregua armada.
Solo un mes después Luis de Borbón, príncipe de Condé, y el almirante Gaspar de Coligny, habían reunido ya un ejército de 1 800 hombres y firmado una alianza con Inglaterra, y comenzaron a capturar una ciudad tras otra en Francia. Catalina se reunió con Coligny, pero este se negó a dar marcha atrás. La reina le dijo entonces:
 «Puesto que usted confía en sus fuerzas, le mostraremos las nuestras».
El ejército real respondió rápidamente y puso sitio a la ciudad de Ruan, en poder de los hugonotes. La reina visitó en su lecho de muerte a Antonio de Borbón, rey de Navarra, que había sido fatalmente herido por un tiro de arcabuz. Catalina insistió además en visitar personalmente el campo de batalla y, cuando le advirtieron del peligro de ello, se echó a reír y dijo «Mi coraje es tan grande como el vuestro».
Los católicos capturaron Ruan, pero su triunfo fue efímero, porque el 18 de febrero de 1563 un espía llamado Poltrot de Méré disparó con un arcabuz por la espalda a Francisco, duque de Guisa, durante el asedio de Orleans. El asesinato provocó una disputa aristocrática que complicó mucho las guerras de religión francesas en los siguientes años.
​ Catalina, sin embargo, se mostró encantada con la muerte de su aliado: 
«Si el duque de Guisa hubiera muerto antes», dijo al embajador veneciano, «se habría alcanzado la paz más pronto».
El 19 de marzo de 1563 el Edicto de Amboise, también conocido como Edicto de Pacificación, puso fin a la guerra. Entonces Catalina reunió a las fuerzas católicas y de los hugonotes para reconquistar El Havre de manos inglesas.

Hugonotes

El 17 de agosto de 1563, Carlos IX fue declarado mayor de edad en el Parlamento de Ruan, pero nunca fue capaz de gobernar por su cuenta y mostró poco interés en el gobierno.[78]​ Catalina decidió poner en marcha una campaña para hacer cumplir el edicto de Amboise y reavivar la fidelidad a la corona. Para ello partió con el rey Carlos y con la corte en una gira por toda Francia que duró desde enero de 1564 hasta mayo de 1565,​ un largo periplo en el que Catalina mantuvo conversaciones con la reina protestante Juana III de Navarra en Mâcon y Nérac. 
También se vio con su hija Isabel en Bayona, cerca de la frontera con España, en medio de lujosas fiestas cortesanas. El monarca español Felipe II excusó su presencia y en su representación envió al duque de Alba para decir a Catalina que desechara el edicto de Amboise y encontrara soluciones punitivas al problema de los herejes.
En 1566, a través del embajador en el Imperio otomano, Guillaume de Grandchamp de Grantrie, y sobre la base de la duradera alianza franco-otomana, Carlos IX y Catalina propusieron a la Sublime Puerta un plan para reubicar a los hugonotes y a los luteranos franceses y alemanes en Moldavia, principado bajo control otomano. El fin era crear una colonia militar y una barrera protectora frente a los Habsburgo. Este plan también tenía la ventaja añadida de la eliminación de los hugonotes de Francia, pero no logró interesar a los otomanos.
El 27 de septiembre de 1567, en una redada conocida como la sorpresa de Meaux, fuerzas de los hugonotes intentaron apresar al rey, lo que reavivó una nueva guerra civil. La corte, tomada por sorpresa, huyó desordenadamente a París.
 La guerra terminó con la Paz de Longjumeau firmada el 22-23 de marzo de 1568, pero la inestabilidad civil y el derramamiento de sangre continuaron.[84]​ Asimismo, la Emboscada de Meaux marcó un punto de inflexión en la política de Catalina hacia los hugonotes y a partir de ese momento la reina abandonó el compromiso por una política de represión.
En junio de 1568 dijo al embajador veneciano que todo lo que se podía esperar de los hugonotes era el engaño, y elogió la política de terror impuesta por el duque de Alba en los Países Bajos, donde miles de calvinistas y rebeldes fueron condenados a muerte.
Los hugonotes se retiraron hasta la ciudad fortificada de La Rochelle en la costa atlántica francesa, donde se les unieron Juana de Albret y su hijo de quince años, Enrique de Borbón. «Hemos llegado a la determinación de morir, todos», escribió Juana a Catalina, «en lugar de abandonar a nuestro Dios y nuestra religión».
 Catalina llamó a Juana, cuya rebeldía amenazaba a la dinastía Valois, «la mujer más descarada del mundo». A pesar de todo, la Paz de Saint-Germain, firmada el 8 de agosto de 1570 debido a que a que el ejército real se había quedado sin paga, concedió mayor tolerancia a los hugonotes que nunca antes.

Catalina miró por los intereses de la dinastía Valois acordando importantes matrimonios dinásticos. En 1570 Carlos IX se desposó con Isabel de Austria, hija de Maximiliano II, emperador del Sacro Imperio, y también buscó casar a uno de sus dos hijos menores con la reina Isabel I de Inglaterra.​ Tras la muerte de su hija Isabel en 1568, esposa de Felipe II, propuso que el rey español se casara con su otra hija, Margarita. Después buscó casarla con Enrique III de Navarra, con la esperanza de unir los intereses de los Valois y los Borbones. Sin embargo, Margarita tenía un idilio secreto con Enrique, hijo del último duque de Guisa. Cuando Catalina se enteró de ello, fue a buscarla a su cama junto con el rey y entre ambos la agredieron, rompiendo su ropa de dormir y arrancándole mechones de pelo.
La reina Catalina presionó a Juana de Albret para que acudiera a la corte, diciéndole por escrito que quería ver a sus hijos y prometiéndole que no les haría daño. Juana le contestó:
 «Perdónadme si, leyendo esto, me dan ganas de reír, porque queréis que no sufra un miedo que nunca he sentido. Nunca he creído que, como dicen algunos, comáis niños».
 Cuando finalmente Juana fue a la corte, Catalina la presionó duramente[N 5]​ y la convenció para casar a su amado hijo con Margarita, al tiempo que Enrique podía seguir siendo hugonote. Sin embargo, estando en París comprando ropa para la boda, Juana enfermó y murió a la edad de 44 años. Los escritores hugonotes acusaron tiempo después a Catalina de haberla asesinado con unos guantes envenenados.
 La boda se celebró el 18 de agosto de 1572 en la catedral de Notre-Dame de París.

Matanza de San Bartolomé

Tres días después el almirante Coligny caminaba de vuelta a sus estancias desde el Louvre cuando sonó un disparo en una casa y resultó herido en la mano y el brazo. Se descubrió un arcabuz humeante en una ventana, pero el culpable ya había escapado por la parte trasera del edificio y huido en un caballo que le esperaba. Coligny fue trasladado a sus alojamientos en el Hôtel de Béthisy, donde el cirujano Ambroise Paré extrajo una bala de su codo y le amputó el dedo herido con un par de tijeras. Catalina, que se dice que recibió la noticia sin emoción, hizo una lacrimógena visita a Coligny y le prometió castigar a su atacante. Muchos historiadores han culpado a la reina del ataque a Coligny, mientras que otros apuntan a la familia Guisa o a un complot entre el papa y los españoles para acabar con la influencia de Coligny sobre el rey de Francia.
 Sea cual sea la verdad, el baño de sangre que se produjo muy poco después escapó del control de Catalina o de cualquier otro líder.
La matanza de San Bartolomé, que se inició dos días después, ha manchado la reputación de Catalina para siempre.No hay ninguna razón para pensar que ella no tuvo nada que ver en la decisión del rey Carlos IX el día 23 de agosto:

 «¡Entonces matadlos!, ¡Matadlos a todos!».
La idea era clara: Catalina y sus asesores esperaban el levantamiento hugonote para vengar el ataque a Coligny, por lo que eligieron golpear primero y eliminar a todos los líderes hugonotes que todavía estaban en París después de la boda.
La masacre en la capital francesa duró al menos una semana, y se extendió a otras partes del reino, donde persistió hasta el otoño. En palabras del historiador Jules Michelet, «San Bartolomé no fue un día, fue una temporada».
 El 29 de septiembre, cuando Enrique III de Navarra se arrodilló ante el altar como católico tras haberse convertido para evitar su asesinato, Catalina se giró hacia los embajadores y se echó a reír. De esta época data la leyenda de la malvada reina italiana. Los escritores hugonotes la calificaron como una intrigante italiana que había actuado según los principios de Maquiavelo para acabar con todos sus enemigos de un solo golpe.

Reinado de Enrique III

Dos años después Catalina enfrentó una nueva crisis con la muerte por pleuresía de Carlos IX, a la edad de 23 años. Las últimas palabras del monarca fueron:
 «¡Oh, mi madre...!».
 El día antes de su muerte nombró regente a su madre debido a que su hermano y heredero, Enrique, duque de Anjou, estaba en la Mancomunidad de Polonia-Lituania, de la que era rey desde al año anterior. Sin embargo, tres meses después de su coronación en la catedral de Wawel, Enrique abandonó ese trono para convertirse en rey de Francia. Catalina escribió a su hijo:
 «Estoy desolada por la escena y por el amor que me mostró hasta el final… Mi único consuelo es verte aquí pronto, como tu reino necesita, y con buena salud, porque si te perdiera, yo misma me enterraría viva contigo».

Enrique era el hijo favorito de Catalina. A diferencia de sus hermanos, llegó al trono en la edad adulta, y también era más saludable, a pesar de que sufría de unos pulmones débiles y fatiga constante. Su interés en los asuntos de gobierno, sin embargo, resultó irregular, y dependió de Catalina y de su equipo de secretarios hasta las últimas semanas de vida de su madre. A menudo se desentendió del gobierno para dedicar su tiempo a actos de piedad, como peregrinaciones y flagelaciones.
 Por otra parte, fue famoso por su círculo de favoritos llamado Les Mignons, un grupo de jóvenes frívolos que, según el cronista contemporáneo Pierre de L'Estoile, se hicieron a sí mismos «absolutamente odiosos, tanto por su comportamiento estúpido y arrogante como por sus escandalosas y afeminadas ropas, pero sobre todo por los enormes regalos que el rey les hizo».

Enrique se casó con Luisa de Lorena-Vaudémont en febrero de 1575, dos días después de su coronación. Su elección frustró los planes de Catalina para emparejarlo con una princesa extranjera. Los rumores sobre la incapacidad de Enrique para concebir hijos estaban entonces muy extendidos, y el nuncio papal Salviati observó que «solo con dificultad imaginamos que habrá descendientes… los médicos y todos los que lo conocen bien dicen que tiene una constitución muy débil y no vivirá mucho».
 Con el paso del tiempo y con las posibilidades de que la pareja real tuviera hijos disminuyendo, el hijo menor de Catalina, Francisco, duque de Alençon y conocido como «Monsieur», interpretó su papel como heredero al trono y explotó repetidamente la anarquía de las guerras civiles, que ya entonces estaban más motivadas por el poder de los nobles que por la religión. Catalina hizo todo lo que estaba en su mano para atraer a Francisco y en una ocasión, en marzo de 1578, leyó para él durante seis horas sobre su peligroso comportamiento subversivo.

En 1576, en un movimiento que puso en peligro el trono de Enrique, Francisco se alió con los príncipes protestantes en contra de la corona,​ y el 6 de mayo de ese año Catalina hubo de acceder a casi todas las demandas de los hugonotes con el edicto de Beaulieu. El tratado vino a conocerse como la Paz de Monsieur porque se pensaba que Francisco lo había impuesto a la Corona.
El duque de Alençon murió de tuberculosis en junio de 1584 tras una desastrosa intervención en los Países Bajos en que su ejército fue masacrado. Al día siguiente Catalina escribió: «Soy tan miserable que estoy viviendo lo suficiente para ver morir muchas personas antes que yo, aunque me doy cuenta de que debe cumplirse la voluntad del Señor, que Él es dueño de todo, y que Él nos presta a los hijos solo el tiempo que él quiere».
 La muerte de su hijo menor fue una calamidad para los sueños dinásticos de Catalina, pues según la ley sálica solo los varones podían acceder al trono y ahora únicamente el hugonote Enrique de Navarra era el presunto heredero al trono de Francia.

La reina madre había tenido al menos la precaución de casar al navarro con su hija, Margarita. Sin embargo, su hija menor se convirtió en otro dolor de cabeza, al igual que Francisco, y en 1582 Margarita regresó a la corte francesa sin su marido. Catalina la oyó gritar que su esposo tenía amantes, por lo que decidió enviar a Pomponne de Bellièvre a Navarra para intentar arreglar el regreso de Margarita. En 1585 la hija de Catalina volvió al reino de su marido, pero se retiró a su propiedad en Agén y le solicitó dinero a su madre. La reina regente le envió solo el necesario para «tener comida en su mesa».
​ Después de trasladarse a la fortaleza de Carlat, la díscola Margarita tomó un amante llamado d'Aubiac, por lo que su madre se puso en contacto con Enrique para consultarle antes de actuar y así evitar una nueva vergüenza familiar. Como resultado, Margarita fue recluida en el castillo d'Usson y su amante d'Aubiac ejecutado, aunque no delante de ella, como Catalina deseaba. La reina regente alejó a Margarita de ella y nunca más la volvió a ver.

La reina italiana no fue capaz de controlar a Enrique de la misma manera que había hecho con Francisco y Carlos,​ y su rol en el gobierno fue como diplomático itinerante. Viajó mucho a lo largo del reino, imponiendo su autoridad y tratando de acabar con la guerra. En 1578 comenzó la tarea de pacificar el sur, y con 59 años se embarcó en un viaje de año y medio por todo el sur de Francia para tratar cara a cara con todos los líderes hugonotes. Estos esfuerzos hicieron que Catalina se ganara un nuevo respeto del pueblo francés,​ por lo que a su regreso a París en 1579 fue recibida a las afueras de la ciudad por el parlamento y multitud de gente. Gerolamo Lipomanno, embajador veneciano, escribió: 
«Es una princesa infatigable, nacida para dominar y gobernar a un pueblo tan rebelde como el francés: ellos reconocen ahora sus méritos, su preocupación por la unidad, y sienten no haberlo apreciado antes».
 Sin embargo, Catalina no se hacía ilusiones y el 25 de noviembre de 1579 escribió al rey:
 «Está en puertas una revuelta general. Cualquiera que le diga lo contrario es un mentiroso».

Liga Católica

Muchos líderes del catolicismo se horrorizaron por los intentos de Catalina de apaciguar a los hugonotes. Tras el edicto de Beaulieu estos líderes católicos habían empezado a formar ligas locales para proteger su religión. En junio de 1584, la enfermedad y muerte del heredero al trono Francisco de Anjou convirtió al protestante Enrique de Navarra en el nuevo probable heredero bajo la ley sálica. Esto llevó al duque Enrique de Guisa a asumir el liderazgo de la Liga Católica, tras lo que planeó bloquear la sucesión al trono de Enrique de Navarra y poner en su lugar a su tío, el cardenal Carlos de Borbón.
 Con este fin reclutó a los grandes príncipes, nobles y prelados católicos, firmó el tratado de Joinville con el rey de España y se preparó para hacer la guerra a los «herejes». Para 1585, Enrique III no tenía más remedio que ir a la guerra contra la Liga. Como dijo Catalina, «la paz se lleva en una cachiporra» (bâton porte paix). «Tened cuidado», le escribió al rey, «especialmente sobre vuestra persona. Hay tanta traición que muero de miedo».
Enrique era incapaz de luchar contra los católicos y los protestantes a la vez, pues ambos tenían ejércitos más poderosos que el suyo. El tratado de Nemours, firmado el 7 de julio de 1585, le forzó a ceder a todas las peticiones de la Liga, incluso el pagar a sus tropas.
 Enrique se alejó de la corte y fue a esconderse realizando un retiro de ayuno y oración, rodeado por unos guardaespaldas conocidos como «Los cuarenta y cinco» mientras dejaba a Catalina a cargo para que solucionara el enredo.
La monarquía había perdido el control del país y no estaba en condiciones de ayudar a Inglaterra a defenderse del inminente ataque español. El embajador español dijo al rey Felipe II que el absceso estaba a punto de estallar.
Ya para 1587 la violenta reacción católica contra los protestantes se había extendido a toda Europa. La ejecución de María Estuardo, reina de los escoceses, por orden de Isabel I de Inglaterra, el 18 de febrero de 1587 enfureció a todo el mundo católico. Felipe II de España se preparó para invadir Inglaterra al tiempo que la Liga tomaba el control de muchos de los puertos del norte de Francia para asegurarlos para su armada.

Últimos meses y fallecimiento

Enrique contrató tropas suizas para ayudarle a defenderse en París, pero los parisinos reclamaron el derecho a defender su ciudad ellos mismos. El 12 de mayo de 1588 formaron barricadas en las calles y rehusaron recibir órdenes de nadie que no fuera el duque de Guisa.
 Cuando Catalina trató de ir a misa encontró su camino bloqueado, aunque le permitieron atravesar las barricadas. El cronista L'Estoile reportó que Catalina lloró durante todo su almuerzo de ese día. La reina madre escribió a Bellièvre:
 «Nunca me he visto en tantos apuros y con tan poca escapatoria».
Como era habitual, Catalina aconsejó al rey, quien había abandonado la ciudad justo a tiempo, que llegara a un arreglo y pudiera seguir con vida para luchar otro día. El 15 de junio de 1588 Enrique firmó el Acta de Unión, en la que accedía a todas las más recientes peticiones de la Liga.

El 8 de septiembre de 1588 en Blois, donde se había reunido la corte para celebrar una asamblea de los Estados Generales, Enrique destituyó a todos sus ministros sin previo aviso. Catalina, en cama por culpa de una infección pulmonar, había sido dejada a oscuras al respecto. Las acciones del rey pusieron fin de manera efectiva a los días de poder de Catalina.
En la reunión de los Estados, Enrique dio gracias a Catalina por todo lo que había hecho, y la llamó no solo madre del rey, sino también madre del Estado. Enrique no contó a su madre sobre sus planes de solución a sus problemas. El 23 de diciembre de 1588 llamó al duque de Guisa para entrevistarse con él en el castillo de Blois, donde nada más entrar en la cámara del rey fue atravesado por las espadas de los cuarenta y cinco guardias de Enrique, y murió a los pies de la cama del monarca. Al mismo tiempo, ocho miembros de la casa de Guisa fueron detenidos, incluido el hermano del duque, el cardenal Luis II, que fue asesinado al día siguiente por los hombres de Enrique III en las mazmorras del palacio.
 Inmediatamente después de la muerte del duque de Guisa, Enrique entró en la habitación de su madre y le dijo:
«Por favor, perdonadme. Monsieur de Guisa está muerto. No se volverá a hablar de él. He ordenado que lo maten. Le he hecho a él lo que él iba a hacerme a mí».
​ No conocemos la reacción inmediata de Catalina al respecto, pero el día de Navidad, le dijo a un fraile:
 «¡Ay, desdichado hombre! ¿Qué ha hecho?... Rogad por él... Le veo caminando a pasos largos hacia su ruina».
​ La reina madre visitó a su viejo amigo, el cardenal de Borbón, el 1 de enero de 1589 para contarle que pronto sería liberado, pero él le gritó «Vuestras palabras, señora, nos han llevado a todos a esta carnicería». Ella se marchó llorando.

Solo cuatro días después, el 5 de enero de 1589, Catalina murió a los 69 años, probablemente de una pleuresía. L'Estoile escribió: «Los cercanos a ella creían que su vida se había acortado por el malestar con las acciones de su hijo».

 Añadió que había muerto nada más ser tratada con la misma consideración que se le da una cabra muerta. Puesto que París había sido capturada por enemigos de la corona, Catalina hubo de ser enterrada provisionalmente en Blois. Ocho meses después del entierro de Catalina, un fraile llamado Jacques Clément apuñaló a su hijo Enrique III hasta la muerte. Para ese entonces el rey estaba asediando París junto a las tropas del rey de Navarra, quien le sucedería como Enrique IV de Francia y pondría fin a casi tres siglos de gobierno de la dinastía Valois para dar paso a la dinastía Borbón.

Años después, Diana, hija de Enrique II y Filippa Duci, trasladó el cuerpo de Catalina a la basílica de Saint-Denis. En 1789, una turba revolucionaria profanó sus restos y los arrojó a una fosa común junto con los de otros reyes y reinas.
Más tarde se afirmó que Enrique IV dijo de Catalina:

Os pregunto, ¿qué podía hacer una mujer, dejada con cinco niños pequeños en sus brazos tras la muerte de su esposo, y dos familias de Francia codiciando la corona, nosotros mismos [los Borbones] y los de Guisa? ¿No se vio obligada a jugar roles extraños para engañar primero a la una y luego a la otra, para salvaguardar, como ella hizo, a sus hijos, que reinaron sucesivamente gracias a la sabia conducta de esta astuta mujer? Me sorprende que nunca lo hiciera peor.
Mecenas de las artes

Catalina creía en el ideal humanista del sabio príncipe renacentista cuya autoridad dependía tanto de las letras como de las armas.Su suegro Francisco I de Francia fue un ejemplo, pues había reunido en su corte a algunos de los mejores artistas de Europa; otro lo fueron sus antepasados los Médici, los más famosos mecenas de las artes del Renacimiento italiano. En una época de guerras civiles y declive de la monarquía, Catalina buscó reforzar el prestigio real a través de una espléndida exhibición cultural. Una vez que se hizo con el control del Tesoro Real, estableció un programa de mecenazgo artístico que duró tres décadas, tiempo durante el cual la reina ejerció el patronazgo sobre lo más granado de la cultura del Renacimiento tardío francés en todas las ramas de las artes.
El inventario del Hôtel de la Reine realizado tras la muerte de Catalina reveló que la reina había sido una gran coleccionista. Entre sus posesiones había tapices, mapas, esculturas, tejidos de calidad, muebles de ébano con incrustaciones de marfil, juegos de porcelana china y cerámicas de Limoges,[137]​ además de cientos de retratos, una moda que se había desarrollado en vida de Catalina. Muchos de los retratos de su colección eran obra de Jean Clouet (1480-1541) y de su hijo François Clouet (c. 1510-1572), autor este último de los retratos de todos los miembros de la familia de Catalina y otros personajes de la corte. Después de la muerte de la reina se puede observar un marcado descenso en la calidad de los retratos franceses y hacia 1610 la escuela patrocinada por los Valois y llevada a su cima por François Clouet casi había desaparecido.
Más allá de los retratos, sabemos poco de la pintura en la corte de Catalina de Médici. En las dos últimas décadas de su vida solo destacaron dos pintores: Jean Cousin el Joven (c. 1522-c. 1594), del que sobreviven muy pocas obras, y Antoine Caron (c. 1521-1599), que se convirtió en pintor oficial de Catalina después de trabajar con Francesco Primaticcio en Fontainebleau. El vívido manierismo de Caron, con su amor por lo ceremonial y su preocupación por las masacres, refleja la atmósfera neurótica de la corte francesa durante las guerras de religión.
Muchas de las pinturas de Caron, como el Triunfo de las Estaciones, tratan temas alegóricos que se hacen eco de las grandes fiestas por las que fue famosa la corte de Catalina. Sus diseños para los tapices Valois celebran fiestas, picnics y simulacros de batallas de los «magníficos» espectáculos organizados por Catalina. Así, Caron refleja eventos como el que tuvo lugar en Fontainebleau en 1564, el de Bayona en 1565 para la cumbre con la corte española y el desarrollado en las Tullerías en 1573 durante la visita de los embajadores polacos que ofrecieron la corona de Polonia al hijo de Catalina, Enrique de Anjou.[140]​ La biógrafa Leonie Frieda sugiere que «Catalina, más que nadie, inauguró los fantásticos espectáculos por los que también serían famosas las cortes francesas posteriores».
Los espectáculos musicales, en particular, permitieron a Catalina expresar sus dotes creativas. Estos estaban generalmente dedicados al ideal de paz en el reino y basados en temas mitológicos. Para crear los dramas, la música y los efectos escénicos necesarios la reina recurrió a los mejores artistas y arquitectos de la época, y la historiadora Frances Yates no ha dudado en calificarla como «una gran artista creadora de festivales».
No en vano, la monarca franco-italiana introdujo cambios graduales en los espectáculos tradicionales: por ejemplo, incrementó la importancia de las danzas en los números que constituían los puntos culminantes de las fiestas. De estos avances creativos emergió una nueva forma de arte, el ballet cortesano.​ El Ballet cómico de la Reina de 1581, una fusión de danza, música, poesía y escenografía, es reconocido por los estudiosos como el primer ballet auténtico.
De entre todas las artes, el gran amor de Catalina de Médici fue la arquitectura. «Como hija de los Médici», afirma el historiador francés del arte Jean-Pierre Babelon, «estuvo impulsada por la pasión de la construcción y el deseo de legar grandes logros tras su muerte».
 Así, tras el fallecimiento de su esposo Enrique II, Catalina se dispuso a inmortalizar la memoria de su marido y engrandecer a la dinastía Valois a través de una serie de costosos proyectos arquitectónicos, entre ellos las intervenciones en los castillos de Montceaux-en-Brie, Saint-Maur-des-Fossés y Chenonceau. Además ordenó construir dos nuevos palacios en París: las Tullerías y el Hôtel de la Reine. Intervino en la planificación y supervisión de todos estos proyectos arquitectónicos.
Catalina mandó tallar emblemas de su amor y dolor en las sillerías de piedra de todos sus edificios. Los poetas la ensalzaron como la nueva Artemisia, en comparación con Artemisia II de Caria, que construyó el célebre Mausoleo de Halicarnaso como tumba para su marido. Como pieza central de una ambiciosa nueva capilla, encargó crear una magnífica tumba para Enrique II en la basílica de Saint-Denis que sería diseñada por Francesco Primaticcio (1504-1570) y tendría esculturas de Germain Pilon (1528-1590). El historiador del arte Henri Zerner ha destacado este monumento como «la última y más brillante de las tumbas reales del Renacimiento».
​ La reina también encargó a Germain Pilon la realización de la escultura de mármol que contiene el corazón de Enrique II. Grabado en la base de esta escultura hay un poema de Pierre de Ronsard que le dice al lector que no se maraville de que un recipiente tan pequeño contenga un corazón tan grande, porque el corazón real de Enrique reside en el pecho de Catalina.
Aunque Catalina de Médici gastó enormes sumas de dinero en las artes, gran parte de su mecenazgo no dejó legado permanente. El fin de la dinastía Valois muy poco después de su fallecimiento trajo un cambio en las prioridades.

Genealogía y descendencia de Catalina de Médicis.


A

1.-Claudia de Francia (Fontainebleau, 12 de noviembre de 1547 - Nancy, 21 de febrero de 1575) fue duquesa de Lorena gracias a su matrimonio con Carlos III de Lorena.

2.-Cristina de Lorena (Bar-le-Duc, 16 de agosto de 1565 – Florencia, 19 de diciembre de 1636) fue la consorte del gran duque de Toscana Fernando I de Médici.

3.-Cosme (Cosimo) II de Médici (12 de mayo de 1590 – 28 de febrero de 1621) gobernó como IV gran duque de Toscana desde 1609 hasta 1621.

4.-Margarita de Médici (Florencia, 31 de mayo de 1612 – Parma, 6 de febrero de 1679) fue una noble italiana, duquesa consorte de Parma y Piacenza y esposa de Odoardo I Farnesio. Fue regente de Piacenza en 1635 y regente de todo el ducado en 1646, a la muerte de su marido.

5.-Ranuccio II Farnesio (Parma, 17 de septiembre de 1630 – Parma, 11 de diciembre de 1694), fue el sexto duque de Parma y Plasencia y séptimo duque de Castro.

6.-Eduardo II Farnesio (Colorno, 12 de agosto de 1666 – 6 de septiembre de 1693), heredero del ducado de Parma y Plasencia. 

7.-Isabel Farnesio (Parma, 25 de octubre de 1692- Aranjuez, 10 de julio de 1766), fue una aristócrata italiana, reina consorte de España como segunda esposa del rey Felipe V y madre de Carlos III.


8.-Carlos III de España, llamado «el Político»​ o «el Mejor Alcalde de Madrid» (Madrid, 20 de enero de 1716-ibídem, 14 de diciembre de 1788), fue duque de Parma y Plasencia —como Carlos I— entre 1731 y 1735, rey de Nápoles —como Carlos VII— y rey de Sicilia —como Carlos V— de 1734 a 1759 y de España desde 1759 hasta su muerte en 1788.

9.-.-Carlos IV de España, llamado «el Cazador» (Portici, 11 de noviembre de 1748-Nápoles, 19 de enero de 1819), fue rey de España desde el 14 de diciembre de 1788 hasta el 19 de marzo de 1808.

10.-Fernando VII de España, llamado «el Deseado» o «el Rey Felón»​ (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784-Madrid, 29 de septiembre de 1833), fue rey de España entre marzo y mayo de 1808 y, tras la expulsión del «rey intruso» José I Bonaparte y su vuelta al país, nuevamente desde mayo de 1814 hasta su muerte.

11.-Isabel II de España, llamada «la de los Tristes Destinos» o «la Reina Castiza» (Madrid, 10 de octubre de 1830-París, 9 de abril de 1904),​ fue reina de España entre 1833 y 1868

12.-Alfonso XII de España, apodado «el Pacificador» (Madrid, 28 de noviembre de 1857-El Pardo, 25 de noviembre de 1885), fue rey de España entre 1874 y 1885.

13.-Alfonso XIII de España, llamado «el Africano»​ (Madrid, 17 de mayo de 1886-Roma, 28 de febrero de 1941), fue rey de España desde su nacimiento hasta la proclamación de la Segunda República en 1931.

14.-Juan de Borbón y Battenberg (Real Sitio de San Ildefonso, 20 de junio de 1913-Pamplona, 1 de abril de 1993), conde de Barcelona, Infante de España, tercer hijo de Alfonso XIII, fue jefe de la casa real española en el exilio desde el 15 de enero de 1941 hasta el 14 de mayo de 1977.

15.-Juan Carlos I de España (Roma, 5 de enero de 1938) fue rey de España desde el 22 de noviembre de 1975 hasta el 19 de junio de 2014

16.-Felipe VI de España (Madrid, 30 de enero de 1968) es el actual rey de España.

B

1.-Claudia de Francia (Fontainebleau, 12 de noviembre de 1547 - Nancy, 21 de febrero de 1575) fue duquesa de Lorena gracias a su matrimonio con Carlos III de Lorena.
2.-Francisco II de Lorena (27 de febrero de 1572 – 14 de octubre de 1632), fue el hijo de Carlos III de Lorena y Claudia de Valois. Fue duque de Lorena brevemente en 1624, abdicando rápidamentee en favor de su hijo.
3.-Nicolás II de Lorena ( 6 de diciembre de 1609 – 25 de enero de 1670) fue brevemente Duque de Lorena y Duque de Bar, durante el tiempo transcurrido entre la abdicación de su hermano mayor Carlos y de su propia renuncia. Como resultado, fue duque durante la invasión de Lorena por parte de los franceses en la Guerra de los Treinta Años.
4.-Carlos Leopoldo Nicolás Sixto de Vaudemónt (Viena, 3 de abril de 1643 - Wels, 18 de abril de 1690) fue el titular del Ducado de Lorena de 1675 a 1690, al tiempo que Lorena fue ocupada por Francia. Sin embargo, logró refugiarse con la dinastía de los Habsburgo, a cuyo servicio hizo una notable carrera militar siendo considerado junto con Albrecht von Wallenstein, Raimondo Montecuccoli y Eugenio de Saboya uno de los mejores generales que sirvió a la dinastía en el siglo XVII.
5.-Leopoldo José Carlos de Lorena (11 de septiembre de 1679–27 de marzo de 1729), conocido como el Bueno, fue duque de Lorena desde 1690 hasta su muerte. Hijo de Carlos V de Lorena y Leonor María Josefa de Habsburgo, hija de Fernando III de Habsburgo.
6.-Francisco Esteban de Lorena y Borbón-Orleans ( Nancy, Francia, 8 de diciembre de 1708 - Innsbruck, Austria, 18 de agosto de 1765), también conocido como Francisco III de Lorena y luego como Francisco I, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Duque de Lorena y Gran Duque de Toscana.

7.-Leopoldo de Habsburgo-Lorena ( Viena, 5 de mayo de 1747 - id. 1 de marzo de 1792) fue un archiduque austriaco y luego emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Leopoldo II del Sacro Imperio Romano Germánico

8.-El Archiduque Carlos de Habsburgo-Lorena (Florencia, 5 de septiembre de 1771 - Viena, 30 de abril de 1847), hijo de Leopoldo II y de María Luisa de Borbón, fue el hermano más joven del emperador Francisco II del Sacro Imperio Romano.

9.-Archiduque Carlos Fernando (Viena, 29 de julio de 1818 - Groß-Seelowitz, Moravia, 20 de noviembre de 1874), fue el segundo hijo del archiduque Carlos de Austria-Teschen y de Enriqueta de Nassau-Weilburg, y abuelo materno de Alfonso XIII de España.

10.-María Cristina de Habsburgo-Lorena o María Cristina de Austria (Groß Seelowitz, 21 de julio de 1858-Madrid, 6 de febrero de 1929), fue la segunda esposa del rey Alfonso XII y madre de Alfonso XIII.

11.-Alfonso XIII de España (1886-1941).

12.-Juan de Borbón, conde de Barcelona (1913-1993).


13.-Juan Carlos I de España (1938-).



 
Cultura y sociedad.
Gastronomía.

La influencia de Catalina de Medici en la cocina francesa: del cuchillo florentino al banquete real
Catalina de Medici transformó la mesa francesa: del pan duro al helado, del tenedor al poder servido en bandejas.

Paco Doblas Gálvez
28 de agosto de 2025

Francia antes de los Medici: pan duro y vino peleón

Hablemos claro: la cocina francesa, esa que hoy se proclama emperatriz del buen comer, no siempre tuvo la sofisticación que la convirtió en símbolo de lujo y poder. Francia cocinaba, sí, pero sin la elegancia que siglos más tarde la haría desfilar por los palacios y restaurantes con estrella. Durante siglos, en los castillos se comía como en un campamento militar: carnes cocidas hasta la muerte, pan duro como un insulto, vino más ácido que una discusión con un ex. Comer era un trámite, no un arte. Lo que marcó la diferencia fue un fenómeno casi clandestino: la llegada de los Medici a la corte francesa.
En medio de guerras, intrigas y matrimonios arreglados, la comida era más que alimento: era un arma política, un símbolo de poder, un manifiesto de civilización. Y en ese tablero, los Medici movieron sus piezas con una precisión quirúrgica. No fue un ejército, fue una mujer: Catalina de Medici, la florentina que aterrizó en París con más cuchillos que un matón de barrio y con una idea fija en la cabeza: la mesa podía ser poder, espectáculo y política a la vez. Esta mujer cambió para siempre la manera en que los franceses se sentaban a la mesa.

Catalina de Medici: la reina que cocinaba intrigas

Nació en 1519, hija de una de las familias más influyentes de Florencia. Desde pequeña estuvo rodeada de banquetes renacentistas, donde los sabores eran tan sofisticados como las conspiraciones.
Catalina no era guapa ni particularmente querida. La llamaban la Reina Negra porque vestía de luto perpetuo, porque conspiraba en los pasillos y porque, cuando quería, podía envenenar tanto con un plato como con un decreto. El apodo tenía tanto de racismo velado como de misoginia, pero también un punto de verdad: su poder se ejercía en las sombras, con paciencia. Pero Catalina entendió algo que los franceses aún no habían descubierto: la comida podía cambiarlo todo.
Cuando se casó con Enrique II de Francia, en sus baúles, llevó consigo algo más valioso que sus joyas: una legión de cocineros, pasteleros, artesanos del gusto y hasta horticultores. No se trataba de excentricidad, sino de estrategia. Catalina entendía que la mesa era el escenario perfecto para legitimar su poder en una corte que nunca la aceptó del todo.
Con la Reina Negra, Francia probó por primera vez lo que significaba el refinamiento. El tenedor, que hasta entonces parecía un objeto diabólico, se convirtió en extensión natural de la mano. El azúcar dejó de ser un lujo extraño y comenzó a modelar confituras, mazapanes y cremas que deslumbraron a una corte acostumbrada al dulzor rústico de la miel. La repostería adquirió matices nuevos, tan sofisticados que los franceses, con el tiempo, la transformarían en religión.
Catalina introdujo también la moda de servir platos que parecían teatrales, espectáculos de cocina con plumas, colores y texturas imposibles. Los espárragos, las alcachofas, las habas y hasta el brócoli —ese condenado vegetal que hoy odiamos de niños— fueron elevados a la categoría de manjar exótico. Y en medio de todo, el golpe maestro: el helado. Sí, esa mezcla de hielo triturado, fruta y azúcar que para nosotros hoy es banal, pero que en pleno siglo XVI era un acto de magia. Comer frío, sentir en la lengua una caricia helada mientras afuera rugía la hoguera del banquete, era como probar un conjuro. Catalina convirtió esa rareza en símbolo de poder: si podías permitirte comer nieve azucarada en un salón de piedra, estabas en la cima del mundo.

Un banquete al estilo Medici: lujo, poder y gula en estado puro

Imagínate el espectáculo. El Louvre convertido en escenario. El aire cargado de humo, perfumes y cera caliente. Los invitados, engalanados, se sientan frente a una mesa que parece diseñada más para impresionar que para alimentarse. Pavos reales horneados con las plumas intactas en fuentes de plata como trofeos. Alcachofas hervidas, brillantes de aceite toscano, acompañadas de carnes tiernas humeantes. Frutas confitadas, almendras bañadas en azúcar, pasteles más parecidos a esculturas que a postres. Y al final, el suspiro colectivo cuando llegan los cuencos con hielo endulzado: el primer helado servido en Francia.
Los comensales lo prueban con cautela, primero incrédulos, después rendidos. El frío en la boca, la dulzura inesperada, la sensación de estar comiendo algo casi antinatural. Y en el centro de todo, Catalina, observando. No necesitaba palabras. Con cada plato, recordaba a todos quién movía los hilos.

Francia después de Catalina: del banquete al mito

Lo que empezó como extravagancia florentina terminó convertido en la identidad de un país que con el tiempo acabó haciendo suyo ese legado. Y lo reinventaron. Nadie duda del genio francés en convertir la cocina en un arte elevado, pero sin el aporte de los Medici, quizás nunca habrían tenido ese empuje inicial.
La corte de Catalina no solo comía: representaba, escenificaba. De ahí nació la idea de que la mesa era un espectáculo de identidad nacional. Lo que para los florentinos era renacimiento, en Francia se transformó en absolutismo gastronómico. Y si hoy, siglos después, un turista paga cientos de euros por un menú degustación en un restaurante con estrella, es porque una vez, en el siglo XVI, una mujer tozuda decidió que la mesa era poder.
Sería una exageración decir que Catalina inventó la cocina francesa. Lo que hizo fue más sutil y, al mismo tiempo, más trascendental: cambiar la forma en que los franceses se relacionaban con la comida. Sembró las semillas de un refinamiento que Francia convirtió en marca registrada.
Catalina de Medici transformó la mesa en un campo de batalla, y la cocina francesa fue su victoria más duradera. La reina florentina decidió que la elegancia del Renacimiento podía conquistar París más eficazmente que un ejército.




Claudia de Francia (en francés, Claude de France; Fontainebleau, 12 de noviembre de 1547 - Nancy, 21 de febrero de 1575) fue una princesa francesa, la segunda hija del rey Enrique II y de su esposa, la noble Catalina de Médici. También fue duquesa de Lorena y de Bar por su matrimonio con Carlos III de Lorena.

En 1533, a los catorce años, Catalina contrajo matrimonio con Enrique, segundo hijo de los reyes Francisco I y Claudia de Francia. Claudia fue la tercera de los hijos de este matrimonio, y la segunda hija. Se crio junto con su hermana, Isabel, y su futura cuñada, María Estuardo, que había sido comprometida con Francisco II. María, de seis años, fue enviada a Francia para ser criada en la corte hasta el matrimonio. Catalina crio a María junto a sus propios hijos en la corte parisina, mientras María de Guisa gobernaba Escocia como regente de su hija.
Claudia nació en Fontainebleau, pero, como se cree que fue concebida en el Castillo de Anet. Fue apodada 'Mademoiselle d'Anet' en la corte, un apodo que disgustó a su madre.
Ella y sus hermanos fueron criados bajo la supervisión del mentor y la institutriz de los niños reales: Jean d'Humières y su esposa, Françoise d'Humières.[1]​ La educación de los hijos del matrimonio se llevó a cabo bajo las órdenes de Diana de Poitiers, amante de su padre. Se dice que ejerció gran influencia sobre él, hasta el punto de ser considerada la verdadera soberana.
La enemistad y el odio entre Catalina y Diana fueron creciendo hasta que la muerte del soberano puso punto final. Entre los festejos por la celebración del matrimonio de su hermana, Isabel de Valois, con el rey Felipe II de España, se incluyó un torneo, en el cual su padre, Enrique, resultó gravemente herido, pues la lanza del conde de Montgomery, que justaba con él, penetró en el ojo del rey. Tras la muerte de Enrique 1559, subió al trono su hermano, Francisco II, y Diana no tuvo más remedio que abandonar la corte, retirándose a su castillo de Chaumont-sur-Loire. Le fue prohibido hasta asistir a los funerales, fue expulsada inmediatamente de Chenonceaux y obligada a devolver todas las joyas de la corona con las que el rey la había obsequiado.
Claudia fue víctima de los rasgos poco saludables que su madre, Catalina, parecía transmitir a todos sus hijos - a excepción de Margarita - y sufría de una ligera joroba y un pie zambo. Durante su infancia, fue frecuentemente vulnerable a diversas enfermedades.

El 19 de enero de 1559, a la edad de 11 años, se casó con Carlos III, duque de Lorena, en la catedral de Notre Dame, París.[2]​ Carlos era hijo del duque Francisco I de Lorena y de Cristina de Dinamarca, sobrina del emperador Carlos V de Alemania. Su nombre debería ser el de Carlos II de Lorena, pero los historiógrafos loreneses, deseosos de establecer la legitimidad de los duques de Lorena y de Guisa, y relacionarlos directamente a la monarquía carolingia, incluyeron en la lista de duques al carolingio a Carlos (muerto en 991), duque de la Baja Lotaringia, por lo que se convirtió en Carlos III. Profundamente católico, mantuvo buenas relaciones con los reyes de Francia hasta 1576, fecha en la que Enrique III firmó el edicto de Beaulieu con los jefes hugonotes.

El matrimonio se organizó como una unión simbólica de paz entre Francia y Lorena, después de que Carlos III hubiera pasado su infancia como rehén en la corte real francesa. Sucedió a su padre el 12 de junio de 1545, primero bajo la regencia de su madre, y en 1552 bajo la de Nicolás de Lorena, conde de Vaudémont y futuro duque de Mercœur. A partir de 1552, su educación se lleva a cabo en la corte de Francia. En 1559, con motivo de su boda con Claudia, a Carlos se le declara mayor de edad. Dicha paz se completó después del Tratado de Chateau-Cambresis. Claudia partió a Lorena con su esposo a fines de 1559, poco antes de la partida de su hermana, Isabel (casada con Felipe II), a España y su tía, Margarita (casada con Manuel Filiberto de Saboya), a Saboya.
La relación entre Claudia y Carlos, fue descrita como feliz. Claudia era una de las favoritas de su madre, que ocasionalmente la visitaba en Lorena, visitas descritas como raras ocasiones de reuniones familiares privadas en la vida de Catalina de Médici, a quien le gustaba ver a sus nietos y también a su yerno. Catalina estuvo, por ejemplo, presente en Bar-le-Duc, para el bautismo del primogénito de Claudia, Enrique.
Claudia asistió a la boda entre Enrique de Navarra y su hermana, Margarita de Valois, en agosto de 1572. En su camino hacia París, había estado enferma y cuidada por su madre en Châlons, razón por la cual Catalina había estado ausente de la corte real durante el ataque fronterizo de Jean de Genlis, cerca de los Países Bajos españoles, en julio. Dicha ausencia que fue utilizada por el almirante Coligny para intentar convencer a Carlos IX de que declarara la guerra a España.
Más adelante, en 1589, Enrique IV sucedió al asesinado Enrique III, y Carlos III se unió a la Liga. La guerra volvió a estallar y el protestante, Enrique de la Tour d'Auvergne, vizconde de Turena, destrozó el norte del ducado. Sólo se alcanzó la paz con el tratado de Saint-Germain-en-Laye, el 16 de noviembre de 1594, y con la boda entre Catalina de Borbón, hermana de Enrique IV, con Enrique, hijo y heredero de Carlos III y de su esposa, Claudia de Francia.
Matanza de San Bartolomé
La matanza de San Bartolomé, inscrita en el contexto general de las guerras político-religiosas de Francia, estuvo precedida de acontecimientos que ilustran esa violencia, pues fue resultado de un "proceso en escalada, cuyas últimas consecuencias no había deseado ni previsto" expresó Catalina de Médici, aunque se habló de premeditación:

  • La paz de Saint-Germain que puso fin a la tercera guerra religiosa el 8 de agosto de 1570.
  • El matrimonio de Enrique de Navarra y Margarita de Valois, el 18 de agosto de 1572.
  • El atentado contra el almirante Gaspar de Coligny, el 23 de agosto de 1572.
La rivalidad política entre católicos y protestantes franceses (hugonotes) provocó la matanza de San Bartolomé en 1572. El rey Carlos IX y su madre, Catalina de Médici, temían que los hugonotes alcanzaran el poder. Por este motivo, ordenaron el asesinato de Gaspar de Coligny. La matanza comenzó el 24 de agosto en París y se extendió a las provincias.
En la noche de la masacre de Bartolomé, a Claudia se le informó evidentemente que iba a tener lugar una masacre contra el esposo de su hermana, Enrique, rey de Navarra, y sus seguidores. Margarita de Valois describió cómo Claudia tenía lágrimas en los ojos y trató de evitar que dejara la cámara de su madre. Cuando Margarita estaba a punto de retirarse a la cámara de su cónyuge, Claudia tomó a Margarita del brazo y le rogó que no se fuera: su madre la contradijo y le advirtió que no le dijera nada a Margarita. Claudia le dijo a su madre que no era correcto enviar a Margarita para ser "sacrificada", ya que correría el riesgo de convertirse en un blanco fácil, pero Catalina de Médici respondió a Claudia que Margarita estaría a salvo "si Dios lo deseaba", que despertaría sospechas si ella no iba, y luego le dijo a Margarita que se fuera.
Claudia lloró de tristeza ante la partida de su hermana. Después de que comenzó la masacre, uno de los cortesanos de Navarra, irrumpió en el dormitorio de Margarita y le suplicó que lo salvara del capitán de la Guardia, M. de Nancay, quien le dio la vida del hombre, y luego la escoltó a la cámara de Claudia, donde se le dio refugio durante la masacre.
Según Pierre de Bourdeille, a la mañana siguiente, Isabel de Austria, esposa de Carlos IX de Francia, hermano de Claudia, estaba sorprendida al enterarse de lo ocurrido mediante un miembro de su séquito, preguntó si su esposo lo sabía. Cuando le dijeron que no solo lo sabía, sino que fue su iniciador, exclamó:
 "¡Dios mío! ¿Qué es esto? ¿Quiénes son estos consejeros que le dieron tal consejo? Dios mío, te pido que lo perdones".
Claudia murió en el parto de su última hija en 1575, a la edad de 27 años. Su hija fue nombrada como ella y fallecería solo un año después. Pierre de Brantôme (historiador y biógrafo francés), escribió que ella "murió en el parto, en manos de una vieja partera de París, una borracha, en quien tenía más fe que en cualquier otra".

Brantôme dio la siguiente descripción de ella:

"En su belleza se parecía a su madre, en su conocimiento y amabilidad se parecía a su tía; y la gente de Lorena la encontró amable mientras vivió, como yo mismo he visto cuando fui a ese país; y después de su muerte encontraron mucho que decir de ella. De hecho, por su muerte, esa tierra estaba llena de remordimientos, y su marido la lloró tanto que, aunque era joven cuando enviudó de ella, no se volvería a casar, diciendo que no podía nunca encontrar a alguien como ella, aunque podría volverse a casar, no deseaba hacerlo. [...] En resumen, ella era una verdadera hija de Francia, con buena mente y habilidad, lo cual demostró al secundar sabia y hábilmente a su marido, Carlos, en el gobierno de sus señoríos y principados".
Su esposo no se volvió a casar y la sobrevivió treinta y tres años, mientras que su madre se hizo cargo de la educación de sus nietos, en particular de la mayor Cristina, a quién hizo traer a su lado a la corte francesa.

Enrique II, llamado el Bueno, (Nancy, Ducado de Lorena, 8 de noviembre de 1563-Ibidem, 31 de julio de 1624) fue duque de Lorena y de Bar desde 1608 hasta su muerte. Era hijo de Carlos III de Lorena y de Claudia de Valois.

Claudia de Vaudémont, también conocida como Claudia Francisca de Lorena (en francés, Claude Françoise de Lorraine; Nancy, 6 de octubre de 1612-Viena, 2 de agosto de 1648), fue una noble francesa. Fue la segunda hija del duque Enrique II de Lorena y de Margarita Gonzaga, hija del duque Vicente I Gonzaga de Mantua y de Montferrato, y de Leonor de Médici. Su hermana mayor fue la duquesa Nicole de Lorena. Sus abuelos paternos fueron el duque Carlos III de Lorena y Claudia de Francia.

Carlos Leopoldo Nicolás Sixto de Vaudemónt (Viena, 3 de abril de 1643 - Wels, 18 de abril de 1690) fue el titular del Ducado de Lorena de 1675 a 1690, al tiempo que Lorena fue ocupada por Francia. Sin embargo, logró refugiarse con la dinastía de los Habsburgo, a cuyo servicio hizo una notable carrera militar siendo considerado junto con Albrecht von Wallenstein, Raimondo Montecuccoli y Eugenio de Saboya uno de los mejores generales que sirvió a la dinastía en el siglo XVII.

Leopoldo I de Lorena (11 de septiembre de 1679 - 27 de marzo de 1729), conocido como el Bueno, fue duque de Lorena y de Bar desde 1690 hasta su muerte. Hijo del duque Carlos V de Lorena y la archiduquesa Leonor María Josefa de Austria, hija del emperador Fernando III de Habsburgo.

Francisco Esteban de Lorena y Borbón-Orleáns (en alemán: Franz Stephan von Lothringen; Nancy, Francia, 8 de diciembre de 1708 – Innsbruck, Austria, 18 de agosto de 1765), también conocido como Francisco III de Lorena y luego como Francisco I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, duque de Lorena y gran duque de Toscana.

Leopoldo de Habsburgo-Lorena (Viena, 5 de mayo de 1747 - Viena, 1 de marzo de 1792) fue un archiduque austriaco y luego emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Era hijo de los emperadores María Teresa de Habsburgo y Francisco I de Lorena. Gran Duque de Toscana (1765-1790), Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de Hungría y de Bohemia (1790-1792) al fallecer su hermano José II.

El archiduque Carlos de Habsburgo-Lorena (en alemán: Erzherzog Karl von Habsburg-Lothringen; Florencia, 5 de septiembre de 1771-Viena, 30 de abril de 1847), hijo de Leopoldo II y de María Luisa de Borbón, fue el hermano más joven del emperador Francisco II del Sacro Imperio Romano. A pesar de padecer epilepsia, Carlos consiguió labrarse el respeto como comandante y como reformador del ejército austriaco.

Carlos Fernando de Austria-Teschen (Viena, 29 de julio de 1818-Gross-Seelowitz, 20 de noviembre de 1874) fue el segundo hijo del archiduque Carlos de Austria-Teschen y de la princesa Enriqueta de Nassau-Weilburg, y abuelo materno del rey Alfonso XIII de España. Pertenecía a la rama Teschen de la Casa de Habsburgo-Lorena.

María Cristina de Habsburgo-Lorena o de Austria, o, en su forma original alemana, Maria Christina von Habsburg-Lothringen​ (u Österreich) (Groß Seelowitz, 21 de julio de 1858- Madrid, 6 de febrero de 1929), fue la segunda esposa del rey Alfonso XII y madre de Alfonso XIII. Por vía materna guardaba parentesco con las familias reales española y austriaca, puesto que era tataranieta de Carlos III de España, igual que su marido, y bisnieta de Leopoldo II del Sacro Imperio Romano Germánico.

Alfonso XIII de España, llamado «el Africano»​ (Madrid, 17 de mayo de 1886-Roma, 28 de febrero de 1941), fue rey de España desde su nacimiento hasta la proclamación de la Segunda República Española el 14 de abril de 1931





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