—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 30 de abril de 2012

89.-Antepasados del rey de España : Fernando II. Rey de Aragón y V de Castilla (1452-1516) I a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;  

Aldo  Ahumada Chu Han 


Fernando II de Aragón, llamado «el Católico»​ fue rey de Aragón (1479-1516), de Castilla (como Fernando V, 1474-1504),​ de Sicilia (como Fernando II, 1468-1516), de Nápoles (como Fernando III, 1504-1516), de Cerdeña (como Fernando II, 1479-1516) y de Navarra (como Fernando I, 1512-1515).

Nació en la villa zaragozana de Sos (hoy llamada por tal motivo Sos del Rey Católico), el 10 de mayo de 1452, y murió en Madrigalejo (Cáceres), el 23 de enero de 1516. Apodado el Rey Católico, se trata de uno de los más poderosos monarcas de la Historia.

                                                    Primeros años (1452-1460)

Fernando fue el primer hijo del rey Juan I, entonces Rey de Navarra (posteriormente también sería Juan II de Aragón), y de la segunda esposa de éste, la dama castellana Juana Enríquez. El primogénito de Juan I era Carlos de Aragón, Príncipe de Viana, engendrado en su primer matrimonio con la reina Blanca de Navarra, de forma que, en el instante de su nacimiento, Fernando no estaba destinado a reinar, sino a formar parte de la nobleza del reino pirenaico, seguramente al frente de un destacado título nobiliario, o bien gozando de alguna rica prebenda eclesiástica. Pero la coyuntura política en la que nació el infante Fernando era realmente complicada y el desarrollo posterior de los acontecimientos posibilitó que finalmente llegase a reinar. Por de pronto, si Fernando nació en Sos, villa perteneciente a Aragón pero muy cercana a la frontera con Navarra, fue porque su madre, Juana Enríquez, pese a su avanzada gestación, tuvo que salir huyendo de Sangüesa por culpa de la guerra civil que enfrentaba a dos facciones políticas, los agramonteses y beaumonteses, que apoyaban respectivamente al rey Juan I y a su hijo Carlos. Al menos en Sos fue acogida por un linaje de la hidalguía local, la familia Sada, partidarios de su esposo, en cuya casa-palacio tuvo lugar el parto del futuro Rey Católico. En la comarca del Jalón debió pasar sus primeros meses de vida, pues su padre esperó a que la situación bélica se calmase para hacerle bautizar en la Seo de San Salvador, en la capital maña, el 11 de febrero de 1453, casi al año de haber nacido, algo nada usual en la época.

Poco después, partió hacia Barcelona, donde residió hasta marzo de 1457, en que partió hacia Castilla para asistir con el séquito de la corte a la firma de una paz entre Castilla y Aragón al respecto del conflicto entre agramonteses y beaumonteses. Los escrupulosos conselleres barceloneses se referían a él en la documentación como lo infant comú, para distinguirlo de su hermano Carlos y enfatizando que era hijo de Juana Enríquez. En 1458 falleció su tío, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón y de Nápoles, por lo que su padre fue coronado como Juan II de Aragón, de forma que el 25 de julio de 1458 el infante Fernando quedó investido con los títulos de Duque de Montblanc, Conde de Ribagorza y Señor de Balaguer, así como algunos títulos italianos en Nápoles y en Sicilia que pertenecían a la Corona de Aragón. Estas prebendas le permitieron disponer de un patrimonio económico importante que fue administrado durante su minoría de edad por Pedro de Vaca, a quien Juan II había designado como preceptor del joven Fernando. Durante esta época, la relación de Fernando debió de ser cordial con sus hermanos mayores (los bastardos de su padre), Juan de Aragón y Alfonso de Aragón, el Duque de Villahermosa, así como con su primo, apodado Enrique Fortuna, hijo póstumo del maestre Enrique de Aragón, con quienes debió de compartir vivencias en la corte itinerante de Juan II. Tradicionalmente, se ha mantenido que el futuro Rey Católico no fue objeto de una cuidada educación al estilo de la época, siguiendo al pie de la letra lo expresado por el cronista Marineo Sículo, que estuvo durante los siglos XV y XVI al servicio de Fernando:

Siendo de edad de siete años, en la cual convenía aprender letras, dio señales de excelente ingenio y de gran memoria. Mas la maldad de los tiempos y envidia de la fortuna cruel, impidieron el gran ingenio del Príncipe, que era aparejado para las letras, y lo apartaron de los estudios de las buenas artes; porque comenzando a enseñarse a leer y escribir, como en España se acostumbra, y entrando ya en Gramática, movióse la guerra que Don Carlos, mal persuadido de algunos, hizo cruelmente contra su padre; y así fue quitado de las letras y estudios.
(Marineo Sículo, Vida y hechos..., p. 21).

Pero no conviene hacer de esta afirmación un absoluto, puesto que, como en otros casos similares, se conoce el nombre de los maestros que el entonces príncipe de Aragón tuvo, todos ellos muy prestigiosos y de procedentes de distintas partes de Europa, como los catalanes Miguel de Morer y Antoni Vaquer, el castellano fray Hernando de Talavera, el siciliano Gregorio de Prestimarco y, sobre todo, dos personajes de mucha importancia: el italiano Francisco Vidal de Noya, humanista de gran prestigio, traductor de Salustio y poeta destacado, que fue maestro de lectura y de artes del príncipe; por último, hay que señalar en esta nómina de maestros al cardenal Joan Margarit, obispo de Girona, autor de una obra (hoy perdida) Epistola seu Libellus de educatione Ferdinandi Aragoniae principis, escrita como guía de la educación del futuro Rey Católico. Así pues, y tal como se verá a continuación, las circunstancias históricas concretas que rodearon su infancia no fueron las más apropiadas para que el príncipe Fernando recibiese una educación al uso, pero no porque se escatimasen medios o preceptores para ello, o porque él no quisiera, si bien se intuye, por los gustos del monarca cuando adulto, que ya de niño debió de sentirse más inclinado a las disciplinas militares y caballerescas que a los hábitos de lectura. O, incluso, como relata Pulgar, a otras ciertas actividades que sin duda debieron distraerle de sus obligaciones educativas:

Plazíale jugar todos juegos, de tablas e axedrez e pelota; en esto, mientra fue moço, gastava algund tiempo más de lo que devía.
(Pulgar, Crónica..., I, p. 75).

 Duque de Montblanc (1460-1468)

Fernando II en  Palacio real de Madrid

Como ya se ha visto en la narración de Marineo Sículo, entre 1459 y 1460 el conflicto que mantenían Juan II de Aragón y su hijo primogénito, Carlos de Viana, se reanudó de nuevo. Si el príncipe Fernando, que apenas contaba con ocho años de edad, se vio involucrado en el conflicto fue porque los rumores apuntaban a que su padre Juan II, hostigado por su segunda esposa, Juana Enríquez, y ante la rebeldía de Carlos de Viana, quería nombrar primogénito a su hijo Fernando con todo lo que conllevaba: heredar Navarra y Aragón. La inquietud de esta decisión la expresaba así Melchor Miralles, capellán de Alfonso el Magnánimo y autor de un dietario de gran valía para los historiadores:

En lo dit any [...], lo senyor rey e senyora reyna [...] volentse coronar; e açó la terra no u consentí, per sguart com lo primogènit don Carles no hera en lo regne, per la qual rahó hac grans congoxes que lo senyor rey volia que los regnes e terres e gents juraren don Fernando, son fill e fill de la senyora reyna doña Johana. E en açó, lo regne de Aragó e totes les altres terres li contradigueren [...], de què lo dit senyor rey pres molt congoxa, e la senyora reyna molt magor, en tanta manera que no’s poria dir la grandìssima congoxa e ennug de la dita senyora.
(Dietari del capellá..., pp. 240-241).

Esta noticia de Miralles representa el punto de partida de cierta leyenda negra relacionada con Fernando el Católico, o mejor dicho, la leyenda negra de su madre, Juana Enríquez, a quien algunos historiadores (incluso de nuestros días), han visto como la malvada maquinadora del plan por el que Juan II apartó a Carlos de Viana de la primogenitura en beneficio de Fernando, el hijo de ambos. Lo cierto es que en aquella época las relaciones entre Juan II y su primer hijo estaban muy deterioradas, pues Carlos supo hacerse un hueco en el conflicto que mantenían por el poder en Barcelona dos facciones políticas, la Busca y la Biga, para ser apoyado por los buscaires en su lucha contra la autoridad del rey. En diciembre de 1460 Juan II ordenó la prisión del príncipe de Viana, lo que encendió la sublevación de los catalanes y la reanudación de la guerra en Navarra. El príncipe Fernando, en el séquito real, fue trasladado de un sitio a otro, de Fraga a Zaragoza, pues el peligro le acechaba.

El 22 de septiembre de 1461 fallecía el príncipe de Viana y apenas un mes más tarde Fernando era jurado primogénito y sucesor real en Cataluña y en Aragón. Se acababan así las relaciones entre ambos hermanos, inexistentes en realidad, pues sólo coincidieron dos veces en toda su vida, pese a que algunos textos falsearon esta realidad queriendo presentar a Carlos como exegeta de la grandeza de su hermano Fernando, quien, por su parte, desde entonces abandonó definitivamente la senda de los estudios humanistas para permanecer al lado de sus progenitores en los diferentes acontecimientos del reinado. Contaba ya con una casa propia de sirvientes, donde ya aparecieron muchos de los personajes que iban a ser claves en su reinado, como su ayo, Gaspar de Espés, su mayordomo mayor, Ramón de Espés, el camarero Diego de Torres, el tesorero Diego de Trujillo, el canciller Pedro de Santángel, el contador Luis de la Cavallería, el notario Miquel Climent, el escribano Juan Sánchez... Pero a pesar de que fue recibido con entusiasmo en Barcelona en 1461, en marzo de 1462 el príncipe Fernando y su madre, Juana Enríquez, debieron salir apresuradamente de Barcelona para refugiarse en Girona, donde fueron cercados por las tropas del Conde de Pallars en otro de los episodios del conflicto entre los catalanes y Juan II. 
Tradicionalmente, se tiene a este cerco de Girona como el "bautismo de fuego" del príncipe Fernando, que contaba con 10 años de edad y que participó en la defensa de Girona como uno más, hasta que su cuñado Gastón, Conde de Foix, llegó con tropas francesas para liberar la ciudad del asedio. Desde entonces, durante los años 1463 y 1466, ayudó militarmente a su padre en la lucha que éste mantenía contra algunos nobles catalanes, destacando su victoria en la toma de Tortosa (1466) y su derrota en Vilademat (1467) contra los franceses. Por si fuera poco, Fernando hubo de sufrir el primer gran revés personal, como fue la muerte de su madre, el 13 de febrero de 1468, lo que significó unirse todavía más a su padre, Juan II de Aragón, que ya con 70 años y enfermo de cataratas, necesitaba de su hijo para continuar rigiendo con acierto los destinos de Aragón.

La boda con la princesa Isabel y sus consecuencias (1469-1473)

Ya en 1459, durante la negociación de Enrique IV y Juan II de las treguas con respecto al conflicto de Navarra, el monarca aragonés había sugerido el enlace entre Fernando e Isabel, pero su homólogo castellano tenía otros planes al respecto. Después de la derrota de Vilademat, Fernando de Aragón, que ya contaba con 16 años (la mayoría de edad oficiosa en la época), vio que el conflicto entre Juan II y los rebeldes se complicaba muchísimo con la entrada de Francia en su contra, de modo que decidió que necesitaba más aliados. El matrimonio con la princesa castellana proporcionaría, desde el punto de vista político y militar, los refuerzos necesarios para acabar con la compleja guerra civil en Cataluña. Desde una perspectiva personal, Fernando también estaba capacitado para abandonar la soltería; no en vano, ya mantenía relaciones con Aldonza Roig de Iborra y Alemany, dama natural de Cervera y primera amante conocida del recientemente nombrado (1468) Rey de Sicilia, quien en aquellos años debía ser el joven apuesto y el caballero virtuoso, en definitiva, el mejor mozo de España que inmortalizaría un siglo más tarde Lope de Vega en su famosa comedia así titulada. La descripción física que realizó Pulgar es bien ilustrativa al respecto de la fisonomía del príncipe Fernando:

Era ome de mediana estatura, bien proporçionado en sus miembros, e en las façiones de su rostro bien compuesto, los ojos reyentes, los cabellos prietos e llanos; ome bien complisionado. Tenía la habla igual, ni presurosa ni mucho espaçiosa. Era de buen entendimiento, muy templado en su comer e beber, e en los movimientos de su persona, porque ni la yra ni el plazer fazía en él grand alteraçión. Cavalgaba muy bien a cavallo, en silla de la guisa e de la jineta; justava, tirava lança e fazía todas las cosas que ome deve fazer, tan sueltamente e con tanta destreza que ninguno en todos sus reynos lo fazía mejor. Era gran caçador de aves, ome de buen esfuerço e gran trabajador en las guerras. De su natural condiçión era muy inclinado a hazer justiçia, y también era piadoso e compadeçíase de los miserables que veýa en alguna angustia. Tenía una graçia singular: que qualquier que con él hablase, luego le amava e deseava servir, porque tenía la comunicaçión muy amigable.
(Pulgar, Crónica..., I, p. 75).

En el primer mes de 1469 se firmó el Acuerdo de Cervera entre los embajadores castellanos y mosén Pierres de Peralta, condestable de Navarra, que representó a Aragón por orden de Juan II; en Cervera se pactaron las condiciones económicas del enlace, ventajosas para los castellanos, mientras que el rédito político esperaban obtenerlo los aragoneses. Poco después, el Rey de Sicilia se puso en camino hacia Valladolid, realizando un complejo viaje desde Valencia a Zaragoza, para pasar a Castilla por Ariza, Monteagudo, Burgo de Osma y Berlanga. Y es que se dio la curiosa circunstancia de que el entonces Rey de Sicilia, que habría de convertirse en el más poderoso monarca de la cristiandad, viajó hacia Castilla de incógnito, acompañado tan solo por sus más fieles colaboradores (los hermanos Espés, Pedro Vaca, Guillén Sánchez y su maestro, Vidal de Noya), además de Gutierre de Cárdenas y Alonso de Palencia, enviados por Isabel la Católica como legados. Ya en Castilla, un pequeño contingente de tropas al mando de Gómez Manrique le sirvió de escolta hasta Valladolid, protegiendo a Fernando de Aragón de la vigilancia fronteriza ordenada por Enrique IV de Castilla, que trató de impedir la entrada a su reino del que iba a convertirse en su cuñado. Finalmente, después de haber visto por vez primera a su futura esposa tres días antes, el 19 de octubre de 1469, la actual chancillería de Valladolid, entonces palacio de la familia Vivero, fue testigo de un enlace decisivo en la Historia de España, pero que en su tiempo se celebró casi en la clandestinidad, con pocos invitados de relumbrón y gracias a una dispensa papal falsificada por Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, pues los cónyuges eran primos en segundo grado.

Un año más tarde, Fernando de Aragón fue padre por partida doble: su esposa Isabel parió en Dueñas a la primogénita, Isabel, y casi al tiempo nació Alonso de Aragón, hijo de la amante del Rey, doña Aldonza. La situación en Castilla se volvía complicada, toda vez que Enrique IV, en Valdelozoya, había vuelto a nombrar a heredera a su hija, Juana la Beltraneja, en detrimento de su hermana Isabel, a quien acusaba de haberse casado con Fernando sin su consentimiento. El Rey de Sicilia optó por la prudencia y se retiró a Medina de Rioseco, feudo de los Almirantes de Castilla, los Enríquez, sus parientes por línea materna. A través de emisarios, embajadas, conversaciones y maniobras diplomáticas, poco a poco los futuros Reyes Católicos fueron granjeándose las simpatías de la nobleza castellana, sobre todo el apoyo del linaje Mendoza. Así, con la situación de Castilla en una tensa calma, el príncipe Fernando inició el viaje de regreso hacia Aragón, donde, en octubre de 1472, se firmó la Capitulación de Pedralbes, poniendo fin al conflicto civil entre los catalanes y Juan II, conflicto que había acompañado a Fernando desde el mismo instante de su nacimiento.

El reinado de los Reyes Católicos.

Fernando V de Castilla y León (1474-1479)

Si al firmar varios acuerdos con la nobleza castellana antes de su partida Fernando de Aragón ya había dado muestras de esa tremenda sagacidad política que se convertiría en proverbial con el paso del tiempo, en la reanudación de su actividad como primogénito aragonés comenzó a vislumbrarse su capacidad militar como director de las campañas. Su padre, Juan II, era ya un hombre de 75 años, con diferentes achaques de salud, en especial unas cataratas que apenas le permitían la visión, por lo que Fernando, en calidad de lugarteniente general de la Corona de Aragón, fue el encargado de socorrer a su padre en el intento de reconquistar el Rosellón y la Cerdaña al rey francés Luis XI, que las había ocupado en el transcurso de la guerra.
 Durante 1473 Fernando fue recibido con honores por las antaño ciudades rebeldes a su figura y a la autoridad paterna, como Barcelona y Girona, además de dirigir personalmente el asedio de Perpiñán. Sin embargo, los franceses pasaron a la ofensiva en 1474 y obligaron a los aragoneses a retirarse de tan avanzadas posiciones, lo que implicó que el príncipe Fernando pactase una defensa de la zona. Además, en esta retirada hubo otra poderosísima razón: la muerte de Enrique IV, lo que convertía al Rey de Sicilia en Rey de Castilla y León.
 La recepción de la noticia por parte de Fernando fue desalentadora, pues tanto el Arzobispo Carrillo como Gaspar de Espés le escribieron sendas alertas para que se personase en Castilla de inmediato, ya que su esposa había decidido coronarse sin esperar a su marido. Este momento debió de ser uno de los más problemáticos de la pareja, pues Fernando temió sin duda que Isabel hubiese llegado a algún acuerdo con la nobleza castellana para apartarlo del poder. Con una celeridad inusitada, el aragonés entró en Segovia en los primeros días de 1475 para llevar a cabo una negociación entre todos los implicados. El acuerdo se conoce como Sentencia Arbitral de Segovia (1475), por el que se constituyeron las bases contractuales de gobierno de los Reyes Católicos: ninguno de los dos ejercería el poder en solitario, sino siempre tras mutua concordia; Isabel aceptó que su esposo, en tanto hombre, le antecediese en la titulación, pero a cambio de que el reino de Castilla figurase antes que el de Aragón. Poco más tarde se optó por la fórmula conjunta "el rey e la reyna", utilizada para hacer alusión a la fortaleza e indivisibilidad de la recién nacida diarquía aragonesa-castellana. Un jurista de toda la confianza de Fernando de Aragón, Alfonso de la Cavallería, fue el garante de la posición aragonesa en este acuerdo.

Tras la Sentencia Arbitral, Fernando podía titularse Rey de Castilla y León con todas las de ley, si bien esta legalidad no se correspondía con una situación idílica para imponer su gobierno. Por de pronto, la entrada en liza de los Mendoza a favor de los nuevos reyes provocó la ruptura entre éstos y su antiguo aliado, el Arzobispo Carrillo, tal vez la persona que más había trabajado para que se celebrase el enlace. Además, Fernando recibió en Castilla las tristes noticias que afectaban a los asuntos aragoneses: los franceses habían tomado Perpiñán. Teniendo por casi seguro que la defección de Carrillo auguraba problemas, Fernando decidió tomar las riendas de la política castellana, golpe de timón perfectamente visible a lo largo del año 1475, cuando Alfonso V, Rey de Portugal, decidió invadir Castilla para defender los derechos al trono de su mujer, Juana la Beltraneja, con quien poco antes se había desposado siguiendo las directrices del Arzobispo Carrillo. 
En la guerra civil encubierta que Castilla libró bajo la apariencia de una invasión portuguesa, Fernando comenzó a erigirse en el astuto y valiente militar con que ha pasado a la posteridad, haciendo buena toda esa experiencia vivida en la guerra catalana cuando apenas era un mozalbete. Aun con la ayuda de los nobles castellanos afines a su programa, y también el enorme esfuerzo prestado por sus hermanos bastardos, Fernando dirigió personalmente el asedio de Zamora y la decisiva batalla de Toro, al mismo tiempo que, en unión con su esposa, dictaba las normas de Hermandad en las Cortes de Madrigal (1476). El militar y el político, el decidido monarca, acabó triunfando no sólo sobre los enemigos portugueses, sino también sobre todos aquellos nobles que habían osado desafiar su autoridad, que fueron poco a poco aceptando el perdón ofrecido por los Reyes Católicos, fuertemente impresionados por el carácter del monarca. A este respecto, las palabras que Gómez Suárez Figueroa, Conde de Feria, escribió a Juan II sobre su hijo Fernando en 1478 parecen significativas de lo que había supuesto el talante del nuevo rey de Castilla en la época de la guerra:

Creo que Natura no puede fazer príncipe en quien más el saber, la grandeza del ánima, la gentileza y la humanidad reluzcan ni quepan como en Su Majestad, ni es cosa creedera el saber suyo, que más parece divina que humana [...], pues toda la Spaña ni todo el mundo d’él fablarán syno dezir grandezas y virtudes.
(Recogido por Sesma Muñoz, Fernando de Aragón..., p. 111).

Fernando II de Aragón (1479-1490)

En 1478 nació el príncipe Juan, hijo varón de los Reyes Católicos y que andando el tiempo se convertiría en heredero de ambas coronas, lo que parecía cohesionar aún más la legalidad de Fernando como rey de Castilla. Pero cuando todavía se hallaba pacificando este territorio y solventando los últimos rescoldos de la invasión portuguesa, le llegó la noticia del fallecimiento de su padre, Juan II (19 de enero de 1479), por lo que Fernando unía a las coronas que ya poseía, las de Sicilia y Castilla y León, la inmensa Corona de Aragón, convirtiéndose en el monarca más poderoso de su tiempo. 
Al igual que sucediese un lustro atrás cuando fue proclamado rey de Castilla, la situación era ciertamente complicada en la relación entre el nuevo monarca y sus súbditos de la Corona de Aragón, aunque por razones contrarias: en efecto, pasados los estertores del conflicto civil catalán, nada afectaba a la legitimidad de Fernando, pero la tradicional idiosincrasia corporativa y pactista de los reinos que formaban la Corona de Aragón no casaba demasiado bien con el carácter rígido, autoritario y absolutista de Fernando II, que ya comenzaba a vislumbrar, mediante la acaparación de coronas, el convertirse en ese Emperador de las Españas al que se aludía en la época mediante la profusión de textos y escritos de carácter exegético e incluso mesiánico.
Croat de Fernando el Católico, Barcelona.

Una vez ordenadas las exequias de su padre, y después de haber derrotado a los portugueses en la decisiva batalla de la Albuera, Fernando II de Aragón viajó hacia Zaragoza, donde fue coronado el día 28 de junio después de jurar los Fueros de Aragón. Allí permanecería durante dos meses, ordenando asuntos concernientes a la gobernación y poniendo al frente del reino de a sus hombres de confianza, como el tesorero Luis Sánchez, el baile Juan Fernández de Heredia y, en especial, a su hijo bastardo, Alonso de Aragón, a quien intentó promover a la archidiócesis cesaraugustana en un intento de mantenerlo a salvo de las hipotéticas intrigas de Castilla, pues Alonso, en tanto hijo varón del rey, aun con su ilegitimidad, podía llegar algún día a reinar; como arzobispo de Zaragoza, Alonso quedaba fuera de las reglas de sucesión y prestaría a su padre un apoyo político fundamental, como se verá más adelante. Pero las disposiciones pactistas de las Cortes de Aragón, así como la bancarrota de la Hacienda regia, continuó lastrando las relaciones entre Fernando y sus súbditos, quienes siempre trataron de asegurarse sus privilegios forales en contra del fortalecimiento monárquico pretendido por el rey.
Quizá el punto de mayor fricción fuese el establecimiento del Tribunal de la Inquisición en Zaragoza (1484), a imagen y semejanza del ordenado en Castilla en 1482, siguiendo las instrucciones dadas para toda la cristiandad por el papa Sixto IV mediante su bula Exigit sinceras devotionis affectus (1478). Procuradores y diputados se quejaron por doquiera acerca de la vulneración que este tribunal realizaba sobre los fueros, usos y costumbres judiciales del reino, pero el rey se mantuvo constante en su intento por mantener su hegemonía ante estos asuntos. El asesinato del Inquisidor General de Aragón, Pedro de Arbués en 1485, y los subsiguientes enfrentamientos entre cristianos viejos y judíos en la aljama de Zaragoza, supusieron un momento de elevadísima tensión en el reino, vencida por la incuestionable autoridad del rey, que no dudó un ápice en castigar severamente a los culpables de tan impío crimen.

En el verano de 1479 Fernando II entró en Barcelona, ciudad de la que no guardaba demasiado buen recuerdo pese a vivir allí algún tiempo de su infancia, debido al ahínco con que se habían levantado contra su padre. El pulso entre los dos organismos más importantes de Cataluña, el Consell de Cent y la Generalitat, continuaba lastrando la política del principado por su virulencia, agravando la vida diaria con el conflicto de los payeses de remensa. El nuevo monarca, aun situando de nuevo a sus hombres de confianza en el entorno de la gobernación, como su primo, Enrique Fortuna, Conde de Ampurias y lugarteniente de Cataluña, siempre tuvo que lidiar con la crisis catalana de finales del siglo XV. Sólo sirvieron como nimios paliativos algunas disposiciones personales de Fernando II, como la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486), con la que se pretendía poner fin al conflicto entre los dos bandos políticos catalanes, la Busca y la Biga, y al secular problema de los remensas. Ni siquiera los intentos de recuperación del Rosellón y la Cerdeña fueron motivo suficiente para aunar los esfuerzos de Cataluña alrededor de la política de su nuevo rey, como frustrados resultaron los intentos del hombre de confianza de Fernando en Cataluña, Jaume Destorrent, por canalizar favorablemente los recursos económicos del principado. La política intervencionista (redreç) del Rey Católico en el nombramiento de cargos y procedimientos de elección en el Consell y en la Generalitat fue la causante de esta mala relación, constante aunque con altibajos, entre el monarca y las instituciones catalanas.

La más plácida y feliz relación con todos los territorios que formaban parte de la Corona de Aragón la mantuvo Fernando II con el reino de Valencia, que, al contrario que Aragón y Cataluña, vivía una época de gran auge económico debido al comercio, prosperidad tan sólo alterada por algunos rescoldos de las terribles banderías que habían asolado el territorio durante la primera mitad del siglo XV. Los nobles valencianos no dudaron en prestarle todo su apoyo en las campañas militares (de Italia o de Granada), mientras que sus hombres de confianza, como los Cabanilles o Diego de Torres, baile general, aseguraron la estabilidad del gobierno fernandino en las instituciones valencianas, si bien en los años finales del siglo XV y en los primeros del XVI se asistió a una crisis económica de tremenda envergadura, que ni siquiera el sucesivo nombramiento de agentes del rey como racionales de Valencia (Gaspar Amat, Bertomeu Cruilles, Joan Figuerola), logró solucionar, pues el endeudamiento para financiar las empresas de Fernando el Católico había cercenado gravemente el crecimiento del reino.

Fernando II, en tanto rey de Aragón, nunca se sintió cómodo entre las austeras y reticentes Cortes aragonesas, de muy distinto funcionamiento a las castellanas y mucho más reticentes a aceptar la voluntad real que las de Castilla. Por esta razón, la política del Rey Católico en su reino natural fue la de establecer una estrecha red de colaboradores eficaces en las instituciones del reino, además de contar con la nobleza del reino apaciguada y siempre dispuesta a servir a sus intereses, como contrapunto al gran poder que en la Corona de Aragón tenían municipios y Cortes. Al contrario que la política expansionista practicada por Fernando como rey de Castilla, en Aragón tuvo mucha más importancia el intentar un equilibrio entre todos los estamentos del reino, única manera de fortalecer la autoridad regia y acabar con la crisis que golpeó con fuerza a la Corona durante el siglo XV. A veces con firmeza autoritaria, a veces mediante la cesión y el pacto, puede decirse que Fernando II logró su cometido, si bien el equilibrio siempre fue bastante precario.

El camino hacia el año mágico (1480-1492)

Objetivos y logros de la actuación real.

Estatua de Fernando II de Aragón y V de Castilla, el Católico (1452–1516), en los Jardines de Sabatini de Madrid (España). Esculpida en piedra blanca por Juan de León entre 1750 y 1753.

La conquista de Granada (véase Guerra de Granada), aun con su alto coste económico y temporal, no fue sólo uno de los pilares fundamentales de la época de los Reyes Católicos, sino también uno de los ámbitos donde con más precisión puede observarse el ansia de Fernando II por convertirse en ese solícito emperador que restaurase la unidad de España, perdida desde tiempo de los godos. Al contar con los recursos de Aragón desde 1479 y una vez pacificada y ordenada Castilla desde las Cortes de Toledo de 1480, en la reanudación de la empresa granadina vio Fernando una doble oportunidad: por un lado, arreciar la belicosidad de las noblezas hispanas (castellana y aragonesa) en pos de un objetivo militar común; por otro lado, continuar obteniendo ingresos extraordinarios de sus reinos e incluso sonsacarlos a la Iglesia, so pretexto de la cruzada contra el secular enemigo cristiano. Por ello, la toma de Alhama por los musulmanes en 1480 fue la chispa que encendió el conflicto, y que tuvo a Fernando de Aragón como principal protagonista al erigirse en general de las tropas que iban a luchar contra los musulmanes. Dejando atrás la conquista de Alhama, el monarca tuvo que hace frente a un primer revés, como fue el fracasado asedio de Loja (1482), donde su excesivo ímpetu motivó tanto la retirada de las tropas cristianas como la muerte de algunos famosos caballeros, en especial la de Rodrigo Téllez Girón, Maestre de Calatrava. Pero, según el cronista,

Fue escuela al Rey este cerco primero de Loxa, en que tomó lición y deprendió ciencia con que después fizo la guerra e con ayuda de Dios ganó la tierra.
(Bernáldez, Memorias..., p. 125).

Y, ciertamente, a partir del año siguiente las campañas cambiaron de signo: en 1483 tuvo lugar la batalla de Lucena, en la que fue hecho prisionero Boabdil el Chico, rey de Granada, que no tardó en aceptar un pacto con los Reyes Católicos. En 1484 fueron conquistadas Álora y Setenil, y en 1486 lo fue Loja, vengando los sucesos de 1482. Las sucesivas conquistas de Málaga (1487), Baza y Almería (1489) estrecharon el cerco sobre Granada, que lo fue mucho más en 1491, cuando se construyó el campamento de Santa Fe prácticamente al lado de la urbe musulmana.
 Además de atender los asuntos relacionados con la gobernación de Aragón y de Castilla, Fernando II dirigió personalmente todos los grandes movimientos de tropas, lo que fomentó las alabanzas a su carácter de rey justo, piadoso y extraordinario militar, como las contenidas en este sermón anónimo:

¿Quién nunca vido rey tan cristianíssimo y tan humano, tan extrenuo en las armas, que usase de la guerra no como rey mas como igual y conpañero?
(Delgado Scholl y Perea Rodríguez, ed. cit., p. 25).

Desde un plano más personal, alejado de las alabanzas populares, no es de extrañar que el propio monarca se sintiera exultante ante el hecho de finalizar la secular empresa de reconquista y de convertirse, ahora sí, en el gran unificador de España. El mismo día que se produjo la entrada de los Reyes Católicos, Fernando II escribía de su puño y letra esta carta a casi todos los reinos y estados europeos, anunciando al mundo la consecución de tan gran empresa:

Ha plazido a Nuestro Senyor, después de muchos y grandes trabajos, gastos y fatigas de nuestros reynos, muertes e derramamientos de sangre de muchos de nuestros súbditos e naturales, dar bienaventurado fin a la guerra que he tenido con el rey e moros del reyno e çibdad de Granada; la qual tenida e ocupada por ellos más de seteçientos e ochenta años, oy, dos días de enero d’este año de noventa e dos, es venida a nuestro poder e señorío...
(Recogido por Sesma Muñoz, Fernando de Aragón..., p. 211).

Desde el comentado asesinato de Pedro de Arbués en 1485, la tensión entre judíos y cristianos se había elevado muchísimo en el reino de Aragón, aun demostrada la inocencia de los hebreos en el magnicidio. En este sentido, la conquista de Granada obró en contra de la minoría judía, puesto que la presentación popular de Fernando de Aragón como el paladín de la fe hizo que se acelerase el plan de conversión obligatoria al cristianismo de los judíos. En esencia, y por lo que respecta a la Corona de Aragón, los judíos mantenían un lugar importante en el comercio, pero la inmensa mayoría de ellos se había convertido mucho antes, y de hecho, linajes de conversos se dejan ver en el organigrama de colaboradores del rey Fernando (los Santángel, los Sánchez, los de la Cavallería...) Por ello, el decreto de expulsión, que contó con distinta versión en Aragón que en Castilla, oficializó una situación que ya se daba en diversos ámbitos de la Corona, aunque significó el desmantelamiento de importantes juderías del reino, algunas de ellas de honda raigambre, como las de Huesca o Tortosa. Pero Fernando II se mantuvo firme en su decisión, convencido de sus ventajas autoritarias y propagandísticas sobre su persona (véase: Expulsión de los judíos).

El tercer gran hito del año 1492, el descubrimiento de América, supone un motivo de profunda controversia en el análisis de Fernando II de Aragón. Por un lado, su apoyo a la entonces temeraria empresa colombina se realizó por consejo de un nutrido grupo de colaboradores de su séquito, como Alfonso de la Cavallería, Felipe Climent, Juan de Coloma o Gabriel Sánchez, al tiempo que fue una familia de mercaderes valencianos, los Santángel, también estrechos colaboradores del rey de Aragón, quienes se encargaron de encontrar las vías financieras para la expedición del almirante genovés. Para prestar su apoyo a la misma, en el ánimo del rey pesó casi tanto como la consecución de nuevas rutas comerciales el hecho de la extensión del cristianismo por otros pueblos, doctrina mesiánica que el propio Cristóbal Colón se encargó de presentar como ingrediente atractivo de su expedición en las distintas entrevistas que mantuvo con ambos monarcas. Una vez recibidas las noticias del descubrimiento, Fernando II se apresuró a respetar lo pactado con su esposa, al mismo tiempo que emitía un dictamen en el que, oficialmente, se apartaba de la evangelización, comercio y aprovechamiento de América a todos aquellos reinos extranjeros a Castilla, que obtenía el monopolio del Nuevo Mundo en todos sus aspectos.
 A pesar de que este hecho le haya valido a Fernando el Católico muchos reproches, en sus tiempos y en los siguientes, la decisión es perfectamente lógica desde la perspectiva de la época: no se trataba de arrinconar a Aragón, sino de impedir que otras potencias marítimas, como Portugal, Inglaterra y, principalmente, Francia, compitiesen con Castilla en la consecución de beneficios americanos. Además, a título individual, aragoneses, navarros, catalanes, valencianos y baleares participaron con las mismas condiciones que el resto de españoles en la empresa americana, que también ha de ser incluida como hito principal del reinado de Fernando II de Aragón por méritos exclusivamente propios. El monarca siempre tuvo a la administración del Nuevo Mundo como una de sus prioridades, no sólo por los lógicos motivos financieros, sino también por sus deseos expansores; esta preocupación es visible incluso en la época de su regencia castellana, cuando creó la Junta de Navegantes (1508) o ratificó las Ordenanzas de la Casa de Contratación (1510), además de la preocupación expresada en las Leyes de Burgos (1512) por la situación jurídica, laboral y personal de los indígenas de las tierras conquistadas. América siempre fue importante para el Rey Católico.

El atentado (1492)

Tras la firma de las Capitulaciones de Santa Fe (1492), el nivel de popularidad de Fernando e Isabel creció hasta límites insospechados, sobre todo el del Rey Católico, el gran conquistador de Granada, no dudándose de que, si se lo propusiera, incluso sería capaz de proseguir el espíritu de las cruzadas y recuperar el Santo Sepulcro, como cantaban algunos poetas:

Fállase por profecía
de antiguos libros sacada
que Fernando se diría
aquél que conquistaría
Jherusalem y Granada.
El nombre vuestro tal es,
y el camino bien demuestra
que vós lo conquistarés;
carrera vays, no dudés,
sirviendo a Dios, que os adiestra.
(Cancionero de Pero Marcuello, ed. Blecua, p. 51).

Pero este esplendor del año 1492 estuvo a punto de convertirse en tragedia debido al que, sin duda, fue uno de los momentos críticos del reinado de Fernando II y, por supuesto, episodio clave en su propia vida: el intento de asesinato del que fue objeto, obra de un visionario llamado Juan de Cañamares o de Canyamás, que le asestó una puñalada tremenda cuando el monarca paseaba con algunos miembros de su séquito por los alrededores de la catedral de Barcelona. La narración de Bernáldez es buena prueba del dramático suceso, ocurrido el 7 de diciembre de 1492:

E allegóse a cerca d’él [i.e., del rey], por detrás, aquel traidor e dapñado onbre; e así como el rey acavó de departir con el tesorero, abaxó un paso para cavalgar en su mula, e él que tenía , e el traidor que tirava el golpe con un alfange o espada cortancha como de fasta tres palmos. E quiso Nuestro Señor milagrosamente guardarlo; que si le diera antes que se mudara, tajárale por medio la cabeça fasta los honbros; e como se mudó, alcançóle con la punta de aquel mucrón una cuchillada desde encima de la cabeça, por cerca de la oreja, el pescueço ayuso fasta los honbros, en que le dieron siete puntos. E como el rey se sintió herido, púsose las manos en la cabeça e dixo: "¡Ó, Santa María, y valme!" E començó de mirar a todos e dixo: "¡Ó, qué traición! ¡Ó, qué traición!"
(Bernáldez, Memorias..., p. 266).

Fernando II pensó en que, en efecto, un complot de alguno de sus enemigos había sido el culpable de aquel intento de asesinato, del que sólo se salvo por unas décimas de segundo, como narró Bernáldez. El revuelo armado en Barcelona por saber quién era el autor no duró demasiado, pero significó la existencia de ataques entre gentes de uno y de otro reino, por ver de dónde era el autor.
 Finalmente, el campesino confesó que había realizado el crimen por estar trastornado y pensar que reinaría él si matase a Fernando II, aunque su enajenación mental no le libró de sufrir una aparatosa condena. Los enfrentamientos en Barcelona fueron calmados mediante la noticia de que el rey se había salvado de morir, aunque estuvo convaleciente durante seis meses de sus heridas. En la primavera de 1493, la ciudad de Barcelona obsequió al Rey Católico con una de las más grandes fiestas de toda la Edad Media hispana, con justas y torneos, invenciones y cimeras, toros, cañas y todo tipo de entretenimientos cortesanos. Todo era poco para demostrar la alegría popular emanada de la fortuna de Fernando II, ileso tras el brutal atentado.

De Tordesillas a las empresas en Italia (1494-1503)

Poco antes de acabar 1493, ya recuperado de sus heridas y de regreso a los asuntos de la gobernación, el rey de Aragón pudo sonreír definitivamente al pactar con Carlos VIII la solución al pleito entre franceses y aragoneses: la entrega de los condados de Rosellón y Cerdaña a Fernando, en cumplimiento de lo pactado, con lo que se alcanzaba uno de los deseos más perseguidos por el monarca, como era el de recuperar estos territorios, perdidos durante entre el conflicto entre su padre y su hermano. Antes de afrontar en todo su esplendor los negocios transalpinos, Fernando se halló presente en la famosa firma del Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal, en que ambas coronas trazaron una línea mediante la cual se repartían las áreas de influencia en los Nuevos Mundos, descubiertos al albur de sus expediciones científicas y colonizadoras.

La acción exterior.

Pocos días más tarde, en enero de 1494, la muerte de Ferrante I, rey de Nápoles, provocó que le sucediera su hijo, Alfonso II el Guercho, príncipe odiado por su pueblo merced a su carácter tirano. La debilidad de este gobernante encendió la mecha de la intervención aragonesa en Italia, en pugna con los intereses de Francia. Cabe recordar que la otra hermana del Rey Católico, Juana de Aragón, se convirtió en el brazo diplomático para enraizar sus intereses en Italia, como esposa del fallecido Ferrante I. Pero en febrero de 1495, cuando Alfonso II de Nápoles abdicó en su hijo, Ferrante II, con el ejército francés entrando en Nápoles, Fernando II de Aragón pudo entonces iniciar su ofensiva, al haber roto el monarca galo los pactos firmados con ocasión del Rosellón y la Cerdaña. Aliado con Venecia, Génova y el Papado, el Rey Católico tuvo en la conquista de Nápoles su punto principal de acción en los años bisagra que separan los siglos XV y XVI, si bien no dirigió las operaciones militares sino que las encomendó al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, el principal artífice de la conquista aragonesa de Nápoles.
 De forma paralela, y amparado en su ideal de recuperación de Tierra Santa, Fernando II dio el visto bueno a varias expediciones en el norte de África, como la conquista de Melilla (1497), si bien la teórica expansión quedó frenada por otros motivos. Años más tarde, con la sublevación de los moriscos de las Alpujarras granadinas (1499-1500), el Rey Católico se dio cuenta de lo mucho que convenía tener a favor los territorios norteafricanos, pero otras empresas de mayor envergadura reclamaron su atención (véase: Sublevación de las Alpujarras).
En el año 1516, rey Fernando, fue concedida por Carlos el Temerario en el Capítulo de la Orden celebrado en Valenciennes entre el 1 y el 4 de mayo de 1473. La ceremonia de investidura tuvo lugar en la parroquia de Santa María de la Asunción de Dueñas (Palencia) el 24 de mayo de 1474 a cargo de Jean de Rubempré, señor de Biévre (Bélgica).


Fernando II planteó una clara consigna política durante estos años: aislar a Francia, el tradicional rival de la Corona de Aragón y en aquellos momentos enemigo en Italia, en el contexto internacional, de ahí que durante estos años el monarca se esforzase en realizar diversas alianzas con los reyes circundantes mediante la negociación de los matrimonios de sus hijos. Especialmente importante fue el pacto matrimonial confirmado en 1496: el doble enlace hispano-imperial mediante el cual el príncipe Juan casaría con la Archiduquesa Margarita, hija del emperador Maximiliano I, mientras que la princesa Juana casaría con el Archiduque Felipe el Hermoso. Al tiempo, la primogénita, Isabel, que enviudó en 1491 de Alfonso de Portugal, volvió a casarse en 1497 con Manuel I, nuevo rey luso, manteniendo la alianza entre los reinos ibéricos. Pero la cadena de muertes dio al traste con estos planes: Juan falleció en 1497, mientras que Isabel lo hizo en 1498, en Zaragoza, justo en el momento en que Fernando II trataba por todos los medios de que las Cortes de Aragón la jurasen como heredera. El hijo de Isabel, el príncipe Miguel, que sí fue jurado como heredero, falleció en 1500, dando otra vez al traste con los planes de sucesión.
 El Rey Católico intentó reaccionar a estas adversidades en el plano político mediante nuevos pactos: atado el emperador con el enlace entre Felipe y Juana (que se convertían en herederos de Castilla), la infanta María sustituyó a su hermana Isabel como esposa de Manuel I de Portugal en 1499, mientras que la pequeña, Catalina, fue prometida al Príncipe Arturo de Gales, heredero de Inglaterra. Pero estas adversidades auguraban malos presagios para el futuro. Únicamente la victoria del Gran Capitán en Ceriñola (1503) ante los franceses, que permitió al rey coronarse como Fernando III de Nápoles, supuso un motivo de alegría durante estos oscuros tiempos.

Muerte de Isabel y boda con Germana de Foix (1504-1506)

Germana de Foix

Después de soportar una grave enfermedad que deterioró su salud durante bastantes meses, el 26 de noviembre de 1504 falleció Isabel I de Castilla en el castillo de la Mota, de Medina del Campo. El rey Fernando se dolió muchísimo de esta muerte, pues no en vano guardaba un profundo sentimiento amoroso por su esposa, con la que llevaba casado treinta y cinco años. El recuerdo de su primera mujer siempre estaría muy presente en el monarca, como se demuestra en estas líneas escritas por el propio monarca en su última voluntad:

Item considerando que entre las otras muchas y grandes mercedes, bienes y gracias que en Nuestro Señor, por su infinita bondad y no por nuestros merecimientos, avemos rescibido, una e muy señalada ha sido en avernos dado por mujer e compañía la Serenísima Reyna Doña Ysabel, el fallescimiento de la cual sabe Nuestro Señor quánto lastimó nuestro corazón y el sentimiento entrañable que d’ello ovimos, como es justo, que allende de ser tal persona y tan connjunta a Nos, merescía tanto por sí en ser doctada de tantas e tan singulares excelencias, que ha sido en su vida exemplar en todos abtos de virtud e del temor de Dios, y amaba y celaba tanto nuestra vida, salud e honra que nos obligaba a querer e amarla sobre todas las cosas de este mundo.
(Testamento de Rey Católico, año 1516, f. 22r).

Muerta Isabel, los herederos de Castilla y León, con todo el imperio colonial americano, pasaban a ser su hija Juana, casada con el Archiduque de Austria, Felipe el Hermoso, un yerno sumamente incómodo que ya en 1498 había intentado diversas maniobras para ceñir la corona castellana. Ante esta tesitura, el rey Fernando intuyó rápidamente el peligro de la sucesión en la Corona de Aragón, que podría acabar en manos de Juana y de su marido, o del hijo de ambos, por lo que, pese a sus 52 años de edad, no tuvo reparos en casarse en segundas nupcias con una princesa de 18 años, que pudiera engendrar hijos para que fuesen enseguida reconocidos como herederos de Aragón. La dama elegida fue Úrsula Germana de Foix, sobrina del rey de Francia, en virtud del Tratado de Blois, firmado el 12 de octubre de 1505 y mediante el cual, a través sobre todo del citado matrimonio, Fernando el Católico se aseguraba una tregua con sus antaño enemigos galos que iba a servir para acometer una reorganización interna de sus territorios ibéricos y mediterráneos. Tal fue la esencia de este "matrimonio por razón de estado", como lo bautizó en su día y lo analizó con detenimiento el erudito José Mª Doussinague.
Escudo de corona de Aragón 

Desde la perspectiva castellana, y gracias a una cláusula testamentaria de la Reina Católica, Fernando II quedaba investido como regente de Castilla en ausencia de Juana, situación que se dio entre la muerte de Isabel I en noviembre de 1504 y la llegada a la península de Juana I y Felipe I, en abril de 1506. 
Esta primera regencia fernandina fue harto difícil y siempre estuvo bajo sospecha: al aragonés los castellanos siempre le reprocharon que utilizase los recursos económicos de Castilla para financiar las empresas militares de Aragón en el Mediterráneo. Además, la celebración de la boda con Germana de Foix, apenas un año más tarde de enviudar, fue tomada con muchísimo desagrado por los castellanos, muy disgustados porque, en su opinión, se había faltado a la memoria de la Reina Católica con semejante enlace nupcial, celebrado en Dueñas (Palencia) el 15 de marzo de 1506. Si la boda se celebró en Castilla fue porque Fernando se hallaba de camino de entrevistarse con su hija Juana y con su yerno Felipe. 
La cita aconteció en las cercanías de Villafáfila (Zamora), y en ella se pactó un traspaso de poderes basado en la legalidad, pues en ningún caso el Rey Católico pecó de ambición y cedió sin ningún problema (aunque seguramente con resquemor) la corona castellana a sus legítimos posesores. 
Sin embargo, muy amarga debió de ser aquella jornada para Fernando II, que vio cómo, aunando el disgusto ante su segundas nupcias y el teóricamente esperanzador futuro que se presentaba en forma de mercedes y dádivas de un nuevo monarca, casi toda la nobleza castellana le dio la espalda para pretender causar grata impresión a Felipe I. El testimonio de Bernáldez vuelve a ser ilustrativo:

Mostró sentimiento el rey don Fernando allí de aquellos grandes y nobles de Castilla, cómo sin cabsa lo aborreçieron y mostraron enemiga; y pensaron que de otra manera se ovieran allí con el rey don Felipe.
(Bernáldez, Memorias..., pp. 499-500).

Todos aquellos caballeros con quienes había compartido jornadas militares en las guerras contra Portugal y Granada prefirieron a su nuevo y joven rey. Únicamente el Duque de Alba, el Conde de Haro y el Almirante de Castilla, unidos por lazos familiares a Fernando de Aragón, permanecieron tan leales como antaño en los nuevos y delicados tiempos. Después de Villafáfila, Fernando II emprendió viaje hacia Nápoles con la reina Germana, previo paso por Génova. Tras la muerte de Isabel la Católica, las relaciones entre Fernando II y el Gran Capitán no pasaban por un bueno momento, y el monarca quiso asegurarse por completo de la posesión de sus tierras italianas aun a costa de tomar una medida impopular, como era la de apartar a Gonzalo Fernández de Córdoba del mando napolitano y sustituirlo por nobles y burócratas aragoneses de su entera confianza.
 Esta caída en desgracia de Gonzalo Fernández de Córdoba ante el rey fue uno de los motivos, e incluso el principal, del descenso de popularidad del Rey Católico en Castilla; pero dejando aparte la decepción del militar y de sus compañeros de rango, el monarca se mantuvo siempre fiel a su habilidad como estratega político, pues enseguida percibió que era hora de abandonar las armas en Italia para pasar a la administración burocrática. Por ello, la realización de una entrada real en Nápoles el 1 de noviembre de 1506, acompañado de la reina Germana y con todo el ceremonial inherente a la propaganda ideológica de la dominación aragonesa de Italia, significó un hito de importancia en la madurez del tercer rey de Nápoles llamado Fernando.


Ancestros: .-1. Fernando II de Aragón.
 
2. Juan II de Aragón
 
3. Juana Enríquez

4. Fernando I de Aragón
 
5. Leonor de Alburquerque
 
6. Fadrique Enríquez
 
7. Marina Fernández de Córdoba
 
8. Juan I de Castilla
 
9. Leonor de Aragón
 
10. Sancho de Castilla
 
11. Beatriz de Portugal
 
12. Alfonso Enríquez de Castilla
 
13. Juana de Mendoza
 
14. Diego Fernández de Córdoba
 
15. Inés de Ayala
 
16. Enrique II de Castilla
 
17. Juana Manuel de Villena
 
18. Pedro IV de Aragón
 
19. Leonor de Sicilia
 
20. Alfonso XI de Castilla
 
21. Leonor de Guzmán

22. Pedro I de Portugal
 
23. Inés de Castro.
 
24. Fadrique Alfonso de Castilla.
 
25. Paloma (supuesto, su nombre real es desconocido)
 
26. Pedro González de Mendoza.
 
27. Aldonza Fernández de Ayala.

28. Gonzalo Fernández de Córdoba y Biedma.
 
29. María García Carrillo.
 
30. Pedro Suárez de Toledo.
 
31. Juana Meléndez de Orozco.


Amantes, hijos naturales y sus descendientes.



Aldonza Ruiz de Ivorra i Alemany o Aldonza Roig de Iborra (n. Cervera, Lérida 1454-Zaragoza, 4 de abril de 1513 ), fue una noble amante del rey Fernando el Católico, y madre de un hijo natural: Alonso de Aragón.

Nacida en Cervera, capital de la comarca de Segarra en 1454 y fallecida el 4 de abril de 1513, era hija de Pedro Roig i Alemany, (a quien algunos señalan erróneamente como conde o vizconde de Evol) y de Aldonza de Iborra.

Fue amante del rey Fernando II de Aragón el Católico antes de su matrimonio con la entonces princesa Isabel I de Castilla con quien tuvo a Alonso de Aragón (ca. 1469-1520), prelado español, abad del monasterio de Montearagón desde 1492 a 1520, arzobispo de Zaragoza, arzobispo de Valencia y virrey de Aragón, el único hijo varón sobreviviente de Fernando, así como su único varón extraconyugal. Alonso, a pesar de su condición eclesiástica, tendría numerosos hijos, de los que descienden numerosas familias de la nobleza española.

De Aldonza, se dice, que fue mujer de gran belleza que acostumbraba acompañar en público al príncipe Fernando vestida de hombre.

Posteriormente, casó con Francisco Galcerán Castro y de Pinós y de Só y Carroç d’Arborea, VII vizconde de Ebol y de Canet, Barón de Pinós y de Mataplana, con quien tuvo dos hijos.

Aldonça era la hija mayor del matrimonio formado por Pere Roig i Aldonça d'Ivorra, barones del Portell, un señorío situado en el territorio del actual pueblo de Sant Ramon (Segarra), ligeramente desnaturalizado a causa de la crisis feudal que había destapado la primera contestación campesina al régimen (1448-1449) y que conduciría a la primera revolución de los Remences (1462-1472), un señorío que remontaba a la centuria del 1000, cuando los condes independientes de Urgell y de Barcelona habían incorporado aquel territorio a sus dominios. Se trata de un origen, sin embargo, que en ningún caso certificaba que los Roig d'Ivorra fueran descendientes directos de los Cabrera y de los Cardona, las dos estirpes nobiliarias que habían liderado aquella empresa militar. Más bien lo contrario. La gran crisis que había estallado un siglo antes de la existencia de Aldonça, con la inesperada visita de la Peste Negra (1347-1351) que arrasó Europa, había provocado, entre otras cosas, el acceso de las clases mercantiles, ricas pero plebeyas, en la propiedad de los dominios señoriales.

Este detalle es muy importante para entender la relación entre los Roig d'Ivorra y los Trastámara catalanes. Durante la guerra civil catalana que había precedido el reinado de Fernando, la llamada revolución Remença, las clases mercantiles rurales del Principado se habían encuadrado en la alianza rey-campesinado, que tenía el objetivo de hundir el poder político y económico de la nobleza feudal. Aquello tan viejo de "los enemigos de mis enemigos son mis amigos". Un eje triangular formado por el rey, las clases mercantiles rurales y el campesinado de remença. Y aunque la tradición dice que Aldonça y Fernando se conocieron una noche nebulosa en una finca de almendros cerca del convento de Sant Francesc, a extramuros de Cervera, las fuentes documentales, escasas pero fiables, confirman que fueron presentados en el transcurso de las negociaciones secretas para la boda de los entonces previsibles herederos de las coronas catalano-aragonesa y castellanoleonesa, unas negociaciones que se llevaban a cabo en la capital de la Segarra (1468). Entonces Fernando tenía diecisiete años y Aldonça, diecinueve.

Otro detalle que no pasa desapercibido es su potente formación intelectual. En esa época solo algunas mujeres tenían la oportunidad de acceder a la cultura: Las fuentes nos revelan que los Roig d'Ivorra formaban parte de aquel corpus social de negociantes que en aquel territorio eran descendientes de las desaparecidas juderías de Cervera, Calaf, Tàrrega y Agramunt. Resulta plausible pensar que los Roig d'Ivorra eran judíos conversos, como lo eran buena parte del aparato negociador de Fernando en Cervera, o como lo fueron los financieros de la empresa americana de Colón. El extremo del origen judío de Aldonça no es ni confirmado ni desmentido por las fuentes. Las escasas fuentes destacan, sin embargo, dos aspectos de su figura: su extraordinaria inteligencia y su deslumbrante belleza. La antítesis de Isabel de Castilla.

Alfonso, el hijo secreto

De la relación entre Aldonça y Fernando salió un hijo, Alfonso, nacido en Cervera en 1469, al año siguiente de la clausura de las negociaciones secretas que conducirían a la unión dinástica de las coronas aragonesa y castellana. A partir de este hecho, la historia de Alfonso dibuja con una gran precisión la capacidad de influencia de Aldonça. Alfonso no sería un bastardo real cualquiera. Reveladoramente llevaría, desde su nacimiento, el mismo patrónimo que su padre biológico: de Aragón. Las fuentes revelan que Alfonso siempre estaría cerca de su padre Fernando y de su abuelo, el rey Juan II. Y lo más destacable: con solo siete años sería nombrado arzobispo (ausente) de Zaragoza. Para entender eso, que actualmente parece un despropósito, solo hay que consultar la nómina de prelados de la época en la archidiócesis aragonesa y nos encontraremos con dos detalles muy reveladores: las mitras diocesanas habían sido convertidas en un resorte de poder que se disputaban la corona y la Iglesia, y un antecesor reciente de Alfonso en el sitial de Zaragoza había sido Juan, hijo natural del abuelo Juan II.

Nota: Ivorra  De la villa de Ivorra (cuyo nombre tomó), del partido judicial de Cervera (Lérida). Tuvieron también casa en Guardia Alada, lugar del Ayuntamiento de Montolin de Cervera. Se extendieron por Valencia. 
Iborrax,​ en catalán y oficialmente Ivorrax, es un municipio español de la provincia de Lérida, situado en la parte occidental de la comarca de la Segarra, en el límite con la de Noya, Cataluña. El núcleo de población está situado en la ladera de una colina y conserva su aspecto medieval.

 ANEXO.

JUAN JORDÁN DE CASTRO PINÓS I ROIG.

Catalán. Nacido en la localidad hoy francesa de Illa (Rosellón. Francia). Fue Abad del monasterio de Sant Pere de Rodes y Obispo de Agrigento, Gobernador del Castillo de Sant Angelo, recibiendo el Cardenalato, en la ceremonia, celebrada en la basílica de San Pedro del Vaticano, el día 19 de febrero de 1496, la imposición fue efectuada por el Papa Alejandro VI, tomando el dictado de Santa Prisca. En la misma ceremonia también le fue impuesto el título de Príncipe de la iglesia el Cardenal don Juan de Borja.

Armas: Cuartelado: 1º y 4º, de oro, una banda de gules (Casa de Só), 2º, de oro, una estrella de ocho puntas, de gules (armas de la casa de Roig); 4º, cuartelado de oro y azur plenas (armas de la Casa de Illa).

 Este blasón se halla recogido en el “Armorial”, de Tamborino y en el “Armorial de la Casa Real”. [Prelados, Abades Mitrados, Dignidades Capitulares y Caballeros de las Ordenes Militares Habilitados por el Brazo Eclesiástico en las Cortes del Principado de Cataluña. Dinastías de Trastamara y de Austria. Siglos XV y XVI (1410-1599). Tomo II, por Francisco J. Morales Roca].

(*) Era hijo del noble don Francisco Galcerán de Castro Pinós y de Só y Carroç d’Arborea, Vizconde d’Evol y de Canet Barón de Pinós y de Mataplana, y de doña Aldonza Roig de Ivorra y de Alemany, amante del Rey Don Fernando II de Aragón, Rey de las Dos Sicilias. 

Era hermano de Don Felipe de Castro Pinós de Só y Roi, Vizconde d’Evol y de Canet. [Extraído en parte de: Prelados, Abades Mitrados, Dignidades Capitulares y Caballeros de las Ordenes Militares Habilitados por el Brazo Eclesiástico en las Cortes del Principado de Cataluña. Dinastías de Trastamara y de Austria. Siglos XV y XVI (1410-1599). Tomo II, por Francisco J. Morales Roca].



Aragón, Alfonso de. Cervera (Barcelona), 1470 – Lécera (Zaragoza), 23.II.1520. Hijo bastardo de Fernando el Católico, arzobispo de Zaragoza y de Valencia, canciller de Aragón y virrey de Aragón, Valencia y Cataluña.

El mismo año en que nacía su primera hija legítima, Isabel, Fernando, rey de Sicilia y príncipe de Asturias, tenía a Alfonso de su amante la catalana Aldonza Iborra, al que desde el primer momento protegió. Siendo todavía de muy corta edad fue promovido, merced a las presiones de Juan II, a la sede archiepiscopal de Zaragoza. El 7 de noviembre de 1501 fue ordenado sacerdote, y al día siguiente fue consagrado obispo por Juan de Ortega —obispo de Calahorra—. Se distinguió, en todo momento, por la preparación intensa para esta carrera eclesiástica a la que había sido destinado, considerándola más desde su dimensión política que religiosa. Una leyenda, común entonces, le presenta como uno de tantos eclesiásticos que abandonaban sus funciones sacramentales, pero esto no parece acomodarse a la realidad. Responde a un modelo de prelado cortesano, formado en las corrientes humanísticas, a quien su padre situó económicamente renunciando en él rentas como las de los monasterios de Montearagón y San Vitoriano, las correspondientes al archimandrita de Sicilia y las que correspondían en Extremadura a la Orden de Alcántara por el paso de los rebaños. Autor de algunos notables escritos, ejerció funciones políticas, supliendo las ausencias del Rey y ostentando el cargo de diputado general de Aragón.
Fue después de la muerte de Isabel cuando comenzó a desempeñar un papel relevante en el Gobierno de la Corona. El Sínodo de Zaragoza de 1515 trataba de hacer extensivo a Aragón el plan de reforma que Cisneros, con quien mantuvo relación estrecha, estaba llevando a cabo en Castilla.
Cuando Carlos V empieza a reinar, es, sin duda, la figura de más relieve. Presidió las Cortes de 1518 en que Carlos fue reconocido, pero chocó entonces con los consejeros flamencos, ya que él defendía el criterio de la autosuficiencia de los reinos para su gobierno. Proyectó viajar hasta Tordesillas para establecer contacto con la reina Juana, pero los consejeros del Rey se lo impidieron. A este motivo de disgusto se sumó el de que no se le designase como sucesor de Cisneros en Toledo, siendo entregada la sede primada a Guillermo de Croy, sobrino del señor de Chièvres, que contaba únicamente veintiún años. Las intrigas del marqués de Villena, que trataba de recuperar la influencia que Fernando el Católico arrebatara a su linaje, amargaron sus últimos años de existencia.
Alfonso murió el 23 de febrero de 1520 durante una visita pastoral, siendo sepultado en el monasterio de Santa Engracia y trasladado después al presbiterio de la capilla mayor de la Seo.
Obras de ~: Epístola sobre el cardenal Ximénez de Cisneros, s. l., s. f.; Cartas latinas dirigidas a Lucio harineo Siculo, s. l., s. f.
Bibl.: E. Belenguer, Valencia en la crisi del segle xv, Barcelona, Edicions 62, 1938; R. del Arco y Garay, Fernando el Católico, artífice de la España Imperial, Zaragoza, Heraldo de Argón, 1939; J. Vicens Vives, Historia crítica de la vida y reinado de Fernando el Católico, Zaragoza, Institución Fernando el Cátólico, Heraldo de Aragón, 1962; A. Martín, “Aragón, Alfonso de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de la Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 74-75; M. Fernández Álvarez, Juana la Loca, Burgos, La Olmeda, 1994; E. Belenguer, Fernando el Catolico: un monarca decisivo en las encrucijadas de su época Barcelona, Península, 1999; Carlos V, un hombre para Europa, Madrid, Espasa Calpe, 2000.

 Escudo moderno de Alonso de Aragón, usado cuando fue arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón.


Variante con las armas más completas tal y como se muestra en la Seo del Salvador de Zaragoza (España). Junto a una imagen de esta versión, Menéndez-Pidal señala la existencia otras dos variantes, una mostrada en le Repertorium Fororum et Observantiarum Regni Aragonum (1554) y otra descrita por el Rey de Armas de los Reyes Católicos.





San Francisco de Borja.


Francisco de Borja, San. Francisco de Borja y Aragón Duque de Gandía (IV), marqués de Lombay (I). Gandía (Valencia), 28.X.1510 – Roma (Italia), 30.IX.1572. Jesuita (SI), III prepósito general de la Compañía de Jesús, santo.

Escudo del ducado de Gandía. Blasonado: Escudo partido: 1: en campo de oro una vaca paceante de gules, terrasado de sinople (Borja); 2: fajado de oro y sable de 6 piezas.


Los Borja proceden del pueblo homónimo aragonés, pero pronto se establecieron en Játiva. Su primer gran vástago fue el papa Calixto III (1456-1458).


El linaje se extendió gracias a la política matrimonial de Rodrigo de Borja, más tarde Alejandro VI (1492- 1503). El primogénito de Rodrigo Borja, siendo cardenal, nació de la unión con Julia Farnesio, hermana del cardenal Alejandro Farnesio, futuro Pablo III. Se llamó Pedro Luis (Roma, 1462-1488) y fue el I duque borgiano de Gandía por la compra del ducado y del castillo de Bayrent, cuando Rodrigo Borja fue legado a latere en España en 1471. Se desposó en 1486 por poderes con María Henríquez (c. 1469-1539), hija de Enrique Henríquez y de María de Luna. Pero el matrimonio no se llegó a consumar y el esposo murió dos años después, al poco de entrar en Roma, en agosto de 1488. Sucedió al duque Pedro Luis su hermanastro Juan (1476-14 de junio de 1497), que acrecentó enormemente su influjo a la sombra de su pontificio padre. La llegada del II duque Juan de Borja a Barcelona y luego a Gandía a finales de 1494 marcó una nueva etapa. Había casado con la prometida de su hermano, María Henríquez, en Barcelona, el 31 de agosto de 1493 —previa dispensa papal—, con quien tuvo a Juan de Borja y Henríquez (10 de noviembre de 1494-9 de enero de 1543), que le sucedió como tercer duque borgiano —tras trágica y todavía oscura muerte de su padre—; y a Isabel (1498-1547), que se hizo monja clarisa en Gandía.

Juan de Borja y Henríquez casó en Valladolid el 31 de enero de 1509 con Juana de Aragón (c. 1493- 1521), nieta de Fernando el Católico, hija del arzobispo de Zaragoza Alonso de Aragón. Este arzobispo tuvo con Ana de Gurrea cuatro hijos: Juan de Aragón, obispo de Huesca (1484-1519); Fernando de Aragón, también arzobispo de Zaragoza (1539-1577); Ana de Aragón, casada con el duque de Medina Sidonia Juan Alonso de Guzmán; y Juana de Aragón. El primer fruto del enlace entre Juan de Borja y Juana de Aragón fue Francisco de Borja y Aragón, que nació en Gandía el 28 de octubre de 1510. Era, por tanto, bisnieto de Alejandro VI por línea paterna y bisnieto de Fernando el Católico por línea materna.

Como todos los primeros Borja, Juan tuvo dilatada descendencia. Del primer matrimonio con Juana de Aragón le nacieron siete hijos: Francisco (1510-1572); Alonso (1511-1537), abad comendatario del monasterio bernardo de Nuestra Señora de Valldigna; María (1513-1569), clarisa (María de la Cruz); Ana (1514-1568), clarisa (Juana Evangelista); Isabel (1515-1568), clarisa (Juana Bautista); Enrique (1519-1540), comendador mayor de Montesa y cardenal; y Luisa (1520-1560), casada con Martín de Aragón y de Gurrea, conde de Ribagorza y duque de Villahermosa, que mereció la consideración de “santa duquesa”. De la unión adulterina con la noble señora Catalina Díaz nació Juan Cristóbal (1517-1573). Un autor añade otro hijo adulterino, Pedro de Borja, que fue regente vicario general del reino de Nápoles.

Juan de Borja casó en 1523 en segundas nupcias con Francisca de Castro (muerta en 1576), hermana del vizconde de Évol. Los hijos de este matrimonio fueron doce: Jerónimo, caballero de Santiago; Rodrigo (1523-1536), cardenal; Pedro Luis Galcerán (1528- 1592), gran maestre de Montesa, I marqués de Navarrés, capitán general de Orán y virrey de Cataluña; Diego (1529-1562); Felipe-Manuel (1530-1587), caballero de Montesa; María (1533-?), la clarisa sor María Gabriela; Leonor (1534-1564), casada con Miguel de Gurrea; Ana (1535-1565?), la clarisa sor Juana de la Cruz; Magdalena Clara (1536-1592), casada con el conde de Almenara Francisco de Próixita; Margarita (1538-1573), casada con Fadrique de Portugal; Juana (1540-?); y Tomás (1541-1610), obispo de Málaga, arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón.


Después de los primeros pasos en su educación, bajo la supervisión de su abuelo el arzobispo de Zaragoza, y tras la muerte de éste, acaecida en Lécera el 23 de febrero de 1520, se abrió la posibilidad de enviar a Borja a la Corte, toda vez que el Emperador regresaría a España en 1522. Fue destinado a Tordesillas, que no era, sin embargo, un destino cortesano envidiable, como lo habría sido la propia Corte de Carlos V, y habrían merecido los hijos del duque. En el palacio también vivía la hija póstuma de Felipe el Hermoso, doña Catalina de Austria, la primera persona a quien don Francisco sirvió, como él recordará; y su tía abuela Francisca Henríquez, mujer del marqués de Denia, custodio de Juana la Loca. La infanta hizo compañía a su trastornada madre hasta que por orden de Carlos V hubo de contraer matrimonio con Juan III de Portugal en 1524. En Tordesillas, de 1522 a 1526, conoció personalmente al Emperador. Regresó a Zaragoza, donde estudió Filosofía, teniendo por maestro a Gaspar de Lax. A mediados de 1529 Carlos V convino con Juan de Borja el matrimonio de su primogénito con Leonor de Castro (1509-1546), una portuguesa, dama de la Emperatriz, hija de Álvaro de Castro e Isabel Barreto. El 26 de julio de 1529 se realizó el enlace por poderes en Barcelona. 

El 15 de agosto de ese año celebró la boda eclesiástica en Toledo. En septiembre de 1529 Carlos V elevó a marquesado la baronía de Llombay, que poseía Borja, y nombró a éste caballerizo mayor de la Emperatriz. Los hijos del matrimonio fueron ocho: Carlos (1530-1592), V duque de Gandía; Isabel (1532-1566), casada con Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, III conde de Lerma; Juan (1533-1606), I conde de Mayalde y Ficalho; Álvaro (1534-1594), marqués de Alcañices, casado con Elvira de Almansa; Juana (1535-?), casada con Juan Henríquez de Almansa; Fernando (1535-?), comendador de Calatrava; Dorotea (1537-1552), clarisa; y Alfonso (1539-), casado con Leonor de Noroña.


La emperatriz Isabel ocupó la primera regencia en 1530, que se prolongó hasta 1533. Durante este tiempo Borja estuvo cerca de la Emperatriz, desempeñando su cargo. Enseñó a cabalgar al futuro Felipe II.

En 1535 padeció disentería en Madrid, iniciando una serie de enfermedades que se prolongarán durante toda su vida. En abril y mayo de 1536 tomó parte en la guerra de Provenza contra el rey de Francia y asistió a la muerte de Garcilaso de la Vega. El 27 de abril de 1539 comenzó el cambio espiritual denominado por él como “conversión”, coincidiendo con la inesperada enfermedad de la Emperatriz, cuya muerte (1 de mayo de 1539) produjo en su ánimo una viva impresión.

Encargado de conducir el cadáver a Granada y de dar testimonio de su identidad antes de la sepultura (17 de mayo), tuvo un sentimiento profundo de la caducidad de las cosas terrenas. De aquí se originó su decisión de dedicarse a una vida más perfecta, pero no de hacerse religioso, y menos todavía jesuita.

Muerta Isabel, la Corte trataba de formar la casa de las infantas María y Juana, puesto que Felipe tendría su propia casa. Una de las personas que podía participar como aya era la marquesa de Llombay, pero Carlos V no quiso contar con ella, “porque era mujer muy atrevida” y capaz de “cartearse con reyes extranjeros”. El Emperador confiaba más en Leonor de Mascareñas.


Las damas Leonor de Mascareñas y Beatriz de Melo, que formaban parte de la casa de la Emperatriz, con quienes estaban los marqueses de Llombay, empezaron a tener contactos con san Ignacio de Loyola en fecha muy temprana. Leonor de Mascareñas conocía a san Ignacio desde 1527, cuando desde Alcalá fue a Salamanca pasando por Valladolid, donde estaba la Corte, y a Beatriz de Melo desde 1533, cuando la Emperatriz estaba en Barcelona. Otro encuentro de san Ignacio con Mascareñas fue también en Valladolid en 1535. Por tanto, Borja pudo conocer a san Ignacio en Valladolid en 1527 y en 1535, si bien no hay constancia documental de tales encuentros.

El Emperador nombró a Borja, exactamente diez años después de su matrimonio con Leonor, es decir, el 26 de julio de 1539 —como si quisiera dejar claro que reconocía y agradecía así su enlace con la portuguesa—, su lugarteniente general en Cataluña. A partir de ese momento fue el “marqués de Llombay, lugarteniente general en el principado de Cataluña y los condados de Rosellón y Cerdaña”. Sin embargo, siempre firmó sus cartas como lo que era desde el punto de vista nobiliario, es decir, como marqués, y como duque cuando lo fue. La correspondencia de su virreinato es muy abundante. Desde el punto de vista de su cargo, mantuvo correspondencia con Carlos V y el príncipe Felipe, y casi diaria con Cobos, el secretario del Emperador, y con el cardenal regente Tavera.


También en razón de su oficio mantuvo intensos y frecuentes contactos con embajadores, especialmente con los de Génova y Francia; con virreyes y gobernadores, como el duque de Calabria o el arzobispo de Valencia; con el consejo de Aragón; con militares como el príncipe Doria, Bernardino de Mendoza, con el capitán general de Perpiñán Juan de Acuña; con el duque de Cardona, con el duque de Gandía, su padre; con la nobleza catalana como el conde de Módica, Luis Enrique Girón; con Fernando de Cardona y Soma, almirante de Nápoles; con Juan de Cardona, obispo de Barcelona; y también con secretarios reales como Juan Vázquez, Juan de Idiáquez y Gonzalo Pérez. En muchas ocasiones la responsabilidad de su oficio se mezclaba con la amistad personal que iba creando con sus interlocutores, como lo demuestra el caso del embajador de Génova, Gómez Suárez de Figueroa, con el tiempo duque de Feria, con quien mantendrá continua correspondencia. Respecto a su vida de piedad, se confesaba con los dominicos valencianos Juan Michol y Tomás Guzmán, provincial.

Los puntos más ingratos del virreinato fueron los referentes a la justicia, la cual implicaba persecución, captura, juicio y castigo contra los bandoleros, contrabandistas, e incluso contra luteranos y moriscos.

Para solucionar este problema, el Emperador le ordenó que tuviera buena comunicación con el virrey de Aragón para evitar que los bandoleros pasaran del reino al principado y viceversa y librarse así de recibir el justo castigo a causa de los problemas jurisdiccionales.


En este mismo sentido, otros alegaron los fueros eclesiásticos para no cumplir con las órdenes del Emperador. La mayor dificultad fue, sin embargo, la presión militar francesa en las fronteras. Durante el virreinato de Borja se pusieron de manifiesto las tensiones entre España y Francia. Aunque había paz, se vivía con inquietud, pues el principado era, de hecho, una base militar de primer orden. No sólo se debía contener un posible ataque francés, sino también atacar al turco, aliado de los franceses y de los corsarios berberiscos. El cénit llegó con la fracasada jornada de Argel del Emperador, en el otoño de 1541, operación largamente desaconsejada por sus generales, pero que se malogró por los temporales.

En los primeros meses de 1542 se celebraron Cortes en Monzón, donde se juró al príncipe Felipe estando Borja presente. Según el biógrafo Ribadeneira, el Emperador insinuó a Borja y éste a aquél el mutuo propósito de abandonar su cargo y llevar una vida retirada.

El Emperador, que visitó la ciudad en octubre de 1542 para supervisar las fortificaciones, presionó a Borja para que éstas estuvieran bien protegidas por la parte que daban a la costa, pues se tenían avisos de que el turco hacía armada para invadir por cualquier parte.


Al día siguiente de la muerte de Juan de Borja (9 de enero de 1542), deseoso de retomar la deseada empresa de Argel, Borja escribió a Carlos V sobre los progresos en las fortificaciones y en la construcción de galeras, y que en el nido berberisco estaban desprevenidos y sin apenas provisiones. Pero el Emperador, desde que supo la muerte de Juan de Borja, pensaba apartarle del virreinato y ponerle en otro lugar, aunque antes quiso reconocerle su justo título de duque. Desde Madrid, el 22 de enero, el Emperador envió una misiva a su virrey con estas nuevas palabras:

“Ilustre duque primo, nuestro lugarteniente general en el principado de Cataluña”. 

Carlos V hizo saber al nuevo duque que antes de recibir su carta del 14 de enero comunicándole la muerte de su padre ya se había enterado por otros conductos. Aparte del pésame, el Emperador le dijo que se complacía mucho de que sucediera a su padre en aquella casa ducal, por lo que no había necesidad de nuevo “ofrescimiento”, pues por sus palabras y por la experiencia bien sabía que siempre le había de servir. Asimismo le comunicó que en pocos días se presentaría en Barcelona, por lo que le pidió que dejara para más adelante su viaje a Gandía para arreglar los asuntos del ducado. Borja dejó su cargo el 18 de abril de 1543, obedeciendo una orden imperial, si bien él deseaba seguir allí. Carlos V le apartó no por haber sido ineficaz, sino porque tenía previsto para él otro cargo junto al príncipe Felipe.


Es posible también que el Emperador esperara más iniciativas en la defensa del principado, y si hubiera mantenido en contacto más estrecho con el duque de Alba, capitán general, quizá habría evitado su apartamiento del poder.

Durante este período se sintió más inclinado al “propio conocimiento”, al cual continuó dedicándose en adelante y sobre el que escribió varios métodos.

Siguió los consejos del lego franciscano fray Juan de Tejeda, que después llevó consigo a Gandía. En Barcelona conoció también a san Pedro de Alcántara y en 1541 tuvo el primer contacto con la Compañía de Jesús en la persona del beato Pedro Fabro, a su paso por la Ciudad Condal.

En 1543, Carlos V lo designó para el importante cargo de mayordomo mayor de la princesa María, hija del rey de Portugal, que iba a contraer matrimonio con el príncipe Felipe. Pero la reina de Portugal, madre de la esposa, se opuso a este nombramiento, a lo que parece, a causa del carácter de Leonor de Castro.

Al oponerse la Corte al nombramiento, Borja perdió la oportunidad de ser consejero de Estado. Borja se retiró a Gandía, para asumir la dirección de su ducado.

El 27 de marzo de 1546 murió su esposa y al mismo tiempo intensificó su vida espiritual. El 5 de mayo se puso la primera piedra del colegio de jesuitas que allí inauguró, y el 22 de mayo —tras unos ejercicios espirituales con el padre Oviedo— decidió hacerse jesuita; es decir, apenas dos meses después de la muerte de su esposa. Llama la atención que en su Diario espiritual recuerde siempre la fecha del 1 de mayo —muerte de la Emperatriz—, y que no haga ninguna mención a la fecha de la muerte de su esposa.

El 2 de junio de 1546 hizo sus votos, y el 1 de febrero de 1548 la profesión, todo llevado con el máximo secreto posible por indicación de Ignacio de Loyola.




El colegio de la Compañía de Jesús de Gandía fue el primero en Europa de los que se abrieron para alumnos no jesuitas, el cual, con bula emanada de Pablo III el 4 de noviembre de 1547, fue elevado a la categoría de Universidad. Borja cursó los estudios de Teología y recibió el grado de doctor el 29 de agosto de 1550 en esa Universidad. Entre tanto, el 1 de febrero de 1548 hizo secretamente la profesión solemne en la Compañía —sin voto de pobreza—, con permiso de seguirse ocupando de la administración de su ducado y vistiendo traje seglar. Gracias a su intervención, el papa Pablo III concedió, el 31 de julio de 1548, la aprobación del Libro de los Ejercicios de Ignacio de Loyola. Hecho testamento el 26 de agosto de 1550, partió cinco días después para Roma, acompañado de algunos padres y de personas de su séquito, con intención de ganar el jubileo del Año Santo y de tomar con san Ignacio los últimos acuerdos respecto a su paso a la vida de la Compañía. El 4 de febrero de 1551 volvió a España, dirigiéndose al País Vasco, donde, después de renunciar a sus títulos y posesiones y con el permiso de Carlos V, tomó el hábito religioso (11 de mayo de 1551). Fue ordenado sacerdote en Oñate el 23 de mayor de 1551 por el obispo auxiliar de Logroño y el 1 de agosto celebró su primera misa en el oratorio de la casa de Loyola con gran asistencia de fieles. Entre 1551 y 1554 alternó la predicación con los ejercicios de la vida interior y la composición de sus Tratados espirituales. Propuesto por Carlos V para el cardenalato, renunció a él en varias ocasiones.

El 10 de mayo de 1544 comenzó la dirección espiritual de Juana de Austria, hermana de Felipe II, que llegará a emitir los primeros votos de jesuita, y hubo de contribuir con sus consejos a la gobernación durante la regencia de Juana. El 22 de agosto de 1554 Juana pronunció en Simancas los votos simples que hacen los profesos de la Compañía. La única “profesa” fue Catalina de Mendoza (1602), hija natural del IV conde de Tendilla, cofundadora con su tía María del colegio de Alcalá.


San Ignacio nombró a Borja comisario general para las provincias de España y Portugal. Fue amplio en admitir nuevos colegios, de lo que se le tachará más tarde; unos veinte se comenzaron en España. Visitó a Juana la Loca en Tordesillas, madre del Emperador, por deseo de la propia demente, que quería saber cómo se preparaba el matrimonio del príncipe Felipe con María de Inglaterra, si bien es verdad que el príncipe Felipe le había pedido que la consolara en su inminente muerte e intentara librarla de sus locuras, que rayaban con la herejía. Asistió en su última agonía a la reina Juana.

En 1554 fundó en Simancas el primer noviciado de la Compañía en España. Carlos V, que en 1555, después de haber abdicado al trono, se había retirado a Yuste, llamó dos veces a aquella soledad a Borja para pedirle consejo. En la hora de la muerte deseó tenerle a su lado y lo nombró su ejecutor testamentario, junto con su hijo Felipe. La confianza con que Felipe II y su hermana, la princesa Juana, lo distinguieron, atrajo a Borja la envidia de algunos por participar en el gobierno secretamente. Pero la prueba más dura le vino con ocasión de la publicación abusiva de un libro titulado Las obras del cristiano, en el que, junto con algunos tratados auténticos, se insertaron otros que no eran del santo. Eran los tiempos en que la Inquisición en España vigilaba atentamente para reprimir cualquier forma de luteranismo. El libro atribuido a Borja fue insertado en el Catálogo de libros prohibidos, publicado en 1559 por el inquisidor general de España, Fernando de Valdés. Borja tuvo que huir el 31 de octubre a Portugal. Aunque su inocencia quedó plenamente demostrada mediante acta notarial, la dificultad perduró, sobre todo por la desconfianza de Felipe II hacia la casa Borja. La solución que ofreció la Compañía fue proponer al papa Pío IV que llamase a Borja a Roma para atender importantes asuntos, adonde llegó el 7 de septiembre de 1561.


Por entonces se creía en la Corte que su vida pública había terminado. Cuando a fines de 1562 se reanudó el Concilio de Trento, el general Diego Laínez y el vicario Alfonso Salmerón tuvieron que trasladarse a dicha ciudad.

Entonces quedó Borja en Roma con facultades de vicario, hasta el regreso del padre Laínez, el 12 de enero de 1564. Al mes siguiente Laínez nombró a Borja asistente de España y Portugal. A la muerte del padre Laínez (19 de enero de 1565), Borja fue nombrado vicario y como tal convocó la Congregación General segunda. Ésta nombró a Borja general de la Compañía el 2 de julio de 1565. Su generalato coincidió casi del todo con el pontificado de san Pío V (1566-1572), que dio muestras de estima hacia la Compañía, pero le impuso dos obligaciones contrarias al instituto: la obligación del coro y la emisión de la profesión solemne antes de la ordenación sacerdotal.

Gregorio XIII, en 1572, devolvió a la Compañía su forma genuina. En su gobierno, Borja potenció los estudios y se interesó por la formación de los novicios, procurando que cada provincia tuviese su noviciado. Revisó y completó las Reglas de la Compañía, de las que hizo una edición en Roma el año 1567 y otra en Nápoles al año siguiente. En 1570 hizo también una edición de las Constituciones. Usando de la facultad que le confirió la Congregación General, impuso a todos la hora de oración, con algunas modalidades según las provincias. A sus gestiones se debió la iglesia del Gesù, en Roma, construida gracias a la munificencia del cardenal Alejandro Farnesio, sobrino de Pablo III, así como el Colegio Romano, futura Universidad Gregoriana. En el campo del apostolado cabe destacar la fundación de las primeras misiones jesuíticas en los territorios de América sometidos a la Corona de España: Florida, México y Perú.


Tuvo amistad con santa Teresa de Jesús, de la que fue su confesor, con los obispos reformadores santo Tomás de Villanueva, san Carlos Borromeo y san Juan de Ribera, con el asceta san Pedro de Alcántara, con el misionero valenciano san Luis Bertrán, con el papa dominico san Pío V, con el gran maestro de Andalucía patrono de los sacerdotes españoles san Juan de Ávila, con el rector del Colegio Romano san Roberto Belarmino, con el apóstol jesuita de Alemania san Pedro Canisio, con el valenciano el beato franciscano Nicolás Factor. Aconsejó al docto fray Luis de Granada en materia de oración. Se relacionó con casi todos los cardenales de la Iglesia, desde el gobernador Tavera pasando por Granvela, Farnesio, Crivelli, Morone, Paleotti. Formaba parte del selecto grupo de eclesiásticos reformadores, y por eso tras la muerte de Pío V hubo importantes conatos para elegirlo Papa. Hizo todo lo posible por ayudar al desdichado arzobispo de Toledo Bartolomé de Carranza, con quien disfrutó de una profunda amistad. Se relacionó estrechamente con personajes que luego serían Papas, como el nuncio en España Juan Bautista Castagna —Urbano VII— y con el auditor de la Rota, Aldobrandini —Clemente VIII—.


El 30 de junio de 1571, por orden de Pío V, acompañó como consejero en su viaje a España, Portugal, Francia e Italia al cardenal Miguel Bonelli, encargado de coordinar los esfuerzos de las potencias católicas en la lucha contra los turcos, y de procurar que la princesa francesa Margarita de Valois se desposara con el rey Sebastián de Portugal y que ambos reinos entraran en la Liga Santa. Este viaje significó su rehabilitación ante la Corte española y el Rey, al que enviaba informes confidenciales de las gestiones realizadas. Regresó a Italia ya muy enfermo, pero quiso, a pesar de todo, visitar el santuario de la Virgen de Loreto. A los tres días de su llegada a Roma murió (30 de septiembre de 1572). Fue beatificado por Urbano VIII, el 24 de noviembre de 1624, y canonizado por Clemente X, el 12 de abril de 1671. Su fiesta se celebra el 3 de octubre. Es patrono de Gandía, de Lisboa, de la nobleza española y de la Curia General de la Compañía de Jesús. Durante el Barroco la Compañía de Jesús y su propia familia, en especial su nieto el duque de Lerma, exaltaron su figura por medio del teatro, la literatura, la pintura, la escultura, e impulsaron el proceso de canonización. Su cuerpo fue trasladado a España por disposición del duque de Lerma y se conservó en la iglesia de la casa profesa de Madrid hasta que fue carbonizado en el incendio de dicha iglesia y casa provocado el 14 de abril de 1931. Sólo algunas reliquias pudieron ser recogidas, que actualmente se veneran en la nueva iglesia de San Francisco de Borja de la Compañía de Jesús en Madrid.


Obras de ~: Opera omnia, Bruxelles 1675; Monumenta Borgia, 5 vols., Madrid, 1894-1911; Evangelio meditado, ed. de F. Cervós, Madrid, 1912; Meditaciones de S. Francisco de Borja para las fiestas de los santos, ed. de J. M.ª March, Barcelona, 1925; C. Dalmases y J. F. Gilmont, “Las obras de san Francisco de Borja”, en Archivum Historicum Societatis Iesu, 30 (1961), págs. 125-179; Tratados espirituales, ed. de C. de Dalmases, Barcelona, 1963 (Colección Espirituales españoles); Diario espiritual (1464-1570), ed. de M. Ruiz Jurado, Bilbao- Santander 1997; Monumenta Borgia VI, ed. de E. García Hernán, Roma-Valencia, 2003.


Bibl.: Historia Geneal ógica de la ilustrísima y nobilísima Casa de Borja, en Real Academia de la Historia, ms. 9/130; D. Vázquez (SI), Historia del P. F. de B., 1586, ms. ARSI, cod. Vitae 80, copia moderna en Institutum Historicum SI, Roma; P. Ribadeneira (SI), Vida del padre Francisco de Borja, Madrid, 1592 (trad. al italiano, Florencia, 1600); J. A. Calderón, Compendio de la historia genealógica de la real familia de Borja y demás de mil líneas reales que la procrean de príncipes soberanos de Europa, s. xvii (ms. en Biblioteca Nacional, Madrid, micro. 4703); V. Cepari (SI), Ristretto della vita del Beato padre Francesco Borgia, Roma, Herederos de Bartolomeo Zanetti, 1624; J. E. Nieremberg, Vida del Santo Padre y gran siervo de Dios el B. Francisco [...], van añadidas sus obras, Madrid, 1644; D. Bartoli (SI), Della vita di San Francesco Borgia, Roma, Nicolo Ángelo Tinassi, 1681; A. Astráin (SI), Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, Madrid, Est. Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, 1902-1925, 7 vols.; P. Suau (SI), S. François de Borgia, 1510-1572, Paris, Lecoffre, 1905; I. Iparraguirre (SI), “Francisco de Borja visto a través de sus biógrafos”, y M. Ruiz Jurado (SI), “La entrada del duque de Gandía en la Compañía de Jesús”, en Manresa, 44 (1972), págs. 195-206 y págs. 121-144, respect.; J. M. García-Lomas (SI), “Con Temor y Amor”. La fisonomía espiritual de San Francisco de Borja, Roma, 1979; S. Schüller-Piroli, Die Borgia Dynastie. Legende und Geschichte, Manchen, 1982; C. Dalmases (SI), El padre Francisco de Borja, Madrid, La Editorial Católica, 1983; M. Scaduto (SI), L’opera di Franceso Borgia, Roma, 1992; M. Batllori, Obra completa. La familia Borja, ed. de E. Durán (dir.) y J. Solervicens (coord.), pról. de P. Mesnard, Valencia, Eliseu Climent, 1994; E. García Hernán, Francisco de Borja, Grande de España, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 1999; La acción diplomática de Francisco de Borja al servicio del Pontificado, 1571-1572, Valencia, Organismo Público Valenciano de Investigación, 2000; M.ª del P. Ryan, Edified by your example: Ignatius of Loyola and Francis Borgia (Saint Francisco de Borja), Pennsylvania, University, 2003; E. García Hernán (ed.), Monumenta Borgia, vol. VI. Sanctus Franciscus Borgia quartus Gandiae dux et Societatis Iesu praepositus generalis tertius, 1510-1572, Valencia-Roma, Generalitat Valenciana-Institutum Historicum Societatis Iesu, 2003; M.ª del P. Ryan, El jesuita secreto: San Francisco de Borja, Valencia, Biblioteca Valenciana, Generatitat Valenciana, 2009.


Ascendencia.  -1. San Francisco de Borja y Aragón.


2. Juan de Borja y Enríquez de Luna.


3. Juana de Aragón y de Gurrea


4. Juan de Borja y Cattanei


5. María Enríquez de Luna


6. Alonso de Aragón y Roig de Ivorra

 

7. Ana de Gurrea y Gurrea

 

8. Papa Alejandro VI


9. Vannozza Cattanei


10. Enrique Enríquez de Quiñones


11. María de Luna y Herrera


12. Fernando II de Aragón


13. Aldonza Roig de Ivorra y Alemany

 

14. Juan López de Gurrea, Señor de Argabieso


15. Catalina López de Gurrea

 

16. Jofré Gil de Borja y Escrivà

 

17. Isabel de Borja y Llançol

 

18. Giacomo, Conde dei Cattanei

 

19. Mencia Pinctoris

 

20. Fadrique Enríquez de Mendoza


21. Teresa Fernández de Quiñones

 

22. Pedro de Luna y Manuel

 

23. Elvira de Herrera y Ayala

 

24. Juan II de Aragón

 

25. Juana Enríquez

 

26. Pedro Ruiz y Alemany

 

27. Aldonza de Iborre


28. Miguel de Gotor


29. Blanca de Gurrea

 

30. Lope de Gurrea y Entenza


31. Teresa de Entenza




Toda de Larrea fue una noble y distinguida dama bilbaína del siglo XV, conocida principalmente por su relación amorosa con el rey Fernando el Católico y su papel como madre de una de las hijas extramatrimoniales del monarca, María Esperanza de Aragón, también llamada La Excelenta.

Nacida en una familia de la aristocracia vizcaína, la vida de Toda de Larrea tomó un giro inesperado en 1476, cuando el rey Fernando el Católico visitó Bilbao. Durante esta visita, Toda y el rey iniciaron un romance que resultó en el nacimiento de su hija María de Aragón.

Para mantener el secreto de la relación y proteger a su hija, Toda de Larrea crio a María de manera discreta. Sin embargo, un incidente en el que Toda cantó una copla alusiva a su romance con Fernando en una plaza pública llegó a oídos de la reina Isabel, quien tomó medidas drásticas al enviar a unos caballeros para secuestrar a Toda y su hija. Ambas fueron llevadas al monasterio de Madrigal, donde María de Aragón llegó a ser abadesa. A partir de ese momento, no se volvió a tener noticias de Toda de Larrea.




Con Juana Nicolás, una plebeya con la que tuvo un fugaz encuentro en la villa de Tárrega, tuvo una hija natural:


Juana María de Aragón (1471-1510),​ segunda esposa de Bernardino Fernández de Velasco, III conde de Haro y VII condestable de Castilla. Fueron padres de Juliana Ángela de Velasco y Aragón, I condesa de Castilnovo, casada con su primo hermano, Pedro Fernández de Velasco y Tovar, conde de Haro.​ Juana María aparece referenciada, en varias fuentes no históricas, como posible hija de Aldonza Ruiz de Ivorra, probablemente en un intento de ennoblecer su ascendencia, dado el origen plebeyo de su madre. Sin embargo, en el testamento que Fernando redactó en Tordesillas, en julio de 1475, queda muy clara la distinta maternidad de Juana y Alonso, puesto que encargaría a su padre, a su esposa y a su hija Isabel el cuidado de dichos hijos ilegítimos y de sus respectivas madres.


Con Juana Pereira, una noble portuguesa:

María Blanca (1483-1550), abadesa de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal, donde profesó y también fue abadesa su hermana María.


María Esperanza de Aragón y Larrea (Bilbao, 1476 - Burgos, 1548), también conocida como La Excelenta, fue una abadesa y figura histórica del siglo XV y principios del XVI, hija extramatrimonial del rey Fernando el Católico y la noble bilbaína Toda de Larrea.​

María de Aragón fue criada en secreto por su madre, Toda de Larrea, para protegerla de la atención pública y preservar la reputación del rey Fernando. Sin embargo, su vida cambió drásticamente cuando la reina Isabel descubrió la existencia de María a través de una copla cantada por Toda en una plaza pública, que aludía a su romance con el rey. Como resultado, madre e hija fueron secuestradas y llevadas al monasterio de Madrigal.

María de Aragón se convirtió en monja de la Orden de San Agustín en dicho monasterio, y con el tiempo, alcanzó el cargo de abadesa. A pesar de haber sido criada en secreto, tras la muerte de la reina Isabel, el rey Fernando reconoció a María y estableció contacto con ella. El monarca buscó el reconocimiento de sus hijas María de Aragón y su homónima, hija de una relación con otra mujer, a través del embajador de Roma y el papa.

Más tarde, el emperador Carlos V, sobrino de María de Aragón, la envió al monasterio de las Huelgas en Burgos con el propósito de imponer disciplina en la comunidad religiosa. María mantuvo una relación cercana con su sobrino, quien la estimaba y se preocupaba por su bienestar. Carlos V se comunicaba con regularidad con María y su hermana homónima, pidiéndoles que rezaran por él y asegurándose de que recibieran el dinero que Fernando les había asignado.


Lema personal

Tanto monta, abreviación de tanto monta cortar como desatar es el mote heráldico (comienzo de una frase breve que constituía, sola o acompañada de la empresa —o figura heráldica—, una divisa alusiva a la persona que lo usaba)​ que utilizó Fernando II de Aragón llamado el Católico. Su divisa personal consistía en la representación del nudo gordiano atado al yugo, acompañado del mote «tanto monta», que iniciaba la frase «tanto monta cortar como desatar», señalando que los medios utilizados para resolver un problema no son importantes frente a la solución de este. Probablemente esta divisa le fue sugerida a Fernando II de Aragón por el gran humanista Antonio de Nebrija.​ Y la idea era llevar el reino de Aragón tras dos siglos expandiéndose hacia Oriente, con aspiraciones a pasar más allá de Bizancio, siguiendo las huellas de Alejandro Magno.
La empresa del yugo con el nudo gordiano cortado suponía también un juego cortesano, al comenzar «yugo» con «Y», que era la inicial con que frecuentemente se escribía el nombre de su esposa Isabel. Era común en los juegos galantes de la época adoptar una divisa que incluyera el nombre de la persona amada, como ocurría a su vez con las flechas de la reina católica, cuya primera letra era la «F» de su esposo. Estas divisas se encuentran en muchas representaciones del escudo de los Reyes Católicos y por ello aparecen en labras de multitud de edificios construidos durante su reinado, finales del siglo xv y principios del XVI. Cuando se figuraban las iniciales, como sucede actualmente en el escudo de Puerto Rico, la «Y» correspondía a Isabel y la «F» a Fernando.

Formulación original

La frase implicaba que tanto importa cortar el nudo gordiano como desatarlo, y remite a la anécdota clásica de la biografía de Alejandro Magno. Las armas del Rey Católico fueron tomadas del famoso nudo gordiano cuya leyenda cuenta, según el historiador Quinto Curcio, que cuando el rey Alejandro Magno llegó a un templo de Gordio, halló un yugo atado por un nudo muy intrincado del que se decía que quien lo desatase sería señor de Asia. Alejandro, sin pensárselo dos veces, sacó la espada y cortó el nudo, diciendo: da lo mismo (tanto monta) cortar como desatar.
Probablemente fue el maestro Antonio de Nebrija​ quien sugirió al rey Fernando el nudo gordiano como símbolo (yugo con una cuerda suelta) junto al mote «tanto monta», abreviación de su divisa personal, dada la tradición del reino aragonés en expandirse por el Mediterráneo; es decir, hacia Oriente. Además, el yugo contenía la «Y», que era la inicial de Isabel (escrito a menudo en su época Ysabel) y el haz de flechas (en número variable), atado con una cuerda (sin el yugo) era el símbolo de Isabel I. Las flechas contenían la «F», inicial de Fernando. De este modo cada uno de los cónyuges recordaba a su pareja en sus propias divisas heráldicas. La heráldica en la segunda mitad del siglo xv había ido incorporando juegos cortesanos en los que cobraron importancia creciente los motes o lemas, frases y emblemas parlantes que se añadían como divisas a los escudos de armas o que se representaban exentos.
Cada uno de ellos usaba la inicial de su consorte. Por ello en el medallón de la fachada de la Universidad de Salamanca el yugo aparece al lado de Fernando y las flechas junto al retrato de Isabel, y en algunas representaciones heráldicas se observa la F bajo el yugo y la Y con las flechas. Y el lema «tanto monta» acompaña al yugo en los pendones de la Banda de la capilla Real de Granada. Asimismo, el yugo es la divisa que figura en las monedas aragonesas de Fernando el Católico.

Hoy se pueden encontrar la frase «tanto monta», así como los símbolos del yugo y las flechas, en los escudos de algunas ciudades y municipios alusivos a los monarcas que unificaron las coronas de Aragón y Castilla. Por tanto no están relacionados con régimen franquista, a pesar de que esta utilizó la simbología de los Reyes Católicos. Por otra parte, las interpretaciones populares han modificado el mote, como ocurre con la expresión «Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando», que no era la formulación del lema en la época, y que está influida por una explicación del carácter dual de aquella monarquía.
En el escudo de Puerto Rico aparecen el yugo y un haz de flechas, así como las iniciales de Fernando e Isabel (Ysabel) en letra gótica «f» e «y» timbradas de corona real abierta.

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