La muerte de Isabel y las regencias.
Fernando, regente de Castilla y rey de Aragón (1506-1515)
Estando todavía en Génova, Fernando recibió la noticia de la muerte de su yerno Felipe, rey de Castilla, acontecida el 25 de septiembre de 1506. El inesperado suceso le obligó a improvisar sobre la marcha, pues aunque Italia era de su máxima preocupación, los mensajes que llegaban sobre Castilla eran alarmantes, dada la profundísima depresión en que cayó la reina Juana tras la muerte de su esposo y el caos gubernamental adyacente. Fernando reorganizó la fiscalidad y la tesorería de Nápoles y nombró como virrey a su sobrino, Juan de Aragón, Conde de Ribagorza, emprendiendo rápidamente el camino de regreso hacia España. Llegados a Valencia en julio de 1507, dejó a su mujer, Germana de Foix, como gobernadora de Aragón y cabalgó raudo hacia Castilla, alcanzando al cortejo fúnebre que trasladaba el cadáver de Felipe hacia Granada en la villa de Tórtoles de Esgueva (Burgos).
Allí, el 29 de agosto de 1507, Fernando II pudo por fin ver a su hija; dejando al margen las lógicas palabras consolatorias paternofiliales, seguramente fue un momento poco agradable para Fernando al comprobar que la depresión hacía que Juana fuese inviable como reina de Castilla, por lo cual se había dado pábulo en el reino para que la facción borgoñona, encabeza por don Juan Manuel, valido del difunto Felipe, intentase anular la cláusula testamentaria de Isabel la Católica e impedir que Fernando II fuese regente de Castilla por la incapacidad de Juana, no dudando incluso en intentar secuestrar al infante Fernando, hijo de Juana y Felipe, que contaba con tres años de edad.
El Rey Católico pactó una alianza con el emperador Maximiliano, mediante la cual quedaba investido como regente a cambio de comprometerse a respetar los intereses del heredero, el príncipe Carlos de Gante, residente en Bruselas. Con la anuencia de su hija Juana y del emperador Maximiliano, Fernando II comenzó su segunda época como regidor de los destinos de Castilla, aunque hubo algunos nobles, como el Duque de Nájera o el Marqués de Cenete, que se resistieron hasta 1509, año en que también, con la definitiva residencia de Juana I en Tordesillas, a cargo de Mosén Luis Ferrer, camarero de la reina y estrechísimo colaborador del Rey Católico, la Historia parecía pasar página sobre los truculentos sucesos anteriores y comenzar una nueva etapa. Las Cortes de Madrid (1510) marcaron la puesta en escena de la regencia de Fernando, caracterizada por la reanudación de la tradicional política expansionista castellana.
El Rey Católico pactó una alianza con el emperador Maximiliano, mediante la cual quedaba investido como regente a cambio de comprometerse a respetar los intereses del heredero, el príncipe Carlos de Gante, residente en Bruselas. Con la anuencia de su hija Juana y del emperador Maximiliano, Fernando II comenzó su segunda época como regidor de los destinos de Castilla, aunque hubo algunos nobles, como el Duque de Nájera o el Marqués de Cenete, que se resistieron hasta 1509, año en que también, con la definitiva residencia de Juana I en Tordesillas, a cargo de Mosén Luis Ferrer, camarero de la reina y estrechísimo colaborador del Rey Católico, la Historia parecía pasar página sobre los truculentos sucesos anteriores y comenzar una nueva etapa. Las Cortes de Madrid (1510) marcaron la puesta en escena de la regencia de Fernando, caracterizada por la reanudación de la tradicional política expansionista castellana.
Fernando de Aragón, aun a sus 57 años, no había perdido ni un ápice de su carácter, por lo que en 1509 volvió a plantear una empresa de altos vuelos: la conquista de África. Para ello contó con la ayuda del Cardenal Cisneros, convertido en nuevo hombre fuerte del reino de Castilla, que había supervisado algunos logros de pequeño calado en los primeros años del siglo XVI, como la conquista de Mazalquivir (1505), Cazaza (1506) o el peñón de Vélez de la Gomera (1508). En 1509, y en teoría como previo paso al envío de una gran Cruzada contra los turcos, las tropas castellanas, siguiendo instrucciones del regente Fernando y dirigidas por el Cardenal Cisneros, conquistaron Orán.
Algo más tarde, la armada castellano-aragonesa dirigida por Pedro Navarro, Conde de Oliveto, conquistó Bugía (1509) y Trípoli (1510), logrando el vasallaje de la provincia de Argel. El espíritu milenarista y cruzado que abanderaba Fernando el Católico seguía acompañando a sus mayores gestas, llegando a pensar incluso en acceder a Chipre y conquistar Alejandría, para después atacar a la propia Estambul, capital del sultán Bayaceto II. Pero la derrota de los españoles en Djerba (Túnez) durante 1510, así como la convocatoria de Cortes de Aragón en la ciudad de Monzón (1510), paralizaron los planes de conquista africana, y con ella los sueños milenaristas de Fernando II. En Monzón, si bien el rey logró la concesión de una elevada cantidad de dinero para financiar sus empresas, sus planes de intervención el gobierno y la administración locales (conocidos en Cataluña con el nombre de redreç) levantaron tremendas suspicacias y lastraron las relaciones entre el rey y los territorios de la Corona de Aragón hasta su muerte.
De 1510 a 1516 las desgracias parecían acumularse: aunque en 1511 Fernando el Católico logró la firma de una Liga entre Castilla, Aragón, el Papado, Venecia e Inglaterra con objeto de asegurar su dominio del sur de Italia, en 1512 los franceses inflingieron una severísima derrota a las tropas de la Liga en la batalla de Rávena, lo que obligó a Fernando II a replantearse algo que no era de su agrado, como fue volver a enviar al Gran Capitán a tierras napolitanas, aunque finalmente la expedición se echó hacia atrás. La muerte del Gran Capitán (1515) coincidió en el tiempo con la victoria del nuevo rey de Francia, Francisco I, en el Milanesado, lo que abrió de nuevo la conflictividad en Italia pero ya en época del emperador Carlos, sin el Rey Católico. Las últimas energías de éste se gastarían en un asunto ibérico que tuvo que solucionarse por la vía de las armas: la cuestión de Navarra.
El reino de Navarra, que era propiedad del padre del Rey Católico, Juan II, pasó a la muerte de éste (1479) a Leonor de Aragón, hermana de Fernando, casada con Gastón de Foix; pero con la pronta muerte de Leonor (que ya era viuda) a los 24 días de ser coronada, fue su hijo Francisco Febo el rey de Navarra. A la muerte de Francisco Febo, en 1483, le sucedió su hermana Catalina, también sobrina de Fernando el Católico pero casada con Juan de Albret, pariente del rey de Francia. Por ello, aunque desde 1479 el rey de Aragón tuteló los sucesos de Navarra, amparado en su poder omnímodo no sólo como monarca hegemónico de la Península Ibérica, sino como pariente mayor del linaje, los conflictos entre Fernando II y Francia repercutieron negativamente en el devenir del pequeño reino pirenaico, hasta el punto de hacer insostenible la tradicional situación navarra de puente entre España y Francia.
Ya en 1507, en unas escaramuzas alrededor de la fortaleza de Viana dentro del inacabable conflicto entre beaumonteses y agramonteses, había muerto César Borja, hijo del Papa Alejandro VI, cuñado del rey Juan de Albret y enemigo odiadísimo por Fernando el Católico, ya que ambos se habían enfrentado en las guerras de Italia. Pese a que la boda entre Fernando de Aragón y Catalina de Foix parecía calmar las relaciones entre Francia y España, la cuestión navarra estalló en el verano de 1512, en que los ejércitos castellanos, capitaneados por el Duque de Alba, el más fiel y estrecho colaborador de la política imperialista del Rey Católico, penetraron en el reino y tomaron Pamplona, obligando a los Albret a exiliarse hacia Francia. Entre 1513 y 1515 se verificó la incorporación de Navarra a los territorios dominados por Fernando II, que se convertía, ahora sí y con todas las de la ley, en el unificador de las Españas, en el más grandioso monarca de la Historia, pues había conseguido completar la unidad visigoda rota por los musulmanes en el año 711, como el mismo Fernando escribía, orgulloso y exultante, a su embajador ante el emperador Maximiliano en el año 1514:
Una sola cosa havéys de responder: que ha más de setecientos años que nunqua la corona d’España estuvo tan acrecentada ni tan grande como agora, assí en Poniente como en Levante; y todo (después de Dios), por mi obra y travajo.(Recogido por Belenguer Cebriá, 1999, p. 365).
El problema más delicado de la conquista de Navarra fue precisamente su incorporación a la Corona de Castilla y León, y no a la de Aragón. Ni que decir tiene que esta decisión fue tomada desde la lógica más rotunda en términos de la época, al igual que nadie discutió que Nápoles fuese incorporada a la Corona de Aragón a pesar de ser empresa realizada por soldados de Castilla y financiada con recursos económicos castellanos. Si el Rey Católico, en el caso de Navarra, se decidió por su incorporación a Castilla fue para evitar a Francia, para que jamás volviese a estar bajo influencia francesa, asunto que no finiquitaría en caso de incorporarse a la Corona de Aragón. Obviamente, esta decisión encontró sus apoyos en la época (sobre todo los beaumonteses), pero también contó con sus detractores (los agramonteses), que reaccionaron llamando al monarca Fernando el Falsario.
Tal problemática sobre Navarra ha pasado a la historiografía, donde partidarios y detractores han debatido sus diferentes perspectivas de forma vigorosa y pasional (como se observa en el estudio de Víctor Pradera), o bien de forma más argumentada (como puede verse en la obra de Luis Suárez Fernández). Faltos de un acuerdo entre todas las partes afectadas, habrá que contentarse con considerar a Navarra como la última gran empresa realizada por Fernando el Católico, pues sus días estaban próximos a finalizar.
La humilde muerte del más poderoso rey (1516)
En 1509, la reina Germana parió un hijo de Fernando el Católico, que fue llamado Juan en homenaje a su abuelo paterno; sin embargo, el bebé apenas sobreviviría unas horas. El interés del monarca por engendrar hijos en su segunda esposa constituyó la preocupación personal más visible en sus últimos años, sobre todo después de este suceso. Para conseguir tal fin, el rey llegó incluso a ingerir un preparado líquido con supuestos efectos vigorizantes, que, a decir de algunos, le fue suministrado por la propia reina Germana. La poción, sin embargo, obtuvo un resultado totalmente opuesto al pretendido, de forma que no sólo no sirvió para engendrar hijos sino que lastró gravemente la salud del rey en su último lustro de vida. Este rumor sobre el brebaje, que nació en la corte aragonesa y fue propagado por el pueblo llano, lo recogió el cronista Prudencio de Sandoval pocos años más tarde, al narrar en su crónica imperial la muerte del Rey Católico:
Falleció vestido en el hábito de Santo Domingo. Estaba muy deshecho porque le sobrevinieron cámaras, que no sólo le quitaron la hinchazón que tenía de la hidropesía, pero le desfiguraron y consumieron de tal manera que no parecía él. Y a la verdad, su enfermedad fue hidropesía con mal de corazón, aunque algunos quisieron decir que le habían dado yerbas, porque se le cayó cierta parte de una quijada; pero no se pudo saber de cierto más de que muchos creyeron que aquel potaje que la reina Germana le dio para hacerle potente le postró la virtud natural.(Sandoval, Historia..., I, p. 63).
La hidropesía o gota, enfermedad muy proclive a causar muertes en la clase dirigente por lo abusivo de su dieta, se vio agravada por la presencia de pústulas (cámaras), culpables con casi total seguridad de la desfiguración de su cuerpo. Con respecto a la caída de la quijada, se trata de una descripción simple de un episodio embólico o de parálisis parcial del sistema nervioso, seguramente producto de las derivaciones de un problema cardiovascular agudo. A los 63 años de edad, el monarca sufría las consecuencias de una vida plagada de excesos en todos los sentidos.
Fernando II tenía previsto pasar la primavera de 1516 en Andalucía, donde al parecer iba a supervisar la formación de una flota para reanudar la empresa norteafricana; pero a su paso por Extremadura, camino de Sevilla, se sintió muy enfermo y se hospedó en Madrigalejo, una humilde villa que fue testigo de su muerte, el 23 de enero de 1516, al igual que otra humildísima villa, Sos, lo había sido de su nacimiento. Siguiendo las noticias de Zurita, en su testamento el Rey Católico pidió ser enterrado en la capilla real de Granada, junto a su esposa la Reina Isabel I, al tiempo de que tuvo la tentación de nombrar heredero al infante Fernando en detrimento de Carlos, ya que Fernando se había criado en la Península Ibérica y no en Flandes. Fueron sus colaboradores, como Luis Zapata, Francisco de Vargas y el doctor Carvajal, quienes le persuadieron de embrollar más la cuestión sucesoria y ofrecer a la nobleza dos bandos claramente enfrentados para que las luchas civiles, que habían sido finiquitadas por los Reyes Católicos, regresasen como fantasmas del pasado.
Así pues, en cuanto a la gobernación, el cardenal Cisneros quedaba nombrado regente de Castilla y León, mientras que su hijo ilegítimo, Alonso de Aragón, Arzobispo de Zaragoza, lo sería de la Corona de Aragón hasta la llegada de Carlos de Gante, finalmente heredero de ambos tronos. En las disposiciones testamentarias el fallecido monarca también incluía la formación de un fuerte patrimonio para el infante Fernando, así como aconsejaba al futuro Carlos I que cuidase de su viuda, la reina Germana. Y de esta forma humilde, austera y cristiana, acabó sus días el más poderoso de los monarcas del Renacimiento, como relata Mártir de Anglería en una de sus epístolas:
Mira lo poco que se debe confiar en los aplausos de la Fortuna y en los favores seculares. El señor de tantos reinos y adornado con tanto cúmulo de palmas, el Rey amplificador de la religión cristiana y domeñador de sus enemigos, ha muerto en una rústica casa y en la pobreza, contra la opinión de la gente. Apenas sí se encontró en poder suyo, o depositado en otra parte, el dinero suficiente para el entierro y para dar vestidos de luto a unos pocos criados, cosa que nadie hubiera creído en él mientras vivió. Ahora es cuando claramente se comprende quién fue, con cuánta largueza repartió y cuán falsamente los hombres lo tacharon del crimen de avaricia.(Mártir de Anglería, Epistolario..., III, p. 217).
El legado de Fernando el Católico
La imagen del príncipe perfecto
En el que quizá sea el tratado político más famoso del Renacimiento, el teórico italiano Nicolás Maquiavelo escribía la siguiente descripción del más poderoso príncipe del que había tenido noticia, que constituye a su vez uno de los mejores resúmenes de la vida del Rey Católico:
Tenemos en nuestros tiempos a Fernando de Aragón, actual rey de España. A éste se le puede llamar casi príncipe nuevo, porque de rey débil que era se convirtió, guiado por la astucia y la fortuna más que por el saber y la prudencia, en el primer rey de la cristiandad. Si consideramos sus acciones, las encontraremos todas sumamente grandes y algunas extraordinarias. Al principio de su reinado, atacó Granada; y esta empresa fue el fundamento de su Estado. La comenzó sin pelear y, sin miedo de hallar estorbo en ello, tuvo ocupados en esta guerra los ánimos de los nobles de Castilla, los cuales, pensando en ella, no pensaban en innovaciones; por este medio, él adquiría reputación y dominio sobre ellos sin que ellos lo advirtieran. Con el dinero de la Iglesia y del pueblo pudo mantener ejércitos y formarse, mediante esta larga guerra, sus tropas, que le atrajeron mucha gloria [...] Bajo esta misma capa de religión atacó África, acometió la empresa de Italia, últimamente ha atacado Francia; y así siempre ha hecho y concertado cosas grandes, las cuales siempre han tenido sorprendidos y admirados los ánimos de sus súbditos y ocupados en el resultado de las mismas. Estas acciones han nacido de tal modo una de otra que, entre una y otra, nunca han dado a los hombres espacio para poder urdir algo tranquilamente contra él.(Maquiavelo, El Príncipe, XXI, 1).
A Fernando II siempre se le ha presentado como hace Maquiavelo: como un gobernante sagaz, astuto, experto en la negociación, ávido de recursos y que jamás dudaría en obtener beneficio político a costa de sacrificar cuantos ideales fuesen menester. Sin llegar a ser extremista en el análisis, hay mucho de cierto en tal estereotipo, sobre todo en lo concerniente a adueñarse de la bandera religiosa, de la extensión del cristianismo, para su propio provecho. Por ejemplo, Fernando II siempre tuteló a las órdenes militares utilizando sus recursos, militares y económicos, en las guerras de Granada y de Italia. En 1506, en el trasvase de poderes con Felipe y Juana, el Rey Católico puso especial empeño en mantener para sí la administración de las órdenes militares. No es de extrañar, pues, que algunos eruditos, desde Gracián y Saavedra Fajardo, pasando por historiadores de todas las épocas, hayan visto a Fernando II como el primer príncipe secular, el primero en acabar con la tradicional unidad medieval de lo religioso y lo gubernativo, para separarlo en dos vertientes, tal como se hizo a lo largo de la Edad Moderna.
En otra de las cosas en que fue pionero el Rey Católico fue en la multifuncionalidad de su modelo de gobierno, que de tan gran utilidad sería a los Habsburgo para dirigir la marcha de la España imperial de la Edad Moderna. No es de extrañar que, como se dice, su bisnieto Felipe II, al observar el retrato de Isabel I y de Fernando II, exclamase "A ellos se lo debemos todo". Partiendo del sistema castellano del Consejo Real, Fernando el Católico fue añadiendo Consejos para cada uno de los asuntos a tratar: Órdenes Militares, Indias (para los asuntos de América), el de Aragón (creado en 1494)...
El llamado sistema polisinodial, superpuesto a la autoridad del rey, fue copando las decisiones que antaño tomaban las Cortes, y si bien supuso un hito de importancia como organizador de los vastos territorios imperiales, también supuso apartar a las ciudades y a la burguesía urbana de los asuntos de gobierno. Y es que, al igual que su esposa Isabel, Fernando el Católico fue el paradigma de monarca con una inmensa creencia en la potestad absoluta del rey sobre leyes e instituciones, iniciando el camino hacia el autoritarismo absolutista de las monarquías de la Edad Moderna.
No es de extrañar que la mayor parte de quejas de los procuradores de Cortes hacia el Rey sea que éste gobernaba a base de pragmáticas, sin contar con las Cortes, recurso el de las pragmáticas que fue en aumento constante para fundamentar el autoritarismo regio en detrimento del pactismo característico de las monarquías feudales. Además, se da la curiosa circunstancia de que Fernando era de Aragón, la más pactista de todas las monarquías hispanas y con cuyas autoridades tuvo más de un altercado debido a este carácter autoritario, como, entre otros ejemplos, la muerte de Gimeno Gordo, preboste zaragozano, el 19 de noviembre de 1474, en el mismo palacio de la Aljafería, debido a las supuestas relaciones que éste mantenía con el rey de Francia Luis XI y que Fernando el Católico no toleró, aun a costa de ganarse el oprobio de los procuradores de Cortes por no respetar el entonces príncipe de Aragón la inmunidad parlamentaria que correspondía a Gimeno Gordo.
No es de extrañar que la mayor parte de quejas de los procuradores de Cortes hacia el Rey sea que éste gobernaba a base de pragmáticas, sin contar con las Cortes, recurso el de las pragmáticas que fue en aumento constante para fundamentar el autoritarismo regio en detrimento del pactismo característico de las monarquías feudales. Además, se da la curiosa circunstancia de que Fernando era de Aragón, la más pactista de todas las monarquías hispanas y con cuyas autoridades tuvo más de un altercado debido a este carácter autoritario, como, entre otros ejemplos, la muerte de Gimeno Gordo, preboste zaragozano, el 19 de noviembre de 1474, en el mismo palacio de la Aljafería, debido a las supuestas relaciones que éste mantenía con el rey de Francia Luis XI y que Fernando el Católico no toleró, aun a costa de ganarse el oprobio de los procuradores de Cortes por no respetar el entonces príncipe de Aragón la inmunidad parlamentaria que correspondía a Gimeno Gordo.
Pero si el Fernando político y gobernante es bien conocido por multitud de estudios, antiguos y modernos, en cambio algunos otros aspectos de su personalidad todavía permanecen sumidos en una oscuridad nada deseable. Al contrario que su esposa la Reina Católica, a quien sí se le reconoce la cualidad de mecenas de empresas culturales, a Fernando de Aragón siempre se le ha visto como un príncipe más austero, al que la caza y los juegos ocupaban sus momentos de ocio. Es indudable que el monarca gustaba de la caza, bien fuese cinegética o bien de caza mayor, y a lo largo de toda su vida gastó ingentes cantidades de dinero en halcones, ballestas, paramentos, armas y oficiales del deporte de ocio caballeresco por excelencia en la Edad Media. Pero que amase más otras actividades no significa que, como buen rey, descuidase del todo el mecenazgo cultural, tal como era costumbre de los monarcas de la época. Así, los estudios de Tess Knighton, continuadora de los iniciados por Romeu Figueras en los años 60 del siglo XX, han demostrado la labor de gran patrono de la Capilla Real Aragonesa, una de las entidades musicales de mayor impacto en el temprano Renacimiento, lugar donde trabajaron músicos tan famosos como Juan de Urreda y Francisco de Peñalosa. De hecho, en 1539, más de cuatro lustros después de la muerte del monarca, el músico Mateo Flecha, en una humorística imitación de las inmortales coplas manriqueñas, ponía en boca de la Música lo mucho que se echaba de menos el mecenazgo fernandino:
¿Qué fue de aquel galardón?Las mercedes a cantores¿qué se hizieron?Rey Fernando, mayorazgode toda nuestra esperanza¿tus favores a dó están?(Recogido por Knighton, op. cit., p. 21).
Otros estudios, como los del profesor Claramunt (en Fernando II de Aragón, el Rey Católico), también han demostrado la intercesión del rey a favor de las universidades, a las que protegió y fomentó su expansión, tanto en Castilla (la de Alcalá de Henares, fundada en 1503) como en Aragón (la de Valencia, fundada en 1499). Grandes literatos, como Marineo Sículo, Mártir de Anglería, Pere Miquel Carbonell, Antonio Geraldino, Juan Sobrarias, o artistas como Gil de Siloé y Antón Egas, encontraron acomodo en el entramado cortesano de Fernando de Aragón. Así pues, si la Reina Católica prestó un grandísimo apoyo al arte y a la cultura de su tiempo, el Rey Católico hizo lo mismo en la Corona de Aragón, inaugurando un mecenazgo artístico que en la Edad Moderna sería continuado no sólo por el emperador Carlos, sino por su hijo el Arzobispo Alonso de Aragón, conocido mecenas del siglo XVI.
Mesianismo y profecías alrededor de Fernando el Católico
En los meses centrales del año 1452, aproximadamente en la misma época en que nació el príncipe Fernando de Aragón, el cometa Haley realizó su cíclico recorrido por los cielos del planeta. En una época como la medieval, donde la astrología tenía tanta importancia y donde la interpretación de estos signos como presagios era harto frecuente, la coincidencia de ambos factores, nacimiento de Fernando y cometa Haley, no pudo ser más que interpretada como una señal de providencia, como lo hizo, entre otros ejemplos, Juan Barba en su Consolatoria de Castilla:
Y no pudo más de ser comprendidoestonçes del caso admirativo,mas yo, que só viejo, agora lo escrivo,qu’el espirençia lo da conoçido:que no se mirava que era naçidoallá do venía la çeleste señaaquel don Hernando que nos enseñapor obras divinas quánto á venido.(Cátedra, ed. cit., pp. 182-183).
Desde su mismo nacimiento, a Fernando el Católico le acompañaron diversas profecías y textos providencialistas que, como en el caso de la Consolatoria de Barba, pretendidamente anunciaban los grandes triunfos logrados por el monarca. En este sentido, en el Rey Católico confluyeron dos tipos de tradiciones: por un lado, la castellana, construida por apologetas políticos y teóricos como Alfonso de Cartagena, Pablo de Santa María y Rodrigo Sánchez de Arévalo, según los cuales la monarquía Trastámara era la legítima heredera de la monarquía visigoda, pero sólo se vería completada cuando la pérdida de España ante los musulmanes efectuada por el rey don Rodrigo fuese recuperada, es decir, no sólo la conquista de Granada sino también la unidad de todos los reinos de la Península Ibérica. La otra tradición, más profética que política, enlazaba con los escritos de Arnau de Vilanova (1240-1311) y de Joan de Rocatallada (1315-1365) a favor de la monarquía siciliana, que fueron incorporados por los reyes de Aragón después de su dominio de Nápoles y Sicilia.
La confluencia de ambas tradiciones hizo que Fernando el Católico fuese presentado como el Monarca Universal de las profecías bíblicas, aquel que reinaría en toda la tierra antes de la llegada del Milenio, y también como el Emperador Encubierto, el que, después de Granada, volvería a conquistar Jerusalén a los musulmanes, expandiendo la Cristiandad hasta límites insospechados, como hacía este anónimo poeta:
La confluencia de ambas tradiciones hizo que Fernando el Católico fuese presentado como el Monarca Universal de las profecías bíblicas, aquel que reinaría en toda la tierra antes de la llegada del Milenio, y también como el Emperador Encubierto, el que, después de Granada, volvería a conquistar Jerusalén a los musulmanes, expandiendo la Cristiandad hasta límites insospechados, como hacía este anónimo poeta:
Que vos soys lexso vespertiliónqu’están esperando los reynos d’Espanya,senyor noblescido de gran perfecçión,remedio bastante del mal que les danya.(Recogido por Sesma Muñoz, Fernando de Aragón..., p. 80).
Los estudios de E. Durán, J. Requesens o J. Guadalajara, entre otros, han puesto de relieve toda esta ingente cantidad de textos que presentan a Fernando II de Aragón como una especie de Mesías prometido y de gran conquistador del mundo conocido, cualidades de las que, como es lógico pensar, el monarca se aprovechó para construir una imagen apologética a su medida, que funcionase como propaganda ideológica favorable a su causa. Desde hace algún tiempo, se tiene la sospecha más o menos cierta de que el Rey Católico no sólo estaba al tanto de estas profecías y signos apologéticos, sino que además estimuló su expansión a propósito, fomentando su presentación como Monarca Universal. Como muestra, valga uno de los tan caros a la Edad Media cálculos milenaristas, efectuado esta vez por el erudito hebreo Isaac Abravanel, según el cual en 1492 habría de llegar el Milenio, es decir, el triunfo sobre la Bestia y los mil años de paz y justicia previos al Juicio Final.
La entrada en Granada estaba pactada desde algún tiempo antes y el Rey Católico, conociendo la aceptación que tenían los cálculos milenaristas de Abravanel, hizo efectiva la conquista en un momento en que, además de las inherentes, podía obtener ventajas propagandísticas, al hacer coincidir la entrada en Granada, la recuperación de la monarquía visigoda, el fin de la reconquista, con el inicio del Milenio de paz, volviendo a ser presentado como el Monarca Universal, como el Rey de los Últimos Días, como si Granada fuese un episodio predestinado desde el origen de los tiempos y, por supuesto, como un hito menor en el camino hacia Jerusalén.
La entrada en Granada estaba pactada desde algún tiempo antes y el Rey Católico, conociendo la aceptación que tenían los cálculos milenaristas de Abravanel, hizo efectiva la conquista en un momento en que, además de las inherentes, podía obtener ventajas propagandísticas, al hacer coincidir la entrada en Granada, la recuperación de la monarquía visigoda, el fin de la reconquista, con el inicio del Milenio de paz, volviendo a ser presentado como el Monarca Universal, como el Rey de los Últimos Días, como si Granada fuese un episodio predestinado desde el origen de los tiempos y, por supuesto, como un hito menor en el camino hacia Jerusalén.
Que años más tarde de su muerte todavía apareciesen en la Corona de Aragón síntomas de este mesianismo profético, como el Encubierto de las Germanías de Valencia, es buena prueba de la vigencia que estas imágenes habían tenido durante los años de gobierno fernandino. Todavía unos días antes de fallecer Fernando II, una adivinadora extremeña que andaba siguiendo a la corte regia fue consultada, ante el empeoramiento de salud del Rey Católico, sobre qué ocurriría: la nigromante respondió que no había de morir, sino que todavía ceñiría la corona jerosolimitana al año siguiente.
En aquella ocasión se equivocó, pero muchas de estas profecías, al ser cumplidas por el monarca, constituyeron gran parte del asombro con que niños y ancianos, pueblo llano y nobleza, prelados y damas, súbditos y extranjeros, vieron su figura durante el largo tiempo que permaneció como rey de Castilla y de Aragón.
En aquella ocasión se equivocó, pero muchas de estas profecías, al ser cumplidas por el monarca, constituyeron gran parte del asombro con que niños y ancianos, pueblo llano y nobleza, prelados y damas, súbditos y extranjeros, vieron su figura durante el largo tiempo que permaneció como rey de Castilla y de Aragón.
Fernando el Católico como padre
La descendencia de Fernando de Aragón fue copiosa, pues nada menos que tuvo diez hijos, entre legítimos e ilegítimos. De su matrimonio con Isabel I la Católica nacieron, en primer lugar, Isabel, Princesa y Reina de Portugal (1470-1498); el príncipe Juan (1478-1497); Juana, Reina de Castilla y León (1479-1555); María, Reina de Portugal (1482-1519); y la benjamina, Catalina, Reina de Inglaterra (1485-1536). Aunque se conoce bastante bien la infancia y la vida de los hijos de los Reyes Católicos, lo cierto es que las fuentes no disponen prácticamente de información acerca de cuál fue la relación paternal de Fernando sobre sus hijos; dada la habitual separación por sexos de la educación en la época medieval, sus hijas se criaron en la corte castellana y fue la reina Isabel quien más se ocupó de ellas.
En el caso del príncipe Juan, y aun con la parquedad de las fuentes, sí debió de ser Fernando el Católico un modelo y estímulo en su educación, con quien seguramente compartiría algunas veladas en su formación caballeresca y militar. Y, por supuesto, el monarca sintió muchísimo la muerte de su hijo y heredero, no sólo por los problemas que representaba desde la perspectiva política, sino por la intrínseca desgracia de un padre que pierde a su vástago.
Al menos, así lo atestigua la memoria colectiva que se deriva de una de las más dramáticas piezas del romancero castellano, en la que el diálogo entre el príncipe Juan, el Doctor de la Parra y el Rey Católico acaba con el desmayo de este último, roto por el dolor del inminente fallecimiento de su hijo:
Al menos, así lo atestigua la memoria colectiva que se deriva de una de las más dramáticas piezas del romancero castellano, en la que el diálogo entre el príncipe Juan, el Doctor de la Parra y el Rey Católico acaba con el desmayo de este último, roto por el dolor del inminente fallecimiento de su hijo:
Estas palabras diziendo, siete dotores entravan;los seis le miran el pulso, dizen que su mal no es nada;el postrero que lo mira es el dotor de la Parra.Incó la rodilla en el suelo, mirándole está la cara:- «¡Cómo me miras, dotor! ¡Cómo me miras de gana!»- «Confiésese Vuestra Alteza, mande ordenar bien su alma:tres oras tiene de vida, la una que se le acava».Estas palabras estando, el Rey, su padre, llegava:- «¿Qué es aqueso, hijo mío, mi eredero de España?O tenéis sudor de vida o se os arranca el alma.Si vos morís, mi hijo, ¿qué hará aquel que tanto os ama?»Estas palabras diziendo, ya caye que se desmaya.(Recogido por Pérez Priego, op. cit., p. 47).
Quizá pueda parecer que se trata de un sentimiento estereotipado por el romance, pero la verdad es que Fernando II de Aragón, aun con toda la imagen de político sagaz, astuto y con pocos escrúpulos que muchos de sus panegiristas nos han legado, también mantuvo actitudes de cariño hacia su esposa, hacia sus hijos, y, por supuesto, hacia sus nietos. Por ejemplo, el propio monarca, de su puño y letra, escribía en 1498 al baile general de Valencia, Diego de Torres, esta carta, en la que le daba a conocer el estado de salud de la Reina Católica y de su nieto, el príncipe Miguel, tras otra triste muerte, la de Isabel de Portugal, madre del príncipe:
Lo que de presente vos podemos scrivir es que la dicha Serenísima Reyna, nuestra mujer, a Dios gracias está ya muy bien, y el ilustríssimo príncipe don Miguel, nuestro muy caro y muy amado nyeto, muy bonico.
(Archivo del Reino de Valencia, Real Cancillería, L. 596, fol. 208r).
Se puede señalar, anecdóticamente, que Fernando II deja traslucir su origen aragonés para denominar «bonico» a su nieto, demostrando con ello que, como cualquier padre y cualquier abuelo, el monarca tenía sus momentos afectivos hacia su familia. Por estas razones, entre otras, se debe poner en entredicho la acusación tradicional hacia Fernando el Católico de actuar sin escrúpulos en el asunto de los supuestos problemas de salud mental de su hija Juana, pactando con su yerno, Felipe el Hermoso, el ostracismo de la legítima reina de Castilla. Algunos datos objetivos desmienten tal actitud y que padre e hija mantuvieran una mala relación: en primer lugar, en Alcalá de Henares, en 1503, Juana parió a su segundo hijo, al cual puso el nombre de Fernando en claro homenaje a su progenitor.
En segundo lugar, el memorial leído en las Cortes de Toro (1505), en que se daba cuenta de los problemas mentales de Juana I, fue enviado desde Flandes por Felipe el Hermoso y sorprendió tanto a Fernando como a los procuradores, quienes rápidamente le concedieron la regencia temporal alertados ante lo que se decía de la reina. En tercer lugar, durante la celebración de la citada entrevista de Villafáfila entre Fernando y Felipe, el monarca aragonés rogó en reiteradas ocasiones que quería ver a Juana, y si el encuentro no se produjo fue por los temores de Felipe, receloso ante un posible acuerdo entre padre e hija.
Seguramente no fue hasta la terrible depresión sufrida por Juana a la muerte de Felipe, en 1506, cuando Fernando el Católico tuvo plena constancia de que a su hija le era imposible ceñir la corona de Castilla y León; quizá también el hecho de que, según la disposición testamentaria de Isabel I, fuera el propio Fernando quien rigiese el reino en calidad de regente ayudó a dejar correr la situación, pero no por falta de escrúpulos ante su hija sino porque el Rey Católico, al igual que su ya fallecida esposa, Isabel I, siempre antepuso la seguridad de sus reinos a sus propios intereses o sentimientos personales, de ahí que las acusaciones de falta de escrúpulos con respecto a Juana se deban a la supremacía de lo público con respecto a lo privado dentro de la vida de un rey como Fernando II de Aragón.
Seguramente no fue hasta la terrible depresión sufrida por Juana a la muerte de Felipe, en 1506, cuando Fernando el Católico tuvo plena constancia de que a su hija le era imposible ceñir la corona de Castilla y León; quizá también el hecho de que, según la disposición testamentaria de Isabel I, fuera el propio Fernando quien rigiese el reino en calidad de regente ayudó a dejar correr la situación, pero no por falta de escrúpulos ante su hija sino porque el Rey Católico, al igual que su ya fallecida esposa, Isabel I, siempre antepuso la seguridad de sus reinos a sus propios intereses o sentimientos personales, de ahí que las acusaciones de falta de escrúpulos con respecto a Juana se deban a la supremacía de lo público con respecto a lo privado dentro de la vida de un rey como Fernando II de Aragón.
Las infidelidades matrimoniales del rey
Como podrá observarse en este apartado, desde luego no se puede considerar que Fernando II de Aragón fuese un esposo ejemplar, si bien se debe matizar que durante la Edad Media y la Edad Moderna, al realizarse los matrimonios entre los reyes de forma únicamente política, las infidelidades matrimoniales solían ser frecuentes y no demasiado mal vistas, tanto por parte de los reyes como de las reinas.
No fue así el caso de Isabel I, ya que la Reina Católica amó profundamente a su esposo y sufrió terribles celos al tener conocimiento de que su marido "amava mucho a la Reyna, su muger, pero dávase a otras mugeres" (Pulgar, Crónica..., I, p. 75).
No se sabe cómo reaccionaría el rey ante los celos de su esposa, pero por los testimonios que se poseen parece que no les prestó mucha atención o, en todo caso, que estos celos no le impidieron continuar con sus aventuras extramaritales. La prole bastarda del Rey Católico se inició incluso antes de que casase con Isabel I, pues ya en 1470 nació Alfonso de Aragón, el futuro Arzobispo de Zaragoza y regente del reino, fruto de las relaciones entre el entonces Rey de Sicilia y doña Aldonza Roig de Iborra y Alemany, dama de la nobleza catalana, natural de Cervera, que fue la amante más conocida del monarca durante la juventud de éste.
Pero no fue la única, ya que de otra dama, si bien desconocida, Fernando el Católico engendró a su segunda hija bastarda, llamada Juana de Aragón, que fue entregada en 1492 como esposa a Bernardino Fernández de Velasco, Conde de Haro y Condestable de Castilla, recompensado por esta boda regia con el título de Duque de Frías. Además, Fernando tuvo otras amantes: una doncella bilbaína llamada doña Toda, de la que tuvo una hija llamada María, así como una dama portuguesa llamada María Pereira, en quien engendró otra hija llamada también María.
Pero no fue la única, ya que de otra dama, si bien desconocida, Fernando el Católico engendró a su segunda hija bastarda, llamada Juana de Aragón, que fue entregada en 1492 como esposa a Bernardino Fernández de Velasco, Conde de Haro y Condestable de Castilla, recompensado por esta boda regia con el título de Duque de Frías. Además, Fernando tuvo otras amantes: una doncella bilbaína llamada doña Toda, de la que tuvo una hija llamada María, así como una dama portuguesa llamada María Pereira, en quien engendró otra hija llamada también María.
Según informa Salazar y Mendoza (p. 376), ambas Marías profesaron hábitos religiosos en el monasterio agustino de Madrigal. De esta forma, hay que otorgar credibilidad al testimonio de Mártir de Anglería al respecto, pues el humanista italiano no duda en señalar a la lujuria como uno de los vicios del Rey incluso cuando ya era un hombre veterano. Teniendo en cuenta estos antecedentes, no debe extrañar la sorpresa que Mártir de Anglería ante un rey que, catorce meses antes de fallecer, no se contentaba con yacer con su joven esposa, la reina Germana, sino que continuaba buscando otras amantes:
Pongo por testigos a todos los espíritus celestiales: si nuestro Rey no se desprende de dos apetitos, muy pronto entregará su alma a Dios y su cuerpo a la tierra. Ya tiene sesenta y tres años y no se separa ni un instante del lado de su esposa. No tiene bastante con un respiradero -me refiero a la respiración del pecho-, sino que se empeña en utilizar el matrimonial más allá de sus fuerzas. La otra causa que le segará su vida es su afición a la caza.(Mártir de Anglería, Epistolario, III, pp. 162-163).
Y tanto que continuaba gozando de los placeres de la carne. En los primeros años del siglo XVI nació en Italia la última hija bastarda del monarca, Juana de Aragón, princesa de Tagliacozzo, fruto de las relaciones del Rey Católico con alguna dama de la nobleza napolitana durante su estancia en el reino partenopeo. Hay que hacer notar que posiblemente tanto furor sexual lo heredase Fernando II de su padre, Juan II, que también fue muy conocido por sus amoríos extraconyugales incluso durante sus últimos días, cuando ya se hallaba muy enfermo. La búsqueda de intensa actividad sexual parece ser una cualidad de los varones Trastámara aragoneses, pues también fue heredada por el hijo del Rey Católico, el príncipe Juan, a quien el gusto por la cópula frecuente se reveló fatal en combinación con su frágil salud.
Para concluir, se puede decir que el profundo amor que sintió Fernando de Aragón por Isabel de Castilla no fue óbice para que mantuviese frecuentes relaciones extramaritales, incluso en su época de senectud, cuando además estaba casado con Germana de Foix, una princesa mucho más joven que él. El apetito sexual del último monarca Trastámara en la península fue, como mínimo, tan amplio como lo fueron los territorios que cayeron bajo su gobierno y dirección.
La deuda historiográfica con el Rey Católico.
En 1516, en el texto que ya se ha citado más arriba, Mártir de Anglería realizó una defensa de las virtudes del monarca cuya muerte alababa, inaugurando de esta forma los juicios de valor efectuados sobre su persona por la historiografía posterior. Pero casi al tiempo que el italiano presentaba a un rey fallecido en la pobreza como ejemplo de muerte virtuosa y cristiana, no faltaron aquellos que, ante idéntico suceso, presentaron esta pobreza como síntoma de la ruindad y tacañería del último monarca Trastámara de la Península Ibérica. Y eso que el Rey Católico contó con un excepcional historiador dedicado a glosar su vida y hechos, labor además efectuada muy cercana a su muerte. En efecto, tanto los Anales de Aragón (1562) como la Historia del Rey don Hernando (1580), obras de Jerónimo Zurita, son consideradas como fuentes indispensables para el conocimiento de su reinado y, por extensión, de la vida del rey.
Durante el siglo XVI, y concretamente en la primera mitad del siglo XVII, Fernando II fue presentado, en la línea del pensamiento de Maquiavelo, como el político perfecto, el modelo ideal para todo monarca, el "oráculo mayor de la razón de estado", como lo denominase Baltasar Gracián en su obra El político don Fernando el Católico (1640). No es de extrañar tampoco que en el mismo año otro teórico, Diego Saavedra Fajardo, alumbrase su Política y razón de Estado del Rey Católico don Fernando, o que seis años más tarde Blázquez Mayoralgo entregase a las prensas su Perfecta razón de Estado, deducida de los hechos del señor rey don Fernando el Católico. Sin embargo, el contexto en que se insertan estas aportaciones historiográficas tiene que ver con la crisis en el reinado de Felipe IV, lo que provocó que personajes ilustres de su corte, como el más tarde vilipendiado Conde-Duque de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel, sacasen a la palestra al rey de Aragón y de Castilla y León como unificador territorial. Pero a los eruditos como Gracián o Saavedra Fajardo sólo les preocupaba, en la línea de Maquiavelo, la presentación de Fernando de Aragón como el príncipe perfecto.
En el siglo XVIII, con la entrada de los Borbones en el trono español, el modelo político representado por el Rey Católico se difuminó un tanto, pues el respeto de tradiciones forales, de leyes y de costumbres de los pueblos que el Trastámara gobernó, no casaba demasiado bien con el centralismo borbónico; además, desde la perspectiva historiográfica, comenzó la homologación de Isabel la Católica con su esposo, lo que fue en detrimento de éste: las obras del Padre Flórez (1790) y, en especial, la de Diego Clemencín (Elogio de la Reina Católica doña Isabel, 1820), comenzaron a subrayar los aspectos negativos del monarca, como su austeridad, su insaciable apetito sexual, su enemistad con algunos de los hombres más decisivos de su época (Hernando de Talavera, el Gran Capitán, Cristóbal Colón). Si la preocupación por la crisis del Estado en el siglo XVII había fomentado la imagen positiva de Fernando el Católico, la preocupación en los siglos XVIII y XIX por prestigiar a otra reina, esta vez a Isabel II, dio pábulo a que en los estudios prevaleciese la imagen de Isabel I sobre la de Fernando II.
Para colmo de males, en la misma época comenzó la propagación de esa especie de leyenda negra sobre el Rey Católico, iniciada por la historiografía catalana de la Renaixença, en especial los estudios del archivero Antoni de Bofarull, los de Sempere i Miquel y los de Carreras Candi. A Fernando lo veían como el introductor del centralismo en Cataluña por su matrimonio con Isabel la Católica y por haber sido el instigador de la ley que apartaba a los no castellanos del suculento negocio comercial de América. Hoy día, diversos estudios actuales han demostrado con solvencia ejemplar que en ningún caso hubo centralismo oficial en el matrimonio de Fernando, sino que cada corona continuó conservando sus leyes, fueros y costumbres, al tiempo que el apartamiento de los no castellanos en el negocio de Indias se hizo pensando en franceses y flamencos, no en súbditos de Aragón quienes, en la práctica, colaboraron estrechísimamente, aunque no de forma oficial, con las redes comerciales del Nuevo Mundo.
Pero pese a esta demostración, es difícil derribar tópicos y mitos creados al albur de un sentimiento tan personal como el nacionalismo, de manera que han sido necesarios muchos años de investigación para que el Rey Católico ocupe el lugar en la historiografía peninsular que debe, pues ninguna figura como la suya ha soportado tantos reveses en el análisis de su devenir y su legado.
Pero pese a esta demostración, es difícil derribar tópicos y mitos creados al albur de un sentimiento tan personal como el nacionalismo, de manera que han sido necesarios muchos años de investigación para que el Rey Católico ocupe el lugar en la historiografía peninsular que debe, pues ninguna figura como la suya ha soportado tantos reveses en el análisis de su devenir y su legado.
A finales del siglo XIX, algunos historiadores como Ibarra y Rodríguez y, en especial, el aragonés Vicente de la Fuente, habían comenzado la recuperación de Fernando el Católico, labor continuada antes de la Guerra Civil Española por Serra Rafols, autor de un excelente análisis del conflicto remensa y de sus repercusiones en la política del rey de Aragón. Pero en los albores de la lucha fratricida de nuevo la historiografía se fragmentó alrededor del Rey Católico, presentándose quienes, por un lado, consideraban a Fernando II como el más nefasto rey de toda la historia, culpable no sólo de las calamidades de su tiempo, sino de las miserias de los años 30 en la península.
De este grupo de historiadores sobresalen los continuadores de las tesis de la Renaixença, como Ferrán Soldevila ( Historias de Cataluña, vol. II, 1934) y Antoni Rovira i Virgili (Historias de Cataluña, vol. VII, 1935). En cambio, para otro grupo de historiadores, Fernando de Aragón era el verdadero artífice de esa primera España imperial, a modo de antecedente exegético del caudillo triunfante en la contienda civil. De entre estos historiadores hay que citar los estudios de Ricardo del Arco (1939) y de Andrés Giménez Soler (1941). Quizá los únicos intentos realizados en esta época por presentar a un Rey Católico medianamente objetivo fueron los efectuados por el diplomático José María Doussinague, si bien adolecían también de cierto idealismo espiritual.
De este grupo de historiadores sobresalen los continuadores de las tesis de la Renaixença, como Ferrán Soldevila ( Historias de Cataluña, vol. II, 1934) y Antoni Rovira i Virgili (Historias de Cataluña, vol. VII, 1935). En cambio, para otro grupo de historiadores, Fernando de Aragón era el verdadero artífice de esa primera España imperial, a modo de antecedente exegético del caudillo triunfante en la contienda civil. De entre estos historiadores hay que citar los estudios de Ricardo del Arco (1939) y de Andrés Giménez Soler (1941). Quizá los únicos intentos realizados en esta época por presentar a un Rey Católico medianamente objetivo fueron los efectuados por el diplomático José María Doussinague, si bien adolecían también de cierto idealismo espiritual.
Recién acabada la Guerra Civil, el profesor Ferrari Núñez realizó (1945) la primera gran aproximación a la política del Rey Católico, encauzando las opiniones de Maquiavelo, Gracián y Saavedra Fajardo, además de otras menores, y llegando a una cierta sistematización del significado de Fernando de Aragón como político. La senda de Ferrari Núñez fue continuada por los estudios sobre la política de época fernandina efectuados por Cepeda Adán (1954) y Maravall Casesnoves (1952). Desde la perspectiva de la Corona de Aragón, se continuó esta labor de recuperación primero por la recopilación documental del valenciano Manuel Ballesteros Gaibrois (1944), y, en especial, por los estudios de Jaume Vicens Vives, que pudo continuar su labor sobre Fernando el Católico después de presentar su tesis doctoral en 1936.
Sin duda, la historiografía debe mucho a los estudios de Vicens Vives, que representaron en su momento el punto de equilibrio y de objetividad más altos en relación con el personaje estudiado. El siguiente hito en la recuperación historiográfica de la figura del Rey Católico tuvo lugar en 1952, con motivo del quinto centenario del nacimiento del Rey Católico, cuando se organizó el V Congreso de Historia de la Corona de Aragón, cuyos volúmenes fueron publicados entre 1954 y 1961. Todas las ponencias, conferencias y aportaciones de los asistentes conforman un caudal de datos asombroso y de obligada consulta para cualquier aspecto relacionado con la vida de Fernando II de Aragón.
Al igual que sucediera con la Reina Isabel, la producción historiográfica de los años 70 en relación con Fernando el Católico tuvo como principal protagonista al vallisoletano Instituto «Isabel la Católica» de Historia Eclesiástica, dirigido por Antonio de la Torre y del Cerro, autor asimismo de una ingente cantidad de trabajos sobre documentación de la época entre los años 50 y 60. Al abrigo de esta institución y de tal director crecieron los más reputados especialistas hispanos en los Reyes Católicos, como A. Rumeu de Armas, L. Suárez Fernández y M. A. Ladero Quesada. Pero en Cataluña, Aragón y Valencia, desde la desaparición de Vicens Vives y Ballesteros Gaibrois, los estudios sobre Fernando el Católico no han sido demasiado proclives, quizá por pensar que todo está escrito ya sobre este personaje de la Historia, o porque, como denuncia el profesor Belenguer Cebriá, ni medievalistas ni modernistas se sienten demasiado cómodos en una época tan compleja y de tantos matices como el tránsito entre el Cuatrocientos y el Quinientos.
La escuela aragonesa, al abrigo de la Institución «Fernando el Católico» de Zaragoza, ha sido la que con más profusión ha investigado en la época, destacando los trabajos de Solano Costa, Solano Camón, Redondo Veintemillas y, en especial, Sesma Muñoz, autor de una biografía fernandina (1992) donde, por encima de otras consideraciones, el mito de la subyugación de la corona aragonesa a la castellana por parte del Rey Católico cae por completo debido a la documentación estudiada. Se trata de esta biografía de un completo y ameno estudio, donde la conjugación de rigor y amenidad lo convierten en lectura recomendable para la aproximación al renombrado Rey de las Españas nacido en Sos. Lástima que finalice en 1492 y no se adentre, por ejemplo, en los últimos quince años del monarca, verdaderamente decisivos en su devenir histórico.
En los últimos años del siglo XX y primeros del XXI, tres estudios más merecen ser destacados. En 1996, bajo el patrocinio de la Institución «Fernando el Católico» de Zaragoza, vio la luz otro trabajo colectivo presentado por Esteban Sarasa, donde diversos especialistas glosaban la figura del Rey Católico desde tan diversas como ejemplificantes perspectivas. Posteriormente, salió de las prensas la completísima, rigurosa y trabajada biografía fernandina efectuada por el profesor Belenguer Cebriá, cuya primera edición data de 1999 y que ha sido reeditada, ampliada y corregida en los años posteriores. Se trata de un estudio ejemplar sobre el monarca, y, lógicamente, también de obligada consulta para los interesados en ampliar su conocimiento sobre el Rey Católico. Por último, en el año 2004 el académico L. Suárez Fernández publicó una erudita biografía del monarca, centrándose en los aspectos políticos de su ejemplar gobierno sobre tantos y tan diversos territorios.
Lo cierto es que la historiografía en general, y la hispana en particular, no parece haberse portado demasiado bien con una figura que, en sus líneas maestras, presenta un amplio abanico de matices personales que deberían de ser observados desde su propia esencia, renunciando a obtener en el estudio del Rey Católico respuesta a ninguna de nuestras encrucijadas actuales, sino simplemente a disfrutar de toda la gama de comportamientos de uno de los monarcas más poderosos del mundo en todos sus tiempos.
Condecoraciones
Caballero de la Orden del Toisón de Oro.
Gran Maestre de la Orden de Santiago.
Gran Maestre de la Orden de Calatrava.
Reina Consorte Germana de Foix.
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