Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;
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Aldo Ahumada Chu Han |
Fernando II de Aragón, llamado «el Católico» fue rey de Aragón (1479-1516), de Castilla (como Fernando V, 1474-1504), de Sicilia (como Fernando II, 1468-1516), de Nápoles (como Fernando III, 1504-1516), de Cerdeña (como Fernando II, 1479-1516) y de Navarra (como Fernando I, 1512-1515).
Nació en la villa zaragozana de Sos (hoy llamada por tal motivo Sos del Rey Católico), el 10 de mayo de 1452, y murió en Madrigalejo (Cáceres), el 23 de enero de 1516. Apodado el Rey Católico, se trata de uno de los más poderosos monarcas de la Historia.
Primeros años (1452-1460)
Fernando fue el primer hijo del rey Juan I, entonces Rey de Navarra (posteriormente también sería Juan II de Aragón), y de la segunda esposa de éste, la dama castellana Juana Enríquez. El primogénito de Juan I era Carlos de Aragón, Príncipe de Viana, engendrado en su primer matrimonio con la reina Blanca de Navarra, de forma que, en el instante de su nacimiento, Fernando no estaba destinado a reinar, sino a formar parte de la nobleza del reino pirenaico, seguramente al frente de un destacado título nobiliario, o bien gozando de alguna rica prebenda eclesiástica. Pero la coyuntura política en la que nació el infante Fernando era realmente complicada y el desarrollo posterior de los acontecimientos posibilitó que finalmente llegase a reinar. Por de pronto, si Fernando nació en Sos, villa perteneciente a Aragón pero muy cercana a la frontera con Navarra, fue porque su madre, Juana Enríquez, pese a su avanzada gestación, tuvo que salir huyendo de Sangüesa por culpa de la guerra civil que enfrentaba a dos facciones políticas, los agramonteses y beaumonteses, que apoyaban respectivamente al rey Juan I y a su hijo Carlos. Al menos en Sos fue acogida por un linaje de la hidalguía local, la familia Sada, partidarios de su esposo, en cuya casa-palacio tuvo lugar el parto del futuro Rey Católico. En la comarca del Jalón debió pasar sus primeros meses de vida, pues su padre esperó a que la situación bélica se calmase para hacerle bautizar en la Seo de San Salvador, en la capital maña, el 11 de febrero de 1453, casi al año de haber nacido, algo nada usual en la época.
Poco después, partió hacia Barcelona, donde residió hasta marzo de 1457, en que partió hacia Castilla para asistir con el séquito de la corte a la firma de una paz entre Castilla y Aragón al respecto del conflicto entre agramonteses y beaumonteses. Los escrupulosos conselleres barceloneses se referían a él en la documentación como lo infant comú, para distinguirlo de su hermano Carlos y enfatizando que era hijo de Juana Enríquez. En 1458 falleció su tío, Alfonso el Magnánimo, rey de Aragón y de Nápoles, por lo que su padre fue coronado como Juan II de Aragón, de forma que el 25 de julio de 1458 el infante Fernando quedó investido con los títulos de Duque de Montblanc, Conde de Ribagorza y Señor de Balaguer, así como algunos títulos italianos en Nápoles y en Sicilia que pertenecían a la Corona de Aragón. Estas prebendas le permitieron disponer de un patrimonio económico importante que fue administrado durante su minoría de edad por Pedro de Vaca, a quien Juan II había designado como preceptor del joven Fernando. Durante esta época, la relación de Fernando debió de ser cordial con sus hermanos mayores (los bastardos de su padre), Juan de Aragón y Alfonso de Aragón, el Duque de Villahermosa, así como con su primo, apodado Enrique Fortuna, hijo póstumo del maestre Enrique de Aragón, con quienes debió de compartir vivencias en la corte itinerante de Juan II. Tradicionalmente, se ha mantenido que el futuro Rey Católico no fue objeto de una cuidada educación al estilo de la época, siguiendo al pie de la letra lo expresado por el cronista Marineo Sículo, que estuvo durante los siglos XV y XVI al servicio de Fernando:
Siendo de edad de siete años, en la cual convenía aprender letras, dio señales de excelente ingenio y de gran memoria. Mas la maldad de los tiempos y envidia de la fortuna cruel, impidieron el gran ingenio del Príncipe, que era aparejado para las letras, y lo apartaron de los estudios de las buenas artes; porque comenzando a enseñarse a leer y escribir, como en España se acostumbra, y entrando ya en Gramática, movióse la guerra que Don Carlos, mal persuadido de algunos, hizo cruelmente contra su padre; y así fue quitado de las letras y estudios.(Marineo Sículo, Vida y hechos..., p. 21).
Pero no conviene hacer de esta afirmación un absoluto, puesto que, como en otros casos similares, se conoce el nombre de los maestros que el entonces príncipe de Aragón tuvo, todos ellos muy prestigiosos y de procedentes de distintas partes de Europa, como los catalanes Miguel de Morer y Antoni Vaquer, el castellano fray Hernando de Talavera, el siciliano Gregorio de Prestimarco y, sobre todo, dos personajes de mucha importancia: el italiano Francisco Vidal de Noya, humanista de gran prestigio, traductor de Salustio y poeta destacado, que fue maestro de lectura y de artes del príncipe; por último, hay que señalar en esta nómina de maestros al cardenal Joan Margarit, obispo de Girona, autor de una obra (hoy perdida) Epistola seu Libellus de educatione Ferdinandi Aragoniae principis, escrita como guía de la educación del futuro Rey Católico. Así pues, y tal como se verá a continuación, las circunstancias históricas concretas que rodearon su infancia no fueron las más apropiadas para que el príncipe Fernando recibiese una educación al uso, pero no porque se escatimasen medios o preceptores para ello, o porque él no quisiera, si bien se intuye, por los gustos del monarca cuando adulto, que ya de niño debió de sentirse más inclinado a las disciplinas militares y caballerescas que a los hábitos de lectura. O, incluso, como relata Pulgar, a otras ciertas actividades que sin duda debieron distraerle de sus obligaciones educativas:
Plazíale jugar todos juegos, de tablas e axedrez e pelota; en esto, mientra fue moço, gastava algund tiempo más de lo que devía.(Pulgar, Crónica..., I, p. 75).
Duque de Montblanc (1460-1468)
Como ya se ha visto en la narración de Marineo Sículo, entre 1459 y 1460 el conflicto que mantenían Juan II de Aragón y su hijo primogénito, Carlos de Viana, se reanudó de nuevo. Si el príncipe Fernando, que apenas contaba con ocho años de edad, se vio involucrado en el conflicto fue porque los rumores apuntaban a que su padre Juan II, hostigado por su segunda esposa, Juana Enríquez, y ante la rebeldía de Carlos de Viana, quería nombrar primogénito a su hijo Fernando con todo lo que conllevaba: heredar Navarra y Aragón. La inquietud de esta decisión la expresaba así Melchor Miralles, capellán de Alfonso el Magnánimo y autor de un dietario de gran valía para los historiadores:
En lo dit any [...], lo senyor rey e senyora reyna [...] volentse coronar; e açó la terra no u consentí, per sguart com lo primogènit don Carles no hera en lo regne, per la qual rahó hac grans congoxes que lo senyor rey volia que los regnes e terres e gents juraren don Fernando, son fill e fill de la senyora reyna doña Johana. E en açó, lo regne de Aragó e totes les altres terres li contradigueren [...], de què lo dit senyor rey pres molt congoxa, e la senyora reyna molt magor, en tanta manera que no’s poria dir la grandìssima congoxa e ennug de la dita senyora.(Dietari del capellá..., pp. 240-241).
Esta noticia de Miralles representa el punto de partida de cierta leyenda negra relacionada con Fernando el Católico, o mejor dicho, la leyenda negra de su madre, Juana Enríquez, a quien algunos historiadores (incluso de nuestros días), han visto como la malvada maquinadora del plan por el que Juan II apartó a Carlos de Viana de la primogenitura en beneficio de Fernando, el hijo de ambos. Lo cierto es que en aquella época las relaciones entre Juan II y su primer hijo estaban muy deterioradas, pues Carlos supo hacerse un hueco en el conflicto que mantenían por el poder en Barcelona dos facciones políticas, la Busca y la Biga, para ser apoyado por los buscaires en su lucha contra la autoridad del rey. En diciembre de 1460 Juan II ordenó la prisión del príncipe de Viana, lo que encendió la sublevación de los catalanes y la reanudación de la guerra en Navarra. El príncipe Fernando, en el séquito real, fue trasladado de un sitio a otro, de Fraga a Zaragoza, pues el peligro le acechaba.
El 22 de septiembre de 1461 fallecía el príncipe de Viana y apenas un mes más tarde Fernando era jurado primogénito y sucesor real en Cataluña y en Aragón. Se acababan así las relaciones entre ambos hermanos, inexistentes en realidad, pues sólo coincidieron dos veces en toda su vida, pese a que algunos textos falsearon esta realidad queriendo presentar a Carlos como exegeta de la grandeza de su hermano Fernando, quien, por su parte, desde entonces abandonó definitivamente la senda de los estudios humanistas para permanecer al lado de sus progenitores en los diferentes acontecimientos del reinado. Contaba ya con una casa propia de sirvientes, donde ya aparecieron muchos de los personajes que iban a ser claves en su reinado, como su ayo, Gaspar de Espés, su mayordomo mayor, Ramón de Espés, el camarero Diego de Torres, el tesorero Diego de Trujillo, el canciller Pedro de Santángel, el contador Luis de la Cavallería, el notario Miquel Climent, el escribano Juan Sánchez... Pero a pesar de que fue recibido con entusiasmo en Barcelona en 1461, en marzo de 1462 el príncipe Fernando y su madre, Juana Enríquez, debieron salir apresuradamente de Barcelona para refugiarse en Girona, donde fueron cercados por las tropas del Conde de Pallars en otro de los episodios del conflicto entre los catalanes y Juan II.
Tradicionalmente, se tiene a este cerco de Girona como el "bautismo de fuego" del príncipe Fernando, que contaba con 10 años de edad y que participó en la defensa de Girona como uno más, hasta que su cuñado Gastón, Conde de Foix, llegó con tropas francesas para liberar la ciudad del asedio. Desde entonces, durante los años 1463 y 1466, ayudó militarmente a su padre en la lucha que éste mantenía contra algunos nobles catalanes, destacando su victoria en la toma de Tortosa (1466) y su derrota en Vilademat (1467) contra los franceses. Por si fuera poco, Fernando hubo de sufrir el primer gran revés personal, como fue la muerte de su madre, el 13 de febrero de 1468, lo que significó unirse todavía más a su padre, Juan II de Aragón, que ya con 70 años y enfermo de cataratas, necesitaba de su hijo para continuar rigiendo con acierto los destinos de Aragón.
La boda con la princesa Isabel y sus consecuencias (1469-1473)
Ya en 1459, durante la negociación de Enrique IV y Juan II de las treguas con respecto al conflicto de Navarra, el monarca aragonés había sugerido el enlace entre Fernando e Isabel, pero su homólogo castellano tenía otros planes al respecto. Después de la derrota de Vilademat, Fernando de Aragón, que ya contaba con 16 años (la mayoría de edad oficiosa en la época), vio que el conflicto entre Juan II y los rebeldes se complicaba muchísimo con la entrada de Francia en su contra, de modo que decidió que necesitaba más aliados. El matrimonio con la princesa castellana proporcionaría, desde el punto de vista político y militar, los refuerzos necesarios para acabar con la compleja guerra civil en Cataluña. Desde una perspectiva personal, Fernando también estaba capacitado para abandonar la soltería; no en vano, ya mantenía relaciones con Aldonza Roig de Iborra y Alemany, dama natural de Cervera y primera amante conocida del recientemente nombrado (1468) Rey de Sicilia, quien en aquellos años debía ser el joven apuesto y el caballero virtuoso, en definitiva, el mejor mozo de España que inmortalizaría un siglo más tarde Lope de Vega en su famosa comedia así titulada. La descripción física que realizó Pulgar es bien ilustrativa al respecto de la fisonomía del príncipe Fernando:
Era ome de mediana estatura, bien proporçionado en sus miembros, e en las façiones de su rostro bien compuesto, los ojos reyentes, los cabellos prietos e llanos; ome bien complisionado. Tenía la habla igual, ni presurosa ni mucho espaçiosa. Era de buen entendimiento, muy templado en su comer e beber, e en los movimientos de su persona, porque ni la yra ni el plazer fazía en él grand alteraçión. Cavalgaba muy bien a cavallo, en silla de la guisa e de la jineta; justava, tirava lança e fazía todas las cosas que ome deve fazer, tan sueltamente e con tanta destreza que ninguno en todos sus reynos lo fazía mejor. Era gran caçador de aves, ome de buen esfuerço e gran trabajador en las guerras. De su natural condiçión era muy inclinado a hazer justiçia, y también era piadoso e compadeçíase de los miserables que veýa en alguna angustia. Tenía una graçia singular: que qualquier que con él hablase, luego le amava e deseava servir, porque tenía la comunicaçión muy amigable.(Pulgar, Crónica..., I, p. 75).
En el primer mes de 1469 se firmó el Acuerdo de Cervera entre los embajadores castellanos y mosén Pierres de Peralta, condestable de Navarra, que representó a Aragón por orden de Juan II; en Cervera se pactaron las condiciones económicas del enlace, ventajosas para los castellanos, mientras que el rédito político esperaban obtenerlo los aragoneses. Poco después, el Rey de Sicilia se puso en camino hacia Valladolid, realizando un complejo viaje desde Valencia a Zaragoza, para pasar a Castilla por Ariza, Monteagudo, Burgo de Osma y Berlanga. Y es que se dio la curiosa circunstancia de que el entonces Rey de Sicilia, que habría de convertirse en el más poderoso monarca de la cristiandad, viajó hacia Castilla de incógnito, acompañado tan solo por sus más fieles colaboradores (los hermanos Espés, Pedro Vaca, Guillén Sánchez y su maestro, Vidal de Noya), además de Gutierre de Cárdenas y Alonso de Palencia, enviados por Isabel la Católica como legados. Ya en Castilla, un pequeño contingente de tropas al mando de Gómez Manrique le sirvió de escolta hasta Valladolid, protegiendo a Fernando de Aragón de la vigilancia fronteriza ordenada por Enrique IV de Castilla, que trató de impedir la entrada a su reino del que iba a convertirse en su cuñado. Finalmente, después de haber visto por vez primera a su futura esposa tres días antes, el 19 de octubre de 1469, la actual chancillería de Valladolid, entonces palacio de la familia Vivero, fue testigo de un enlace decisivo en la Historia de España, pero que en su tiempo se celebró casi en la clandestinidad, con pocos invitados de relumbrón y gracias a una dispensa papal falsificada por Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, pues los cónyuges eran primos en segundo grado.
Un año más tarde, Fernando de Aragón fue padre por partida doble: su esposa Isabel parió en Dueñas a la primogénita, Isabel, y casi al tiempo nació Alonso de Aragón, hijo de la amante del Rey, doña Aldonza. La situación en Castilla se volvía complicada, toda vez que Enrique IV, en Valdelozoya, había vuelto a nombrar a heredera a su hija, Juana la Beltraneja, en detrimento de su hermana Isabel, a quien acusaba de haberse casado con Fernando sin su consentimiento. El Rey de Sicilia optó por la prudencia y se retiró a Medina de Rioseco, feudo de los Almirantes de Castilla, los Enríquez, sus parientes por línea materna. A través de emisarios, embajadas, conversaciones y maniobras diplomáticas, poco a poco los futuros Reyes Católicos fueron granjeándose las simpatías de la nobleza castellana, sobre todo el apoyo del linaje Mendoza. Así, con la situación de Castilla en una tensa calma, el príncipe Fernando inició el viaje de regreso hacia Aragón, donde, en octubre de 1472, se firmó la Capitulación de Pedralbes, poniendo fin al conflicto civil entre los catalanes y Juan II, conflicto que había acompañado a Fernando desde el mismo instante de su nacimiento.
El reinado de los Reyes Católicos.
Fernando V de Castilla y León (1474-1479)
Si al firmar varios acuerdos con la nobleza castellana antes de su partida Fernando de Aragón ya había dado muestras de esa tremenda sagacidad política que se convertiría en proverbial con el paso del tiempo, en la reanudación de su actividad como primogénito aragonés comenzó a vislumbrarse su capacidad militar como director de las campañas. Su padre, Juan II, era ya un hombre de 75 años, con diferentes achaques de salud, en especial unas cataratas que apenas le permitían la visión, por lo que Fernando, en calidad de lugarteniente general de la Corona de Aragón, fue el encargado de socorrer a su padre en el intento de reconquistar el Rosellón y la Cerdaña al rey francés Luis XI, que las había ocupado en el transcurso de la guerra.
Durante 1473 Fernando fue recibido con honores por las antaño ciudades rebeldes a su figura y a la autoridad paterna, como Barcelona y Girona, además de dirigir personalmente el asedio de Perpiñán. Sin embargo, los franceses pasaron a la ofensiva en 1474 y obligaron a los aragoneses a retirarse de tan avanzadas posiciones, lo que implicó que el príncipe Fernando pactase una defensa de la zona. Además, en esta retirada hubo otra poderosísima razón: la muerte de Enrique IV, lo que convertía al Rey de Sicilia en Rey de Castilla y León.
La recepción de la noticia por parte de Fernando fue desalentadora, pues tanto el Arzobispo Carrillo como Gaspar de Espés le escribieron sendas alertas para que se personase en Castilla de inmediato, ya que su esposa había decidido coronarse sin esperar a su marido. Este momento debió de ser uno de los más problemáticos de la pareja, pues Fernando temió sin duda que Isabel hubiese llegado a algún acuerdo con la nobleza castellana para apartarlo del poder. Con una celeridad inusitada, el aragonés entró en Segovia en los primeros días de 1475 para llevar a cabo una negociación entre todos los implicados. El acuerdo se conoce como Sentencia Arbitral de Segovia (1475), por el que se constituyeron las bases contractuales de gobierno de los Reyes Católicos: ninguno de los dos ejercería el poder en solitario, sino siempre tras mutua concordia; Isabel aceptó que su esposo, en tanto hombre, le antecediese en la titulación, pero a cambio de que el reino de Castilla figurase antes que el de Aragón. Poco más tarde se optó por la fórmula conjunta "el rey e la reyna", utilizada para hacer alusión a la fortaleza e indivisibilidad de la recién nacida diarquía aragonesa-castellana. Un jurista de toda la confianza de Fernando de Aragón, Alfonso de la Cavallería, fue el garante de la posición aragonesa en este acuerdo.
La recepción de la noticia por parte de Fernando fue desalentadora, pues tanto el Arzobispo Carrillo como Gaspar de Espés le escribieron sendas alertas para que se personase en Castilla de inmediato, ya que su esposa había decidido coronarse sin esperar a su marido. Este momento debió de ser uno de los más problemáticos de la pareja, pues Fernando temió sin duda que Isabel hubiese llegado a algún acuerdo con la nobleza castellana para apartarlo del poder. Con una celeridad inusitada, el aragonés entró en Segovia en los primeros días de 1475 para llevar a cabo una negociación entre todos los implicados. El acuerdo se conoce como Sentencia Arbitral de Segovia (1475), por el que se constituyeron las bases contractuales de gobierno de los Reyes Católicos: ninguno de los dos ejercería el poder en solitario, sino siempre tras mutua concordia; Isabel aceptó que su esposo, en tanto hombre, le antecediese en la titulación, pero a cambio de que el reino de Castilla figurase antes que el de Aragón. Poco más tarde se optó por la fórmula conjunta "el rey e la reyna", utilizada para hacer alusión a la fortaleza e indivisibilidad de la recién nacida diarquía aragonesa-castellana. Un jurista de toda la confianza de Fernando de Aragón, Alfonso de la Cavallería, fue el garante de la posición aragonesa en este acuerdo.
Tras la Sentencia Arbitral, Fernando podía titularse Rey de Castilla y León con todas las de ley, si bien esta legalidad no se correspondía con una situación idílica para imponer su gobierno. Por de pronto, la entrada en liza de los Mendoza a favor de los nuevos reyes provocó la ruptura entre éstos y su antiguo aliado, el Arzobispo Carrillo, tal vez la persona que más había trabajado para que se celebrase el enlace. Además, Fernando recibió en Castilla las tristes noticias que afectaban a los asuntos aragoneses: los franceses habían tomado Perpiñán. Teniendo por casi seguro que la defección de Carrillo auguraba problemas, Fernando decidió tomar las riendas de la política castellana, golpe de timón perfectamente visible a lo largo del año 1475, cuando Alfonso V, Rey de Portugal, decidió invadir Castilla para defender los derechos al trono de su mujer, Juana la Beltraneja, con quien poco antes se había desposado siguiendo las directrices del Arzobispo Carrillo.
En la guerra civil encubierta que Castilla libró bajo la apariencia de una invasión portuguesa, Fernando comenzó a erigirse en el astuto y valiente militar con que ha pasado a la posteridad, haciendo buena toda esa experiencia vivida en la guerra catalana cuando apenas era un mozalbete. Aun con la ayuda de los nobles castellanos afines a su programa, y también el enorme esfuerzo prestado por sus hermanos bastardos, Fernando dirigió personalmente el asedio de Zamora y la decisiva batalla de Toro, al mismo tiempo que, en unión con su esposa, dictaba las normas de Hermandad en las Cortes de Madrigal (1476). El militar y el político, el decidido monarca, acabó triunfando no sólo sobre los enemigos portugueses, sino también sobre todos aquellos nobles que habían osado desafiar su autoridad, que fueron poco a poco aceptando el perdón ofrecido por los Reyes Católicos, fuertemente impresionados por el carácter del monarca. A este respecto, las palabras que Gómez Suárez Figueroa, Conde de Feria, escribió a Juan II sobre su hijo Fernando en 1478 parecen significativas de lo que había supuesto el talante del nuevo rey de Castilla en la época de la guerra:
Creo que Natura no puede fazer príncipe en quien más el saber, la grandeza del ánima, la gentileza y la humanidad reluzcan ni quepan como en Su Majestad, ni es cosa creedera el saber suyo, que más parece divina que humana [...], pues toda la Spaña ni todo el mundo d’él fablarán syno dezir grandezas y virtudes.(Recogido por Sesma Muñoz, Fernando de Aragón..., p. 111).
Fernando II de Aragón (1479-1490)
En 1478 nació el príncipe Juan, hijo varón de los Reyes Católicos y que andando el tiempo se convertiría en heredero de ambas coronas, lo que parecía cohesionar aún más la legalidad de Fernando como rey de Castilla. Pero cuando todavía se hallaba pacificando este territorio y solventando los últimos rescoldos de la invasión portuguesa, le llegó la noticia del fallecimiento de su padre, Juan II (19 de enero de 1479), por lo que Fernando unía a las coronas que ya poseía, las de Sicilia y Castilla y León, la inmensa Corona de Aragón, convirtiéndose en el monarca más poderoso de su tiempo.
Al igual que sucediese un lustro atrás cuando fue proclamado rey de Castilla, la situación era ciertamente complicada en la relación entre el nuevo monarca y sus súbditos de la Corona de Aragón, aunque por razones contrarias: en efecto, pasados los estertores del conflicto civil catalán, nada afectaba a la legitimidad de Fernando, pero la tradicional idiosincrasia corporativa y pactista de los reinos que formaban la Corona de Aragón no casaba demasiado bien con el carácter rígido, autoritario y absolutista de Fernando II, que ya comenzaba a vislumbrar, mediante la acaparación de coronas, el convertirse en ese Emperador de las Españas al que se aludía en la época mediante la profusión de textos y escritos de carácter exegético e incluso mesiánico.
Una vez ordenadas las exequias de su padre, y después de haber derrotado a los portugueses en la decisiva batalla de la Albuera, Fernando II de Aragón viajó hacia Zaragoza, donde fue coronado el día 28 de junio después de jurar los Fueros de Aragón. Allí permanecería durante dos meses, ordenando asuntos concernientes a la gobernación y poniendo al frente del reino de a sus hombres de confianza, como el tesorero Luis Sánchez, el baile Juan Fernández de Heredia y, en especial, a su hijo bastardo, Alonso de Aragón, a quien intentó promover a la archidiócesis cesaraugustana en un intento de mantenerlo a salvo de las hipotéticas intrigas de Castilla, pues Alonso, en tanto hijo varón del rey, aun con su ilegitimidad, podía llegar algún día a reinar; como arzobispo de Zaragoza, Alonso quedaba fuera de las reglas de sucesión y prestaría a su padre un apoyo político fundamental, como se verá más adelante. Pero las disposiciones pactistas de las Cortes de Aragón, así como la bancarrota de la Hacienda regia, continuó lastrando las relaciones entre Fernando y sus súbditos, quienes siempre trataron de asegurarse sus privilegios forales en contra del fortalecimiento monárquico pretendido por el rey.
Quizá el punto de mayor fricción fuese el establecimiento del Tribunal de la Inquisición en Zaragoza (1484), a imagen y semejanza del ordenado en Castilla en 1482, siguiendo las instrucciones dadas para toda la cristiandad por el papa Sixto IV mediante su bula Exigit sinceras devotionis affectus (1478). Procuradores y diputados se quejaron por doquiera acerca de la vulneración que este tribunal realizaba sobre los fueros, usos y costumbres judiciales del reino, pero el rey se mantuvo constante en su intento por mantener su hegemonía ante estos asuntos. El asesinato del Inquisidor General de Aragón, Pedro de Arbués en 1485, y los subsiguientes enfrentamientos entre cristianos viejos y judíos en la aljama de Zaragoza, supusieron un momento de elevadísima tensión en el reino, vencida por la incuestionable autoridad del rey, que no dudó un ápice en castigar severamente a los culpables de tan impío crimen.
Quizá el punto de mayor fricción fuese el establecimiento del Tribunal de la Inquisición en Zaragoza (1484), a imagen y semejanza del ordenado en Castilla en 1482, siguiendo las instrucciones dadas para toda la cristiandad por el papa Sixto IV mediante su bula Exigit sinceras devotionis affectus (1478). Procuradores y diputados se quejaron por doquiera acerca de la vulneración que este tribunal realizaba sobre los fueros, usos y costumbres judiciales del reino, pero el rey se mantuvo constante en su intento por mantener su hegemonía ante estos asuntos. El asesinato del Inquisidor General de Aragón, Pedro de Arbués en 1485, y los subsiguientes enfrentamientos entre cristianos viejos y judíos en la aljama de Zaragoza, supusieron un momento de elevadísima tensión en el reino, vencida por la incuestionable autoridad del rey, que no dudó un ápice en castigar severamente a los culpables de tan impío crimen.
En el verano de 1479 Fernando II entró en Barcelona, ciudad de la que no guardaba demasiado buen recuerdo pese a vivir allí algún tiempo de su infancia, debido al ahínco con que se habían levantado contra su padre. El pulso entre los dos organismos más importantes de Cataluña, el Consell de Cent y la Generalitat, continuaba lastrando la política del principado por su virulencia, agravando la vida diaria con el conflicto de los payeses de remensa. El nuevo monarca, aun situando de nuevo a sus hombres de confianza en el entorno de la gobernación, como su primo, Enrique Fortuna, Conde de Ampurias y lugarteniente de Cataluña, siempre tuvo que lidiar con la crisis catalana de finales del siglo XV. Sólo sirvieron como nimios paliativos algunas disposiciones personales de Fernando II, como la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486), con la que se pretendía poner fin al conflicto entre los dos bandos políticos catalanes, la Busca y la Biga, y al secular problema de los remensas. Ni siquiera los intentos de recuperación del Rosellón y la Cerdeña fueron motivo suficiente para aunar los esfuerzos de Cataluña alrededor de la política de su nuevo rey, como frustrados resultaron los intentos del hombre de confianza de Fernando en Cataluña, Jaume Destorrent, por canalizar favorablemente los recursos económicos del principado. La política intervencionista (redreç) del Rey Católico en el nombramiento de cargos y procedimientos de elección en el Consell y en la Generalitat fue la causante de esta mala relación, constante aunque con altibajos, entre el monarca y las instituciones catalanas.
La más plácida y feliz relación con todos los territorios que formaban parte de la Corona de Aragón la mantuvo Fernando II con el reino de Valencia, que, al contrario que Aragón y Cataluña, vivía una época de gran auge económico debido al comercio, prosperidad tan sólo alterada por algunos rescoldos de las terribles banderías que habían asolado el territorio durante la primera mitad del siglo XV. Los nobles valencianos no dudaron en prestarle todo su apoyo en las campañas militares (de Italia o de Granada), mientras que sus hombres de confianza, como los Cabanilles o Diego de Torres, baile general, aseguraron la estabilidad del gobierno fernandino en las instituciones valencianas, si bien en los años finales del siglo XV y en los primeros del XVI se asistió a una crisis económica de tremenda envergadura, que ni siquiera el sucesivo nombramiento de agentes del rey como racionales de Valencia (Gaspar Amat, Bertomeu Cruilles, Joan Figuerola), logró solucionar, pues el endeudamiento para financiar las empresas de Fernando el Católico había cercenado gravemente el crecimiento del reino.
Fernando II, en tanto rey de Aragón, nunca se sintió cómodo entre las austeras y reticentes Cortes aragonesas, de muy distinto funcionamiento a las castellanas y mucho más reticentes a aceptar la voluntad real que las de Castilla. Por esta razón, la política del Rey Católico en su reino natural fue la de establecer una estrecha red de colaboradores eficaces en las instituciones del reino, además de contar con la nobleza del reino apaciguada y siempre dispuesta a servir a sus intereses, como contrapunto al gran poder que en la Corona de Aragón tenían municipios y Cortes. Al contrario que la política expansionista practicada por Fernando como rey de Castilla, en Aragón tuvo mucha más importancia el intentar un equilibrio entre todos los estamentos del reino, única manera de fortalecer la autoridad regia y acabar con la crisis que golpeó con fuerza a la Corona durante el siglo XV. A veces con firmeza autoritaria, a veces mediante la cesión y el pacto, puede decirse que Fernando II logró su cometido, si bien el equilibrio siempre fue bastante precario.
El camino hacia el año mágico (1480-1492)
Objetivos y logros de la actuación real.
Estatua de Fernando II de Aragón y V de Castilla, el Católico (1452–1516), en los Jardines de Sabatini de Madrid (España). Esculpida en piedra blanca por Juan de León entre 1750 y 1753. |
La conquista de Granada (véase Guerra de Granada), aun con su alto coste económico y temporal, no fue sólo uno de los pilares fundamentales de la época de los Reyes Católicos, sino también uno de los ámbitos donde con más precisión puede observarse el ansia de Fernando II por convertirse en ese solícito emperador que restaurase la unidad de España, perdida desde tiempo de los godos. Al contar con los recursos de Aragón desde 1479 y una vez pacificada y ordenada Castilla desde las Cortes de Toledo de 1480, en la reanudación de la empresa granadina vio Fernando una doble oportunidad: por un lado, arreciar la belicosidad de las noblezas hispanas (castellana y aragonesa) en pos de un objetivo militar común; por otro lado, continuar obteniendo ingresos extraordinarios de sus reinos e incluso sonsacarlos a la Iglesia, so pretexto de la cruzada contra el secular enemigo cristiano. Por ello, la toma de Alhama por los musulmanes en 1480 fue la chispa que encendió el conflicto, y que tuvo a Fernando de Aragón como principal protagonista al erigirse en general de las tropas que iban a luchar contra los musulmanes. Dejando atrás la conquista de Alhama, el monarca tuvo que hace frente a un primer revés, como fue el fracasado asedio de Loja (1482), donde su excesivo ímpetu motivó tanto la retirada de las tropas cristianas como la muerte de algunos famosos caballeros, en especial la de Rodrigo Téllez Girón, Maestre de Calatrava. Pero, según el cronista,
Fue escuela al Rey este cerco primero de Loxa, en que tomó lición y deprendió ciencia con que después fizo la guerra e con ayuda de Dios ganó la tierra.(Bernáldez, Memorias..., p. 125).
Y, ciertamente, a partir del año siguiente las campañas cambiaron de signo: en 1483 tuvo lugar la batalla de Lucena, en la que fue hecho prisionero Boabdil el Chico, rey de Granada, que no tardó en aceptar un pacto con los Reyes Católicos. En 1484 fueron conquistadas Álora y Setenil, y en 1486 lo fue Loja, vengando los sucesos de 1482. Las sucesivas conquistas de Málaga (1487), Baza y Almería (1489) estrecharon el cerco sobre Granada, que lo fue mucho más en 1491, cuando se construyó el campamento de Santa Fe prácticamente al lado de la urbe musulmana.
Además de atender los asuntos relacionados con la gobernación de Aragón y de Castilla, Fernando II dirigió personalmente todos los grandes movimientos de tropas, lo que fomentó las alabanzas a su carácter de rey justo, piadoso y extraordinario militar, como las contenidas en este sermón anónimo:
¿Quién nunca vido rey tan cristianíssimo y tan humano, tan extrenuo en las armas, que usase de la guerra no como rey mas como igual y conpañero?(Delgado Scholl y Perea Rodríguez, ed. cit., p. 25).
Desde un plano más personal, alejado de las alabanzas populares, no es de extrañar que el propio monarca se sintiera exultante ante el hecho de finalizar la secular empresa de reconquista y de convertirse, ahora sí, en el gran unificador de España. El mismo día que se produjo la entrada de los Reyes Católicos, Fernando II escribía de su puño y letra esta carta a casi todos los reinos y estados europeos, anunciando al mundo la consecución de tan gran empresa:
Ha plazido a Nuestro Senyor, después de muchos y grandes trabajos, gastos y fatigas de nuestros reynos, muertes e derramamientos de sangre de muchos de nuestros súbditos e naturales, dar bienaventurado fin a la guerra que he tenido con el rey e moros del reyno e çibdad de Granada; la qual tenida e ocupada por ellos más de seteçientos e ochenta años, oy, dos días de enero d’este año de noventa e dos, es venida a nuestro poder e señorío...(Recogido por Sesma Muñoz, Fernando de Aragón..., p. 211).
Desde el comentado asesinato de Pedro de Arbués en 1485, la tensión entre judíos y cristianos se había elevado muchísimo en el reino de Aragón, aun demostrada la inocencia de los hebreos en el magnicidio. En este sentido, la conquista de Granada obró en contra de la minoría judía, puesto que la presentación popular de Fernando de Aragón como el paladín de la fe hizo que se acelerase el plan de conversión obligatoria al cristianismo de los judíos. En esencia, y por lo que respecta a la Corona de Aragón, los judíos mantenían un lugar importante en el comercio, pero la inmensa mayoría de ellos se había convertido mucho antes, y de hecho, linajes de conversos se dejan ver en el organigrama de colaboradores del rey Fernando (los Santángel, los Sánchez, los de la Cavallería...) Por ello, el decreto de expulsión, que contó con distinta versión en Aragón que en Castilla, oficializó una situación que ya se daba en diversos ámbitos de la Corona, aunque significó el desmantelamiento de importantes juderías del reino, algunas de ellas de honda raigambre, como las de Huesca o Tortosa. Pero Fernando II se mantuvo firme en su decisión, convencido de sus ventajas autoritarias y propagandísticas sobre su persona (véase: Expulsión de los judíos).
El tercer gran hito del año 1492, el descubrimiento de América, supone un motivo de profunda controversia en el análisis de Fernando II de Aragón. Por un lado, su apoyo a la entonces temeraria empresa colombina se realizó por consejo de un nutrido grupo de colaboradores de su séquito, como Alfonso de la Cavallería, Felipe Climent, Juan de Coloma o Gabriel Sánchez, al tiempo que fue una familia de mercaderes valencianos, los Santángel, también estrechos colaboradores del rey de Aragón, quienes se encargaron de encontrar las vías financieras para la expedición del almirante genovés. Para prestar su apoyo a la misma, en el ánimo del rey pesó casi tanto como la consecución de nuevas rutas comerciales el hecho de la extensión del cristianismo por otros pueblos, doctrina mesiánica que el propio Cristóbal Colón se encargó de presentar como ingrediente atractivo de su expedición en las distintas entrevistas que mantuvo con ambos monarcas. Una vez recibidas las noticias del descubrimiento, Fernando II se apresuró a respetar lo pactado con su esposa, al mismo tiempo que emitía un dictamen en el que, oficialmente, se apartaba de la evangelización, comercio y aprovechamiento de América a todos aquellos reinos extranjeros a Castilla, que obtenía el monopolio del Nuevo Mundo en todos sus aspectos.
A pesar de que este hecho le haya valido a Fernando el Católico muchos reproches, en sus tiempos y en los siguientes, la decisión es perfectamente lógica desde la perspectiva de la época: no se trataba de arrinconar a Aragón, sino de impedir que otras potencias marítimas, como Portugal, Inglaterra y, principalmente, Francia, compitiesen con Castilla en la consecución de beneficios americanos. Además, a título individual, aragoneses, navarros, catalanes, valencianos y baleares participaron con las mismas condiciones que el resto de españoles en la empresa americana, que también ha de ser incluida como hito principal del reinado de Fernando II de Aragón por méritos exclusivamente propios. El monarca siempre tuvo a la administración del Nuevo Mundo como una de sus prioridades, no sólo por los lógicos motivos financieros, sino también por sus deseos expansores; esta preocupación es visible incluso en la época de su regencia castellana, cuando creó la Junta de Navegantes (1508) o ratificó las Ordenanzas de la Casa de Contratación (1510), además de la preocupación expresada en las Leyes de Burgos (1512) por la situación jurídica, laboral y personal de los indígenas de las tierras conquistadas. América siempre fue importante para el Rey Católico.
El atentado (1492)
Tras la firma de las Capitulaciones de Santa Fe (1492), el nivel de popularidad de Fernando e Isabel creció hasta límites insospechados, sobre todo el del Rey Católico, el gran conquistador de Granada, no dudándose de que, si se lo propusiera, incluso sería capaz de proseguir el espíritu de las cruzadas y recuperar el Santo Sepulcro, como cantaban algunos poetas:
Fállase por profecía
de antiguos libros sacada
que Fernando se diría
aquél que conquistaría
Jherusalem y Granada.
El nombre vuestro tal es,
y el camino bien demuestra
que vós lo conquistarés;
carrera vays, no dudés,
sirviendo a Dios, que os adiestra.
(Cancionero de Pero Marcuello, ed. Blecua, p. 51).
Pero este esplendor del año 1492 estuvo a punto de convertirse en tragedia debido al que, sin duda, fue uno de los momentos críticos del reinado de Fernando II y, por supuesto, episodio clave en su propia vida: el intento de asesinato del que fue objeto, obra de un visionario llamado Juan de Cañamares o de Canyamás, que le asestó una puñalada tremenda cuando el monarca paseaba con algunos miembros de su séquito por los alrededores de la catedral de Barcelona. La narración de Bernáldez es buena prueba del dramático suceso, ocurrido el 7 de diciembre de 1492:
E allegóse a cerca d’él [i.e., del rey], por detrás, aquel traidor e dapñado onbre; e así como el rey acavó de departir con el tesorero, abaxó un paso para cavalgar en su mula, e él que tenía , e el traidor que tirava el golpe con un alfange o espada cortancha como de fasta tres palmos. E quiso Nuestro Señor milagrosamente guardarlo; que si le diera antes que se mudara, tajárale por medio la cabeça fasta los honbros; e como se mudó, alcançóle con la punta de aquel mucrón una cuchillada desde encima de la cabeça, por cerca de la oreja, el pescueço ayuso fasta los honbros, en que le dieron siete puntos. E como el rey se sintió herido, púsose las manos en la cabeça e dixo: "¡Ó, Santa María, y valme!" E començó de mirar a todos e dixo: "¡Ó, qué traición! ¡Ó, qué traición!"(Bernáldez, Memorias..., p. 266).
Fernando II pensó en que, en efecto, un complot de alguno de sus enemigos había sido el culpable de aquel intento de asesinato, del que sólo se salvo por unas décimas de segundo, como narró Bernáldez. El revuelo armado en Barcelona por saber quién era el autor no duró demasiado, pero significó la existencia de ataques entre gentes de uno y de otro reino, por ver de dónde era el autor.
Finalmente, el campesino confesó que había realizado el crimen por estar trastornado y pensar que reinaría él si matase a Fernando II, aunque su enajenación mental no le libró de sufrir una aparatosa condena. Los enfrentamientos en Barcelona fueron calmados mediante la noticia de que el rey se había salvado de morir, aunque estuvo convaleciente durante seis meses de sus heridas. En la primavera de 1493, la ciudad de Barcelona obsequió al Rey Católico con una de las más grandes fiestas de toda la Edad Media hispana, con justas y torneos, invenciones y cimeras, toros, cañas y todo tipo de entretenimientos cortesanos. Todo era poco para demostrar la alegría popular emanada de la fortuna de Fernando II, ileso tras el brutal atentado.
De Tordesillas a las empresas en Italia (1494-1503)
Poco antes de acabar 1493, ya recuperado de sus heridas y de regreso a los asuntos de la gobernación, el rey de Aragón pudo sonreír definitivamente al pactar con Carlos VIII la solución al pleito entre franceses y aragoneses: la entrega de los condados de Rosellón y Cerdaña a Fernando, en cumplimiento de lo pactado, con lo que se alcanzaba uno de los deseos más perseguidos por el monarca, como era el de recuperar estos territorios, perdidos durante entre el conflicto entre su padre y su hermano. Antes de afrontar en todo su esplendor los negocios transalpinos, Fernando se halló presente en la famosa firma del Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal, en que ambas coronas trazaron una línea mediante la cual se repartían las áreas de influencia en los Nuevos Mundos, descubiertos al albur de sus expediciones científicas y colonizadoras.
La acción exterior.
Pocos días más tarde, en enero de 1494, la muerte de Ferrante I, rey de Nápoles, provocó que le sucediera su hijo, Alfonso II el Guercho, príncipe odiado por su pueblo merced a su carácter tirano. La debilidad de este gobernante encendió la mecha de la intervención aragonesa en Italia, en pugna con los intereses de Francia. Cabe recordar que la otra hermana del Rey Católico, Juana de Aragón, se convirtió en el brazo diplomático para enraizar sus intereses en Italia, como esposa del fallecido Ferrante I. Pero en febrero de 1495, cuando Alfonso II de Nápoles abdicó en su hijo, Ferrante II, con el ejército francés entrando en Nápoles, Fernando II de Aragón pudo entonces iniciar su ofensiva, al haber roto el monarca galo los pactos firmados con ocasión del Rosellón y la Cerdaña. Aliado con Venecia, Génova y el Papado, el Rey Católico tuvo en la conquista de Nápoles su punto principal de acción en los años bisagra que separan los siglos XV y XVI, si bien no dirigió las operaciones militares sino que las encomendó al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, el principal artífice de la conquista aragonesa de Nápoles.
De forma paralela, y amparado en su ideal de recuperación de Tierra Santa, Fernando II dio el visto bueno a varias expediciones en el norte de África, como la conquista de Melilla (1497), si bien la teórica expansión quedó frenada por otros motivos. Años más tarde, con la sublevación de los moriscos de las Alpujarras granadinas (1499-1500), el Rey Católico se dio cuenta de lo mucho que convenía tener a favor los territorios norteafricanos, pero otras empresas de mayor envergadura reclamaron su atención (véase: Sublevación de las Alpujarras).
Fernando II planteó una clara consigna política durante estos años: aislar a Francia, el tradicional rival de la Corona de Aragón y en aquellos momentos enemigo en Italia, en el contexto internacional, de ahí que durante estos años el monarca se esforzase en realizar diversas alianzas con los reyes circundantes mediante la negociación de los matrimonios de sus hijos. Especialmente importante fue el pacto matrimonial confirmado en 1496: el doble enlace hispano-imperial mediante el cual el príncipe Juan casaría con la Archiduquesa Margarita, hija del emperador Maximiliano I, mientras que la princesa Juana casaría con el Archiduque Felipe el Hermoso. Al tiempo, la primogénita, Isabel, que enviudó en 1491 de Alfonso de Portugal, volvió a casarse en 1497 con Manuel I, nuevo rey luso, manteniendo la alianza entre los reinos ibéricos. Pero la cadena de muertes dio al traste con estos planes: Juan falleció en 1497, mientras que Isabel lo hizo en 1498, en Zaragoza, justo en el momento en que Fernando II trataba por todos los medios de que las Cortes de Aragón la jurasen como heredera. El hijo de Isabel, el príncipe Miguel, que sí fue jurado como heredero, falleció en 1500, dando otra vez al traste con los planes de sucesión.
El Rey Católico intentó reaccionar a estas adversidades en el plano político mediante nuevos pactos: atado el emperador con el enlace entre Felipe y Juana (que se convertían en herederos de Castilla), la infanta María sustituyó a su hermana Isabel como esposa de Manuel I de Portugal en 1499, mientras que la pequeña, Catalina, fue prometida al Príncipe Arturo de Gales, heredero de Inglaterra. Pero estas adversidades auguraban malos presagios para el futuro. Únicamente la victoria del Gran Capitán en Ceriñola (1503) ante los franceses, que permitió al rey coronarse como Fernando III de Nápoles, supuso un motivo de alegría durante estos oscuros tiempos.
Muerte de Isabel y boda con Germana de Foix (1504-1506)
Después de soportar una grave enfermedad que deterioró su salud durante bastantes meses, el 26 de noviembre de 1504 falleció Isabel I de Castilla en el castillo de la Mota, de Medina del Campo. El rey Fernando se dolió muchísimo de esta muerte, pues no en vano guardaba un profundo sentimiento amoroso por su esposa, con la que llevaba casado treinta y cinco años. El recuerdo de su primera mujer siempre estaría muy presente en el monarca, como se demuestra en estas líneas escritas por el propio monarca en su última voluntad:
Item considerando que entre las otras muchas y grandes mercedes, bienes y gracias que en Nuestro Señor, por su infinita bondad y no por nuestros merecimientos, avemos rescibido, una e muy señalada ha sido en avernos dado por mujer e compañía la Serenísima Reyna Doña Ysabel, el fallescimiento de la cual sabe Nuestro Señor quánto lastimó nuestro corazón y el sentimiento entrañable que d’ello ovimos, como es justo, que allende de ser tal persona y tan connjunta a Nos, merescía tanto por sí en ser doctada de tantas e tan singulares excelencias, que ha sido en su vida exemplar en todos abtos de virtud e del temor de Dios, y amaba y celaba tanto nuestra vida, salud e honra que nos obligaba a querer e amarla sobre todas las cosas de este mundo.(Testamento de Rey Católico, año 1516, f. 22r).
Muerta Isabel, los herederos de Castilla y León, con todo el imperio colonial americano, pasaban a ser su hija Juana, casada con el Archiduque de Austria, Felipe el Hermoso, un yerno sumamente incómodo que ya en 1498 había intentado diversas maniobras para ceñir la corona castellana. Ante esta tesitura, el rey Fernando intuyó rápidamente el peligro de la sucesión en la Corona de Aragón, que podría acabar en manos de Juana y de su marido, o del hijo de ambos, por lo que, pese a sus 52 años de edad, no tuvo reparos en casarse en segundas nupcias con una princesa de 18 años, que pudiera engendrar hijos para que fuesen enseguida reconocidos como herederos de Aragón. La dama elegida fue Úrsula Germana de Foix, sobrina del rey de Francia, en virtud del Tratado de Blois, firmado el 12 de octubre de 1505 y mediante el cual, a través sobre todo del citado matrimonio, Fernando el Católico se aseguraba una tregua con sus antaño enemigos galos que iba a servir para acometer una reorganización interna de sus territorios ibéricos y mediterráneos. Tal fue la esencia de este "matrimonio por razón de estado", como lo bautizó en su día y lo analizó con detenimiento el erudito José Mª Doussinague.
Desde la perspectiva castellana, y gracias a una cláusula testamentaria de la Reina Católica, Fernando II quedaba investido como regente de Castilla en ausencia de Juana, situación que se dio entre la muerte de Isabel I en noviembre de 1504 y la llegada a la península de Juana I y Felipe I, en abril de 1506.
Esta primera regencia fernandina fue harto difícil y siempre estuvo bajo sospecha: al aragonés los castellanos siempre le reprocharon que utilizase los recursos económicos de Castilla para financiar las empresas militares de Aragón en el Mediterráneo. Además, la celebración de la boda con Germana de Foix, apenas un año más tarde de enviudar, fue tomada con muchísimo desagrado por los castellanos, muy disgustados porque, en su opinión, se había faltado a la memoria de la Reina Católica con semejante enlace nupcial, celebrado en Dueñas (Palencia) el 15 de marzo de 1506. Si la boda se celebró en Castilla fue porque Fernando se hallaba de camino de entrevistarse con su hija Juana y con su yerno Felipe.
La cita aconteció en las cercanías de Villafáfila (Zamora), y en ella se pactó un traspaso de poderes basado en la legalidad, pues en ningún caso el Rey Católico pecó de ambición y cedió sin ningún problema (aunque seguramente con resquemor) la corona castellana a sus legítimos posesores.
Sin embargo, muy amarga debió de ser aquella jornada para Fernando II, que vio cómo, aunando el disgusto ante su segundas nupcias y el teóricamente esperanzador futuro que se presentaba en forma de mercedes y dádivas de un nuevo monarca, casi toda la nobleza castellana le dio la espalda para pretender causar grata impresión a Felipe I. El testimonio de Bernáldez vuelve a ser ilustrativo:
Mostró sentimiento el rey don Fernando allí de aquellos grandes y nobles de Castilla, cómo sin cabsa lo aborreçieron y mostraron enemiga; y pensaron que de otra manera se ovieran allí con el rey don Felipe.(Bernáldez, Memorias..., pp. 499-500).
Todos aquellos caballeros con quienes había compartido jornadas militares en las guerras contra Portugal y Granada prefirieron a su nuevo y joven rey. Únicamente el Duque de Alba, el Conde de Haro y el Almirante de Castilla, unidos por lazos familiares a Fernando de Aragón, permanecieron tan leales como antaño en los nuevos y delicados tiempos. Después de Villafáfila, Fernando II emprendió viaje hacia Nápoles con la reina Germana, previo paso por Génova. Tras la muerte de Isabel la Católica, las relaciones entre Fernando II y el Gran Capitán no pasaban por un bueno momento, y el monarca quiso asegurarse por completo de la posesión de sus tierras italianas aun a costa de tomar una medida impopular, como era la de apartar a Gonzalo Fernández de Córdoba del mando napolitano y sustituirlo por nobles y burócratas aragoneses de su entera confianza.
Esta caída en desgracia de Gonzalo Fernández de Córdoba ante el rey fue uno de los motivos, e incluso el principal, del descenso de popularidad del Rey Católico en Castilla; pero dejando aparte la decepción del militar y de sus compañeros de rango, el monarca se mantuvo siempre fiel a su habilidad como estratega político, pues enseguida percibió que era hora de abandonar las armas en Italia para pasar a la administración burocrática. Por ello, la realización de una entrada real en Nápoles el 1 de noviembre de 1506, acompañado de la reina Germana y con todo el ceremonial inherente a la propaganda ideológica de la dominación aragonesa de Italia, significó un hito de importancia en la madurez del tercer rey de Nápoles llamado Fernando.
Esta caída en desgracia de Gonzalo Fernández de Córdoba ante el rey fue uno de los motivos, e incluso el principal, del descenso de popularidad del Rey Católico en Castilla; pero dejando aparte la decepción del militar y de sus compañeros de rango, el monarca se mantuvo siempre fiel a su habilidad como estratega político, pues enseguida percibió que era hora de abandonar las armas en Italia para pasar a la administración burocrática. Por ello, la realización de una entrada real en Nápoles el 1 de noviembre de 1506, acompañado de la reina Germana y con todo el ceremonial inherente a la propaganda ideológica de la dominación aragonesa de Italia, significó un hito de importancia en la madurez del tercer rey de Nápoles llamado Fernando.
Ancestros: .-1. Fernando II de Aragón.
3. Juana Enríquez
4. Fernando I de Aragón5. Leonor de Alburquerque6. Fadrique Enríquez7. Marina Fernández de Córdoba
8. Juan I de Castilla9. Leonor de Aragón10. Sancho de Castilla11. Beatriz de Portugal12. Alfonso Enríquez de Castilla13. Juana de Mendoza14. Diego Fernández de Córdoba15. Inés de Ayala
16. Enrique II de Castilla17. Juana Manuel de Villena18. Pedro IV de Aragón19. Leonor de Sicilia20. Alfonso XI de Castilla21. Leonor de Guzmán22. Pedro I de Portugal23. Inés de Castro.24. Fadrique Alfonso de Castilla.25. Paloma (supuesto, su nombre real es desconocido)26. Pedro González de Mendoza.27. Aldonza Fernández de Ayala.28. Gonzalo Fernández de Córdoba y Biedma.29. María García Carrillo.30. Pedro Suárez de Toledo.31. Juana Meléndez de Orozco.
Amantes, hijos naturales y sus descendientes.
Lema personal
Tanto monta, abreviación de tanto monta cortar como desatar es el mote heráldico (comienzo de una frase breve que constituía, sola o acompañada de la empresa —o figura heráldica—, una divisa alusiva a la persona que lo usaba) que utilizó Fernando II de Aragón llamado el Católico. Su divisa personal consistía en la representación del nudo gordiano atado al yugo, acompañado del mote «tanto monta», que iniciaba la frase «tanto monta cortar como desatar», señalando que los medios utilizados para resolver un problema no son importantes frente a la solución de este. Probablemente esta divisa le fue sugerida a Fernando II de Aragón por el gran humanista Antonio de Nebrija. Y la idea era llevar el reino de Aragón tras dos siglos expandiéndose hacia Oriente, con aspiraciones a pasar más allá de Bizancio, siguiendo las huellas de Alejandro Magno.
La empresa del yugo con el nudo gordiano cortado suponía también un juego cortesano, al comenzar «yugo» con «Y», que era la inicial con que frecuentemente se escribía el nombre de su esposa Isabel. Era común en los juegos galantes de la época adoptar una divisa que incluyera el nombre de la persona amada, como ocurría a su vez con las flechas de la reina católica, cuya primera letra era la «F» de su esposo. Estas divisas se encuentran en muchas representaciones del escudo de los Reyes Católicos y por ello aparecen en labras de multitud de edificios construidos durante su reinado, finales del siglo xv y principios del XVI. Cuando se figuraban las iniciales, como sucede actualmente en el escudo de Puerto Rico, la «Y» correspondía a Isabel y la «F» a Fernando.
Formulación original
La frase implicaba que tanto importa cortar el nudo gordiano como desatarlo, y remite a la anécdota clásica de la biografía de Alejandro Magno. Las armas del Rey Católico fueron tomadas del famoso nudo gordiano cuya leyenda cuenta, según el historiador Quinto Curcio, que cuando el rey Alejandro Magno llegó a un templo de Gordio, halló un yugo atado por un nudo muy intrincado del que se decía que quien lo desatase sería señor de Asia. Alejandro, sin pensárselo dos veces, sacó la espada y cortó el nudo, diciendo: da lo mismo (tanto monta) cortar como desatar.
Probablemente fue el maestro Antonio de Nebrija quien sugirió al rey Fernando el nudo gordiano como símbolo (yugo con una cuerda suelta) junto al mote «tanto monta», abreviación de su divisa personal, dada la tradición del reino aragonés en expandirse por el Mediterráneo; es decir, hacia Oriente. Además, el yugo contenía la «Y», que era la inicial de Isabel (escrito a menudo en su época Ysabel) y el haz de flechas (en número variable), atado con una cuerda (sin el yugo) era el símbolo de Isabel I. Las flechas contenían la «F», inicial de Fernando. De este modo cada uno de los cónyuges recordaba a su pareja en sus propias divisas heráldicas. La heráldica en la segunda mitad del siglo xv había ido incorporando juegos cortesanos en los que cobraron importancia creciente los motes o lemas, frases y emblemas parlantes que se añadían como divisas a los escudos de armas o que se representaban exentos.
Cada uno de ellos usaba la inicial de su consorte. Por ello en el medallón de la fachada de la Universidad de Salamanca el yugo aparece al lado de Fernando y las flechas junto al retrato de Isabel, y en algunas representaciones heráldicas se observa la F bajo el yugo y la Y con las flechas. Y el lema «tanto monta» acompaña al yugo en los pendones de la Banda de la capilla Real de Granada. Asimismo, el yugo es la divisa que figura en las monedas aragonesas de Fernando el Católico.
Hoy se pueden encontrar la frase «tanto monta», así como los símbolos del yugo y las flechas, en los escudos de algunas ciudades y municipios alusivos a los monarcas que unificaron las coronas de Aragón y Castilla. Por tanto no están relacionados con régimen franquista, a pesar de que esta utilizó la simbología de los Reyes Católicos. Por otra parte, las interpretaciones populares han modificado el mote, como ocurre con la expresión «Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando», que no era la formulación del lema en la época, y que está influida por una explicación del carácter dual de aquella monarquía.
En el escudo de Puerto Rico aparecen el yugo y un haz de flechas, así como las iniciales de Fernando e Isabel (Ysabel) en letra gótica «f» e «y» timbradas de corona real abierta.
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