—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

miércoles, 11 de julio de 2012

131.-Antepasados del rey de España: Margarita de Angulema.-a


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala; Marcelo Yañez Garin;  Maria Francisca Palacio Hermosilla; 

  

Aldo  Ahumada Chu Han 

Margarita de Angulema, llamada también Margarita de Francia, Margarita de Navarra o Margarita de Orleans (Angulema, Francia, 11 de abril de 1492 - Odos, Altos Pirineos, 21 de diciembre de 1549), fue una noble francesa, princesa de la primera rama de Orleans de la dinastía de los capetos, duquesa consorte de Alençon (1509-1525), reina consorte de Navarra (1527-1549), escritora y humanista. Fue una mujer muy avanzada en su tiempo. Apreciada por su carácter abierto, su cultura y por haber hecho de su corte un brillante centro del humanismo, acogió con agrado los inicios de la Reforma difundiendo el evangelismo y el platonismo. Como escritora su obra más conocida es el Heptamerón siguiendo el modelo del “Decamerón” de Bocaccio pero con la inversión de la situación en el papel de hombres y mujeres ya que en la obra de Margarita son las mujeres quienes ridiculizan a los hombres.

Vida

Nació en el castillo de Angulema el 11 de abril de 1492. Hija de Carlos de Orleans (1459-1496), conde de Angulema y de Luisa de Saboya. Carlos de Orleans era descendiente directo de Carlos V de Francia y pretendiente a la corona francesa tras la muerte sin descendencia de Carlos VIII de Francia. Cuando tenía dos años cambiaron de residencia y se instalaron en Cognac, donde nacería su hermano, el futuro Francisco I de Francia.
Tras morir su padre en 1496, cuando ella tenía cuatro años, ambos hermanos quedaron bajo la tutela del duque Luis de Valois, que llegaría al trono en 1499.
Bajo la supervisión de su madre recibieron formación por parte de Madame de Chatillon y de los mejores tutores de la época, que les enseñaron latín, italiano y español, además de Neoplatonismo, que llegaba desde Florencia con la idea de que el cuerpo es la cárcel del alma, de la que solo se libera a través de la muerte y el amor, y Espiritualismo evangélico.

Cuando tenía diez años su madre intentó casarla con el príncipe de Gales Enrique VIII de Inglaterra, pero el enlace fue rechazado por la parte inglesa.2​ Posteriormente estuvo prometida a Gastón de Foix, sobrino de Luis XI de Francia, del cual estaba enamorada, pero este falleció antes de la boda en la batalla de Rávena.2​ A los 17 años, en diciembre de 1509 celebró su primer matrimonio con el duque de Alençon, un matrimonio sin amor y desdichado.

En 1515 murió el rey Luis XII sin sucesor directo y su hermano Francisco llegó al trono de Francia. Su relación familiar con el nuevo rey la convirtió en una figura relevante de la corte, que Margarita aprovechó para rodearse de intelectuales, artistas y pensadores llegando a ser considerada como una mecenas del Renacimiento intelectual y literario en Francia.

Enviuda en 1525, año en el que Margarita escribe su primer libro: “El diálogo”.

Como consecuencia de la batalla de Pavía entre franceses y españoles, Francisco I cae prisionero del Emperador Carlos I y V de Alemania. Francisco I es trasladado en primer lugar a Valencia. Posteriormente es trasladado a Madrid.

Margarita de Navarra, en septiembre de 1525, se traslada a Madrid para visitar a su hermano el rey Francisco I y negocia las condiciones para su liberación. El propio emperador Carlos I acompañó a Margarita a visitar a su hermano. Consecuencia de esta visita, se firmó el Tratado de Madrid (19 de diciembre de 1526) por el que Francia cede el ducado de Borgoña a los Habsburgos y a cambio Francisco I obtiene la libertad.

Matrimonio y descendencia.

El 3 de diciembre de 1509 se casa, en primeras nupcias, con el duque de Alençon Carlos IV, con el que no tuvo hijos.​ Tras enviudar en 1525, el 24 de enero de 1527 se casa con Enrique II de Albret, rey de Navarra, de esta unión nacieron:

Juana III de Navarra (1528-1572), llamada Juana de Albret, reina de Navarra.
Juan de Navarra (1530), murió muy joven.
Margarita de Angulema falleció el 21 de diciembre de 1549 en el castillo de Odos.

Su obra literaria.

Marguerita de Navarra, de un dibujo al carboncillo por Francois Clouet, conservado en la Biblioteca Nacional, París.
Pierre Boaistuau es el primer editor de sus novelas.


  
Diálogo en forma de visión nocturna (1525).

Un poema: Espejo del alma pecadora (1531) atacado por la Sorbona tras su reedición en 1533, necesitó la intervención de Francisco I. El libro está plagado de ideas evangélicas que hacen de la fe y de la caridad principio de la salud. A esta obra le siguieron numerosos poemas basados en los cantos espirituales de los que Margarita utilizaba la estructura poética de canciones profanas sustituyéndola por textos religiosos.
Las Margaritas de la Margarita de las princesas (1547),​ una recopilación de textos.


 
Heptamerón.

HEPTAMERÓN en 4 volúmenes ( encuadernados en 8), PARÍS 1880 ( francés)







En la recta final de su vida escribió sus dos grandes creaciones: “Las prisiones de la Reina de Navarra”, en la que condensó sus inquietudes filosóficas, teológicas, místicas y artísticas, y el “Heptamerón”, (1542) que está considerada como su obra cumbre.1​ Siguiendo el modelo del Decamerón de Boccaccio, que ya se conocía desde 1414. Pero no puede acabarlo, ya que la muerte le sobreviene antes de terminar la obra. 
El Heptámeron recoge 72 relatos que se desarrollan durante siete días. Como en la obra de Boccaccio, los relatos se inscriben en una historia cerrada. Margarita hace que cinco hombres y cinco mujeres, atrapados por el derrumbe de un puente a causa de una fuerte lluvia, cuenten una historia cada día durante diez jornadas hasta completar cien relatos. 
Sin embargo, la reina navarra solo pudo completar siete jornadas, de ahí el título de “Heptamerón” a causa de su muerte. 
El historiador Jon Oria, autor de una biografía de la reina destaca de la obra «Margarita hace feminismo intelectual, ya que si en el “Decamerón” Bocaccio hace que los hombres se rían de las mujeres, en el “Heptamerón”, Margarita hace que las mujeres ridiculicen a los hombres».


 
Margarita de Angulema o de Navarra. La “Décima” Musa, La Cuarta Gracia. 

Angulema (Francia), 11.IV.1492 – Odos-en-Bigorre (Francia), 21.XII.1549. Reina de Navarra y escritora.

Era hija de Luisa de Saboya y de Carlos de Orleans, conde de Angulema, primo hermano del rey de Francia Luis XII, al que se consideraba como jefe de la familia. Por ello, cuando Carlos murió, se llevó a la Corte a su familia. Margarita y su hermano Francisco se educaron junto al Rey en Blois y en Amboise. Francisco casó con Claudia, hija única, del rey Luis XII.
Por tanto, cuando éste murió (1515), el trono pasó a Francisco, y Margarita se convirtió en una de las primeras damas de la Corte. Era dos años mayor que su hermano y tenían una estrecha relación, y su mayor edad hacía que Francisco siempre la tuviera en gran consideración. Durante la primera época de su vida, en que residió en la Corte francesa, tuvo una importante actuación política de colaboración con su hermano Francisco I, al que apoyó incondicionalmente, además contribuyó a su formación cultural convirtiendo la Corte en un foco de ideas humanistas. Margarita es un ejemplo de los ideales de la época, pues se dio en ella la paradoja propia del humanismo que, junto a una gran curiosidad intelectual, demostró una gran piedad y preocupación religiosa que mantuvo siempre, pero, al mismo tiempo, fue autora de una serie de cuentos libertinos recogidos en el Heptameron.
Margarita casó (1509) en primeras nupcias con Carlos, III duque de Alenzon y condestable de Francia.

Cuando enviudó, casó (1527) en segundas nupcias con el rey de Navarra Enrique Albret. Navarra había quedado reducida a un pequeño reino al Norte del Pirineo, tras la conquista del territorio navarro meridional por Fernando el Católico (1512), la nueva capital fue Saint-Jean-Pied-de-Port. Pronto fue madre de una niña, la futura reina Juana Albret de Navarra, puesto que Margarita no logró que ningún otro hijo viviera. Juana casó con Antonio de Borbón, duque de Vendome, y fue madre del rey de Francia Enrique IV Borbón, el cual accedió a la Corona a la muerte sin sucesión de Enrique III (1607), alegando los derechos de su abuela Margarita de Angulema a la Corona francesa.

Su posición como hermana del Rey, junto con sus matrimonios, unidos a su inteligencia y buena formación, hicieron que tuviera un importante papel político en la Corte francesa. Cuando Francisco fue derrotado por el ejército de Carlos V y hecho prisionero en la batalla de Pavía (1525), se le trasladó a Madrid como prisionero. Ella no dudó en viajar a esta ciudad para consolarle por su cautiverio y cuidarle en su enfermedad. Sobre todo, le proporcionó auxilios espirituales, ya que era una mujer creyente y piadosa, aunque con una religiosidad propia. Recorrió Cataluña en septiembre de 1525 y tras la mejoría de Francisco se trasladó a Toledo a negociar con Carlos V la libertad de su hermano. La entrevista duró del 4 al 14 de octubre y Margarita logró su propósito.
 Tras su segunda boda, se trasladó a Navarra, donde residió, pero no por ello abandonó totalmente la Corte francesa y mantuvo gran influencia sobre su hermano Francisco y sobre su marido y no dejó de intervenir en los asuntos políticos. Por ello, nunca fue bien considerada por la Corte española, en primer lugar, por su decidido apoyo a su hermano Francisco I, enemigo del emperador Carlos V y, después, por su boda con el rey de Navarra, que no mantenía tampoco buenas relaciones con la Monarquía hispana, por la reciente conquista de la Navarra meridional.

La intervención en la política del momento la hizo tomar partido en los conflictos religiosos que asolaban a Europa en aquellos años originados por el enfrentamiento entre católicos y reformistas. No obstante, su dedicación por la escritura fue prioritaria.
Era una mujer muy inteligente y desarrolló una gran formación cultural y puede considerarse como ejemplo de educación humanista para una princesa.
Desde los cuatro años, su madre, que era italiana y, por tanto, mucho más próximas a los principios renacentistas, se ocupó de su instrucción basándola en la lectura de los autores clásicos y las Sagradas Escrituras.

Llegó a conocer, además del francés, el italiano, que eran sus lenguas maternas, y el latín, el alemán, el hebreo, el griego y el español, que estudió. Y siempre tuvo una profunda preocupación teológica, aunque sus escritos no fueron todos sobre Teología. Además, como la Corte navarra era muy proclive a los protestantes, pudo desarrollar más libremente sus ideas y dedicarse a su formación cultural, por lo que acabó protegiendo no sólo a los humanistas, sino también a los protestantes. Mantuvo buenas relaciones con Calvino y Melachton. Se rodeó de personalidades del momento, como el erudito Robert Estienne y los escritores y poetas Bonaventura des Périers, Mellin de Saint Geldis y Marot. Rabelais debió de sentir admiración hacia ella, pues le dedicó una de sus obras.
Su dedicación intelectual la llevó a ser autora de varias obras, unas poéticas y otras de carácter filosófico y teológico. Los títulos más importantes son: Diálogo en forma de visión nocturna (1523), sus primeras poesías, El espejo del alma pecadora (1531), El Navío (1547), donde manifiesta su dolor por la muerte de su hermano Francisco, Margaritas de la Margarita de las Princesas (1547), donde está recogida la mayor parte de sus poemas, Misterio de Navidad, Últimas poesías de carácter religioso. También escribió una serie de comedias, algunas de carácter bíblico y otras profanas.

Su obra literaria tiene una importancia notable, pero no ha tenido gran difusión ni reconocimiento si exceptuamos el Heptameron (1558-1559).
Su consejero y director espiritual fue Guillaume Briçonnet, obispo de Meaux, en el que encontraba eco a su pensamiento religioso, y, junto con Jacques Lefèbvre d’Etaples, formaron el conocido como Cenáculo de Meaux. Margarita consideraba y defendía que a través de la oración las almas llegaban a la unión con Dios y que las Sagradas Escrituras debían ser traducidas y leídas en francés, no en latín, para que todos los fieles las entendieran y pudieran interpretarlas.
Era contraria a cierta jerarquía eclesiástica y, en Meaux, participó en reuniones clandestinas en las que se discutía sobre teología y se denunciaba la degradación a la que había llegado el papado, incluso se quemaron indulgencias en la puerta de la catedral, lo que suponía una grave desviación y acercamiento al protestantismo.

Sus obras fueron cuestionadas desde el primer momento por su proximidad con las ideas luteranas. En el Diálogo (1523) defendía la teoría de que sólo con la gracia y la fe las almas podían justificar sus actos para conseguir la salvación, este principio es muy próximo a las ideas de Lutero. Margarita pudo llevar a cabo esta política, gracias a la tolerancia de su hermano Francisco I en cuestiones religiosas, ya que además de la enemistad de Francia con el Imperio hispano, el Rey tenía cierta inclinación, en parte por influencia suya, a las ideas reformistas y puede afirmarse que ella favoreció la introducción del protestantismo en Francia, a pesar de que no comulgase totalmente con todas las ideas reformistas pues rechazada la idea de la predestinación que era fundamental en los movimientos luteranos.
Tras su boda con el rey de Navarra, con el que nunca tuvo buenas relaciones, pero sobre el que ejerció una influencia paralela a la que ejercía sobre su hermano, encontró una buena acogida a sus ideas en este reino, donde las ideas reformistas estaban muy extendidas. Pero cuando escribió un tratado espiritual de poesía teológica, denominado El espejo del alma pecadora (1531), la Facultad de Teología de la Sorbona no dudó en condenar la obra, a pesar de las presiones que recibieron por parte de la Corona. En este texto expresaba su doble preocupación religiosa y cultural y causó tal escándalo que, incluso, se pensó incluirla en el Índice de libros prohibidos por el papado. No se llegó a este extremo por su posición e influencia, pero no se pudo impedir que el Colegio de Navarra, pues aquí era Reina, criticara duramente el escrito, sobre todo por haber osado una mujer disputar sobre herejías y fue condenada por sectaria y visionaria.

En los primeros tiempos del reinado de su hermano Francisco I, que frenaba los excesos de los católicos intransigentes franceses, tuvo una mayor libertad de actuación en la Corte. En los últimos tiempos del reinado de Francisco I, éste tuvo que acatar por motivos políticos los dictados de Roma, lo que dio lugar a que Margarita perdiese poder. La situación se hizo más difícil para ella tras la muerte del Rey, que dio paso a un período de predominio de los defensores a ultranza del catolicismo y se inició una fuerte política represora contra las desviaciones reformistas. Como ejemplo de la intolerancia dominante, se llegó a la quema de herejes en la hoguera y, por tanto, los ideales de Margarita eran muy duramente cuestionados, pues aunque no abrazó el protestantismo, tampoco seguía fielmente la doctrina católica romana. Ella se había construido una religiosidad propia, muy espiritual y de una gran unidad con la divinidad. En su poema “Prisiones de la Reina de Navarra”, narra el proceso seguido, gracias a la oración y las penitencias, para culminar el camino de ascensión mística hasta llegar al conocimiento de la divinidad. Es una obra de gran profundidad teológica, no estrictamente fiel con los principios católicos, pero que tampoco se puede encuadrar totalmente dentro de las ideas reformistas.

La postura religiosa de Margarita estaba mucho más relacionada con la corriente evangélica; esta corriente buscaba la confluencia de las doctrinas protestantes con las católicas para evitar de esta manera la separación dentro de la Iglesia cristiana. Además, Margarita tenía una fuerte influencia neoplatónica e iluminista, que la alejaba de la ortodoxia católica y la acercaba a los principios evangélicos.
El texto de mayor renombre de Margarita es conocido como Heptameron en el que se recopilan setenta y dos relatos, son cuentos breves, cómicos la mayoría, y profanos muy relacionados con los ideales renacentistas, sigue la moda literaria iniciada con el Decameron de Bocaccio. En esta obra se manifiesta otra faceta del pensamiento de Margarita menos profundo y trascendente que sus textos de teología y que demuestran una faceta humorística y muy vitalista, relacionada con el pensamiento burgués, que cuestiona de una forma festiva toda una serie de defectos y vicios de la sociedad.
 Pensaba reunir cien cuentos contados durante diez días por otras tantas personas, que habían quedado aisladas por el desbordamiento de un río, pero murió cuando sólo habían llegado al séptimo día. No se sabe si este escrito fue elaborado a lo largo de la vida de Margarita, o si lo había hecho de joven y en los últimos tiempos de su vida lo estaba retocando. Se sabe que había encargado en 1531 la traducción al francés del Decamerón de Bocaccio a Antoine Le Maçon, que se publicó en 1545 dedicado a Margarita. Es posible que en 1546 ya estuviera terminado, aunque la publicación no se hizo hasta 1558-1559. La obra tuvo un gran éxito sucediéndose las ediciones y gozando de una gran difusión, siendo traducida a los principales idiomas. 
En este texto no se siguen los preceptos de la moral cristiana, sino más bien los postulados del ideal burgués. La crítica es ácida y divertida, sobre todo con respecto a los clérigos, sin duda son los frailes franciscanos quienes sufren de una forma más insistente las críticas y se les presenta como promiscuos, ávidos de riqueza y de una falsa piedad. Por el contrario, en otros cuentos aparecen clérigos ejemplares que se contraponen a los relajados. En este texto, en realidad, también se pretende la reforma de la Iglesia en lo referente a la relajación de las costumbres, pero aquí lo hace de una forma divertida y mucho más asequible que en sus textos poéticos y teológicos, para, de esta forma, llegar a un público más numeroso.

Margarita de Angulema fue una mujer de su época, que compartió los ideales del humanismo y que pretendió vivir de acuerdo con ellos, por lo que se preocupó por el desarrollo cultural y por las cuestiones religiosas, y pretendió, ya que consideraba que su posición le autorizaba para ello, influir en la sociedad y modificar aquellos aspectos en los que no estaba de acuerdo. De ahí su gran preocupación religiosa y sus numerosos escritos en esta materia. No tuvo ningún reparo en cuestionar aquello que no consideraba correcto, tanto en la práctica del catolicismo como dentro de las ideas reformadoras. Su posición como hermana del rey de Francia y esposa del rey de Navarra la facultaron para ello. Aunque ella sufrió críticas en vida, otra mujer que no hubiera gozado de su influencia hubiera sido duramente perseguida por su dedicación a la escritura y, sobre todo, por escribir sobre teología.
Aunque ha sido considerada por muchos como reformista, es más correcto considerarla como evangélica, ya que en sus escritos hay un reconocimiento de la religión católica y una defensa de muchas de sus prácticas y otro tanto hace con las ideas reformistas.
Asimismo, tampoco hay en ella un rechazo total hacia la Iglesia católica, como hacían los defensores de la reforma protestante, y tampoco una aceptación total hacia los nuevos principios. Lo cual demuestra su postura evangélica.
Su pasión por la literatura hizo que se la conociera como La Décima Musa y La Cuarta Gracia.

Obras de ~: Diálogo en forma de visión nocturna, 1523 (ed. Dialogue en forma de vision nocturne, Helsinki, 1983); El espejo del alma pecadora, 1531 (ed., intr. y notas de J. L. Allaire, München, W. Fink, 1972); Marguerites de la Marguerite des princesses, Lyon, 1547; Heptamerón, 1558-1559 (ed. y trad. de M.ª S. Arredondo, Madrid, Cátedra, 1991); Lettres de Marguerite d’Angoulême, Paris, 1641-1642; Oeuvres et nouvelles, Amsterdam, 1698; Oeuvres complètes, Paris, 1852 (ed. Estrasburgo- Nueva York, Heitz-G. E. Strechert & co., 1924); Les dernières poésies de Marguerite de Navarre [...], intr. de A. Lefranc, Paris, A. Colin & Cie., 1896; Théâtre Profane, Paris-Genève, 1978.

Bibl.: F. Genin, Nouvelles lettres de la Reine de Navarre adressées au roi François I, Paris, 1842; A. J. M. Lefranc, Les idées religieuses de Marguerite de Navarre d’après son oeuvre poétique, Paris, 1898 (reimpr. Gevève, Slatkine Reprints, 1969); P. Jourda, Marguerite d’Angouleme, duchesse d’Alençon, reine de Navarre (1492-1549), Paris, 1930, 2 vols.; L. Fevbre, Amour sacré, Amour profane. Autour de l’Heptaméron, Paris, 1944; R. Lebègue, “Réalisme e apprèt dans la langue des personnages de l’Heptaméron”, en La littérature narrative d’imagination, Paris, 1961; E. Telle, L’oeuvre de Marguerite d’Angouleme, Reine de Navarre, et la querelle des Femmes, Genève, 1969; J. Palermo, “L’historicité des desvisants de l’Heptaméron”, en Revue Historique et Literaire (1969), págs. 193-202; E. V. Telle, L’ouvre de Marguerite d’Anglouleme, reine de Navarre et la Querelle des Femmes, Genève, 1979 (reimpr.); H. Heller, “Marguerite of Navarre and the reformers of Meaux”, en Bibliothèque d’Humanisme et Renaissance, XXIII (1971), págs. 272-310; Ph. Lajarte, “L’Heptaméron et le ficinisme”, en Revue des Sciences Humaines, 3 (1972), págs. 339- 371; M. Tetel, Maguerite de Navarre’s “Hepteméron”: Themes, language and structure, Duke, 1973; Ch. Martineau y M. Veissière (eds.), Briçommet, Marguerite d’Angouleme. Correspondance, 1521-1524, Genève, Droz, 1975, 1979, 2 vols.; N. Cazauran, L’Heptaméron de Marguerite de Navarre, Paris, 1976; M. M. de la Garanderie, Le dialogue des Romanciers: Une nouvelle lecture de L’Heptaméron de Marguerite de Navarre, Paris, 1977; R. Reynolds, Les devisants de l’Heptaméron dix personnages en quête d’audience, Washington, 1977; M. P. Hazera- Ripaoui, Une version des nouvelles de Marguerite de Navarre: Edition commentée du ms. fr. 1513 de la Biblioteque Nationale, Lyon, 1979; P. Sommers, “Marguerite de Navarre’s Heptaméron: the case for the cornice”, en The French Review, 57, 6 (1984), págs. 786-793; M. P. de Saint Léger, “Margarita de Navarra: Querelle des Femmes y feminismo”, en Studia Zamorensia Philología, VII (1986), págs. 257-264; J. A. González Alcaraz, L’Heptaméron. Estudio literario, Murcia, 1988; N. Cazauran, “Les citations bibliques dans L’Heptaméron”, en VV. AA., Mélanges Robert Aulotte. Prose et prosateurs de la Renaissance, Paris, 1988, págs. 153-163; S. Hanon, Le vocabulaire de “l’Heptaméron” de Marguerite de Navarre: index et concordance, Paris, Champión-Slatkine, 1990; M. Bideaux, Marguerite de Navarre: “l’Heptaméron” de l’enquête au débat, Mont-de-Marsan, Editions Interuniversitaires, 1992; M.ª S. Arredondo Sirodey, “La recepción de l’Heptaméron en Espagne: Raissons d’une absance”, en VV. AA., Marguerite de Navarre, 1492-1992. Actes du colloque International de Pau, Pau, 1994, págs. 189-204; “Las mujeres del Heptameron de la crítica tradicional a la dignificación femenina”, en VV. AA., Actas del IX Simposio de la Sociedad Española de literatura general comparada, I. La mujer: Elogio y vituperio, Zaragoza, Sociedad Española de Literatura General y Comparada, 1994, págs. 49-58; J. Llanos García, “El desarrollo del pensamiento religioso en el Heptaméron de Margarita de Navarra”, en M.ª del M. Grana Cid (ed.), Las sabias mujeres, II. Siglos XIII al XVI: homenaje a Lola Luna, Madrid, Asociación Cultural Al-Mudayna, 1996, págs. 173-182.


martes, 10 de julio de 2012

130.-Antepasados del rey de España: Reina María de Médici.-a


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; Maria Francisca Palacio Hermosilla; 

Aldo  Ahumada Chu Han 

(Florencia, Italia; 26 de abril de 1575 - Colonia, 3 de julio de 1642) fue reina consorte de Francia, como la segunda esposa del rey Enrique IV de Francia —de 1600 a 1610— y Reina Regente de Francia hasta la mayoría de edad de su hijo, el futuro rey Luis XIII de Francia —de 1610 a 1617—. Tuvo una actuación destacada como coleccionista y mecenas de las artes.

Nacimiento

María de Médici nació el 26 de abril de 1575, en Florencia, en Gran Ducado de Toscana. Fue miembro de la de la rica y poderosa Casa de Medici y la sexta hija de Francisco I de Médici (1541-1587), gran duque de Toscana, y de Juana de Habsburgo-Jagellón (1547-1578), archiduquesa de Austria.
Cercana a los artistas de su Florencia natal, fue educada por Jacobo Ligozzi. También fue bailarina de ballet.

Reina de Francia

El matrimonio de María de Médici con el rey Enrique IV de Francia fue debido, principalmente, a las preocupaciones dinásticas y financieras del primer monarca francés de la Casa de Borbón. Para el rey de Francia fue su segundo matrimonio debido a que anteriormente había estado casado, desde el 18 de agosto de 1572, con Margarita de Valois con quien no fue nunca feliz y de quien se separó antes de su ascensión al trono francés, en 1589, sin haber tenido hijos. El matrimonio fue anulado en 1599.

María de Médici se casó el 17 de diciembre de 1600. Los Médici, banqueros acreedores del rey de Francia, prometieron una dote de 600.000 escudos de oro, lo que hizo que María fuera apodada como la “Gran banquera”.
Su llegada a Francia desde Marsella, tras su matrimonio por poderes en Florencia antes de llevarse a cabo su confirmación en Lyon, tuvo gran repercusión. Dos mil personas formaban su cortejo. Antoinette de Pons, marquesa de Guercheville y dama de honor de la futura reina, fue la encargada de recogerla en Marsella. Después de desembarcar, María de Médici se reunió con su esposo en Lyon, donde pasaron la noche de bodas.
María de Médici quedó embarazada en seguida, y el 27 de septiembre de 1601 nació el primer hijo, el delfín Luis, causando gran alegría tanto al rey como a todo el reino, ya que desde hacía cuarenta años se esperaba el nacimiento de un Delfín. María de Médici continuó con su papel de esposa y le dio a su marido varios hijos.
María de Médici no se entendía con Enrique IV. Sumamente celosa, no soportaba las aventuras femeninas de su marido, ni sus desaires; él la obligaba a relacionarse con sus amantes y además le escatimaba el dinero que necesitaba para cubrir todas las necesidades que su condición real le exigía. Las discusiones entre ambos eran frecuentes, seguidas por una relativa tranquilidad.
María tuvo que soportar los amoríos del rey con Catalina Enriqueta de Balzac d'Entragues, marquesa de Verneuil, con quien tuvo dos hijos: Gastón Enrique, duque de Verneuil, nacido en 1601 y legitimado en 1603 y Gabriela Angélica, conocida como mademoiselle de Verneuil, quien nació en 1603.
Más tarde, María toleró a una nueva amante de Enrique IV. Con Jacqueline de Bueil, condesa de Moret, con quien el rey tuvo un hijo: Antonio, conde de Moret, nacido en 1607 y legitimado en 1608.
A las infidelidades de su esposo se le sumó otro amorío con Carlota des Essarts, condesa de Romorantin, con quien tuvo dos hijas: Juana Bautista, nacida y legitimada en 1608 y María Enriqueta, que nació en 1609.
María de Médici quería hacerse coronar oficialmente como Reina de Francia, pero Enrique IV, por diversas razonas políticas, iba posponiendo la ceremonia. Fue necesario esperar al 13 de mayo de 1610, fecha en la que se esperaba una larga ausencia del rey —Enrique partió para conducir una “visita armada” a fin de solucionar un problema político entre los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico, y el caso de Cléveris y Juliers—, para que la reina fuera coronada en Saint-Denis e hiciera su entrada oficial en París. Al día siguiente el rey fue asesinado.

Regente de Francia.

Tras el regicidio de Enrique IV de Francia el 14 de mayo de 1610, la reina consorte María de Médici asumió la regencia en nombre de su hijo Luis XIII que aún no tenía 9 años, demasiado joven para poder reinar.
La posición insegura de su regencia ante la nobleza del reino y sus vecinos de Europa la obligó a romper con la política de Enrique IV. Destituyó a los consejeros del rey, pero no consiguió hacerse obedecer por los Grandes.
Para recuperar el poderío de Francia, no encontró mejor solución que pactar la paz con España. En 1615 este acercamiento se concretó por medio de un matrimonio que unió a las dinastías de Francia y de España. Su hija Isabel de Borbón se casó con el infante Felipe -hijo del rey Felipe III de España y futuro Felipe IV de España-. Un segundo matrimonio enlazó nuevamente a ambas dinastías reales cuando su hijo, el rey Luis XIII de Francia se casó con la infanta Ana de Habsburgo —también hija del rey Felipe III de España—.
La política de la reina provocó, no obstante, un gran descontento. Por una parte, los protestantes vieron con inquietud ese acercamiento de María con Su Majestad Católica, el rey de España Felipe III; por otra, María de Médici intentaba reforzar el poder de la monarquía con el apoyo de personas como Concino Concini, esposo de su hermana de leche y dama de compañía Leonora Dori, que no era apreciada por algunos nobles franceses. Éstos, llevados por la xenofobia, acusaban a los inmigrantes italianos que rodeaban a María de Médici de enriquecerse en perjuicio de la nobleza francesa. Aprovechándose de la debilitación causada por la regencia, los nobles de las grandes familias, con el príncipe Luis II de Borbón-Condé a la cabeza, se alzaron contra María de Médici para conseguir así unas compensaciones financieras.

Primer exilio.

Por otro lado, la reina medre, María de Médici no tenía buenas relaciones con su hijo, el rey Luis XIII de Francia. Sintiéndose humillado por la conducta de su progenitora, Luis XIII organizó en 1617 un golpe de estado en el que fue asesinado Concino Concini. Al tomar el poder, exilió a su madre en el Castillo de Blois.
Cuando María de Médici fue exiliada por su hijo, empezó a fraguarse su leyenda negra: se la acusó de haber procurado la riqueza y el poder de sus favoritos italianos, del despilfarro financiero causado por los derroches de la reina y su entorno y de la torpeza y la corrupción de su política que se había incrementado durante su gobierno.

Las dos guerras de la madre y del hijo y su retorno a la corte

En 1619, la reina madre, María de Médici, se escapó de su prisión y provocó una sublevación contra su hijo, el rey Luis XIII de Francia. A este levantamiento se lo conoció como la “guerra de la madre y del hijo”. El tratado de Angulema, negociado por el Cardenal Richelieu, solucionó el conflicto. Pero la reina madre no se sintió satisfecha y volvió a levantarse en armas contra su hijo con la ayuda de los Grandes del reino. A este segundo levantamiento se lo denominó como la “segunda guerra de la madre y del hijo”. La coalición nobiliaria fue rápidamente derrotada en la batalla des Points-de-Cé por el rey, que perdonó a su madre y a los príncipes. Consciente de que no podía evitar la formación de complots en tanto que María de Médici estuviera en el exilio, el rey aceptó su retorno a la corte.
María de Médici volvió a París] donde se dedicó a la construcción de su Palacio de Luxemburgo. Tras la muerte de Carlos de Albert, duque de Luynes, en 1622, se fue introduciendo de manera subrepticia en la política. Richelieu jugó, en esos momentos, un papel importante en la reconciliación entre madre e hijo, sugiriendo que ella pudiera incorporarse al Consejo del rey.

Mecenas.

María de Médici, mecenas reconocida en la vida parisina, dio trabajo a Nicolas Poussin y Philippe de Champaigne en la decoración del Palacio de Luxemburgo, y encargó numerosas pinturas a Guido Reni y especialmente a Rubens, al que hizo ir a Amberes para la ejecución de una galería de pinturas dedicadas a su vida. Actualmente quedan 22 cuadros conservados en el Museo del Louvre.

Caída y exilio definitivo.

María de Médici continuó asistiendo a los Consejos del rey Luis XIII de Francia, según los asesoramientos del cardenal Richelieu a quien introdujo como ministro del rey. Durante unos años, no se percató del poder e importancia que su cliente y protegido iba adquiriendo.
 Cuando se dio cuenta de ello, intentó derrocarle por todos los medios. Sin comprender aún el carácter del rey, creyó que le sería fácil obtener la destitución de Richelieu pero, después del famoso Día de los Engañados, el 12 de noviembre de 1630, Richelieu pasó a ser el primer ministro y María de Médici se vio obligada a reconciliarse con él.
Finalmente, María decidió retirarse de la corte. El rey, sabiendo lo intrigante que podía llegar a ser, la envió al castillo de Compiègne, desde donde trató de huir a Bruselas en 1631, donde pensaba encontrar ayuda para su causa. Refugiada con los enemigos de Francia, María fue privada de su condición de reina de Francia y, por consiguiente, de sus pensiones.
El fin de María de Médici fue patético. Durante años vivió al amparo de las cortes europeas en Alemania, después en Inglaterra, intentando crear enemigos contra el cardenal y sin poder regresar nunca a Francia. Refugiada en la casa natal de Rubens, murió el 3 de julio de 1642, a los 67 años de edad, en Colonia, en el Sacro Imperio Romano Germánico, unos meses antes que Richelieu. Su cuerpo se encuentra enterrado en la Catedral de Colonia.

jueves, 5 de julio de 2012

129.-Antepasados del rey de España: Enrique de Borbón, Rey IV de Francia y III de Navarra.-a


Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala; Marcelo Yañez Garin;  Maria Francisca Palacio Hermosilla; 

Aldo  Ahumada Chu Han 

Enrique de Borbón  (Pau, 13 de diciembre de 1553-París, 14 de mayo de 1610) fue rey de Navarra con el nombre de Enrique III entre 1572 y 1610, y rey de Francia como Enrique IV entre 1589 y 1610, primero de la casa de Borbón en este país, conocido como Enrique el Grande (Henri le Grand) o el Buen Rey (Le bon roi Henri) y copríncipe de Andorra (1572-1610).
A menudo es considerado por los franceses como el mejor monarca que ha gobernado su país, siempre intentando mejorar las condiciones de vida de sus súbditos. Se le atribuye la frase: «Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos», que simplifica perfectamente su política de hacer feliz a su pueblo, no sólo con poder y conquistas, sino también con paz y prosperidad. Es el referente de los monárquicos franceses, los cuales realizan todos los años un homenaje frente a su estatua del Pont Neuf (Puente Nuevo) de París el día de su entrada a la ciudad.
Le fue dedicada la marcha «Vive Henri IV» («Viva Enrique IV»), que llegó a ser el himno de facto del reino y el de iure durante la Restauración, y es conocida aún hoy día por los franceses.

Biografía

 Hijo de Antonio de Borbón y de la reina de Navarra, Juana de Albret, fue educado en la religión calvinista. Combatió en el bando hugonote (protestante) durante la tercera guerra de religión francesa, al final de la cual se decidió su matrimonio con la hermana de Carlos IX como signo de reconciliación entre católicos y protestantes (paz de Saint-Germain, 1570).
Una semana después del casamiento (1572), los extremistas católicos rompieron todo entendimiento organizando la matanza de hugonotes conocida como la «Noche de San Bartolomé». Para salvar la vida, Enrique tuvo que convertirse oficialmente al catolicismo; pero en 1576 consiguió escapar de la corte y, declarando de nuevo su profesión de fe calvinista, se puso al frente del ejército protestante.
Desde 1584 la muerte del hermano del rey convirtió a Enrique en heredero del Trono francés, perspectiva inaceptable para el partido católico (la «Liga»). La muerte de Enrique III en 1589 hizo recaer la Corona sobre la cabeza de Enrique de Navarra; pero sólo fue aceptado por los hugonotes, mientras continuaba la guerra civil, con victorias significativas para los protestantes en las batallas de Coutras (1587), Arques (1589) e Ivry (1590).
La intervención en los asuntos franceses de Felipe II de España (Alejandro Farnesio había impedido a los hugonotes tomar París) dividió a los partidarios de la Liga católica, facilitando finalmente a Enrique el acceso de hecho al Trono, con tal de abjurar del protestantismo; en un acto de realismo político, dio ese paso en 1593 (momento en que se le atribuye la célebre frase «París bien vale una misa», seguramente apócrifa). Fue coronado e hizo su entrada en París en 1594, aunque tuvo que sostener combates hasta 1598 para acabar con los últimos reductos de la Liga y para rechazar los ataques españoles.
La tolerancia religiosa decretada por el Edicto de Nantes (1598) fue acompañada del reconocimiento del catolicismo como religión del Estado y de una política de reconciliación basada en la renuncia a toda revancha o depuración; con ello pacificó el país y consolidó el Trono.
En los años siguientes Enrique IV y sus valiosos ministros (Sully, Laffemas, etc.), dedicaron sus mejores esfuerzos a la reconstrucción económica de Francia, arruinada por casi medio siglo de luchas religiosas. Se procedió a una reorganización general de la Hacienda, se fomentó la agricultura, el comercio y las manufacturas y se emprendió la colonización del Canadá. Con ello la institución monárquica recobró el prestigio perdido bajo los últimos Valois. Su reinado se caracterizó por el fortalecimiento de la autoridad absoluta de la Corona (en la línea preconizada por los escritos de Bodino): dejó de convocar los Estados Generales, redujo la influencia de los parlamentos e introdujo la venalidad de los cargos.
Al parecer, Enrique IV había concebido el proyecto de afirmar la posición internacional de Francia mediante la ruptura del bloque formado por los Habsburgo de Viena y de Madrid. Pero el puñal de un fanático católico, François Ravaillac, segó su vida en las calles de París cuando apenas había iniciado las gestiones tendentes a hacer realidad tal propósito. Dejaba como sucesor a un niño de corta edad, Luis XIII, bajo la tutela de su madre María de Médicis, con la que Enrique IV había contraído matrimonio en 1600, tras separarse de Margarita de Valois.



Rey de Navarra.

Entiéndase Navarra o Reino de Navarra, en este contexto, como el territorio transpirenaico (Ultrapuertos) del Reino de Navarra desintegrado en 1530.
La Baja Navarra (en francés: Basse-Navarre: en euskera: Nafarroa Beherea, Baxe Nafarroa o Baxenabarre) es una región histórica situada en la vertiente septentrional de los Pirineos Occidentales. Tal denominación procede por contraposición a la Alta Navarra. Ambas, conformando lo que fue el reino de Navarra pasaron a depender desde el siglo xvi de la corona francesa y española respectivamente. Actualmente es un territorio integrado dentro del departamento de los Pirineos Atlánticos, junto con los antiguos vizcondados de Labort, Sola y Bearne.

Coordenadas43°10′00″N 1°14′00″O
CapitalSan Juan Pie de Puerto
EntidadRegión
 • País Francia
Superficie 
 • Total1.325 km²
Población (1999) 
 • Total28,000 hab.
 • Densidad22 hab/km²




En 1512 Fernando el Católico con la excusa de apoyar al bando navarro beamontés en la Guerra Civil de Navarra, invadió dicho reino y tomó el título de rey, uniéndolo al de Aragón.​ En 1513 las Cortes de Navarra a la que solo acudieron beamonteses nombraron rey a Fernando el Católico. Posteriormente las Cortes de Castilla en Burgos en 1515 decidieron la incorporación al Reino de Castilla, sin acudir ningún navarro a dicha asamblea. De esta forma, el título real navarro pasó a estar ligado a la Corona castellana. Al unirse las dos coronas en Carlos I, el título permaneció vinculado a los títulos reales españoles.
Los monarcas navarros Juan III de Albret y Catalina de Foix y posteriormente Enrique II nunca renunciaron a su derecho sobre el reino de Navarra y de hecho intentaron reconquistarlo varias veces, aunque no les fue posible. Al igual que los reyes españoles, siguieron ostentando el título real simultáneamente.
En octubre de 1530 el emperador Carlos V, decidió por razones estratégicas, debido a la imposibilidad de controlarlo, renunciar definitivamente a la parte transpirenaica del reino navarro con lo que Enrique II de Albret, rey de Navarra, pudo ejercer la soberanía de este territorio como uno más de sus dominios. La Baja Navarra mantuvo sus instituciones y leyes propias como parte de los dominios de la casa de Albret.
En 1548, Juana de Albret, reina de Navarra, se casó con el Duque de Vendôme Antonio de Borbón, de cuyo matrimonio nació Enrique III de Navarra, heredero de este reino. En 1589 accedió este al trono de Francia como Enrique IV de Francia, portando en su cabeza la corona de ambos reinos e iniciando la dinastía Borbón. Así, los monarcas galos se intitularon "Reyes de Francia y de Navarra"
Por otra parte, con todo, para la corona española, hasta 1583, los naturales de Ultrapuertos gozaban de la misma ciudadanía navarra que los peninsulares pero tras las Cortes de Tudela de ese año se les fue denegando.

martes, 3 de julio de 2012

128.-Antepasados del rey de España: Reina Ana de Austria.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;  

Aldo  Ahumada Chu Han 

 (Cigales, 1 de noviembre de 1549 - Badajoz, 26 de octubre de 1580), reina consorte de España y de Portugal, fue la cuarta esposa de su tío Felipe II.

Biografía

Nacida archiduquesa de Austria, fue hija de la emperatriz María de Austria (1528-1603), que era hermana de Felipe II, y del emperador Maximiliano II (1527-1576), primo del rey Felipe II. La acusada consanguinidad entre los cónyuges provocó que el papa Pío V mostrara sus reservas respecto a este enlace pero finalmente otorgó la necesaria dispensa. Las capitulaciones del matrimonio entre Felipe II y su sobrina la archiduquesa Ana de Austria se firmaron en Madrid el 24 de enero de 1570. La boda, celebrada por poderes, tuvo lugar en el Castillo de Praga el 4 de mayo de aquel año y la nueva Reina desembarcó en España, en el puerto de Santander, el 3 de octubre. La misa de velaciones se celebró en la capilla del Alcázar de Segovia el 14 de noviembre, pasando los cónyuges la luna de miel en el Palacio de Valsaín, uno de los favoritos de Felipe.
Ocho meses después del parto de su hija pequeña, la reina Ana de Austria falleció en Badajoz, víctima de una gripe epidémica, enfermedad que previamente había padecido el rey Felipe II. Murió nuevamente embarazada y fue enterrada en el Real Monasterio de Santa Ana de Badajoz, donde estuvo durante varios años hasta su traslado al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Como recuerdo, se permitió que las entrañas de la reina se quedaran enterradas en el monasterio pacense de Santa Ana, donde actualmente permanecen enterradas en el suelo del coro de dicho monasterio. En Cigales, Valladolid, el colegio se llama Colegio Ana de Austria.

Matrimonio e hijos

Felipe II y Ana de Austria tuvieron cinco hijos:

Fernando, 4 de diciembre de 1571 - 18 de octubre de 1578.
Carlos Lorenzo, 12 de agosto de 1573 - 30 de junio de 1575.
Diego Félix, 15 de agosto de 1575 - 21 de noviembre de 1582.
Felipe, 14 de abril de 1578 - 31 de marzo de 1621, futuro Felipe III.
María 14 de febrero de 1580 - 5 de agosto de 1583.




 Ana de Austria. Cigales (Valladolid), 2.XI.1549 – Badajoz, 26.X.1580. Reina de España.

Hija primogénita del emperador Maximiliano II (1527-1576) y de la emperatriz María, hermana mayor de Felipe II. Nació en el palacio que poseía en Cigales el conde de Benavente durante el período en que sus padres ejercieron como gobernadores del reino en nombre de Carlos V (1548-1550). A los dos años de edad, el 15 de agosto de 1551, emprendió viaje con sus progenitores con destino a Praga donde debían hacerse cargo del gobierno de Bohemia y de los erblande austríacos.


En la culta y sofisticada corte de Maximiliano II aprendió geografía, historia, labores, música, el arte de la caza y el de escribir cartas. Muy dotada para los idiomas como su padre, además del alemán estudió latín, italiano y quizá francés y, por expreso deseo de su madre, un perfecto castellano. Destinada en 1564 a casarse con el primogénito de su tío, el malogrado príncipe Don Carlos, el matrimonio sufrió continuos retrasos provocados por Felipe II, que molestaron tanto al príncipe como al Emperador que siempre se preocupó por procurar un casamiento políticamente favorable para su hija, a la que describía en la correspondencia con su embajador Adam de Dietrichtein como “su niña predilecta”.

Con la muerte del infante (24 de junio de 1568) y de la tercera esposa de Felipe II, Isabel de Valois (3 de septiembre de 1568), Ana se convirtió en la candidata perfecta —según el contexto de la política dinástica de la casa de Austria— para ocupar el trono junto al monarca español que a la edad de cuarenta y un años, veía comprometida su sucesión sin descendencia masculina y con dos hijas pequeñas.

Fue Maximiliano II, a través del archiduque Carlos de Estiria que llegó a Madrid el 10 de diciembre de 1568 para protestar oficialmente por la muerte del conde de Egmont, quien ofreció la posibilidad de este enlace a Felipe II, aunque el cardenal de Guisa, Luis de Lorena, que por entonces ejercía en Madrid de enviado de la reina de Francia Catalina de Medici, le había ofrecido la posibilidad de hacerlo con Margarita de Valois, la hermana de su difunta esposa. Felipe II optó por el enlace austríaco, tanto por el reparo que sentía a casarse con la hermana de su mujer anterior, como por creer que las féminas Valois tenían dificultades para procrear hijos varones. Sabía, sin embargo, que la elección de Ana presentaba algunas dificultades de cara a las autoridades eclesiásticas de Roma dada su extrema consanguinidad. De hecho, el nuevo proyecto matrimonial del Rey Prudente dio argumentos a los creadores de la leyenda negra para elaborar parte de la mala imagen de Felipe II en la Europa protestante, y así Guillermo de Orange llegó a afirmar que el Rey había propiciado la muerte de su hijo para casarse con su sobrina. En las negociaciones con el papado, el Sumo Pontífice exigió al Emperador concesiones religiosas en el Sacro Imperio y en los territorios patrimoniales austríacos para que pudiera celebrarse el matrimonio, aunque finalmente Pío V otorgó la dispensa papal el 9 de agosto de 1569.

Las capitulaciones se firmaron en Madrid el 24 de enero de 1570 y la ceremonia por poderes tuvo lugar en la catedral de San Vito en Praga el 4 de mayo de 1570, actuando de sustituto de Felipe II en aquel acto per procuratorem, el propio Carlos de Estiria. La dote fijada para el matrimonio se cifró en 10.000 escudos que debían pagarse en dos plazos, el primero al consumarse el matrimonio y el segundo un año después en Medina del Campo o en Amberes a elección de Felipe II. Según el contrato matrimonial, el importe de la dote quedaría en manos de la Reina si el Monarca moría o si la pareja no tenía hijos. Estas “seguridades” económicas pretendían proporcionar una situación desahogada a la Reina en el caso probable —dada la diferencia de edad entre los cónyuges— de que ésta enviudara, ya que sería prácticamente imposible encontrar para ella un nuevo marido dado que además de ser hija del Emperador, podía quedar viuda del Monarca más poderoso de la cristiandad.

El viaje de Ana de Austria hacia España transcurrió por los dominios imperiales, aunque hubo que cambiar varias veces el itinerario debido a la hostilidad de algunos lugares bajo control protestante, por los que se había trazado el recorrido. Las primeras jornadas las realizó junto a su hermana Isabel de Austria que, casada a los dieciséis años con Carlos IX de Francia, se encaminaba también a París para consumar el enlace.

Ofició de mayordomo mayor en el traslado el marqués de La Adrada y le acompañaban también en su séquito inicial Leopoldo de Herberstein, Baltasar de Stubenberg y Andrea Herberstorf. Desechado su embarque en Génova por temor a un ataque turco, se decidió que atravesarían los Países Bajos y desde allí emprenderían viaje por mar hasta Laredo. La comitiva partió de Spira, lugar de reunión de la Dieta Imperial, con un acompañamiento encabezado por Luis Venegas Figueroa que era aposentador mayor del Rey y embajador extraordinario, el arzobispo de Münster —el más alto prelado de Alemania— y el gran maestre de la Orden Teutónica de Prusia. Desde esta ciudad navegó por el Rin hasta llegar a Nimega el 15 de agosto de 1570. Fue recibida por el duque de Alba, gobernador de los Países Bajos en esos momentos y anfitrión de la Reina durante toda su estancia en aquellas tierras y junto a él una parte de la nobleza flamenca —el duque de Arschot, conde de Sauchimont, el conde de Lignen, el conde de Lalain, el conde de Arembergue o el vizconde de Gante— y de la aristocracia española residente en Flandes además de las autoridades eclesiásticas. Tras cuatro días de celebraciones en Bruselas, la Reina emprendió de nuevo viaje hacia la Península y tras atravesar Grave, Bois le Duc y Breda llegó a Bergen donde finalmente embarcó rumbo a España.
El arribo de toda la comitiva estaba previsto en Laredo, pero finalmente el mal tiempo aconsejó que se efectuara en Santander el 3 de octubre. Llegó acompañada de sus hermanos menores de once y doce años respectivamente, Alberto y Wenzel, y allí fue recibida por una comitiva integrada por más de dos mil personas y encabezada por el arzobispo de Sevilla, cardenal Gaspar de Zúñiga, el duque de Béjar y el conde de Lerma, que fueron sus acompañantes hasta el encuentro con Felipe II.
Diez días después de su llegada, desde Santander emprendió camino a Burgos donde le esperaba un gran recibimiento tanto en el monasterio de Las Huelgas donde pernoctó, como en la ciudad que ofreció fiestas durante tres días. Continuó viaje hacia Valladolid por Santobeña. Allí se encontraban sus hermanos los archiduques Rodolfo (de dieciocho años), —futuro emperador Rodolfo II que permaneció en España ocho años en viaje de formación— y Ernesto (de diecisiete años) que también residía por entonces en la corte española. A partir de ese momento, se unieron a la comitiva hasta llegar a Segovia el 12 de noviembre, donde el Rey la esperaba acompañado de su hermana Juana de Austria.

El arco triunfal efímero que le dio la bienvenida insistía, en su inscripción latina, en el carácter de regreso que tenía la llegada de la nueva reina que con un dilatado origen Habsburgo, era además, natural de las tierras en las que ahora iba a reinar:
 “A doña Anna hija del emperador Cesar Maximiliano, nieta del emperador Cesar Fernando, bisnieta de Philippo rey de España y señor de Flandes, tercera nieta del emperador Cesar Maximiliano, la qual de España donde nasció, aviendo sido llevada a los reynos de su padre, agora es buelta para ser casada con Philippo”.
Fue en la Sala de Reyes del alcázar segoviano donde tuvo lugar la ceremonia nupcial propiamente dicha, el 14 de noviembre de 1570, oficiando el arzobispo de Sevilla asistido por el titular de la diócesis de Sigüenza, el cardenal Diego de Espinosa. Ejercieron de padrinos el archiduque Rodolfo y Juana de Portugal.
Los cónyuges pasaron su luna de miel en el palacio de Valsaín, uno de los favoritos de Felipe II, a pesar de las duras jornadas invernales. Poco después, partieron para visitar El Escorial y El Pardo. El 23 del mismo mes hicieron su entrada oficial en Madrid donde la magnificencia de la recepción con arquitecturas efímeras, fuegos artificiales, músicas y desfiles, llegaron a su máxima expresión.
Tras las celebraciones, Ana comenzó a cumplir muy pronto con sus obligaciones dinásticas. En primavera quedó embarazada y el 4 de diciembre de 1571 nació su primer hijo; un varón bautizado con el nombre de Fernando en honor a su bisabuelo Fernando el Católico.
Tras el parto, el Rey pasó seis horas al lado de la cama de la Reina. La feliz noticia casi coincidió en el tiempo con la victoria de Lepanto frente a los turcos y ambos acontecimientos quedaron inmortalizados en un célebre cuadro de Tiziano Felipe II ofreciendo al Cielo al infante Don Fernando (1573-1575), que fue de los más apreciados de la colección real, aunque desgraciadamente para el Monarca el príncipe no llegó a la edad adulta pues falleció el 18 de octubre de 1578, a los siete años.
Tras el nacimiento de Fernando, la reina Ana pronto volvió a quedar embarazada dando a luz de forma repentina en Galapagar a otro niño, Carlos Lorenzo, el 12 de agosto de 1573 en el transcurso de un viaje a El Escorial. El infante también falleció el 9 de julio de 1575. Tres días después de su muerte, nació en Madrid el tercer hijo de la real pareja bautizado con el nombre de Diego Félix, quien llegó a ser jurado como Príncipe de Asturias el 1 de marzo de 1580 en una ceremonia celebrada en la capilla del alcázar de Madrid. Este heredero también murió con siete años a causa de la viruela. Por fin, el 14 de abril de 1578 nació en el alcázar madrileño un nuevo infante que recibió el nombre de Felipe; sería el heredero de la corona (Felipe III) aunque en el momento de su nacimiento había dos hermanos varones en la línea de sucesión. Todavía Ana de Austria dio a luz otra niña, María, el 14 de febrero de 1580 que murió tres años después.
Los diez años de vida en común de Felipe II y la reina Ana —fue el matrimonio más largo del Rey— estuvieron presididos por la armonía y la buena convivencia.
Fue de sus cuatro esposas la única con la que pudo comunicarse con mayor fluidez pues hablaba perfectamente castellano. De hecho, el embajador imperial Khevenhüller se quejaba una vez en carta al Emperador que la Reina olvidaba su alemán por las pocas veces que lo practicaba (23 de febrero de 1573).
A pesar de las separaciones causadas por las obligaciones de Estado, el Monarca se mantuvo en contacto permanente con su esposa mediante cartas que enviaba una o dos veces por semana. También, siempre que era posible, hacían excursiones para verse y compartir ratos de ocio cazando o asistiendo a representaciones teatrales y musicales e incluso a torneos caballerescos y procuraban pasar juntos todo el verano en El Escorial.
El profundo afecto que el Rey sintió por su esposa queda reflejado en los detalles que de su vida personal daba un enviado veneciano al gran duque de Toscana en 1577:
  “El rey visita a la reina tres veces al día: por la mañana antes de la misa; durante el día antes de comenzar su trabajo; y por la noche en el momento de acostarse. Tienen dos lechos bajos con un palmo de separación entre ellos, pero a causa de la cortina que los cubre parecen uno sólo. El rey manifiesta una gran ternura por la reina y no deja jamás de visitarla”.
Por su parte, Ana de Austria disfrutó de la compañía de su esposo y del ambiente familiar que consiguió recrear rodeada de sus hijos, de las hijas de Felipe II y de sus hermanos pequeños. A pesar de ello no descuidó las relaciones con su padre. Se preocupaba de su salud a través de la correspondencia directa que mantenía con él y con terceros, y le enviaba obsequios, algunos tan peculiares y sencillos como unas semillas que desde Aranjuez quería que fructificaran en los jardines imperiales austríacos (Madrid, 25 de mayo de 1574).
Es posible que esta buena sintonía con su padre y con su marido pudiera servir en ocasiones de nexo en las relaciones políticas entre Viena y Madrid. Así parecen confirmarlo las actitudes de los embajadores del Sacro Imperio Dietrichstein y Khevenhüller, que mantuvieron un estrecho contacto con la Reina en la esperanza de que ésta ejerciera una cierta influencia positiva sobre Felipe II en los asuntos imperiales.
Ana de Austria falleció embarazada de seis meses a la edad de treinta y un años, el 26 de octubre de 1580, víctima de una epidemia de gripe muy virulenta que se extendió por casi toda la Península y que también afectó al Rey, a buena parte de la Familia Real y los miembros de la Corte aposentados en esos momentos en Badajoz por los asuntos de Portugal.
Su entierro tuvo lugar el 11 de noviembre. Las exequias se celebraron en Madrid, en la iglesia de San Jerónimo. Al parecer, tras su desaparición, el Rey no buscó nuevas aventuras amorosas y no parece que contemplara seriamente la idea de volver a contraer matrimonio. Cuando en el verano de 1583 la flota española venció a la conjunta de portugueses y franceses en Terceira, al reflexionar sobre el desenlace favorable de la contienda que tuvo lugar el 26 de julio, día de Santa Ana, Felipe estaba convencido que su difunta esposa había intercedido a favor de sus intereses y “Debe tener mucha parte destos buenos sucesos.

Pues siempre he creydo que la Reyna no dexa de tener su parte en ellos”.

El sincero afecto que sintió por su cuarta esposa y el hecho de que fuera la madre de su heredero, le inclinaron a elegirla como compañera en la sepultura de El Escorial, ya que con ella, como confesaba en carta al conde de Monteagudo fechada en Segovia el 16 de noviembre 1670, “[...] me [ha] dado Dios todo el bien que yo en la tierra podía desear”.

 

Bibl.: J. López de Hoyos, Real aparato y sumptuoso recibimiento con que Madrid [...] recibió a la Serenísima reyna D. Ana de Austria, Madrid, Juan Gracián, 1572 (ed. facs. Madrid, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, 1976); A. de Cotereau, “Voyage de la reine Anne en Espagne en 1570”, en L. Gachard y Ch. Piot (eds.), Collections des voyages des souverains de Pays-Bas, vol. 3, Bruxelles, Hayez, 1881, págs. 573- 596; L. Pérez Bueno, “Del casamiento de Felipe II con su sobrina Ana de Austria”, en Hispania n.º 7 (1947), págs. 372- 416; L. Wyts, “Viaje”, en J. García Mercadal, Viajes de extranjeros por España y Portugal, Vol. I: Desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo xvi, Madrid, Aguilar, 1952, págs. 1173 y ss.; J. Vilar, “Segovia, 1570”, en C. Iglesias, C. Moya y L. Rodríguez Zúñiga (comps.), Homenaje a José Antonio Maravall, vol. III, Madrid, Instituto de Investigaciones Sociológicas, 1985, págs. 463 y ss.; F. Edelmayer, “Honor y dinero. Adam de Dietrichtein al servicio de la Casa de Austria”, en Studia Historica. Historia Moderna 10-11 (1992-1993), págs. 89-116; K. Vocelka y L. Heller, Die private Welt der Habsburger. Leben und Alltag einer Familie, Graz-Wien-Köln, Styria, 1998; H. Kamen, “Anna de Austria”, en C. Iglesias (coord.), Felipe II. Un monarca y su época. La Monarquía Hispánica, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1998, págs. 265-272; F. Edelmayer, “El mundo social de los embajadores imperiales en la corte de Felipe II”, en E. Martínez Ruiz (ed.), Madrid, Felipe II y las ciudades de la Monarquía. Vol. II: Capitalidad y Economía, Madrid, Actas 2000, págs. 57-68; D. Suárez Quevedo, “Arte efímero, exaltación monárquica y concordatio entre antigüedad clásica y humanismo cristiano: entrada triunfal y matrimonio real de Ana de Austria en Segovia, 1570”, en Felipe II y las Artes, Madrid, Departamento de Arte II, Facultad de Geografía e Historia, Universidad Complutense, 2000, págs. 423-452; B. M. Lindorfer, “Ana de Austria. La novia de un hijo y la esposa de un padre”, en M.ª V. López-Cordón y G. Franco (coords.): La Reina Isabel y las reinas de España: realidad, modelos e imagen historiográfica. Madrid, Fundación Española de Historia Moderna, 2005, págs. 441-425; G. Parker, Felipe II, Madrid, Alianza Editorial, 2008.