—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

miércoles, 2 de mayo de 2012

93.-Antepasados del rey de España: Isabel de Valois, Isabel de Francia o Isabel de la Paz.





 Isabel de Valois, Isabel de Francia o Isabel de la Paz.



Joven, bella, educada en una de las cortes más exquisitas de Europa, Isabel, segunda hija de los reyes de Francia Enrique II y Catalina de Médicis fue entregada al monarca español Felipe II tras firmar la paz entre los dos estados. Tercera esposa del rey prudente, los continuos embarazos frustados llevaron a la tumba a una feliz reina amada y querida por su rey y por sus súbditos.

Isabel de Valois, Isabel de Francia o Isabel de la Paz -en francés, Élisabeth de France;  (Fontainebleau, Francia; 13 de abril de 1546 - Aranjuez, España; 3 de octubre de 1568), fue la tercera esposa del rey Felipe II de España —fruto del Tratado de Cateau-Cambresis que estableció la paz entre España y Francia— y reina consorte de España.

Biografía

Su infancia es algo incierta. Pero se cree que estuvo marcada por la relación de su padre con Diana de Poitiers, quien nunca ocultó sus amoríos reales.
El primer pretendiente de Isabel fue Eduardo VI de Inglaterra, pero falleció en 1553. Su sustituto fue el príncipe Carlos, pero al quedar viudo por segunda vez su padre, Felipe II de España, los planes se modificaron y Felipe se convirtió en el esposo de la joven Isabel. La boda por poderes tuvo lugar el 22 de junio de 1559 en París. El rey Felipe II fue representado por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el Gran Duque de Alba. Isabel pisó territorio español por primera vez el 6 de enero de 1560 al llegar a Roncesvalles. El 2 de febrero de ese mismo año se celebró la misa de velaciones en Guadalajara con Isabel y Felipe presentes. Era la primera vez que ambos esposos se veían cara a cara. Se casaron en el Palacio del Infantado de esta ciudad.

Don Felipe esperó a la joven esposa – tenía 14 años – en ciudad de Guadalajara, concretamente en el palacio del Infantado. El rey tenia 33 años y al detenerse la joven Isabel frente a él, éste preguntó a su esposa:
“,Qué miráis? ¿Por ventura si tengo canas?”.
 
La misa de velaciones se celebró el 2 de febrero de 1560, encerrándose rápidamente los esposos en la cámara nupcial por lo que el obispo de Pamplona tuvo que bendecir el tálamo a través de la puerta, ya que no tuvo el suficiente tiempo. La reina Isabel era todavía una niña que jugaba a las muñecas y a la taba por lo que la consumación del matrimonio se tuvo que posponer un año, en contra de los deseos del rey.

Reina de España

En mayo de 1564 se anunció el primer embarazo de la reina. Tres meses después, Isabel abortó un par de gemelas. Ante la tardanza de un nuevo embarazo, la reina mandó traer a Madrid los restos de San Eugenio, primer obispo de París y mártir. Ya fuera por ayuda divina o por las leyes de la naturaleza, el 12 de agosto de 1566 llegó al mundo la primera hija de Felipe e Isabel que recibió el nombre de Isabel Clara Eugenia: Isabel por su madre, Clara por la onomástica del día y Eugenia por el santo al que suplicó su madre. El 10 de octubre de 1567 nació la segunda hija que se llamó Catalina Micaela. Después del parto, a Isabel le sobrevino la fiebre.
En mayo de 1568 la salud de la reina se resintió. Un nuevo embarazo provocó en ella vómitos, vértigos, mareos que trataron de ser aliviados por los galenos de la corte. El 3 de octubre de ese mismo año sufría el aborto de una niña de cinco meses de gestación, que vivió lo suficiente para aplicarle el agua de socorro (recibiendo el nombre de Juana), falleciendo una hora y media después de nacer.
Los médicos pensaron que con la expulsión del feto la salud de la reina mejoraría, pero se equivocaron, ya que solo unas horas después del aborto, Isabel de Valois falleció.​ Fue enterrada en el Panteón de los Infantes de la Cripta Real del Monasterio de El Escorial, no junto a su esposo y otras reinas, pues no llegó a ser la madre de un rey de España.

Felipe y Isabel

En 1561 la corte se instala definitivamente en Madrid; los reyes son felices y su vínculo matrimonial sólido a pesar de que duermen y comen separados según indica la rígida etiqueta borgoñona que se sigue en España Felipe II tenía nueve años más que su esposa. Era todavía un hombre joven, pero las circunstancias no le habían permitido gozar de los placeres de una juventud sin responsabilidades. La temprana muerte de su madre, la abdicación de su padre y las complejidades del gobierno de territorios tan dispares le habían forzado a madurar antes de tiempo. Por otra parte, había estado casado con una niña, María Manuela de Portugal, y con una mujer que le aventajaba sobradamente en edad, María Tudor. No es de extrañar pues que la ingenua joie de vivre de su joven esposa le subyugara por completo.
En torno a Isabel surgió un animado grupo formado por el propio rey, sus hermanos, Juana y Juan de Austria, el príncipe Carlos y otros cortesanos, entre los que se encontraban Alejandro Farnesio, hijo de Margarita de Parma, y Ana de Mendoza, princesa de Éboli. Juntos realizaban excursiones, representaban farsas, danzaban, cazaban… Isabel de Valois, además, entretenía su ocio con la música y el dibujo. Contaba para ello con una maestra de excepción, Sofonisba de Anguissola, el mejor pincel femenino del Renacimiento, y disponía en sus habitaciones de un órgano, dos arpas y una cítara, así como un clavicordio traído de Francia. A su lado, Felipe II recuperó una juventud de la que nunca había disfrutado y, en consecuencia, Isabel acabó por convertirse en la razón principal de su vida.





Isabel de Valois. Fontainebleau (Francia), 2.IV.1546 – Aranjuez (Madrid), 3.X.1568. Reina de España, tercera esposa de Felipe II.

Hija mayor de Enrique II de Francia (1519-1559) y de Catalina de Médicis (1519-1598), sus respectivos abuelos fueron Francisco I de Francia y Lorenzo II, duque de Urbino. Su madre, estéril durante diez años y abocada a soportar un “triángulo conyugal” por la presencia impuesta por Enrique II en la Corte de la duquesa de Valentinois, Diana de Poitiers, demostró una fecundidad impredecible tras el alumbramiento de su primogénito Francisco el 19 de enero de 1544.

Después de él nacieron Isabel y ocho hermanos más: Claudia (12 de noviembre de 1547, esposa del duque de Lorena); Luis (3 de febrero de 1549); Carlos Maximiliano (27 de junio de 1550); futuro Carlos IX de Francia; Eduardo Alejandro, en 1551, que adoptó al reinar el nombre de Enrique III; Margarita (14 de mayo de 1553), primera esposa de Enrique de Navarra, y Hércules (18 de marzo de 1555), que más tarde cambiaría su nombre por el de Francisco. Finalmente, Catalina dio a luz dos niñas gemelas (24 de junio de 1556) llamadas Juana y Victoria, que murieron a los pocos días.

El padrino de Isabel lo eligió expresamente su abuelo Francisco I y fue Enrique VIII de Inglaterra, que actuó por poderes a través de un embajador extraordinario, un acto representativo que sancionaba el cese del estado de guerra que ambos Monarcas mantenían.

Recién bautizada, Isabel fue traslada por su madre a Blois junto a su hermano Francisco, para que ambos fueran educados juntos. La responsabilidad del cuidado de los infantes en los primeros años recayó en Madame d’Humières, mujer de confianza de Diana de Poitiers, la amante de Enrique II, que ostentaba el título oficial de “Aya de los Hijos de Francia”. Entre los maestros italianos que instruyeron a los infantes se encontraban Pietro Danes y el milanés Virgilio Bracesco, que más tarde viajaría con la propia Isabel a la Corte española como maestro de danza. Cuando Isabel contaba tan sólo dos años, su padre ascendió al trono (25 de julio de 1547), y en el momento que alcanzó la edad suficiente para tener presencia oficial, la favorita y no su madre la introdujo en las costumbres y protocolo de la Corte. El primer prometido de Isabel fue el rey de Inglaterra Eduardo VI, pero falleció en 1553.
Tras la victoria de Felipe II sobre el ejército francés en San Quintín (10 de agosto de 1557), ambos contendientes comenzaron a contemplar la negociación de una paz que no fuera humillante para Francia y que alejara la presión financiera que tendría que seguir soportando el monarca español si continuaba la guerra. Una paz que, como en otras ocasiones, debía cerrarse con el broche de oro de un matrimonio dinástico.
Se valoró entonces la posibilidad de que el hijo de Felipe II, don Carlos, se convirtiera en el esposo de Isabel, aunque, finalmente, al quedar viudo el Rey Prudente por la muerte de María Tudor el 17 de noviembre de 1558, la paz de Catêau-Cambresis (3 de abril de 1559) incluyó entre sus cláusulas la celebración del matrimonio entre Felipe II y la adolescente segundogénita del rey de Francia, conocida desde entonces como “Isabel de la Paz”.

La boda se celebró por poderes el 28 de junio de 1559 en la catedral de Notre Dame de París. Tal y como imponía el protocolo, Felipe II no viajó a Francia, aunque se encontraba muy cerca, en Bruselas.
Le representó en la ceremonia, como alter ego, el duque de Alba, que estuvo acompañado del príncipe de Orange y del conde de Egmont. Entre la variedad de fiestas preparadas en París con motivo del acontecimiento, se pergeñó —dos días después de la boda— un torneo que debía celebrarse en la rue Saint-Antoine, la calle más espaciosa de la ciudad cerca del palacio de Tournelles. Allí se produjo un luctuoso episodio de graves consecuencias políticas para Francia, ya que en una justa entre Enrique II y Gabriel de Lorges, conde de Montgomery, capitán de la guardia escocesa, la lanza de éste se partió y se introdujo en el ojo del Rey, lo que le provocó la muerte, que se haría oficial diez días después.
Las exequias por el fallecimiento del soberano francés y la proclamación del heredero retrasaron la partida de Isabel de Valois a España. Finalmente, en noviembre de 1559 emprendió viaje hacia la Península.

El 6 de enero de 1560 llegó el séquito de Isabel a Roncesvalles donde la esperaban el obispo de Burgos, Francisco de Mendoza e Íñigo López de Mendoza, IV duque del Infantado, marqués de Santillana y señor de Hita y Buitrago. Desde allí continuaron hasta Pamplona, cuyo Cabildo preparó un recibimiento que incluyó danzas, desfiles y corridas de toros, que la Reina veía por primera vez. El día 14, ya en Tudela, se organizó una naumaquia en el Ebro y, a partir de entonces, pusieron rumbo a Guadalajara, donde Felipe II, veinte años mayor que ella, la esperaba alojado en el palacio del duque del Infantado. La comitiva llegó a la capital alcarreña el 28 de enero. El 2 de febrero se celebró la misa de velaciones, con la renovación de los esponsales, y al día siguiente recorrieron Alcalá de Henares. Tras dos jornadas más de viaje, la reina Isabel hizo su Real Entrada en Madrid, que todavía no era sede estable de la Corte. En el arco efímero que se había levantado para la ocasión podía apreciarse una pintura en la que se reflejaban las imágenes de ambos esposos recibiéndose y abrazándose bajo los siguientes motes:
 “Venga y sea muy bienvenida la que la paz vino a dar, qual se pudo desviar” o ”Venga y sea muy bien llegada la que del mundo destierra con su venida la guerra”.

En los lemas de aquel arco quedaba reflejada la principal función de Isabel en las relaciones hispano-francesas.

Como “prenda de paz”, su papel consistía en facilitar y reforzar las relaciones amistosas entre ambas naciones, en un momento en que los choques políticos entre Felipe II y Catalina de Médicis, comenzaron a ser particularmente graves por la creciente influencia de los hugonotes en el gobierno de la regente, que negociaba con los calvinistas y toleraba su presencia, presionada por la búsqueda de fórmulas de convivencia en una Francia gravemente desestabilizada a causa de los enfrentamientos político-religiosos, que amenazaban con extenderse peligrosamente a los Países Bajos.

Toledo, que fue Corte hasta mayo de 1561, era el destino final de los esposos. La Real Entrada que hicieron en la ciudad costó 12.000 ducados, el doble de lo que había supuesto la de Madrid, y de nuevo las alusiones a la Paz de Catêau-Cambresis ocuparon la ciudad. Tres arcos efímeros la aludían insistentemente; en el segundo, aparecía Vulcano apagando la fragua donde antaño había fabricado las armas para combatir al rey francés, mientras construía una nueva en la que forjaría otras que servirían para hacer frente a los “enemigos de la religión”. 
Esta alegoría, que no representaba directamente a la nueva Reina, era, sin embargo, premonitoria de la situación en la que frecuentemente se encontró la Soberana. Isabel de Valois se sintió “entre dos fuegos”: sometida al apremio que ejercía sobre ella su madre y a la obligación de obediencia debida a su esposo. Quizá por esta razón, tendió en algunos momentos a evadirse de las responsabilidades políticas que sobre ella recaían y alentó la celebración de representaciones teatrales o fiestas cortesanas que sirvieran para distraerla, a la par que elevaron los gastos de su Real Casa. Quizá por ello se ha exagerado su imagen de joven indolente y superficial, entregada a los placeres cortesanos. Sin embargo, su labor de intermediación entre Felipe II y Catalina de Médicis no fue inútil, pues a menudo amortiguó los choques entre ambos reinterpretando de forma positiva posturas políticas inadmisibles y reduciendo las mutuas fricciones, hostilidades y sospechas.

Una de las actuaciones más relevantes de Isabel en el plano político fue la Conferencia de Bayona de 1565, las famosas “Vistas” que tuvieron lugar entre el 15 de junio y el 2 de julio de ese año. Catalina, que había propiciado en Francia un primer “Edicto de Tolerancia” con los protestantes en 1561, intentó celebrar, a partir de 1563, un encuentro al más alto nivel con Felipe II para explicar su postura “negociadora” al rey católico. El monarca español se mostró reticente, pero al final, en 1565, se avino a celebrarlo camuflado en un encuentro familiar entre madre e hija cerca de la frontera. Felipe II envió con la Reina al duque de Alba, en detrimento del príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva, que era el candidato de Catalina y al que la regente consideraba un político más flexible que Alba. Sin embargo, el Rey prefirió estar representado por alguien que compartiera totalmente su postura y que se mostrara inasequible ante la regente, en la demanda de una política religiosa firme que olvidara las concesiones otorgadas a los protestantes. Cuando quedaba poco tiempo para finalizar las jornadas, que habían transcurrido entre suntuosas fiestas y singulares divertimentos, pero sin ningún fruto político, Alba pidió la intercesión de Isabel para hacer llegar su mensaje a Catalina. Ésta aceptó recibir a Alba, pero insistió en que la Reina estuviese presente en la reunión, creyendo que así moderaría las críticas del duque. 
Sin embargo, Isabel —que el 26 de julio había recibido en aquella ciudad la Rosa de Oro de manos del Nuncio como reconocimiento a su virtud y a su apoyo a la Iglesia Católica— sorprendió a su madre interviniendo en el debate y pidiéndole, desde el respeto, que cambiase su actitud y apoyase abiertamente la causa “correcta”, apartándose de cualquier alianza con los hugonotes. Aquel impecable papel como representante de la Monarquía española, no impidió, sin embargo, que tuviera siempre presente su “sentimiento francés”, que afloró de modo vehemente, por ejemplo, al saber la noticia del ajusticiamiento por orden del adelantado Pedro Menéndez de Avilés —al finalizar el verano de 1565—, de ciento treinta hugonotes acusados de piratas en La Florida.

Pero, además de ejercer una función político-diplomática, Isabel de Valois también debía cumplir con el encargo dinástico de proporcionar descendencia a su esposo. Sin embargo, su extrema juventud no permitió que se consumara el matrimonio hasta un año después de la boda, ya que, cuando llegó a España, todavía no había tenido su primera menstruación. Ésta se produjo el 11 de agosto de 1561, cuando contaba quince años y cuatro meses, y fue un acontecimiento gozoso en Madrid, donde ya se había instalado la Corte de Felipe II y desde donde las damas francesas de la Reina dieron la noticia a Catalina de Médicis. Este hecho fortaleció la relación afectiva entre los esposos, pero aún antes de que la convivencia de Felipe II con Isabel fuera plena, éste actuó con ella impecablemente desde el comienzo del matrimonio. Le permitió que mantuviera una gran casa, muy cara por el gran número de servidores, y en la que permanecieron algunos franceses que habían viajado con la Reina. También supo mostrarle en público todo el respeto y afecto que merecía, algo a lo que Isabel no estaba acostumbrada, dada la relación pública que su padre Enrique II había mantenido con su amante ante la reina Catalina. Era un “amor” que Isabel comunicaba con entusiasmo en las cartas que intercambiaba con su madre. Este cariño público se demostró más aún cuando en 1561 la Reina cayó enferma de viruela y, más adelante, cuando en la primavera de 1564 quedó embarazada, si bien esta primera concepción no llegó a término y fue el desencadenante de una grave crisis de salud que hizo temer por su vida en algunos momentos. En ese difícil trance, Felipe II procuró ir a verla a diario y, más tarde, durante su recuperación, la distraía de varios modos, por ejemplo, organizando visitas a sus colecciones de cuadros, mapas y estampas y permitiendo y asistiendo a veces a la diversión favorita de la Reina, el teatro. Las cuentas de su Real Casa dan testimonio de que entre julio de 1561 y julio de 1568 se representaron en sus aposentos particulares un mínimo de cuarenta y una comedias, que corrieron a cargo de varios representantes de prestigio en la época, entre los que se encontraba el propio Lope de Rueda.

El siguiente embarazo se anunció a principios de 1566 con grandes festejos. La Reina había multiplicado sus devociones a san Eugenio Mártir por expreso deseo de Felipe II, que negoció la traslación a través de su embajador francés de Álava. Los restos viajaron desde la basílica de Saint Denis en París hasta Toledo (15 de noviembre de 1565), ciudad que entonces se creía había sido evangelizada por el santo en el siglo i.

Durante este segundo embarazo, Felipe II visitó a su esposa a diario y, cuando se acercaban los meses finales de gestación, decidió que se desplazara a Valsaín, en Segovia, por considerarlo un lugar más saludable.

Allí le hacía compañía varias veces al día y estuvo junto a ella en el momento del parto, acaecido el 12 de agosto y en el que dio a luz a la infanta Isabel Clara Eugenia. Un nombre elegido en honor a su madre (Isabel), en recuerdo del día que nació (santa Clara) y en agradecimiento al santo que creía había intercedido para que se produjera el nacimiento (san Eugenio).
 El embajador francés dio cuenta a Catalina de que el Rey “[...] se portó muy bien, como el mejor y más cariñoso marido que se pudiera desear, puesto que en la noche del parto estuvo cogiéndole todo el tiempo la mano, y dándole valor lo mejor que podía y sabía”.
 Las atenciones que Felipe II había prodigado a su esposa en aquel trance demostraban delicadeza y ternura, razón por la que Geofrey Parker afirma que Isabel le había aportado una calidad afectiva superior a la que hasta entonces había sentido por ninguna de sus otras dos esposas.
A principios de febrero de 1567, Isabel volvió a quedar en cinta de otra niña, Catalina Micaela, que nació el 6 de octubre. En alabanza de la recién nacida, un joven Miguel de Cervantes, de tan sólo veinte años, compuso algunos de los versos que adornaron las arquitecturas efímeras erigidas para la ocasión en Madrid.
Aunque el Rey mostró oficialmente su felicidad por el nuevo alumbramiento, se comentó mucho el hecho de que, en contraste con las fiestas públicas que celebraron el embarazo y que presenció, se alejara ahora de la Corte para disfrutar de unos días de tranquilidad.
De nuevo en mayo de 1568, la Reina esperaba otra hija, pero en septiembre sufrió una enfermedad renal que empeoró su estado general y a comienzos de octubre se confirmó que su salud atravesaba un trance muy grave. Felipe II pasó todo el tiempo de agonía junto a ella. La última vez que la vio fue en la madrugada del 3 de octubre, mientras ambos oían juntos su última misa. Unas horas más tarde, a las diez y media la reina dio a luz una niña que falleció al tiempo que ella: a mediodía.
Tras las exequias, el Monarca se instaló en el monasterio de San Jerónimo de Madrid durante más de dos semanas, negándose a tratar asuntos de Estado, y, cuando salió de allí, fue para marchar a El Escorial y sumirse en una nueva reclusión, que sólo poco a poco fue superando.
Isabel de Valois había sido educada para ejercer correctamente el oficio de reina. Su madre decía de ella en 1560 que “tenía buen carácter y era capaz de hacer las cosas bien si se aplicaba a ellas”. Con apenas veintitrés años lo demostró en la redacción de su propio testamento, en el cual daba licencia a Felipe II para determinar el lugar de su entierro:
  “Porque como le fuy obediente en la vida assy lo quiero ser en la muerte”.

Bibl.: El recibimiento que la Universidad de Alcalá de Henares hizo a los Reyes nuestros señores, quando vinieron de Guadalajara tres días después de su felicísimo casamiento, Alcalá de Henares, Juan de Brocar, 1560; A. Gómez de Castro, Recebimiento que la Imperial ciudad de Toledo hizo a la Magestad de la Reyna nuestra Señora doña Ysabel, hija del Rey Henrico II de Francia, Toledo, Juan de Ayala, 1561; E. Flórez, Memorias de las Reynas Católicas, vol. II, Madrid, Antonio Marín, 1761, págs. 882 y ss.; L. Paris, Négociations, lettres et pièces diverses relatives au règne de François II tirées du portefeuille de Sébastien de l’Aubespine évêque de Limoges, Paris, Imprimerie Royale, 1841; C. de Medicis, Lettres de Catherine de Medicis, publiées par M. le Cte. Hector de la Ferrière, t. I, Paris, Imprimerie Nationale, 1880; L’A Douais (ed.), Dépéchés de M. de Fourquevaux, ambasador du roi Charles IX en Espagne 1565-1572, Paris, Ernest Leroux, 1896, 2 vols.; E. Cabié, Ambassade en Espagne de Jean Ebrard, seigneur de Saint-Sulpice de 1562 à 1565 et mision de ce diplomate dans le même pays en 1566, Albi, 1903; A. González Amezúa y Mayo, Isabel de Valois. Reina de España (1546-1568), Madrid, Dirección General de Relaciones Culturales, 1949; J. Orieaux, Catherine de Médicis, Paris, Flammarion, 1986; A. Martínez Llamas, Isabel de Valois, reina de España, Madrid, Temas de Hoy, 1996; A. Pérez de Tudela Gabaldón, “La entrada en Madrid de la reina Isabel de Valois en 1560”, en Torre de los Lujanes, n.º 35 (1998), págs. 141-166; M. García Barranco, “La Casa de la Reina en tiempos de Isabel de Valois”, en Crónica Nova, n.º 29 (2002), págs. 85-107; M. J. Rodríguez Salgado, “Una perfecta princesa. Casa y vida de la reina Isabel de Valois (1559-1568)”, en Cuadernos de Historia Moderna, 2 (2003), págs. 71-98; G. Parker, Felipe II, Madrid, Alianza Editorial, 2008.




 La influencia francesa en España desde el siglo XVII al XIX.



El idioma y la cultura  francesa progresivamente se impuso como lengua diplomática y como lengua internacional, desde el siglo XVIII, en primer lugar en Europa, y luego a nivel mundial, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, prestigio disminuyó a favor del idioma y la cultura de habla  inglesa. 

La presencia e influencia que tuvo en España y en Europa, el arte galo a lo largo de más de doscientos años, entre los siglos XVII, XVIII y XIX, cuando Francia se convirtió en uno las mayores potencias políticas y económicas del mundo, bajo el reinado de Luis XIV y posteriormente de otros gobernantes.
Retrato del Rey Sol realizado en 1701 por Hyacinthe Rigaud, para su nieto, el rey Felipe V de España, aunque finalmente el lienzo se quedó en Francia.

Esta influencia de Francia sobre España y demas paises viejo continente comenzó en el siglo XVII con la imagen que proyectó un rey absolutista como Luis XIV a los países vecinos y que dotó a su reinado de una imagen muy poderosa. El estilo vino marcado por un tono clasicista, a través de la fundación en París de la Academia Real de Pintura y Escultura (1648), y de las reales manufacturas, que controlan la producción artística de acuerdo con el lenguaje establecido. Aunque este gusto ya permeó bajo el último monarca de los Habsburgo, Carlos II,  está elegancia  francesa se oficializó a lo largo del XVIII con la llegada de los Borbones al trono español, y se extendió durante el siglo XIX y casi llegó a  principios del XX.
Durante ese largo período numerosos coleccionistas, tanto de la realeza como nobles y aristócratas, comenzaron a comprar o encargar pinturas, esculturas, artes suntuarias, moda o dibujos realizados por artistas franceses. Lo que venía de la corte francesa tenía un halo de prestigio que impresionó a muchos de los amantes del arte durante esos siglos de canon francés. Un ejemplo muy característico de finales del siglo XVIII y durante parte del XIX fue la consolidación del retrato como un género dominante por la gran demanda que tuvieron, ya que servían para afianzar la posición social, política o profesional de los retratados.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX, España seguía admirando a Francia pero también supo atraer la atención de numerosos escritores y pintores, no solo del país vecino sino de otros más alejados como el Reino Unido y de otras naciones, gracias a la visión romántica que de nuestro país tenían y a la mirada que autores tan innovadores como Manet tuvieron de nuestro Siglo de Oro de la escuela española, partiendo de las enseñanzas de nuestros maestros, al representar la vida contemporánea a partir de Velázquez y Goya, entre otros representantes de la gran tradición española.

Aunque durante las décadas de 1630 y 1640, bajo el reinado de Luis XIII, confluyeron en una edad de oro para la pintura francesa, lo que animó el mercado del arte. Tras su muerte, Ana de Austria, hermana de Felipe IV, mantuvo el mecenazgo artístico de su marido Luis XIII. No sería hasta la llegada de Luis XIV (el Rey Sol) cuando Francia confirmó su primacía como primera potencia mundial y eso hizo posible que por un lado se proyectará su poder absoluto y a la vez el arte ayudaba a tejer alianzas mediante enlaces matrimoniales e intercambio de objetos artísticos. Dos buenos ejemplos que se pueden admirar en la exposición son un composición de Charles y Heni Beaubrun en la que se puede ver a María Teresa de Francia y el Gran Delfín de Francia o un retrato ecuestre de Jean Nocret con protagonismo del Gran Delfín de Francia, realizado hacia 1665. Sin olvidar el san Juan Bautista pintado por Pierre Mignard en 1688, encargo realizado por Felipe de Orleans para el rey Carlos II, o un buen paisaje de Claudio de Lorena.

Este es un retrato oficial de Felipe V (1683-1746), el primer rey Borbón de España. Nieto de Luis XIV (1638-1715) de Francia, nació en Versalles y fue proclamado rey de España en 1700. Casado dos veces, tuvo numerosos hijos y murió en Madrid en 1746. El rey viste armadura y porta un cetro real. Un yelmo de guerrero descansa sobre una piedra frente a él. Junto con la suntuosa levita bordada y el cíngulo rojo, que denotan su condición de rey, luce las insignias del Toisón de Oro y la banda del Espíritu Santo, símbolos de su dominio español como heredero de la Casa de Borgoña y de sus orígenes franceses. Esta composición se convirtió en el modelo para los retratos oficiales del rey y fue reproducida en innumerables ocasiones por diversos artistas con escasas variaciones. Destaca por su elegancia, refinamiento y distinción, características directamente vinculadas a la pintura francesa de la época, especialmente a la obra de Hyacinthe Rigaud (1659-1743), maestro de Ranc y pintor de cámara de Luis XIV y Luis XV de Francia. Esta pintura forma parte del retrato de la esposa del rey, Isabel de Farnesio (P2330), que también se encuentra en la colección del Museo del Prado. Ambas obras se salvaron del incendio de 1734 en el Palacio del Alcázar de Madrid y fueron trasladadas al Palacio del Buen Retiro.


En 1700, con entronización de Felipe V, se instauró en España la dinastía de los Borbones. El monarca, de origen francés, quiso traer a la corte española lo que conoció en Versalles y París. Inició el Buen Retiro, renovó el interior del Alcázar y emprendió la construcción del palacio y jardines de la Granja de San Ildefonso, en Segovia. Para proyectar su imagen buscó a pintores galos de prestigio. En 1715 llegó a la corte española el pintor Michel-Ange Houasse, del que se exhiben un dibujo y un óleo, al que sucedió Jean Ranc. En 1735 Louis-Michel Van Loo sustituyó a Ranc y se convirtió en el primer pintor del rey, así como en director de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundada en 1752. De su mano salió un retrato de María Antonia Fernanda de Borbón, infanta de España (1737) que también cuelga en la muestra.

El cénit de la cultura francesa quizá coincidiera en la época de Carlos IV, nieto de Felipe V. El interés de este monarca por la pintura, escultura, el mobiliario y las artes suntuarias se manifestó relativamente pronto en su reinado, que se sintió atraído por diferentes objetos de lujo franceses: sedas, bronces, ebanistería y sobre todo la pasión que tuvo por los relojes, acrecentada por el conocimiento del relojero de cámara, François-Louis Godon. Y hay que destacar que la miniatura francesa fue uno de los géneros pictóricos preferidos por la aristocracia española.

La Revolución Francesa trajo consigo cambios profundos, donde la sociedad monárquica y absolutista dio paso durante los años de Napoleón a otra donde la nobleza y la aristocracia tuvieron un mayor protagonismo. Durante los años del imperio napoleónico se desarrolló un cierto neoclasicismo sobrio como se observa en algunos ejemplos de moda presentes en la muestra como ese traje masculino de lino y seda con casaca o en ese otro vestido de mujer estilo Imperio, ambos inspirados en la austeridad de la antigua Roma. Ese reflejo también alcanzó a la pintura como vemos en una escena costumbrista de Jean-Démosthène Dugourc, y en El retrato de María Elena Palafox, marquesa de Ariza (ca. 1815), realizado por  François-Xavier Fabre en la campiña italiana, que revela un ángulo pintoresco, aunque más bucólico y refinado. Y mencionar ese exquisito dibujo de Jean Auguste-Dominique Ingres, al fijar la imagen del Príncipe Achille Murat (1814).

Los años de expansión de Napoleón por Europa y norte de África durante el siglo XIX tuvo un poder transformador, primero por la Guerra de la Independencia (1808-1814), lo que supuso un cambio de paradigma en la visión de España que se tenía hasta entonces. Dentro del ejército francés que invadió España había pintores que captaron tanto escenas de batallas como también retratos. Esos cuadros provocaron que unos años después, hacia la década de los años 30 del siglo XIX, llegaran a España artistas románticos atraídos por lo pintoresco del paisaje y por las costumbres españolas.
 Uno de ellos fue Eugène Delacroix, quien llegó a Cádiz en 1832, junto a otros menos conocidos como Adrien Dauzats y Henri-Pierre-Léon Pharamond Blanchard. Todos ellos generaron un abanico de tipos españoles: mendigos, gitanos, bandoleros y vagabundos, sobre todo. Este gusto por lo español coincide en el tiempo con el reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848), que ansiaba hacerse con una Galerie espagnole para el Louvre aprovechando la inminente desamortización de Mendizábal.

Más adelante otras personalidades como Antonio de Orleans, duque de Montpensier y de Galliera, y Eugenia de Montijo ahondaron en esa idea romántica de España. Antonio de Orleans y su esposa, la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, constituyeron en Sevilla una corte paralela a la de Madrid, a la que Isabel II se refería despectivamente como la «corte chica». Desde su palacio de San Telmo, los duques ejercieron un profuso mecenazgo que incluyó tanto a artistas españoles como a franceses como Alfred Dehodencq, admirador de Velázquez, cuyas obras de temas españoles precedieron a la realizada posteriormente por Gustave Doré.
Madrid también sucumbió a la atracción por los productos franceses, ya que la capital española seguía muy de cerca todo lo que París proyectaba.  En la corte española se puso de moda la ostentación del París del II Imperio. Eugenia de Palafox Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick, conocida popularmente como Eugenia de Montijo, futura esposa de Napoleón III, había nacido en 1826. Se crio en París y ejerció de puente del gusto entre un país y otro.

Como epílogo, El idioma francés se habla de forma nativa por aproximadamente 100.000 personas, principalmente en las zonas de Cataluña, donde hay una comunidad francesa importante. Además, por la proximidad geográfica y los lazos comerciales, el idioma es útil en negocios y turismo, ya que muchos franceses visitan España. 

Hablantes del francés, hablado por el 30% de la población total de la UE.

El francés (français) es una lengua romance procedente del latín hablado. Pertenece al grupo galorromance y es originario del norte de Francia. Se habla principalmente como primera lengua en Europa, destacándose Francia, Bélgica (en Valonia), Suiza (en Romandía), Mónaco y Luxemburgo, así como en Canadá (principalmente en Quebec). Es uno de los cinco idiomas más hablados en el mundo.
Además, es importante destacar que junto al portugués y el inglés, es uno de los 3 idiomas que es oficial en 4 continentes o más.

El francés es cotidiano en 38 países, en los que es oficial o co-oficial (de iure, o de facto): Argelia, Andorra, Bélgica (en la federación Valonia-Bruselas), Benín, Burkina Faso, Burundi, Camerún, Canadá (en Québec, Nouveau-Brunswick, y Ontario), Chad, Comoras, Congo, Côte d’Ivoire, Dominica, Francia (y sus territorios ultramarinos), Gabón, Guinea, Guinea Ecuatorial, Haití, Líbano, Luxemburgo, Madagascar, Malí, Marruecos, Mauricio, Mauritania, Mónaco, Níger, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Ruanda, Santa Lucía, Senegal, Seychelles, Suiza, Togo, Túnez, Vanuatu, Yibuti.




COREA



La Reunificación de Corea es una idea nacionalista coreana de carácter centrípeto que proclama la reunión de Corea del Norte y Corea del Sur en un mismo estado, para que vuelvan a ser un solo país. Además de la importancia social que tendría la unión, algunos analistas creen que una hipotética Corea unificada podría convertirse en una potencia mundial en muy pocos años, debido al potencial tecnológico existente en Corea del Sur. Otros consideran que sucedería algo similar a la reunificación alemana tras la caída del muro de Berlín en 1989 entre Alemania Occidental y la Alemania Oriental, en la que básicamente la Alemania Occidental absorbió a la Oriental con un cierto impacto económico.
 En enero del 2024, sin embargo, el Líder Norcoreano Kim Jong-Un declaró a Corea del Sur como su "principal enemigo" y derrumbó el Arco de Reunificación Coreana, declarando además que su país renunciaba a todo intento de reunificarse con su vecino del Sur.

Diferencias culturales y demográficas entre las Coreas y comparación con la reunificación alemana.

Las culturas de las dos mitades han divergido después de la separación, también así la tradicional cultura coreana y su historia compartida. Además, muchas familias se han separado después de la división de Corea.
La población de Corea del Norte es distinta y está aislada culturalmente de lo que fue la población alemana al final de los años 1980. A diferencia de Alemania del Este, los norcoreanos generalmente no reciben información ni leen publicaciones del extranjero. Tampoco han recorrido ni viajado a ultramar. El Muro de Berlín duró 28 años mientras que Corea lleva dividida más de 70 años.
 Su gobierno totalitario no permite que los ciudadanos adquieran conocimientos más amplios sobre el resto del mundo, dejándolos solo con los conocimientos necesarios para vivir y trabajar en una economía planificada, tal como se ha atestiguado en los desertores de Corea del Norte que ahora viven en el sur. La mayoría de los norcoreanos ni siquiera saben utilizar una computadora.

Durante la época de reunificación alemana la población del Este (16.111.000 aprox.) era casi la cuarta parte de la del Oeste (61.131.000 aprox.), pero la población norcoreana (25.000.000 aprox.) está actualmente alrededor de la mitad de la surcoreana (51 700 000 aprox.).


Por qué Kim Jong-un ha renunciado al ideal de una reunificación con Corea del Sur que priorizaron su padre y su abuelo.


16 diciembre 2024

Kim Jong-un anunció en 2024 el mayor giro ideológico en los 77 años de historia de Corea del Norte.

La reunificación de la península y el pueblo coreano, meta última del Estado comunista fundado en 1947 por su abuelo Kim Il-sung, no solo ha dejado de ser prioritaria, sino que ha renunciado a ella por completo.
El líder de Corea del Norte proclamó que la reunificación ya no es un objetivo y que Corea del Sur pasa a ser “enemigo principal”, título que hasta ahora ostentaba en exclusiva Estados Unidos.
Y no se quedó en meras palabras: Kim desmanteló los organismos de diálogo y cooperación intercoreanos, demolió el simbólico Arco de la Reunificación y finalmente destruyó las carreteras y vías férreas que se habían diseñado para conectar ambos países cuando fueran uno solo.
El término “reunificación” -tongil en coreano- también se retiró de los periódicos, de los libros de texto escolares e incluso de una estación de metro en Pyongyang, renombrada como Moranbong.
Todo esto se produjo en un momento de tensión entre Norte y Sur, pero ambos Estados llevan décadas alternando fases de conflicto y acercamiento sin que por una sola vez se cuestionara el hasta ahora sagrado objetivo de la reunificación.
Entonces, ¿qué hay detrás de este radical cambio de paradigma de Kim?

La importancia de la reunificación

La península de Corea, y el pueblo coreano, se dividen en Norte y Sur desde hace casi ocho décadas.
Parece mucho tiempo, pero no lo es tanto en comparación con los más de 12 siglos en los que su territorio permaneció unido bajo diferentes dinastías e imperios, desde el año 668 hasta 1945.
Es por eso que, cuando estadounidenses y soviéticos se repartieron el país tras la II Guerra Mundial, tanto en el Norte comunista como en el Sur capitalista la secesión se vio como una anomalía histórica que había que corregir cuanto antes.
Kim Il-sung, fundador de Corea del Norte y abuelo del actual líder, lo intentó por la fuerza y estuvo a punto de conseguirlo al invadir el Sur en 1950.

“Kim presionó mucho a Stalin y Mao para que le permitieran invadir Corea del Sur hasta que lo logró en 1950, con el objetivo principal de lograr la reunificación en sus términos tomando el control del Sur”, explica a BBC Mundo el académico Sung-Yoon Lee, profesor de estudios coreanos del Wilson Center en Washinghton DC..

Sin embargo, la Guerra de Corea (1950-53) dejó más de dos millones de muertos de ambos lados y la frontera casi en el mismo lugar que al inicio, lo que consolidó la división del país.
El armisticio que puso fin al conflicto nunca fue reemplazado por un tratado de paz, por lo que hasta hoy Norte y Sur permanecen en estado técnico de guerra y separados por la casi infranqueable Zona Desmilitarizada (DMZ).
Desde entonces, dos sistemas irreconciliables en todo lo demás mantuvieron un ideal en común: la reunificación.
En Corea del Sur, el artículo 4 de la aún vigente Constitución de 1948 establece como objetivo “la reunificación nacional bajo los principios de libertad y democracia pacífica”.
Corea del Norte, por su parte, propone “la reunificación nacional basada en la independencia, la unificación pacífica y la gran unidad nacional”, según el artículo 9 de su carta magna, que también menciona como objetivo previo “la victoria del socialismo”.

¿Reunificación pacífica o por la fuerza?

Pero, ¿cómo volver a unir al país y al pueblo coreano? Ahí es donde difieren ambos Estados, que aspiran a hacerlo en sus respectivos términos.
En Corea del Sur, -con más del doble de población que el Norte y un PIB casi 60 veces mayor según datos de 2023- la opción que más fuerza ha tomado en las últimas décadas es el modelo de Alemania: absorber a su vecino bajo un sistema democrático de libre mercado.
Pyongyang, por su parte, ha aspirado tradicionalmente a imponer el socialismo en toda la península, si bien desde la década de 1980 también ha puesto sobre la mesa la idea de un solo estado confederal con dos sistemas, al estilo de China y Hong Kong.
La reunificación pacífica con la coexistencia de dos sistemas fue, de hecho, el objetivo declarado en la histórica declaración conjunta que firmaron en junio de 2000 el entonces líder norcoreano Kim Jong-il (padre de Kim Jong-un) y el surcoreano Kim Dae-jung pero que, con los años, quedó en papel mojado.
“La unificación por la fuerza, sin importar cuántas vidas se pierdan, siempre ha sido la tarea nacional suprema del régimen de Kim, desde Kim Il-sung hasta Kim Jong-un”, afirma el profesor Lee.
El académico del Wilson Center cree que, en el fondo, “la metodología prioritaria de Pyongyang siempre ha sido el ‘modelo Vietnam’, es decir, obligar a Estados Unidos a abandonar parcialmente el Sur mediante una combinación de fuerza y diplomacia”.
Kim Jong-un instó a modificar la Constitución de Corea del Norte para eliminar las referencias a la reunificación y aludir a Corea del Sur como “Estado hostil”.
Esto, unido a las ya mencionadas medidas como la disolución de organismos de cooperación o las demoliciones de monumentos y vías, marca un sorprendente giro ideológico en el país comunista y plantea la incógnita de qué busca realmente el líder norcoreano.
Analizamos las diferentes hipótesis que tratan de responderla.

Los motivos de Kim

Kim atribuyó su viraje ideológico a “provocaciones” de Corea del Sur y EE.UU. como fortalecer la cooperación con Japón, crear un grupo para coordinar respuestas a un ataque nuclear o expandir el Comando de la ONU.
Sin embargo, en las últimas décadas se han observado frecuentes episodios de tensión en la península de Corea, incluso más graves, sin que por ello el Norte se planteara abandonar el ideal de la reunificación.

¿Por qué lo ha hecho entonces?
Para Ellen Kim, investigadora principal del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIC) con sede en Washington DC, "el régimen norcoreano ya no desea la reunificación, principalmente para preservar su propio sistema".
"Temen la popularidad del cine, la música y las series de televisión surcoreanas entre la generación joven en el Norte", indica la académica a BBC Mundo.
Explica que, "a medida que personas envían desde fuera más información a Corea del Norte, la creciente conciencia pública sobre la prosperidad económica de Corea del Sur y del resto del mundo puede poner en duda el liderazgo de Kim Jong-un".
"Así, la forma más efectiva para que el régimen haga que los norcoreanos se vuelvan contra Corea del Sur es señalar a esta última como el principal enemigo", sentencia.
En términos similares se expresa Cristopher Green, consultor para península de Corea del think tank International Crisis Group (ICG), que piensa que Kim Jong-un trata de poner coto a la “creciente influencia cultural y política de Corea del Sur” sobre la población del Norte.

“Durante los últimos 30 años, la cultura pop surcoreana (sobre todo K-pop, telenovelas y películas) ha irrumpido en Corea del Norte, desafiando el control del régimen sobre la información. Pyongyang ha tratado de detener el flujo de ese tipo de contenido a través de sus fronteras, pero con un éxito limitado”, expone, en una columna publicada en la web del ICG.
El experto destaca que, tras endurecer desde 2020 los castigos por vender o consumir contenidos extranjeros, “el nuevo giro de Kim es el reflejo institucional de una tendencia que se viene desarrollando desde hace varios años” destinada a “preservar la narrativa legitimadora del régimen y mantener el control ideológico”.
Otros expertos creen que el objetivo principal del líder norcoreano es eliminar cualquier posibilidad de que se aplique a la península el antes citado modelo alemán.
“Es natural que Corea del Norte, que sufre crónicas crisis económicas y sistémicas, esté preocupada por la posible unificación mediante absorción. Por eso, su mejor estrategia de supervivencia sería una ruptura política y legal completa con Corea del Sur”, sostiene el académico Bong-geun Jun, asesor para el Noreste de Asia del Instituto Estadounidense para la Paz, en un análisis publicado en su página web.

¿Pura estrategia?

Otros analistas creen que todo responde a una mera estrategia política de Kim Jong-un quien, en el fondo, no renuncia a sus ambiciones de unificar la península. Eso sí, bajo su mandato.
“Podemos especificar en nuestra Constitución la cuestión de ocupar, subyugar y reclamar completamente la República de Corea (Sur) y anexarla como parte del territorio de nuestra república en caso de que estalle una guerra en la península de Corea”, expresó el líder norcoreano el pasado enero.
Para el profesor Sung-Yoon Lee, se trata de “una guerra política” con la que Kim trata de crear desestabilización en el país “enemigo”.

El régimen norcoreano “destaca no sólo en provocaciones calculadas frente a EE.UU. y Corea del Sur, o en el lavado de cerebro de su población, sino también en la manipulación psicológica del pueblo surcoreano, interpreta el académico, que remarca que “la idea de abandonar la reunificación pacífica crea tensión política y social en el Sur”
“No hay razón para creer que Kim Jong-un haya renunciado en algún momento a apoderarse del territorio surcoreano y de su pueblo por la fuerza”, resume Lee.
El experto también cree que, al considerar el Estado surcoreano como “enemigo”, el líder comunista está en una posición más cómoda para justificar acciones hostiles, “desde volar globos cargados de heces hacia el Sur hasta enviar tropas de combate a Rusia para luchar contra Ucrania, o amenazar constantemente con ‘aniquilar’ a Corea del Sur”.
En todo caso, el giro ideológico de Kim llega en un momento crucial en el escenario regional e internacional.

Corea del Norte y Rusia han exhibido su mayor acercamiento desde la Guerra Fría, con el suministro de armamento de Pyongyang -desafiando las sanciones internacionales que Moscú también había aprobado en su momento- y finalmente la entrada de sus tropas en el conflicto de Ucrania.
A esto se suma la incertidumbre ante el cambio de gobierno en Washington tras la victoria electoral en noviembre de Donald Trump, que en su anterior mandato se convirtió en el primer presidente de EE.UU. en reunirse con un líder de Corea del Norte.
El régimen de Kim Jong-un, por su parte, ha seguido reforzando en los últimos años su tecnología y arsenal militares, con misiles y ojivas nucleares cada vez más numerosos, potentes y sofisticados.
Todo esto, según expertos, responde a la estrategia del líder de fortalecer su posición en el escenario internacional, buscando aliados estratégicos que le permitan contrarrestar la presión occidental y proyectar su influencia más allá de la península coreana.




Corea del Norte: Un Viaje a las Costumbres y Tradiciones de un País Aislado.




Corea del Norte, oficialmente la República Popular Democrática de Corea, es quizás uno de los países más enigmáticos y aislados del mundo. Sus costumbres y tradiciones, aunque profundamente arraigadas en la rica historia coreana, han sido moldeadas y, en gran medida, definidas por el régimen político establecido tras su fundación en 1948. Lejos de ser una simple preservación de las formas ancestrales, la cultura norcoreana es un intrincado entramado de folklore tradicional, reinterpretaciones históricas y, sobre todo, una ferviente devoción a la ideología Juche y a la familia Kim.
La comprensión de las costumbres de Corea del Norte requiere contextualizar su evolución a partir de la ocupación japonesa, que dejó una profunda cicatriz en la identidad nacional, y la posterior Guerra de Corea, que consolidó la división de la península y la necesidad percibida de proteger su cultura de influencias externas. El país ha construido una narrativa de autosuficiencia y resistencia, que se manifiesta en todas las facetas de la vida cotidiana, desde las artes hasta las prácticas sociales. Este compromiso con la identidad propia, sin embargo, se ha visto acompañado de un control estatal omnipresente que limita severamente la expresión individual.
Este artículo pretende ofrecer una inmersión profunda en las peculiaridades culturales de Corea del Norte, explorando cómo las tradiciones ancestrales se mezclan con la propaganda política, y cómo la ideología Juche ha permeado cada aspecto de la vida social y artística. Examinaremos el papel del arte, la música, el cine y la literatura como herramientas para la educación ideológica y la consolidación del poder, y cómo estas manifestaciones culturales reflejan el culto a la personalidad que rodea a sus líderes.

Influencia Histórica y Juche.

La base de la cultura contemporánea de Corea del Norte reside en la cultura tradicional coreana, con sus valores confucianos de jerarquía, respeto a los ancianos y énfasis en la colectividad. Sin embargo, la historia reciente del país ha ejercido una influencia igualmente significativa. La ocupación japonesa (1910-1945) provocó un fuerte sentimiento nacionalista y un deseo de preservar la identidad cultural coreana frente a la imposición de la cultura japonesa. Tras la liberación, y especialmente con la creación de la República Popular Democrática de Corea, este deseo se tradujo en una política de autosuficiencia cultural.
La clave para entender la cultura norcoreana es la ideología Juche, proclamada por Kim Il-sung en la década de 1960. Juche, que se traduce aproximadamente como "autosuficiencia", enfatiza la independencia en todos los ámbitos: político, económico y cultural. En el ámbito cultural, la ideología Juche promueve la creatividad y el poder productivo de la clase obrera, instando a los artistas y escritores a crear obras que reflejen los valores socialistas y el espíritu revolucionario. Se busca la inspiración en el pasado, pero filtrada a través de la lente de esta ideología, suprimiendo cualquier elemento considerado "reaccionario".
Esta influencia de Juche se manifiesta en la forma en que se aborda la historia y la tradición. Se celebra el heroísmo de los antepasados que lucharon contra la opresión extranjera, y se reinterpretan los mitos y leyendas para que reflejen los valores socialistas. El folklore coreano se utiliza como fuente de inspiración, pero se le infunde un nuevo significado, enfatizando la importancia del colectivo y la lealtad al líder. La búsqueda de una identidad cultural “pura” se convierte entonces en una herramienta política para legitimar el régimen y su visión del mundo.


Arte como Herramienta Ideológica.

Corea del Norte: propaganda, austeridad y poder.

En Corea del Norte, el arte no se considera una expresión libre, sino una herramienta poderosa para la educación ideológica y la movilización política. Todas las formas de arte – pintura, escultura, música, danza, teatro – están al servicio del Estado y del Partido de los Trabajadores de Corea (PTC). Su propósito principal es inculcar la ideología Juche, glorificar al "gran líder" y sus sucesores, y promover la reunificación coreana bajo los términos dictados por el régimen. Esto significa que los artistas no tienen la libertad de elegir sus temas o estilos; deben seguir las directrices establecidas por el Estado.
Los temas comunes en la expresión cultural norcoreana incluyen el martirio durante la lucha revolucionaria, la felicidad de la sociedad socialista, la grandeza del líder y el progreso del país. Las obras de arte están diseñadas para inspirar patriotismo, lealtad y devoción al Partido. Esta ideología se transmite mediante representaciones heroicas de soldados, trabajadores y campesinos, así como a través de retratos idealizados de la familia Kim. El estilo artístico es generalmente realista, con un énfasis en la precisión y el detalle, pero siempre al servicio de un mensaje político claro.
Una manifestación particular de este control ideológico es el uso de "escuadrones de propaganda de arte" que viajan a las provincias para realizar presentaciones culturales. Estos espectáculos, que combinan música, danza y teatro, tienen como objetivo llevar el mensaje del régimen a las masas. El arte se convierte en una forma de comunicación directa, un medio para reformar las conciencias y reforzar la cohesión social. El arte es considerado un derecho exclusivo de la nación y debe ser la única forma de expresión artística.

Control Estatal de la Cultura

El Estado y el Partido de los Trabajadores de Corea (PTC) ejercen un control absoluto sobre la producción cultural en Corea del Norte. Organizaciones como el Departamento de Propaganda y Agitación y el Departamento de Cultura y Artes son responsables de supervisar y dirigir todas las actividades artísticas y literarias. Los artistas y escritores deben ser miembros de la Unión de Artistas de Corea, una organización estatal que certifica su fidelidad al régimen. La libertad de expresión es prácticamente inexistente, y cualquier obra que se considere crítica con el gobierno o que cuestione la ideología Juche es severamente censurada o prohibida.
La falta de acceso a influencias culturales foráneas es otra característica distintiva del sistema cultural norcoreano. Se imponen restricciones estrictas a la importación de libros, música, películas y otras formas de entretenimiento. La población tiene poca o ninguna exposición a la cultura occidental, y la información sobre el mundo exterior está fuertemente controlada. Esta política de aislamiento cultural tiene como objetivo proteger a la población de ideas consideradas "peligrosas" "decadentes", y reforzar la lealtad al régimen.
Este control se extiende incluso a la vida privada. La elección de nombres para los niños, la ropa que se usa y la música que se escucha están sujetos a la aprobación del Estado. Se promueven estilos y temas considerados la única expresión del espíritu de la nación coreana, tomando de lo mejor del pasado, pero reinterpretado según las exigencias ideológicas del régimen. Esta omnipresencia del control estatal crea un ambiente cultural sumamente homogéneo y restrictivo.

Música y Ópera Revolucionaria.
Un teatro grandioso, inquietante y simbólico.

La música en Corea del Norte está profundamente entrelazada con la política. Las canciones folklóricas coreanas tradicionales se han adaptado y transformado para incluir temas revolucionarios y glorificar al líder. Las composiciones originales suelen ser himnos patrióticos que ensalzan la grandeza del país, la sabiduría del líder y la felicidad del pueblo. La música se utiliza como una herramienta para la educación social y para fortalecer el espíritu colectivo. Himnos como "Larga Vida y Buena Salud al Líder" y "Diez Millones de Bombas Humanas para Kim Il Sung" son ejemplos paradigmáticos de esta propaganda musical.
Las "óperas revolucionarias" son una forma de arte particularmente importante en Corea del Norte. Estas óperas, basadas en las óperas tradicionales coreanas (ch'angguk), narran historias de heroísmo, sacrificio y lealtad al Partido. A menudo, presentan personajes que luchan contra la opresión extranjera o que se dedican a la construcción del socialismo. La música y la letra de estas óperas están diseñadas para inspirar emociones fuertes y para reforzar la ideología Juche. La ópera en Corea del Norte es una poderosa herramienta de comunicación ideológica y un espectáculo masivo que involucra a cientos de artistas.
Además de las óperas, la música instrumental y la danza también se utilizan para promover la ideología del régimen. Las orquestas y los grupos de danza estatales realizan presentaciones regulares en todo el país, y sus espectáculos suelen incluir coreografías complejas y elaborados vestuarios. La música y la danza se utilizan para crear un ambiente de entusiasmo y devoción al líder, y para promover un sentido de unidad nacional. La música popular, fuera del control estatal, es prácticamente inexistente.

Cine y Propaganda

El cine es considerado en Corea del Norte "el más poderoso medio para educar a las masas". Todas las películas son producidas por el gobierno y están diseñadas para promover la ideología Juche, glorificar al líder y movilizar a la población. Las películas suelen narrar historias de heroísmo revolucionario, sacrificio personal y la lucha contra el imperialismo. Es raro encontrar películas que no tengan un mensaje político claro. La producción de cine es un asunto de estado y, por lo tanto, está sometida a un estricto control ideológico.

Películas como "An Jung-geun dispara a Ito Hirobumi," que cuenta la historia del asesino que mató al Residente-general japonés en 1909, son ejemplos de cómo el cine se utiliza para reinterpretar la historia y promover el nacionalismo. Esta película se enfoca en la importancia de un liderazgo unificado y en la valentía de un patriota que luchó contra la opresión extranjera. Otras películas populares incluyen dramas históricos, películas de guerra y comedias que presentan personajes estereotipados que encarnan los valores socialistas.
El acceso a películas extranjeras es extremadamente limitado. Solo se muestran películas aprobadas por el gobierno, y estas son cuidadosamente seleccionadas para evitar cualquier influencia negativa. El cine se convierte en una herramienta para moldear la percepción de la realidad en la población y para reforzar la narrativa oficial del régimen. Incluso los festivales de cine son ocasiones para exhibir películas que promueven el mensaje y los valores del gobierno.

Literatura al Servicio del Régimen.

Un régimen opresivo controla la percepción

Al igual que otras formas de arte, la literatura en Corea del Norte está al servicio del Estado y del Partido. La literatura debe reflejar la ideología Juche, glorificar al líder y promover la construcción del socialismo. Los escritores están sujetos a una estricta censura y deben seguir las directrices establecidas por el Departamento de Propaganda y Agitación. La libertad creativa es prácticamente inexistente, y cualquier obra que se considere crítica con el gobierno o que cuestione la ideología Juche es severamente reprimida.
Kim Il-sung se describía a sí mismo como un escritor de "obras maestras clásicas", y sus novelas son considerados "prototipos y modelos de la literatura Juche." Estas obras, que narran la lucha contra el imperialismo japonés y la construcción del socialismo, son obligatorias en los programas educativos. La literatura se utiliza para transmitir los valores del régimen a las nuevas generaciones y para inculcarles un sentido de lealtad al líder.
La poesía, el teatro y los cuentos también se utilizan para promover la ideología Juche. Los cuentos de hadas tradicionales han sido transformados para incluir temas revolucionarios y para glorificar a la familia Kim. El teatro suele representar obras que exaltan el heroísmo de los soldados y trabajadores, y que promueven la unidad nacional. La literatura, en Corea del Norte, es una herramienta para la propaganda y para la movilización política.
Las costumbres de Corea del Norte son, en última instancia, un reflejo de la compleja interacción entre la tradición coreana y el control estatal omnipresente. Si bien la cultura norcoreana conserva elementos de su rico pasado, estos han sido reinterpretados y moldeados por la ideología Juche y por el culto a la personalidad. El arte, la música, el cine y la literatura se han convertido en herramientas poderosas para la propaganda y la movilización política, y la libertad de expresión es prácticamente inexistente.
Comprender la cultura norcoreana es crucial para comprender a este país aislado y su visión del mundo. Es importante recordar que las tradiciones de Corea del Norte, aunque profundamente arraigadas en la historia, están sujetas a un control político riguroso. El aislamiento del país y la falta de acceso a influencias externas han creado un ambiente cultural único y restrictivo.
A pesar de las limitaciones impuestas por el régimen, la cultura norcoreana sigue siendo una expresión de la identidad nacional y de la resistencia a la opresión extranjera. La fascinación por las costumbres de Corea del Norte persiste, impulsada por el deseo de comprender un mundo tan diferente y aislado del nuestro, y por el anhelo de vislumbrar la realidad detrás de la cortina de propaganda.



Corea del sur: cultura, globalización y cambio social.




Diciembre 2017
Nayelli López Rocha
Andrii Ryzhkov

RESUMEN

Corea del Sur ha logrado posicionarse mundialmente como un país de rápido desarrollo, de economía fuerte, caracterizado como un actor diligente, que participa activamente en la dinámica global. En las últimas décadas ha fungido como un país "modelo" bajo el discurso de haber logrado una rápida transformación: salió de las cenizas para convertirse en un país donante en un periodo récord. Aunque esta transformación se debe en gran medida al proceso democratizador y a la fuerza que trajo la liberalización de los mercados mundiales, en este trabajo se analiza cómo el país asiático ha enfrentado el proceso de la globalización pero desde la estructura social. Se indaga por las implicaciones que tiene en la sociedad coreana y su cultura la inserción del país al proceso de globalización, además de las manifestaciones sociales que en la actualidad revelan escenarios de choque y conflicto entre los diferentes grupos de la sociedad.

INTRODUCCIÓN

La República de Corea es un país que, desde el discurso oficial y ante los ojos de la comunidad internacional, ha logrado insertarse de manera óptima al proceso de modernización que se llevó a cabo desde las últimas décadas del siglo pasado. Empujado por la liberación de las prácticas económico-capitalistas avivadas por la interconexión mundial, Corea del Sur logró ejecutar un desarrollo económico acelerado que lo insertaría de manera casi simultánea a los procesos que desencadenó mundialmente la globalización. Esto lo forzó a satisfacer las demandas que este proceso mundial exige a los Estados y sus comunidades, para convertirse en países confiables y aptos para la interacción comercial y la negociación en la arena internacional. Así, el país asiático tuvo que enfrentar de manera vertiginosa una rápida adaptación estructural, no sólo hacia el exterior, sino también hacia el interior.
El proceso para lograr el desarrollo económico de Corea, iniciado en la década de los sesenta del siglo anterior, no es más una sorpresa para la comunidad internacional en la actualidad (Nelson y Pack, 1999). Corea ha sido identificada por los imaginarios públicos en las últimas dos décadas, como un país que ha sabido aprovechar, no solo los recursos humanos y tecnológicos, sino también su política exterior, escalando en espacios de injerencia internacional, posicionándose en áreas estratégicas para la toma de decisiones en el ámbito mundial a través de su presencia en diversos organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización para el Desarrollo Económico (OCDE) o el G-20 (Nelson y Pack, 1999).
Esta habilidad para impactar en el espacio internacional, también le ha permitido transmutar para priorizar sus intereses en las últimas décadas y, junto con ello, reestructurar las estrategias para llegar a diversas sociedades en las que Corea ha puesto su interés, principalmente para el intercambio económico.
Desde esta perspectiva, los procesos de modernización y de globalización de Corea, que en su momento implicaron el proceso democratizador del país, se pueden catalogar como exitosos pero, ¿cómo ha enfrentado Corea el cambio sociocultural que se requiere para mantener el proceso de desarrollo en la nueva dinámica globalizadora? Pues uno de los grandes cuestionamientos del "Milagro coreano" es precisamente la brecha que se generó entre el desarrollo social y el desarrollo económico del país.
Para lograr algunas respuestas a este interrogante, en este trabajo se analiza la manera en la que la República de Corea ha enfrentado los cambios socioculturales que el proceso de globalización requiere. Se explora también si estas transformaciones coinciden con la imagen que se promueve a través de su política exterior donde se enfatiza, en diversos niveles, su imagen como un país moderno, exitoso, desarrollado, etc., que pueda, en palabras de Samuel Koo, llegar a ser uno de los países líderes más importantes.
Para sustentar esta investigación se hará una revisión del concepto de globalización aproximándonos a las definiciones más generales que discuten las características y las dimensiones de este, tomando en cuenta el concepto que definió al proceso globalizatorio de Corea en su momento. Posteriormente, se indaga cómo este fenómeno mundial ha impactado en la República de Corea, principalmente sus implicaciones en la sociedad coreana, a partir de una reflexión acerca del impacto de la implementación de una política globalizatoria dos décadas atrás. Para hacer este estudio se analizan textos que han explicado desde diversas perspectivas la globalización y, específicamente, el caso de la República de Corea.
 La investigación también se sustenta en información recopilada en trabajo de campo y la observación participante aplicada en este país5. Esto servirá para establecer un diálogo entre el posicionamiento formal, desde el Estado, y los eventos en la realidad de la sociedad coreana que evidencian el impacto del proceso de la globalización en la Corea actual.

EL PROCESO DE GLOBALIZACIÓN.

El discurso de la globalización en el periodo contemporáneo, más allá de la definición del concepto, rescata diferentes perspectivas que intentan definir los orígenes y el desarrollo de este fenómeno mundial, que está presente en la vida de los habitantes del mundo, pero que aún no se puede caracterizar del todo.
Existen posicionamientos que evidencian la dificultad para coincidir en la definición de la globalización, como afirma Serna (2012). El discurso de la globalización tiene coincidencias en el sentido de que esta "es", perspectiva afirmada por Batelson (citado en Serna, 2012), y compartida por García Canclini (1999), quien asevera que la mayoría de los estudios confirman su existencia, pero no coinciden ni se ponen de acuerdo en lo que la globalización "es", es decir, se confirma que existe, pero no se coincide aún en una definición.
Serna (2012) también expone en su libro, que Goran Therborn identifica la existencia de cinco discursos sobre la globalización que predominan tanto en la academia como en la discusión periodística, a saber:
A. Discurso de la economía y la competitividad. B. Discurso sociocrítico. C. Discurso de la (impotencia del Estado. D. Discurso cultural y E. Discurso de la ecología planetaria. Therborn conceptualiza a la globalización como: tendencias hacia el alcance mundial, impacto o interconexión de los fenómenos sociales o hacia una conciencia mundial entre los actores sociales. Therborn prefiere hablar de globalizaciones, reconociendo los múltiples procesos sociales implícitos en este fenómeno mundial.
Lo que señala el autor es que debe aceptarse que la idea de que el mundo entero ha estado inmerso en un proceso creciente de integración no es precisamente novedosa pues desde el siglo XIX, autores como Carlos Marx observaron cómo el capitalismo estaba alcanzando niveles mundiales (Serna, 2012).
Una de las reflexiones más interesantes que nos proporciona el trabajo de Serna (2012)es la que hace sobre Emmanuel Wallerstein, quien enfatiza el uso de la categoría del Estado-nación por excelencia para analizar las problemáticas que sucedían en el mundo. La aportación de Wallerstein es establecer una nueva categoría para el análisis de los fenómenos sociales a partir de la noción de sistemas-mundo que enfatizan, en palabras de Serna, las formas de organización social de alcance transnacional (2012).
Entendemos, entonces, que la noción de la globalización ha existido desde tiempos antiguos, previos a la era moderna y, consecuentemente, posmoderna, reflexión que también rescata Ianni (1996), al explicar que "Desde que el capitalismo se desarrolló en Europa, siempre presentó connotaciones internacionales, multinacionales, transnacionales, mundiales, desarrolladas en el interior de la acumulación originaria, del mercantilismo, el colonialismo, el imperialismo, la dependencia, la interdependencia".
Lo interesante de esta revisión es entender las categorías de análisis que se utilizan para describir los fenómenos sociales que están inevitablemente interconectados ante la dinamización que genera la globalización. Esta revisión nos permite también entender que la globalización puede ser analizada desde diferentes aproximaciones, y en este espacio se dará prioridad a enfatizar su impacto en la estructura sociocultural de cada grupo humano, sin dejar de entender que la repercusión de otras categorías, como la económica o política, influye de una u otra manera en la forma en la que se aproxima al estudio de la globalización.
Por ello, en este trabajo se retoma esta perspectiva social y, consecuentemente, cultural del proceso globalizatorio, a partir del análisis del proceso de globalización en la República de Corea. Se enfatizará el rol del Estado como la parte estructural de la nación coreana, y se reflexionará sobre el rol de este en la integración del país y su sociedad al proceso globalizatorio.
Se busca demostrar que al enfrentar los procesos de globalización, la República de Corea ha priorizado el desarrollo de ciertos sectores como el económico, el tecnológico y el político, sectores que van de la mano con la estructura del Estado, pero que la estructura sociocultural no ha sido constituida de una manera integral. Este desarrollo unilateral evidencia problemáticas sociales, minimizadas desde el discurso oficial del Estado pues empañan el proceso de desarrollo con el que tan a menudo se le asocia actualmente a la República de Corea en el contexto mundial.
Para entender estas tendencias unilaterales del proceso globalizatorio de Corea indagaremos: ¿cómo ha enfrentado la República de Corea los procesos sociales y culturales que la inserción a la globalización implica?, y ¿cuáles son las expresiones dentro de la sociedad que evidencian conflicto y desacuerdo social al proceso globalizador? En el siguiente apartado se aborda, entonces, la globalización coreana desde la perspectiva sociocultural.

CULTURA, GLOBALIZACIÓN Y CAMBIO SOCIAL.

Para poder confirmar los supuestos planteados en la primera parte de este trabajo, en este apartado se abordará el análisis de diversos conceptos que permitirán reflexionar sobre la sociedad surcoreana ante los procesos de globalización en el periodo actual, es decir, se abordará este concepto pero delimitándolo a las discusiones que se dan en torno al fenómeno, y sus relaciones con lo social y lo cultural.
Brunner (citado en Ponce, 1998) señala que las sociedades contemporáneas se enfrentan a procesos de transformación abrazados por la globalización. Nos dice que "mientras el concepto de globalización procura dar cuenta de la novedad de un capitalismo que ha extendido sus límites hasta los confines del planeta, envolviéndolo en la lógica de los mercados y las redes de información, la idea de posmodernidad pretende expresar el estilo cultural correspondiente a esa realidad global". 
Agrega Brunner que la realidad cultural posmoderna-descentrada, movible, hecha de múltiples fragmentos se constituye en "autorreflexiva y muchas veces irónica de sí misma" (Ponce, 1998).
Por su parte, Gibernau (1996) define a la globalización como "la intensificación de las relaciones sociales en todo el mundo que unen localidades distintas de tal manera que lo que sucede en lo local está moldeado por eventos que ocurren a millas de distancia y viceversa", y enfatiza la interconexión que existe entre los espacios locales y lo foráneo o no local, y el impacto que esta interconexión genera en los diversos espacios de contacto social, cultural, virtual, etc.
Nos dice Guibernau que se puede hacer referencia a la globalización desde tres perspectivas: la primera, desde el carácter global de los sistemas de los Estados-nación, donde estos son los actores políticos por excelencia en la escala global; la segunda, desde el rol del capitalismo como una influencia globalizadora fundamental que toca el orden económico; y la tercera, desde la creación de una comunidad científica global dentro de un constante flujo de información el cual permite la difusión de las ideas (1996). Si reflexionamos un poco sobre el apartado previo, podemos ver que las definiciones de Gibernau coinciden en su primera perspectiva de la globalización, con el señalamiento que hacía Wallerstein (citado en Serna, 2012). De igual manera, su segunda perspectiva coincide con lo que señalaban Ianni (1996) y Serna (2012) en relación con autores como Marx, Weber, Spencer y otros, quienes reconocían un proceso de circulación del capital en el mundo.
Otras definiciones de la globalización, como la de García (1999), nos dicen que esta es un "objeto no identificado", revelando la complejidad para analizar el fenómeno en sí mismo. García plantea que la globalización no es solo un conjunto de estrategias de grandes corporaciones por apropiarse de los recursos naturales y culturales de otros países, sino también, el horizonte imaginado por sujetos colectivos e individuales a fin de insertar sus productos en mercados más amplios (1999). En este sentido, podemos entender que el impacto cultural y social de la globalización, no radica solo en la transferencia cultural de los individuos y sus sociedades, sino en los nuevos significados que se generan a través de esta transferencia de rasgos, características y prácticas culturales.
Retomando a Brunner (citado en Ponce, 1998), a Gibernau (1996) y a García (1999), se podría coincidir entonces en el hecho de que los factores que hacen a la globalización del mundo actual particular, en relación con los procesos históricos en los que el mundo se ha interconectado, analizados desde la estructura formal del Estado-nación, son los factores tecnológicos que impactan directamente en las relaciones entre los individuos, pues estos permiten un flujo continuo y constante de información entre los actores sociales, quienes pueden llevar a cabo un intercambio de ideas que van cargadas de sus propias interpretaciones culturales de un mismo mundo. Este intercambio de ideas en espacios virtuales o territoriales da paso a la organización social transnacional que puede derivar en diferentes tipos de acción social, pero ya no necesariamente dentro de una estructura contenedora como la del Estado-nación. Esta aproximación permite entender también que los individuos, como integrantes de una sociedad, adquieren un rol activo en la caracterización de la globalización en el contexto actual, pues pese a no ser integrados directamente por el Estado o por los grupos de poder que toman las decisiones sobre las dinámicas nacionales de interacción global, sí llevan a cabo acciones cotidianas que repercuten en la forma en la que un Estado-nación enfrenta un proceso globalizatorio.
Coincidiendo con que el proceso posmodernizatorio, como señala Bruner, es la expresión cultural del proceso de la globalización, podemos entonces decir que dependiendo de cada cultura el proceso globalizador tendrá una manifestación específica y peculiar, que algunos podrán coincidentemente llamar posmodernidad o no. Pero lo que resalta en esta reflexión es entender la importancia del aspecto social y cultural que no puede, por ningún motivo, minimizarse, obviarse, o no ser considerado importante ante el proceso globalizador.
Es en este punto donde cabe la reflexión acerca del proceso en el que la República de Corea ha enfrentado a la globalización, es decir, entender cómo en el contexto de la dinámica global, el país asiático ha podido integrarse a una dinámica no solo de intercambio comercial a partir de su crecimiento económico y político, sino también, cómo a nivel cultural y social se ha dado la inserción de esta sociedad a la dinámica global y cómo se ha interpretado desde su vida cotidiana el cambio o reajuste que demanda el proceso de globalización para su subsistencia como sociedad democrática, moderna, tecnologizada, apegada a las normas internacionales de seguridad social, etc.

 COREA DEL SUR Y LA GLOBALIZACIÓN

Si partimos del hecho de que Corea es un país con una presencia internacional en la esfera política a través de organismos mundiales como la ONU, el G-20, la OCDE, por mencionar algunos, y sumamos la presencia económica que el país tiene cuando se ubica en la 15a economía del mundo6, representada a través de sus grandes conglomerados que han logrado transnacionalizar sus productos a partir de diversos acuerdos comerciales con múltiples países, podemos entonces aseverar que el proceso globalizatorio enfrentado por el mundo ha sido un vehículo óptimo no solo para el desarrollo económico de Corea en los últimos años, sino que también ha servido para potencializar su posicionamiento como un actor político relevante en la escena mundial.
Según Samuel Kim (2000), es en 1995 que emerge una "fiebre por la globalización, de donde surge el término en coreano segyehwa", la palabra intentaba abrazar la dimensión política, cultural y social. Este proceso se da bajo el mandato del presidente Kim Young-sam, que al representar el primer Gobierno civil, generó reformas y nuevas estrategias para la administración del país. Como menciona Saxer,
...desde el 17 de noviembre de 1994, después de su participación en la cumbre de APEC, el presidente Kim Young-sam, anunció una política de globalización con el propósito explícito de hacer del país una nación avanzada.
La política tenía la propuesta de (1) crear una nación de primer nivel; (2) racionalizar todos los aspectos de la vida; (3) mantener la unidad nacional sobreponiéndola a las diferencias generacionales, regionales y de clase; (4) reforzar la identidad nacional de Corea como la base de una globalización exitosa; y (5) mejorar el sentido de comunidad con toda la humanidad. Para poder conseguir estas metas sería necesario mejorar la eficiencia económica promoviendo la autonomía, la competencia y la liberalización (s. f.).
Es en este periodo presidencial, según información de Kim, que se establece la necesidad de la democratización para poder participar en organismos internacionales como la OCDE, aseverando que las economías nacionales entrarían a la era de la economía mundial, una era de flujos de información global y de economías sin fronteras, donde la industria cultural llega a posicionarse como una de las más fundamentales (2000). También se le atribuye al Gobierno de Kim Dae-jung la aceleración del "proceso globalizatorio de Corea usando la demanda de Fondo Monetario Internacional para una reforma social y económica" (Shin, 2003).
La fuerza de la globalización coreana se inició en el Gobierno del presidente Kim Dae-jung, a través de un plan estratégico para la mejora del Estado de arriba hacia abajo, especialmente bajo la noción de democracia participativa y del mercado económico como mutuamente complementarios (Kim, 2000). Este modelo de Gobierno fue el que caracterizó el periodo del presidente Kim Dae-jung, quien trató arduamente de conciliar las relaciones entre ambas Coreas persiguiendo siempre la paz para la prosperidad de los pueblos. Esta búsqueda y promoción de la paz le confirió en el año 2000 el Premio Nobel de la Paz, el cual lo colocó en la escena internacional como un dirigente modelo y como un presidente conciliador con el Norte, que se planteó como fin la reunificación de la península. Este reconocimiento le proporcionó al presidente Kim la oportunidad de figurar de manera activa en el plano mundial, siendo reconocido por ser un presidente prodemocrático que apostaba al bienestar social.
Sin embargo, la importancia de la globalización para un país de comercio como Corea, lo forzó a una apertura con las exigencias de la competitividad global (Kim, 2000). No es de sorprender que el significado de segyehwa variara de grupo en grupo: fue un principio estratégico, un eslogan movilizador, una ideología hegemónica, o un nuevo emblema de la identidad nacional para un Estado que aspiraba a avanzar en el estatus de la clase mundial (Kim, 2000), factor que abrió la posibilidad de que cada sector interpretara el proceso de manera diferente. Es decir, pudo ser emitido desde el Estado con intenciones definidas, pero pudo también ser entendido y ejecutado de otra manera desde la sociedad misma.
En uno de los discursos presidenciales del año 2000, la visión del nuevo milenio, donde además de referirse a las transformaciones estructurales de la globalización, se enfatizaba la importancia de que los coreanos estuvieran preparados para adaptarse a los cambios (Kim, 2000), evidenciaba un discurso generalizador que en realidad no especificaba cuáles eran esos cambios para los que debían prepararse y, mucho menos, cómo cada individuo los enfrentaría. Por ejemplo, desde el sector religioso de la sociedad se percibe que:
La Iglesia católica jugó un rol importante en el viaje de Corea del Sur a la democracia, dando refugio a los disidentes y financiando a estudiantes activistas [...] El padre Park Dong ho, dijo que el movimiento democrático de Corea del Sur no introdujo completamente valores como los derechos humanos y la justicia en la sociedad (Wall Street Journal, 2014).
Lo anterior evidencia que cada sector de la sociedad enfrentó el proceso tanto democrático como de la globalización de manera particular.
Así, es evidente que la entrada de Corea a la dinámica globalizadora desde el discurso oficial concentró sus esfuerzos en los aspectos que se consideraron convenientes para una estabilidad económica y un perfeccionamiento de sus prácticas políticas en el espacio internacional, es decir, el fenómeno de la globalización se percibió como una nueva dinámica mundial a la que tendrían que insertarse como país, como también menciona Shin (2003). Esto le sirvió a Corea para empoderarse desde la estructura estatal y lograr gestionar los espacios y los acuerdos con el exterior que generarían el llamativo desarrollo económico coreano y una base comercial fundamentada en el intercambio con otros países a través de las exportaciones. Hasta este punto, el Estado coreano percibía a la globalización, coincidiendo con Gibernau, desde el carácter global de los sistemas de los Estados-nación, donde estos son los actores políticos por excelencia en la escala global (1996). Estos se atribuían el poder de decidir sobre el rumbo de todo un país -que en la realidad es lo que le corresponde-, sin embargo, bajo el principio democrático, lo que queda en cuestión es la toma de decisión unilateral desde el Estado y la no inclusión de la sociedad, cuando las políticas estatales aspiraban a una democracia participativa, al menos desde el discurso oficial.
Es decir, que la República de Corea entendió la necesidad de gestionar desde el Estado hacia la arena internacional, de la misma manera que entendió la impostergable llegada del capitalismo globalizador y su potencial para afianzarse en los mercados exteriores a través de una red interconectada llamada mercado mundial. También, en esta modernización, Corea como Estado entendió la repercusión de los flujos de información transferidos a través de los desarrollos tecnológicos y del potencial que tendría la distribución de la información a través de las nuevas tecnologías.
Este proceso de inserción, desde el discurso modernizador, evidenciaría el éxito del país asiático en lo que refiere a su desarrollo económico y su capacidad política para gestionar nuevas alianzas y socios comerciales estratégicos, que es el discurso con el que se ha asociado a la República de Corea bajo el eslogan del "Milagro coreano" o "Milagro del río Han" en las últimas décadas. No obstante, desde la esfera social y cultural, este discurso no empata tan acordemente con la realidad y tampoco con la forma en la que los individuos coreanos enfrentan esta inserción en la cotidianidad.
Por ejemplo, Samuel Kim también menciona que, a pesar del creciente coro de globalización y globalismo, en el fondo Corea sigue sumida en el capullo del nacionalismo cultural exclusivo, el cual actúa como una poderosa y persistente restricción para este impulso de la globalización (2000), es decir, el proceso de la globalización impacta en las estructuras económica y política, pero la sociedad no lo vive en la misma dimensión. Kim (2000) señala que los coreanos siguen apropiando a la globalización como una meta nacional, es decir desde las estructuras del Estado, y reforzando sentimientos nacionalistas que se contraponen con el proceso de apertura social y cultural que la globalización presupone.
Por otro lado, Shin (2003) menciona, en oposición a la postura de Kim, que los coreanos no ven una contradicción inherente entre el nacionalismo y la globalización, pues él considera que en Corea existe una apropiación nacionalista de la globalización y que hay una intensificación de la identidad étnica como reacción al proceso de globalización (2003). Este argumento permite entender, por un lado, que la inserción de Corea al proceso globalizatorio sí fue planeada, inducida y ejecutada desde la estructura estatal y que, quizá como punto más importante, el resultado de este proceso impactó espontáneamente en la sociedad que, como respuesta a esta fuerza invisible, como señala Canclini, ha generado estrategias para entender el contexto en el que viven su realidad, las cuales se expresan en formas de resistencia como la intensificación de una identidad étnica basada en su imaginario de la pureza-racial de origen del pueblo coreano.
Desde el discurso oficial, donde se consideraron varios aspectos para el desarrollo de segyehwa, reconociendo, entre estos, "el valor estratégico de los coreanos en el exterior, especialmente los coreano-estadounidenses [...] promulgando una ley especial en el año 2000 para los coreanos viviendo en el exterior" (Shin, 2003). 
La intención de esta ley, como bien señala Shin, era reforzar la identidad étnica de los coreanos en el exterior y la globalización e interconexión básicamente a través del internet7. Lo que deja claro Shin (2003) en su estudio, como también lo señala Baker (2009), es la intención de reforzamiento de la identidad étnica que defiende Shin, una consecuencia de la estrategia del Gobierno coreano para su inserción al proceso de globalización.
Este tipo de medidas que se tomaron desde el Gobierno definitivamente fomentan que la sociedad coreana y el Estado coreano sigan confrontándose, es decir, que pese a sus políticas globalizadoras que reflejan un éxito económico y buenos alcances políticos, en el contexto social se siguen derivando una serie de actos ejecutados en la vida diaria de la sociedad coreana que permiten cuestionar directamente el éxito social de su política globalizadora.
Si partimos de que esa ley de reforzamiento de la identidad nacional, por citar alguno de los alcances sociales de estas políticas, se fundamenta en la identidad nacional de la posguerra de la península (1950-1953), donde se resalta el mito de origen del pueblo coreano conocido como mito de Tangun8 como el eje cohesionador de la sociedad coreana, podemos entender la reacción social a esta ley. Por ejemplo, en el mito de fundación se resaltan las cualidades biológicas-étnicas del pueblo coreano que le dan una particularidad humana-divina. La creencia de una descendencia del ancestro mitad dios-mitad humano sustenta la identidad étnica de la Corea actual, donde aún es común escuchar discursos de pureza racial entre los coreanos. Lo alarmante de este reforzamiento identitario es que lo coreano se superpone a la otredad, una otredad situada en individuos que se consideran como ciudadanos de segunda en esta sociedad asiática, como es el caso de los inmigrantes de países del sudeste asiático, o de países considerados pobres o en vías de desarrollo. Casos como el de los migrantes de países provenientes del sureste asiático, individuos de piel oscura o individuos de países que son considerados pobres o menos desarrollados que Corea, son algunos ejemplos por citar.
Se observa así que en los aspectos socio-culturales en el proceso globalizatorio de Corea se seleccionaron elementos que en su momento se consideraron estratégicos. Sin embargo, es pertinente cuestionar cuáles elementos socioculturales son potencializados y cuáles no, para así entender desde qué perspectiva el planteamiento de la globalización para Corea consideraba a su sociedad portadora de su propia cultura, como un grupo con sujetos capaces de insertarse en una nueva dinámica que no solo traería cambios económicos y políticos estructurales al país, sino que requeriría de cambios fundamentales en la forma de percibir al mundo y de entablar relaciones con otras sociedades desde una plataforma democrática y de intercambio justo.

CULTURA Y SOCIEDAD EN LA REPÚBLICA DE COREA, DESAFÍOS ANTE LA GLOBALIZACIÓN

El proceso globalizatorio de la República de Corea, al igual que en otras sociedades, está lleno de anhelos y contradicciones. Uno de los grandes retos de la globalización es, sin duda, generar espacios de interacción bajo procesos democráticos en un entorno de respeto en la realidad social.
Hemos mencionado que, en la actualidad, las sociedades modernas enfrentan grandes dificultades de la globalización dinamizada por la liberación de los mercados, que son institucionalizados en la estructura política y ejecutados desde la estructura económica. Estas acciones pueden satisfacer las expectativas de los grupos que incentivan los acuerdos políticos y comerciales en el mundo, pero quizá, uno de los grandes fallos del mundo globalizado, es su impacto en las sociedades y sus culturas, pues, las interacciones que se dan entre los grupos humanos generan realidades desiguales y, muchas veces, de desventaja para algunos grupos sociales o individuos.

Como menciona García:

La globalización [...] tiene una complejidad multidimensional: en la globalización convergen procesos económicos, financieros, comunicacionales y migratorios que acentúan la interdependencia entre distintas clases sociales, y generan mayor interconexión supranacional que en cualquier época anterior. Es un proceso abierto, que incluye diversas tendencias y efectos, a veces combinables, a veces contradictorios, dentro de una misma sociedad (2002).

Therborn prefiere hablar de globalizaciones, reconociendo los múltiples procesos sociales implícitos en este fenómeno mundial (citado en Serna, 2012), enfatizando la pluralidad de perspectivas que se deben considerar para integrar no solamente a las estructuras gubernamentales y económicas, sino a las estructuras sociales y su cultura a estos procesos globalizatorios.
El caso de la República de Corea es un buen ejemplo de la realidad que García señala en su discusión teórica cuando hace referencia a la multiplicidad de efectos que se generan a través de la globalización. En Corea del Sur, por ejemplo, se analiza desde la parte estructural, por referirnos a la política y la economía, cómo la globalización ha beneficiado el desarrollo del país. Por ejemplo, Shin (2003) mencionaba que Corea es un país que no se ha conflictuado con el proceso globalizatorio, por el contrario, ha sabido aprovechar las bondades del fenómeno mundial y que esto, contrariamente a lo que se argumenta en otros casos, ha permitido reforzar la identidad étnica a través de una apropiación nacionalista de la globalización, como ya se había señalado en el apartado anterior.
 Sin embargo enfatiza claramente, reforzando el argumento que cita de Appadurai (1990), que "Mientras la globalización produce presiones para la 'convergencia', sus efectos son indirectos, mediados por los políticos y las políticas domésticas. En particular, el Estado aun juega un rol proactivo en el modelado del proceso de globalización" (Shin, 2003). 
Apuntando claramente al vacío de representatividad que tiene el conjunto social de Corea. Con esto no descalificamos la organización de la sociedad civil coreana, pues incluso recientemente esta demandó, de una manera activa y participativa, la renuncia de la presidenta Park Geun Hye, la cual ya ha sido destituida por cargos de corrupción.
Shin (2003) también reconoce que específicamente países del este de Asia, como China, Corea y Japón, históricamente han adoptado los beneficios de Occidente para el reforzamiento de sus propios Estados, aseveración que naturaliza la hegemonía del pensamiento occidental sobre otras regiones del mundo, en este caso, del noreste de Asia, y el cual enfatiza también las bondades de la globalización cuando es integrada por países que saben ver oportunidades de desarrollo en la dinámica globalizante; lo que se le escapa explicar son las políticas unilaterales a las que dichos países han recurrido para implementar estos cambios en sus realidades, dejando de lado el aspecto democratizador y de participación integral por cada integrante de sus sociedades, garantizando la igualdad de oportunidades y la equidad social.
Los grupos de poder que pusieron en marcha el proceso globalizatorio de Corea, tanto Gobierno como empresarios, impusieron una narrativa a través del discurso del ideal de la modernidad que invitaba a la sociedad a cambiar formas y prácticas cotidianas que, probablemente, no fueron evidentes en los primeros años, pero que hoy han desembocado en escenarios socioculturales ambiguos, no solo al interior de la sociedad coreana, sino también en sus relaciones con el exterior. Estas realidades no solo impactan en la vida cotidiana, como en muchas otras sociedades tocadas por el neoliberalismo discursado de globalización, sino que han permitido que, en la búsqueda de nuevos mercados y socios comerciales para Corea, el Estado y la élite económica modelen una imagen del país que no corresponde a las características identitarias que definen y representan a la sociedad coreana y, en consecuencia, al país, como es el caso de la imagen que se transmite a través de la cultura pop generada desde la industria del entretenimiento.
Además de provocar, al interior de la sociedad, reacciones que polarizan los posicionamientos de sus individuos, dando paso a discursos y prácticas discriminatorias, marginalizantes o no inclusivas hacia personas de diferente nacionalidad o condición sociocultural, pues la sociedad local no ha sido capaz de procesar los cambios sociales que demandaba el proceso globalizatorio en la vida cotidiana y no solo en el discurso.
La ambigüedad con la que se manifiesta la realidad impactada por la globalización en la sociedad coreana refleja, por un lado, el discurso de un país modelo y ejemplar en el que el proceso de desarrollo económico ha aportado al crecimiento y la estabilidad política y social, pero por otro lado, subraya las carencias socioculturales para entender contextos ajenos y diferentes a través de la adaptación y el diálogo intercultural.
Una de las grandes contradicciones de este proceso globalizador coreano es no haber atendido en su justa dimensión las implicaciones del cambio sociocultural en la sociedad coreana. Era lógico avizorar una influencia cultural de Occidente, como han señalado Berger y Huntington (2002) en relación con la cultura occidental dominante en el proceso de globalización, la que propiciaría una mezcla de elementos provenientes de otras culturas, aquellas que dominan la forma de percibir al mundo y sus realidades en el entorno globalizado, pues estos son de hecho los cambios a los que se tendría que enfrentar la sociedad coreana, más allá de ser a los que se refería el Gobierno cuando desde su discurso exhortaba a sus ciudadanos a estar listos.
Lo que queda claro es que hay una gran contradicción entre la invitación del Gobierno para preparar a sus ciudadanos ante estos cambios, pero por otro lado, no entender que habría un choque cultural que tendría como resultado una hibridación de la cultura local. Al mismo tiempo, si se considera este proceso de adaptación o aculturación que arroja como resultado la hibridación cultural, entonces ¿cómo entender el reforzamiento de una identidad basada en la pureza? Y sobre todo, ¿para qué fomentarla si lo que en realidad se buscaba era la adaptación de la sociedad a los cambios por venir?
La hibridación o adopción de elementos culturales del exterior reinterpretados de manera local en Corea ha sido, como señala Gibernau (2007), aleatoria. Pero sin duda esta hibridación, según García (2009), le ha otorgado a Corea las características para interactuar en el espacio global. Lo que permite nuevamente cuestionar ¿por qué existen prácticas sociales que marginan, discriminan o que acentúan la pobreza en unos y la riqueza en otros, en una sociedad que sigue siendo promovida a través de un discurso de éxito y ejemplo en el escenario global?
No se puede criticar el proceso particular por el que ha pasado Corea en su inserción al escenario global, pues cada país, dentro de sus propios contextos, genera características particulares válidas desde su realidad, reconociendo, como menciona Therborn, los múltiples procesos sociales implícitos en este fenómeno. Sin embargo, existen situaciones pendientes que obligan al análisis y a la reflexión, sobre todo cuando se postula una experiencia particular como un modelo de éxito que debe ser imitado por otras sociedades.
 Temas relevantes como la inequidad de ingresos, la representación femenina en la política, la violencia contra las mujeres, el rechazo a los inmigrantes o extranjeros, la inequidad de oportunidades para los jóvenes, la corrupción, el incremento de la pobreza, etc., son temas sensibles que merecen ser atendidos desde la reflexión y el análisis social y humano.

CONCLUSIONES

Diversas consideraciones para tomar en cuenta aparecen cuando se hace una aproximación al estudio de los cambios socioculturales generados en una sociedad a partir de su inserción al proceso globalizador.
Como se ha mencionado a lo largo de este trabajo, la República de Corea se inserta en el proceso de la globalización a partir de cambios estructurales que, desde las élites del poder político y económico, fluyeron rápidamente hacia la masa social, para iniciar su inserción en la globalización.
Este proceso coincide con dos de las tres perspectivas que señala Gibernau. La primera, desde el carácter global de los sistemas de los Estados-nación, donde estos son los actores políticos por excelencia en la escala global; la segunda, desde el rol del capitalismo como una influencia globalizadora fundamental que toca el orden económico.
Pero el caso particular de Corea, que probablemente se replique en otras sociedades, invita a analizar la globalización como la define García, entendiéndola no solo como un conjunto de estrategias de grandes corporaciones por apropiarse de los recursos naturales y culturales de otros países, sino también, el horizonte imaginado por sujetos colectivos e individuales (1999). Desde esta perspectiva rescatamos la necesidad primaria de entender estos procesos en los que el mundo se inter-conectó en todo su contexto, es decir, dejar de atender a ellos a través de una sola visión promovida por intereses unilaterales o de élites, y visualizar que en tanto sean procesos que impliquen a los grupos sociales, estos deben ser considerados, tomados en cuenta, escuchados, con derecho a opinar sobre esos procesos para que el multidimensionalismo que implica el proceso de la globalización pueda acoplarse a la estructura de cada sociedad y su cultura y no, por el contrario, que cada sociedad se adapte al proceso globalizante.
En el proceso particular de la República de Corea en torno a la globalización se evidencian principios locales que trataron de adaptar la dinámica que el mundo exterior imponía de a poco a diversas sociedades. Según el término coreano para definir la globalización -segyehwa- descrito por Samuel Kim (2000), implica el intento que desde el Estado coreano hubo para retomar los puntos cardinales del proceso globalizatorio al que tuvieron que insertarse en la dinámica mundial, razón por la cual el propio término intentó describir no solo las implicaciones políticas, sino también las culturales y sociales a las que la República tendría que enfrentarse. Las cinco metas establecidas para el proceso globalizatorio que se implementaría en Corea, que se han mencionado, consideraron:
1) crear una nación de primer nivel; 2) racionalizar todos los aspectos de la vida; 3) mantener la unidad nacional sobreponiéndola a las diferencias generacionales, regionales y de clase; 4) reforzar la identidad nacional de Corea como la base de una globalización exitosa; y 5) mejorar el sentido de comunidad con toda la humanidad (Saxer, s. f.).
Pero estas metas estuvieron subsumidas a la mejora de la eficiencia económica la cual promovería la autonomía, la competencia y la liberalización.
Sin embargo, aunque en el discurso se perciben claramente elementos sociales y culturales en todos los puntos, las metas que se establecieron desde un discurso nacionalista distarían sobremanera de la realidad a la que la República de Corea se enfrentaría al poner en marcha su meta principal: la liberalización de su economía. Así, en la meta número tres se resalta la unidad nacional por encima de las diferencias generacionales, factor que evidentemente no se ha logrado. Un ejemplo de ello fue la elección de la última presidenta, quien logró su victoria justamente gracias a las diferencias generacionales que existen aún en la sociedad coreana, donde claramente los adultos mayores y los jóvenes se confrontan por perspectivas opuestas sobre la realidad social de su país. Igualmente, la meta cuatro, reforzar la identidad nacional para una globalización exitosa, punto ya tratado en apartados anteriores, no ha logrado tampoco su cometido pues al existir desigualdad entre los mismos grupos de coreanos por su lugar de nacimiento o su mezcla con otros grupos, se puede hablar de un efecto contraproducente en el reforzamiento de una identidad nacional la cual descarta la otredad. A partir de la meta anterior, la meta cinco evidentemente no logra su cometido, pues aunque el Estado coreano ha implementado estrategias que hablan de multiculturalismo y aceptación de actores no coreanos en su sociedad, en la realidad actual aún hay elementos que evidencian la discriminación y la fobia por personas de origen distinto al coreano.
Quizá una razón para las metas fallidas es justamente el último punto que resalta Saxer (s.f.), pues al dar prevalencia a la eficiencia económica que promovió la autonomía, la competencia y la liberalización, se priorizó nuevamente el factor estructural dejando en un plano secundario elementos fundamentales para un proceso globalizatorio en el que se consideraran a conciencia las implicaciones socioculturales.
Como menciona Samuel Kim, no es de sorprender que el significado de segyehwa variara de grupo en grupo: fue un principio estratégico, un eslogan movilizador, una ideología hegemónica, o un nuevo emblema de la identidad nacional para un Estado que aspiraba a avanzar en el estatus de la clase mundial; la importancia de la globalización para un país de comercio como Corea lo forzó a una apertura con las exigencias de la competitividad global (2000). Lo cual nos permite entender que aunque Corea, desde el discurso oficial, interpretó el proceso de globalización al cual tendrían que insertarse en conjunto con su sociedad, en la realidad aspiraba a lograr, al menos, la internacionalización económica que pudiera dar seguridad y autonomía a un país que no estaba socialmente preparado para una transformación más allá de lo económico, pero que sí necesitaba prepararse para enfrentar la dinámica de la liberalización de los mercados promovida por la globalización.
Así, podemos entender que el proceso de globalización por el cual Corea ha transitado es similar al de otros países. Corea intentó definir en su propio idioma lo que la globalización implicaba, sin embrago, el ajuste social y cultural que este proceso requiere no ha logrado reflejarse en varios aspectos que se consideran fundamentales para lograr una sociedad equitativa, justa, respetuosa e incluyente, todos estos, aspectos que se persiguen de la mano de un país desarrollado.
El proceso globalizatorio nos arroja como individuos a reinterpretar la realidad a partir de las restructuraciones físicas, políticas, económicas, culturales e ideológicas que se han propiciado por lo que denomina García un capitalismo transnacionalizado. Los retos a los que nos enfrentamos como individuos y sociedades son el entendimiento de un cambio social que se da de manera más vertiginosa y el desarrollo pronto de las estrategias de adaptación que nos permitan sobrevivir en la realidad globalizada.
En el caso particular de la República de Corea, se ha mencionado que las prioridades establecidas por el Estado para enfrentar la globalización quedaron lejos de la sociedad, es decir, las estrategias que se implementaron para enfrentar el proceso de la globalización se dieron desde las élites políticas y empresariales, dejando que la sociedad enfrentara estos procesos de la manera que su propia interpretación del fenómeno le permitiera. Esto desembocó en diversos conflictos a nivel social y cultural, como se ha señalado.
Cómo enfrentar los procesos migratorios, el empoderamiento de la mujer, la necesidad de integrarla en la esfera productiva como mano de obra profesional y capacitada, el envejecimiento poblacional, etc.
En este proceso, la República de Corea ha priorizado el desarrollo de los sectores económico-empresarial, tecnológico y político. Estos, sin duda, han puesto al país en la arena internacional a la vista del mundo pero, por otro lado, la esfera sociocultural no ha sido integrada de una manera completa. Es decir, se tomaron de esta los elementos necesarios de manera selectiva para respaldar el proyecto planteado desde el Estado, pero se generaron también choques entre sociedad y Estado que evidencian que el país asiático no ha podido adaptarse al proceso global de manera óptima.
Temas como la xenofobia en contraposición al nacionalismo étnico, la inequidad de ingresos en contraposición a la riqueza de los conglomerados, la violencia contra la mujer en contraposición a la perpetuidad de la sobrevaloración del hombre respaldada por el confucianismo, la inequidad del acceso a la educación en contraposición con la educación en instituciones privilegiadas, la amplitud de la brecha entre el poder adquisitivo de la clase media y la alta, la representatividad de mujeres en el poder en contraposición a la mayoría de los hombres, etc., son temas importantes de atender en el contexto actual de la sociedad coreana. No se puede apelar a ser un país modelo, ejemplo del desarrollo exitoso, cuando existen conflictos y desacuerdos sociales en un país democrático. El ideal sigue siendo, sin duda, apelar a una globalización más humana y justa, que rescate los aciertos y atienda los errores.




EXTRANJEROS EN COREA


A finales de junio de 2025, Corea del Sur tenía alrededor de 2,73 millones de residentes extranjeros, lo que representa aproximadamente el 5,3% de la población total del país. Los grupos más numerosos provienen de China, Vietnam, Estados Unidos, Tailandia y Uzbekistán. La población extranjera ha alcanzado un récord histórico y se ha recuperado y superado el impacto negativo de la pandemia de COVID-19. 

Composición de la población extranjera.

Total: 2,73 millones (a finales de junio de 2025).
Porcentaje de la población total: 5,3%.

Nacionalidades principales:

China: 972.000
Vietnam: 341.000
Estados Unidos: 196.000
Tailandia: 173.000
Uzbekistán: 98.000

Por grupos de edad: Casi la mitad de los residentes extranjeros tiene entre 20 y 30 años.

Por tipo de residencia:

Residencia de larga duración: 2,1 millones
Visitantes de corta estancia: 620.000 

Tendencias

El número de residentes extranjeros ha alcanzado un máximo histórico y ha continuado aumentando en los últimos años.
El número de estudiantes internacionales ha crecido significativamente, superando por primera vez a los inmigrantes por matrimonio en 2023.
Se proyecta que la población no nativa aumentará considerablemente en las próximas décadas, contribuyendo a que Corea del Sur se convierta en un país más multicultural. 


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