María Cristina de Austria. María Cristina de Habsburgo-Lorena. |
María Cristina de Habsburgo-Lorena. Gross Seelowitz, Moravia (República Checa), 21.VII.1858 – Madrid, 6.II.1929. Archiduquesa de Austria, reina de España por su matrimonio con Alfonso XII, regente durante la minoría de edad de su hijo Alfonso XIII. Hija del archiduque Carlos Fernando (1818-1874) y de la archiduquesa Isabel de Austria-Este-Módena (nacida en 1831), recibió en la pila bautismal los nombres de María Cristina, Enriqueta, Felicidad, Deseada, Raniero. Recibió esmerada educación: ya a los doce años dominaba varios idiomas, era una pianista excepcional y cultivaba las Ciencias Políticas y Económicas. Siendo muy joven, el Emperador la nombró abadesa del Noble Capítulo de Nobles Damas Canonesas de Praga (institución que acogía como una digna residencia a las grandes damas sin familia ni recursos, pero que nada tenía que ver con la profesión religiosa), lugar en el que puso ya de manifiesto sus dotes de discreción y prudencia. Al quedar viudo Alfonso XII de su prima María de las Mercedes de Orleans, Cánovas aconsejó el segundo matrimonio del Rey con una Habsburgo, respondiendo a la gran diplomacia de don Antonio. Se trató, pues, de un típico matrimonio de Estado, concertado tras las entrevistas de Arcachon, pero para la joven archiduquesa se convirtió en un matrimonio de amor, que se vería afectado por las infidelidades del Rey. Las bodas se celebraron con gran pompa en la basílica de Atocha, de Madrid, el 29 de noviembre de 1879. Pronto aseguraron la sucesión dos infantitas, María de las Mercedes (nacida el 11 de septiembre de 1880) y María Teresa (nacida el 12 de noviembre de 1882). La prematura muerte de Alfonso XII (25 de noviembre de 1885) convirtió a su viuda en regente, y como tal juró la Constitución ante las Cortes el día 27 de diciembre, pero de momento no se precisó el nombre del sucesor, ya que la Reina estaba embarazada de tres meses. El 17 de mayo de 1886 nació el que desde ese momento sería Rey con el nombre de Alfonso XIII: la regencia de doña María Cristina fue, pues, excepcionalmente larga, ya que se inició antes de que comenzara el reinado del titular. La Regente apenas era conocida del gran público, y no la rodeaba el calor popular que había acompañado a su predecesora en el trono, María de las Mercedes. Pero muy pronto su intachable conducta privada y la estricta pulcritud con que asumió sus deberes constitucionales la hicieron merecedora de un creciente respeto y una generalizada afección por parte del pueblo y de los políticos. En vísperas de la muerte de Alfonso XII, los dos grandes partidos de la Restauración (capitaneados, respectivamente, por Cánovas y por Sagasta) habían llegado a un acuerdo para alternarse pacíficamente en el poder, acuerdo que se conocería luego como Pacto de El Pardo. De hecho, se trataba de un compromiso de solidaridad que, al margen del libre despliegue de sus respectivos programas políticos, les uniría, en la fidelidad al trono, para hacer causa común en caso de que el Régimen se viese amenazado abruptamente, bien desde la extrema derecha monárquica, bien desde la extrema izquierda republicana . Este “sistema centro” funcionó perfectamente durante la Regencia, al margen de que, así como Alfonso XII había mostrado siempre especial afección hacia Cánovas (artífice de la Restauración), que ocupó durante mayor tiempo el poder en los diez años de su reinado, Cristina se sintió siempre más inclinada, personalmente, hacia Sagasta, que había guiado sus primeros pasos al iniciarse la Regencia, y que, a su vez, ocupó mayor tiempo el poder a lo largo de aquélla, sin que ello significase arbitrariedad alguna, en el uso de sus facultades constitucionales, por la Reina. Simplemente, si el reinado del Alfonso XII había significado la construcción del edificio, la etapa abierta por la regencia supuso su consolidación, mediante la democratización de la Monarquía, ya durante lo que se llamó el Gobierno Largo de Sagasta —los cinco primeros años de la Regencia—, época en que tuvo lugar la aprobación del Código Civil, el establecimiento del juicio por jurados y, finalmente, la sustitución de la Ley Electoral Censitaria de Cánovas por la de Sufragio Universal Masculino, restablecida por Sagasta (1890). La paz social quedó firmemente asentada tras el fracaso de Ruiz Zorrilla en el pronunciamiento de 1886, que llevó a cabo el brigadier Villacampa, y la apertura hacia el régimen por parte del sector republicano más prestigioso (posibilismo de Castelar). Asimismo, aquellos años iniciales de la Regencia registraron un notable auge económico: expansión del mercado vinícola al producirse la crisis de la filoxera en Francia, desarrollo industrial de Cataluña (“febre d’or”). Imagen de esta brillante coyuntura sería la gran Exposición Internacional de Barcelona (1888), ocasión en que el niño Rey y la Regente visitaron la Ciudad Condal y recibieron allí el homenaje de todas las escuadras hispanoamericanas. Este alentador panorama sufrió un cambio radical a partir de 1893, en que tuvo lugar la primera guerra de Melilla, superada con dificultad por Martínez Campos; y dos años después rebrotaba el movimiento secesionista cubano, y se iniciaba la guerra de Ultramar, abordada con decisión y energía por Cánovas, y pronto extendida al archipiélago filipino. Si bien en 1897, dominada la situación en Filipinas por Polavieja, y bien encaminada la guerra en Cuba por Weyler, pudieron abrigarse esperanzas de una pacificación condicionada por la promesa de amplias libertades autonómicas para las Antillas —promesa mediante la cual había conjurado Cánovas la amenaza de una intervención armada de los Estados Unidos—, el asesinato del gran político conservador y la llegada de un nuevo Gobierno Sagasta-Moret en noviembre de 1897, que prefirió abandonar la acción militar, relevando a Weyler, y adelantar, como prenda de paz, un amplísimo Estatuto autonómico, sólo sirvió para que la rebelión se hiciera más fuerte, y para que los Estados Unidos, bajo la administración MacKinley, descubrieran su empeño de hacerse con Cuba y Filipinas mediante una alternativa (o la compra de Cuba o la intervención directa en el conflicto). Ningún partido español (salvo el caso de Pí y Margall) se mostró dispuesto a asumir o respaldar la venta de las Antillas —en cuanto se las estimaba, no como colonias, sino como territorio español, y, por consiguiente, no susceptible de ser objeto de transacciones comerciales—; y los norteamericanos buscaron un pretexto para la ruptura —pero ya con la divisa de la libertad para Cuba—, con la famosa voladura de su crucero Maine en aguas de La Habana, que atribuyeron a España. Al producirse el ultimátum, la Regente acudió a todos los medios a su alcance para evitar la guerra, desde la apelación directa a todos los grandes Estados europeos (especialmente a la reina Victoria de Inglaterra, con la que mantenía muy cordiales relaciones personales), y que se tradujo en una tibia mediación de aquéllos, desestimada por el Gobierno de Washington, hasta la patética —pero enérgica— llamada al honor del presidente MacKinley, a través de una entrevista con el embajador Woodford, entrevista hoy bien conocida y que supone una extraordinaria muestra del alto sentido de la justicia y de la dignidad que caracterizaron siempre a la Reina, según reconocería el propio embajador. Pero todo fue inútil, dado el “clima” creado por la llamada “prensa amarilla” en la sociedad americana, que respaldó el decidido empeño de su presidente para hacerse con Cuba. El desastre de la armada española en Cavite (Filipinas) y en Santiago (Cuba) obligó a solicitar un armisticio que daría paso a la Paz de París, en que se decidió la emancipación de Cuba y Puerto Rico y la conversión de Filipinas en protectorado yanqui: aunque también es cierto que la negativa de España a vender Cuba permitió que ésta fuera independiente (cierto que bajo el control norteamericano). La gran crisis de fin de siglo ensombreció los últimos años de la Regencia, si bien cabe decir que de esa gran crisis, que dio paso a las duras críticas “regeneracionistas” contra los gobiernos que llevaron a la catástrofe y contra el mismo sistema de la Restauración, quedó a salvo la Monarquía encarnada por la Regente, cuya conducta intachable no podía ser alcanzada por aquella ofensiva. En 1902 cedió sus poderes a Alfonso XIII, que el 17 de mayo de ese año alcanzó la mayoría de edad requerida por la Constitución, y que prestó el juramento preceptivo en manos del mismo presidente —Sagasta— que lo había recibido de María Cristina en 1885. Pero, contra lo que siempre se ha dicho, la Reina madre no abandonó del todo la política a partir de esa fecha, manteniendo siempre un papel de consejera cerca de su hijo el Rey. Alguna de las crisis registradas al comienzo del reinado personal de Alfonso se debió a su intervención en la sombra; apoyó decididamente a Maura, incluso en 1909, y se mostró adversa a Canalejas —aunque en todo momento Alfonso XIII mantuvo su independencia de criterio y acción como jefe del Estado—. Asimismo —y en este caso con indudable acierto—, María Cristina consideró un error, y un riesgo para la Monarquía, la dictadura de Primo de Rivera. No alcanzó a ver la crisis final de ésta —crisis que arrastraría la del trono—: murió, a consecuencia de una angina de pecho —según la terminología de la época— en el Palacio Real de Madrid (donde había seguido viviendo tras el fin de la Regencia) el 6 de febrero de 1929. El traslado de sus restos al monasterio de El Escorial constituyó un sentido despliegue de fervor popular. Bibl.: G. Routier, L’Espagne en 1897, Paris, 1897; C. García de Polavieja y del Castillo, marqués de Polavieja, Relación documentada de mi política en Cuba, Madrid, Imprenta Emilio Minuesa, 1898; J. Ortega y Rubio, Historia de la Regencia de Doña María Cristina, Madrid, Felipe González Rojas, 1905, 2 vols.; P. Pirala, España y la Regencia, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1907, 3 vols.; A. Martín Alonso, Diez y seis años de Regencia (María Cristina de Habsburgo-Lorena), Barcelona, Viuda de Luis Tasso, 1914; G. Maura Gamazo, duque de Maura, Historia crítica del reinado de D. 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Virtudes de “doña Virtudes”, la regente María Cristina. Monarquía Llegó para contraer matrimonio con Alfonso XII, cuya primera esposa se había convertido en leyenda. Le esperaban mucho trabajo y pocas alegrías 30/12/2020 |
No lo tuvo fácil María Cristina de Habsburgo-Lorena al llegar a España. La recibió un pueblo dolorido aún por la muerte de una reina de leyenda, María de las Mercedes; un rey que buscaba consuelo a su viudez prematura en los brazos de amantes; y un país que le era ajeno en costumbres, lengua y modos de vida. Sin embargo, acabó por convertirse en una de las soberanas españolas más respetadas. Una princesa segundona. María Cristina había nacido en 1858 en Moravia (actual Chequia), parte del Imperio austríaco. Sus padres, los archiduques Carlos Fernando e Isabel de Austria, eran tíos del emperador Francisco José, y pertenecía a una rama que solo participaba de los fastos de la corte de Viena en ceremonias o acontecimientos importantes. María Cristina pudo crecer en un ambiente sin intrigas palaciegas, dedicada a su educación. Recibió la misma que sus hermanos, algo insólito en una mujer de su época. A los dieciocho años hablaba, además del alemán, italiano, francés e inglés, conocía en profundidad materias como filosofía y economía y era una virtuosa del piano. En el Theresianum vienés, internado donde se educaban los varones de la alta nobleza europea, su hermano Federico coincidió con el entonces príncipe Alfonso de Borbón. Tuvieron que pasar diez años para que, tras la muerte de la reina Mercedes en 1878, Alfonso XII recordara a la hermana de su antiguo compañero. El camino hacia el trono. La monarquía española, recién restaurada, necesitaba un heredero. Pero Alfonso, hundido por la desaparición de su primera mujer, no parecía predispuesto a casarse de nuevo. Buscaba consuelo en los brazos de Elena Sanz, una de las voces líricas más cotizadas del momento. Ante la insistencia del jefe de gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, claudicó. De entre las candidatas presentadas por Cánovas, Alfonso XII reparó en la hermana de su compañero de estudios. Además de por sus lazos familiares con el emperador austríaco, María Cristina venía avalada por su fama de mujer discreta, culta y prudente. Se convocó un primer encuentro en Arcachon en 1879, en la costa atlántica francesa. Durante una semana los prometidos compartieron paseos y conversaciones. De regreso a Madrid, el enlace estaba concertado. Alfonso XII lo había zanjado como uno más de los negocios de Estado. María Cristina, en cambio, no tardaría en ver crecer su afecto por él. La reina enamorada. Tras la boda comenzó para ella un auténtico calvario. El rey se mostraba cortés, pero nunca apasionado; el pueblo les deseaba toda clase de venturas, pero sin excesivos alardes de alegría. Luchar contra el fantasma de una reina muerta en plena juventud y contra la sensualidad de una diva que, se decía, esperaba un hijo del rey eran duras batallas para una joven de 21 años. Sin embargo, obtendría al menos el afecto de su marido y el respeto de su pueblo. Fue complicado. En 1880, Elena Sanz dio a luz a un hijo natural de Alfonso XII al que, para despejar dudas, puso el nombre de su padre. Le siguió un segundo varón que fue bautizado Fernando. Poco después la diva se instaló en París, dando por terminado el romance. Desde allí vendería a la Corona cartas y documentos que podían utilizarse a favor del reconocimiento de la filiación real de sus hijos. La sustituyó otra cantante, Adelina Borghi, la Biondina, coqueta, exigente e indiscreta. Tanto que no dudó en vanagloriarse de su relación. Fue la gota que colmó el vaso. María Cristina no toleró que se la pusiera públicamente en evidencia. Amenazó a Cánovas con regresar a su tierra si la Borghi no salía de inmediato del país. Evidentemente, la cantante fue conducida hasta la frontera. Entretanto, María Cristina había dado a luz dos hijas, María de las Mercedes y María Teresa. Parecía una buena época para los reyes. Alfonso comenzó a valorar las cualidades de María Cristina, y lo mismo sucedía con el pueblo, que apreciaba su intensa labor de caridad. Pero Alfonso XII contemplaba con preocupación el empeoramiento de la tuberculosis que arrastraba desde hacía tiempo. En 1885, cuando el monarca falleció, dejó una viuda desconsolada, dos hijas pequeñas y una esperanza: la reina estaba embarazada de tres meses. Dos días después de la muerte del soberano se hacía pública la condición de regente de María Cristina. Al cabo de un mes, de luto riguroso, prestó juramento ante las Cortes. Se comprometía a guardar fidelidad al titular de la Corona, fuese su hija mayor o –en caso de que naciera varón– el hijo que esperaba. Entraba en escena “doña Virtudes”, como el pueblo, atónito ante su sobriedad de costumbres y sentido del deber, la motejó. La regente. María Cristina no vivió más que para la Corona. Se levantaba muy temprano y, tras leer la prensa, se reunía con el presidente del gobierno y luego recibía a los ministros. A ello seguían las audiencias, el trato de la correspondencia, el estudio de proyectos... Había escasos momentos libres. Con el nacimiento de su hijo Alfonso, María Cristina se convertía en regente de una Corona cuyo depositario era un rey-niño. Sus pilares serían Cánovas, como jefe de los conservadores, y Práxedes Mateo Sagasta, que encabezaba las filas progresistas. Ambos se comprometieron a mantener el Pacto de El Pardo, un acuerdo de alternancia política durante el tiempo que durara la regencia, a fin de no hacer tambalear la monarquía. Esta, por otra parte, se veía afianzada por el nacimiento de un varón. Por el hecho de serlo eliminaba la mayor y más peligrosa de las amenazas a la Corona: el carlismo. De haber nacido otra niña, podría haberse repetido lo acontecido durante la minoría de edad de Isabel II. Tras el parto, María Cristina reemprendió sus tareas de gobierno. Fue ganándose el respeto de las fuerzas políticas. Sabía reinar sin inmiscuirse en las tareas gubernativas, observando estrictamente el sistema constitucional. No era tarea fácil. En los dieciséis años en que desempeñó la regencia, hubo de tratar directamente con 84 políticos –entre ministros y jefes de gobierno– y superar 24 crisis de gobierno. España se vio abocada a una guerra que se zanjó con la Paz de París, donde se liquidó el imperio colonial. Precisamente el retraimiento del Estado en relación con la Europa de las alianzas tendría nefastas consecuencias en el orden colonial. En 1898, bajo un gobierno presidido por Sagasta, Estados Unidos acusó a los españoles de la explosión del acorazado Maine en La Habana y manifestó su propósito de declarar la guerra a España. María Cristina, perfecta conocedora de la desigualdad de los medios bélicos de ambos países, y sabiendo que solo podía contar con el apoyo del Imperio austrohúngaro, intentó por todos los medios evitar el enfrentamiento. Fue en vano. España se vio abocada a una guerra que se zanjó con la Paz de París, donde se liquidó el imperio colonial tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Apenas unos meses antes había tenido que afrontar la muerte de Cánovas, asesinado por un anarquista. ¿Un poder en la sombra? Su último acto como regente tuvo lugar el 16 de mayo de 1902, la víspera de que Alfonso XIII cumpliera los 16 años, fuera declarado mayor de edad y se hiciera cargo del gobierno. La unión entre madre e hijo fue tan estrecha que algunos historiadores han querido ver a la regente como la inspiradora de ciertas decisiones políticas del rey. Sin embargo, parece que no fue así. María Cristina asumió su papel de reina madre y se retiró a un segundo plano. Lo que sí es cierto es que, a nivel personal, su ascendiente sobre su hijo fue siempre muy grande. Tanto que se puede asegurar que la profunda depresión en que cayó Alfonso XIII a la muerte de la reina madre en 1929 le impidió hacerse con las riendas del poder al término de la dictadura del general Primo de Rivera. En el ámbito privado, María Cristina permaneció entre bastidores. Tras la boda de Alfonso XIII con la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, esta la relevó de su papel en palacio. La muerte de las infantas María de las Mercedes y María Teresa la sumió en el dolor. Impotente, veía además la degradación progresiva del matrimonio de su hijo y cernirse sobre sus nietos el fantasma de la hemofilia (Victoria Eugenia, nieta de la reina Victoria, era transmisora de la enfermedad). Los últimos veinte años de su vida transcurrieron entre sus habitaciones del Palacio Real de Madrid y sus largas estancias en la residencia de Miramar en San Sebastián, un palacete que había mandado construir y que consideraba su hogar. Contaba con la proximidad de sus nietos. La madrugada del 6 de febrero de 1929, tras sentirse mal, falleció. La muerte le evitaba un último dolor: el de ver caer dos años después la monarquía a la que había consagrado su vida. |
La soledad de María Cristina, la Reina que salvó el prestigio de la Monarquía española en la crisis de 1898. Catorce años después de la muerte de Alfonso XII, durante la traumática crisis por la derrota de nuestro Ejército en Cuba y Filipinas y sus más de 40.000 muertos, el temple, la prudencia y el exquisito respeto democrático de la Reina Regente contribuyeron a mantener el respeto de la Familia Real española Israel Viana 16/10/2020 En los últimos años, María Cristina de Habsburgo-Lorena ha sido noticia por los más diversos motivos . En 2006, la historiadora María Pilar Queralt presentaba su novela, «La pasión de la Reina» , en la que recreaba los seis años de convivencia de nuestra protagonista con Alfonso XII. En 2011, el escritor y fotógrafo vasco Willy Uribe anunciaba el hallazgo de un centenar de fotografías inéditas de ella en una caja de zapatos tirada en la calle. En 2015, la baronesa Carmen Thyssen intentaba vender una joya también de la monarca valorada en dos millones de euros, aunque sin éxito. Sin embargo, en las conmemoraciones de 1998 con motivo del centenario de la pérdida de las última colonias españolas de ultramar y la crisis que acarreó aquel desastre, no se prestó casi ninguna atención a esta figura fundamental de la historia de España: la de la Reina Regente, que asumió el cargo en 1885, cuando falleció su marido de tuberculosis a los 27 años de edad. Una muerte que se produjo cuando ella estaba aún embarazada de tres meses de Alfonso XIII, quien tuvo que esperar a asumir sus funciones constitucionales como jefe de Estado hasta cumplir los 16 años en 1902. Y eso que en aquella España a la que el presidente Práxedes Mateo Sagasta convirtió en una «democracia coronada» —según la calificaba la prensa de la época— mediante el restablecimiento del sufragio universal masculino en 1890, Doña María Cristina fue, según la han calificado algunos historiadores españoles y extranjeros, lo más auténticamente democrático que tuvo el país. Su periplo comenzó con la triste noticia anunciada por el diario «La Época» el 26 de noviembre de 1885: «A las 4.30 horas, Su Majestad sufrió un grave ataque de disnea del que salió muy postrado. El enfermo estaba ya tan débil, que su lucha con la muerte apenas era perceptible. Desde aquel momento, el Rey fue agravándose por momentos y a las 7 volvió a repetirse el ataque. Después se volvió a quedar dormido. Descansaba recostado, casi sentado sobre la cama, con la cabeza apoyada sobre la mano izquierda. Cada aspiración le arrancaba un gesto de dolor. A las 8.30 dirigió algunas palabras a la Reina y luego cayó de nuevo en el sopor. Esta observaba con ansiedad en el rostro de su marido los progresos de la enfermedad. Transcurrieron algunos minutos y Don Alfonso ya no respiraba. La Reina aproximó la mano a su marido y comprobó que su cuerpo estaba frío. El Rey había muerto. “¡Alfonso! ¡Alfonso mío! ¡Dios mío, contesta! ¡Alfonso! ¡Alfonso!”, dijo Doña María Cristina». «La prudencia intachable» Desde que juró la Constitución de 1876 pocos días después, «Doña María Cristina ha sido uno de los mejores monarcas constitucionales de Europa», sentenciaba Lawrence Howel, prestigioso historiador y profesor de la Universidad de Harvard. Y así la describía en 1999 Carlos Seco , miembro de la Real Academia de la Historia (RAH): «La prudencia intachable con la que asumió en todo momento sus deberes a la muerte del Rey, dándole a la co-soberanía consagrada en el texto constitucional una interpretación favorable al otro poder soberano, y la austeridad con la que revistió su vida privada y la de su familia, la convirtieron en un modelo para el conjunto de la sociedad española y aportó al trono un prestigio que le permitió prevalecer sobre la crisis nacional del fin de siglo». Y eso que Maria Cristina no lo tuvo fácil. En primer lugar porque llegó al país como la segunda esposa de Alfonso XII y este todavía daba muestras de estar enamorado de su antigua mujer, María de las Mercedes de Orleans, fallecida en 1878. Y en segundo, porque a la muerte del Rey, sintió la más absoluta soledad en el Palacio del Pardo. No hay que olvidar que era una monarca extranjera, sin su marido y recién embarazada del futuro monarca, que tenía que regir una sociedad que desconocía para ella que iba a sufrir, además, una de las grandes crisis de su historia contemporánea. Ella siempre tuvo claro, sin embargo, que su deber era servir a España con el máximo respeto y siempre por el bien de todos. No parecía importarle el poder por el simple hecho de ostentarlo y así lo dejó claro en alguna ocasión, cuando se definió a sí misma como «un hilo entre dos reyes, así que debo continuar con la misma política de mi marido, que era liberal». Expresó esto incluso aunque ella no lo fuera y a pesar de que la prensa la tenía como la gran valedora de la orientación liberal-democrática de Sagasta, el político que durante la regencia estuvo más tiempo en el poder. «Ya sé que me dicen que me inclino por él —confesó en una ocasión a su cuñada, la Infanta Eulalia—, aunque mis ideas son más afines a las de Cánovas del Castillo. Pero yo podré ser conservadora sin que por eso me sienta obligada a seguir una política reaccionaria». Conservar la Corona. El modelo que había mamado durante su infancia y juventud era, efectivamente, el de su tío, el patriarcal y autoritario Francisco José. Su educación estuvo guiada por una austera orientación católica y su sentido de dignidad regia entroncaba directamente con las ejemplares reinas que ocuparon el trono español en el pasado. Ese contraste hacía mucho más meritorio su comportamiento durante la regencia. «Con esta premisa se atenía a dos objetivos fundamentales: la conservación de la Corona y, en función de ello, un respeto absoluto a cuanto le exigían las normas constitucionales vigentes», explicaba Seco en un artículo para la revista « La Aventura de la Historia ». Esa búsqueda de fortaleza y estabilidad para el trono fue siempre su máxima preocupación. Eso le llevó a sospechar de aquella izquierda monárquica que, según se rumoreó años más tarde, quería romper con el Pacto del Pardo, ese acuerdo informal en vísperas de la muerte de Alfonso XII entre Cánovas y Sagasta, que quería proporcionar estabilidad al régimen a través de la Monarquía. Pero su regencia caminó placidamente por la senda trazada y dentro de la alternancia en el poder consensuada por estos dos líderes. A eso se unió la mencionada austeridad y sencillez de su vida privada, hasta el punto de que sus enemigos, que también los tuvo, no encontraron otro apelativo para humillarla y molestarla que el de «Doña Virtudes». En este ambiente tuvo que enfrentarse a las guerras de independencia en Cuba, Filipinas y Puerto Rico , al final de las cuales España se asomó al abismo de una de las peores crisis de su historia, con 40.000 muertos a sus espaldas y una economía herida de muerte. Fue ahí donde la Reina mostró sus mejores cualidades, intentando finiquitar la creciente tensión con Estados Unidos y los independentistas mediante la diplomacia. Lo último que quería era que la sangre no llegara al río. La diplomacia de la Reina. Lo primero que hizo fue exigir al Gobierno de Estados Unidos que se atuviese a los compromisos expresados por el presidente Grover Cleveland antes de dejar el cargo, en los que ofrecía su mediación al Gobierno español para acabar con la guerra sobre la base de una solución autonómica lo suficientemente grande para Cuba. La oferta, sin embargo, fue rechazada por el gobierno de Cánovas siguiendo la opinión del Ejército, ya que no consideraban a este como un mediador imparcial. Y después, conectando directamente con los centros políticos de Europa para, una vez reforzada la posición española con la de las potencias del Viejo Mundo, obligar a los norteamericanos a entrar en razón. En febrero de 1898 tuvo lugar una trascendental entrevista entre la Reina y Stewart L. Woodford, embajador estadounidense y hombre de confianza del presidente William McKinley . El episodio refleja a la perfección la personalidad de Doña María Cristina, si atendemos a las palabras escritas por el diplomático americano en su informe: «La Reina dijo que anhelaba la paz para su desgraciado país, que creía que usted también la deseaba y que le agradecía los esfuerzos en ese sentido». Luego dejó constancia de su propio esfuerzo por llegar a una solución no violenta: «He cambiado el Gobierno, he concedido la autonomía y perseveraré en ese esfuerzo hasta el final. Creo ahora que, si el presidente McKinley [sucesor de Cleveland] es amigo mío, debería estar dispuesto a hacer algo de su parte. Deseo dos cosas: que prohiba al pueblo de Estados Unidos dar dinero y suministros a los insurgentes hasta que el presidente pueda comprobar que mis esfuerzos obtienen el resultado apetecido [...] y que disuelva la Junta Mayor de Nueva York, ya que si una junta ayudara a una guerra desde España contra Francia, yo acabaría con ella. Creo que debería suprimir cualquier junta que esté fomentando una guerra contra España [...]. Si hace lo que le pido, la gente de su país dejará de dar dinero y los insurgentes comprenderán que no tendrán ayuda alguna. Entonces sus jefes aceptarán la autonomía, la rebelión se extinguirá y yo obtendré la paz». El último intento de María Cristina. La cosa no quedó ahí. Doña Cristina llegó a mostrar su personalidad en aquella reunión: «Se irguió hasta parecer toda una Reina cuando dijo: “Aplastaré cualquier conspiración contra España: no le quepa la menor duda. Sé que mi Gobierno mantendrá la paz en La Habana y hará que los oficiales del Ejército obedezcan. Quiero que su presidente prohíba a los americanos ayudar a la rebelión hasta que el nuevo plan de autonomía haya dispuesto de un plazo razonable. Si es así, habrá paz muy pronto, ya que usted me asegura que es paz lo que quiere», podía leerse en el informe. Las negociaciones de la Reina no surgieron efecto porque Estados Unidos tenía claro que quería llegar a las armas y quedarse con los territorios españoles, pero a muchos historiadores les asombra todavía hoy la dignidad de la madre de Alfonso XIII, tan solo cinco años antes de que este asumiera sus poderes. El 15 de febrero tenía lugar el famoso atentado de falsa bandera por parte de los norteamericanos para declarar la guerra a España y Doña María Cristina todavía hizo algunos esfuerzos para lograr la mediación de las potencias europeas y evitar el conflicto, pero no hubo suerte. Al finalizar la ceremonia del Palacio Real de Madrid en la que asumió el cargo, en mayo de 1902, el Rey firmó su primer decreto. Este decía: «Quiero dar a mi augusta madre un testimonio de entrañable afecto, al par que de respeto y gratitud porque la noble nación regida por ella durante dieciséis años haya guardado memoria de sus grandes servidos y virtudes, y especialmente de la fidelidad con la que aceptó las tradiciones de mi malogrado padre en la alta empresa de mantener unidos los anhelos del pueblo con los ideales del trono. Vengo a disponer que, durante toda su vida, conserve el rango, los honores y las preeminencias de Reina consorte reinante, ocupando en los actos y ceremonias oficiales el mismo puesto que hasta hoy». La Gran Duquesa María Pavlovna de Rusia la describió en sus memorias de 1932 como "la reina Cristina, una anciana pulcra y enérgica, de rostro inteligente y afilado y cabello blanco. Su actitud era absolutamente sencilla y cordial, pero aún se sentía como una monarca de la vieja escuela que nunca había salido de los muros del palacio". |
REINA REGENTE María Cristina de Habsburgo, mujer de Alfonso XII: infidelidad, desprecio y el fantasma de María de la Mercedes. Consiguió ganarse al pueblo español pese a ser una reina viuda en una corte extranjera. Repasamos la apasionante vida de María Cristina de Habsburgo, la segunda mujer de Alfonso XII.
Elena Castelló Publicado · 18 de mayo de 2025 Con el pelo rubio, muy delgada y esbelta, no fue una mujer guapa ni con el encanto que exigía la belleza de la época, pero su carácter templado y disciplinado consiguió preservar la monarquía española, desempeñando el papel de regente, hasta que el heredero, Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII, cumplió la mayoría de edad. María Cristina de Habsburgo-Lorena era una segunda esposa, tras una joven belleza, María de las Mercedes, que había fallecido casi recién casada y se había convertido en un mito. Y, viuda, tuvo que imponerse en una corte que la llamaba «doña virtudes» por su carácter recto, y que la despreciaba por ser «extranjera». Ella trató por todos los medios de adoptar las costumbres españolas. Y acabó siendo una de las monarcas más respetadas. La infancia de María Cristina de Habsburgo María Cristina de Habsburgo-Lorena había nacido en Gross Seelowitz, en Moravia, en la República Checa, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, el 21 de julio de 1858. Era archiduquesa de Austria por nacimiento. Sus padres, el archiduque Carlos Fernando y la archiduquesa Isabel de Austria Este-Módena, pertenecían a ramas menores de la dinastía, pero María Cristina era prima segunda del emperador Francisco José y, por parte materna, guardaba parentesco con la familia real española, ya que era tataranieta de Carlos III. Recibió en el bautismo los nombres de María Cristina, Enriqueta, Felicidad, Desirée, Rainiera. Tuvo una infancia tranquila y una esmerada educación, similar a la de sus hermanos, algo poco corriente para la época. Con 12 años ya dominaba el italiano, el francés y el inglés, además del alemán, era una gran pianista y estudiaba Política, Filosofía y Economía. En familia, la llamaban Christa. Con 18 años, el emperador la nombró abadesa de las nobles canonesas de Praga, una institución benéfica para damas de la nobleza sin recursos. Su hermano Federico coincidió en un internado vienés (el Theresianum,) con el entonces príncipe Alfonso de Borbón. Cuando 10 años después éste tuvo que elegir nueva esposa, tras el fallecimiento de María de las Mercedes, el joven príncipe se acordó de la hermana de su antiguo compañero. Se le habían presentado varias candidatas, pero Alfonso optó por María Cristina, considerada una mujer culta y prudente, y muy religiosa. El presidente del Gobierno, Antonio Cánovas, veía muy positivo un matrimonio con una Habsburgo. Los novios se conocieron en Arcachon, en la costa atlántica francesa, en 1879. Durante una semana pudieron intimar. Y Alfonso encontró en la joven archiduquesa una mujer agradable e inteligente. Alianza política o unión de amor. María Cristina se refirió a su antecesora, la reina Mercedes, que había muerto de tifus cinco meses después de la boda, asegurando que haría lo posible «por reemplazarla sabiendo que nunca podré ocupar su lugar». De vuelta a Madrid, se concertó el matrimonio. Para Alfonso era una alianza política. Sin embargo, para María Cristina sí fue una unión de amor, aunque el carácter de ambos era muy diferente –ella, discreta, él extrovertido–, y, por esa razón, sufrió con especial contundencia las constantes infidelidades del rey y sus hijos ilegítimos. El rey llegó a respetarla, pero nunca sintió por ella nada parecido al amor. La boda se celebró en la basílica de Atocha, en Madrid, el 29 de noviembre de 1879., tras la cual hubo un gran banquete en el Palacio Real. Durante los primeros años de matrimonio, María Cristina se mantuvo alejada de la política. El rey, mientras tanto, hacía alarde de numerosas relaciones extramatrimoniales. Una de ellas fue con la cantante de ópera italiana Adela Borghi, pero la más famosa fue la que mantuvo con la cantante de ópera española Elena Sanz, con quien tuvo dos hijos, Alfonso y Fernando. La situación se convirtió en insoportable para la reina, pero supo dominar sus celos, aunque finalmente consiguió que Elena Sanz se exiliara en París. La italiana, también, fue puesta en la frontera. Pero María Cristina seguía siendo casi una desconocida para los españoles y carecía del apoyo popular de la reina Mercedes. Sin embargo, el respeto hacia ella fue creciendo por la intachable pulcritud de su conducta. La relación matrimonial mejoró con la llegada de los hijos. La reina enseguida fue madre: primero de María de las Mercedes, en 1880, y luego de María Teresa, en 1882. Entonces falleció el rey, con solo 27 años, en 1885, de tuberculosis. La reina estaba embarazada de tres meses y dio a luz a un niño, Alfonso XIII, el 17 de mayo de 1886. María Cristina se había convertido en regente ya en el embarazo y lo siguió siendo durante 17 años. En 1902 cedió sus poderes a Alfonso XIII, que el 17 de mayo de ese año había alcanzado la mayoría de edad. Pero María Cristina no abandonó del todo la política, convirtiéndose en consejera de su hijo. María Cristina vivió por y para la Corona. Tras la muerte de Alfonso XII, María Cristina sólo vivió para la Corona. Se levantaba casi al amanecer, escuchaba misa todos los días y, tras leer la prensa, se reunía con el presidente del gobierno y recibía a los ministros. Después llegaban las, la correspondencia, el estudio de proyectos... Casi no tenía un minuto libre. Supo reinar sin inmiscuirse en las tareas de gobierno, respetando estrictamente el sistema constitucional. También realizó reformas en el Palacio Real para instalar agua corriente e instauró un rígido horario germánico para todos sus ocupantes. Los veranos los pasaba en Sebastián, en el palacio de Miramar que había mandado construir. Su vida no fue fácil. Sus dos hijas murieron muy jóvenes tras dar a luz. Toda su familia austriaca desapareció tras la I Guerra Mundial, muerta o en el exilio. Durante su regencia ocurrieron algunos de los hechos más importantes de la historia de España. A la muerte del Rey, los lideres de los partidos Conservador y Liberal alcanzaron el pacto de El Pardo, para asegurar que se turnarían en el poder, para preservar la estabilidad, dando lugar a uno de los pilares de la era de la Restauración. Se aprobó la Ley de Asociaciones, la Ley del Jurado, el sufragio universal y el Código Civil. María Cristina tenía buenas relaciones tanto con Cánovas del Castillo como con Sagasta, los líderes de ambos partidos. Pero el siglo terminó con la Guerra de Cuba y el llamado desastre del 98. Tras la boda de Alfonso XIII con la princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, , nieta de la reina Victoria, María Cristina fue relevada de su papel en palacio por la nueva consorte. La relación entre ambas mujeres no fue buena. La reina madre se desesperaba por cómo se iba degradando el matrimonio de su hijo y se cernía sobre sus nietos el peligro de la hemofilia, que había llegado a la familia por Victoria Eugenia. María Cristina murió de un infarto en el Palacio Real, el 6 de febrero de 1929. Sus restos fueron trasladados a El Escorial entre las muestras de fervor popular. Con el tiempo se había convertido en una reina muy querida. El legado de María Cristina por la moda y las joyas. María Cristina jugó también un papel importante en otro aspecto: las joyas. A pesar de su fama de austera, constituyó uno de los joyeros personales más impresionantes de Europa, origen de las llamadas «joyas de pasar», que se repartieron entre su hijo y sus nietos, y que, en parte, hoy luce doña Letizia. Entre las piezas destacan la diadema de platino, diamantes y perlas que recibe el nombre de «La Rusa», por su diseño «kokoshnik» o ruso, y es una de las favoritas de la reina Letizia. María Cristina la encargó el año del nacimiento de Alfonso XIII. Otra de las joyas más significativas es un alfiler con una perla rodeada de brillantes, de la que cuelgan otro diamante y una lágrima de nácar. El collar corto de perlas naturales que recibió Victoria Eugenia entre sus muchos regalos de boda, también perteneció a la reina María Cristina. Destaca también el alfiler rectangular formado por una esmeralda rodeada de una doble fila de brillantes, con pendientes a juego, que pasó a manos de la Infanta Pilar, que lo lució en las bodas de sus hijos. La diadema «mellerio», con la que se casó la infanta Cristina, de oro, plata y brillantes y motivos florales, también fue un encargo de la reina austriaca. Parece que perteneció a un conjunto de piezas «devant corsage», una joya muy popular en el siglo XIX, que adornaba la parte baja del escote de las damas. La pieza fue vendida y, más tarde, recuperada por Franco como regalo de boda para doña Sofía. |
Chilenos Alemanes. |
Los chilenos alemanes ( en alemán : Deutschchilenen.) son chilenos descendientes de inmigrantes alemanes, que llegaron a Chile entre 1846 y 1914. La mayoría provenía de Baviera, Baden y Renania , tradicionalmente católicas, y también de Bohemia, en la actual República Checa ; incluso se incluyeron alsacianos y polacos tras las particiones de Polonia. Un número menor de luteranos emigró a Chile tras las revoluciones fallidas de 1848.
El origen de la inmigración alemana al país se remonta a la denominada "Ley de Inmigración Selectiva" de 1845, que tenía por objetivo atraer a profesionales y artesanos para colonizar zonas del sur de Chile, entre las actuales regiones de Los Ríos y Los Lagos (proceso conocido como la Colonización de Llanquihue). La labor fue encargada a Vicente Pérez Rosales por mandato del entonces presidente Manuel Bulnes. Uno de los principales motivos de la inmigración extranjera al servicio del Gobierno chileno en el sur del país, fue la necesidad de expandir el territorio habitado por chilenos tras la independencia, a fin de proteger la soberanía ante cualquier intento de ocupación desde el exterior. Los potenciales emigrantes padecían en su país las consecuencias de la Revolución alemana de 1848-1849, la cual no produjo la tan anhelada república, sino que guio a la nación alemana bajo el dominio prusiano, lo cual provocó una gran desilusión en parte de la población educada de tales estados alemanes, que no formaban un país unificado sino un conjunto de pequeños estados; y en el caso de Bohemia en Austro-hungría la razón fue la invasión prusiana en la llamada «guerra de los tres meses». Se gestó así la atmósfera propicia para que muchos habitantes de Bohemia en Austro-hungría y de Sajonia, Baviera, Alsacia, Silesia y otros lugares en Alemania consideraran seriamente la posibilidad de emigrar al Nuevo Mundo. A principios de siglo XIX, los poblados chilenos de la zona eran la ciudad de Valdivia y Osorno, y los pequeños poblados de La Unión y Río Bueno. También cerca de lo que sería Puerto Montt existían 3 poblados centenarios: Calbuco, Maullín y Carelmapu, cuyos habitantes tuvieron una participación gravitante en la instalación de las colonias alemanas. El resto del territorio tenía habitantes dispersos, principalmente familias huilliches, y existían grandes zonas deshabitadas, cubiertas de bosques y pantanos, a pesar de esto, los colonos se encontraron en zonas bajo condiciones climáticas y de entorno natural de similares características a las que existen en Europa Central, lo que les permitió adaptarse con cierta prontitud sin mayores dificultades. Una vez en Chile, los inmigrantes germanos lograron desarrollar una serie de actividades económicas, cambiando el panorama de las zonas sureñas de Llanquihue, Osorno y Valdivia. Una gran muestra de este espíritu constructivo y de su compromiso con su nueva patria adoptiva la dio Carlos Anwandter, cuando proclamó, al llegar, en nombre de todos los colonizadores:
La expansión y el desarrollo económico de Valdivia se limitó a principios del siglo XIX. Para estimular el desarrollo económico, el gobierno de Chile inició un programa de inmigración muy centrado con Vicente Pérez Rosales como representante del gobierno. A través de este programa, miles de alemanes se asentaron en la zona, quienes incorporaron la tecnología moderna de entonces y los conocimientos técnicos para desarrollar la agricultura y la industria. Algunos de los nuevos inmigrantes se quedaron en Valdivia, pero a otros se les dio tierras forestales, que despejaron para granjas. En 1886 fue fundado en Valdivia el primer periódico en alemán de dicha ciudad, Valdivias Deutsche Zeitung, convirtiéndose en medio de comunicación para la colectividad alemana residente. A partir de 1883, luego de la ocupación de la Araucanía, se inició un nuevo proceso de colonización en las tierras conquistadas bajo el amparo del Estado chileno, en el cual se asentaron numerosos inmigrantes, mayoritariamente europeos, entre los cuales alemanes, suizos y austriacos constituían uno de los grupos mayoritarios, además de españoles, ingleses, franceses, italianos, entre otros. En total, hasta 1901 habían llegado 36 000 europeos, 24 000 contratados por la agencia de colonización y 12 000 llegados por sus propios medios. Entre las principales colonias donde se congregó la inmigración de habla alemana cabe destacar las de Contulmo, Humán, Ercilla, Faja Maisan, Nueva Imperial, entre otras. De igual forma, a partir de 1895 se inició un proceso de colonización europea en el archipiélago de Chiloé, donde los inmigrantes de habla alemana constituyeron el grupo más importante. Siglo XX Cientos de alemanes continuaron migrando a Chile, sobre todo después de la primera y Segunda Guerra Mundial, cuando su país quedó sumido en una profunda crisis política y social. Hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, un grupo importante de alemanes asentados en la zona de Llanquihue, y sus descendientes, cruzaron la cordillera y fundaron lo que hoy es San Carlos de Bariloche, en Argentina, estableciendo una fuerte relación comercial y cultural con Chile. Hacia fines del siglo XIX, el mayor asentamiento se ubicaba en las nacientes del río Limay. El primer poblador no aborigen de la región fue el bohemio José Tauschek quien llegó junto a su familia en 1892 proveniente de la zona del volcán Osorno en Chile, sin embargo un accidente sobre su balsa mientras navegaba el río le arrebató la vida apenas 8 años después. Para entonces, ya se había asentado el chileno Jorge Hube y el poblador Carlos Wiederhold Piwonka (un colono chileno proveniente de la zona de Puerto Montt, en Chile) ya tenía establecido un almacén en la zona que hoy ocupa la ciudad y desarrollaba una destacable actividad comercial con la zona aledaña de Chile, y en su honor, el Congreso Argentino le dio a esta ciudad el nombre oficial de San Carlos de Bariloche. En 1918 la colectividad alemana como aporte a la salud inauguró la Clínica Alemana de Santiago con un edificio ubicado en la calle Dávila en la comuna de Recoleta hasta 1973 cuando la clínica inauguró su actual establecimiento en la comuna de Vitacura en ese entonces en las afueras de la ciudad, siendo uno de los primeros centros de salud privados de Chile. En 1929, la Caja de Colonización Agrícola — antecesora de la Corporación de la Reforma Agraria (Cora) — adquirió el Fundo San Javier de Malloco, de propiedad del político y agricultor Pedro Correa Ovalle, con el fin de subdividir las 430 hectáreas de extensión en 43 parcelas de agrado de 10 hectáreas cada una. El gobierno chileno dispuso colonizar ese territorio con el fin de hacerlo productivo. Para ello, bajo el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo fueron enviados agentes colonizadores chilenos a la República de Weimar (actual Alemania), siguiendo la política de colonización germánica del Sur de Chile durante el siglo XIX, con el fin de encontrar ciudadanos alemanes que tuvieran las competencias para realizar el desarrollo urbano y agropecuario de Malloco, siendo considerado como un lugar estratégico para estos fines, debido principalmente, a su proximidad con Santiago. Ya en mayo de ese año, la colonia contaba con 280 personas, en su mayoría familias provenientes de Baviera y otros lugares del Sur de Alemania. Los colonos, de mayoría católica, contribuyeron en la edificación de la primera capilla que fue el origen de la Parroquia de Sankt Michael en Providencia, el único templo católico de Santiago de habla alemana. A mediados de la década de 1930, la mayor parte de la tierra de cultivo en torno a las ciudades de Valdivia y Osorno habían sido reclamadas. Algunos inmigrantes alemanes se movieron más hacia el sur a lugares como Puyuhuapi en la región de Aysén, donde fue importante el trabajo del explorador Augusto Grosse y de trabajadores contratados en Chiloé. Posteriormente, se produjo una nueva oleada de inmigrantes alemanes que se estableció a lo largo de todo el país, especialmente en Temuco, Santiago y las principales zonas comerciales, como en el caso de Horst Paulmann, quien, tras fundar un pequeño almacén en la capital de la Región de la Araucanía, logró formar Cencosud, uno de los consorcios empresariales más grandes del subcontinente. Otro caso es el de Artel, empresa dedicada al rubro de librería, arte, dibujo y papelería, que fue creada por descendientes alemanes que se instalaron en las cercanías de Osorno. Tras la Segunda Guerra Mundial exnazis intentaron escapar hacia América del Sur, incluyendo Chile. Aparentemente, el número preciso de ex-nazis que se escondieron en Chile es desconocido y puede representar un potencial tema de interés de investigación histórica. Impacto cultural. En el ámbito cultural, se fundaron numerosas escuelas y clubes alemanes que aún perduran, un diario en lengua alemana (Valdivia's Deutsche Zeitung), así como una extensa red de iglesias luteranas. Si bien la población alemana en las regiones del sur siempre fue una minoría que nunca sobrepasó el 5% de la población total, su liderazgo en la economía y la cultura local influyó fuertemente la arquitectura, cultura y tradiciones de las ciudades de las actuales regiones de Los Ríos y Los Lagos. Aunque a lo largo del siglo XX esta influencia disminuyó producto del paso del tiempo, varias festividades folklóricas locales recuerdan su origen, tales como la Bierfest de Llanquihue y el Día del Kuchen (Kuchenfest) de Puerto Varas. En términos lingüísticos, se ha señalado que, durante la segunda mitad del siglo XIX, el prestigio del idioma alemán llevó a que se convirtiera en un superestrato de la lengua castellana del sur de Chile, llevando a una declinación temporal del uso del español como lengua de la elite regional, ejemplificado en un relato de la familia Manns, donde se señala que los chilenos mestizos hablaban alemán con sus patrones y mapudungún con sus clientes indígenas. Este fenómeno se ha asociado a que, en el sur de Chile, se usen palabras como murra (con r gutural), en lugar de zarzamora, y bochas, en lugar de canicas. En términos dialectales, el idioma alemán hablado en la zona del Lago Llanquihue dio origen al lagunen-deutsche, una forma local de alemañol. | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Mirador Alemán. Las Torres Bismarck (en alemán: Bismarcktürme) son un tipo único de monumentos, construidos entre 1869 y 1934 en honor al canciller alemán Otto von Bismarck. Inicialmente fueron construidas alrededor de 250 torres, de las cuales 175 siguen en pie. El Mirador Alemán es un monumento ubicado en la cumbre del Cerro Caracol, a 80 metros de altitud en la ciudad de Concepción, Chile, y entre 230 y 250 m s. n. m. Corresponde a la única Torre Bismarck construida en América, de las aproximadamente 250 que se construyeron, entre 1869 y 1934 en honor al ex-canciller alemán Otto von Bismarck. |
Gastronomía.
La influencia de la cultura alemana también ha tenido repercusiones en la cocina chilena. Esta tendencia es especialmente evidente en el campo de los postres y pasteles. El kuchen fue introducido por los colonos a la zona sur y se convirtió en una tradición muy arraigada. En Chile, se llama usualmente «kuchen» al obstkuchen ('kuchen de fruta'), donde destaca el apfelkuchen ('kuchen de manzana'). También los hay de frutillas, murtas y otras frutas. El kuchen es uno de los pasteles favoritos que acompaña «las once», nombre que recibe la merienda chilena, sobre todo en el sur del país. De igual forma, se han incorporado el strudel, el berlín, la torta de Selva Negra (en alemán: Schwarzwälder Kirschtorte) y el pan de Pascua, entre otros. Además de platos como el chucrut, el asado alemán, los crudos y diferentes tipos de embutidos, marcan la influencia alemana en la cocina chilena. Con respecto a las bebidas, la producción de cerveza chilena tiene su origen y fuerte influencia en la cervecería alemana. |
Los Alemanes en Chile: 1816-1945 Jean-Pierre Blancpain Título Los Alemanes en Chile: 1816-1945 Colección histo-Hachette Autor Jean-Pierre Blancpain Edición 4 Editor Hachette, 1987 N.º de páginas 209 páginas |
EL PAÍS POR VALORIZAR:EL SUR CHILENO ANTES DE LA LLEGADA DE LOS ALEMANES Los efectos catastróficos de una independencia mal aceptada se hacen sentir en la región, aún a mediados de siglo. Gabriel Guarda ha dicho con razón que los éxitos inmediatos de la colonización alemana hicieron olvidar el proceso anterior y el esplendor colonial de la ciudad. Habría que agregar, además, quede 1810 a 1850, la era republicana sufre un lento deterioro. Intendentes y asambleas provinciales deploran a menudo la ruina, el marasmo económico, el despoblamiento, la muerte cultural y la ignorancia generalizada de la región . Según el intendente Astorga. roda la provincia de Valdivia, del Toltén al Canal de Chacao. sólo tiene 29.000 almas en 1854. el departamento del mismo nombre, 9.000; el de La Unión, 8.500. osea, apenas el 2% de la población de Chile. Según opinión de un funcionario, el departamento de Valdivia es "el más miserable que se pueda imaginar". Los presupuestos urbanos son íntimos; aun en la ciudad de Valdivia o en Osorno, lo recaudado no alcanza para un sueldo anual de intendente. La economía ha debido volver al trueque, en forma de pagas, pues se carece de circulante, éste, o es simplemente desconocido o bien está atesorado. Dentro de este mundo descentrado e inmóvil, hay islotes de desmonte, unos cuantos terrenos de cultivo en que se emplean técnicas arcaicas que sorprenderán a los primeros campesinos alemanes. El recurso básico es la selva, la más notable asociación de árboles de follaje perenne que cubre, por entonces, a la América templada. En esa época, recién empieza a ser considerada, y su explotación por temporeros chilotes, en las orillas del Reloncaví, constituye la base de un comercio incipiente con Valparaíso. La asombrosa variedad del vocabulario maderero local corresponde a la gran variedad de especies. Los troncos de alerce, imputrescibles, son enterrados; para los chilotes, desenterrarlos es ir a las minas. De la selva se sacan vigas, viguetas, tijerales, cuartones, umbrales, postes, tablas, tablones, pilares. Las distancias recorridas por los portadores de tablas no se miden en leguas o millas sino en descansos o pausas impuestas por el cambio de hombro de a carga. Así, la jornada se divide en doce descansos y, cada uno de ellos, en catatanes, los cuartos de hora chilotes. Es en las lindes de esta América casi intacta, en las viejas fortificaciones de Corral que protegían Valdivia, donde atracan, de 1850 a 1853, los veleros que vienen directamente desde Hamburgo. En Noviembre de 1850,El desmoronamiento del sueño de Kinder-mann y de sus acólitos deja en Valdivia a 150 inmigrados. De ellos, los primeros son acogidos por familias valdivianas y el resto, desalentados, son instalados en las casamatas de Corral. Pérez Rosales halla aquí su "primera oportunidad". Enviado primero a Valdivia por el ministro Varas, es designado luego Agente de Colonización de la provincia, para recibir a los colonos impresionados por la majestad del paisaje, pero desilusionados por lo deteriorado del lugar. A él le corresponderá instalarlos y llevarlos, según su buen parecer, adonde pueda. Dos versiones nos han quedado acerca de los primeros pasos de estos recién llegados: La oficial, elogia el recibimiento generoso de los valdivianos y la otra, objeto de una vieja requisitoria del "Agente", denuncia el egoísmo de las viejas familias locales para embaucar a los que van llegando para venderles caro tierras pobres, llenas de agua o inexisrentes. No insistiremos aquí en esta querella de la que nos hemos ocupado extensamente no hace mucho. No cabe duda de que los primeros alemanes apreciaron la hospitalidad valdiviana: Gabriel Guarda alude al ingreso de los adalides de la colonización en las mejores familias de la ciudad. Algunos espíritus generosos —Pérez Rosales cita al ex coronel francés Viel— ayudaron a los primeros en llegar, ofreciéndoles terrenos a bajo precio: 48 hijuelas en la isla Teja y después en las otras (del Rey, las Culebras, Santo Domingo) y también a lo largo de los esteros, de Amargos a San Carlos, de Cutipai a Niebla, después de las mensuras de Frick y de su compatriota Reuter. Pero quedaba aún más por hacer. El intendente García Reyes escribe, con razón, en 1868, que "las tierras fiscales vendidas no hace mucho a los alemanes son reducidas, diseminadas y aisladas, en toda la extensión del departamento" y que "el costo de la roturación basta para explicar por qué todas estas tierras están baldías y abandonadas". Algunas de estas tierras están también más lejos, esto es, a lo largo de los ríos Cruces y Calle Calle donde se hallan los grandes potreros de Lacuche, Huilchamán, Coyinhue y Tres Cruces, y también hacia el lado de las antiguas misiones, en primet término Arique bautizada "Nueva Suabia" y donde se instalan, en 1852, veinte familias de artesanos de Stuttgart. La historia de esto ha sido contada muchas veces. Pero la verdadera solución se encontraba remontando al río Futa —del cual nos ha quedado un itinerario ilustrado que Sofía von Eschwege hizo para sus padres—, hacia el lado de los Llanos de Osorno, por Tres Bocas, los Ulmos y Catamutún. Se ocupan 70 cuadras en Cudico, luego 450 en el ex dominio de Bellavista, en el lugar llamado Pampa de Negrón y 300 más, en la antigua misión de Coyunco, próxima a Osorno, de las que ya están cultivadas unas sesenta. Franz Geisse se dará a la tarea de hacer los planos de todo esto, a partir de julio de 1851. Si Valdivia presentaba la ventaja de una colonización facilitada por la red fluvial de primer orden del Cruces y del Calle Calle, otro es el caso de la fertilidad de tierras que muchas veces sólo existían en la imaginación. El catastro de 1875 señala allí 9.000 km2 de selva, otro tanto de tierras accidentadas y estériles, 1.500 de pantanos y sólo 4.000 cultivables. Por otra parte, los primeros que llegaron, aun cuando se agruparan en sociedades de colonización (Nueva Suabia o Haebler-Hórnickel), estaban mal preparados para enfrentarse a la selva o para vivir en potreros. Sólo son desbrozadores por necesidad, no por vocación tardía. A lo único a que aspiran es a ejercer su oficio original, lo más pronto posible. Tal oficio habría de reportarles prontas ganancias, si juzgamos por las Memorias de Rudolf Amandus Philippi o por las confesiones de los propios interesados, como Friedrich Uthemann, Cari Seidler, Wilhelm Manns o Justus Geisse quien pronto montó la primera tienda surtida de Osorno,la Tienda de los Geisse o "de los Gaisas". El 1 de mayo de 1851 Uthemann escribe a su madre: "Un trabajador se gana bien el sustento si es carpintero, herrero, mueblista, sastre, zapatero. Asimismo el industrial llegado de Alemania con dinero y materiales... Roturar la selva es un trabajo muy penoso. No se puede contar con un enriquecimiento rápido de esta manera. Por eso pensé: quédate con tu oficio y solicité un empleo de viajante en la casa de Mohry Frick. Obtuve de ellos un crédito de 2.000 pesos y acabo de instalarme por mi cuenta. Mi cifra diaria de negocios es de 30 thaler. Esto ya es mucho mas que en Alemania" Cari Seidler le hace eco: '... Los que se quedaron en Valdivia ganaron mas con menos esfuerzo. De modo que hice como ellos. Aquí, quien tiene mejor porvenir es el artesano, pues la agricultura requiere de un esfuerzo enorme que no tiene la compensación debida. Es del comercio de donde se saca mayor provecho, a condición que se venda de todo'. Handwerk hat unen goldenen Boden ("El trabajo manual tiene un fondo de oro") es un antiguo adagio alemán que muchos citan con agrado y cuya veracidad todos comprueban. De 1859 1864, 25 familias de artesanos de Hesse Hacen prosperar al pueblo de La Unión. Otros regresan a Valdivia que, en 1852, tiene 13 familias alemanas y, por lo menos 200, en 1865. En 1882, el 56% de los "alemanes de Valdivia" viven de la industria, contra 2% de los nacionales. La ciudad había encontrado su destino. "Fermento, transfusión, inyecciones reanimadoras", son calificativos que se dan gustosamente al impulso que significó para Osorno, la llegada de los "hombres rubios". El "Padre Aubel" y sus amigos Ide, Ruch y Hollstein, todos de Rothen-burgo, abandonaron Bellavista y fueron los primeros en llegar a Osorno. Otros siguieron e hicieron de la calle Mackenna, una Rothenburgersrrasse: Schüler, Hott, Hübner, Kutscher, Mohr, Klix, entre ellos, y después, la flor y nata de la burguesía germano-chilena de la ciudad, con Johann Fuchslocher, Frie-drich Hubenthal, Gideon Schwarzenberg, Eduard Buschmann, los Wiederhold, Kraushaar, Stolzenbach, Matthei, Hübner y Kari Herbeck, primer maestro del instituto alemán local, abierto ya en 1854. En las inmediaciones del conglomerado que renace están los pocos agricultores de vocación, los Keim, los Schwalm y los Schilling, adquirentes de centenares de cuadras de fácil valoración. Estos alemanes de Osorno eligieron la mejor parte. De este modo, escapan a la prueba iniciática que sufren en los primeros tiempos, sus compatriotas instalados a orillas del Lianquihue. CAPITULO IV PIONEROS Y CAMPESINOS DE LLANQUIHUE LANQUIHUE ES, ante codo, segunda oportunidad para Pérez Rosales y, para la historiografía germano-chilena, saga de los tiempos heroicos, himno a la unión orgánica de los pioneros, pretexto para estribillos spenglerianos acerca de un arrebato colectivo visto como el equivalente de la gesta individual de Philippi. Ocasión propicia por cierto, para que el nacismo vaya aún más lejos y vea en esta colonización, el fruto de las virtudes alemanas, la patentización de la alianza sangre y suelo, una "creación fáustica" del turbulento espíritu nacional. Por el contrario, y para ciertos espíritus nacionalistas o proclives al marxismo, esta instalación es como un quiste, por su perpetuación autárquica y endogámica; ella representa el riesgo de una minoría nacional maniobrable desde el exterior, en momentos de excepción. Estas apreciaciones contrastantes tienen, todas, su parte de verdad. Pero su pretensión conceptualizarte no toma en cuenta la perspectiva espacio-temporal de un grupo particular comprometido en un proceso autónomo. Si bien es cierto que esta lucha por la supervivencia en Llanquihue es la epopeya colectiva de "héroes del trabajo" extranjeros cuyas armas son el hacha y el Libro, no es menos cierto que Chile no se halla ausente. A los recién llegados se les hace un regalo doble e inestimable: la libertad y la tierra; gracias a él, ellos se realizan. Georg Schwarzenberg se referirá a esto en términos muy juiciosos. Es preferible, pues, atenerse al desarrollo de los primeros años, decisivos para la colectividad germano-chilena en su conjunto. Llegada e instalación. Nombrado, en 1850, director de la futura colonia, Pérez Rosales recibe, el 8 de diciembre, instrucciones precisas de Varas, para que instale y organice la futura colonia a orillas del lago Llanquihue. Salvo algunas estadas breves, no se quedará allí más que un verano, de noviembre 1853 a marzo 1854; pero sin él —y esto hay que decirlo— no hay éxito posible. Los inmigrantes no esperaron que él estuviera allí, sin embargo, para llegar hasta el lago. Vienen desde Osorno, por el Rahue, luego de Melipulli —donde atracan ios veleros desde noviembre 1852—, y se instalan en chacras apenas esbozadas o en pantanos, al Norte y al Sur del lago.' Pero si Pérez Rosales no es el Guía de los colonos, de hecho, es mucho más. Es "Papá Rosales*', el amigo y protector de los colonos desorientados, el defensor de la colonia contra algunas familias valdivianas y contra el pesimismo o la denigración sistemáticos de ciertos funcionarios públicos! Espíritus sombríos como Barth o Villanueva consideran aún en 1870, que el emplazamienco de la colonia es un error económico, y que ésta es una "empresa desgraciada, dispendiosa y nefasta para el interés de los mismos pioneros". Sin embargo, gentes de Hesse, suabos, silesios, sajones comienzan a llegar a Melipulli, a partir de 1853, y también por la ribera sur del gran lago. A ambos lados de la pista bautizada como am Weg se conforman los primeros loteos. Unos cincuenta son adjudicados a los suabos. A partir de marzo, sajones y silesios ocupan la ribera oeste, de Puerto Rosales a Punta Larga: 70 familias no tardan en afincarse ahí, y con ellas se inicia la colonización.91 Uno de los primeros "actos" es la fundación de Puerto Montt, solemne y formal, según el antiguo ritual español, mediante decreto del 12de febrero de 1853, aniversario de la de Santiago, por Pedro de Valdivia. La ceremonia es presidida por Pérez Rosales. Sensible a la teatralidad del gesto —y preocupado sin duda de su propia gloria—, él ambiciona quizás dejar su nombre a este agrandamiento tardío de una República que está despertando/La verdad, hay que admitirlo, es menos grandiosa que el relato de los Recuerdos, si ha de creerse el testimonio de los inmigrados/Decher y Geisse hicieron los planos de la ciudad con calles, manzanas y sitios; Adolf Schott pone la primera piedra, mientras que un canónigo, venido expresamente de Ancud, dice misa ante una mayoría de protestantes instalados entre tocones y bajo un techo que ellos llaman "el cuartel". ante los chilenos atonitos, alrededor de mil empiezan a cantar hier vor deiner mejestad im staub die sunderschar ( "aqui esta ante tu majestad en el polvo la muchedumbre de pecadores") mientras Friedrich Lincke los acompaña en organillo. Pérez toma la palabra, pero los auditores, que no comprenden, responden con bromas acerca de lo incómodo de la situación. Sigue un baile en la playa, iniciado por el gobernador de Calbuco. Pero lo que, al parecer, causa una impresión deplorable entre los colonos, es el estado de la tripulación del navio de guerra Janequeo... ¡Qué importa! Luego del desembarco, sólo se quedan en Puerto Montt algunas familias. En 1860, la ciudad alcanza, sin p91 embargo, a las 150 casas, con 600 habitantes y, en 1870, 135 familias alemanas tienen allí su morada permanente. A pesar de la arritmia de las llegadas—2 familias en 1858, 3, en 1859, contra 110, en 1866, y otras 42 el año siguiente —el lago se puebla poco a poco. En Quilanto-Octay se instalan los westfalenses católicos, en 1863-4. Últimos en llegar, con posterioridad a 1870, los bohemios tendrán que acomodarse más atrás, en Nueva Braunau, fundada el 15 de abril de 1875. De Puerto Montt a Osorno, hay 1.570 alemanes en 1861 y, en 1864, sólo en el territorio de Llanquihue, viven 262 familias que agrupan a 1.500 personas. Algunas familias que R. A. Philippi visita en 1857, prefine-ron, en vez del lago, las orillas del reloncavi, Piedra Azul, Piedra Blanca, ílque, Quellaipe; ocras, las de ios ríos Chamiza y Coihuín, siguiendo hacia el lago Chapo. Son muy pocas las que se quedan en esas tierras pobres y pantanosas; otras llegan al Llanquihue, aún antes de 1870. Finalmente, 30 colonos de una línea pantanosa al N.O. del lago que se habían instalado detrás de las chacras ribereñas —adoptando una distribución en forma de estrella como anticipándose a la creación de una ciudad que nunca vio la luz—, emigraron, hacia 1880, al N.E. a Río Blanco, último sector de colonización a los pies del volcán Osorno; esto, antes de que se produjera la emigración de otros grupos a distancias mayores, por división de los ya existentes. En 1888, otras 38 familias se instalan en Locotoro, en la prolongación de las líneas Solar y Santa María de Nueva Braunau; algunas más, en 1896, a lo largo del Maullín, en Paraguay Grande (reservado con anterioridad a los de Braunau), en Las Quemas del Salto y en El Gato. DIFICULTADES QUE SUPERAR: CONVIVENCIA, MEDICIÓN DE TIERRAS, ROTURACIÓN. PRIMER BALANCE Esta ha sido una colonización cerrada, aislada; pero los alemanes no están solos. Una migración cercana y masiva de chilenos los acompaña en su instalación. En ningún momento, los germano-chilenos constituirán más del 5,5% de la población total de las provincias consideradas "alemanas" debido al origen de sus propietarios. Esto se olvida con demasiada frecuencia. En efecto, ya no existe aquel tiempo, no lejano sin embargo, en que Bernhard Eunom Philippi y Pérez Rosales deploraban la falta de interés de los chilotes por la Tierra Firme, y su negativa a llegar más allá de las playas del Seno de Reloncaví y del Archipiélago de Calbuco. Según un informe del intendente, de las 13-023 personas censadas en 1864 en el ex Territorio de colonización, 90% son nacionales "nacidos en otras provincias del país". Desde muy temprano entonces, las familias alemanas no constituyen un enclave geográfico, sino un poblamiento entremezclado, de tipo "báltico", según Hettner, ya que el nacional—"ibero-chileno", para el colono— viene a ayudar y a servir al extranjero para participar con él, y bajo su dirección, en la valorización del país. Las relaciones que se establecen son, entonces, de dominación, de patrones a obreros, pero caracterizadas, en primer término, por la distancia social y cultural entre extranjeros bien preparados y chilenos analfabetos y sin especialización, pertenecientes a las categorías más desfavorecidas del país, según lo subrayan Pérez Rosales y sus sucesores. Esta distancia, sobre la que hablaremos más adelante, basta para explicar los prejuicios recíprocos, las tensiones periódicas, una frontera psicológica más que una segregación efectiva, pero que una retrospectiva honesta no podría dejar de mencionar. La administración de la colonia se va estableciendo poco a poco, mediante decretos orgánicos de 1853-54, 1857-58, 1864-68. La ley del 11 de octubre de 1861, erige a! territorio en provincia, incrementado con los departamentos de Osorno y Carelmapu, correspondiente, este último, a la parte continental de Chiloé. Confirmado por la "recapitulación general" del 13 de octubre de 1863, un decreto que databa de dos meses antes, precisaba ios límites de la nueva provincia y de sus tres depatta-mentos, ya que el de Llanquihue estaba subdividido en tres: Melipulli, Llanquihue y Cancura, 15 distritos en total. Los trabajos de agrimensura van a durar años. Ellos fueron confiados, primero a Franz Geisse, por largo tiempo intendente interino, quien se desplazará a caballo, brújula en mano, dirigiendo a los peones que marcan los árboles que servirán de referencia. Por su parte, Josef Decher, agrimensor de oficio, recorrió, delimitó y puso en el catastro, en líneas de plano, todas las riberas norte, sur y oeste del lago, de 1853 a 1855. A las ocho secciones catastrales con planos reguladores al 1/20.000, se suman las de Río Bueno, Línea Pantanosa y Nueva Braunau, debidas a los trabajos de Ferdinand Hess, concluidos en 1875: en total más de 35.000 ha, 340 hijuelas, en su mayoría chacras perpendiculares al lago, con 5 cuadras de frente y 20 de fondo, para hacer más tacúes las comunicaciones entre los beneficiarios. Como se ve, es una colonización familiar, de una valorización original que deja de lado la estructura latifundista ibérica. La topografía o la vegetación característica de las playas sirvieron para designar secciones y lugares: Playa Maitén, Maqui, Qui-lanto, Frutillar, Totoral. Puerto Montt y Puerto Rosales fueron los únicos que recordaban a los promotores nacionales de la empresa. A veces los colonos son instalados al azar, al corresponderás en suerte loteos más o menos grandes, según la importancia r numérica de las familias. Los Zillerthaler, en Los Bajos; los suabos, de El Arrayán a Puerto Varas; ios de Lusacia, en Desagüe y Quebrada Honda; los de Hesse, en Frutillar y Punta Larga; los de Westfalia, en las líneas Vieja y Nueva de la 7a sección. Pero muy luego, sin embargo, una vez cerrado el círculo, "el combate" hace imperiosa la amalgama. Matices regionales, de costumbres, lingüísticos o de temperamento, tan característicos de la Alemania rural, terminan por borrarse. Sólo queda como "línea de demarcación cultural" el credo religioso. En Chile, como en Brasil, católicos y protestantes, a pesar del aislamiento y de la solidaridad propia de la vida pionera, no tendrán ni la misma jerarquía de valores ni las mismas reglas de comportamiento ni las mismas reacciones psicológicas. Vista desde afuera, sin embargo, se trata de un micro sociedad campesina unida que se esfuerza por superar las dificultades más pesadas, para alcanzar una existencia soportable, con el concurso inmediato de los nacionales, que no son sus competidores. Schwarzenberg interpreta así este trasplante: "Prusianos, sajones, silesios y súdeles habían antaño desbrozado las fronteras de Alemania: no poseían nada, fuera del conocimiento común y piadosamente transmitido de la colonización, así como un apego innato a la tierra. La costumbre y las leyes no escritas fueron los únicos guías de la primera generación. La instalación no fue la adaptación a una sociedad extranjera y nueva, sino la imposición al medio natural gracias a la fuerza corporal, a la energía de carácter, en el sentido obligado de la solidaridad. El que llegaba pensaba en la tierra; pero primero habrá que conquistarla. Si la exuberancia del paisaje lo maravilla, ante la selva y los pantanos se siente invadido más bien por un sentimiento de angustia. Aquí el único valle es un valle de lágrimas como lo prueban muchas confesiones que se muestran unánimes acerca del sentimiento inicial de aplastamiento como, luego, acerca de la alegría de saborear las primicias del esfuerzo Ministerio del Interior muestra que les había concedido con frecuencia subsidios extraordinarios y que la autoridad tutelar nunca permaneció insensible a los infortunios individuales Las quejas de los colonos —lo prueba una moción enviada por 80 de ellos, en mayo de 1858 al Ministro del Interior, por intermedio de R.A. Philippi—decían relación, sobre todo, con la modalidad puntillosa, tramitadora y antieconómica de la ayuda concedida. Para cobrarla, había que ir mensualmente, en persona, a la intendencia de Puerto Montt, perder a veces semanas de viaje a pie, por unos pocos pesos. Finalmente, la seguridad de los colonos estaba mal protegida en un país mal controlado y en el que la riqueza traída o creada por extranjeros suscitaba la codicia de una población local errante y miserable, acostumbrada a vivir a salto de mata y de rapiña. No debe olvidarse que una élite campesina se encuentra aquí bruscamente en contacto con los menos evolucionados de los chilenos. A las quejas de los interesados contra la multiplicidad de los delitos —robos, riñas, embriaguez, vagancia de animales—, los intendentes responden, a menudo, con una confesión de impotencia. Si los informes de policía mencionan múltiples multas impuestos a los infractores, también los colonos son castigados, pero por un solo motivo: "Injuria grave u ofensa) al subdelegado" Está en germen una miseria nacional tanto más manifiesta en la medida que la holgura de los colonos aumenta poco a poco. Con calma y lucidez, los intendentes sucesivos empiezan a ver en ello motivo de inquietud. Informes de abril 1855, junio 1857, febrero 1858, noviembre 1860, abril y noviembre 1869 hacen notar este peligro y piden, insistentemente, que se tomen medidas para evitar "el enfrentamiento de razas". Hallándose en minoría, los colonos sacan fuerza de su cohesión, de su situación de propietarios, de su riqueza adquirida, lo mismo que de una expansión demográfica sorprendente ENDOGAMIA Y DESARROLLO DEMOGRÁFICO Además de las sumas genealógicas irremplazables —los Fami-lienarchwe de Ingeborg Schwarzenberg de Schmalz—-, registros de las comunidades protestantes y libros de disidentes, las parroquias católicas del Sur permiten seguir el impulso demográfico de los pioneros. El culto genealógico se basa en la fecundidad de la etnia y revela sorprendentes coeficientes de crecimiento en la mayoría de las familias instaladas en el lago o en las cercanías. Tal es el caso de los Held, Klocker, Winkler, Werner, Nanning, Gaedicke, Kinzel, Stange, Hechenleitner, Niklischeck, Raddatz, Rehbein, cuyo desarrollo puede ser seguido sin discontinuidad y con precisión, desde la instalación hasta 1940. Escás tuentes ponen también -le manifiesto la extraordinaria conservación de la endogamia, con la frecuencia de matrimonios consanguíneos, hasta relaciones incestuosas, cuando se unen primos hermanos salidos de los mismos abuelos; los hermanos Jakob y Veit Klocker se habían casado con dos hermanas He-chenleitner; Franz, hijo de Jakob, se unirá en Chile a Victoria, hija de Veit. En el mantenimiento de la tradición y de los usos alemanes,religión, en caso de matrimonio interconfesional. Se la ve compartir los rudos trabajos de los hombres: el desmonte y la roza. Hila, cose, remienda, lava la lana y teje, al modo chilote, esos tejidos toscos pero firmes, abrigadores e impermeables, que vestirán a la familia. El hombre solo no lo está por mucho tiempo, y el soltero termina siendo "absorbido" por el grupo. El período normal de viudez siempre es acortado, de modo que la madre y sus hijos tampoco quedan solos por mucho tiempo. Este imperativo familiar tiene como corolario el de las familias numerosas, normales en regiones de colonización donde la extensión del patrimonio territorial está, al menos durante las dos primeras generaciones, en función del número de los que lo hacen producir. Hemos confeccionado, para cada una de las "secciones" de colonización, cuadros de recapitulación muy ilustrativos. En El Volcán, la primera generación "chilena" tiene más de seis hijos por familia; en La Fábrica y Frutillar, cerca de nueve. Algunas parejas dan prueba de una asombrosa fecundidad: once hijos, tienen Juiius Willer y Luise Grothe, de Totoral, entre 1880 y 1897; otros once, Juiius Held y Rosine Schonherr, de 1862 a 1885; doce, en veinte años, tienen Justus Schmidt y Ana Wetzel, de Frutillar; Eduard Winkler y Emilie Raddatz tendrán trece, de 1873 a 1897; Christian Nannig y Ana Scheel, de Frutillar, quince, antes de 1892; Hubert Neu-mann y Ana Gebauer, de Totoral, ¡diecisiete!, de 1884 a 1909. El matrimonio Gottlieb Werner-Johanna Dóring, establecido en El Desagüe en 1852, tendrá once hijos antes de 1873, nietos en 1912, 245 descendientes en 1939, fecha en la cual aún no se habían casado 13 miembros de la generación precedente. En la descendencia de Martin Gaedicke y de Sophie Noack, establecidos en Quilanto en 1856, se cuentan 28 nietos, 90 bisnietos en 1905; Jakob Raddatz, llegado en 1860, tiene ya, por igual fecha, 120, y su hermano Gottfried, otros tantos. Y así podrían multiplicarse los ejemplos los casos de linajes prolíficos. No son raros los casos de verdaderos contratos interfamiliares. Ferdinand Winkler y Anna Raddatz tuvieron diez hijos en Chile; de ellos, seis se casarán entre 1890 y 1903, con primos, en diversos grados, Hechenleitner. De los nueve hijos de Johann Schwabe, dos se casarán con hermanas Schóbitz, otro hijo y dos hijas, se casarán con miembros de la familia Vyhmeister. En el caso de los Kahler y de los Kinzel, conviene hablar de fusión familiar, y ello, en cada generación. Igual cosa sucede con los Klein y los Stange, de Chamiza, que, a partir de los primeros tiempos, celebraron cinco matrimonios entre las dos familias. ESTABILIDAD GEOGRÁFICA Y SOCIAL Las chacras primitivas, cuna de las familias en la nueva patria, pasaron indivisas al mayor o al más dotado de los hijos. Las listas de propietarios sucesivos confirman que el lote adjudicado y valorizado es, para la familia, una adquisición definitiva, transmitida de padres a hijos, en la mayoría de los casos. Contrariamente a lo que puede observarse en Rio Grande do Sul, nadie abandonó deliberadamente su chacra, una vez que ésta estuvo desbrozada, la casa construida, la tierra explotada. Hasta fines de siglo, se repartieron entre las generaciones que iban surgiendo, las hijuelas agrandadas o las tierras colindantes. Hacia 1890, comienza, a partir de la "colonia" primitiva y por parte de la descendencia enriquecida, la adquisición de inmensos potreros que bordeaban los otros lagos o a lo largo de la Cordillera de la Costa. Así se diseminan, cual enjambres, los Held, Horning, Kortmann, Kusch, Wetzel, Hoffman, Nannig, Hechenleitner, en Purranque, Río Bueno y más allá de Coihueco, hacia el lago Rupanco y aun más lejos, en el departamento de carelmapu y en el valle del maullin. el avance poblador precede al del ferrocarril cuyas dos ramas, a partir de Corte Alto y hasta Los Muermos y Puerto Montt, enmarcan las tierras de la colonización, en 1911. La ola colonizadora se despliega y llega, por el Norte, al gran latifundio osornino, el de los fundos ganaderos de los Keim, Amthauer, Matthei, Schwalm, Schilling, Momberg. Hasta 1920, por lo menos, la migración es un deslizamiento local, progresivo y periférico, en un medio temperado húmedo, sin comparación alguna con la colonización reuto-brasileña, buscadora de nuevos frentes y consumidora de espacio, en razón del rápido agotamiento de suelos tropicales sometidos a técnicas de devastación. El resultado es, aquí, una sociedad estable y homogénea, la constitución de un conjunto de pequeñas y medianas propiedades, completamente original de Chile. En 1916, de 1.600 propietarios que explotan personalmente sus predios en Llanquihue, unos quince poseen entre 100 y 1.000 hectáreas I0. El obrero agrícola de origen alemán es aquí una categoría inexistente, lo mismo que el nacional dueño de un centenar de hectáreas. Al observar a este pionero convertido de nuevo en el campesino que era en Alemania, un geógrafo alemán escribe en 1920, a propósito de la extensión de su dominio: "¿Seiscientos Morgen? (Morgen=25 Ar, Ar= 100 m2). Un Rittergut (dominio señorial), pero que aquí había remido uno mismo que arrancar a la selva". LA AGRICULTURA Y LA GANADERÍA Después de 1880, el colono vuelve a hacerse campesino. Por supuesto, el desbroce no se logra fácilmente. La selva, atacada por la ruma que reemplaza a la quema anárquica, se regenera con las lluvias, y arbustos de lingue y chilco vuelven a crecer junto a cruciferas yuyo y vallico. Pero la sierra ha reemplazado al hacha y en lugar de los bueyes, máquinas alemanas Herkules arrancan las cepas. Cipreses, avellanos y robles rienen buena venta y los aserraderos se multiplican para efectuar, en lo sucesivo, una explotación racional de la selva. / Bosquecillos de mañíos y de robles adornan un paisaje de pradera y de parque. Por necesidad primero y luego por prudencia y tradición, la autarquía y la modernización —la contradicción es sólo aparente— caracterizan a la agricultura de los colonos, llegado el tiempo de la rotación trienal de cultivos. Los pabellones de explotación son diseminados en un campo en el que también se plantan manzanos; hangares y bodegas de granos están separados de la casa habitación, cuyas ventanas están llenas de flores. Detrás, el huerto; más allá, los sembradíos —cereales y papas— y, finalmente, los potreros y la selva. El ganado vive en una semi-libertad en las praderas bordeadas de quilas que le sirven de alimento y de abrigo. El campesino del lago es también un artesano que sabe hacer de todo/y que no cuenta más que consigo mismo y con sus vecinos. Todos los observadores se manifiestan sorprendidos, hasta 1940, por la sobrevivencia de una tradición probada. Explotaciones de Nueva Braunau cuentan con corriente eléctrica, forja, lana, alimentación y bebida propias. "El granjero, dice uno de ellos, en 1933, es rey en su dominio. No depende de nadie. Se diría que estas gentes poseen muchos bienes, pero apenas si tienen dinero en efectivo v, en la mayoría de los casos, no se hallara bajo su techo ni una sola moneda. Su vida es sencilla, modesta y patriarcal" El progreso de la carretera y del ferrocarril que sigue a la apertura de la Frontera que, hasta entonces, bloqueaba al Chile austral, acarrea, entre tanto, el del maqumismo, de los abonos, de los cultivos industriales, al igual que una orientación hacia una ganadería de selección. Una modernización al estilo de las grandes propiedades osorninas, sólo se ve limitada por la modestía del tren de cultivo y por lo módico de los ingresos en dinero. En 1910 acerraderos, molinos, lecherias, talleres e industrias agroalimentarias enriquecen a Llanquihue. en una especie de autorretrato, en el que asoma un legitimo orgullo, fritz gaedicke esboza asi al "campesino del lago": Aquí, el agricultor es un apasionado del progreso. Aún no envía a sus hijos a una escuela agrícola para que éstos no lo miren todo desde arriba y se crean Oekonom (ingeniero agrónomo) antes de conocer lo que es una pala, una horqueta o lo que es tener callos en las manos; pero hoy, por todas partes, hay máquinas que reemplazan ventajosamente el trabajo del hombre". Llevando vida holgada aunque ganando poco, en un primer momento ei colono pidió préstamos a sus compatriotas más ricos, los de Osorno. Poco a poco accede al crédito gracias a las cajas hipotecarias que florecieron en Chile, después de 1865, debido a la integración del país al circuito monetario. Su banco es el Banco de Llanquihue que preside, en 1910, Fernando Schwerter. El Banco de Osorno y La Untan, fundado en 1910 por germano-chilenos, fue el primer banco chileno que se fijó como meta el auge económico del Sur. El trigo, tierno o duro, siempre fue cultivado aquí, a pesar de los inviernos lluviosos y de la pobreza de los suelos forestales, enriquecidos con los abonos de hueso fabricados ahí mismo y, luego, con la harina Thomas, importada de Alemania. Hacia 1900, el trigo cubre decenas de hectáreas en las grandes propiedades de los Llanos y en las del lago; entre ocho y diez como promedio, tratándose de chacras de unas cien. De 1890 a 1902, el trigo se vendió a buen precio a las destilerías locales cuyo posterior cierre obligó a transformar los trigales en praderas. En 1908 se hizo sentir un repunte en respuesta a la escasez cerealera nacional. Hacia 1920, el rendimiento fluctúa alrededor de 20 quintales por hectárea, el doble del de las provincias centrales, tenidas por cerealeras. El centeno es una exclusividad germano-chilena. la cebada, a su vez, alcanza niveles apreciables, debido al aumento extraordinario de produccion de las malterias de valdivia, entre 1872 y 1893. el cultivo principal aqui es la papa: de valdivia, llanquihue y chiloe sale , en 1909, la mitad de la produccion nacional. en cuanto al lino, introducido en chile en 1852, goza, ya en 1910, de una excelente reputacion en el mercado de hamburgo. Sin embargo, la verdadera vocación de la región es la ganadería. Se crían porcinos y particularmente bovinos de mucho mejor rendimiento que los cultivos. Las manadas de bueyes ñatos o lagartos descritos por Philippi en 1850, son substituidas por importantes rebaños destinados a la producción de carne y de leche, no obstante la competencia argentina y el altísimo costo de los transportes. De 1870 a 1909, la masa de ganado bovino de Valdivia y Llanquihue pasa de 60.000 cabezas a más de 300.000. Llanquihue exporta en 1909, 2.350 quintales de mantequilla y provee, en 1926, el 75% de la producción nacional. El Sur es también el país de la apicultura, ya conocida desde 1850, pero cuyo desarrollo es contemporáneo de la instalación de los colonos alemanes. Hay 30.700 colmenas en Llanquihue en 1870, v la exportación de miel llega en ciertos años a 12.000 quintales. CRÓNICA FAMILIAR El esfuerzo y el trabajo se organizan siguiendo el curso de los días y de las estaciones. De octubre a marzo, la atención se concentra en juntar el ganado, marcarlo y organizar la ordeña; de mayo a septiembre, es la época de las siembras; en febrero, es la siega y, a continuación, la saca de papas y también la cosecha de manzanas para hacer chicha. La esquila, es en octubre, y la recogida de miel, de noviembre a enero. A la granjera le corresponde preocuparse de las provisiones para el invierno: cerdo ahumado, tocino, salchichas, chucrut, alternado según ia tradición alemana, con capas de hinojo, laurel y ají. Es igualmente ella quien prepara el ñachi indígena, con chalote, ají, cebollas, perejil y sangre de cordero aún tibia. Ella es quien hace pan de centeno, los sábados; mantequilla, dos veces por semana y, con alguna frecuencia, esos Kuchen, tan estimados, que la palabra se hará chilena. La imagen tradicional de los hogares es la de la dicha familiar, ya que la casa es un oasis de paz, según la costumbre alemana, centro de vida y sociedad de base, lo mismo que en todos los pueblos comunitarios. Ella es la que permite describir y. comprender el carácter de quienes la habitan y su existencia cotidiana. Jamás lujosa, pero siempre confortable, es mantenida en un orden irreprochable. En ella uno se siente a gusto y resulta tanto más "gemütlich" (agradable, acogedora, simpática...) cuanto que los inviernos lluviosos son allí interminables. La decoración es, por supuesto, alemana: en los muros pueden verse árboles genealógicos y retratos de familia, adagios y refranes con aire de mandamientos, que glorifican el trabajo y alaban a Dios, calendarios religiosos y repisas cargadas de revistas, de almanaques y novelas populares qué equivalen a otros tantos "puentes con la vieja patria . Cocina y comedor son uno solo; el salón, recubierto de maderas claras donde todo es orden y limpieza, sólo se abre para las visitas y para las reuniones dominicales. Hay flores en las ventanas y, en el aire, olor a jabón, a leche y a miel. Festividades y costumbres alemanas se perpetúan. Ellas reúnen a la familia y aglutinan a toda la comunidad. La Navidad y el tiempo pascual siguen rigiéndose por antiguos ritos. No bien se han trazado los caminos y se ha dado cima a las tareas urgentes, se intercambian visitas entre familias relacionadas por el trabajo, la vecindad o el parentesco; ello es una buena ocasiones y para entonar un Volkslied (canción popular), antes de ponerse a bailar desenfadadamente. Jamás se pasan por alto santos o cumpleaños, los que reúnen a los de casa y a toda la parentela, más los amigos, alrededor de un asado regado con chicha y cerveza, el que es seguido de deliciosos Kuchen. Algunas ceremonias revisten una solemnidad particular; en primer lugar, el matrimonio, que siempre es algo más que un vínculo personal o secundario entre dos familias amigas: él es la señal de promoción de un nuevo colono que entra con pleno derecho en la comunidad que crece. Asociando la fecundidad de la tierra con la que se desea para la pareja, se regala a los jóvenes desposados una yunta de bueyes tirando una cuna. Los funerales expresan la cohesión y la solidaridad del grupo; si el difunto pertenece al saldo, cada vez más reducido, de los pioneros que conocieron el "cuartel", al "Papá Rosales" y "el combate por una pobre vida", se celebra una reunión solemne, en la que su elogio fúnebre, pronunciado por un orador, a menudo el maestro de escuela que se ha especializado en el género, es escuchado por todos, en medio del mayor recogimiento. Viviendo, por necesidad, con la mirada en el futuro, los colonos conservan, sin embargo, el respeto por los desaparecidos, mostrando así su delicadeza de sentimientos y su fidelidad a un ideal. Los cementerios —Pérez Rosales lo dice en sus Recuerdos— no son necrópo!ís de mal gusto, lúgubres o desesperanzados, sino bosques sagrados, jardines, parques "en donde tiembla el ciprés". En un ambiente de colonización, la tradición permanece intacta, porque se transmite directamente de abuelo a nieto; pero la madre no renuncia a su papel. De ella recibe el niño, juntamente con los rudimentos de una instrucción general y religiosa, las virtudes llamadas germánicas, del esfuerzo, de la probidad y de la puntualidad, a las que la comunidad declara, en todo momento, conceder el máximo de importancia. Estas-formas de vida son manifestaciones de una cultura, ya que tratan de sobrepasar las circunstancias, de reducir el rol del determinismo y de obtenerlo todo, mediante la educación, la voluntad y un cuidado prodigado sin cesar. Pero también puede pensarse en un modo de vida y de pensar conservador y provechoso basado en el trabajo, la familia y la propiedad, que exalta un sistema de valores intangible —puesto que ha sido probado—, conforme a las aspiraciones y a las experiencias de los antiguos. Andando el tiempo, y junto con el progreso general del país, aparecerá el riesgo de cierto bloqueo cultural que hará más delicada la necesaria adaptación al mundo moderno, evolutivo y sin enclaves. El impulso industrial de Valdivia y de Osorno, segundo elemento del díptico germano-chileno, presenra otro ejemplo de mutación brusca de un país dormido. Tal como lo escribe, en efecto, Gabriel Guarda, en un caso como éste, el paso de las tinieblas a la luz es más brutal aún. CAPÍTULO V LA NUEVA EDAD DE ORO DE VALDIVIA Y DE OSORNO (1870-1920) LA INMIGRACIÓN ALEMANA a Valdivia y Osorno es un sacudón. Saca bruscamente al Sur de su letargo, al punto de echar a un lado una historia colonial brillante. No hay que olvidar, sin embargo, los tres decenios de perturbación, de anarquía y de apatía económica, de 1820 a 1850. Cuando llegan los alemanes, "hay tanto musgo en los cerebros como en los árboles", como dice un intendente. En un espacio marginal, abandonado o descuidado, en que el hombre se ha hecho escaso o inútilmente presente, los conglomerados reviven por la fecundidad de una oleada y de un orden europeos. En 1900, las ciudades del Chile austral aún son modestas; pero, por lo mismo, su prosperidad industrial resulta más sorprendente. Ella se basa en la explotación y en la transformación de los recursos locales, gracias a la iniciativa y a la habilidad de los inmigrados. El tiempo provinciano está roto y el Sur es, simultáneamente, incorporado a la vida nacional y unido directamente a Europa. LA INFLUENCIA ALÓGENA Y LOS JALONES DE UNA PROVINCIA "ALEMANA" Como en Llanquihue, y aquí aún más,. Sin duda, el poblamiento germánico se parece al de los países bálticos anterior a 1940. Debido al clima y a los hombres, algunos viajeros la ven como una especie de Ostseeprovinz (provincia del mar báltico). De un total de 23.430 habitantes, en 1865, la provincia de Valdivia tiene apenas 910 extranjeros, de los cuales 768 son alemanes, o sea, uno por cada 25 nacionales, a los que hay que agregar 68 nacionalizados. Pasado 1875 los cálculos oficiales no informan más sobre los "alemanes de Valdivia", transformados, en su mayoría y, por propia voluntad, en ciudadanos de Chile. Pero la provincia ya está marcada con el sello germánico, antes de su "gran época alemana", de 1885 a 1909. Con el correr de los años, se reduce la proporción de germano-hablantes, aun cuando su número crece de manera regular, según las estimaciones de sus asociaciones o las de algunos vlajeros alemanes de paso. En La Unión, hay un 40% dtraiema^ nes en 1865, pero en 1909, sólo 6 y 7% son germano-hablantes. Según Gerstaecker, un tercio de los valdivianos habla alemán, en 1862, proporción casi constante de 1890 a 1912, fecha en la cual Reichs y Chiledeutsche (Alemanes nativos y germano-chilenos) son. alrededor de 7.000, para una población de 20.000, según Benignus. Siempre en 1912, habría 450 hablantes de alemán, sobre 4.000 habitantes en La Unión; 300, sobre 1.500, en Río Bueno; 1.200, sobre 6.000, en Osorno. Finalmente, la revista general del Deutsch-Chilenischer Bund(Sociedad Chileno-alemana), de 1916, indica, para Valdivia, 3-902 germano-hablantes, 4.950, para el conjunto de la pro- p114 vinciay 2.345, para la de Osorno, protestantes entre un 75 y un 80%. En 1938, Fittbogen asigna a las tres provincias del Sur Chico solamente 13.000 hablantes de alemán, para cerca de 400.000 habitantes. Ahora bien, la actividad industrial es inversamente proporcional al número. En 1865, los 670 alemanes del departamento de Valdivia ejercen 237 oficios artesanales diferentes, en tanto que los 11.000 nacionales están todos registrados como agricultores, empleados domésticos o gañanes. Diez años más tarde, de 732 inmigrantes aún no nacionalizados, por 30.525 habitantes, 387 hombres declaran ejercer un oficio artesanal o industrial, estando representados todos, o casi todos, los oficios. El auge de la industria estuvo primero en función de la exploración y de la apropiación del medio valdiviano, aparentemente ingrato, tanto como de la riqueza y de las aptitudes de los que iban llegando. "Por 40.000 pesos se habría podido comprar la provincia entera", escribe Koerner, yerno de Anwandter. De hecho, luego de las incertidumbres iniciales, se establecen los jalones de una influencia completa, en Corral, Los Ulmos, Quinchilca-Los Lagos, Paiüaco, San José de la Mariquina, Lanco y Toltén. Los "Diarios" de los llegados (Keller, Kayser, Koerner, Landbeck, Anwandter)informan sobre esta toma de posesión por puntos de anclaje y de fijación, impuestos por las ventajas naturales, los vestigios de la historia colonial el progreso de las armas o de las comunicaciones .'Gracias al peculio que se ha traído de Alemania o que se ha amasado como artesano en Valdivia, se adquiere un fundo cerca de algún fuerte, de una misión, de la confluencia de un río, de algún lugar de trasbordo o de una estación ferroviaria. Basta ver los dominios de los Exss, de los Manns, de los Berckhoff, Rademacher, Weiss, Horn, Haverbeck, entre el Cruces y el Calle-Calle, posesiones rurales cuyo auge será esencialmente industrial. En 1880, la lista de los propietarios de tierras del departamento se confunde con la de p115 industriales de la ciudad. En 1903, de 34 fundos, 32 pertenecen a germano-chilenos. Aunque están en minoría, "son los amos en todas partes", según constatación del viajero ruso Jonin, en 1895. En los Llanos de Osorno, el progreso de los inmigrados es más fácil y más rápido todavía. 97 familias de origen germánico ya habían "despenado", en 1854, a la capital del departamento, el mismo lugar donde, en 1906, Georg Schwarzenberg, entre 500 germano-chilenos que ejercen una actividad, no encuentra ni criados ni mozos, sino 27 propietarios de tierras, algunos funcionarios y miembros de profesionales liberales, unos cien comerciantes y el resto, compuesto de artesanos y de industriales: 24 carpinteros, 16 herreros, 16 cerveceros, curtidores, boticarios, talabarteros, cerrajeros, relojeros, hoteleros, carpinteros de obra, sastres , etc. Ya en 1895 esta pequeña burguesía controlaba el conjunto del departamento, al punto que los pequeños propietarios nacionales protestan contra este predominio "extranjero". las pertenencias Hube, Stolzenbachm Schawalm, Hoffmann, Mohr, Schilling, Buchmannm abarcan miles de hectáreas. En 1920, los fuchslocher "reinan" sobre mas de 10.000 hectáreas; Nicolás fuchslecher, sobre 25.000; carlos hoffmann que recibe a huespedes de campanillas con gran pompa --entre ellos el presidente arturo alessandri--- llega a poseer, por su parte, no menos de 48.000, con 40.000 cabezas de ganado. Más de cincuenta de esos fundos germano-chilenos de la provincia tienen un valor estimado de más de 100.000 pesos, unos treinta, mis de 300.000 y algunos, inclusive, se acercan ai millón o lo sobrepasan^. Ya en 1910, Benignus constataba: "Aquí, todos los alemanes son ricos. Osorno es una "Hochburg' del Deutschtum (Capital de la germanidad), digna rival de Valdivia". DEL TALLER A LA FABRICA "Si Chile hubiese tenido una decena de Valdivias, otro habría sido su crecimiento", exclama Carlos Keller, en 1931. La animación no deja de tener sus segundas intenciones; pero su pertinencia queda demostrada por las actividades industriales que la ciudad tenía unos decenios antes. En su Viaje a Valdivia, en 1900, José Alfonso escribe lleno de admiración, acerca de una localidad, antaño marginal, convertida en el modelo de las ciudades de provincia. "Es una ciudad de progreso. Deja estupefacto al viajero. En Valdivia, éste no se encuentra ya en Chile, tan distinto es aquí el espectáculo de lo que está acostumbrado a ver en las otras ciudades de la República...' Por la misma época, Espejo, Prendez, Espinoza, Pérez Canto, Ovalle, hacen observaciones semejantes, sin hablar, por supuesto, de los turiferarios conscientes o no, del pangermanismo y del "trabajo alemán" de ultramar: Unold, Ernst, Hoerll, Fándrich, Lincke, Kunz, Maier, entre otros. Benjamín Subercaseaux dirá en 1941: "los alemanes crearon aqui todo lo que es indispensable para la vida de un alemán"; pero ..acaso en lo inmediato, el inmigrado habría podido hacer otra cosa en semejante medio? No todos los talleres de artesanos de 1860 estaban convertidos en fábricas, treinta años más tarde. Pero, más que en cualquier otra parte, la inteligencia en la fabricación de cosas borra aquí el desdén tradicional hispánico por el trabajo manual. En 1860, Hermann Schülcke hace venir de Alemania a los primeros obreros curtidores para la fábrica que monta en la isla Teja. En 1890, entre tantas industrias florecientes, se destacan, en primer lugar, las de la madera, cuyo reino ha sido siempre Valdivia. Más de un centenar de aserraderos a vapor surten, en la ciudad, a decenas de mueblistas, de carpinteros, de torneros, de astilleros navales, de tiendas de materiales y de empresas de construcción. Las mejores maderas locales —lingue, mañío. luma, ulmo, coigüe, pino Oregón (introducido en 1868) y álamo (aclimatado por los Agustinos)— sirven para fabricar estructuras de casas, carretas, herramientas y objetos diversos, aun cuando ya ciertas especies (alerce, roble) comienzan a escasear.118 Kunz estableció una larga lista de talleres subsidiarios característicos de una vida urbana evolucionada: forjadores de cobre y tundidores de latón, cerrajería y repujado artístico, tapiceros y vidrieros, impresores, encuadernadores, relojeros, grabadores. Cierros establecimientos empleaban a decenas de obreros, com era el caso de las empresas de montaje de casas y de las de revestimiento (Voss, Ahrens, Bráuning, Bulling y Lauer), de los astilleros navales (Oettinger, Prochelle y Scheihing), de las fábricas de ladrillos (Friedrich, Geywitz, Kónig, Wester-mayer). Fue la transformación de los productos locales —aserraderos, molinos, cecinas, cervecerías, destilerías, curtiembres— lo que constituyó la vía esencial del progreso industrial; conocí mismos técnicos y medios financieros garantizaron, al comienzo, para algunos, una fortuna que no tardaría en llegar.118 LAS TRES GRANDES RAMAS INDUSTRIALES La cerveza, el alcohol y el cuero constituyeron, según anota Ota Bürger, los tres pilares de la industrialización de Valdivia. Con los adelantos en el arte de la fermentación en frío y de la pasteurización, la cervecería alcanza en Chile un notable impulso, de Valparaíso a Talca y Concepción, en gran medida gracias a la iniciativa de los inmigrados alemanes. En Valdivia, esta industria está ligada a la ilustre familia Anwandter. El tronco de la familia y sus hijos habían ido de puerta en puerta, en 1855, vendiendo a sus compatriotas su producción, en cajas de doce botellas. En 1874, se constituye la Sociedad Anwandter Hermanos , con un capital de 50.000 pesos; la producción de los establecimientos de la isla Teja llega, en 1890, a los 85.000 hl, 95.000 en 1895, 120.000 en 1900, con una capacidad aumentada a los 200.000. La empresa está en su cúspide; la cebada viene de las provincias centrales del país, el lúpulo es importado de Baviera. Hangares, cámaras de fermentación, maquinaria y frigoríficos se suceden a lo largo del Calle-Calle, empleando a más de 700 personas, sin contar otras 550 en los depósitos de Concepción, Talca, Santiago y Valparaíso. Los Anwandter, al hacer escuela, se hicieron también de competidores: en Valdivia, Conrad Hafer, Theodor Eimbecke, Julius Roepke; en Osorno, Fuchslocher, Eberhardt, Hube; en Puerto Monte, seis compatriotas que totalizan una producción de 100.000 hl de los que, 20.000, corresponden a las sociedades Stange y Trautmann. El período de prosperidad de las destilerías se ubica entre 1890 y 1902. Las dos firmas más importantes fueron las de Albert Thater y de los hermanos Schueler. En 1900, los establecimientos Thater producen 20.000 hl de aguardiente; los de Schueler, originario de Rothenburgo, más de 7.000. De Valdivia a Puerto Montt, diez usinas del mismo tipo fabrican por lo menos otro tanto. Está lejano el tiempo en que Roestel y Friedrich Hubenthal, junto con su equipaje desembarcado en Corral, traían todo un material de destilación para construir el primer alambique... La curtiembre representa el mejor ejemplo de esta utilización inmediata y racional de los recursos y de las ventajas del medio: agua, ganadería, baratura de los terrenos para construir, bajo costo de la mano de obra local, presencia, entre los inmigrados, de numerosos maestros y compañeros curtidores;, según una estadística precisa de 1865. Es de notar, finalmente, la calidad de las cortezas que contienen tanino en la selva valdiviana. |


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