Cristiana Eberardina de Brandeburgo-Bayreuth (Bayreuth, 19 de diciembre de 1671-Pretzsch an der Elbe, 4 de septiembre de 1727) fue electora consorte de Sajonia (1694-1727), así como reina de Polonia y gran duquesa de Lituania (1697-1727) por su matrimonio con el rey Augusto II de Polonia. Biografía Cristiana Eberardina nació en Bayreuth el 19 de diciembre de 1671, siendo hija del margrave Cristián Ernesto de Brandeburgo-Bayreuth y de su esposa, la duquesa Sofía Luisa de Wurtemberg, hija del duque Eberardo III de Wurtemberg. Su nombre completo era Cristiana Eberardina. Cristiana por su padre, Cristián, y Eberardina por su abuelo marterno, Eberardo. Su título al nacer fue margravina de Brandeburgo-Bayreuth. Matrimonio y descendencia Contrajo matrimonio con el futuro rey Augusto II de Polonia el 20 de enero de 1693, a los 21 años de edad. En aquel entonces su marido era duque de Sajonia. Fue un matrimonio de estado, carente de felicidad, aunque tuvieron un hijo en común, Augusto III (7 de octubre de 1696-5 de octubre de 1763). Augusto aceptó convertirse al catolicismo para coronarse rey de Polonia-Lituania, mientras que su Cristiana Eberardina se negó a hacerlo, prefiriendo mantener su fe protestante y residir permanentemente en Sajonia. Por este motivo, se la denominó "El Pilar de Sajonia". Falleció el 4 de septiembre de 1727 en Pretzsch an der Elbe. Su marido lo hizo cinco años después. Su funeral se celebró el 6 de septiembre, no estando presentes en él ni su marido ni su hijo. En conmemoración de su muerte, Johann Sebastian Bach compuso la cantata Laß, Fürstin, laß noch einen Strahl, BWV 198, con texto de Johann Christoph Gottsched, y fue estrenada el 17 de octubre de 1727 en la Paulinerkirche, la iglesia de la Universidad de Leipzig. Su título significa Vamos princesa, déjanos verte una vez más. |
Augusto, un voraz mujeriego, pasaba su tiempo con una serie de amantes:
Algunas fuentes de la época, entre ellos la princesa Guillermina de Prusia, afirmaron que Augusto llegó a tener 365 o 382 niños. El número auténtico de hijos es muy difícil de verificar, pues Augusto oficialmente reconoció sólo a una pequeña fracción de esa cantidad como sus bastardos (las madres de estos "elegidos", con la posible excepción de Fátima la Turca, eran todas damas aristocráticas): Con María Aurora de Königsmarck
Con Ursula Katharina de Altenbockum
Con Fátima la Turca, después María Aurora de Spiegel
Con Ana Constanza de Brockdorff
Con Henriette Renard
|
Siendo aún un joven príncipe, Augusto visitó el Palacio de Versalles, lo que marcó su vida y orientó su manera de administrar el Estado. Convertiría la capital, Dresde, en una de las ciudades más bellas de Europa. Se rodeó de una capilla de grandes músicos, entre ellos Silvius Leopold Weiss, Johann David Heinichen y el violinista Veracini. También introdujo en Meissen la industria de las porcelanas. También tenía que él denominaba “la enfermedad de la porcelana”. Era un apasionado de este material chino e hizo construir la primera fábrica europea de porcelana en Meissen. Cuando murió, en 1733 dejando a nueve hijos de seis diferentes mujeres, el reino en ruina financiera y una colección de 35.798 piezas de porcelana. Augusto el Fuerte Dresde: 10 curiosidades 1) La increíble fuerza física y sus inicios militares El protagonista de nuestra historia nació en Dresde en 1670 bajo el nombre de Federico Augusto, segundo hijo del elector Juan Jorge III. Como su hermano mayor era el heredero del trono, Augusto fue destinado a la carrera militar. Desde niño destacó por su fuerza física extraordinaria y sus habilidades corporales, en contraste con el carácter más reservado y melancólico de su hermano. A los 17 años emprendió el tradicional Gran Tour europeo, parte esencial de la educación de los jóvenes nobles de su tiempo. Visitó las principales cortes del continente, entre ellas la de Luis XIV en Versalles y el Escorial en Madrid. Según la leyenda, durante su estancia en España participó en una corrida de toros, donde casi logró decapitar a un toro de un solo golpe de espada, lo que contribuyó a su fama de fuerza sobrehumana. Pero su leyenda no se detuvo ahí. Augusto también era conocido por romper herraduras de hierro con las manos desnudas frente a embajadores y cortesanos, como muestra de poder y virilidad. Varias de estas herraduras, dobladas por él mismo, se conservan hoy en museos de Dresde y Varsovia como curiosos testigos de su increíble fuerza. Sus aventuras amorosas y su vida de excesos fueron relatadas por el escritor Karl Ludwig von Pöllnitz en su célebre obra La Saxe Galante, escrita poco después de la muerte del monarca. El libro ayudó a construir la imagen de Augusto el Fuerte como un hombre poderoso, apasionado, amante del lujo y de los placeres de la vida. 2) De príncipe a elector de Sajonia Siendo el segundo en la línea de sucesión, Augusto no esperaba heredar el trono. Sin embargo, en 1691, su hermano Juan Jorge IV se enamoró de la joven aristócrata Magdalena Sibylla von Neitschütz, lo que provocó conflictos con su esposa oficial, Leonor Edmunda Luisa de Sajonia-Eisenach. En 1694, Magdalena Sibylla contrajo viruela y falleció con solo 19 años. Desolado, Juan Jorge IV no pudo resistirse a besar a su amada muerta y contrajo la enfermedad, muriendo poco después. Así, Federico Augusto ascendió al trono como Elector de Sajonia. Ya como gobernante, Augusto el Fuerte ordenó un proceso de brujería póstumo contra la familia Neitschütz, reflejo de las tensiones morales y políticas de la época. Mandó abrir el ataúd de Magdalena Sibylla para buscar “signos de brujería” y ordenó enterrar su cuerpo de manera anónima. 3) Cambio de fe y rey de Polonia Aunque Sajonia era un bastión del luteranismo, Augusto vio una oportunidad tras la muerte del rey polaco Juan III Sobieski en 1696. Para ser elegido monarca de la Mancomunidad Polaco-Lituana, debía ser católico, por lo que decidió convertirse al catolicismo, siguiendo la lógica de la célebre frase: “París bien vale una misa.” Augusto invirtió enormes sumas —unos 2,5 millones de táleros, equivalentes a varios presupuestos anuales de Sajonia— para ganar el apoyo de la nobleza polaca. Su principal rival fue Francisco Luis de Borbón-Conti, candidato de Luis XIV de Francia. Ambos fueron proclamados reyes, lo que desató una guerra civil en la república de las Dos Naciones. Las tropas sajonas de Augusto entraron primero en Polonia y organizaron su coronación en la catedral de Wawel en Cracovia. Como el primado polaco se negaba a entregarle las insignias reales, Augusto ordenó derribar las paredes del tesoro para obtenerlas. Así comenzó la unión personal entre Sajonia y Polonia-Lituania, que marcaría profundamente la política europea del siglo XVIII. 4) Mujeriego, bribón y fiestero: así era Augusto el Fuerte Augusto el Fuerte fue tan célebre por su fuerza física como por su vitalidad amorosa y su afición a los placeres. En su tiempo se lo describía como un hombre de energía inagotable, con un apetito desbordante tanto para el amor como para la vida. Buena parte de su fama proviene del escritor Karl Ludwig von Pöllnitz, autor de La Saxe Galante, quien lo retrató como un monarca apasionado, hedonista y libertino. Según sus relatos, Augusto llegó a tener más de 365 hijos ilegítimos, uno por cada día del año, aunque la cifra es claramente legendaria. Lo cierto es que reconoció varios hijos naturales y se ocupó de su educación y bienestar, otorgándoles títulos y rentas. Con su esposa legítima, Cristina Eberhardina de Brandeburgo-Bayreuth, solo tuvo un hijo: Federico Augusto II, el futuro Augusto III de Polonia. Curiosamente, su amante más célebre, Maria Aurora von Königsmarck, dio a luz casi al mismo tiempo, lo que obligó a ajustar las fechas de nacimiento para evitar un escándalo sucesorio. Además de su vida amorosa, Augusto era conocido por su gusto por el vino y las fiestas. Se dice que bebía entre dos y tres botellas de vino al día, y durante las celebraciones podía llegar a consumir siete u ocho botellas sin perder la compostura. Una de las fiestas más legendarias tuvo lugar en Rawa Ruska, en 1707, durante un encuentro con su aliado y amigo Pedro el Grande de Rusia. Ambos monarcas brindaron hasta el amanecer, compitiendo en resistencia y fuerza. La crónica cuenta que, al final de la noche, Augusto aún pudo levantarse y caminar por su propio pie, mientras que el zar Pedro terminó durmiendo bajo la mesa. Aquella escena se convirtió en símbolo de la fortaleza y resistencia casi sobrehumana de Augusto el Fuerte, el rey que no solo rompía herraduras con las manos, sino que también parecía invencible frente al vino, al amor y a la vida misma. 5) Gran amante de la arquitectura y del arte Los viajes de juventud de Augusto el Fuerte a Italia y Francia despertaron en él una profunda fascinación por la arquitectura y las artes. Quedó impresionado por el esplendor de Versalles y soñó con convertir Dresde en una capital igual de majestuosa. En 1709 inició la construcción de su obra más emblemática: el Zwinger, un fastuoso complejo de pabellones, galerías y jardines barrocos concebido originalmente como un invernadero de naranjos. El proyecto fue dirigido por el arquitecto Matthäus Daniel Pöppelmann y el escultor Balthasar Permoser, y se convirtió en un símbolo del barroco sajón. Durante su reinado también impulsó la reconstrucción del castillo de Dresde, la construcción del puente de Augusto (Augustusbrücke) sobre el Elba y la restauración del palacio de Moritzburg, transformándolo en una elegante residencia de caza. Su pasión por la arquitectura se extendió mucho más allá de Sajonia. En Varsovia, como rey de Polonia, ordenó la construcción del majestuoso Palacio Sajón (Pałac Saski) y promovió la reconstrucción de la capital polaca, buscando reflejar en ella la grandeza y el refinamiento de las cortes europeas. De este legado arquitectónico y del esplendor de su reinado hablamos durante nuestro Free Tour por el centro histórico de Varsovia, donde aún pueden apreciarse los vestigios del ambicioso proyecto urbano que soñó Augusto el Fuerte. Gracias a su mecenazgo, Dresde fue conocida como la “Florencia del Elba”, una ciudad donde el arte, la música y la arquitectura alcanzaron su máximo esplendor. 6) La boda del siglo En septiembre de 1719 tuvo lugar una celebración majestuosa: la boda de Federico Augusto II, hijo de Augusto el Fuerte, con la archiduquesa María Josefa de Austria, hija del emperador José I. Para Augusto, este matrimonio era mucho más que una unión familiar: aspiraba a convertir al Electorado de Sajonia en una potencia dentro del Sacro Imperio Romano Germánico y, quizá algún día, asegurar la corona imperial para su casa Wettin. La boda oficial se celebró el 20 de agosto de 1719 en Viena, en una ceremonia discreta pero acompañada de una ópera especialmente compuesta para la ocasión. Sin embargo, el verdadero esplendor se reservó para la entrada triunfal en Sajonia: los festejos se extendieron durante casi todo septiembre. El 31 de agosto, los novios llegaron navegando por el río Elba en una elegante comitiva de góndolas doradas, inspiradas en el estilo veneciano, atravesando ciudades engalanadas y recibiendo el saludo de multitudes. Desde su llegada, Augusto ordenó que Dresde se transformara en un escenario festivo sin precedentes: torneos ecuestres, banquetes, mascaradas, desfiles, espectáculos teatrales y conciertos barrocos llenaron la ciudad. Entre los eventos más llamativos se organizaron los “siete festivales planetarios”, dedicados a los astros clásicos —Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno— bajo el lema Constellatio felix, símbolo de buena fortuna para los recién casados. El Festival de Saturno, celebrado el 26 de septiembre, fue el punto culminante: una espectacular fiesta al aire libre en el valle de Plauen, que combinó cacerías, teatro y un desfile nocturno de 1.600 mineros con antorchas, vestidos con uniformes especialmente diseñados. En un escenario con forma de montaña iluminada, con fuego y música, se rindió homenaje a la riqueza minera sajona, orgullo del electorado. Aquel día, según las crónicas, Augusto abatió personalmente un oso durante la cacería, provocando la admiración de toda la corte. Para Augusto el Fuerte, esta boda era también una jugada estratégica: al casar a su hijo con una princesa de Austria, reforzaba la posición de Sajonia dentro del Imperio y elevaba el prestigio de su dinastía. Aunque ningún Wettin llegó a ser emperador, las bodas de 1719 dejaron una huella imborrable. Dresde se transformó en una de las capitales más brillantes de Europa, símbolo del poder, la cultura y la ambición de Augusto el Fuerte —el elector que convirtió su corte en un espectáculo barroco sin igual. 7. De la alquimia al “oro blanco”: el nacimiento de la porcelana de Meissen Las riquezas minerales de los Montes Metálicos (Erzgebirge) —plata, estaño, cobre y cobalto— habían convertido al Electorado de Sajonia en uno de los territorios más prósperos del Sacro Imperio. Pero Augusto el Fuerte soñaba con algo aún más valioso: un secreto capaz de rivalizar con el oro de los alquimistas y el lujo de Oriente. A comienzos del siglo XVIII, la alquimia fascinaba a las cortes europeas. Augusto, apasionado por la ciencia y los misterios del cosmos, quería fabricar oro real para financiar su ambición política y sus fastuosas fiestas. En 1701 oyó hablar de un joven aprendiz de farmacéutico berlinés, Johann Friedrich Böttger, que aseguraba conocer la fórmula de la transmutación. Cuando el rumor llegó a sus oídos, Augusto lo mandó arrestar en Dresde. Allí fue encarcelado en los calabozos de la fortaleza, bajo estricta vigilancia, y más tarde trasladado al laboratorio real. El elector no buscaba castigarlo, sino obligarlo a convertir metales comunes en oro. Para guiar sus experimentos, Augusto puso a Böttger bajo la supervisión de uno de los científicos más brillantes de Sajonia: Ehrenfried Walther von Tschirnhaus, matemático, físico y filósofo, vinculado a Leibniz y a las nuevas ideas de la Ilustración. Tschirnhaus había investigado el efecto del calor y los materiales refractarios, y sospechaba que el secreto de la porcelana podía encontrarse en la combinación precisa de arcillas y minerales sometidos a altas temperaturas. En 1708, tras años de ensayos y fracasos, Böttger y Tschirnhaus lograron producir una pasta blanca, dura y translúcida, idéntica a la porcelana oriental. Habían descubierto, sin proponérselo, el “oro blanco” de Europa. En 1710, Augusto el Fuerte fundó en el castillo de Albrechtsburg, en Meissen, la primera fábrica de porcelana europea, instalando en aquella fortaleza medieval un laboratorio secreto. Bajo estricta vigilancia y juramentos de silencio, allí se creó la porcelana más codiciada del continente. Para sellar su carácter real, Augusto, de la Casa de Wettin, ordenó que la manufactura usara como emblema las dos espadas cruzadas de los electores de Sajonia, símbolo de su linaje y de su autoridad. Desde entonces, este distintivo se convirtió en la marca eterna de la porcelana de Meissen, uno de los logotipos más antiguos del mundo aún en uso. Hoy, esa fascinante historia puede revivirse durante nuestros tours desde Berlín (reserva aquí!) y Dresde (reserva aquí!), visitando el castillo de Meissen, donde nació la primera porcelana europea, y la fábrica actual de porcelana de Meissen, donde el legado del “oro blanco” sigue vivo casi tres siglos después. 8. El tesoro de Augusto el Fuerte: la Bóveda Verde y las maravillas de Dinglinger La corte imperial mogol de Shahjahanabad, el día del cumpleaños del gran Mogol Aurangzeb (1701–1708), obra de Johann Melchior Dinglinger. Entre los tesoros más deslumbrantes del barroco europeo destaca el Grünes Gewölbe —la Bóveda Verde—, creada por Augusto el Fuerte en 1723 en el Palacio Real de Dresde. Con sus paredes verdes de malaquita y vitrinas llenas de oro, marfil y piedras preciosas, este espacio no fue solo una cámara del tesoro, sino una auténtica escenografía del poder. El maestro orfebre Johann Melchior Dinglinger (1664–1731) fue el genio detrás de las obras más exquisitas de la colección. Su creación más famosa, la “Corte de Delhi del Gran Mogol” (Hofstaat des Großmoguls zu Delhi), representa la fastuosa corte del emperador mogol Aurangzeb en miniatura. Compuesta por 132 figuras doradas y esmaltadas, adornadas con 5.223 diamantes, 189 rubíes, 175 esmeraldas, 53 perlas y un zafiro, la obra es una sinfonía de luz y color. Dinglinger la realizó sin encargo, guiado solo por su ambición artística, y más tarde se la vendió a Augusto el Fuerte por la asombrosa suma de 60.000 táleros. Más que un capricho oriental, la pieza era una alegoría del poder sajón: el reflejo de un monarca que se veía a sí mismo tan majestuoso como los emperadores de Oriente. Hoy, estas joyas pueden admirarse en el Grünes Gewölbe del Palacio Real de Dresde, donde el arte, la política y la vanidad del barroco se funden en un solo lugar. Y de estas preciosidades —de los orfebres, los diamantes y el esplendor de la corte sajona— hablamos durante nuestro Free Tour por el centro histórico de Dresde, cuando las piedras y palacios de la ciudad vuelven a brillar con el eco de aquel lujo eterno. 9. La condesa Cosel: del lujo del Taschenbergpalais al encierro en Stolpen Entre las amantes de Augusto el Fuerte, ninguna tuvo un destino tan brillante y trágico como Anna Constantia von Cosel (1680–1765). De origen noble, su juventud fue turbulenta: tras dar a luz a un hijo ilegítimo fue expulsada de la corte y más tarde se casó con Adolph Magnus von Hoym, de quien pronto se separó. En 1704, tras un incendio en la residencia de los Hoym, Augusto la conoció y quedó cautivado. La convirtió en su favorita oficial y, en 1705, encargó al arquitecto Matthäus Daniel Pöppelmann la construcción del Taschenbergpalais, un palacio barroco en el corazón de Dresde que debía reflejar su nueva posición. Dos años más tarde, el monarca le firmó un documento de matrimonio morganático, garantizándole riqueza, propiedades y el palacio de Pillnitz. Pero la condesa no fue solo una amante celosa: se implicó en política, criticó la alianza de Augusto con Polonia y llegó a filtrar información diplomática. Cuando el rey decidió sustituirla por otra cortesana, intentó huir a Berlín con el contrato secreto. Capturada en Halle (Saale), fue devuelta a Sajonia tras un intercambio de prisioneros: el elector entregó desertores prusianos a cambio de su persona. El 24 de diciembre de 1716, Anna Constantia fue encerrada en el castillo de Stolpen, donde vivió 49 años de cautiverio hasta su muerte en 1765. Su historia —entre el poder, la pasión y la traición— sigue siendo una de las más conmovedoras del barroco sajón. 10. Dos memorias, un legado: Augusto el Fuerte entre Sajonia y Polonia Pocos monarcas han dejado una huella tan profunda y contradictoria como Augusto el Fuerte. En Sajonia, es recordado con orgullo como el padre fundador de la grandeza sajona, el soberano que impulsó las artes, la arquitectura y el esplendor cultural que convirtieron a Dresde en la “Florencia del Elba”. Bajo su mecenazgo florecieron la pintura, la orfebrería, la música y la ciencia, transformando a su electorado en una de las cortes más refinadas de Europa. Sin embargo, en Polonia, su figura se valora con más escepticismo. Muchos historiadores lo consideran el monarca que aceleró el declive de la República de las Dos Naciones. Su ambición de crear un reino hereditario para la casa de Wettin provocó una larga y devastadora guerra con Suecia, durante la cual el país fue saqueado por ejércitos extranjeros. Más tarde, tras recuperar el trono polaco con la ayuda del zar Pedro el Grande, el poder real quedó bajo la influencia de Rusia y de otras potencias europeas. El Sejm Silencioso de 1717 selló esa dependencia, debilitando la soberanía polaca y marcando el camino hacia las futuras particiones que harían desaparecer a Polonia del mapa por 123 años. |
ANNA-CONSTANTIA VON BROCKDORFF, CONDESA VON COSEL, 1680-1765 Anna Constantia von Brockdorff nació en la localidad de Gut Depenau, próxima a Burg Stolpen, en el ducado de Holstein (Dinamarca), el 17 de octubre de 1680. Su padre, Joachim, Ritter von Brockdorff -con rango de caballero-, pertenecía a esa nobleza menor de provincias mientras que la madre, Anne Margarethe Marselis, procedía de la opulenta burguesía Hamburguesa. Dada la fortuna de los padres, la hija recibió una sorprendente a la par que amplia educación para una mujer de su época y que tan solo se daba raramente, casi de manera excepcional, en algunas grandes familias de la aristocracia europea. Destacarían sus conocimientos de aritmética y geometría. Sin embargo, tenía un carácter y un temperamento muy fuertes que la llevaban a destacar siempre. Dado su genio y figura, la vivaz Anna Constantia de entonces 14 años, sería a la postre convenientemente introducida en la pequeña corte ducal de Holstein-Gottorp, siendo la fortuna materna y la nobleza paterna unas inmejorables cartas de presentación para los duques Christian-Alberto y Frederika-Amalia de Holstein-Gottorp (nacida Princesa Real de Dinamarca). Con tal de domar la fierecilla impetuosa, se le buscó empleo y lugar donde aprender a pulir sus maneras, dandole el puesto de dama de compañía de la hija de los duques, la princesa Sophie-Amalia de Holstein-Gottorp (1694). Doce meses después, y habiendose comprometido la princesa holsteiniana con el heredero del ducado de Brünswick-Wolfenbüttel-Lüneburg, el duque Augusto-Guillermo, Anna Constantia von Brockdorff tuvo que hacer sus baúles y seguir a la novia a su nuevo destino en Alemania. Una vez allí, la hermosa dama de compañía de la flamante duquesa de Brünswick-Lüneburg se dejó conquistar por el cuñado de ésta, el duque Ludwig-Rudolf (entonces casado con la condesa Christine von Oettingen), y el escándalo no tardó en hacerse público cuando Anna Constantia constató que había caído encinta de su principesco amante. La estancia de la dama de compañía en la corte ducal alemana se hizo insostenible y fue fulminantemente expulsada y devuelta al hogar paterno, para mayor disgusto de sus padres. No se sabe muy bien si su embarazo llegó a traducirse en un parto o hubo aborto provocado. El caso es que, al pasar un tiempo, Anna Constantia volvió a abandonar el hogar familiar para convivir con un nuevo amante, el Barón Adolf Magnus von Hoym, en el castillo de Burgscheidungen (1699). Tras cuatro años de escandaloso concubinato, los amantes se casaron para legalizar su unión el 2 de julio de 1703 y, tres años después, se separaban. La flamante Baronesa von Hoym, ya separada de su marido, se trasladó entonces a la corte sajona, en Dresden, en busca de una nueva oportunidad para rehacer su vida. Pese a sus antecedentes poco edificantes, Anna Constantia supo muy bien sacar provecho de sus armas de mujer para llamar la atención del mujeriego Elector Federico-Augusto I de Sajonia, también Rey Electo de Polonia con el nombre de Augusto II "el Fuerte". La consorte del monarca sajón y polaco, la princesa prusiana Christiane-Eberhardine de Brandenburgo-Bayreuth, fervorosa luterana, se había separado de él y retirado en el castillo de Pretzsch cuando éste, para poder ceñir la corona de Polonia, no dudó en abjurar de su fe protestante para abrazar la católica, confesión exigida por los polacos a cualquier candidato al trono. Indignada por ese oportunista cambio de religión, ésta optó por abandonar a su marido esgrimiendo su conflicto religioso y su total rechazo a esa maniobra política. Pero el abandono de la Electriz consorte no pareció afectar lo más mínimo al Elector Federico-Augusto I de Sajonia, decidido a ceñir la corona polaca. Formidable mujeriego, el flamante Rey de Polonia Augusto II había hecho pública su adúltera relación con una hermosa condesa germano-sueca de renombrado linaje, Maria-Aurora von Königsmarck. Ésta había traido al mundo el fruto de sus ilícitos amores con el monarca sajón, el futuro Mariscal-Conde Mauricio de Sajonia, y pronto se vió tumbada por una estrella naciente de rancio abolengo, Ursula Katharina von Altenbockum, Duquesa de Teschen, y relegada a la vida monacal encontrando digno retiro en la abadía de Quedlinburg (de la cual llegaría a ser abadesa con rango de princesa soberana). Corriendo el año de 1704 a 1705, Anna Constantia von Brockdorff se empeñó en brillar más que la Duquesa de Teschen y se las arregló para conquistar el corazón del rey Augusto II y tenerle rendido a sus pies. Convertida en la nueva estrella ascendente de la corte de Dresden, la Baronesa von Hoym empezó a hacer sombra a su rival quien tuvo que hacer sus baúles y dejarle el sitio. Augusto II, loco de pasión por ella, la convirtió oficialmente en su nueva favorita todopoderosa y, en 1706, le concedió el título de Condesa von Cosel (Reichsgräfin von Cosel, que implicaba el prestigioso rango de Condesa del Sacro Santo Imperio Romano Germánico), amablemente ratificado por el Emperador José I de Austria. Semejante distinción coronaba su fulgurante carrera de favorita real y dejaba patente su enorme influencia sobre su real amante. De sus amoríos con Augusto II nacieron tres retoños, dos hijas y un varón: -Augusta Anna Constantia, n.24-feb.1708 -Frederika Alexandrine, n.27-oct.1709 -Friedrich Augustus, n.27-ago.1712 No contenta con reinar en la cama y en palacio, la Condesa von Cosel también amplió su campo de acción hasta inmiscuirse en los asuntos de la alta política. Su enorme ambición hizo que se granjease la enemistad de ciertos personajes influyentes de la corte sajona, a los que les faltó tiempo para tejer una conspiración que perseguía su caída. Desgraciadamente, la ambiciosa condesa les dió el motivo perfecto para tumbarla: Anna Constantia había conseguido arrancar de manos de su real amante una promesa escrita en la que Augusto II se comprometía a casarse con ella y coronarla reina. El chantaje se volvería finalmente contra ella al hartarse el rey de sus exigencias, y sus enemigos, en 1712, encontraron a la candidata ideal para erigirla en su más terrible rival: la joven y hermosa polaca Maria-Magdalena Bielinska, Condesa von Dönhoff. Puesta en el camino del rey, la joven polaca no tardó en enamorar al empedernido faldero asestando así un golpe mortal a la Condesa von Cosel, cuya belleza física se había opacado tras sus tres alumbramientos. Menos de un año después, en 1713, la Condesa von Cosel se vió repentinamente invitada a abandonar la corte de Dresden y a retirarse en el castillo de Pillnitz, por expresa orden del rey. Pero Anna Constantia no era como las anteriores amantes de Augusto II; no estaba dispuesta a resignarse y a sobrellevar la derrota cómodamente arrinconada, no sin luchar antes y librar la última batalla. Lejos de inclinarse amablemente ante la orden real, en 1715 hizo sus baúles y se dirigió, desafiante, a Prusia con el fin de recuperar la famosa carta en la que Augusto II se comprometía a casarse con ella, y que por entonces andaba en manos de un primo suyo, el conde Detlev Christian von Rantzau que, por curiosas casualidades de la vida, se vió inopinada y arbitrariamente encerrado en la cárcel de Spandau. Para colmo de males, la audaz condesa fue detenida por la policía prusiana (siguiendo las órdenes del rey Federico-Guillermo I, gran aliado de Augusto II) en la localidad de Halle an der Saale el 22 de noviembre de 1716 y devuelta a la frontera sajona donde fue entregada a la policía de Augusto II, e intercambiada por unos desertores prusianos. Fue arrestada bajo la acusación de rebeldía y traición, tachada de "criminal de Estado" por haber hecho caso omiso de la orden que la confinaba a Pillnitz y por "atentar" contra la seguridad del Estado. ¿Qué fue de la famosa carta que comprometía al rey Augusto II? Seguramente los servicios secretos sajones se encargaron de confiscarla al depositario, tras confinarle en la prisión de Spandau, gracias a la preciosa colaboración del rey de Prusia. Puesto que se trataba de un Asunto de Estado que atañía directamente a Augusto II, la Condesa von Cosel y su primo el Conde von Rantzau debían ser silenciados y apartados de la circulación. Encerrada como una criminal, Anna Constantia fue finalmente sentenciada al exilio en la localidad que la vio nacer. Asignada a residencia de por vida, pasó sus últimos cuarenta y nueve años confinada en Stolpen. El 1 de febrero de 1733, el rey Augusto II de Polonia y Elector de Sajonia (como Federico-Augusto I), fallecía. Su hijo y sucesor, el Elector Federico-Augusto II, también elegido rey de Polonia bajo el nombre de Augusto III, no pareció preocuparse por la suerte de la antigua amante de su padre y, ciertamente, tampoco pensó en levantar la orden de confinamiento que pesaba sobre ella aunque había dejado de ser un peligro en potencia. De hecho, extraña sobremanera que la condesa von Cosel no aprovechara las dos ocasiones que se le presentaron en 1745 y en 1756, cuando el ejército sajón tuvo que retirarse ante el avance de las tropas prusianas, para huir y recobrar su libertad. El 31 de marzo de 1765, a la edad de 85 años, Anna Constantia von Brockdorff, Reichsgräfin von Cosel, se apagaba serenamente en su residencia de Burg Stolpen. |
Augusto III de Polonia (Dresde, 7 de octubre de 1696[1]- Dresde, 5 de octubre de 1763) fue elector de Sajonia (con el nombre de Federico Augusto II) y rey de Polonia entre 1733 y 1763. Biografía Augusto III era hijo del rey Augusto II de Polonia y de la margravina Cristiana Eberardina de Brandeburgo-Bayreuth,[2] y nació apenas un año después que su padre fuera proclamado rey de Polonia-Lituania. Su padre, Augusto II, intentó presionar a la szlachta polaca tras la Gran Guerra del Norte para que su hijo fuera elegido rey de Polonia-Lituania a su muerte, pero no logró tal cometido pues el Sejm de los aristócratas eligió monarca a Estanislao I Leszczynski en 1733, lo cual provocó la guerra de sucesión polaca (1733-1736), en la cual el joven Augusto de Sajonia debió solicitar ayuda militar de Sajonia y del Imperio ruso para su causa, aumentando con ello la influencia rusa sobre la República de las Dos Naciones. Tras una breve campaña militar las tropas rusas y de Sajonia entraron en Polonia y expulsaron a los partidarios de Estanislao I, de modo que en junio de 1736, Augusto III quedó reconocido oficialmente como rey. Augusto III conservó su título de elector de Sajonia al igual que su padre, pero mostró muy poco interés por las funciones gubernamentales, tanto en Sajonia como en Polonia-Lituania; de hecho, Augusto III delegó sus responsabilidades en ambos dominios a su ministro sajón Heinrich von Brühl, considerado un funcionario serio y leal, pero incompetente para las graves responsabilidades que se le encargaron. En Sajonia, el elector Augusto promovió activamente Dresde como centro cultural y artístico fundando la Gemäldegalerie Alte Meister, mientras abandonaba los asuntos políticos a Von Brühl. Las preocupaciones fundamentales de Augusto III fueron la cacería y las bellas artes, pasando el tiempo financiando pintores y músicos, mientras su desinterés por los asuntos polacos llegó al extremo de que sólo vivió en Polonia tres años de su tres décadas de reinado. Durante este período, las poderosas familias szlachta de los Potocki y los Czartoryski fueron los verdaderos gobernantes de Polonia-Lituania, aunque estos aristócratas paralizaron la administración polaca con sus conflictos y disputas, impidiendo inclusive el funcionamiento del Sejm (parlamento polaco) y deteniendo así la toma de decisiones políticas a todo nivel, lo cual precipitó en pocas décadas la decadencia del reino polaco-lituano. En 1756, Augusto III apoyó a Austria como aliada de Sajonia en la guerra de los Siete Años, lo cual mostró ser una decisión arriesgada, mientras Polonia-Lituania se mantenía neutral por acuerdo de la szlachta. Durante la guerra, Sajonia fue invadida por el mucho más poderoso Reino de Prusia y sufrió graves pérdidas materiales, mientras que Polonia-Lituania debió aceptar el rol de territorio de tránsito para las tropas del Imperio ruso que marcharon contra los prusianos, demostrando la progresiva pérdida de independencia del reino polaco-lituano. Augusto III murió en Dresde, capital de Sajonia, muy poco después de acabada la contienda contra Prusia, en octubre de 1763. Matrimonio y descendencia Casado con María Josefa de Austria, hija del emperador José I del Sacro Imperio Romano Germánico. El matrimonio tuvo catorce hijos:
|
María Amalia de Sajonia María Amalia de Sajonia. Dresde (Alemania), 24.XI.1724 – Madrid, 27.IX.1760. Reina de España, esposa de Carlos III y madre de Carlos IV. María Amalia Walburga, princesa real de Polonia, duquesa electriz de Sajonia, era hija primogénita del elector de Sajonia, Federico Augusto III, rey de Polonia, y de la archiduquesa María Josefa de Austria, hija primogénita del fallecido emperador José I. Fue la hermana mayor de una numerosa familia de once hermanos, algunos de los cuales ella ya no conoció, porque nacieron después de su boda. Sus primeros años los pasó la princesa en Dresde, residiendo en verano en el palacio de Pilnitz. Tras la elección de su padre para ocupar el trono polaco en 1733, la familia se trasladó a Varsovia. En 1736, cuando Carlos, entonces ya rey de las Dos Sicilias, al cumplir los veintiún años, decidió que había llegado la hora de contraer matrimonio y solicitó a sus padres que le buscaran una esposa, el conde de Fuenclara fue enviado a Viena para tratar de negociar un matrimonio con la archiduquesa María Ana, segunda hija del Emperador. Otras princesas fueron consideradas, pero no era fácil encontrar una adecuada. La solución vino de una propuesta de la emperatriz Guillermina Amalia de Brunswick, viuda de José I, quien sugirió el matrimonio de Carlos con su nieta María Amalia Walburga. Aunque esta opción no acababa de convencer a Carlos, pues la princesa era una niña de doce años, y su edad obligaría a retrasar la boda, Fuenclara, en una carta de julio de 1737, recomendaba a la princesa: “En el mes de noviembre cumple trece años; me aseguran que toda junta parece muy bien aunque no es hermosa; que es más alta y robusta de lo que corresponde a su edad; que tiene mucho espíritu y está muy bien criada”. A finales de agosto, de acuerdo con sus padres, Carlos se decidió a dar su consentimiento a la boda con María Amalia de Sajonia. El encargado de negociar las condiciones del matrimonio fue el embajador Fuenclara. El contrato matrimonial se suscribió en Viena el 16 de diciembre de 1737. Para conocerse, los novios recurrieron al habitual intercambio de retratos. De la princesa se hicieron dos, uno destinado al novio y otro a los futuros suegros, los reyes españoles. El que se envió a España era un retrato de cuerpo entero, obra de Louis Silvestre. Representaba a María Amalia, muy hermosa, blanca y delicada, con expresivos ojos, en pie, vestida de color rojo, con adornos de armiño. En su mano aparece el retrato en miniatura enviado por Carlos. La prestancia y vitalidad de la figura causa a la vez efecto de juventud y majestad. En abril de 1738 el embajador Fuenclara, que había visto el retrato, opinaba que era “sumamente parecido” y estaba hecho “de la misma estatura de la Reina”. Los reyes españoles quedaron admirados “por la hermosura, gallardía y espíritu que descubre concurren en el original”. En la Corte española todo el mundo la encontró “encantadora, tanto por su rostro como por su talla”. Para el novio se envió otro retrato. Carlos estaba entusiasmado y decía que la princesa era muy hermosa, siendo además “muy grande para su edad, muy bien hecha y que sería de mal gusto si no me hubiese gustado”. A Carlos le llegaban numerosas noticias de su futura esposa. Según un caballero que la había conocido en Dresde, “era de muy buen parecer, robusta, muy alta para su edad, color claro, genio y espíritu digno de elogio, hablaba italiano y francés, montaba a caballo y estaba criada con principios de religión, piedad y virtud”. El embajador Fuenclara explicaba una entrevista que tuvo en marzo de 1738 en la que la princesa le habló graciosamente en italiano, manifestándole alegrarse mucho de haber sabido que Carlos hablaba el latín, el francés y el italiano, pues así podrían entenderse fácilmente, y también se alegraba de que fuese aficionado a la caza, pues ella también disfrutaba mucho con esa distracción. La boda se celebró en Dresde la tarde del 9 de mayo de 1738. Tras la ceremonia religiosa, se celebraron grandes fiestas. La alegría de los festejos se vio empañada por la tristeza de la despedida, pues tanto para los reyes de Polonia como para su hija resultaba muy doloroso separarse. La novia emprendió el viaje a Nápoles, acompañada de su hermano el príncipe de Sajonia. Durante su paso por tierras imperiales fue agasajada por la nobleza y las autoridades. En Polten se entrevistó con la emperatriz Amalia, que tan importante había sido para la realización de la boda. El día 29 llegó la comitiva a tierras italianas, donde fue recibida por el cortejo enviado por Carlos desde Nápoles. En los Estados Pontificios también fue recibida con toda solemnidad. Poco a poco, la novia se iba acercando a los confines del reino napolitano. Se hallaba ilusionada por encontrarse con su marido, tal como se desprende de las cartas que escribía. El día 18, le enviaba una carta a Carlos para agradecerle una joya que le había regalado, diciéndole “que pensaba guardarla siempre como prueba de su generosidad” y que “estaba deseando encontrarse pronto a su lado”. Carlos salió a recibir a su esposa a los límites de su reino. El lugar elegido para el encuentro fue Portello. Acabada la ceremonia de bienvenida, los novios, ya juntos, siguieron viaje hacia la ciudad de Nápoles. El encuentro de la pareja, el 19 de junio, lo relata Carlos en una de sus cartas a sus padres: “El día que la encontré a mi alcance, me coloqué desde luego con ella en la silla de posta, donde hablamos todo el tiempo amorosamente hasta Fondi. Allí comimos en la misma silla y después seguimos nuestro viaje hasta Gaeta, siempre hablando de lo mismo y donde nosotros llegamos un poco tarde y con el tiempo necesario para que la Reina se desnudase y quitara el peinado. Fue hora de cenar [...] nos acostamos a las nueve de la noche, temblábamos los dos pero [...]”. Aquella misma noche la real pareja consumó el matrimonio. Carlos se mostraba entusiasmado con su joven esposa. En las cartas a sus padres no cesaba de elogiarla. Decía que era “mucho más hermosa que el retrato”, que poseía “el genio de un ángel”, que era “muy viva” y de “mucho espíritu”. Se consideraba “el hombre más dichoso y el más afortunado del mundo”. María Amalia también se sintió muy feliz con su marido. En una carta escribía que “se sentía muy contenta y que había encontrado en su querido esposo tanto amor y complacencia que la obligaban para siempre”. Todos los testimonios confirmaban la excelente impresión que se causaron los esposos. En honor de la real pareja se organizaron grandes fiestas en Nápoles y en España. Tanucci explica el recibimiento que le dispensó la ciudad de Nápoles el 3 de julio: “El domingo llegaron allí los Reyes, que fueron recibidos en medio de las aclamaciones de un pueblo inmenso. Ayer se comió en público. El domingo por la tarde había serenata en el teatro. El semblante dulce e inocentemente animado de la Reina había sido contemplado con gusto por la muchedumbre”. En conmemoración de su boda, Carlos creó la Real Orden de San Jenaro. La joven Reina conquistó de inmediato el corazón de su esposo y el de su pueblo. La boda, que había sido, como todas las bodas reales, una alianza por razón de Estado, basada en el sentido del deber, acabaría siendo también una boda por amor. Carlos amó mucho a su esposa y siempre le fue fiel. Incluso sus defectos, su genio vivo y la exageración de sus expresiones, le causaban a él una cierta gracia. Según cuenta Fernán Núñez, la Reina “era afable y caritativa, y tenía un excelente corazón; pero la extremada viveza de su genio ofuscaba a veces en un primer momento, de que luego se arrepentía, el fondo de estas buenas calidades. El Rey, su esposo, que la amaba tiernamente y que quería corregirla, le predicaba constantemente con el ejemplo de su persona, moderación y mansedumbre”. María Amalia, por su parte, sintió siempre por su esposo y su Rey un gran respeto, admiración y cariño, sintiéndose entrañablemente unida a él y muy agradecida de la buena suerte que había tenido con su boda. La historia de esta pareja real fue una verdadera historia de amor, basada tanto en la vida familiar, como en los deberes de la realeza, compartido todo por ambos esposos. Tanto Carlos como María Amalia eran sinceramente cristianos, muy devotos de la Virgen, especialmente bajo la advocación de la Inmaculada, y de san Jenaro, patrón de Nápoles. Siguiendo la costumbre napolitana, tenían un precioso Belén para celebrar la Navidad, que se llevaron consigo a Madrid en 1759. La Reina era especialmente piadosa. Se retiraba a orar y meditar a una pequeña capilla muy austera, presidida por un Cristo y una calavera. María Amalia tenía también gran veneración por santa Teresa de Jesús. Durante su reinado en Nápoles Carlos y María Amalia llevaron siempre una vida muy sencilla y familiar. Aunque habían ordenado construir magníficos palacios, no les agradaba sentirse encerrados en ellos. Dedicaban sus ratos libres a la caza y a la pesca, pues su mayor placer era disfrutar de la naturaleza y del aire libre. Les gustaba mucho vivir en el campo. Pasaban largas temporadas en Capodimonte y en Portici. La Reina era aficionada a pasear por la orilla del mar, recogiendo conchas, con las que formó una pequeña colección. Le gustaban mucho los animales y tenía varias mascotas, perros, pájaros, sobre todo tenía afición por los animales exóticos, como los papagayos y los monos. Fue una gran fumadora, disfrutaba con el tabaco, “de lo más fuerte y mucho”. La vida familiar era importante para los Monarcas. No faltaron graves problemas, pero las dificultades unieron todavía más a los esposos. El afán de asegurar la sucesión del trono les llevó a formar una gran familia. Tuvieron trece hijos entre 1740 y 1757. La primera fue la infanta María Isabel, que nació en 1740 y murió dos años después. Siguieron luego cuatro hijas más, la infanta María Josefa Antonia, nacida en 1742 y fallecida cuando tenía dos meses, otra niña llamada también María Isabel, nacida en 1743 y muerta en 1749. Después María Josefa Carmela, nacida en Gaeta en 1744, y que, según Fernán Núñez, era pequeña y contrahecha, pero que logró sobrevivir. Permaneció soltera toda su vida y murió en Madrid en 1801. Y a continuación María Luisa Antonia, nacida en 1745, una niña sana y robusta que tendría un brillante futuro, pues el año 1765 se casaría con el archiduque Pedro Leopoldo, hijo de la emperatriz María Teresa, el futuro emperador Leopoldo II y, a través de este matrimonio, María Luisa llegaría a ser primero duquesa de Toscana y en 1790 emperatriz de Austria; le dio a su esposo doce hijos, con lo que aseguraría la descendencia de la casa de Habsburgo-Lorena. Pero las hijas no eran suficientes en una dinastía como la borbónica, regida por la Ley Sálica, que excluía a las mujeres del trono. Después de cinco infantas seguidas, llegó por fin el ansiado príncipe heredero. La reina María Amalia dio a luz en Portici a un niño, el 13 de junio de 1747, al que bautizarían con el nombre de Felipe Pascual. Su nacimiento causó gran alegría, pues era la esperanza de sucesión para sus padres y para todo el reino. Pero muy pronto esta esperanza desapareció. El niño estaba muy enfermo física y mentalmente, incapacitado para la relación social y también para el oficio de reinar. Seguirían después otros cinco niños, Carlos en 1748, Fernando en 1751, Gabriel en 1752, Antonio en 1755 y Francisco Javier en 1757. Vendrían luego otras dos infantas, María Teresa, nacida en 1749, y María Ana, en 1754, que vivieron pocos meses. Cinco hijas malogradas era un duro tributo a la muerte. Pero si triste era la muerte de las hijas, muy triste era también para los Reyes contemplar la incapacidad del hijo primogénito, el príncipe Felipe Pascual. Durante su vida en Nápoles la relación de Carlos y María Amalia con sus hijos era muy cariñosa, pero no estaba exenta de firmeza. Los Reyes sentían una gran preocupación por la educación de sus hijos y no dudaban en corregirlos si lo consideraban conveniente. Según explica Fernán Núñez, “era la Reina Amalia una Princesa sumamente religiosa, aplicada a sus obligaciones domésticas como una simple particular, cuidadosa en extremo de la educación de sus hijos, a quienes nada disimulaba”. María Amalia de Sajonia asumió plenamente su responsabilidad como Reina. Aceptó el poder como un derecho y un deber de su rango. Desde que cumplió con su misión primordial de dar un heredero al trono, Carlos la incorporó al Consejo y asistía regularmente a las reuniones del Rey con los ministros en que se trataban los asuntos de Estado. Tuvo considerable influencia, pero nunca decisiva, pues Carlos no era hombre ni Rey para aceptar tutelas femeninas. María Amalia fue muy feliz en Nápoles y se llevó un gran disgusto al convertirse en reina de España al morir Fernando VI el 10 de agosto de 1759. Junto a su esposo y varios de sus hijos, Carlos, Gabriel, Antonio, Francisco Javier, María Josefa y María Luisa, la Reina partió en barco rumbo a España el 7 de octubre de aquel año. Hicieron su entrada por Barcelona, adonde llegaron el siguiente día 17. De allí, por Zaragoza, donde permanecieron unas semanas por la enfermedad de los infantes y de la Reina, se dirigieron a Madrid, donde llegaron el 9 de diciembre, siendo recibidos por Isabel de Farnesio en el palacio del Buen Retiro, donde fijaron su residencia madrileña. En primavera se trasladaron a Aranjuez, regresando a Madrid en junio, para los festejos de la entrada real, que tuvo lugar el 13 de julio. Nunca se acostumbró a vivir en tierras españolas. En sus cartas a Tanucci recordaba con añoranza los buenos días napolitanos. A sus preocupaciones se sumó la convivencia con su suegra, Isabel de Farnesio. Las relaciones de las dos Reinas, nuera y suegra, no eran buenas, pero ambas eran demasiado inteligentes para manifestar un conflicto que el Rey no hubiera tolerado. Las rivalidades entre las dos mujeres se desarrollaron siempre encubiertamente, mientras Carlos las ignoraba o aparentaba ignorarlas. María Amalia se hallaba muy deprimida. Su salud se resentía y nunca logró adaptarse a su nuevo reino. Aunque se había convertido en Reina de una Monarquía mucho más importante, el engrandecimiento no le compensaba de la pérdida de Nápoles. Se hallaba la Familia Real en La Granja cuando la salud de la Reina empeoró y volvieron todos a Madrid el 11 de septiembre. María Amalia falleció en Madrid el 27 de septiembre de 1760, a los treinta y siete años de edad, antes de cumplirse el año de su llegada a España. Había compartido con su esposo más de veinte años de feliz matrimonio y le había dado trece hijos, de los que sobrevivieron ocho. Compartió con él la Corona de las Dos Sicilias, pero apenas pudo acompañarle durante su reinado en la Monarquía española. La muerte de su esposa fue un terrible golpe para el rey Carlos. Las cartas que esos días escribió a Tanucci muestran el cariño que el Rey profesaba a su mujer, el dolor por su pérdida y la profunda fe con que aceptó la dura prueba. Cuatro días antes de la muerte de María Amalia, Carlos escribía: “Estoy en los últimos momentos de que me suceda el más para mí, pues la Reina está desde ayer en los últimos instantes de su vida y ya sin la menor sombra de esperanza, lo cual te dejo considerar cómo me tiene, amándola tan tiernamente como la he amado siempre, pero es menester resignarse a la voluntad de Dios, que es el dueño de todo, y del que espero firmemente que la premie con la vida eterna, que es lo que nos importa a todos, pues muere como ha vivido siempre, dando ejemplo a todos; y también espero que me dé fuerzas para resistir a tan terrible golpe para mí, como me las ha querido dar hasta ahora, y que yo mismo no comprendo”. Carlos III hizo voto de no volver a casarse y permaneció viudo hasta su muerte. María Amalia fue enterrada en el Panteón Regio del monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Leer menos Bibliografía E. Flórez, Memorias de las reynas cathólicas, historia genealógica de la casa real de Castilla y de León, todos los infantes, trages de las reynas en estampas y nuevo aspecto de la Historia de España, Madrid, Antonio Marín, 1761, 2 vols. M. Danvila y Collado, Reinado de Carlos III, Madrid, 1891 (Madrid, El Progreso Editorial, 1894) C. Gutiérrez de los Ríos, conde de Fernán Núñez, Vida de Carlos III, biografía del autor, apéndices y notas por A. Morel-Fatio y A. Paz y Meliá, pról. de J. Valera, Madrid, Librería de Fernando Fé, 1898, 2 vols. (ed. Madrid, Fundación Universitaria Española, 1988) M.ª T. Oliveros de Castro, María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1953 Carlos III, Cartas a Tanucci (1759-1763), ed. de M. Barrio, Madrid, BBV, 1988 M.ª Á. Pérez Samper, La vida y la época de Carlos III, Barcelona, Planeta, 1999 M.ª V. López-Cordón, M.ª Á. Pérez Samper y M.ª T. Martínez de Sas, La Casa de Borbón. Familia, corte y política, Madrid, Alianza Editorial, 2000, 2 vols. |


.svg.png)

.jpg)

No hay comentarios:
Publicar un comentario