—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

miércoles, 2 de mayo de 2012

95.-Antepasados del rey de España: Fernando III de León y de Castilla, llamado «el Santo»


  

 Fernando III de León y de Castilla, llamado «el Santo»  

  

Rey de Castilla y de León con él volvieron a unirse ambas Coronas, al heredar el reino de Castilla por la muerte de su tío Enrique I (1217) y el de León por la muerte de su padre Alfonso IX (1230). Las dos herencias plantearon problemas y resistencias, salvadas gracias a la habilidad diplomática de la reina madre Berenguela.
San Fernando III.

 Fernando III de León y de Castilla, llamado «el Santo»   (Peleas de Arriba, 1199 o 24 de junio de 1201​-Sevilla, 30 de mayo de 1252), fue rey de Castilla entre 1217 y 1252 y de León​ entre 1230 y 1252. Hijo de Berenguela, reina de Castilla, y de Alfonso IX, rey de León, unificó definitivamente durante su reinado las coronas castellana y leonesa, que habían permanecido divididas desde la época de Alfonso VII «el Emperador», quien a su muerte las repartió entre sus hijos, los infantes Sancho y Fernando.

Durante su reinado fueron conquistados, en el marco de la Reconquista, los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y lo que quedaba del de Badajoz (la Extremadura leonesa), cuya anexión había empezado Alfonso IX, lo que redujo el territorio ibérico en poder de los reinos musulmanes. 
Al finalizar el reinado de Fernando III, estos únicamente poseían en la Andalucía el Reino de Niebla, Tejada y el Reino de Granada, este último como feudo castellano. El infante Alfonso, futuro Alfonso X, fue enviado por Fernando a la conquista del Reino de Murcia; los moros capitularon y la región quedó como señorío castellano, tras lo cual Alfonso conquistó las plazas de Mula y Cartagena. Cuando Fernando accedió al trono, en 1217, su reino no rebasaba apenas los ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados; en 1230, al heredar León, obtuvo otros cien mil y, a base de conquistas ininterrumpidas, logró hacerse con ciento veinte mil más. Fue canonizado en 1671, siendo papa Clemente X, y reinando en España Carlos II.

Una vez sometidos los nobles díscolos y unificados los dos reinos, Fernando dio un fuerte impulso a la Reconquista, aprovechando la superioridad militar obtenida sobre el Islam desde la victoria de su abuelo Alfonso VIII en la batalla de Las Navas (1212). Dicha empresa habría de conducir a la reconquista del valle del Guadalquivir, que convirtió al reino castellano-leonés en un territorio mucho más extenso que cualquiera de sus vecinos y el único que conservaba frontera terrestre con el Islam (por la supervivencia del reino de Granada hasta el siglo XV). El inicio de esa gran campaña guerrera fue aprobado en la Curia de Carrión de 1224, coincidiendo con las luchas por el poder que se abrieron entre los musulmanes al morir el sultán almohade Abú Yacub Yusuf.
Una tras otra fueron cayendo en manos cristianas ciudades musulmanas tan significativas como Córdoba (1236) o Jaén (1246). Sevilla, en cambio, resistió duramente, exigiendo añadir al esfuerzo militar en tierra la actuación de la flota castellana del Cantábrico bajo el mando de Ramón Bonifaz, que asedió la ciudad por el río y bloqueó el Atlántico para impedir que llegaran refuerzos. Finalmente, Sevilla se rindió al rey Fernando en 1248.
En cambio, no consiguió completar el dominio de la Baja Andalucía con la toma de Cádiz -aunque lo intentó varias veces-, objetivo que cumpliría su hijo Alfonso X. A la reconquista siguió la repoblación de las tierras recién incorporadas mediante repartimientos a caballeros y peones cristianos. Murió en 1252, cuando preparaba una campaña para continuar la Reconquista hacia el norte de África; fue enterrado en la catedral de Sevilla.

Legado.

Trató de unificar y centralizar la administración de los reinos castellano y leonés, promovió la traducción del Fuero juzgo e impuso el castellano como idioma oficial de sus reinos y de los documentos en sustitución del latín. Amante de la poesía, se conserva de él una cantiga en gallego que compuso en loor de la Virgen que indica además su gran devoción mariana. Mandó hacer el Libro del septenario, conocido también llanamente como Setenario, una especie de borrador de Las siete partidas de su hijo Alfonso X que era un texto orientado a la educación y de índole filosófica que habla de los siete ramos de las artes liberales y contiene algunos conceptos de derecho común. Alfonso X concluiría después satisfactoriamente este proyecto de su padre dándole un sentido más jurídico. 
También ordenó hacer hacia 1237 el Libro de la nobleza y lealtad, compuesto por doce sabios conocido también como Libro de los doce sabios, un espejo de príncipes que propone un grupo consultivo de doce personas doctas para ayudar a ser un buen gobernante. Este tratado posee un epílogo de su hijo, Alfonso X el Sabio.​ Se trata de una obra de derecho político y normas de los deberes del gobernante para un buen gobierno y las virtudes que debe reunir para cumplir esas obligaciones. El libro se inspira en la escolástica y en las doctrinas isidoriana y tomista y puede considerarse un antecedente del llamado Consejo de Castilla.
En el ámbito cultural y religioso, mandó levantar las catedrales de Burgos y León. En su tiempo, el arzobispo Rodrigo inició las obras de la catedral de Toledo. El canciller del rey, Juan, fundó la catedral de Valladolid y, posteriormente, siendo obispo de Osuna, edificó esa catedral. Nuño, obispo de Astorga, hizo la torre y el claustro de su catedral. Lorenzo, obispo de Orense, levantó la torre que le faltaba a su templo. Mandó edificar el rey innumerables iglesias, conventos y hospitales y tanto él como su madre efectuaban importantes donaciones.
Pese a sus esfuerzos por revitalizar el Studium Generale de Palencia, entrado en una irremediable decadencia y fundado en 1212 por Alfonso VIII de Castilla y trasladado a Salamanca en 1218 por Alfonso IX de León, como no parecía funcionar al nivel universitario que se quería por los escasos recursos de que disponía lo anuló en 1240 y desde este momento Fernando dedicó toda la atención y recursos a la Universidad de Salamanca para que se convirtiera en una de las mejores de Europa.
Fernando III, preocupado por sus conquistas en Andalucía, buscó la quietud social en Galicia, y para ello se inclinó a favor de los señores eclesiásticos en la pugna que estos tenían con los concejos de Compostela en 1238, de Tuy en 1249 y de Lugo en 1252 y creó la figura del representante del poder real, ya que él, desde tan lejos, no podía ejercer el poder mediante adelantados. Repartió las nuevas tierras conquistadas entre las órdenes militares, la Iglesia y los nobles, lo que dio lugar a la formación de grandes latifundios.

Información religiosa
Canonización1671, por Clemente X
Festividad30 de mayo
Venerado enIglesia católica y anglicana
PatronazgoEs patrón de varias localidades como: Sevilla, Aranjuez, San Fernando de Henares, Maspalomas, Villanueva del Río y Minas, San Fernando de Apure, San Fernando de Occidente en el departamento colombiano de Bolívar, San Fernando localidad del departamento colombiano del Magdalena, Pivijay y de la pedanía albaceteña Ventas de Alcolea. También es patrón del Arma de Ingenieros (del Cuerpo General de las Armas, tanto de las especialidades de transmisiones como de zapadores) y de las especialidades de Construcción y Telecomunicaciones y Electrónica (del Cuerpo de Ingenieros Politécnicos) del Ejército de Tierra de España. Además es compatrono de la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna​ y patrono de la universidad de esta ciudad.
TítuloRey de Castilla y de León
Orden religiosaTercera Orden de San Francisco 



  

Fernando III. El Santo. Peleas de Arriba (Zamora), 24.VI.1201 – Sevilla, 30.V.1252. Rey de Castilla (1217-1252) y de León (1230-1252). Conquistador de Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla, santo.

Cuando a fines de junio del año 1201, probablemente el día 24, festividad de san Juan, nacía el que iba a ser Fernando III de Castilla y de León en el camino de Salamanca a Zamora, en el monte al que luego se trasladaría el monasterio bernardo de Valparaíso, Castilla y León eran desde hacía cuarenta y cuatro años dos reinos distintos, separados y frecuentemente enfrentados. Fernando era hijo del rey Alfonso IX de León y de la castellana doña Berenguela, hija primogénita de Alfonso VIII de Castilla. Aunque procedente de doble estirpe regia, Fernando no nacía como heredero de ninguno de los dos tronos: en León le precedía un hermanastro suyo, nacido hacia 1194 y llamado igualmente Fernando, hijo del Rey leonés y de doña Teresa de Portugal, que ya había sido jurado como heredero del Trono de León; en Castilla el heredero era igualmente otro Fernando nacido en 1189, hijo de Alfonso VIII y hermano de doña Berenguela, la madre del Fernando nacido en 1201.
El matrimonio de sus padres no pudo mantenerse, pues había sido contraído sin la necesaria dispensa papal del impedimento de consanguinidad, pues el padre de doña Berenguela, Alfonso VIII de Castilla, era primo carnal de Alfonso IX de León. Ante los requerimientos de Inocencio III a los cónyuges para que se separaran, éstos rompieron su convivencia, tras seis años y medio de vida matrimonial (1197-1204) en los que nacieron cinco hijos, dos de ellos varones: el futuro Fernando III y su hermano Alfonso de Molina. Rota la convivencia de los padres cuando Fernando no había cumplido aún los tres años, la educación infantil de éste corrió a cargo de su madre doña Berenguela que había regresado a Burgos con su prole; más tarde la formación y la vida del pequeño infante se repartieron entre Burgos, donde era conocido como el leonés, para distinguirlo de su tío Fernando, heredero del Trono castellano y doce años mayor, y en León al lado de su padre, donde era llamado el castellano para diferenciarlo de su hermano mayor, también homónimo y heredero de la Corona de León. Además en Burgos, había nacido ya a Alfonso VIII, el 14 de abril de 1204, otro hijo varón, Enrique, que igualmente precedía a doña Berenguela y a su hijo Fernando en el orden sucesorio.
Mas la muerte imprevista el 14 de octubre de 1211 de Fernando, el hijo y heredero de Alfonso VIII, a los veintidós años de edad, acercó al pequeño Fernando al Trono castellano, del que sólo lo separaba su tío el infante Enrique. En agosto de 1214 otra muerte igualmente impredecible, la de Fernando, el hijo de Alfonso IX, cuando rondaba los veinte años de edad, aproximaba también al futuro Fernando III al Trono de León.

El 6 de octubre de 1214 fallecía el rey de Castilla Alfonso VIII, el vencedor de las Navas de Tolosa, y lo sucedía en el Trono su hijo Enrique, un menor de diez años y medio de edad; veintiséis días más tarde fallecía la reina doña Leonor, por lo que recayó la tutoría y la regencia en doña Berenguela, pero al cabo de algunos meses las intrigas de los tres hermanos Lara forzaron la renuncia de la madre de Fernando y se hizo cargo de ambos oficios Álvaro Núñez de Lara. Las tensiones entre los hermanos Lara y los magnates que apoyaban a doña Berenguela se trocaron en choque armado y mientras aquéllos cercaban a doña Berenguela en Autillo (Palencia), en el palacio episcopal de Palencia un accidente de juego causaba graves heridas al rey Enrique I, a resultas de la cuales falleció el 6 de junio de 1217, cuando acababa de cumplir los trece años. En ese momento el futuro Fernando III se encontraba en Toro junto a su padre; doña Berenguela envió mensajeros para reclamar la presencia de su hijo, sin declarar nada de lo sucedido; Alfonso IX autorizó la partida del infante, que fue a reunirse con su madre.
Los Lara levantaron el asedio de Autillo, marcharon a Palencia y con el cadáver del rey Enrique abandonaron la ciudad, seguidos a corta distancia por doña Berenguela y los suyos. Los intentos de llegar a un acuerdo entre ambos bandos fracasaron, pues los Lara exigían que les fuera entregado el infante don Fernando, que estaba por esos días a punto de cumplir los dieciséis años, y quedara sometido a su tutela.

Doña Berenguela se estableció con su hijo en Valladolid, desde donde trataba de ganarse el apoyo de los concejos de la Extremadura castellana. Dichos concejos estaban reunidos en Segovia, deliberando para mantener una cierta unidad entre ellos, cuando, invitados por doña Berenguela, accedieron a trasladarse a Valladolid. El 2 o el 3 de julio los concejos congregados en el campo del mercado rogaron a doña Berenguela que acudiese ante ellos con sus hijos; allí tras reconocerla como reina y señora de Castilla, le rogaron que hiciese entrega del reino a su hijo mayor, al infante don Fernando, a lo que accedió en el acto la Reina, siendo así aclamado por todos Fernando III como rey de Castilla.

La primera tarea que tuvo ante sí el joven Monarca fue la pacificación del reino, superando la rebeldía de los Lara y logrando que su padre Alfonso IX, que había penetrado en el reino castellano como aspirante también a esta Corona, se retirara pacíficamente y depusiera sus aspiraciones; ambos objetivos eran alcanzados en el transcurso de los años 1217 y 1218. Al año siguiente, el 30 de noviembre de 1219, tuvo lugar en Las Huelgas Reales de Burgos el matrimonio de Fernando III con la princesa alemana doña Beatriz de Suabia, hija de Felipe de Suabia, emperador electo de Alemania en 1198 y que falleció en 1208, sobrina del emperador Enrique VI (1190-1197) y nieta de Federico I Barbarroja. Por parte de su madre, la bizantina Irene, era también nieta del emperador de Oriente Isaac de Ángel (1185-1204) y de su esposa Margarita, hija del rey Bela de Hungría. Con la elección de esta princesa extranjera quiso sin duda doña Berenguela evitar a su hijo la triste experiencia de una anulación matrimonial, ya que estaba unido por lazos de sangre a todas las casas reinantes en España.
Los primeros años del reinado de Fernando III transcurrieron en paz, pues desde 1214 se venían renovando las treguas firmadas por Alfonso VIII poco después de la batalla de Las Navas con los almohades, treguas que continuaron observándose durante el reinado de Enrique I (1214-1217) y los cuatro primeros años del de Fernando III, esto es, hasta 1221. En este año las treguas se renovaron hacia el mes de octubre por tres años más, por lo tanto, hasta 1224. Las treguas fueron escrupulosamente observadas por ambas partes, a pesar del clima de cruzada creado en Europa por el concilio de Letrán de 1215 y promovido por el papa Inocencio III.

Al finalizar el mes de septiembre de 1224 expiraban las treguas suscritas entre Castilla y el Califa almohade; había que tomar una decisión que significaba la paz o la guerra, y en la toma de esta decisión quiso Fernando III que participara primero su curia ordinaria, reunida en el castillo de Muñó (Burgos) el domingo de Pentecostés, 2 de junio de 1224, y luego una curia extraordinaria de todos los magnates y prelados del reino convocada en Carrión de los Condes a principios del siguiente mes de julio. En ambas asambleas la decisión fue la misma: no renovar por más tiempo las treguas, que venían durando ya diez años completos.
Así se cerraban los siete primeros años de reinado de Fernando III, caracterizados por la pacificación y recuperación interior, por el sometimiento de los magnates y por el robustecimiento de la autoridad regia, todo ello destinado a la creación de un reino próspero, fuerte y unido a las órdenes del Monarca. Ahora se abría otra época de su reinado de veintiocho años de duración, que sólo acabó con su muerte, durante los cuales, sin pausa ni desmayo y con el apoyo incondicional y entusiasta de su pueblo, Fernando III se consagró a extender sus fronteras a costa del enemigo musulmán hasta acabar con el poder islámico, expulsándolo hacia África o sometiendo a vasallaje al último reino mahometano que quedaba en España, el de Granada.
Las circunstancias no podían ser más propicias para el inicio de las operaciones militares. El 6 de enero de 1224 había muerto el califa almohade al-Mustanşir (Yūsuf II); la desaparición del Emir había dado lugar a luchas intestinas en al-Andalus, destacando entre los rebeldes el llamado al-BayasÌ, esto es, el Baezano, que, asediado en su ciudad de Baeza por el gobernador de Sevilla, no dudó en reclamar la ayuda del Rey cristiano. Respondiendo a esta llamada, el 30 de septiembre de 1224 salía de Toledo Fernando III y, unidas sus fuerzas a las del Baezano causaron grave quebranto a los enemigos, ya que conquistaron Quesada y no menos de otros seis castillos, que fueron entregados al aliado musulmán.
Esta alianza permitió repetir la entrada en al-Andalus al año siguiente, 1225, cuando los cristianos recorriendo las comarcas de Jaén, Andújar, Martos, Alcaudete, Priego, Loja, Alhama de Granada y Granada y colocaron ya guarniciones permanentes en las fortalezas de Andújar y Martos, la primera custodiando la entrada en Andalucía por Puertollano o río Jándula, la segunda como una flecha clavada en el interior de la Andalucía islámica. La alianza con el Baezano se demostraba muy fructífera, sobre todo cuando éste, en el año 1226, logró apoderarse de Córdoba y, reconociéndose fiel vasallo del Monarca castellano, le ofreció los castillos de Salvatierra, Borjalamel y Capilla. Pero la guarnición de Capilla no obedeció las órdenes del Baezano y no entregó la fortaleza a Fernando III, por lo que a principios del verano de 1227 éste se puso en campaña para someter el castillo rebelde; estaba sitiando Capilla cuando recibió la noticia de que los cordobeses habían asesinado al Baezano, por lo que, tras rendir Capilla, pasó a Andalucía a asegurar la posesión de Baeza, Andújar y Martos. Este año y el siguiente se aceleró la desintegración del imperio almohade en la Península, dividiéndose en varios principados o reinos taifas, lo que facilitaría la conquista de al-Andalus por Fernando III.
En el año 1228 tampoco faltó la campaña anual de quebranto y castigo del enemigo musulmán dirigida, como todas las demás, personalmente por Fernando III; al llegar a Andújar, donde se encontraba como jefe militar de todas las fuerzas de la frontera Álvar Pérez de Castro, recibió del gobernador almohade de Sevilla la oferta de 300.000 maravedís de oro, a cambio de que respetara sus tierras por un año; habiendo aceptado la oferta, Fernando III pudo talar impunemente las tierras de Jaén, que obedecían a Ibn Hūd. Al año siguiente, 1229, de nuevo el gobernador de Sevilla compró otra tregua de un año por otros 300.000 maravedís; también Ibn Hūd, imitando al sevillano, pagó otra tregua con la entrega de tres fortalezas: Saviote, Garcíez y Jódar, que vinieron a aumentar la base castellana para futuras operaciones al sur del puerto Muradal. Desde esta base, en el año 1230, intentó Fernando III apoderarse de la ciudad de Jaén, a lo que puso cerco hacia el 24 de junio, pero ante la tenaz resistencia de la plaza, que aguantó más de tres meses de duro asedio, el Rey cristiano cejó en el empeño e inició el regreso hacia Castilla.
En el camino de retorno, al pasar por Guadalerza (Toledo), le llegó un mensajero de doña Berenguela que le anunciaba la muerte de Alfonso IX en Villanueva de Sarria el 24 de septiembre de 1230. Ante Fernando III se abría la posibilidad de acceder también al Trono leonés. Su madre salió a recibirlo a Orgaz y juntos siguieron hasta Toledo, donde madre e hijo deliberaron sobre la línea de conducta que convenía seguir. Aunque tenía a su favor la varonía, ante las reticencias de su padre y el no reconocimiento por parte de éste de su derecho a sucederlo una vez que contra los deseos paternos había alcanzado el trono castellano, don Fernando se había procurado una bula del papa Honorio III, de 10 de julio de 1218, que le declaraba legítimo heredero del Trono leonés. A su vez Alfonso IX, ignorando los derechos de su hijo, venía, desde 1218, reconociendo en reiterados documentos y actos públicos, como sucesoras suyas, a las infantas doña Sancha y doña Dulce, hijas de su primera mujer, Teresa de Portugal. El conflicto estaba servido.
Por Ávila, Medina del Campo y Tordesillas, Fernando III se dirigió hacia el reino de León en el que entró por San Cebrián de Mazote y Villalar (Valladolid), donde fue acogido como Rey; reclamado por la ciudad de Toro fue en esta ciudad y su castillo reconocido también como Rey, lo mismo hicieron Villalpando, Mayorga y Mansilla a su llegada. En esta última villa tuvo noticias de que los obispos de Oviedo, Astorga, León, Lugo, Salamanca, Mondoñedo, Ciudad Rodrigo y Coria con sus ciudades se habían declarado por él, mientras que León se hallaba dividido en banderías; tras una espera en Mansilla, también en León triunfaban sus partidarios. Fernando III hacía su entrada en la ciudad regia, donde fue proclamado Rey, probablemente el 7 de noviembre de 1230. De este modo volvían a reunirse bajo un único Monarca los dos reinos separados setenta y tres años atrás.
Por esos días llegaban a León mensajeros de la reina doña Teresa que, con el apoyo de Zamora, había avanzado hasta Villalobos, dieciocho kilómetros al sureste de Benavente, trayendo proposiciones de paz. Doña Berenguela y doña Teresa, ésta con sus dos hijas, se reunieron en Valencia de Don Juan el 11 de diciembre de 1230. El acuerdo logrado por ambas Reinas consistió en la renuncia de las dos infantas a sus derechos a cambio de una pensión vitalicia de 30.000 maravedís anuales. Fernando de Castilla se convertía también en rey indiscutido de León. Tras el acuerdo de Valencia de Don Juan, dedicó lo que restaba de 1230, y los dos años siguientes a visitar la Extremadura leonesa, las tierras centrales de su reino en la Meseta y Galicia, para conocer a sus nuevos súbditos y ser conocido por ellos.
Esta ausencia del Rey, ocupado en los asuntos leoneses, no impidió que en el año 1231 dos ejércitos castellanos penetraran en territorio musulmán; el primero, movilizado y dirigido por el arzobispo de Toledo, atacó y conquistó Quesada; el segundo, a las órdenes de Álvar Pérez de Castro, llevando consigo al infante heredero, el futuro Alfonso X, entonces de nueve años de edad, llegó en sus incursiones hasta Vejer (Cádiz). Sorprendido junto a los muros de Jerez de la Frontera por un ejército islámico muy superior en número, en una serie de ataques suicidas logró dispersarlo y aniquilarlo causando una mortandad tremenda y obteniendo un botín cuantioso. Ésta fue la última batalla campal reñida con el islam durante el reinado de Fernando III; a partir de entonces sólo se tratará de asedios de ciudades y escaramuzas durante los mismos, sin que los musulmanes osaran presentar en todo el resto del reinado fernandino una batalla en campo abierto.
La derrota de Jerez precipitó todavía más la descomposición y desunión en el territorio musulmán; en el año 1232 se proclamó independiente el gobernador de Arjona (Jaén) MuÊammad b. Naşr al-AÊmar (MuÊammad I), fundador de la dinastía nazarí que perduró en Granada durante más de doscientos cincuenta años. En ese mismo período en el sector leonés, los freires de Santiago y la hueste del obispo de Plasencia conquistaron Trujillo.
Unidas ya las fuerzas de Castilla y de León, en el año 1233 el rey Fernando reanudó las operaciones militares con la conquista de Úbeda, que se rindió en el mes de julio; al mismo tiempo el rey Jaime I iniciaba sus profundas incursiones en el Reino de Valencia.
En 1234, el rey Fernando estuvo ausente de la primera línea, porque tuvo que ocuparse de las graves discordias surgidas entre la Monarquía y algunos nobles, como Lope Díaz de Haro y Álvar Pérez de Castro; esto no impidió que los caballeros de la órdenes militares conquistaran en ese verano Medellín, Santa Cruz y Alange y que toda la comarca de Hornachos se entregara a los caballeros de la Orden de Santiago.
En 1235, resueltas las discordias nobiliarias, pudo Fernando III continuar sus campañas por Andalucía con la conquista de Iznatoraf y Santisteban; pero en ese mismo año tuvo que sufrir la pérdida de su esposa doña Beatriz, muerta en Toro el 5 de noviembre de 1235, después de dieciséis años de matrimonio bendecido con diez hijos, de los que sobrevivían ocho. Al año siguiente, 1236, se inician las grandes conquistas de Fernando III en la cuenca del Guadalquivir con las fuerzas unidas de Castilla y de León, a las que sólo pondrá fin en el año 1248 la toma de Sevilla.
En un audaz golpe de mano, un grupo de soldados de la frontera se apoderaba en la noche del 24 de diciembre de 1235 de algunas torres y de una puerta de la muralla cordobesa, que abrieron a un destacamento cristiano que se apoderó del barrio conocido como La Ajarquía y se hizo fuerte en él. Tan pronto como le llegó la noticia de lo sucedido, Fernando III marchó lo más aprisa que pudo hacia Córdoba, al mismo tiempo que ordenaba la movilización de los concejos castellanos y leoneses más próximos; los socorros llegaron puntuales para mantener y reforzar las posiciones ya obtenidas e iniciar el asedio de la ciudad, que tuvo que rendirse el 29 de junio de 1236. En los años siguientes toda la campiña cordobesa fue entregándose a Fernando III mediante capitulaciones que permitían por primera vez la continuidad de los musulmanes en sus hogares; no así en la sierra cordobesa, que tuvo que ser conquistada militarmente, y en la que no se toleró la presencia islámica.
Al mismo tiempo los concejos de Cuenca, Moya y Alarcón aprovechaban el derrumbamiento del reino islámico de Valencia, que se entregaba a Jaime I, para ganar para su Rey y para Castilla las villas de Utiel y Requena. En el sector de Extremadura continuaron los avances de las órdenes militares: la de Santiago ganaba y repoblaba Almendralejo y Fuentes del Maestre, mientras los caballeros de Alcántara, desde Magacela, ocupaban Benquerencia y Zalamea; en el sector de Murcia los mismos santiaguistas se instalaban en el campo de Montiel y en la sierra de Segura.

En marzo del 1243, Fernando III, enfermo en Burgos, confiaba el mando del ejército, que como otros años se disponía a partir de Toledo hacia Andalucía, a su hijo Alfonso; todavía en Toledo el infante, llegaron mensajeros del Rey de Murcia que ofrecía un pacto de vasallaje por el que sometía su reino al Monarca de Castilla y León. El futuro Alfonso X, sin vacilar un instante, aceptó la oferta y, modificando el destino de la expedición, marchó hacia las tierras de Murcia; en Alcaraz, a principios de abril, se suscribió el pacto por el que el rey de Murcia con los arráeces de Alicante, Elche, Orihuela, Alhama, Aledo, Ricote, Cieza y Crevillente se sometían a la soberanía y autoridad del rey cristiano permaneciendo ellos en sus hogares, practicando su religión y trabajando sus heredades. En cumplimiento del pacto, el ejército de don Alfonso fue ocupando pacíficamente las villas y castillos del reino; Lorca, Cartagena y Mula que se negaron a entrar en el convenio, tuvieron que ser sometidas por la fuerza. La pacificación del Reino de Murcia ocupó también los años 1244 y 1245; y al rozar con las fuerzas de Jaime I, que estaban completando la ocupación de Valencia hubo precisión de fijar la frontera entre Castilla y Valencia, lo que se hizo el 26 de marzo de 1244 por el tratado de Almizra.
En 1244 Fernando III duplicaba el esfuerzo de sus fuerzas bélicas; mientras una hueste operaba en tierras murcianas, otra penetraba en el reino granadino, conquistaba Arjona, Menjíbar y Pegalajar y asolaba su territorio; estas razias pretendían debilitar al reino musulmán de Granada para asestar el gran golpe contra Jaén al año siguiente. En efecto, los campos de Jaén y de las ciudades de su contorno fueron arrasados a partir de julio de 1245, para formalizar el asedio de la urbe jienense a finales de septiembre de 1245. Era el tercer sitio que sufría la ciudad. Los anteriores, de 1225 y 1230, habían fracasado; pero éste, llegado enero de 1246, proseguía con todo ahínco, por lo que el rey de Granada MuÊammad b. Naşr al-AÊmar consideró perdida la ciudad de Jaén y, deseando salvar una parte de su reino, se presentó directamente ante el rey Fernando y, entregándose a su merced, le besó la mano declarándose su vasallo para que dispusiese de él y de su tierra, cediéndole además al instante la ciudad de Jaén.
El pacto de vasallaje obligaba no sólo a MuÊammad b. Naşr y a Fernando III, se extendía también a sus sucesores en Granada y Castilla; el Rey musulmán serviría fielmente a Fernando III en tiempo de paz, acudiendo cada año a su Corte, y en tiempo de guerra engrosaría su hueste contra cualquier enemigo del Rey castellano-leonés. El de Granada conservaría en pleno señorío todo su reino, excepto la ciudad de Jaén, bajo la protección del Monarca cristiano, al que debía abonar cada año la suma de 150.000 maravedís. La ciudad de Jaén sería entregada en el acto a Fernando III y sus habitantes debían abandonarla perdiendo casas y heredades. Establecidas estas capitulaciones, el monarca cristiano hizo su solemne entrada en Jaén comenzado ya el mes de marzo de 1246. Pocos meses después, el 8 de noviembre, sufrió don Fernando la pérdida de su madre, la reina doña Berenguela, que durante todo su reinado había sido su más íntima consejera e inspiradora, y en cuyas manos dejaba el gobierno del reino durante las largas temporadas que él pasaba en Andalucía, consagrado a las operaciones militares.
Desde el año 1224, Fernando III venía acrecentando las fronteras de su reino, pero le faltaba todavía la joya de al-Andalus: la ciudad de Sevilla. Después de la conquista de Jaén en el mes de marzo no demoró mucho el dirigir sus armas contra la capital de al-Andalus, y ya en el mes de octubre de 1246 aparecía con una reducida hueste de trescientos caballeros e iniciaba la tala de los campos de Carmona; allí se presentó sin tardanza, como fiel vasallo, el Rey de Granada con quinientos caballeros. Desde Carmona, ambos Reyes se dirigieron contra Alcalá de Guadaira, que se entregó a Fernando III, actuando de intermediario el Rey de Granada.
Con el invierno no interrumpió don Fernando las hostilidades contra Sevilla, pero comprendió que un verdadero asedio de la ciudad no era posible sin contar con una flota que bloquease también las comunicaciones por el río; en consecuencia, hizo acudir a Jaén, adonde se había retirado, al burgalés Ramón Bonifaz, al que ordenó preparar en el Cantábrico la flota mayor y mejor pertrechada que pudiese, de naves y galeras. Del mismo modo ordenó una movilización de las mesnadas nobiliarias y de las milicias concejiles para el siguiente verano de 1247.

Mientras llegaba la flota, puso Fernando III sitió a Carmona, que optó por capitular ante el Rey cristiano y lo mismo hicieron Reina y Constantina. Lora del Río se rindió sin resistencia, Cantillana fue tomada por asalto, mientras Guillena se entregaba sin hacer frente; también sucumbían Gerena y Alcalá del Río. Antes de que llegara la flota ya dominaba Fernando III todo el norte y el este de Sevilla. Por fin, en la primera quincena de julio de 1247, aparecía por el Guadalquivir la esperada flota de Ramón Bonifaz, integrada por trece galeras.
Con la llegada de las naves a Sevilla se inició una dura guerra de desgaste, de hostigamiento y destrucción de cosechas, de ataques a cualquier avituallamiento y asaltos a los arrabales, guerra que se iba a prolongar durante todo el invierno y que se trocó en un duro y ceñido asedio al fin de marzo del 1248, cuando apareció ante la ciudad el heredero de la Corona, el infante don Alfonso, con grandes contingentes de castellanos, leoneses y gallegos. Sevilla ya no tenía reservas, Castilla y León podían movilizar más y más hombres y armas. El dogal que apretaba a Sevilla era cada día más recio: en el mes de mayo ya no quedaba otra vía a los musulmanes, para recibir auxilio, que el puente de Triana. Contra este puente y las gruesas cadenas de hierro que enlazaban las barcas que lo formaban, lanzó el 3 de mayo de 1248 Ramón Bonifaz sus dos naves más pesadas; el puente cedió y Sevilla quedó aislada de Triana, cuyo castillo se rindió seguidamente. La pérdida de Triana hizo que los sitiados ofrecieran capitular, conservando la mitad de la ciudad, lo que fue rechazado; otra segunda propuesta, ahora ya de dos tercios de la ciudad, fue asimismo declinada por la firme decisión de Fernando III de tener para sí Sevilla entera libre de musulmanes. Éstos finalmente tuvieron que capitular el 23 de noviembre de 1248, entregando la ciudad entera y disponiendo de un mes para partir hacia África o hacia el Reino de Granada.
El 22 de diciembre de 1248 hacía Fernando III su solemne entrada en Sevilla. En los meses siguientes se fueron entregando y sometiendo al castellano-leonés, mediante pactos y capitulaciones, todas las ciudades de la ribera meridional del Guadalquivir. Con la conquista de Sevilla se puede decir que la Reconquista había finalizado, pues en ese momento ya sólo quedaba a los musulmanes el Reino de Granada, como vasallo del Monarca cristiano.

En Sevilla se asentó Fernando III los tres años y medio últimos de su vida; sólo se ausentó para un corto viaje a Jaén, de dos meses de duración, pasando por Córdoba, en febrero y marzo de 1251. En Sevilla le alcanzó la muerte el 30 de mayo de 1252, cuando estaba abrigando proyectos de continuar sus conquistas por el norte de África; a sus exequias y sepultura en la antigua mezquita, convertida en catedral, asistió el Rey de Granada.
A partir de 1224 y hasta el fin de sus días, Fernando III concentró todos sus esfuerzos en engrandecer las fronteras de su reino y en ultimar la recuperación de todo el territorio peninsular. Había recibido de su madre un reino, el de Castilla, de unos 150.000 km2; heredó de su padre otro reino, el de León, con otros 100.000 km2; había conquistado el territorio de un tercer reino de unos 100.000 km2 más ricos y feraces. No sólo se había ocupado de conquistas, tuvo también que entregarse a la repoblación cristiana de ese tercer reino que había ganado, efectuando llamamientos a castellanos, leoneses y gallegos para que acudieran a poblar las ciudades y los campos de Andalucía, ofreciendo y realizando entre ellos los repartimientos de casas y heredades.
Con su primera esposa, Beatriz de Suabia, Reina de 1219 a 1235, tuvo diez hijos, siete de ellos varones: Alfonso, Fadrique, Fernando, Enrique, Felipe, Sancho y Manuel, y tres hembras, dos de éstas muertas en edad infantil; la tercera, Berenguela, ingresó en Las Huelgas Reales de Burgos, donde fue designada como “señora de la casa”. Contrajo Fernando segundas nupcias en noviembre de 1237 con Juana de Ponthieu, con la que tuvo otros cinco hijos: Fernando, Leonor, Luis, Simón y Juan, pero los dos últimos murieron en su tierna infancia.
La profunda religiosidad de don Fernando a lo largo de toda su vida, no desmentida en ningún momento, así como la memoria de su vida limpia, fueron creando en torno a su persona una fama de virtudes y santidad. El proceso de beatificación se puso en marcha en 1628, duró veintisiete años, y el 29 de mayo de 1655 fue aprobado el culto como beato, limitado a Sevilla y a la capilla de los Reyes. El 7 de febrero de 1671, el papa Clemente X extendía su culto a todos los dominios de los reyes de España y finalmente, el mismo Pontífice, lo canonizaba el 6 de septiembre de 1672.
Bibl.: L. de Tuy, “Chronicon mundi”, en Hispania Illustrata, t. III, ed. de A. Schott, Frankfurt, 1608, págs. 1-116; R. Jiménez de Rada, “De rebus Hispaniae”, en Hispania Illustrata, t. II, ed. de A. Schott, Frankfurt, 1608; págs. 25-194; M. de Manuel Rodríguez, Memorias para la vida del Santo Rey don Fernando III, Madrid, Imprenta de la Viuda de Joaquín Ibarra, 1800; J. M.ª Sánchez de Muniain, “San Fernando III de Castilla y León”, en Año Cristiano, t. II (1959), págs. 523-531; L. Charlo Brea (ed.), Crónica latina de los reyes de Castilla, Cádiz, Universidad, 1984; J. González, Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, Caja de Ahorros, 1980- 1983-1985, 3 vols.; L. Galmés, Testigos de la fe en la Iglesia de España, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos Popular, 1983, págs. 62-64. J. González, Crónica de Veinte Reyes, ed. de Ruiz Asencio, Burgos, Ayuntamiento, 1991; G. Martínez Díez, Fernando III (1217-1252), Burgos, La Olmeda, 1993; F. García Fiz, “Las huestes de Fernando III”, en Archivo Hispalense: Revista histórica, literaria y artística, t. 77, n.os 234- 236 (1994), págs. 157-190; P. Castañeda, “El Hombre y el Santo”, en Archivo Hispalense: Revista histórica, literaria y artística, t. 77, n.os 234-236 (1994), págs. 401-416, ejemplar dedicado a Fernando III y su época; J. Sánchez Herrero, “El proceso de canonización de Fernando III ‘el Santo’”, en Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos Florián Ocampo, n.º 18 (2001); J. M. Nieto Soria, “La monarquía fundacional de Fernando III”, en VV. AA., Fernando III y su tiempo. VIII Congreso de Estudios Medievales, León, Fundación Sánchez Albornoz, 2003, págs. 31-66; C. de Ayala Martínez, “Fernando III y las Órdenes Militares”, en VV. AA., Fernando III y su tiempo. VIII Congreso de Estudios Medievales, León, Fundación Sánchez Albornoz, 2003, págs. 67-102; M. González Jiménez, Fernando III el Santo. El Rey que marcó el destino de España, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2006.


 

 Beatriz de Suabia.


Sepulcro de la reina Beatriz de Suabia, esposa de Fernando III el Santo y madre de Alfonso X el Sabio. Capilla Real de la Catedral de Sevilla.



Beatriz de Suabia. ?, 1198 – Toro (Zamora), 5.XI.1235. Reina de Castilla, primera esposa de Fernando III y madre de Alfonso X el Sabio.

Biografía

Acabadas las perturbaciones que la sucesión de Enrique I había provocado en el reino castellano, y asentado en el trono Fernando III, la cuestión más importante era el matrimonio del joven rey, que estaba ya próximo a los dieciocho años. Para evitar la posibilidad de un matrimonio nulo por razones de parentesco, de tan triste experiencia en el caso de sus padres, era preciso desechar las princesas hispanas, así como las de Inglaterra y Francia.
El nombre que atrajo la atención desde un principio fue el de la princesa alemana Beatriz, hija de Felipe de Suabia, emperador de Alemania entre 1198 y 1208, y de su esposa, la bizantina Irene; el padre de Beatriz era hermano del emperador alemán Enrique VI (1190-1197) y ambos, hijos de Federico I Barbarroja; su madre, la bizantina Irene, era hija del emperador de Bizancio Isaac Ángel (1185-1204) y de su esposa, Margarita, hija del rey Bela de Hungría.
Así, Beatriz descendía por su padre y por su madre de los dos grandes imperios del medievo: del Sacro Imperio Germánico y del imperio bizantino.
La adolescencia de Beatriz en Alemania había sido muy agitada, pues su padre, el emperador Felipe, había tenido que luchar todo el tiempo de su imperio con otro emperador rival, Otón IV, para morir finalmente asesinado en 1208. Muerto Felipe, su rival tomó bajo su protección a Beatriz, e incluso prometió casarse con ella, pero fue derrotado y expulsado del trono en 1214 por Federico II, hijo del emperador Enrique VI y sobrino de Felipe de Suabia, quedando así Beatriz bajo la guarda de su primo el emperador Federico II.
Resuelta la elección de esposa a favor de Beatriz, la reina Berenguela envió una primera embajada al imperio alemán para proponer el matrimonio; logrado el asentimiento, a mediados de 1219 partía en busca de la novia otra embajada más solemne presidida por el obispo de Burgos, Mauricio, e integrada por los abades de San Pedro de Arlanza y Santa María de Rioseco, por el camerario de San Zoilo de Carrión, por el maestre de la Orden de Santiago y por el prior de la Orden de San Juan en España, cuya misión era negociar los detalles del acuerdo matrimonial.

Tras casi cuatro meses de estancia en la corte de Suabia, comenzado el otoño, Federico II, ya electo emperador, hizo entrega de la novia a los embajadores, que pasando por París, donde visitaron a la hermana de Berenguela, la reina Blanca. Cuando llegaron al reino de Castilla, salió la reina Berenguela hasta Vitoria al encuentro de Beatriz. En Burgos estaba esperando Fernando con los magnates, los obispos y los procuradores de las ciudades del reino, que acogieron a la novia con muestras de júbilo. La impresión que causó la joven con sus veintiún años entre los burgaleses es descrita por los cronistas como la de una doncella nobilísima, muy sabia, pudorosa, de honestas costumbres, prudente y dulcísima, primera impresión que se confirmaría y acrecentaría durante los dieciséis años de su reinado. Por fin, el 30 de noviembre, día de san Andrés, en la catedral de Burgos, oficiando el obispo Mauricio, se celebraba la boda de Fernando y Beatriz; el novio tenía dieciocho años y la novia, veintiuno.
Con ocasión de sus bodas y para rodear a éstas de la máxima solemnidad, el rey Fernando, quiso celebrar en Burgos una reunión extraordinaria de la curia regia o asamblea del reino compuesta por los magnates, los caballeros principales, los prelados y los abades más importantes y los procuradores de las ciudades; es decir, lo más granado del reino de Castilla, con una concurrencia tan numerosa que jamás se había visto otra igual en la ciudad de Burgos. Los contrayentes celebraron su luna de miel en Burgos durante todo el mes de diciembre, y hasta el día de Reyes de 1220 no se les localiza ya en Valladolid.
A partir del día de su boda, la reina Beatriz acompañará casi continuamente a su marido, salvo en las campañas militares. Lo mismo que Berenguela venía haciendo ya, ahora las dos juntas solían salir a recibir al hijo y esposo al regreso de esas campañas; sus lugares de residencia preferidos eran Burgos, Valladolid y Toledo; su lugar favorito fue el mismo que el de Berenguela: las Huelgas Reales de Burgos, en el camino de Santiago por donde llegaban todas las novedades culturales de Europa. Por lo que se sabe de sus estancias y desplazamientos siempre se encuentra a Beatriz al lado de Berenguela. El entendimiento entre ambas parece que fue algo no habitual; en las pocas actuaciones políticas que se conocen siempre actuaron las dos de acuerdo cerca de su hijo y marido, logrando con su valimiento la concordia y el perdón entre el rey y algún noble levantisco, como fueron los casos de Lope Díaz de Haro y Álvar Pérez de Castro.
Beatriz coincidía con su esposo y con Berenguela en una profunda religiosidad y en una especial devoción a la Virgen; según cuenta su hijo Alfonso X en una de las Cántigas en honor de Santa María, habiendo enfermado la reina Beatriz en Cuenca (1226) y una vez que los médicos habían desesperado de curarla, se hizo traer una imagen de Santa María, poniendo en ella todas sus esperanzas de salud.
El matrimonio de Fernando y Beatriz aparece en la historia como una unión feliz, no manchada por ninguna infidelidad; el matrimonio duró dieciséis años y sólo tuvo su fin con la muerte de doña Beatriz el 5 de noviembre de 1235, cuando sólo tenía treinta y seis o treinta y siete años de edad. Fruto de esos dieciséis años de vida conyugal fueron, según Rodrigo Jiménez de Rada, un total de nueve hijos: siete varones y dos mujeres, nacidos por este orden: Alfonso, primogénito y sucesor de Fernando III (Toledo, 23 de noviembre de 1221), Fadrique (ante 13 de septiembre de 1223), Fernando (ante 25 de marzo de 1225), Leonor (¿1226?), Berenguela (¿1228?), Enrique (ante 10 de marzo de 1230), Felipe (ante 5 de diciembre de 1231), Sancho (¿1233?) y Manuel (1234). Lucas de Tuy añade una tercera hija a la que asigna el nombre de María y de la que dice que murió puellula, esto es, niñita, pocos días antes que su madre, y fue enterrada en San Isidoro de León; pero, al ser ignorada por el arzobispo de Toledo, se supone que falleció poco después de nacer ese mismo año 1235, el de la muerte de su madre.

Es posible que una maternidad tan reiterada hubiera debilitado la naturaleza de la reina Beatriz; el caso es que, sin una enfermedad prolongada que preludiase un fatal desenlace, pues sólo contaba con treinta y siete años de edad, el 5 de noviembre 1235 vino a fallecer en Toro, cuando viajaba acompañando a su marido, como era habitual en ella. El itinerario regio nos muestra a Fernando III del 24 al 28 de octubre en Ponferrada; el 3 de noviembre el rey se encontraba en Villalobos, a tan sólo cincuenta kilómetros de Toro. Era el viaje de la muerte para la reina, que probablemente llegó a Toro el día 4 de noviembre, víspera de su óbito.

La reina Beatriz dejaba tras de sí ocho huérfanos entre los catorce y un año de edad; la falta de una madre en tan tierna edad no dejaría de influir desfavorablemente en la educación de los huérfanos y posiblemente se reflejó en las posteriores disensiones fraternas.

El cadáver de la reina fue trasladado al monasterio de las Huelgas Reales de Burgos y sepultado con honores muy cerca del rey Enrique. Cuarenta años más tarde, su cuerpo fue trasladado por su hijo a la catedral de Sevilla, donde reposa al lado del rey Fernando, con el que compartió su vida.

Bibliografía

R. Jiménez de Rada, “De rebus Hispaniae”, en A. Schott, Hispania Illustrata, Frankfurt, Claudium Marnium, 1608, 2.ª ed.


págs. 47-52

Crónica latina de los reyes de Castilla, ed. de Luis Charlo Brea, Cádiz, Universidad, 1984

J. González, Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, Caja de Ahorros de Córdoba, 1980-1983-1985, 3 vols.

Crónica de Veinte Reyes, ed. de Ruiz Asencio, Burgos, Ayuntamiento, 1991, págs. 288-292

G. Martínez Díez, Fernando III (1217-1252), Burgos, La Olmeda, 1993.

 

  

Juana de Ponthieu


Juana de Ponthieu. ?, p. s. XIII – Abbeville, condado de Ponthieu, departamento del Somme, en la Picardie (Francia), 16.III.1279. Reina de Castilla y de León, segunda esposa de Fernando III (1237-1252).

Biografía

Después de la muerte de la reina Beatriz (5 de noviembre de 1235), Fernando III se había tenido que volcar en el asedio de Córdoba hasta finales de junio de 1236; a continuación, una grave enfermedad lo retuvo algún tiempo. Pero habiéndose retirado a Burgos, a propuesta de su madre Berenguela, que apreciaba la conveniencia de verlo, a sus treinta y cinco años, casado de nuevo, comenzaron las negociaciones en busca de una esposa. De nuevo por razones de parentesco había que excluir las princesas hispánicas.

Es muy posible que fuera doña Berenguela junto con su hermana la reina Blanca de Francia las que condujeran todas las negociaciones relativas a la elección de la esposa y a las capitulaciones matrimoniales.

La elegida fue Juana de Ponthieu, y la elección representaba una buena jugada política para la Corona francesa.
Juana era la heredera del condado de Ponthieu, en Picardie, próximo a los dominios del rey de Inglaterra, condado que este Monarca aspiraba a incorporar a su Corona. Gobernaba por esos días el condado Simón de Dammartin, esposo de la condesa propietaria, María de Ponthieu, nieta de Luis VII de Francia.
El matrimonio de Juana, heredera del condado, era clave para el futuro de Ponthieu; Blanca, regente de Francia, obtuvo del conde Simón la promesa de no casar a su hija sin licencia del rey de Francia. No obstante, Enrique III de Inglaterra pudo casarse con Juana por medio de procurador, pero el Papa declaró el matrimonio nulo por impedimento de consanguinidad entre los cónyuges e incumplimiento de la promesa anterior.
Se comprende que el matrimonio de Juana con el rey de Castilla era la mejor solución para Blanca. De una parte, reforzaba los lazos con el ya poderoso monarca castellano, y, de otra parte, alejaba cualquier peligro inglés del condado de Ponthieu, sin que hubiere posibilidad de unión entre Castilla y Ponthieu, puesto que Fernando contaba ya con siete herederos varones para Castilla.
Las negociaciones para la boda se retrasaron algún tiempo, pues también existía entre los cónyuges un remoto parentesco y hubo que solicitar la oportuna dispensa. La consanguinidad entre ambos era de tercer grado con cuarto según el cómputo canónico, como descendientes los dos de Alfonso VII, bisabuelo de Fernando y tatarabuelo de Juana. La futura reina de Castilla y de León era nieta, por su madre, de Alicia, hija de Luis VII y de Constanza, hija esta última del emperador Alfonso VII de León.

Llegada la dispensa papal, en otoño de 1237 viajó Juana a España y en el mes de noviembre se celebró la boda en Burgos, figurando ya como Reina en los diplomas regios a partir del 20 de noviembre de 1237.
Juana, que sobrevivió a su marido, durante todo su matrimonio acompañó a Fernando muy de cerca, incluso más si cabe que Beatriz, ya que lo seguía incluso en el transcurso de las campañas militares, sin que se la viera intervenir en los negocios políticos del reino.
Del matrimonio nacieron cinco hijos: Fernando, que falleció antes de 1251, año en que por muerte del conde Simón, la Reina heredó el condado de Ponthieu; Leonor, que, nacida hacia 1239, casó en Burgos en 1254 con el futuro Eduardo I de Inglaterra; Luis, que residió toda su vida en Castilla, sin llegar a heredar el condado de Ponthieu, pues falleció antes que su madre; Simón, enterrado en Toledo, y Juan, muerto a los pocos días de nacer. La reina Juana, una vez fallecido su marido, continuó durante algún tiempo en Castilla, pero, finalmente, regresó a su condado francés acompañada del infante don Enrique, donde contrajo segundas nupcias con Juan de Neslé. Juana murió en Abbeville, condado de Ponthieu, departamento del Somme, en la Picardie, el 16 de marzo de 1279.


Bibliografía

Alfonso X, Primera Crónica General de España, ed. de R. Menéndez Pidal, Madrid, Gredos, 1977, págs. 735-736


J. González, Reinado y diplomas de Fernando III, Córdoba, Caja de Ahorros de Córdoba, 1980, 1983 y 1985, 3 vols.

G. Martínez Díez, Fernando III (1217-1252), Burgos, La Olmeda, 1993.


  

Escudo de Armas


Ponthieu era uno de seis condados feudales que acabarían fusionándose dentro de la provincia de Picardía, al norte de Francia. Su ciudad principal es Abbeville.

  
Juana de Dammartín (en francés, Jeanne de Dammartin; c. 1220-Abbeville, 16 de marzo de 1279). También conocida como Juana de Ponthieu, fue reina consorte de Castilla y de León (1237-1252) por su matrimonio con Fernando III de Castilla.


  

Lobera 


  


Lobera era la espada del rey Fernando III el Santo, hoy en día conservada como reliquia en la Catedral de Sevilla, de donde cada año es sacada en procesión para conmemorar la reconquista de Sevilla en 1248 por dicho rey. Era el símbolo de poder de Fernando III, y así aparecerá en muchos grabados, con espada y orbe en mano, en vez del tradicional cetro.



Descripción
Es una espada de hoja plana y dos filos, que mide 0,854 m de largo y 0,053 m por la parte más ancha, disminuyendo, casi insensiblemente, hasta terminar en punta redonda.

Etimología
La etimología está discutida; podría ser que la "lobera" era una espada de caza, o que se llevara con el traje llamado "loba", o bien fuese el nombre de la espada, dada la costumbre de la época.

Leyenda e historia
El célebre escritor Don Juan Manuel, que era nieto de Fernando III de Castilla, consignó en su Libro de los ejemplos del conde Lucanor y de Patronio que la espada pertenecía originariamente al conde Fernán González (héroe épico del Poema de Fernán González). En su lecho de muerte, Fernando III dirigiéndose a su hijo menor, el infante D. Manuel, le dijo: 
«non vos puedo dar heredad ninguna, mas dovos la mi espada Lobera, que es cosa de muy grand virtud et con que me fizo Dios a mi mucho bien».

El 29 de agosto de 1326, Don Juan Manuel, al que pertenecía en esos momentos la espada Lobera,​ derrotó a las tropas del reino de Granada en la batalla de Guadalhorce, donde murieron unos 3.000 musulmanes y unos 80 castellanos, y en la Gran Crónica de Alfonso XI se consignó que, en un momento en que la situación de los castellanos era precaria, ya que la retaguardia, dirigida por Sancho Manuel de Castilla, hermanastro de Don Juan Manuel, estaba siendo arrollada, este último tomó la espada Lobera y pronunció una oración antes de lanzarse al combate. La misma crónica la vuelve a mencionar empuñada por el propio Don Juan Manuel en la batalla del Salado de 1340:
 «Entonces el Rey envió decir a Don Joan, fijo del infante Don Manuel, con un caballero, que po que no pasaban él e los de la delantera el río. Et un escudero que decían Garci Jufre Tenoryo, fijo del Almirante que mataron los moros en la flota, et era vasallo del Rey et iba en la delantera, dixo a este Don Joan que la su espada lobera, que el dicía que era la virtud, que más debía hacer en aquel día».

Tradiciones

Según dispuso Alfonso X en 1255, cada 23 de noviembre, festividad de San Clemente, se conmemora la toma de Sevilla con una procesión solemne, llamada de Tercias o de la "Espada", en la que el Rey, o el Asistente en Sevilla en su representación, actualmente el alcalde, porta la Lobera y el concejal más joven del ayuntamiento porta el Pendón de San Fernando. Ambos son acompañados por los dos cabildos, municipal y eclesiástico y por la Orden de Caballeros de San Clemente y San Fernando. Esta procesión discurría en sus inicios por las gradas altas de la Catedral de Sevilla, haciéndolo en la actualidad por las naves del templo.

  

La legendaria espada del Rey Santo Fernando en el escudo de Sevilla que espanta a Podemos.



De gules, la figura de Fernando III de Castilla con túnica y calzado de gules, capa de azur ribeteada de oro, coronado de lo mismo, con una espada de plata guarnecida de oro en su mano diestra y un orbe de azur con ecuador, semimeridiano y cruz de oro en la siniestra, sedente en silla de tijera o jamuga sobre tarima con dosel, ambas de oro. Acompañado a la diestra por San Isidoro y a la siniestra por San Leandro, ambos vestidos con alba y calzado de plata, capa pluvial y estola de oro, con mitra de lo mismo forrada de plata y cruz en el frontal, los dos con báculo de oro y libro de oro con cubiertas de azur. Mantelado en punta de azur con la inscripción «NO DO» de oro intercalada por una madeja de lo mismo. Timbre: Corona real abierta. Lema, en plata: «MUY NOBLE, MUY LEAL, MUY HEROICA, INVICTA Y MARIANA».

La lectura de NO8DO, formado por “NO-MADEJA-DO” (“NO ME HA DEJADO”) que alude a la fidelidad que le prestó la ciudad al rey Alfonso X en el enfrentamiento que mantuvo con su hijo Sancho IV y es el lema de la ciudad.

El Ayuntamiento de Sevilla usa este escudo rodeado de filacteria con la divisa: "MUY NOBLE, MUY LEAL, MUY HEROICA, INVICTA Y MARIANA", dos mazas acoladas y dos veneras adosadas.

03/01/2018

La aprobación de un escudo para la ciudad de Sevilla suscitó hace pocos días una aparatosa polémica en el pleno de su ayuntamiento . La heráldica ahora oficial de Sevilla lo es con los votos a favor del PSOE, PP y Ciudadanos , pero con la oposición de Participa y de Izquierda Unida, que consideran que el escudo es «rancio, machista, y solo refleja cinco siglos de historia, y no la etapa tartésica o la moderna». 
En este sentido, a la marca de Podemos en este ayuntamiento le molesta especialmente que el Rey San Fernando aparezca en la posición central portando una espada medieval, «máxima expresión de la violencia» y «una llamada a la conquista y a la guerra», según cita una alegación de este partido titulada « Fomento e incitación a la violencia ».

La legendaria espada del Rey Santo Fernando en el escudo de Sevilla que espanta a Podemos.

El escudo oficial de Sevilla muestra, concretamente, «sobre esmalte de gules (rojo), a un Rey sedente acompañado a la diestra y a la siniestra por dos obispos. Mantelado de azur con el NO8DO, corona real y lema de la ciudad». El Rey es San Fernando III de Castilla , el monarca y santo que tomó la ciudad en 1248, y los obispos San Leandro y San Isidoro, ambos del periodo visigodo. Una escena, la del rey y los obispos, que no era oficial hasta el pleno del pasado miércoles, pero sí un símbolo recurrente en la ciudad. Sin ir más lejos, algunos de los azulejos que decoran la Plaza de España la representan.

La espada de Fernando III criticada por Participa cuenta con una solemne historia a sus espaldas. Tras conquistar Córdoba y Jaén , el Monarca que unificó los reinos de Castilla y León puso cerco a la Sevilla musulmana en 1247. Fernando realizó un asedio combinado desde tierra y agua, de manera que sin apoyo las plazas musulmanas cercanas a la ciudad fueron cayendo paulatinamente en manos de los castellanos. El 23 de noviembre de 1248, el emir sevillano Axataf se rindió ante Fernando III, que participó en el asedio con su espada llamada «Lobera» e instaló en Sevilla la Corte hasta su muerte.

La leyenda de Fernán González

Sobre el origen de esta espada se cuenta que Fernando III, que sería santificado muchos siglos después, acudió expresamente a por ella al monasterio de San Pedro de Cardeña , donde se hallaba el sepulcro del mítico conde Fernán González. A este incierto noble del siglo X se le achaca haber elevado a Castilla a un nuevo escalón dentro de los reinos hispánicos y a su arma predilecta se le otorgaban poderes mágicos tales como una suerte de Excálibur español. Según relata el obispo de Pamplona Prudencio de Sandoval , el Santo Rey determinó llevarse la espada y el guión del conde a la campaña sevillana, «confiado en que por estos medios Dios le había de entregar la ciudad y le había de dar victoria contra los moros».

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Tras la caída de Sevilla, la espada se convirtió en el símbolo de poder de Fernando III, y así aparecerá en muchos grabados, con espada y orbe en mano, en vez del tradicional cetro. A la muerte de su padre, Alfonso X dispuso, en 1255, que cada 23 de noviembre se conmemorara la toma de Sevilla con una procesión solemne donde la «Lobera» fuera exhibida a la cabeza. Todavía hoy se conserva esta tradición y la espada es guardada como una reliquia en la Catedral de Sevilla. O al menos allí se conserva una que corresponde con la descripción legendaria de esta espada, una hoja plana y dos filos que termina en punta redonda .

En este sentido, existe otra espada, también llamada Lobera e igualmente atribuida a Fernando III el Santo, custodiada por Patrimonio Nacional en la Armería de Palacio Real de Madrid . No obstante, Enrique de Leguina y Vidal, barón de la Vega de la Hoz, expuso en su obra «Espadas históricas» (1898), que ni la espada que se conserva en Sevilla ni la de Madrid son del siglo X. Ambas son del siglo XIII, cuando se produjo la conquista de Sevilla, pero ninguna pudo pertenecer al conde Fernán González.

En este sentido, el escritor Don Juan Manuel (nieto del Rey Santo) consignó en su «Libro de los ejemplos del conde Lucanor y de Patronio» (escrito entre 1330 y 1335) que el Rey entregó la espada a uno de sus hijos, al infante Don Manuel (padre del escritor), al tiempo que le decía: 
«Non vos puedo dar heredad ninguna, mas dovos la mi espada Lobera, que es cosa de muy grand virtud et con que me fizo Dios a mi mucho bien».​

El 29 de agosto de 1326, su hijo, el escritor , derrotó a las tropas del Reino de Granada en la batalla de Guadalhorce , donde murieron unos 3.000 musulmanes y unos 80 castellanos. En la « Gran Crónica » de Alfonso XI se relata que una carga de este noble, armado con la espada, salvó al ejército cristiano de la derrota cuando la retaguardia se estaba derrumbando peligrosamente.

La legendaria espada del Rey Santo Fernando en el escudo de Sevilla que espanta a Podemos.



 

 Margarita Cantera, experta en Historia Medieval, en la sede de El Debate.

Entrevista a la doctora en Historia Margarita Cantera.

Álex Navajas
18 julio. 2025 

  


«Los políticos actuales podrían aprender del Rey San Fernando las virtudes de la lealtad y la humildad»
La historiadora presenta su nuevo libro sobre Fernando III el Santo, «que hizo la guerra para devolver a la cristiandad las tierras que habían sido suyas»


Es una experta en Historia Medieval, asignatura que imparte en la Universidad Complutense de Madrid, donde es profesora titular. Margarita Cantera Montenegro tiene en su haber varios libros relacionados con la religiosidad y las órdenes religiosas del medievo hispánico, algunos de ellos escritos junto a su hermano, fray Santiago Cantera Montenegro, quien fuera, hasta fechas recientes, el prior de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. De hecho, es prudente y discreta a la hora de referirse a su hermano, que se encuentra «retirado en algún monasterio de Castilla y León» desde que fuera removido de su cargo por las presiones del Gobierno de Pedro Sánchez. Como tantas veces en la historia, los poderosos apartan a los clérigos que les resultan incómodos.
Pero no ha acudido a la redacción de El Debate para hablar de su hermano —por el que siente una grandísima estima, y se le nota—, sino de su último libro, Fernando III, el Santo. El rey que forjó la España cristiana (Sekoitia).

— ¿Por qué un libro de Fernando III ahora?

— La idea era hacer una síntesis actualizada sobre el Rey San Fernando, destacando esa faceta tan importante que realmente marca toda su vida: la idea de cruzado, de caballero de Cristo, de guerrero. Realmente, es uno de los reyes más importantes de la Historia de España. En ese sentido, me ha gustado mucho un libro que acaba de publicar el catedrático de Historia Medieval Rafael Sánchez Saus. En él afirma que los Reyes, en gran parte, son los que hicieron España. Y creo que Fernando es, precisamente, uno de esos puntales.

— ¿El rey San Fernando es un monarca, en general, bastante olvidado?

— Bueno, se publicó una muy buena obra ya en los años 60, creo recordar que de Julio González, que ha sido la base para los estudios posteriores, porque recoge una cantidad impresionante de documentación. Luego se han hecho algunas síntesis biográficas. Se han hecho muchos estudios parciales, y la idea era recoger todas esas novedades y darle un cuerpo a toda esa documentación.

— ¿Qué fue lo más importante en el reinado de Fernando III? ¿Por qué debe ser recordado?

— El subtítulo del libro, precisamente, hace referencia a eso: es el rey que, en gran parte, forja España al unir Castilla y León y al emprender la reconquista de Andalucía. Eso le da a Castilla un peso fundamental en la historia de España. Es un reino mucho más extenso, económicamente poderoso, más poblado y, además, un reino que está abierto al mar, tanto al Atlántico en el norte como al sur y al Mediterráneo. Es decir, las posibilidades de Castilla son inmensas. Y, además, con una idea de cruzada y de unidad; de aspirar a la unidad de España por medios que, a veces, son contradictorios, porque los reinos hispánicos aspiran a la unidad entre ellos y, después, se separan; se enfrentan, se peleaban y, a la vez, buscaban la unidad. Son una especie de contrasentidos, en que vemos cómo el ideal político a veces va, por un lado, y los intereses personales pesan y tuercen el ideal.

— Algunos de nuestros contemporáneos más buenistas y que juzguen la historia desde la atalaya de los tiempos presentes objetarán que cómo es posible que haya un rey santo y que, a la vez, dirigía una reconquista con guerras, con muertes, y demás...

— Pues en primer lugar porque hay una faceta personal del rey, unas virtudes personales del rey, que son las que definen su santidad, y esas virtudes personales teologales —fe, esperanza, caridad— y las cardinales —la fortaleza, la justicia— eran también un ideal de gobierno. Gobernaba su reino con los medios de la época, con la mentalidad de la época. Porque estamos hablando del siglo XIII, no del siglo XXI. Buscaba la justicia, la aplicación de la justicia y el orden en el Reino. Y, a veces, el orden requiere mano dura. Estamos hablando una época muy conflictiva, con una frontera muy activa, en la que había ataques. No podemos olvidar la figura del cautivo cristiano en tierras musulmanas, que una verdadera tragedia. También la de musulmanes en tierra cristiana. La guerra se convertía en una obligación moral: era devolver a la cristiandad la tierra que había sido de la cristiandad. No olvidemos que España era un reino cristiano católico desde el 589, con Recaredo. Los musulmanes entraron posteriormente en España como aliados de uno de los bandos en lucha, pero acabaron conquistando toda España, imponiendo su dominio y dificultando cada vez más la práctica de la religión cristiana en territorio musulmán. El Rey San Fernando, pero también los otros reyes anteriores y posteriores, querían recuperar la unidad de España, recuperar el reino visigodo y devolver a la cristiandad las tierras que habían sido suyas.

Buscar el bien común.

— Me imagino que los políticos actuales podrían aprender mucho de Fernando III. Si tuviera aquí a un grupito de políticos —sin importar su ideología—, usted, como especialista, ¿qué les diría que pueden aprender de él?

— Pues una virtud muy importante: la lealtad. La lealtad a sus hombres. San Fernando tiene el deseo de procurar el bien de su reino, de buscar el orden. El orden trae la prosperidad económica, la paz, la salud y la honradez en todas sus actuaciones. Hay un interés político, evidentemente, pero también un interés religioso. Llevar el Evangelio, la justicia, la moral en todas sus actuaciones públicas y privadas. Quizás son las virtudes para mí más destacadas. También el compañerismo, la lealtad hacia sus huestes, hacia sus soldados. El arriesgarse a veces en las batallas, de forma especial por ayudar a sus hombres. Es también una virtud realmente importante. ¡Y la humildad! La humildad...

Javier Barraycoa, escritor: «Lutero era bravucón, neurótico, depresivo y antisemita»
Álex Navajas 

— La lealtad hacia sus hombres... En muchos políticos de hoy, esa virtud ni está ni se la espera...

— Se olvidan enseguida. Y, sin embargo, Fernando III tuvo también sus enfrentamientos con algunos de los nobles, conflictos personales, porque consideraban que el rey no les daba ciertos privilegios o ciertas tierras a las que creían que tenían derecho. Pero, si miramos sus actuaciones con detalle, hay una búsqueda de un bien común para su reino. Realmente había un compañerismo.

Hay una escena que me gusta mucho que refleja muy bien lo que es el valor del jefe militar. Cuando le llega la noticia, estando él en el Reino de León, de que un grupo de almogávares han tomado un barrio en Córdoba y que si no llegan pronto tropas, todos esos hombres van a caer cautivos o van a morir, él dice: Mis hombres me necesitan. Es pleno invierno; los caminos están embarrados; mover tropas en esa época es muy difícil. Y él, sin embargo, no consulta con nadie: Reúne a sus huestes más cercanas y emprende camino a Córdoba. A medida que pasa por las ciudades, se van uniendo milicias y hombres. Él asume la tarea de defender a sus hombres como un asunto de lealtad personal, de obligación personal.

La leyenda negra del medievo

— Nos venden la Edad Media como una época atrasada, oscura, inculta, bárbara. Entiendo que Fernando III rompe ese mito, ¿no es cierto?

— Sí, sí. Esa idea se tiene. Bueno, ya el propio término Edad Media indica un desprecio hacia ese periodo, que nace en el siglo XV o XVI, con los renacentistas. Ellos admiraban el mundo clásico y no se daban cuenta de que, si conocían algo ese mundo clásico, era porque los hombres de la Edad Media, fundamentalmente los eclesiásticos, los monjes, habían conservado la cultura de la antigüedad.

Y esa visión negativa de la Edad Media se mantiene en la actualidad. Hay muchos mitos que se siguen transmitiendo: la idea de la tierra plana que todo el mundo del medievo creía que existía... Muchísimas cosas. Y la incultura, la oscuridad... Yo siempre le digo a mis alumnos: Pensad en una catedral gótica; entra en Burgos, León, Toledo. ¿Eso es oscuridad? ¡Eso es plena Edad Media: la luminosidad, el gusto por la luz, la cultura!

El propio San Fernando era un hombre culto. La Corte Castellana y Leonesa era una corte bastante culta. La culminación de esa cultura de la Corte regia es su hijo Alfonso X. No llega Alfonso X porque sí; no es una casualidad, es el fruto maduro de un proceso que nos muestra el aprecio a la cultura que había la Corte.

— ¿Un último rasgo que destacar de San Fernando, Rey?

— Una virtud que tampoco está muy valorada y que, sin embargo, es importante para un católico: la castidad. San Fernando es uno de los pocos reyes de la Edad Media —si no el único— al que no se le conocen hijos extramatrimoniales. Realmente también muestra la fidelidad a un voto, la fidelidad a un mandamiento y que las virtudes cristianas las anteponía a otros aspectos.



  

 La Real y Militar Orden de San Fernando


  

El texto de la imagen describe las insignias y clases de la Orden Militar de San Fernando. Esta es la condecoración militar española más prestigiosa y antigua, creada en 1811 para premiar el valor heroico frente al enemigo. 
El texto detalla las siguientes insignias: 
N° 1: Cinta de la banda.
N° 2: Venera de la cruz de cuarta clase.
N° 3: Id. de tercera (identificador de ídem, o la misma tipología de venera pero para tercera clase).
N° 4: Id. de segunda.
N° 5: Id. de primera.
N° 6: Cruz laureada de segunda clase.
N° 7: Cruz de primera clase.
N° 8: Venera de estas cruces.
N° 9: Cinta de que penden N° 10, 11 y 12.
N° 10, 11 y 12: Cinta y venera de adorno.

 

A lo largo de su historia, la orden ha tenido varios reglamentos y se han modificado las clases y los distintivos para evitar confusiones, como se hizo con la Real Orden de 5 de mayo de 1897, que aprobó láminas con los emblemas. 
Originalmente, la orden tenía cinco clases, pero a partir del reglamento de 1920 se simplificó para dejar solo la Cruz Laureada para premiar actos heroicos, desde soldado hasta general.

La Real y Militar Orden de San Fernando, conocida popularmente como Laureada de San Fernando, es la más preciada condecoración militar del Reino de España. El último laureado vivo a título individual falleció el 9 de noviembre de 2007, por lo que se admitió el ingreso en la misma de las medallas militares individuales.

Historia

La Cruz Laureada de San Fernando fue creada mediante el decreto n.º lxxxviii del 31 de agosto de 1811 en las Cortes de Cádiz y convalidada por real decreto de Fernando VII de 10 de julio de 1815. Su nombre hace referencia al rey Fernando III de Castilla. La concesión de la Cruz Laureada lleva implícita el ingreso en la Real y Militar Orden de San Fernando, primera Orden española de carácter militar.
En el Real Decreto 899/2001 se publicó un nuevo reglamento que, adaptando su regulación a la legalidad vigente, facilita la revitalización y actualización de la Real y Militar Orden de San Fernando.

Destinatarios

Tiene por objeto «honrar el reconocido valor heroico y el muy distinguido, como virtudes que, con abnegación, inducen a acometer acciones excepcionales o extraordinarias, individuales o colectivas, siempre en servicio y beneficio de España».

Es la máxima recompensa militar de España y tiene por objeto premiar el valor heroico. Premia hechos o servicios militares, individuales o colectivos, con inminente riesgo de la propia vida y siempre en servicio y beneficio de la Patria o de la paz y seguridad de la comunidad internacional. Las acciones recompensadas con «La Laureada» deberán ser realizadas durante el transcurso de conflictos armados o de operaciones militares que requieran el uso de la fuerza armada.

Pueden recibirla los miembros de las Fuerzas Armadas, de la Guardia Civil (cuando realicen actividades de carácter militar) y aquellos civiles que presten servicio dentro de fuerzas militares organizadas.

Su nombre se refiere al rey Fernando III de Castilla. Su prestigio y categoría vienen avalados por las rigurosas exigencias necesarias para iniciar el expediente de concesión y el trámite estricto que conlleva.

El Soberano de la Orden de San Fernando es el Rey de España, que preside el capítulo bienal que se celebra en el Real Monasterio de El Escorial. Su representante en la Orden es el Gran Maestre, que la gobierna auxiliado por la Maestranza.

Categorías

Las categorías que integran esta orden son:

Gran Cruz Laureada: reservada para los oficiales generales de los Ejércitos. Consiste en una cruz formada por cuatro espadas en oro unidas por los pomos de sus empuñaduras, acolada a una corona de laurel; banda de seda, de gules, fileteada de naranja, de cuyos extremos pende una venera con la leyenda «Al valor heroico» en el anverso, y la cifra «1811» en el reverso.

Cruz Laureada Individual: para el resto del personal, militar o civil. Como la anterior, pero las espadas de gules y sin banda.

Cruz Laureada Colectiva, que podrá ser concedida a unidades u organismos de las FAS o de la Guardia Civil y cuyas insignias son las siguientes:

  • Para personal: una corona de laurel bordada sobre la bocamanga del uniforme.
  • Para centros y organismos: corbata, guion enseña o placa.

Medalla Militar Individual. La Medalla consiste en un círculo en cuyo interior figura un sol naciente tras el mar y una matrona en pie, representando a España, ofrendando una corona de laurel y sosteniendo un escudo con una cabeza de león.

Medalla Militar Colectiva. La Medalla consiste en un círculo en cuyo interior figura un sol naciente tras el mar y una matrona en pie, representando a España, ofrendando una corona de laurel y sosteniendo un escudo con una cabeza de león.

Según el reglamento, el poseedor de alguna de estas condecoraciones tendrán derecho al tratamiento inmediatamente superior al que les corresponda, según su empleo militar, cargo que ostente o condiciones especiales que reúnan. Dicho tratamiento se hará constar en cuantos escritos o documentos oficiales se les expidan, anteponiéndose al mismo la dignidad de: «Caballero (o Dama) (Gran) Cruz Laureada», en siglas: «C.(o D.)(G.)C.L.».

Requisitos para su concesión.

La Real y Militar Orden de San Fernando, en su reglamento, precisa con detalle los méritos exigidos para su concesión. Entre ellos, para la Laureada, además del valor heroico, los siguientes:

Que la acción, hecho o servicio realizado suponga una superación excepcional del deber, al implicar significativos sacrificios y riesgos, incluso la pérdida de la propia vida.
Que la acción, hecho o servicio no esté originado, como único impulso, por el propósito de salvar la vida, o por la ambición impropia y desmesurada que pueda conducir al interesado, o a las fuerzas de su mando, a un riesgo inútil o excesivo.
Que se hayan tomado las medidas necesarias para obtener el mayor rendimiento de la acción con el mínimo número de bajas, incluso en el caso de que cumpliendo órdenes o por circunstancias tácticas se llegue deliberadamente al sacrificio propio o al de sus fuerzas, si se tuviera mando, y con los menores daños materiales.
Que el hecho tenga lugar en momentos críticos y difíciles, circunstancias que vendrán determinadas por las incidencias de la batalla o combate, o porque la acción se lleve a efecto encontrándose el interesado y sus tropas o efectivos en manifiesta inferioridad frente a los del enemigo. Esta inferioridad se debe valorar en función de las fuerzas o armamento, posición en el terreno y defensas, abastecimientos, estado físico, heridas sufridas, moral relajada en las tropas propias o recientes reveses que ocasionaron cuantiosas pérdidas.
Que el acto heroico produzca extraordinarios cambios favorables y señaladas ventajas tácticas para las fuerzas propias.
En la estimación que se haga del hecho será mérito destacable el autor del mismo que se haya prestado voluntariamente a ejecutarlo, previstas las extraordinarias dificultades y grandes riesgos que supongan su realización.
También será acreedor a esta recompensa, sin reunir las condiciones anteriores, quien haya realizado un hecho heroico tan destacado que su ejemplaridad constituya un poderoso incentivo y repercuta en elevar y afianzar la moral en los Ejércitos.

La Medalla Militar premia no el valor heroico sino el muy distinguido, concurriendo similares circunstancias a las anteriormente reseñadas para la Cruz Laureada.

Condecorados.

Si la concesión de la laureada es excepcional, puesto que se reserva al valor muy distinguido, la concesión de una segunda de ellas a título personal es una rareza, hasta el punto de que solo hay constancia de ocho militares bilaureados:

 Rodolfo Lázaro Pozo, Isidoro Chacón Manrique De Lara y Villacepellín​ —IX marqués de Nevares—, el mariscal de campo Luis José Rentero Soriano; los generales José Sanjurjo Sacanell, Miguel Primo de Rivera y Orbaneja y José Enrique Varela; los capitanes Miguel Rodríguez Bescansa y Pablo Arredondo Acuña, si bien estos dos últimos recibieron la segunda laureada a título póstumo, y el teniente de navío Joaquín Fuster y Dezcallar.

Escudo de Belchite


 
La ciudad de Valladolid y el pueblo de Belchite son las únicas localidades condecoradas con este distintivo militar en 1939 tras la guerra civil española. También está condecorada con esta distinción la Comunidad Foral de Navarra, aunque no lleve dicha laureada en su escudo por decisión de sus instituciones.








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