Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig; Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán; |
El castillo de Chenonceau.
Arquitectura.
El castillo presenta una planta cuadrada, con un vestíbulo central al que se abren cuatro habitaciones, una por cada lado. En la planta baja hay una capilla, junto con la habitación de Diana de Poitiers y el gabinete de trabajo de Catalina de Médicis. Desde el final del vestíbulo se accede a la galería que se encuentra sobre el río Cher. La galería existente en la planta baja cuenta con un enlosado clásico en plan hipodámico, en forma de tablero de ajedrez en colores blanco y negro, siendo la parte del edificio que durante la Primera Guerra Mundial albergó un hospital militar. En la planta baja se encuentran igualmente la habitación de Francisco I y el salón Luis XIV. Las cocinas se encuentran ubicadas en los pilares del molino anterior a la construcción del castillo. Se encuentran dotadas de un muelle de acceso directo a las mismas, lo que permitía la llegada de las mercancías a ellas destinadas en forma directa, sin tener que atravesar las dependencias nobles del castillo. Las escaleras, rectas y en dos tramos, resultan accesibles a través de una puerta que se encuentra en medio del vestíbulo. Por medio de las mismas se accede al vestíbulo de Katherine Briçonnet (esposa de Thomas Bohier a cuya fortuna se debe la reconstrucción del palacio), en el primer piso. En dicha planta encontramos de nuevo otras cuatro habitaciones: la habitación de las Cinco Reinas, la habitación de Catalina de Médicis (situada justo encima de su gabinete decorado en verde), la habitación de César de Vendôme y la habitación de Gabrielle d'Estrées, la favorita de Enrique IV de Francia. En el segundo piso del edificio, la habitación de Luisa de Lorena-Vaudémont sigue presentando el aspecto de luto por el fallecimiento de la esposa de Enrique III, destacando los colores negros dominantes del artesonado, las pinturas macabras que adornan las paredes, el reclinatorio encarado hacia la ventana y la diversa decoración de tipo religioso evocadora del duelo por Luisa de Lorena-Vaudémont. Jardines El castillo de Chenonceau cuenta con dos jardines principales: el jardín de Diana de Poitiers y el jardín de Catalina de Médicis, situado cada uno de ellos a un lado de la Tour des Marques, único vestigio de la primitiva fortaleza desaparecida con la construcción del castillo actual. La decoración floral de los jardines, que se renueva cada primavera y verano, requiere el aporte de 130.000 plantas, que se cultivan en el propio dominio de la finca, en el huerto. Jardín de Diana de Poitiers
El jardín más conocido es el de Diana de Poitiers, al que se accede a través de la casa del Regidor (la Cancillería), construida en el siglo XVI, al pie de la cual se encuentra un embarcadero, adornado por una viña, un acceso indispensable para todo paseo sobre el río Cher. En su centro se encuentra un surtidor de agua, descrito por Jacques Androuet du Cerceau en su libro Les plus excellens bâtiments de France (1576). De una concepción sorprendente para la época, el chorro de agua brota de una gruesa piedra tallada en consecuencia y recae «en gavilla» hacia un receptáculo pentagonal de piedra blanca. El jardín de Diana de Poitiers se encuentra protegido de las posibles crecidas del río Cher por medio de unas terrazas elevadas sobre el mismo, desde las cuales se puede admirar una espléndida vista sobre los jardines, sobre sus parterres floridos y sobre el propio conjunto del castillo. La decoración de los jardines se efectúa mediante un diseño de 8 triángulos de césped, con unas volutas floridas de 3.000 m delongitud. Por otra parte, el jardín posee un embarcadero, que permite acceder a paseos por el río Cher.
Por el contrario, el jardín de Catalina de Médicis, que se encuentra al lado oeste del castillo, es de una concepción más intimista, y se encuentra construido en torno de un estanque central. Está rodeado por un foso que se alimenta con las aguas del río Cher y que delimita su perímetro por el este. Un muro de yedra marca el límite del jardín por su zona norte, quedando el conjunto del jardín formado por cinco paneles de césped agrupados alrededor del estanque central, estando el césped adornado por bandas de lavanda. El Laberinto
Los jardines del castillo de Chenonceau cuentan por otra parte con un laberinto, siendo el actual una reconstrucción del existente en tiempos de Catalina de Médicis. El laberinto, de forma circular, ocupa una superficie de más de 1 ha, y está formado por unos 2.000 tejos recortados en forma de seto a 1,30 m de altura. Un carpe rodea el laberinto, recortado en forma de 70 arcos diferentes, en cuyos huecos se insertan bojs y yedras. En el centro del laberinto existe una glorieta sobreelevada, que permite la vista del conjunto del laberinto, y que está confeccionada en mimbre, junto a una estatua de Venus. También se encuentran en el laberinto las cuatro cariátides que Catalina de Médicis añadió a la fachada del castillo y que madame Pelouze retiró en el curso de la reconstrucción que dirigió. La granja del siglo XVI Junto al castillo se encuentra una granja, residencia rural, restaurada en los últimos años del siglo XX, aunque data del siglo XVI. Su amplio patio es actualmente destinado a parque infantil de juego y con gran cantidad de personas al día. La Orangerie o Jardín verde. También cuenta con la llamada Orangerie (naranjal), diseñado por Bernard Palissy y que reúne a árboles de gran porte plantados en una zona cubierta de césped. Catalina de Médicis entrenó a un grupo de jóvenes y bellas espías, a las que denominaba su "escuadrón volante". Iban ricamente ataviadas y ejercían el poder oculto y eficaz de la seducción y del placer, con el cual conseguían el dominio sobre los hombres. La principal misión de esta red de infomación y contactos era atraer a los cortesanos a la diversión, al ocio y al amor. |
El “escuadrón femenino” de Catalina de Médicis. |
La espléndida corte de la reina Catalina pretendía el triunfo de Venus e impedir que Marte volviera a tomar las armas. Eran duros momentos en Francia, una época marcada en el exterior por las guerras contra otros países europeos y en el interior por las guerras de religión que asolaban el país, amenazado además por las pretensiones autonomistas de los grandes feudatarios. Catalina de Médicis quería mantener el patrimonio y los dominios de sus hijos y para ello utilizaba todas las artes a su alcance, no en vano era una admiradora de las teorías neoplatónicas de Marsilio Ficino y una seguidora de Maquiavelo. Para ello discurrió un plan excelente: dispuso donde quiera que se encontrase su corte una sucesión de fiestas, banquetes, bailes, mascaradas, conciertos, espectáculos, justas, torneos y carruseles, sin fin. No había derrota militar, matanza o carestía que interrumpiera los espectáculos y diversiones. Ello se ajustaba a un preciso diseño político: seguía el ejemplo de su suegro Francisco I el cual decía que “para vivir en paz con los franceses y asegurarse su afecto hay que tenerlos alegres y ocupados”, y que “una corte sin mujeres era un jardín sin flores”. Catalina impuso la fuerza pacificadora del placer y para ello animó a la nobleza a frecuentar la corte, a católicos y protestantes por igual. Allí los esperaba un grupo de al menos ochenta damas, el “escuadrón volante” de Catalina de Médicis. Aquellas mujeres eran a decir de los coetáneos “el ornamento de Francia”: jóvenes, bellas y aunque iban maravillosamente ataviadas no tenían una función ornamental, sino una menos visible, ejercían un poder oculto, impalpable y sumamente eficaz, basado en la estrategia de la seducción y en su “dominio” sobre los hombres. La principal misión del “escuadrón volante” era atraer a los cortesanos al juego de los sentidos. El “escuadrón” femenino de Catalina de Médicis formaba una red de contactos paralela al poder oficial, constituida por la etiqueta y el código del honor, y basada en la reserva y el secreto, que permitía a padres, maridos, hijos y hermanos obtener valiosas informaciones, transmitir mensajes, establecer alianzas o promover matrimonios y todo ello de manera informal sin arriesgarse a los rechazos oficiales. Aunque también se prestaba a las conspiraciones e intrigas, a las rivalidades, odios y venganzas. Para las propias damas suponía un privilegio extraordinario y una ocasión excepcional de obtener favores y beneficiar a su familia, eso sí, guardando obediencia a la reina Catalina y discreción absoluta. Las damas de la reina Médicis eran una escuela de cortesía, galantería y buenos modales. En esta época la expresión “hacer el amor” significaba coquetear, conversar. El caballero que se atrevía a algo más podría ser expulsado de la antecámara de la reina. Tales conversaciones podían tornarse más íntimas siempre que no causaran un escándalo: la “hinchazón del vientre” suponían el alejamiento inmediato. Con el paso de los años la reina madre se fue haciendo menos intransigente en cuanto a la moral del “escuadrón volante”. Se dice que en mayo de 1577, en Plessis-les-Tours, a orillas del Loira, Enrique III dio una fiesta en la cual era obligatorio ir ataviado de verde (el color de la locura) que se transformó en una orgía en la que los hombres iban vestidos de mujer y las mujeres de hombre. La reina madre tres semanas después ofreció un banquete no menos escandaloso durante el cual las más exquisitas damas de la corte iban “medio desnudas con el cabello suelto y desgreñadas”. Así los Valois se ganaron el odio hugonete. Los protestantes emprendieron una campaña de demonización, los libelos de la época pintaban la corte como sede de todos los vicios. Tanto es así que Juana de Albret, la reina de Navarra, temía que su hijo Enrique –que iba a desposar a la princesa Margarita, la hija de Catalina de Médicis– quedase “contaminado” y su alma “extraviada” para siempre. Y eso precisamente sucedió: el poder de atracción de esta corte fue tal que a la muerte de Enrique III sin herederos, Enrique de Navarra ocupó el trono de Francia como Enrique IV. El nuevo rey confió al mariscal Biron su propósito de tener una corte “en todo semejante a la de Catalina”, a lo que respondió Biron: “No está en vuestro poder ni en el de los reyes que vendrán después de vos el lograrlo, a menos que convencieseis a Dios para que hiciera resucitar a la reina madre”. |
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