Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;
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Juan II de Aragón, el Grande o Juan sin Fe. |
Juan II de Aragón y de Navarra. Medina del Campo (Valladolid), 29.VI.1398 – Barcelona, 19.I.1479. Lugarteniente general y virrey de Sicilia, Cerdeña y Mallorca (1414-1416), lugarteniente real de Aragón, Valencia y Mallorca (1436-1458), co-lugarteniente real de Cataluña, rey de Navarra (1425- 1479) y rey de Aragón (1458-1479). Nacido del matrimonio formado por Fernando I de Antequera, regente de Castilla y rey de Aragón (1412-1416), y Leonor Urraca, condesa de Alburquerque y, sin duda, la mayor rica hembra de Castilla, era el segundo de los hijos varones, es decir era “el segundogénito de un segundón”, como le calificó su biógrafo, el historiador Vicens Vives. Por nacimiento pertenecía a la rama menor de la dinastía castellana de los Trastámara, linaje preeminente y muy enriquecido gracias, sobre todo, a la prodigalidad de su abuelo, el monarca Juan I de Castilla. Criado y educado en su residencia natal de Medina del Campo, en una verdadera Corte principesca, el infante Juan llegó a ser uno de los miembros más conspicuos de dicho linaje, ya que en su cabeza recayeron las Coronas de Navarra y, años después, de Aragón; recibió, como sus hermanos, una formación adecuada al modelo aristocrático, es decir, destreza en el ejercicio de las armas y en las artes venatorias —la caza fue, sin duda, su afición favorita—, que se verían completadas, seguramente, con una cierta preparación literaria bajo la influencia de su pariente Enrique de Villena. Dotado de un admirable sentido político, fue capaz de diseñar y conseguir un ambicioso proyecto para su dinastía gracias a su tesón y habilidad; su ambición, no obstante, le llevó, de otro lado, a enfrentarse con problemas de un calado excepcional que pudo solventar no sin tener que afrontar graves conflictos políticos y sociales, e incluso familiares. Como todos los grandes personajes, su biografía arroja un balance de luces y sombras según las distintas aproximaciones historiográficas que se han realizado a su figura, ya que mientras unos lo tachan de ‘castellanista’, como a todos los reyes aragoneses de la dinastía Trastámara, otros le atribuyen un ‘feroz absolutismo’, radicalmente antagónico de quienes le califican de ‘monarca liberal’ por apoyar a los campesinos y menestrales catalanes; Juan II de Aragón y de Navarra, no obstante, dada su longevidad (vivió más de ochenta años) y cargos desempeñados, fue actor principal de buena parte de los acontecimientos políticos acaecidos a lo largo del siglo XV e intentó por todos los medios afirmar su autoridad monárquica y trazar un ambicioso proyecto para él y su dinastía que sólo los complejos e imprevistos avatares históricos lograron que se hiciera realidad en la figura de su hijo y sucesor. Tras el Compromiso de Caspe (1412), se instauraba en Aragón un nuevo linaje, el de los Trastámara castellanos, llevando al trono de la Corona a Fernando I que, no obstante, no renunciaba a la regencia de Castilla. El 11 de febrero de 1414 el infante Juan, junto a sus hermanos, participaba activamente en la solemne ceremonia de coronación de su padre, Fernando I de Trastámara, como rey de Aragón en la Seo de Zaragoza, portando el cetro de oro. En la misma ceremonia, y una vez coronado, el nuevo Monarca designaba al infante Alfonso, su primogénito varón, como príncipe de Gerona y heredero de sus estados, mientras que Juan recibía el ducado de Peñafiel que, junto con el título de señor de Castrogeriz, le iba a proporcionar un importante patrimonio con unas elevadas rentas señoriales. El título le obligaba, además, a ejercer la jefatura de la rama menor de los Trastámara, a la que el infante no renunció durante muchos años; de ahí que se viera involucrado en la política interna castellana como uno de sus principales magnates, teniendo que intervenir en continuadas acciones bélicas, alguna de las cuales, como las derrotas sufridas en los años 1429, 1430 y 1445 ocasionaron la pérdida de una parte sustancial de la herencia castellana. Su padre, Fernando I de Trastámara, proyectó, como todos los monarcas de la época, una compleja estrategia de dominio político peninsular en la que sus hijos jugaban un destacado papel en las relaciones exteriores y así negociaba para emparentarlos con otras casas reinantes. En dicha estrategia, el infante Juan era una pieza fundamental para consolidar el dominio aragonés en el Mediterráneo occidental; a tal fin recibió de su padre un primer cometido político de cierta envergadura: en febrero de 1414 era nombrado lugarteniente real y gobernador general de Cerdeña y Sicilia, proyectando que se hiciera cargo de Sicilia como virrey, en un régimen autónomo de gobierno, e incluso que llegara a dominar sobre Nápoles, preparando para ello la boda del joven infante, de apenas diecisiete años, con la reina Juana II de Nápoles, viuda ya entrada en años, pactada en escritura pública en Valencia en enero de 1415, aunque dicho acuerdo no llegó a cumplirse. En marzo de ese mismo año, el infante, acompañado de una importante escuadra, se hacía a la mar, llegando a Palermo (Sicilia) el 6 de abril de 1415. En la isla, además de dedicarse “a la caza y al juego de dados” —como le informaron al rey de Aragón, su padre—, empezó a fraguarse su personalidad política, ya que tuvo que contemporizar con el partido autonomista, que quería erigir una Monarquía independiente y separada de la común aragonesa y nombrar al propio infante Juan como Rey, intentando enemistarle así con su propio padre que había declarado solemnemente que Sicilia quedaba indisolublemente unida a la Corona de Aragón (1414). El infante conoció también en tierras insulares a Blanca, princesa de Navarra, y viuda desde 1409 del malogrado Martín el Joven, que había ejercido durante algún tiempo como lugarteniente real en Sicilia y que regresaba a Navarra en los primeros días de septiembre de 1415 como heredera del reino, y vio cómo se rompía definitivamente su acuerdo matrimonial con la reina Juana de Nápoles, que se casó con el conde de la Marca, Jaime de Borbón, del linaje de los Anjou. Los esfuerzos paternos por situar al infante en Nápoles fracasaron, pues dirigió ahora sus miras hacia Castilla para ocuparse de los intereses familiares, mezclados en una verdadera maraña de complejos asuntos políticos y económicos que el linaje quería imponer para alcanzar el control del reino castellano. Además, el 2 de abril de 1416 fallecía en Igualada el rey de Aragón Fernando I; en su testamento dejaba como heredero del trono a su primogénito Alfonso V el Magnánimo, que se hizo cargo del gobierno de la Corona. El infante Juan, como segundogénito, recibió un buen número de títulos y propiedades en Castilla: el ducado de Peñafiel, el condado de Mayorga, el señorío de las villas de Alba de Tormes, Castrogeriz, Medina del Campo, Olmedo, Cuéllar, El Colmenar, Paredes de Nava, Villalón, Haro, Belorado, Briones, Cerezo y Roa, además del título catalán de duque de Montblanc.
El infante regresó a la Península en enero de 1418, siguiendo instrucciones de su hermano Alfonso, el nuevo titular de la Corona, que optó por encabezar él mismo la estrategia mediterránea y encomendó a su hermano que se hiciera cargo de los dominios e intereses familiares en Castilla, y a su esposa María y al propio infante Juan el gobierno de los distintos estados de la Corona de Aragón que, por primera vez, se encontraban ante un rey absentista. El nuevo rey de Aragón y sus hermanos, los famosos “infantes de Aragón”, tenían puestos sus intereses y sus apetencias en toda la Península; eran, en realidad, unos magnates castellanos que detentaban amplios dominios territoriales, y que participaban en la política interna de Castilla, en la que estaban fuertemente imbricados, para hacerse con el control de la regencia o, en su defecto, con los resortes del poder, diseñando una hábil estrategia; así, Alfonso V se había casado en 1415 con su prima María, hermana de Juan II de Castilla, mientras que sus restantes hermanos varones controlaban las dignidades más importantes: así, Enrique, conde de Alburquerque y marqués de Villena, alcanzaba la dignidad de maestre de la Orden de Santiago, y en 1420 se casó con Catalina, la otra hermana del rey de Castilla; Sancho, que murió muy pronto, detentó el maestrazgo de Alcántara, y, por último, Pedro, duque de Notho, quedaba a la expectativa de ser nombrado maestre de Calatrava; de esta forma, pues, los “infantes de Aragón” lideraban, desde distintos cargos de responsabilidad, la nobleza castellana; además, en 1418 tenían lugar los esponsales de su hermana María con el propio Rey de Castilla, y la hermana menor, Leonor, fue reina de Portugal al casar con el rey Duarte (1433-1438). La siguiente estrategia de la rama menor de los Trastámara, ahora llamados los “infantes de Aragón”, se dirigía hacia Navarra y a dicho fin se iniciaron negociaciones matrimoniales entre el infante Juan, duque de Peñafiel, y Blanca, hija del rey Carlos III el Noble (1387-1425) e infanta heredera de Navarra, que culminaron en las capitulaciones firmadas en Olite el 5 de noviembre de 1419. Las bodas se celebraron en Pamplona, el 18 de febrero de 1420. Los acuerdos establecían que el primogénito habido de la pareja, fuera hombre o mujer, heredaría el reino de Navarra y las propiedades territoriales que el infante Juan tuviera en Castilla y en Aragón. El 29 de mayo de 1421 nacía, en Peñafiel, el príncipe Carlos, que fue jurado como heredero de Navarra por las Cortes reunidas en Olite el 11 de junio de 1422. Recibía también el título de príncipe de Viana, creado para él por su abuelo Carlos III. Otros hijos del matrimonio fueron la infanta Blanca, nacida en Olite el 7 de junio de 1424, y la infanta Leonor, nacida el 2 de febrero de 1426. El interés dinástico y personal del infante Juan seguía centrado, no obstante, en Castilla, corona en la que tenía compromisos ineludibles. Juntamente con sus hermanos, los infantes Enrique y Pedro, intervino desde 1419 decisivamente en los asuntos castellanos, primero apoyando la causa del valido Álvaro de Luna, y desde 1425 luchando en su contra. El 8 de septiembre de 1425 murió Carlos III, y Juan fue proclamado como rey de Navarra en su propio campamento militar instalado entonces en Tarazona, mientras que su esposa Blanca era proclamada como reina en el palacio real de Olite, donde residía. La situación de Juan II como rey de Navarra fue compleja, ya que desde su reconocimiento como tal, actuó únicamente como rey consorte, sin intervenir directamente en los asuntos de gobierno, que quedaban en manos de su esposa; utilizó la dignidad real, en cambio, para sus continuas intervenciones militares en Castilla. Coincidiendo con su elevación al trono navarro, y junto con su cuñada María, la reina de Aragón abandonada por Alfonso V, Juan II de Navarra asumió las lugartenencias y responsabilidades de gobierno encargadas por su hermano y, sobre todo, ejerció la jefatura de la familia en las operaciones castellanas en un momento en que la Corona se vio inmersa en una serie de guerras y conflictos internos que le conducían a una irreversible situación de caos y desorden político, en parte alimentados por las ambiciones de los “infantes de Aragón” y sus partidarios para controlar al rey Juan II de Castilla; los intereses y alianzas fueron tan complejos que llevaron al enfrentamiento entre Juan, rey de Navarra, aliado circunstancialmente con Álvaro de Luna, y su propio hermano, el infante Enrique, que fue hecho prisionero. Las luchas se prolongaron durante los años 1425 a 1429, estando a punto el rey Alfonso V y su hermano Juan II de Navarra de invadir Castilla en este año y derrotar a don Álvaro, ahora en el bando contrario. La falta de decisión final, unido a la continuada sangría en hombres y en dinero que tenían que sufragar aragoneses y catalanes que, a cambio, no obtenían ningún beneficio, ni siquiera había justificación alguna en el intervencionismo de los “infantes de Aragón” en Castilla salvo servir los intereses del propio linaje familiar, llevó a la firma, el 19 de julio de 1430, en el real de Majano de una tregua de cinco años favorable, sin duda, a la causa del valido Álvaro de Luna; los infantes de Aragón, por su parte, debían retirarse de Castilla, con los graves perjuicios que de ello se derivaban; la tregua debe interpretarse como la renuncia del monarca aragonés a seguir defendiendo sus intereses dinásticos en Castilla y los extensos dominios señoriales de los Trastámara ‘aragoneses’ para dedicarse, en exclusividad a la política italiana. En junio de 1434, Juan II embarcaba desde Valencia con destino a Palermo para apoyar militarmente a su hermano Alfonso V en la empresa napolitana; combatió en el sitio de Gaeta y, junto a sus hermanos, Alfonso y Enrique, fue hecho prisionero por los genoveses tras la derrota naval de Ponza (5 de agosto de 1435), y conducido a Milán. Obtuvo su libertad después de cuatro meses de prisión, con el encargo de trasladarse a Aragón y solicitar allí de las Cortes una fuerte suma para el rescate de Alfonso V y tras pactar con el duque Felipe María Visconti el reparto de las zonas de influencias en Italia. Íñigo López de Mendoza en su obra La comedieta de Ponza exalta los valores aristocráticos representados por los infantes de Aragón y sus seguidores, un centenar de caballeros que también fueron hechos prisioneros, entre los que se encontraba el propio escritor. A fines de 1435, Juan II era designado por su hermano Alfonso V, que ya no regresó a la Península, lugarteniente real de Aragón, Valencia y Mallorca, ocupando desde entonces un destacado papel en la gobernación de los territorios peninsulares de la Corona, en cuyas tareas alternó con su cuñada doña María, reina consorte que tenía amplios poderes delegados por su esposo. El alejamiento definitivo de Alfonso V y la falta de descendencia, hicieron recaer en Juan II la categoría de heredero, por lo que en la práctica pudo actuar en el reino de Aragón como auténtico soberano. Al igual que en Navarra, Juan II desarrolló en Aragón una política personalista en la que primaron sus intereses dinásticos en Castilla; el reino aragonés se vio inmerso en un conflicto que le exigía una aportación continuada de dinero y de hombres, además de sufrir las zonas lindantes con Castilla los devastadores efectos de la guerra. En 1436 Juan II presidió las Cortes aragonesas que se celebraron en Alcañiz y, tres años después, convocó Cortes en Zaragoza, ante la amenaza francesa en la frontera catalana. De nuevo, en 1441, Juan II reunió Cortes en Alcañiz que prosiguieron luego en Zaragoza. El 1 de mayo de 1441 moría en el monasterio de Santa María de Nieva (Segovia) Blanca de Navarra. La muerte de la Reina se producía mientras su marido, Juan, seguía inmerso en las banderías internas castellanas, capitaneando la liga de nobles castellanos que, aliada circunstancialmente con los “infantes de Aragón”, conseguía desterrar del reino al valido Álvaro de Luna y capturar al rey de Castilla en Medina del Campo; durante los dos años y medio siguientes, Juan de Navarra pudo actuar, siquiera momentáneamente, como amo y señor del gobierno de Castilla. Tras el fallecimiento de su esposa, Juan II quedaba en una complicada situación política: de un lado, la sucesión al reino de Navarra iba a generar un prolongado enfrentamiento entre dos bandos irreconciliables, los agramonteses y los beamonteses; de otro, los distintos estados de la Corona de Aragón se negaban en Cortes a seguir suministrando ayuda económica a su lugarteniente para la guerra frente a Castilla. En Navarra el gobierno quedaba en manos del príncipe de Viana que, por ley, debía ser coronado, ya que, según el testamento de doña Blanca (17 de febrero de 1439), el primogénito Carlos quedaba como heredero universal de sus bienes, aunque le instaba a no tomar el título real sin contar con la anuencia paterna. El viudo rey consorte, al parecer, no tenía ninguna intención de perder su regio cargo, aunque, todavía ocupado en los asuntos castellanos, dejaba momentáneamente el gobierno de Navarra en manos de su hijo, al que nombraba lugarteniente general. Basándose precisamente en el testamento, Juan II conservó el gobierno de Navarra como usufructuario supérstite de su esposa, argumento sin valor legal, ya que su hijo era mayor de edad (tenía veinte años); la intransigencia del Monarca le llevó a un enfrentamiento con su propio hijo, el príncipe Carlos, con el que nunca llegó a entenderse. La situación de Juan II en Navarra se agudizó cuando decidió apartar del trono a su hijo, coincidiendo además con la negociación de su nuevo matrimonio, situación que, según el Fuero General, invalidaba el alegato de usufructo. Sólo un carácter tan perseverante como el de Juan II podía mantener postura tan inflexible, agravada por la firma de las capitulaciones matrimoniales en septiembre de 1443 con Juana Enríquez, hija de Fadrique Enríquez, almirante de Castilla. Las bodas se celebraron en Calatayud el 13 de julio de 1447, y de este segundo matrimonio nacieron cuatro hijos: Fernando —el futuro Rey Católico—, las infantas Leonor y María —muertas de corta edad— y Juana —que casó con su primo Ferrante, rey de Nápoles e hijo natural de Alfonso V. Además de sus hijos legítimos, tuvo Juan II varios hijos naturales: Alonso de Aragón, que fue maestre de Calatrava y después conde de Ribagorza; Juan de Aragón, que fue arzobispo de Zaragoza, y Leonor de Aragón, que casó con el condestable de Navarra, Luis de Beaumont, conde de Lerín. Tras su definitiva derrota en la batalla de Olmedo (1445), en la que falleció el infante don Enrique, alejado momentáneamente de los asuntos castellanos, y pasados unos años, Juan II decidió en 1450 instalarse, junto con su nueva familia, en la Corte navarra, agravando así la crisis sucesoria. Desde entonces, tomó las riendas del gobierno que desempeñó de forma personalista, organizando la casa real y la Corte navarra de acuerdo con modelos existentes en Castilla; había pasado de ser rey consorte a rey efectivo en detrimento de su primogénito y legítimo heredero. La destitución del príncipe de Viana, su hijo, del cargo de lugarteniente, se completó con la pérdida de poder de los beamonteses —partidarios de Carlos y de la legitimidad sucesoria— y el ascenso político de los agramonteses —partidarios de Juan II—, culminando así la ruptura entre padre e hijo, que arrastró al reino de Navarra a una situación de guerra civil. Así pues, desde 1450 el príncipe Carlos, despojado de poder, tuvo que huir del reino y entrar en negociaciones con Castilla (pactos de Puente la Reina y Pamplona firmados en septiembre de 1451, que sirvieron de argumento principal para ser acusado por su padre de alta traición). El enfrentamiento civil se saldó, momentáneamente, con la derrota de los beamonteses en Aybar, el 23 de octubre de 1451, en la que el propio príncipe fue hecho prisionero. Tras unos años en los que llegó a nombrar a Juana Enríquez, su segunda mujer, como gobernadora de Navarra, Juan II negoció, el 3 de diciembre de 1455 en Barcelona, la sucesión al trono navarro, desheredando para ello al primogénito Carlos de Viana y a su hermana Blanca, en beneficio de su hija menor Leonor, casada con Gastón IV de Foix, a quienes nombró como lugartenientes generales; el tratado fue definido por el insigne historiador Jerónimo Zurita como “la más infame negociación” realizada por el monarca aragonés. El príncipe Carlos, derrotado en Navarra, buscó apoyos exteriores, y así acudió a Nápoles, donde fue bien acogido por su tío Alfonso V; se instaló en Sicilia (1457), donde el Parlamento vio en él la bandera del independentismo y solicitó a Juan II que nombrara a Carlos como virrey perpetuo del país, lo que generó nuevos recelos entre padre e hijo que, legítimamente, exigió heredar el trono navarro. La muerte del rey de Aragón en 1458 modificó sustancialmente esta conflictiva situación, ya que Juan heredó el trono aragonés y su hijo Carlos se convirtió en el príncipe heredero de la Corona. Navarra desde entonces ocupó un lugar secundario en el desarrollo del conflicto por la sucesión entre padre e hijo. Cuando el 27 de junio de 1458 murió Alfonso V, en Nápoles, dejó a Ferrante, su hijo natural, el reino de Nápoles, mientras que su hermano Juan —rey de Navarra— fue reconocido como rey de Aragón y heredero de los diversos estados de la Corona: Sicilia, Cerdeña, Córcega, Atenas y Neopatria, Rosellón, Cerdaña, Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca, que quedaban bajo dominio del nuevo monarca. Juan II de Aragón y de Navarra era, por entonces, hombre de avanzada edad (sesenta y un años), amenazado por las cataratas que lentamente le iban dejando sin vista; no obstante, tenía una amplia experiencia política, ya que había intervenido en buena parte de los acontecimientos más destacados desde su lejano nombramiento como virrey de Sicilia, cuando apenas contaba con diecisiete años de edad. En julio de 1458 aceptó su compromiso como rey de Aragón —y por tanto de la Corona— en la Seo de Zaragoza y juró los Fueros ante el Justicia de Aragón. En aquel acto solemne encumbró a su hijo Fernando, habido de su segundo matrimonio con Juana Enríquez, con los títulos de duque de Montblanc, conde de Ribagorza y señor de Balaguer, que, según las capitulaciones matrimoniales con Blanca de Navarra, deberían haber pasado al primogénito Carlos y, de acuerdo con la tradición, sucesor y heredero de los bienes paternos. Por su parte, el gobierno municipal de Barcelona, que asumía la capitalidad del Principado, se dirigió a Juan II para reclamar su presencia en la ciudad para “jurar iuxta la forma acustumada nostres privilegis, usatges de la dita ciutat, usos e costums d’aquella, constituciones, capitoles e altres decrets e altres llibertats del Principat de Catalunya”. Tanto las Cortes del reino como las catalanas exigieron a Juan II que designara a su primogénito Carlos de Viana como príncipe heredero y futuro rey de la Corona de Aragón. El monarca aragonés decidió, utilizando posiblemente una táctica dilatoria, firmar la llamada Concordia de Barcelona (enero de 1460) por la que perdonaba a su hijo Carlos y, de forma más aparente que real, resolvía la crisis sucesoria navarra, mientras que la sucesión aragonesa no se abordaba. El acercamiento entre padre e hijo duró poco tiempo ya que el príncipe Carlos, desde Barcelona, negoció con Enrique IV de Castilla su boda con Isabel de Castilla; estos contactos, a espaldas de su padre, sirvieron de justificación para que Juan II ordenara la detención de su propio hijo en diciembre de 1460. Las consecuencias mostraron que fue un grave error político, ya que no sólo en Navarra, donde se iniciaba una nueva fase de la guerra civil, sino en Aragón y, sobre todo, en Cataluña surgieron fuertes movimientos populares de contestación en favor de la liberación del heredero; a tal efecto, los parlamentarios aragoneses reunidos en Calatayud (1461) exigieron que el príncipe de Viana fuera nombrado también príncipe de Gerona, sucesor de la Corona y heredero universal, mientras que los catalanes optaron por un pronunciamiento a favor del príncipe, el 7 de febrero, ante la respuesta negativa del Rey de declarar a su primogénito como heredero universal; así, el Consejo de Cataluña proclamaba heredero al príncipe de Viana, que aceptaba y asumía, por tanto, la lugartenencia real, convirtiéndose en el jefe del poder ejecutivo. El Rey se veía obligado a capitular, y en febrero de 1461 liberó a su hijo Carlos y firmó, ante la invasión de Navarra por las tropas castellanas, la llamada Capitulación de Villafranca del Panadés (21 de junio de 1461), aceptando las decisiones acordadas por el Consejo de Cataluña, que incluso le impedían entrar en el Principado sin autorización expresa de dicho Consejo, que había declarado a Juan II, a su esposa Juana Enríquez y al heredero, Fernando, “inimichus, destructors e subvertidors de la cosa publica del Principat”; no obstante, y de forma inesperada, el 23 de septiembre de 1461 murió de tuberculosis el príncipe Carlos, en extrañas circunstancias, urdiéndose desde entonces una aureolada leyenda en torno a su persona, que vendría a representar la bandera de la legitimidad y del independentismo frente a las “tiránicas” decisiones de su padre, Juan II, cuyo intervencionismo en Navarra y la conducta observada hacia su hijo, ocasionó también graves trastornos políticos al reino de Aragón, acentuados todavía más por las consecuencias derivadas de la sublevación catalana contra el Monarca que, no obstante, tramaba un apasionante futuro para su otro hijo varón, el infante Fernando, habido con su segunda esposa Juana Enríquez, de la que, según se deduce de la correspondencia, el Rey se sentía profundamente enamorado, ya que la llama “mi ninya e mi senyora bella”. El 28 de mayo de 1462 el Monarca rompió la Capitulación y entró con sus tropas en el Principado; era el comienzo de la guerra civil catalana iniciada desde las instituciones más representativas, la Generalitat, el Consell de Cent de Barcelona y el Consell del Principat, dominadas por los grupos oligárquicos, y que ha sido definida por Jaime Vicens y la historiografía catalana posterior como una verdadera revolución o levantamiento “nacional” frente a Juan II promovida por la Biga barcelonesa, y los elementos más significativos del pactismo apoyados, además, por los dirigentes eclesiásticos. Fue, sin ninguna duda, una cruenta guerra civil que supuso la crisis política y social más grave de toda la larga andadura en común de la Corona de Aragón, y concitó tales sentimientos a favor del heredero Carlos, que la Diputación del General de Cataluña, aglutinando al pueblo en su entorno, declaró la guerra al Monarca. La prolongada ausencia de Alfonso V de sus estados peninsulares había dado un fuerte protagonismo a los grupos privilegiados catalanes, los únicos que tenían representación política, pero que se mostraron incapaces de conseguir una coherencia interna basada en la consecución de unos intereses comunes y no en los individuales o de grupo. Se añadía a esta situación una tremenda crisis económica en los distintos estados de la Corona que aumentó la contestación social en aspectos tan conocidos como la rebelión de los forans mallorquines y los remensas catalanes, o enfrentamientos generalizados entre nobles y caballeros en Cataluña, Aragón y en Valencia, así como entre los propios ciudadanos que controlaban —y se disputaban— el gobierno municipal, la Busca y la Biga, cuyos miembros trataban de mantener su situación de predominio en un país progresivamente arruinado. En este sentido, los conflictos de la Barcelona del siglo XV tuvieron su origen en la actitud decididamente egoísta de patricios y mercaderes, que intentaron consolidar a cualquier precio los privilegios obtenidos tras siglos de control de las instituciones urbanas frente a la actitud de la Corona, mucho más acorde con el autoritarismo monárquico que se estaba imponiendo en todo el mundo occidental. Las hostilidades iban a comenzar con el sitio de Gerona a cargo del conde de Pallars, al que respondió Juan II con la toma de Balaguer y de Tárrega, y en su largo desarrollo (1462-1472) se mezclaron las discordias internas con la ayuda internacional. La guerra civil movía a los contendientes a solicitar ayudas internacionales, y así Juan II logró, en mayo de 1462, el apoyo del monarca francés Luis XI, que colaboró con setecientas lanzas y otro material de guerra a cambio de recibir 200.000 escudos de oro y, como garantía del pago, el monarca aragonés entregó a Luis XI los condados del Rosellón y la Cerdaña. El Consejo de Cataluña proseguía, por su parte, su decidida actuación, afianzando la Biga su posición de dominio en Barcelona y, a su vez, desarticulando al bando buscaire y reprimiendo a los remensas (sublevados desde enero de 1462) capitaneados por Francés Ventallat, y los representantes del Consejo no dudaron en solicitar apoyo a los otros estados de la Corona, es decir aragoneses, mallorquines y valencianos. Sucesivamente fueron proponiendo el gobierno del Principado a distintos candidatos a cambio de su apoyo militar: en agosto de 1462 a Enrique IV de Castilla que, tras los éxitos del bando realista, renunciaba al condado; siguió luego el condestable Pedro de Portugal, descendiente de Jaime de Urgel, y que, tras la pérdida de Lérida en julio de 1464 y la de Villafranca del Panadés, moría en junio de 1466; y, por último, el Consejo de Cataluña ofrecía el gobierno a Renato de Anjou, duque de Provenza, que envió a su hijo Juan de Calabria con un nutrido contingente militar que no pudo recuperar ni los territorios perdidos ni tampoco logró la pacificación y control interno, sumida Barcelona —y sus habitantes— en una grave crisis de agotamiento, como ha estudiado C. Batllé, fuertemente empobrecida y aislada internacionalmente. Frente a esta situación, agravada por la muerte de Juan de Calabria, el monarca Juan II obtenía victorias militares y éxitos diplomáticos, ya que en octubre de 1469 negociaba el matrimonio de su hijo Fernando con Isabel de Castilla, y conseguía la ayuda de Inglaterra y de Borgoña para luchar contra Francia que, de nuevo, amenazaba con invadir el Principado. Al año siguiente convocaba Cortes Generales de la Corona, reunidas en Monzón, en las que los representantes de Aragón y Valencia acordaban prestar la ayuda solicitada por el Rey para expulsar a las tropas francesas de Cataluña. La habilidad política y las ayudas económicas iban a decidir no sólo el final del levantamiento, sino el futuro de la dinastía y de la Corona. Barcelona se rendía, tras un largo asedio, a las tropas realistas, firmándose la Capitulación de Pedralbes (24 de octubre de 1472). El Monarca, en una decisión política, se mostraba generoso con los rebeldes y se comprometía a no ejercer represalias, excepto con Hugo Roger III, conde de Pallars, y jefe de las tropas de la Generalitat; en cambio, aceptaba la continuación del sistema pactista anterior, y reconocía las leyes y acuerdos dictados por el Consejo del Principado, la Generalitat y el Consejo de Ciento. La Monarquía, como señala González Antón, ni se fortaleció ni fue capaz de abordar las necesarias reformas políticas, institucionales y sociales que estos reinos necesitaban, ni tan siquiera Juan II supo compensar a los menestrales y remensas, ya que se hacía imprescindible seguir contentando a las elites; en suma, que los graves problemas siguieron, por tanto, en los años siguientes, con un Principado en estado deplorable y sumido en la miseria, situación que se detecta también en los restantes reinos de la Corona, en los que se vivían complicadas situaciones de luchas intestinas, como en Valencia o en Aragón, donde se dibujaba un panorama de anarquía casi absoluta, con banderías continuadas tanto en el medio rural como en las ciudades. Todavía en 1478 Cerdeña se sometía definitivamente a la Corona de Aragón, viéndose así el anciano Monarca reconfortado en los últimos meses de su vida. Juan II, aquejado de gota en la etapa final de su vida, murió en Barcelona el día 19 de enero de 1479, a los ochenta y un años de edad, dejando como único heredero a su hijo Fernando, del que se despidió por medio de una carta recogida por su fiel secretario Juan de Coloma, en la que afirmaba que únicamente podía salvarle el “Creador y Redentor del mundo, en cuyas manos estamos”, y le recomendaba que se dejara regir por la justicia para conservar en paz “los regnos e súbditos [...] evitando quanto el mundo podays todas guerras y discusiones”. El féretro real, con su cuerpo embalsamado, fue expuesto durante una docena de días en el salón del Tinell del palacio real barcelonés, donde recibió el homenaje de sus súbditos. Las exequias fúnebres, como correspondían a un regio gobernante, fueron muy costosas, hasta el punto de que hubo que empeñar una parte de las joyas del Monarca y vender oro y plata de la cámara real. Fue enterrado en el real monasterio de Poblet. Su hijo Fernando el Católico le sucedía como rey de Aragón y de los restantes reinos y estados de la Corona, y representó el triunfo monárquico y el tránsito a la Modernidad. Su hija Leonor, habida con su primera esposa Blanca, le sucedió en el reino de Navarra. Bibl.: J. Vicens Vives, Historia de los remensas (en el siglo XV), Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Jerónimo Zurita, 1945; E. Benito Ruano, Los Infantes de Aragón, Madrid, CSIC, 1952; J. Vicens Vives, Juan II de Aragón (1398-1479). Monarquía y revolución en la España del siglo xv, Barcelona, Teide, 1953; N. Coll Juliá, Doña Juana Enríquez, lugarteniente real en Cataluña, 1461-1468, Madrid, CSIC, 1953, 2 vols.; J. Vicens Vives, El segle xv. Els Trastamares, Barcelona, 1956; R. Menéndez Pidal (dir.), Historia de España, t. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1964; C. Batllé, La crisis social y económica de Barcelona a mediados del siglo xv, Barcelona, Universidad, 1973, 2 vols.; S. Sobrequés Vidal y J. Sobrequés Callicó, La guerra civil catalana del segle XV. Estudi sobre la crisi social i economica de la Baixa Edat Mitjana, Barcelona, Edic. 62, 1973, 2 vols.; J. Vicens Vives, Historia de los remensas en el siglo XV, Barcelona, Vicens-Vives, 1978; E. Ramírez Vaquero, Blanca, Juan II y el Príncipe de Viana, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1987; N. Baranda Leturio, “Una crónica desconocida de Juan II de Aragón (Valencia, 1541)”, en Dicenda, Cuadernos de Filología Hispánica, 7 (1988), págs. 267-288; M.ª I. Falcón Pérez, “Juan II”, en Los reyes de Aragón, Zaragoza, Caja Inmaculada, 1993, págs. 157-162; M.ª M. Costa Paretas, “El viatge de l’infant Joan (futur Joan II) a Sicilia (1415)”, en VV. AA., XIV Congresso di Storia della Corona d’Aragona, vol. III, Sassari-Alghero, 1996, págs. 287-302; L. González Antón, “Sobre poder y sociedad”, y A. García García-Estévez, “La última intromisión de Juan II en la política castellana”, en VV. AA., El poder real en la Corona de Aragón (siglos XIV-XVI). XV Congreso de Historia de la Corona de Aragón: Actas, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1996, t. I, vol. 1, págs. 293-351, y t. I, vol. 2, págs. 457-474, respect.; R. Urgell Hernández, El regne de Mallorca a l’època de Joan II. La guerra civil catalana i las seves repercussions, Mallorca, El Tall ed., 1997; I. Ostolaza Elizondo, “D. Juan de Aragón y Navarra, un verdadero príncipe Trastámara”, en Aragón en la Edad Media (Zaragoza), XVI (2000), págs. 591-610; J. Á. Sesma Muñoz, La Corona de Aragón. Una introducción crítica, Zaragoza, Caja Inmaculada, 2000; V. Á. Álvarez Palenzuela, “Enrique, infante de Aragón, maestre de Santiago”, en Medievalismo (Madrid), año 12, n.º 12 (2002), págs. 37-89; C. López Rodríguez (ed.), Epistolari de Ferrán i d’Antequera amb els infants d’Aragó i la reina Elionor (1413-1416), Valencia, Universidad, 2004; L. M. Sánchez Aragonés, Las Cortes de la Corona de Aragón durante el reinado de Juan II (1458-1479). Monarquía, ciudades y relaciones entre el poder y los súbditos, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2004. |
REINAS CONSORTES |
Blanca I de Navarra.
Blanca I de Navarra. ?, VIII.1385 – Nieva (Segovia), V.1441. Reina de Navarra (1425-1441). Biografía Hija de los reyes Carlos III de Navarra y Leonor de Trastámara. Casó en primeras nupcias en Catania, el 21 de marzo de 1402, con el rey Martín el Joven de Sicilia, hijo a su vez de Martín I el Humano de Aragón. El Monarca siciliano, viudo de su primer matrimonio y heredero del trono aragonés, era un magnífico candidato para anudar relaciones con el reino vecino, dentro de la activa política de Carlos III por mejorar su posición con los demás reinos hispanos. La infanta se trasladó a la isla con un importante cortejo de miembros de la alta nobleza navarra, incluido el hijo ilegítimo de Carlos III, Leonel. Hay testimonios de cómo se celebró en la iglesia el matrimonio de Martín, rey Sicilia, duque de Atenas y de Neopatria. Además de estar representada Navarra por Leonel, ya mencionado, y Diego de Baquedano, en el castillo de la ciudad de Catania en presencia de los prelados, los nobles y caballeros del reino de Sicilia y una multitud de invitados estaban presentes los cantores y músicos del reino de Navarra, de Aragón y de Sicilia. Las continuas ausencias de su esposo, motivadas por cuestiones como la política interna aragonesa o la rebelión sarda, le permitieron ejercitarse en las tareas de gobierno, que asumió de forma continuada a la muerte del Rey en 1409. La ausencia de herederos legítimos provocó el retorno de Sicilia a la titularidad de Martín I de Aragón, pero generaba un nuevo problema, la falta de sucesión en el propio trono aragonés. El testamento de Martín el Joven establecía la lugartenencia de Blanca asesorada por un Consejo, y Martín I asumió la disposición mientras buscaba la solución a su propia descendencia mediante un nuevo matrimonio, a la postre también infructuoso. Blanca tuvo que enfrentarse mientras tanto a una difícil situación, generada por las luchas endémicas entre los diversos bandos nobiliarios y burgueses. Una revuelta encabezada por Bernardo de Cabrera consiguió sitiar a la Reina en Marqueto (Siracusa), en coincidencia con la muerte de Martín I de Aragón (1410), y con la presión de la Santa Sede romana, de la que Sicilia era teóricamente feudataria, y de los angevinos situados en el trono de Nápoles, viejos aspirantes al control sobre Sicilia. Sólo la intervención diplomática de Carlos III de Navarra ante las Cortes catalanas y la Corona francesa, mientras enviaba a su hija algunos refuerzos militares, consiguieron su libertad, ya en 1412. Con todo, las luchas banderizas continuaron, y la Soberana volvió a verse en dificultades, mientras en Aragón se resolvía la cuestión sucesoria con la elección de Fernando I, un Trastámara castellano primo de la Reina. El Papa de Aviñón, Benedicto XIII, otorgó al nuevo Monarca la investidura de Sicilia, y éste mantuvo a Blanca como su representante al tiempo que daba instrucciones para contentar a los nobles rebeldes y pacificar la isla. En marzo de 1415, un hijo de Fernando I, Juan, llegaba como nuevo lugarteniente. Durante este proceso, la situación en la familia real navarra había cambiado profundamente; los hijos varones y la primogénita, Juana, habían fallecido y en 1413 Blanca había quedado como heredera del trono. Su regreso a Navarra, efectuado en septiembre de 1415, y un nuevo matrimonio —pese a su condición de viuda—, resultaban imprescindibles para asegurar la continuidad dinástica. Entre los diversos candidatos, Carlos III optó por la solución peninsular del infante Juan de Aragón, que le aproximaba a los Trastámara aragoneses y castellanos, frente a la propuesta transpirenaica del conde Juan I de Foix, cuya primera esposa Juana, había sido otra hija del monarca navarro. El fugaz gobernador siciliano había vuelto a la Península a la muerte de su padre en 1416, y quedó responsabilizado de los cuantiosos intereses castellanos de la familia. Juan de Aragón había estado previamente prometido a otra infanta navarra, Beatriz, pero el compromiso se rompió en 1415 para desposar a Juana II de Nápoles, en el contexto de la complicada situación italiana; ese enlace tampoco se llevó a cabo. En ese marco, el matrimonio con Blanca permitía recuperar las relaciones entonces fracasadas y fortalecer aún más si cabe la compleja trama de intereses políticos y personales de las dinastías hispanas, ya antes intensamente emparentadas entre sí. En las correspondientes y amplias capitulaciones matrimoniales de 1419 se reconocía la condición de Blanca y de sus herederos como futuros titulares de la Corona y la de su marido como consorte, pero no quedó detallada de forma concluyente la situación de Juan en caso de que la Reina falleciese en primer lugar. Con todo, cien años antes, en 1305, Luis I había heredado a su madre, Juana I, pese a que su padre, Felipe IV de Francia, se encontraba en plenitud de facultades. En 1328, Felipe III de Evreux había reconocido el mejor derecho de sus hijos para ocupar el trono en caso de que su esposa, Juana II, falleciera antes que él. La boda se efectuó en la catedral de Pamplona el 10 de julio de 1420, y a continuación los contrayentes juraron los fueros del reino y las Cortes los reconocieron como herederos. El matrimonio se trasladó de inmediato a Peñafiel, núcleo del patrimonio castellano de Juan, envuelto en aquellos momentos en una complicada situación familiar y política (atraco de Tordesillas, enfrentamiento con su hermano Enrique). Allí nació el primogénito, Carlos, destinado a recibir con los años el reino de Navarra y el patrimonio paterno. Como heredero de su madre recibió el juramento de las Cortes en 1422. El 7 de septiembre de 1425 Blanca I y Juan II sucedían en el trono de Navarra a la muerte de Carlos III, aunque la coronación se retrasó hasta 1429. Del acta de la coronación se sabe que asistieron los obispos de Pamplona, Calahorra y Bayona, el prior de Roncesvalles y los abades de Leyre, La Oliva, Iranzu, Fitero y Urdax, figurando como primer cantor de la Reina García de Asiain. Desde el punto de vista del reino la tradición reservaba el gobierno del territorio al varón, fuera monarca titular o consorte, pero los complejos intereses castellanos de los infantes trastámaras de Aragón, el propio Juan y sus hermanos, alejaron al Soberano de las cuestiones internas del reino durante algunos años. Blanca ejerció el poder de forma efectiva e intentó por todos los medios alejar a Navarra del conflicto en que su marido estaba envuelto. Sin embargo, la confiscación de las rentas castellanas de los infantes de Aragón arrastró a Navarra y a Aragón a la guerra (1429). Con las tropas de Juan II de Castilla instaladas en las villas navarras de la frontera, Blanca y Alfonso V de Aragón iniciaron interminables gestiones diplomáticas para conseguir la paz: las treguas de Majano (1430) pusieron fin a las hostilidades, pero sólo la Paz de Toledo (22 de septiembre de 1436) cerró aparentemente el conflicto, con la devolución de buena parte del patrimonio confiscado y de los castillos navarros ocupados. Allí se pactó el matrimonio del príncipe Enrique de Castilla (futuro Enrique IV) con Blanca, hija de los monarcas navarros. Entre tanto, los viajes de Juan II a Castilla y a la Corte italiana de su hermano y su nombramiento como lugarteniente de Aragón y Valencia (1435), le alejaron aún más si cabe de Navarra y dejaron largo tiempo la administración en manos de Blanca. La implicación de la Reina en los asuntos de gobierno derivó en buena parte hacia los viejos intereses ultrapirenaicos de la dinastía de los Evreux. Intentó sin éxito la restitución del ducado de Nemours (1440), concedido a su padre como compensación por el perdido condado de Evreux en 1405 y reincorporado a la Corona francesa en 1420, pero consiguió cerrar el matrimonio en Olite, el 30 de septiembre de 1439, de su hijo y heredero Carlos, príncipe de Viana, con Inés de Clèves, sobrina del duque Felipe de Borgoña. En 1436 se había llegado al compromiso de su hija menor, Leonor, con Gastón, heredero del condado de Foix, aunque en este caso la boda se produjo tras la muerte de la Reina. El último período de gobierno efectivo de Blanca se abre en febrero de 1439, con la llegada de Juan II a la Corte de su homónimo castellano, en plena guerra civil. En esta ocasión, la siempre frágil salud de la Reina aconsejó la colaboración de su hijo Carlos, y Blanca pudo dedicar mayor tiempo a sus devociones religiosas, con visitas constantes a los santuarios cercanos al palacio de Olite, donde tenía instalada su residencia habitual, y especialmente a Santa María de Ujué, muy vinculado al linaje familiar, y que designó como lugar de sepultura. El 17 de febrero de 1439 dictó su último testamento, donde pedía al primogénito Carlos que no reclamase el trono sin el consentimiento de su padre; la ambigüedad de las capitulaciones matrimoniales de 1419 favoreció sin duda esta solicitud, contraria a los usos de la monarquía navarra, y origen último de la crisis sucesoria desatada años más tarde. Con todo, parece probable que la Reina pretendiera evitar un conflicto interno en el complejo contexto hispano del momento. Su última gestión política de relieve (1440) consistió en acompañar a su hija Blanca a la boda con el futuro Enrique IV de Castilla, concertada en Toledo y ahora más necesaria que nunca para asegurar la creciente influencia en Castilla de los Trastámara aragoneses. Efectuada la boda en Valladolid, aún acudió al santuario extremeño de Guadalupe, donde permaneció hasta 1441, y a su regreso intentó en Segovia un acercamiento entre su esposo y Álvaro de Luna. Falleció poco después en Santa María de Nieva, donde fue inicialmente sepultada. Un aspecto muy importante del reinado de Blanca I de Navarra es la importancia que se da a la música. En el reino de Navarra la actividad musical era extraordinaria y esto daba lugar a que la Corte fuera visitada por importantes músicos que procedían de diferentes países. Es notorio observar que músicos como Guillen Ursúa, servía al Rey desde 1412; se le pagaba 90 florines por súplica de su hija Doña Blanca, de la que se sabe que distinguía a este juglar con una gran simpatía. Ella misma se preocupaba mucho de la capilla real. Cuando murió Carlos III el Noble, se sabe cómo en la catedral de Pamplona se cantaba diariamente una misa por el eterno descanso del Rey, y que Miguel de Bernet, capellán de Santa María de Pamplona, recibía dieciocho libras por la capellanía cantando diariamente en la catedral por el alma del difunto. Numerosos juglares desfilan por la Corte como el primer cantor de la Reina que figura en el acta de coronación. Se aprecia además cómo ellos son no sólo bien recibidos, sino bien dotados de dineros y tierras. La reina Blanca se encargó de que el príncipe de Viana tuviera su capilla de cantores. El 31 de septiembre de 1439 se daba orden por parte de la reina doña Blanca de pagar 116 sueldos a Sanchón, capellán y cantor de la capilla del príncipe para comprar catorce codos y medio de tela delgada con destino a un sobrepelliz. Es indudable que en el reino de Navarra la actividad musical era extraordinaria, lo que quizá la hizo partícipe de numerosas visitas como la de John de Londres que incluso recibiría una cantidad para que pudiera trasladar a la Corte a su mujer que se había quedado en Inglaterra. Un estudio de la historia de la música refleja la gran importancia de esta y muy en especial la preocupación que la reina Blanca tenía por esta actividad y que se aprecia en los numerosos gastos dedicados a juglares, trompeteros y arperos. La Corte desde el punto de vista musical puede ser comparada con la de Isabel de Castilla. Bibliografía H. Anglés, Historia de la música medieval en Navarra (obra póstuma), Pamplona, Diputación Foral de Navarra, Institución Príncipe de Viana, 1970 E. Ramírez Vaquero, Blanca, Juan II y el Príncipe de Viana, Pamplona, Mintzoa, 1987 Solidaridades nobiliarias y conflictos políticos en Navarra (1387-1464), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1990 “Los restos de la reina Blanca y sus funerales en Navarra”, en Príncipe de Viana, 57 (1996), págs. 345-357. |
Juana Enríquez. Juana Enríquez. ?, 1425 – Tarragona, 13.II.1468. Reina de Aragón, esposa de Juan II de Aragón, madre de Fernando el Católico. Biografía Hija de Fadrique Enríquez, almirante de Castilla, y de su primera esposa, Marina de Ayala, los primeros años de su vida transcurrieron entre Torrelobatón y Medina de Rioseco, principales núcleos de los dominios paternos. En 1431, al fallecer su madre, su padre dispuso su traslado a Toledo. Irrumpió en el primer plano de la vida política en 1443, cuando contaba dieciocho años, al acordarse su matrimonio con don Juan, infante de Aragón, rey de Navarra, de cuarenta y cinco años, viudo desde hacía dos años, al fallecer su primera esposa Blanca, reina de Navarra. El acuerdo matrimonial fue el resultado de la lucha por el poder en la Castilla de Juan II. La liga nobiliaria, cuyas cabezas visibles eran, entre otros, Juan de Navarra, Alfonso Pimentel, conde de Benavente, y el almirante Fadrique Enríquez, era dueña del poder desde junio de 1441, en que sometió a tutela al monarca castellano y desplazó de la Corte a Álvaro de Luna. Los objetivos de los líderes de la liga no eran idénticos; por ello no se interrumpieron los contactos entre don Álvaro y el bando de los infantes de Aragón, en todo caso resultado de cálculos políticos carentes de todo escrúpulo. En la primavera de 1443, los infantes decidían sumarse plenamente a los proyectos oligárquicos de la liga; el medio empleado fue el anuncio de un doble matrimonio, ambos en segundas nupcias: el de Enrique con Beatriz Pimentel, hermana del conde de Benavente, y el de Juan con Juana Enríquez. Los desposorios tuvieron lugar simultáneamente en Torrelobatón, el 1 de septiembre de este año, apenas dos meses después de que los infantes se hubiesen hecho con el poder tras ejecutar un golpe de estado el 9 de julio de 1443; el hecho causaba la lógica alarma de quienes defendían un fuerte poder del Rey, pero, poco a poco, también la de quienes entendían que la total anulación del poder real era causa de desorden. El parentesco entre Juan y Juana, hijos de primos segundos, obligaba a solicitar dispensa de Roma, lo que obligó a aplazar el matrimonio efectivo. El choque entre un muy heterogéneo partido monárquico y los infantes de Aragón tuvo lugar en Olmedo, el 19 de mayo de 1445, y constituyó un sonoro fracaso para éstos. Don Enrique murió pocos días después, a consecuencia de una herida en combate; don Juan hubo de huir a Aragón, y Fadrique Enríquez era hecho prisionero. Las tropas reales tomaban Medina de Rioseco y Juana Enríquez pasaba a ser un precioso rehén en manos de Juan II de Castilla; el previsto matrimonio iba a sufrir un notable aplazamiento. El triunfo de don Álvaro en Olmedo fue escurridizo; apenas obtenida la victoria, el príncipe de Asturias forzó el perdón a los vencidos y permitió su recuperación. Como medio de concluir con la influencia política de don Juan, intentó don Álvaro, en junio de 1446, el ataque a una de las villas del rey de Navarra en Castilla, Atienza; la ciudad fue tomada, pero su castillo resistió todos los ataques y fue preciso alcanzar una tregua: uno de los capítulos de dichas negociaciones fue la entrega de Juana a su esposo. Sin embargo, en clara provocación a Juan de Navarra, las tropas castellanas incendiaron la villa e hicieron imposible la aplicación de los acuerdos. Hubo que esperar aún seis meses más para que doña Juana obtuviese libertad de movimientos, como resultado de nuevas negociaciones entre Álvaro de Luna y el almirante Fadrique Enríquez, uno de los más firmes partidarios del rey de Navarra, en uno de tantos intentos del condestable para ganar apoyos en el interior de Castilla. Como resultado de esta pasajera reconciliación pudo Juana finalmente viajar al encuentro de su prometido: en Calatayud tuvo lugar la boda, el 17 de julio de 1447. Decididamente, su padre, el almirante, se convertía en la cabeza visible del bando de los infantes. El matrimonio venía a convertirse en un nuevo factor de tensión en el reino de Navarra. El uso del título de rey de Navarra por don Juan, aunque se atenía a lo previsto en el testamento de doña Blanca, contradecía los usos navarros, especialmente desde que contrajera segundo matrimonio; a la postergación de Carlos de Viana se sumaban las aventuras castellanas de don Juan, cada vez más precisadas de recursos, incluyendo los procedentes de Navarra: la resistencia a tales proyectos tenía en el príncipe de Viana su cabeza visible. Es preciso añadir, es lo decisivo, la división social, política y nobiliaria del reino entre agramonteses y beamonteses, soportes respectivos de la posición de Juan y de su hijo Carlos. El conflicto se hizo agudo cuando, en enero de 1450, Juan decidió tomar personalmente la dirección del reino y, desde Castilla, don Álvaro utilizó al príncipe de Viana como arma contra Juan. En el verano de 1451, un ejército castellano atacó territorio navarro y llegó a poner sitio a Estella, donde se hallaba Juana; probablemente no era más que una cortina de humo para cubrir un acuerdo previamente negociado, firmado ahora en Puente la Reina, el 7-8 de diciembre de 1451, entre Juan II de Castilla y su hijo Enrique, de una parte, y el príncipe de Viana, por otra. Fue considerado por Juan de Navarra como una traición: su respuesta fue nombrar a su esposa Juana gobernadora de Navarra. Era el comienzo de la guerra civil y la división del reino entre ambos. El episodio más significativo de esta guerra fue la batalla de Aibar, cerca de Sangüesa, el 23 de octubre de 1451; en el choque fueron hechos prisioneros el príncipe de Viana y el conde de Lerín, cabeza visible de los Beaumont, principal soporte de aquél. La reconciliación era difícil, por las exigencias de uno y otro bando, y porque Juana estaba embarazada, hecho que podía suponer novedades imprevisibles. Para apartarse del perturbado ambiente navarro, decidió pasar a Aragón, lejos de la frontera castellana, para alumbrar a su hijo: Fernando nació en Sos el 10 de marzo de 1452. Más de un año hubo de pasar aún para que las negociaciones trajeran un transitorio sosiego al panorama navarro; concluyeron en Zaragoza, el 24 de mayo de 1453: como es lógico, se dispuso la liberación del príncipe de Viana. La posición de don Juan era difícil, porque su hermano Alfonso V, rey de Aragón, deseaba cerrar todo enfrentamiento con Castilla y, en este reino, la posición del príncipe de Asturias, desaparecido don Álvaro, era totalmente hostil al rey de Navarra. Los acuerdos de Ágreda-Alamazán (del 8 de septiembre al 2 de octubre de 1454) establecían la paz entre Castilla y Aragón y sellaban la liquidación del patrimonio de los infantes de Aragón en Castilla; don Juan no tuvo otro remedio que aceptar aquellas disposiciones el 19 de febrero de 1455. Desde octubre de 1454, convertido su esposo en lugarteniente en Cataluña, residió Juana en Barcelona, donde le fue hecho un gran recibimiento. Allí dio a luz a su segunda hija, Juana, 16 de junio de 1455. Pocos meses después, tomaba don Juan la grave decisión de desposeer a su hijo Carlos, y también a su hija Blanca, la desdichada esposa de Enrique IV de Castilla, de todos sus derechos a la herencia materna y entregársela a su hija Leonor, esposa de Gastón IV de Foix, presentes ambos en Barcelona, en diciembre de 1455. Una de las consecuencias de esta decisión fue una ofensiva del conde de Foix contra los dominios beamonteses, en la que tuvo importante intervención doña Juana. Carlos abandonaba el reino para demandar apoyo del rey de Francia, del Papa y la intervención de su tío Alfonso V, que intentó resolver las diferencias entre padre e hijo. El príncipe de Viana perdió el apoyo castellano; una parte de la nobleza castellana no deseaba un éxito de Enrique IV y le indujo a negociar con don Juan. En mayo de 1457 se celebraron entrevistas, entre Corella y Alfaro; a ellas asistió Juana, acompañada de sus hijos. Se acordó que el monarca castellano retiraría su apoyo militar al príncipe y, además, una plena reconciliación de las dos ramas Trastámara mediante un doble enlace: Fernando y Juana, los hijos de Juan y Juana, contraerían matrimonio con Isabel y Alfonso, hermanastros de Enrique IV. Con esta garantía en la mano, podía Juan aceptar el arbitraje de su hermano Alfonso V. La muerte del Monarca aragonés, en Nápoles, el 27 de junio de 1458, antes de haber podido resolver el litigio entre el príncipe de Viana y su padre, convertía a éste en rey de Aragón, Juan II, sin discrepancia alguna al respecto. Juan II temía las maniobras de su hijo para destronarle; el príncipe de Viana podía creer que su padre pretendía prescindir de sus derechos para depositarlos en el hijo de Juana Enríquez, al que acababa de dotar ampliamente, aunque no de modo diferente a como lo habían sido con anterioridad otros infantes. Tras largas negociaciones, se logró una reconciliación (concordia de Barcelona, 26 de enero de 1460) que se hizo efectiva en la entrevista de Igualada (13- 14 de mayo de 1460). La documentación oficial insistía en el papel de mediación desempeñado por la Reina. A pesar de la aparente reconciliación, Carlos mantuvo contactos con Enrique IV sobre la base de su matrimonio con la hermanastra de aquél, Isabel, pese a las negociaciones oficiales, impulsadas por su padre, para su matrimonio con Catalina de Portugal. El almirante de Castilla reunió documentación que demostraba aquellos contactos y la remitió a su hija; con ella, Juana podía mostrar a su marido las redes de una conspiración cuyo objetivo aparente era desposeerle del reino e incluso apuntaba al asesinato del Rey, su esposa y el hijo de ambos. La reacción de Juan II, pese a su resistencia inicial, fue decretar la prisión de Carlos, acusado de traición, el 2 de diciembre de 1460. El Principado de Cataluña respondió con enérgicas peticiones reclamando la libertad del príncipe; Juan II encomendó a su esposa negociar con la Diputación, controlada por la Biga. La decisión de liberar al príncipe fue contada como resultado de la directa gestión de la Reina y por ella anunciada a la ciudad de Barcelona, hacia donde ambos iban a dirigirse. A pesar de ello, la ciudad rogó a la Reina que no hiciese acto de entrada en ella; por ello, doña Juana se detuvo en Villafranca del Panadés. La concordia de Villafranca (21 de junio de 1461), resultado de largas negociaciones dirigidas por doña Juana, reconocía al príncipe como lugarteniente en el Principado y vedaba al Rey la entrada en él sin invitación de la Diputación. Pero, pocas semanas después, fallecía Carlos, príncipe de Viana, el 23 de septiembre de 1461, víctima de una arraigada dolencia. Juan II lograba el inmediato reconocimiento de Fernando como heredero de Aragón (Calatayud, 11 de octubre de 1461), e intentaba lograr el de Cataluña; por lo pronto, de acuerdo con lo establecido en la propia concordia de Villafranca, el príncipe era enviado al Principado, para conocer sus usos y costumbres, como lugarteniente; le acompañaba su madre como tutora, tras superar enojosas negociaciones con los representantes del Principado que intentaron evitarlo. Pasando por Lérida, llegaron a Barcelona el 21 de noviembre, tras un viaje lleno de tensiones y arduas negociaciones finales en el monasterio de Valldozella sobre el juramento del príncipe y la admisión de la Reina como tutora. En Barcelona fue reconocido Fernando como heredero el 6 de febrero de 1462, en un ambiente que era ya de grave tensión entre la tutora y las autoridades del Principado; en su nombre, su madre prestó el oportuno juramento. Como auténtica lugarteniente, Juana intentó crear un partido realista en Cataluña, cuyo primer objetivo era lograr que se solicitase la presencia del Rey en el Principado, presupuesto necesario para su venida según la concordia de Villafranca, con lo que se pensaba que quedarían resueltos muchos de los males de este territorio. La Reina se apoyaría en la Busca, cuyas demandas fueron presentadas de forma un tanto tumultuosa a la regente (complot de San Matías, 24 de febrero): constituía un golpe a favor de los realistas, acaso inducido por la propia Reina, cuando ya se hablaba abiertamente de la salida de la tutora y de su hijo de Barcelona. En efecto, la estancia de doña Juana y del príncipe en Barcelona se había hecho, en apenas cuatro meses, muy difícil, incluso, peligrosa; por ello, decidió trasladarse a Gerona. Fue una toma de distancia de Barcelona y un intento de sofocar el movimiento remensa contra el que dictó duras disposiciones. Se desató imparable la guerra civil. La Biga convocó la leva general, con el pretexto de combatir a los remensas, detuvo a los principales jefes buscaires, algunos de los cuales fueron ejecutados, y realizó un dura represión sobre los remensas. A través de su yerno, Gastón de Foix, Juan II obtuvo el apoyo de Luis XI de Francia para reprimir el levantamiento catalán, a costa del sacrificio de su hija Blanca, que fue entregada a los Foix, y de la entrega de Rosellón y Cerdaña a Francia como garantía. No podía dudar, su esposa Juana y su hijo se hallaban en Gerona, cercados, desde el 6 de junio, por las tropas sublevadas que pretendían apoderarse de tan valiosos rehenes; fueron liberados por soldados franceses el 23 de julio de 1462. Juana se reunió con su marido a comienzos de septiembre en las proximidades de Barcelona, poco antes de producirse el fallido intento de conquista de la ciudad por las tropas reales. Enrique IV había aceptado ahora la invitación de la Biga para proclamarse rey de Cataluña, que podía sumar a Navarra, cuyos derechos acababa de transmitirle su esposa Blanca (29 de abril). Juan II encomendó a su esposa que entrara en contacto con su padre y, a través de él, con la liga nobiliaria castellana, que podía hacer fracasar los grandes planes de Enrique IV. Resultado de esos contactos, indujeron al Rey a rechazar la oferta catalana y a aceptar el arbitraje del rey de Francia (sentencia de Bayona, 23 de abril de 1463), ocasión en que se halló personalmente la Reina. En virtud de este arbitraje, doña Juana debería ser rehén del arzobispo de Toledo hasta la entrega a Castilla de la merindad de Estella. Proseguía el levantamiento de Cataluña, que llamó ahora como rey a Pedro de Portugal, nieto por su madre del conde de Urgel, como si el Principado revisase por su cuenta el Compromiso de Caspe. Para luchar contra él, Juan II hubo de aceptar el hecho consumado del dominio de los Foix sobre Navarra, que incluía el asesinato de Blanca (2 de diciembre de 1464); en los meses siguientes pudo sofocar en parte la guerra en Cataluña, casi extinta en 1465. Muerto don Pedro en octubre de 1466, se impusieron los radicales y las maniobras francesas: la Diputación llamó como Rey, deshaciendo la trayectoria histórica desde 1282, a Renato de Anjou. Para prevenir una invasión francesa, Juan II decidió la toma del Ampurdán, que permitiría cortar las comunicaciones a cualquier ejército expedicionario; Juana, que había recibido de su esposo la lugartenencia general del reino (6 de marzo de 1465), tras importantes gestiones de abastecimiento en la campaña del año anterior, ostentó el mando de estas operaciones en las que conquistó Berga, Besalú y Bañolas, aunque fracasó ante Rosas en noviembre de 1466. Mientras Juan II desplegaba una gran actividad diplomática de cerco a Francia, encomendaba a su esposa apartar a los Foix de su clara toma de partido por ésta. La Reina se entrevistó con Leonor en Egea de los Caballeros, 20 de junio de 1467: acordaron una herencia separada de Navarra, para ésta, y de la Corona de Aragón, para Fernando. A cambio de prolongar la existencia autónoma de aquel reino, se cerraba para Luis XI una importante frontera. Enseguida se trasladó Juana a Tarragona, desde donde organizó el apoyo en hombres, víveres y recursos para la nueva campaña en el Ampurdán, ahora dirigida por su hijo Fernando y que concluyó negativamente en el mes de noviembre. Al volver a Tarragona, por vía marítima, Juan II y Fernando hallaron gravemente enferma a doña Juana, que falleció en esta ciudad el 13 de febrero de 1468. Bibliografía C. Muñoz Roca-Tallada, Doña Juana Enríquez madre del Rey Católico, Madrid, Editora Nacional, 1945 N. Coll Julia, Doña Juana Enríquez, lugarteniente real de Cataluña (1461-1468), pról. de J. Vicens Vives, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1953, 2 vols. L. Suárez Fernández, Enrique IV de Castilla. La difamación como arma política, Barcelona, Ariel, 2001 J. Vicens Vives, Juan II de Aragón (1398-1479). Monarquía y revolución en la España del siglo XV, ed. de P. Freedman y J. M. Muñoz i Lloret, Pamplona, Urgoiti, 2003 L. Suárez Fernández, Fernando el Católico, Barcelona, Ariel, 2004. |
Artículos. |
Cuando Barcelona se partió en dos: la guerra civil catalana olvidada que anticipó la lucha entre centralismo y autonomía en el siglo XV. Entre 1462 y 1472 Cataluña fue escenario de una sangrienta lucha entre quienes querían limitar el poder del rey con aquellos que respaldaban su autoridad absoluta El nacimiento de conservadores y "comunistas" en la Barcelona del siglo XV: la Biga y la Busca El conde de Barcelona que se prometió con una bebé recién nacida para unir su destino al del resto de España 21.03.2025 La Guerra Civil Catalana (1462-1472) es un episodio clave en la historia de Cataluña y la Corona de Aragón, aunque a menudo queda eclipsado por otros conflictos más recientes. Mucho antes de la Guerra Civil Española, Barcelona ya había sido el epicentro de una lucha encarnizada entre dos visiones opuestas del poder: el pactismo catalán y el centralismo monárquico de los Trastámara. A esta pugna política se sumó una revuelta social sin precedentes, la Primera Guerra Remensa, que enfrentó a los campesinos contra la nobleza feudal. Un conflicto de poder: la Generalitat contra Juan II. La guerra estalló en 1462 como resultado del enfrentamiento entre las instituciones catalanas, representadas por la Generalitat y la Diputación del General, y el rey Juan II de Aragón, de la dinastía Trastámara. Cataluña había desarrollado un sistema de gobierno basado en el pacto entre la monarquía y las instituciones locales, lo que contrastaba con el estilo menos pactista de los Trastámara. Juan II, un monarca pragmático, chocó con las élites catalanas al intentar consolidar su poder. Uno de los detonantes del conflicto fue la detención del príncipe Carlos de Viana, hijo de Juan II y legítimo heredero del trono. Carlos gozaba de un gran apoyo entre la nobleza catalana, que veía en él una garantía contra las tendencias menos pactistas de su padre. La revuelta comenzó cuando la Diputación del General, respaldada por la oligarquía barcelonesa y gran parte de la nobleza, decidió alzarse contra Juan II y buscar apoyo externo. Barcelona dividida y en guerra. La capital catalana se convirtió en el principal escenario del conflicto. La ciudad quedó dividida entre los partidarios del rey y los de la Generalitat, lo que dio lugar a una guerra urbana de asedios, luchas callejeras y represión política. Mientras tanto, la Generalitat trató de buscar apoyo en potencias extranjeras como Francia, lo que terminó complicando aún más la situación. El conflicto se prolongó durante una década y dejó a Barcelona sumida en el caos. La guerra no solo enfrentó a facciones políticas, sino que también sacó a la luz las profundas desigualdades sociales que marcaban la Cataluña del siglo XV. Uno de los aspectos más relevantes fue el papel de los campesinos remensas, que aprovecharon la guerra para rebelarse contra la malas condiciones en las que vivían. La Primera Guerra Remensa: la lucha de los campesinos. En paralelo al conflicto entre la monarquía y la Generalitat, los campesinos remensas iniciaron su propia revuelta. Durante siglos, los payeses habían estado sometidos a condiciones muy malas y poco recompensadas. Con la guerra en marcha, vieron la oportunidad de exigir el fin de los llamados "malos usos", un conjunto de prácticas abusivas que los obligaban a pagar grandes sumas para abandonar las tierras de sus señores. La Primera Guerra Remensa fue una revuelta sin precedentes en la historia de Cataluña. Aunque los campesinos no tenían el poder militar de la nobleza, su lucha sacudió los cimientos del sistema feudal y marcó el inicio de una serie de cambios que culminarían décadas después con la abolición de los malos usos por parte de Fernando el Católico. El final del conflicto y sus consecuencias. Tras diez años de guerra, en 1472 Juan II logró imponerse con la rendición de Barcelona. Sin embargo, en lugar de aplicar una represión brutal, optó por una estrategia conciliadora: perdonó a muchos de sus enemigos y permitió que algunas instituciones catalanas siguieran funcionando, aunque bajo un control más estricto de la monarquía. La Generalitat perdió parte de su poder, pero Cataluña no fue completamente sometida. Sin embargo, las consecuencias del conflicto fueron devastadoras. Cataluña quedó debilitada económica y demográficamente, lo que afectó su posición dentro de la Corona de Aragón. La guerra también dejó claro que el modelo pactista catalán estaba en crisis frente al creciente poder de la monarquía. Una guerra olvidada, pero clave. La Guerra Civil Catalana de 1462-1472 es un conflicto poco recordado en comparación con otros episodios de la historia de España, pero su impacto fue enorme. No solo definió el futuro de las relaciones entre Cataluña y la Corona, sino que también anticipó las luchas entre centralismo y autonomía que seguirían marcando la historia del territorio. Además, puso de manifiesto las tensiones sociales que más tarde desembocarían en nuevas revueltas campesinas. |
Juan II, el rey que soñó la unión de las coronas de Castilla y Aragón. La Institución Fernando el Católico publica la primera versión en español de la biografía del monarca escrita en latín por el judío converso Gonzalo García de Santa María. Mariano García lunes, 01 junio 2020 La Institución Fernando el Católico acaba de publicar ‘Vida de Juan II de Aragón. La guerra en Cataluña, de 1461 a 1472’, un hito editorial porque ofrece la primera versión en castellano de un manuscrito que conserva la Biblioteca Nacional: la ‘Vida de Juan II de Aragón’ redactada en latín por Gonzalo García de Santa María hacia 1510. La edición, bilingüe, ha corrido a cargo de Joaquín Fernández Cacho. La biografía está escrita siguiendo los modelos de la Antigüedad clásica. Tras narrar brevemente las desavenencias de Juan II con su hijo Carlos, el príncipe de Viana, se relatan los acontecimientos de la guerra civil catalana. Entre 1461 y 1472, las instituciones catalanas se rebelaron contra el rey, al que acusaron de tiranía, y buscaron su independencia. La historia de la antigua Corona de Aragón se entiende mucho mejor tras leer este libro. La alta política internacional «Es un encargo que le hizo Fernando el Católico a Gonzalo García de Santamaría en torno al año 1501 -relata Joaquín Fernández Cacho-. Quería una historia del reinado de su padre como obra propagandística para asentar la monarquía en Castilla y Aragón. Hay que tener en cuenta que la monarquía castellana había sufrido tres guerras civiles y que la Corona aragonesa había tenido problemas tan graves como las guerras civiles catalanas. La obra atiende a los criterios sociopolíticos y culturales que los Reyes Católicos desarrollan, tanto internos como internacionales. Esa es la razón por la que se escribe en latín, la lengua que se empleaba en todas las cancillerías europeas, con el compromiso de traducirla al castellano, lo que no se llevó a cabo». "La obra atiende a los criterios sociopolíticos y culturales que los Reyes Católicos desarrollan, tanto internos como internacionales" Es una obra puramente humanística, que sigue los preceptos ciceronianos de lo que debe ser el género histórico. «Pero no cuenta la vida de Juan II como se había narrado hasta entonces -subraya Fernández Cacho- sino que arranca el relato cuando el monarca empieza a tener problemas con su hijo, cuando el rey tiene ya 53 años». Se cuentan la batalla de Aibar, entre Juan II y el Príncipe de Viana, por el reino de Navarra; tres rebeliones que en realidad fueron sendos intentos de golpes de estado; la revolución catalana de 1460 y 1461; la guerra civil catalana de 1462 a 1472... «Este episodio quizá quiera leerse ahora en Cataluña en clave nacionalista -apunta Fernandez Cacho-, pero en realidad fue el levantamiento de la alta nobleza catalana, en alianza con la aristocracia urbana comercial. Los pequeños propietarios agrícolas se unieron al rey, porque se sentían sometidos por la nobleza. Por eso fue una guerra civil». Y en ese levantamiento contra el rey buscaron la independencia ofreciendo Cataluña, sucesivamente, tras el apresamiento y muerte del Príncipe de Viana, a Enrique IV, el rey de Castilla; al condestable Pedro de Portugal; y a Renato de Anjou. En ese contexto se produjeron varias alianzas y coaliciones. «Hay que entenderlo todo como un juego de alta política internacional en el que todo el mundo tenía sus propios intereses. Coincidían en una cosa: tanto Castilla como Francia y Portugal querían debilitar la Corona de Aragón. Pero también se estaba en un contexto histórico en el que se pasaba de una monarquía feudal a una monarquía autoritaria, la alta nobleza no quería perder poder ante al rey, la burguesía también aspiraba a su parte del pastel... En ese juego todos emplearon las cartas que tuvieron a mano». La virtud y las tropas. Y Juan II no jugó mal las suyas. «El rey maniobró con habilidad. Gonzalo García de Santa María le describe como un monarca para el que la fortuna siempre le había sido madrastra: había perdido su poder en Castilla, se le enfrenta su propio hijo... Pero, pese a ello, se impuso con su esfuerzo personal, logró asentarse en el poder y ser querido por los catalanes que se le habían rebelado. Y murió amado en Barcelona». "Si quieres seguir las huellas de los antiguos reyes aragoneses, verás que ellos extendieron su imperio y jurisdicción más con la virtud que con grandes tropas" Joaquín Fernández Cacho subraya que lo que se cuenta en el libro no puede leerse con los ojos del nacionalismo actual, sea cual sea su color. Juan II fue quien eligió el matrimonio con Castilla, que dio origen a la unión de las coronas de Castilla y Aragón, «Juan II era un Trastámara, había nacido en Medina del Campo, tenía intereses en Castilla y nunca renunció a su visión castellana. Tenía muy claro que la unión de las coronas de Castilla y Aragón era muy importante». Las enseñanzas actuales de esa crónica de hace 500 años hay que buscarlas en la letra menuda. Como cuando el abad de Ager le dijo al Juan II: «Si quieres seguir las huellas de los antiguos reyes aragoneses, verás que ellos extendieron su imperio y jurisdicción más con la virtud que con grandes tropas. Si deseas ser temido, reinar tiránicamente y ser despótico, a su vez es necesario que tú mismo temas a tus súbditos». |
Demografía. |
Sociedad. Casi la mitad de los ciudadanos de Cataluña entre 25 y 39 años son extranjeros. La cifra, del 46,9%, es la más alta de la última estimación del INE. La mayoría de las franjas de edad incrementan el porcentaje en los últimos 6 años. 11.11.2025 La población nacida en el extranjero sigue aumentando en Cataluña y ya representa casi a la mitad de los residentes de entre 25 y 39 años, según revela la estimación más reciente del Instituto Nacional de Estadística (INE) publicada este martes, con datos del 1 de octubre. Concretamente, el 46,9% de los catalanes en esta franja de edad son de origen extranjero, la cifra más alta registrada hasta ahora. En total, ya son 724.631 las personas de estas edades nacidas más allá de las fronteras españolas, mientras que el conjunto de población extranjera en Cataluña ha superado a los 2,1 millones de habitantes, representando un 25,8% del total. Según los datos del INE, la población total de Cataluña se eleva a 8.186.259 personas, un 1,2% más que hace doce meses. El incremento se atribuye principalmente al aumento de personas nacidas en el extranjero, colectivo que ha pasado de representar el 19% al 25,8% en sólo seis años. Es especialmente significativo que prácticamente la mitad de los residentes de entre 30 y 34 años (48,8%) y de entre 35 y 39 años (47,1%) hayan nacido fuera de España. También resulta destacable que la proporción de niños y jóvenes de entre 5 y 14 años de orígenes extranjeros se ha prácticamente duplicado, situándose actualmente en torno al 15%. La estadística también confirma el envejecimiento progresivo de la población catalana. Por primera vez a la historia, los mayores de 65 años ya representan casi a uno de cada cinco habitantes (19,9%), mientras que hace cuatro décadas esta proporción era sólo del 11%. Paralelamente, los menores de 15 años se han caído por debajo del 13% del total de la población por primera vez desde el inicio de la serie histórica en 1981, cuando representaban a uno de cada cuatro residentes. Esta tendencia a la baja de la población infantil y juvenil se ha mantenido durante más de una década, aunque al principio del siglo XXI se experimentó un repunte coincidiendo con el aumento de la natalidad impulsado por la primera ola migratoria internacional. |
Cataluña tiene por primera vez más del 25% de la población nacida en el extranjero. En enero se alcanzaron los dos millones de residentes extranjeros, y en abril hay 14.556 más. 8 mayo 2025 Uno de cada cuatro ciudadanos de Catalunya ha nacido en el extranjero, según la Estadística Continua de Población del Instituto Nacional de Estadística (INE), elaborada con datos provisionales actualizados hasta el primer trimestre de 2025. Este estudio refleja que en Cataluña hay hoy algo más de 2 millones de personas procedentes de otros países, cifra que representa el 25,1% de la población, un porcentaje inédito, y que Cataluña tenía el 1 de abril de este año 8.124.368 habitantes, dato resultante de un crecimiento interanual de un 1%. Entre abril de 2024 y abril de 2025, ha registrado un 5% más de ciudadanos extranjeros en cifras absolutas, ya que estos ciudadanos ha pasado de ser 1,93 millones a ser 2,04 millones. Además, entre enero y abril el saldo de población nacida fuera de España creció en 14.556 personas, mientras que hay unos 10.000 habitantes nacidos aquí menos. Los segmentos con más presencia de población extranjera son los económicamente activos, en particular en la franja de 25 a 45 años, en la que el porcentaje de recién llegados oscila entre un 44% y un 48%, casi la mitad de los habitantes de estas edades. Por provincias, la de Barcelona es la que suma más población extranjera, con 1,5 millones. Sin embargo, en términos relativos tienen más peso estos residentes en Girona, con 226.417 nacidos en el extranjero que representan el 27,25% de su población, por encima del 25% de Barcelona. Tarragona es la tercera demarcación en número con 208.819 extranjeros, pero la cuarta en peso relativo de este colectivo, con un 23,8%. Lleida es la tercera, con un 24,6% de extranjeros, un total de 112.893 personas. |
inmigración en Cataluña. 19 febrero, 2024 Enric Casanovas 1).-En Suecia, 1 de cada 5 habitantes ha nacido en el extranjero, le sigue Alemania con el 16%, España con el 14%, Reino Unido el 13,7%, Países Bajos el 13,4%, Francia el 12,8 %, Portugal con 10,8% e Italia con 10,4%. Pues bien, en Cataluña el porcentaje es del 21%, superior al sueco. 2).-Existe un importante contingente de inmigración ilegal que no aparece reflejado en las cifras. 3).-Barcelona tiene ya 1,7 millones de habitantes, registra la mayor proporción de inmigrantes de toda España y una de las mayores de Europa. El 27% de su población ha nacido en el extranjero. Si a esa cifra le añadimos los hijos nacidos aquí, avanzamos hacia un escenario donde la tercera parte de las personas que viven en Barcelona es de origen inmigratorio o de padres de esa naturaleza. Y en determinados grupos en edad laboral más joven, los comprendidos entre los 25 y los 45 años, la proporción de extranjeros representa ya casi el 50%. En los siete primeros meses del año 2022, la población de la capital de Cataluña ha crecido en 40.000 personas, una cifra superior a toda la suma de los 6 años anteriores. El 85% del crecimiento son inmigrantes, con la característica de que la mayoría, casi 30.000, son de fuera de la UE. 4).-Este crecimiento no se distribuye de forma regular, sino que se concentra en barrios como el Gòtic, Bon Pastor, el Besòs, el Maresme, y en parte de Nou Barris (Porta, en concreto); en otros términos, la concentración se produce en barrios de bajo nivel de renta, y esto ya nos da indicación de lo que está ocurriendo en la ciudad. El cambio es radical con lo que teníamos a principios de siglo, el espectro demográfico y social de la ciudad ha variado de forma sustancial. 5).-Y ésta es una segunda característica que no se puede pasar por alto. Hay un acelerado proceso de sustitución de población que tiene y tendrá aún más consecuencias. Las mujeres autóctonas tienen pocos hijos. Su tasa de fecundidad es de algo más de 1,1 y la tasa de natalidad ha ido disminuyendo hasta llegar a 8,77 nacimientos por cada 1.000 habitantes. Una magnitud realmente pequeña para una ciudad que se quiere dinámica y también es fruto del progresivo envejecimiento de la población que, como veremos, también tiene otras consecuencias. Los nacidos en el Barcelonès son ya minoría y su cifra ha menguado en 100.000 personas desde inicios de siglo. 6).-El porcentaje de niños nacidos con uno o dos padres inmigrantes en 2022, factor que señala la evolución futura de la población, está encabezado por Catalunya, porque sus provincias ocupan los primeros puestos. Girona 53,7% (1a), Lleida 49,3% (2a), Barcelona 49,2% (3a), Tarragona 47,5% (5a). Para el conjunto de España, su magnitud es del 36,7%. En Madrid se alcanza el 43,3%. 7).-El alumnado de origen inmigrante de primera y segunda generación es ya de 1 por cada 4 alumnos en Cataluña, 1 de cada 5 en Baleares, al igual que en Madrid y Navarra, el 19% en Murcia y el 17% en Valencia y en Aragón, como los más destacados. De hecho, Cataluña y Melilla presentan el mismo rango de proporción (24% y 26%). 8).-En Cataluña con datos de 2021 hay 1,6 millones de habitantes nacidos en el extranjero y 0,6 millones con uno o dos padres nacidos en el extranjero. El conjunto significa 2,2 millones, esto es, un 27% de la población total, que crece además a un ritmo vertiginoso por efectos de la inmigración continuada y de la reducción también acelerada de la población autóctona. 9).-De hecho, ahora en Catalunya sólo 2,6 millones de habitantes tienen a los dos padres nacidos en el país. Es poco. Es una magnitud que se acerca mucho ya a la de los nacidos en el extranjero o con padres de ese origen. Querer negar que existe un proceso de sustitución de gran magnitud es negar la evidencia. Lo que, además, es muy importante en la capital de Cataluña, y es clamoroso en determinadas poblaciones, como en Guissona, donde el 49% de la población es extranjera. 10).-Los datos del CED permiten ver desde 1900 la creciente evolución de la inmigración y sus respectivos vértices. El primero de ellos se produce en 1901 con un crecimiento inmigratorio de 6.055 personas en el año máximo. El segundo vértice se da en 1927 con un incremento en el vértice de 32.716. El tercero, en 1966, con 84.195 personas de incremento inmigratorio. Pero las dos puntas anuales mayores de más de 100.000 personas se dan a principios del presente siglo. 11).-Todo ello afecta mucho a la lengua catalana. Cada vez es más difícil oír hablar catalán en Barcelona y ser atendido a la primera en catalán y, por tanto, este hecho tiene una clara consecuencia sobre la difusión de la cultura de Cataluña. 12).-También se hace sentir, como es lógico, en la productividad de Barcelona y su área metropolitana. La menor de todas las de Europa, sólo Atenas presenta una menor productividad. Este hecho liga mal con la idea de una ciudad muy tecnológica. |
La ciudad cuenta con 612.500 personas nacidas en el extranjero. Barcelona, una ciudad irreconocible: los extranjeros ya superan a los españoles entre los jóvenes. noviembre 12, 2025 Barcelona ha dejado de ser la ciudad que fue. En apenas dos décadas, la capital catalana ha pasado de ser el epicentro del separatismo y las grandes manifestaciones de la Diada a convertirse en un reflejo de la «multiculturalidad» que está transformando Europa. Lo que antes era una urbe con identidad propia, hoy es una ciudad donde los extranjeros ya superan a los españoles entre los jóvenes de 25 a 39 años. En el año 2000, los inmigrantes representaban apenas el 5% de la población barcelonesa. Hoy, superan el 31%, es decir, prácticamente uno de cada tres habitantes ha nacido fuera de España, según detalla El Mundo. Un cambio demográfico sin precedentes que ha alterado el tejido social, la economía y hasta la fisonomía de la antigua Barcino, fundada hace dos mil años por el Imperio Romano. Esa transformación ha sido bautizada por algunos analistas como «la bruselización de Barcelona»: la pérdida de identidad local frente a la imposición de patrones globales, tanto culturales como económicos, que han diluido la esencia de la ciudad. El último padrón municipal confirma que Barcelona cuenta con 612.500 personas nacidas en el extranjero, procedentes de 183 nacionalidades. Más de la mitad proviene de Iberoamérica, con Argentina, Colombia, Perú y Venezuela a la cabeza. También destacan Pakistán, Marruecos, Italia, Honduras y China. De hecho, los italianos constituyen la nacionalidad más numerosa, debido a los acuerdos de doble pasaporte con países como Argentina. En los barrios populares, la transformación se percibe a simple vista: fruterías, bazares y peluquerías regentadas por extranjeros sustituyen comercios tradicionales. En la hostelería, el 47% de los asalariados son foráneos, al igual que el 60% de los empleados del hogar. Mientras tanto, los sectores con mejores condiciones laborales, como la industria o la Administración, siguen siendo mayoritariamente españoles. La consecuencia de este cambio es doble: los españoles abandonan la ciudad por la presión inmobiliaria —agravada por la llegada de expatriados con alto poder adquisitivo—, mientras el Ayuntamiento insiste en negar la existencia de un problema. Sin embargo, el propio barómetro municipal revela que cada año crece el número de vecinos que señalan la inmigración como una de las principales preocupaciones. Barcelona alcanza hoy su mayor población en cuatro décadas, 1,7 millones de habitantes. Pero ese crecimiento se sustenta en un modelo demográfico desequilibrado, con una población extranjera más joven (media de 36 años frente a los 47 de los autóctonos) y una proporción de barceloneses nacidos en la ciudad que ya representa sólo el 45% del total. El discurso oficial habla de diversidad e inclusión. Pero los datos reflejan una ciudad que ha perdido sus raíces, donde los jóvenes españoles emigran y las tradiciones locales se diluyen entre festivales “multiculturales” y políticas que priorizan la corrección ideológica sobre la convivencia real. |
Cataluña (en catalán: Catalunya; en aranés: Catalonha) es una comunidad autónoma de España, que está considerada nacionalidad histórica en su Estatuto de Autonomía. Situada en el noreste de la península ibérica, ocupa un territorio de unos 32.000 km² que limita al norte con Andorra y la región francesa de Occitania (Alto Garona, Ariège y Pirineos Orientales), al oriente con el mar Mediterráneo a lo largo de una franja marítima de unos 580 kilómetros, al sur con la Comunidad Valenciana (provincia de Castellón) y al occidente con Aragón (provincias de Teruel, Zaragoza y Huesca). Esta situación estratégica ha favorecido una relación muy intensa con los territorios de la cuenca mediterránea y con la Europa continental. Cataluña está formada por las provincias de Barcelona, Gerona, Lérida y Tarragona. Su capital es la ciudad de Barcelona. A 1 de enero de 2024, en el territorio catalán habitaban 8.012.231 personas en un total de 947 municipios de los cuales 70 superan los 20.000 habitantes (en los que vive el 72 % de la población catalana). Dos tercios de la población viven en el ámbito metropolitano de Barcelona, que es la quinta aglomeración urbana de la Unión Europea, siendo también la más densamente poblada. La comunidad está altamente industrializada, y su economía es la segunda entre las comunidades autónomas, al generar el 18,81 % del producto interior bruto (PIB) español, solo superada por la Comunidad de Madrid. Respecto al PIB per cápita, se sitúa en cuarta posición, tras la Comunidad de Madrid, el País Vasco y Navarra. Evolución de la población catalana. Durante la primera mitad del siglo xx la población catalana creció de forma acelerada, con una tasa de crecimiento superior a la media nacional. En 1900, Cataluña tenía una población de 1.984.115, de los cuales 1.052.977 (53%) vivían en la provincia de Barcelona . El mismo año, la población de Cataluña representaba el 10,5 de la población del Estado español. La estructura de edad de la población catalana a principios del siglo mostraba un gran cohorte joven en el que el 32,02% de la población tenía una edad igual o menor a los 14 años, mientras que la población adulta, es decir, la población con más de 65 años, sólo representaba el 4,32%, con un índice de vejez del 14 años. La inmigración y el crecimiento natural continuó sostenidamente durante la posguerra: la población creció de 3,2 millones en 1950 a 3,8 millones en 1960 ya 5,1 millones en 1970 ya partir de entonces se produjo una ralentización y la población creció a 5,9 millones. Esta ralentización podría haber sido producida por la transición industrial basada en la mano de obra a la tecnología, así como a la mejora de las condiciones de vida de las demás regiones del Estado español, tradicionalmente emisoras de emigrantes. A partir de 1976, después de un período expansivo entre los años 1950 y 1975, con elevados volúmenes de inmigración y elevadas tasas de natalidad, se redujo drásticamente la inmigración neta, hasta llegar a mostrar un saldo migratorio negativo entre 1981 y 1986, al mismo tiempo que la tasa de natalidad y, por tanto, el crecimiento vegetativo, disminuían gradualmente. A partir de 1986 se registró el inicio de una cierta recuperación y se volvió a observar una entrada neta de población, si bien con algunos altibajos hasta finales de los años 1990. Es con el nuevo siglo y la llegada de inmigrantes procedentes sobre todo de América del Sur, Europa del Este y el Magreb que el saldo migratorio se dispara. Durante el periodo 1998-2007, el aumento de población es del 17 % (1 062 898 habitantes). Según los datos estadísticos de 2005, la población estimada de Cataluña era de 6.995.206 habitantes, de los cuales 5.226.354 (74%) vivían en la provincia de Barcelona; es decir, esta provincia muestra una concentración mayor de la población de la actual comunidad autónoma. Ese mismo año, el cohorte de población menor a los 14 años era sólo del 15,78%, mientras que el cohorte de población mayor a los 65% era de 17,89%, con un índice de vejez de 113%. |



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