—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 7 de mayo de 2012

98.-Antepasados del rey de España: Felipe III de España, llamado «el Piadoso»


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;  


Felipe III de España, llamado «el Piadoso» 



  
Aldo  Ahumada Chu Han 

 (Madrid, 14 de abril de 1578-ibídem, 31 de marzo de 1621), fue rey de España y de Portugal a​ desde el 13 de septiembre de 1598 hasta su muerte.
Era hijo y sucesor de Felipe II y de Ana de Austria (1549-1580). En 1598 contrajo matrimonio en Valencia con la archiduquesa Margarita de Austria-Estiria, hija del archiduque Carlos II de Estiria y de María Ana de Baviera y por tanto nieta del tío-abuelo paterno de Felipe, el emperador Fernando I. Bajo su reinado España alcanzó su máxima expansión territorial.
Aficionado al teatro, a la pintura y, sobre todo, a la caza, delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma, el cual, a su vez, delegó en su valido personal Rodrigo Calderón. Sin embargo, el Duque de Lerma fue en 1618 sustituido por el duque de Uceda, al que limitó las funciones. Felipe III murió en Madrid, el 31 de marzo de 1621, a causa de fiebres y erisipela.
Se le considera el primero de los Austrias Menores, dada la grandeza de Felipe II y Carlos I, sin embargo durante su reinado España incorporó algunos territorios en el norte de África y en Italia y alcanzó niveles de esplendor cultural. La Pax Hispánica se debió a la enorme expansión del Imperio y a los años de paz que se dieron en Europa de comienzos del siglo XVII, que permitieron que España ejerciera su hegemonía sin guerras.
Hijo de Felipe II, a quien sucedió en 1598. La muerte de Felipe II marcó el fin de un sistema político y el inicio de otro régimen de gobierno. Los reyes españoles del siglo XVII se limitaron a cumplir los deberes burocráticos de la Corona, dejando el poder en manos de personas de su absoluta confianza, los validos. Con Felipe III revivieron las luchas cortesanas entre favoritos, ávidos de poder. De este modo, la introducción del régimen de privados permitió a la alta nobleza castellana usufructuar el poder que desde comienzos del siglo XVI, dado el prestigio de la monarquía, habían visto reducido. Pudo ser necesario para suplir la insuficiencia personal del monarca, y ciertamente Felipe III, místico e indolente, no brilló por su inteligencia ni por su energía; lo lamentable fue la escasa altura de los privados, quienes decididos a conservar el dominio político a toda costa, toleraban la venalidad de los funcionarios en grave detrimento de la Corona, pues para los cargos no se nombraba a los mejores, sino a los que más pagaban.
Aficionado al teatro, a la pintura y -sobre todo- a la caza, Felipe III delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma; por influencia de éste, la corte española se trasladó temporalmente a Valladolid (1601), volviendo luego a su sede de Madrid (1606). Al morir Lerma en 1619, le sucedió en el valimiento su hijo, el duque de Uceda, si bien el rey impidió que alcanzara un poder tan ilimitado como había tenido su padre. Ambos gobernantes, predispuestos exclusivamente a enriquecerse, aumentaron considerablemente los gastos suntuarios de la Corte, mientras se manifestaban los primeros síntomas de una grave y larga crisis económica puesta en evidencia por los escritos de los arbitristas, entre ellos González de Alfango y Sancho de Moncada.
A lo largo del reinado se sucedieron las reformas institucionales para solucionar los problemas de corrupción e inoperancia que aquejaban a la administración de la Monarquía: aparte de los cambios introducidos en el tradicional sistema de Consejos, se extendió cada vez más el recurso a las Juntas, órganos destinados a mermar el poder de aquéllos en favor de un gobierno más ágil y coherente, pero que no produjeron el resultado apetecido (Junta de Guerra de Indias, Junta de Desempeño, Junta de Hacienda de Portugal…).
Paralelamente, se adoptaron disposiciones para aliviar la crisis de la Hacienda. A pesar de que los caudales que llegaban de Indias seguían siendo numerosos, se realizaron continuas manipulaciones de la moneda de cobre (vellón) por sucesivas acuñaciones y resellos, que motivaron que desapareciese de la circulación la moneda de buena ley y provocaron una inflación de precios que agravó la depresión económica.
Los problemas financieros, que se arrastraban desde el reinado anterior, hicieron al rey dependiente de las Cortes, a las que hubo de reunir con más frecuencia que sus antecesores para que le otorgaran los recursos imprescindibles para mantener la acción exterior de la Monarquía (servicios de millones). Por último, en la política interior de Felipe III hay que destacar la expulsión de los moriscos (1610), que liquidó el problema creado en tiempos de Felipe II, al esparcir por toda la Península a los musulmanes granadinos derrotados en la Guerra de las Alpujarras; dicha expulsión tuvo efectos económicos muy negativos.

Con Felipe III se inicia la serie de los llamados «Austrias menores», monarcas de la Casa de Habsburgo en el siglo XVII, bajo los cuales se produjo la decadencia del poderío español en Europa. Los inicios del reinado se caracterizaron por una línea pacifista, obligada por las dificultades financieras: en 1604 se firmó la Paz de Londres con Inglaterra; en 1609 la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas de los Países Bajos; la paz con Francia, que Felipe II había concertado en sus últimos momentos (Vervins, 1598) quedó consolidada en 1615, mediante sendos matrimonios del rey francés con una infanta española y del príncipe heredero de España (el futuro Felipe IV) con una infanta francesa; y los éxitos militares conseguidos en el norte de Italia parecieron abrir también allí un periodo de tranquilidad (Convenio de Pavía, 1617).
Esa situación se rompió cuando los conflictos internos de los Habsburgo arrastraron a toda Europa a la Guerra de los Treinta Años (1618-48). Iniciada a propósito del enfrentamiento entre católicos y protestantes en Bohemia, la primera fase de la guerra (la correspondiente al reinado de Felipe III) enfrentó a España, aliada de Austria y de Baviera (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Liga Católica), contra los protestantes bohemios apoyados por el Palatinado (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Unión Protestante).
La victoria de las tropas españolas mandadas por Spínola en el Palatinado, y de las tropas de la Liga mandadas por Tilly en Bohemia, saldó esta primera fase en beneficio de los intereses españoles; pero la guerra se reanudaría en el siguiente reinado en un sentido mucho menos favorable. A la muerte del rey, la monarquía española conservaba íntegro su prestigio exterior, aunque en el orden interior se había afianzado la crisis económica, que se manifestaría plenamente en tiempos de su sucesor, Felipe IV.

La titulación variaba de unos territorios a otros, desde 1598 comprendía en su totalidad: Rey de Castilla y de León (como Felipe III), de Aragón, de Portugal, de las dos Sicilias (Nápoles y Sicilia) (como Felipe II), de Navarra (como Felipe V), de Jerusalén, de Hungría, de Dalmacia, de Croacia, de Granada, de Valencia, de Toledo, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Reino de Algeciras, de Gibraltar, de las islas Canarias, de las Indias orientales y occidentales, de las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña (como Felipe VI), de Brabante, Milán, Atenas y Neopatria, Conde de Habsburgo, de Flandes, de Tirol, de Barcelona, de Rosellón y de Cerdaña, Marqués de Oristán y Conde de Gociano, Señor de Vizcaya y de Molina.



Felipe III. Retrato de 1617 por Pedro Antonio Vidal. Museo del Prado, Madrid


Felipe III. Madrid, 14.IV.1578 – 31.III.1621. Rey de España y Portugal.

El que sería rey de la Monarquía hispana entre 1598 y 1621, había nacido en abril de 1578 en la villa de Madrid, hijo de Felipe II y su cuarta mujer, la reina Ana de Austria. Su nacimiento no llamó mucho la atención porque en esos momentos Felipe II contaba con al menos otro hijo varón, el príncipe Diego (1575-1582). La muerte de éste en 1582 transformó a Felipe en único heredero varón, destinado desde esos momentos a gobernar la extensa y compleja Monarquía de España. Su nuevo estatus, que los propagandistas de la época vieron como resultado del deseo divino —como lo demostraría la muerte de todos los hijos varones de Felipe II menos Felipe, don Carlos, Fernando, Carlos (1573-1575), y el citado don Diego—, fue ritualizado con el juramento que le otorgaron los reinos de Portugal (enero de 1583), Castilla (noviembre de 1584) y Aragón (marzo de 1585). Inmediatamente después de su juramento oficial como sucesor de Felipe II, comenzaron las tareas de transformar a Felipe en Monarca.

Se sabe, sin embargo, muy poco sobre su educación y sus actividades como príncipe hasta la década de 1590. En general, como en el caso de otros príncipes, se conoce poco sobre las características particulares de su educación, que tuvo lugar bajo la atenta mirada de los oficiales de la casa del príncipe, hombres como Juan de Zúñiga, ayo y mayordomo mayor; García de Loaysa, tutor del príncipe; Gómez Dávila y Toledo, II marqués de Velada, mayordomo mayor en sustitución de Zúñiga; y Cristóbal de Moura, sumiller de corps, entre otros muchos. Siguiendo las doctrinas de la época, el príncipe Felipe aprendió, entre otras materias, Latín, Francés, Portugués y Geometría, trabajó con las obras de Cicerón, Plutarco, Aristóteles, Guicciardini y otros autores, muchos de los cuales Felipe tradujo al castellano.

Los documentos también indican que Felipe tenía un profundo conocimiento de las obras religiosas y frecuentemente participaba en ceremonias litúrgicas, sugiriendo que sin duda había internalizado que su destino era convertirse en máximo defensor de la Cristiandad.

Como resultado de esta educación, los súbditos de Felipe II parecían tener una opinión bastante positiva del heredero al trono a pesar de su débil constitución física, resultado de las numerosas enfermedades que sufrió durante su niñez y primera juventud.

Algo que a todos llamaba la atención era la poca experiencia política del príncipe, pero esto cambió desde comienzos de la década de 1590. A partir de esas fechas, Felipe II tomó una serie de decisiones que permitieron darle a Felipe III la formación y experiencia del mundo político de su tiempo. A partir de 1593, el rey Felipe comenzó a participar en las reuniones de la llamada Junta de Gobierno, un comité creado por Felipe II para ayudarle a coordinar las labores de las instituciones políticas de la Monarquía, una junta que estaba encabezada por el archiduque Alberto, sobrino de Felipe II, y compuesta de algunos de los ministros más importantes del momento: Cristóbal de Moura, el marqués de Velada, Juan de Idiáquez y Diego Fernández de Cabrera, conde de Chinchón. Además de participar en las deliberaciones de la Junta y de reunirse en privado con el archiduque y Cristóbal de Moura, Felipe III también comenzó a ayudar a su padre en ciertas actividades públicas, aunque en este caso parece claro que estas nuevas responsabilidades no fueron únicamente resultado de la voluntad política de Felipe II, sino también de su creciente debilidad física.

La participación de Felipe III en la administración de los negocios públicos además de darle mayor experiencia le acercó a los conflictos políticos y a los grupos de poder que caracterizaban la vida de la Corte en ese período. En la década de 1590 la conflictividad faccionaria que había caracterizado las primeras décadas del reinado de Felipe II había ciertamente desaparecido, pero ello no excluía la existencia de otros problemas y conflictos. Los más importantes eran un activo debate político sobre la naturaleza de la gobernación de la Monarquía y los derechos y deberes de monarcas y reinos, y la otra, una intensa batalla por controlar el favor del Rey y del príncipe. Don Felipe, al igual que su padre Felipe II, nunca mostró con claridad cuáles eran sus creencias políticas más generales.

Aunque el debate entre aquellos que propugnaban una visión “constitucionalista” de la Monarquía y aquellos que propugnaban una visión más “absolutista” del poder real fue muy intenso en la década de 1590, poco se sabe de las reacciones del Rey y el príncipe.

Sí se sabe que Felipe III decidió optar por señalar que uno de sus cortesanos, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, históricamente conocido como duque de Lerma, era su favorito y que así lo sería una vez ocupase el trono. Esta decisión, que al principio fue recibida como evidencia de que Felipe III estaba simplemente siguiendo la práctica política de la época, con el tiempo provocó fuertes conflictos en el corazón de la Monarquía y habría de influir fuertemente en la opinión que sobre este Monarca tuvieron contemporáneos e historiadores posteriores.

Cuando sólo llevaba unos meses como Monarca, Felipe III se casó en abril de 1599 con Margarita de Austria (1584-1611) en la ciudad de Valencia. Tuvieron ocho hijos, aunque no todos ellos pasaron de la niñez: Ana (1601-1666), reina de Francia desde 1615 después de su matrimonio con Luis XIII; María, nacida en Valladolid el 1 de enero de 1603 y muerta en marzo del mismo año; Felipe, heredero de la Corona con el título de Felipe IV (1605-1665); María (1606-1646), futura emperatriz de Alemania por su matrimonio con el emperador Fernando (1637-1657); Carlos (1607-1632); Fernando (1609-1641), conocido como el Cardenal-Infante; Margarita (1610-1617); y Alfonso (1611-1612).

A lo largo de su reinado, la decisión de Felipe III de promover al duque de Lerma como su ministro principal y favorito nunca conllevó por su parte una completa dejación de sus responsabilidades. El Rey seguía teniendo la última palabra sobre qué medidas tomar o qué políticas desarrollar, pero su reinado sí se caracterizó por importantes cambios en la forma de dirigir la Monarquía. Aunque el Monarca seguía tomando las últimas decisiones, ahora éstas se producían después de un mayor nivel de debate y consulta entre sus ministros y servidores. A diferencia del reinado de Felipe II, en el que generalmente el Monarca tomaba sus decisiones después de recibir los informes de los Consejos y otras instituciones reales, a Felipe III le llegaban estas consultas y consejos después de haber sido previamente discutidos por el duque de Lerma y un Consejo Privado formado por, además de Lerma, Juan de Idiáquez, el marqués de Velada y Juan de Zúñiga, conde de Miranda. Esta forma de gobierno fue vista por muchos contemporáneos como el único sistema posible para hacer frente a la creciente complejidad de la vida política.

Que Felipe III no fue un Monarca que se desinteresase de sus obligaciones lo demostrarían muchas de las medidas que se tomaron durante su reinado, todas ellas orientadas a sustentar el poder de la Monarquía tratando de racionalizar su situación financiera y administrativa, y replanteándose el papel de la Monarquía hispana en relación con Europa y los territorios no europeos de la Monarquía. Aunque errónea en muchos aspectos, durante el reinado de Felipe III hubo intentos de desempeñar las maltrechas finanzas reales, así como evitar que fuese Castilla el único reino peninsular que ayudase a hacer frente a los costes del imperio. Mucha de la responsabilidad del fracaso de estas y otras muchas medidas no se debe a la incapacidad de Felipe III, cuanto a la existencia de desajustes administrativo-políticos. La detención en 1608 de Alonso Ramírez de Prado y Pedro Franqueza, importantes miembros del equipo de gobierno, mostró a los contemporáneos la existencia de una elevada corrupción, pero también la existencia de fuertes conflictos políticos que impedían la implementación de importantes medidas reformistas. La declaración de bancarrota que se produjo en 1608, pondría de manifiesto la desesperación de un régimen que después de diez años no había sido capaz de reducir las presiones fiscales, económicas y políticas que habían heredado del reinado anterior y que se habían conformado como el programa de gobierno de Felipe III y su valido Lerma.

Pero quizás las medidas más importantes tomadas por Felipe III fueron las relaciones entre España y otros poderes europeos, sin duda las acciones y temas que más tiempo ocuparon en la actividad de Felipe III y también los que más han influido en la visión que los historiadores tienen de Felipe III. Al igual que en la situación interna, Felipe III también hubo de tener en cuenta la herencia que recibía de su padre, una herencia compleja y profundamente peligrosa. Al comienzo de su reinado, Felipe III debía enfrentarse a una situación de casi guerra total y a unas finanzas nada halagüeñas que hacían que la situación de la Monarquía apareciese como muy delicada.
 Con la excepción de Francia, con la que Felipe II había firmado un acuerdo de paz en 1598 (la Paz de Vervins), la Monarquía hispana estaba en abierto conflicto con las Provincias Unidas en los Países Bajos, y con la Inglaterra todavía liderada por la reina Isabel. Además las relaciones con Francia eran, si no de conflicto abierto, sí de creciente tensión, mientras se mantenía el peligro pirata y la amenaza turca en el Mediterráneo y todo parecía indicar que la estabilidad de la península italiana también estaba en peligro amenazando el poder español en un territorio considerado de fundamental importancia estratégica para España.

Al comienzo de su reinado, al menos en las declaraciones a sus ministros más importantes, Felipe III pareció indicar que iba a continuar la política de su padre, basada en la idea de que cualquier muestra de debilidad, cualquier abandono de posiciones en Europa, abriría las puertas a la definitiva pérdida de poder y control territorial. Ésas fueron sus palabras en la reunión que el Consejo de Estado celebró en el nuevo reinado, cuando Felipe III se declaró, como su padre, defensor de la Iglesia y la fe católica, y del prestigio y reputación de la Monarquía hispana, una declaración de principios que tenía como contrapartida la continuación de una estrategia militar y política activa.

Pero las realidades políticas y financieras eran más tozudas que las grandes estrategias, y ya desde comienzos del reinado se dejaron oír voces en contra de mantener la política seguida por Felipe II. No se ponía en cuestión el derecho a la guerra, defensiva u ofensiva, como opción para defender los intereses españoles y católicos, sino la oportunidad de mantener el mismo nivel de activismo militar y político.

Lo que Felipe III comenzó a recibir como consejo era que, dada la situación interna de la Monarquía, lo que había que hacer era determinar qué conflictos se podían acabar, y cuáles había que mantener. Ciertamente desde 1600, pero más claramente desde 1602, cuando la salud de la reina Isabel comenzó a indicar con claridad el comienzo del fin, todos los consejeros parecían indicar que era necesario acabar primero con la guerra con Inglaterra, y así se produjo con el tratado de Londres firmado primero por el rey inglés Jacobo en 1604, y por Felipe III en 1605. Siguiendo con esta política, Felipe III ordenó se respetasen los acuerdos con Francia e incluso se llegó a proponer un plan de reforzamiento de la amistad a través de las dobles bodas de los dos futuros monarcas, Luis XIII de Francia y Felipe IV, con Ana de Austria e Isabel de Borbón, respectivamente.

El conflicto más difícil de resolver era sin duda el de los Países Bajos, resultado de las revueltas producidas en la década de 1560. Aunque las Provincias Unidas se habían autodeclarado independientes a finales de la década de 1580, el monarca español las consideraba como parte de los territorios sobre los que ejercía total soberanía, y consideraba que de aceptar una paz que no dejase claro este aspecto sería como declarar en público que la única forma de obtener privilegios políticos y religiosos era rebelarse contra las autoridades.

Las instrucciones de Felipe III a sus enviados muestran con claridad el dilema en el que se encontraba: la necesidad de defender la integridad de la Monarquía, y al mismo tiempo la clara conciencia de que los enormes gastos de la intervención militar estaban haciendo peligrar a la Monarquía en su totalidad. No es ninguna sorpresa que fuese en 1609 poco después de la bancarrota de 1608, cuando Felipe III aceptó como inevitable la firma de una tregua temporal de nueve años con los “rebeldes” flamencos. Aunque no se obtenía garantía de que los súbditos flamencos volviesen a aceptar al monarca español como su legítimo señor, al mismo tiempo tampoco se cedía en nada sustancial y se obtenía un cierto respiro fiscal y político. Acompañando a esta medida, Felipe III tomó otra importante decisión en esas mismas fechas: la expulsión de los moriscos de la Península Ibérica, una expulsión que duró desde 1609 a 1614 y que se justificó aduciendo que los expulsados eran falsos cristianos y aliados de los eternos enemigos de España.

Aunque éstas no fueron las únicas medidas tomadas por Felipe III durante su reinado, sí fueron las más significativas. Lo han sido desde la perspectiva de los historiadores, pero también en su tiempo. A pesar de las dificultades que estaba viviendo la Monarquía, grupos de ministros y servidores reales empezaron en la segunda mitad del reinado a cuestionar estas medidas y resoluciones. En relación con Europa, por ejemplo, se cuestionaba especialmente las actitudes hacia las Provincias Unidas y Francia. Se decía que el resultado de las mismas no estaba produciendo el reforzamiento de la Monarquía sino el de sus enemigos, y además causaba la pérdida de una reputación que simbólicamente había protegido a España internacionalmente.

Las decisiones de política internacional adoptadas bajo Felipe III, y la Paz de Asti con Saboya en 1615 parecían confirmar estos temores, comenzaban a verse no como medidas de protección, sino de claudicación y por ello directamente responsables, si no se ponía coto inmediato, del ocaso del poder español.

Los debates provocados por la existencia de dos visiones distintas sobre el papel y la actitud de España en el contexto europeo tuvieron una gran influencia en Felipe III y en las determinaciones que tomó en los últimos años de su reinado. Al igual que en el ámbito interno, en el externo también hubo una suerte de crisis de confianza en las políticas adoptadas por el Rey. Muchos de los ministros que servían en los reinos no peninsulares comenzaron a partir de 1615-1616 a tomar iniciativas propias, especialmente los virreyes que servían en Italia, la mayoría de ellas en contra de la filosofía que había dominado en la Corte hasta esas fechas.
 La alternativa a la declinación del poder hispano sólo podía ser la adopción de medidas más duras hacia los enemigos políticos más evidentes, Francia, Venecia, y los grupos “reformados” que conspiraban en el corazón del imperio. Felipe III se resistió, todavía influido por la presencia y las ideas de Lerma y sus seguidores. Pero en 1618 la situación cambió de forma radical. Las razones fueron principalmente dos. La primera el inicio de lo que se llamaría la Guerra de los Treinta Años con la rebelión de Bohemia en contra del futuro emperador Fernando II, familiar y aliado de Felipe III y la Monarquía hispana. La segunda, la existencia en la Corte de un grupo de ministros que, liderados por Baltasar de Zúñiga, deseaban apoyar de pleno al Emperador en contra de los rebeldes y con ello iniciar una nueva fase en la política española hacia Europa.
 La decisión de Felipe III de aceptar las propuestas de Zúñiga y sus aliados certificó el regreso de una política española más militante en la escena europea, y también la subida al poder de ministros y consejeros que habían colaborado en la caída del otrora poderoso valido Lerma.

Pero para Felipe III este “renacimiento” de la España militante no supuso ninguna renovación de su reinado ni una nueva valoración de sus actitudes personales y políticas por parte de sus súbditos. Mas por el contrario, los cambios políticos que se produjeron desde finales de 1618, y el creciente sentimiento de que los veinte años previos habían sido una oportunidad perdida para la restauración de España debido a la corrupción política y la adopción de medidas equivocadas en la solución de los problemas internos y externos, postraron a Felipe III en una situación de creciente melancolía. Aunque siguió adoptando medidas, una de ellas su decisión de visitar por primera vez en su reinado el reino de Portugal (un viaje que se celebró en 1619), en realidad los últimos años de su gobierno lo fueron de tristeza y falta de salud. 
Aunque no se sabe a ciencia cierta los motivos de su enfermedad en la vuelta de su viaje de Portugal, sí se afirma que su estado melancólico, y sin duda depresivo, hizo más difícil su recuperación. La segunda y definitiva fase de su enfermedad, que comenzó en 1620, no hizo más que confirmar que Felipe III ya no tendría la oportunidad de rehacer su reinado. Se dice que ya en su lecho de muerte pidió al cielo otra oportunidad de reinar, con la promesa de que lo haría de manera diferente, al estilo de su padre Felipe II, una triste conclusión de su gobierno. La enfermedad que lo llevaba persiguiendo desde 1619, y sin duda su depresión, le condujeron a su muerte a finales de marzo de 1621 con sólo cuarenta y tres años de edad.

La muerte del Felipe III no acalló los comentarios críticos sobre su personalidad y reinado. La valoración que hicieron sus contemporáneos y los historiadores de las centurias siguientes ha sido en general muy negativas.

Las palabras que mejor resumen esta pobre visión del Monarca son las que escribió Francisco de Quevedo en su célebre reflexión sobre el reinado de Felipe III, Anales de quince días:
 “Yo escribo en el fin de una vida y en el principio de otra: de un monarca que acabó de ser rey antes de empezar a reinar”. 
Esta visión del Monarca como una suerte de marioneta de los tiempos y de sus consejeros ha pervivido hasta finales del siglo XX. Desde esas fechas, una nueva generación de historiadores ha permitido, si no una completa vindicación personal de Felipe III, sí al menos una revaloración de su reinado y de las decisiones que tomó en un delicado momento.

Bibl.: G. Costa, Ragionamiento sopra la triegua de Paesi Bassi, Genoa, 1610; J. Salazar, Política española, Logroño, Diego Marés, 1619; Fray F. de Barreda, Sermón a la muerte de Philipo III, Toledo, 1621; A. Castro Egas, Eternidad del rey don Felipe Tercero, nuestro señor el piadoso. Discurso de su vida y santas costumbres, Madrid, viuda de Alonso Martín, 1629; G. González Dávila, Historia de la vida y hechos del ínclito monarca, amado y santo don Felipe Tercero [1632], Madrid, Joachin de Ibarra, 1771; J. Yáñez, Memorias para la historia de don Felipe III, rey de España, Madrid, en la Oficina Real, por Nicolás Rodríguez Franco, 1723; L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España, desde 1599 hasta 1614 [c. 1614], Madrid, Imprenta de J. Martín Alegría, 1857; P. Boronat y Barrachina, Los moriscos españoles y su expulsión. Estudio histórico-crítico, Valencia, Imprenta de Francisco Vives y Mora, 1901, 2 vols.; R. Martorell Téllez-Girón (ed.), Cartas de Felipe III a su hija Ana, Reina de Francia (1616-1618), Madrid, Imprenta Helénica, 1920; F. Gauna, Relación de las fiestas celebradas en Valencia con motivo del casamiento de Felipe III, ed. de S. Carretes Zacarés, Valencia, 1926; R. Kennedy, “The Madrid of 1617-25. Certain Aspects of Social, Moral, and Educational Reform”, en VV. AA., Estudios Hispánicos: Homenaje a Archer M. Huntington, Wellesley, Wellesley College, 1952; P. Williams, “Philip III and the Restoration of Spanish Government, 1598-1603”, en English Historical Review, 88 (1973), págs. 751-769; P. Brightwell, “The Spanish system and the Twelve Years’ Truce”, en English Historical Review, 89 (1974), págs. 270-292; A. Bombín Pérez, La cuestión de Monferrato (1613-1618), Vitoria, Colegio Universitario de Álava, 1975; P. Brightwell, “The Spanish origins of the Thirty Years’ War”, en European Studies Review, 9 (1979), págs. 409-431; “Spain and Bohemia: the decision to intervene, 1619”, en European Studies Review, 12 (1982), págs. 117-141; F. Tomás y Valiente, Los validos en la monarquía española del siglo XVII, Madrid, Siglo XXI Editores, 1982; C. Pérez Bustamante, La España de Felipe III, en J. M. Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXIV, Madrid, Espasa Calpe, 1983; A. Feros, “Felipe III”, en A. Domínguez Ortiz (dir.), Historia de España, VI. La Crisis del Siglo XVII, Barcelona, Planeta, 1988, págs. 8-67; B. J. García García, La pax hispánica. Política exterior del duque de Lerma, Leuven, University Press, 1996; J. A. Escudero, “Los poderes de Lerma”, en Administración y estado en la España moderna, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1999; P. Allen, Felipe III y la Pax Hispánica, 1598-1621: el fracaso de la gran estrategia, Madrid, Alianza Editorial, 2001; A. Feros, El duque de Lerma. Realeza y favoritismo en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons Historia, 2002; J. Martínez Millán y M. A. Visceglia (dirs.), La Monarquía de Felipe III: la Casa del Rey, Madrid, Fundación Mapfre, 2008.



 Reina Margarita de Austria.



 
Aldo  Ahumada Chu Han 

(Graz, Austria, 25 de diciembre de 1584 - San Lorenzo de El Escorial, 3 de octubre de 1611) fue reina consorte de España y Portugal (1599-1611) por su matrimonio con el rey Felipe III.

Biografía

Margarita de Austria, archiduquesa de Austria desde su nacimiento, fue hija del archiduque Carlos II de Estiria (1540-1590), hijo del emperador Fernando I, y de María Ana de Baviera (1551-1608). Margarita de Austria contrajo matrimonio por poderes en 1599 con el rey Felipe III en Ferrara por el papa Clemente VIII. Se celebró la doble boda, entre ella y Felipe III, y la infanta Isabel Clara Eugenia y el archiduque Alberto de Austria. El enlace fue confirmado en Madrid.
El matrimonio entre los reyes desarrolló un vínculo estrecho que se afianzó más aún con el nacimiento de su primogénito varón en 1605. El cariño de su esposo le valió ser una de las figuras influyentes en la corte de Felipe III.
Como muchas mujeres de la casa Habsburgo, la reina Margarita era considerada una hábil política. Era una gran protectora y mecenas de las artes, además de una ferviente católica.
Junto con la emperatriz María, viuda del emperador Maximiliano II y abuela del rey, y la hija de esta, Margarita, formaron un círculo de mujeres influyentes en torno al rey. Le recordaron al rey, el estatus de España dentro de la Europa Católica, manteniendo el espíritu de la Contrarreforma que inició Carlos I de España y su alianza con la rama imperial de la familia. Gracias a su intervención, por ejemplo, apoyo militarmente a Fernando II.
La reina Margarita de Austria se opuso a los abusos e influencia del duque de Lerma, valido de su esposo, sobre los asuntos de gobierno. Éste, en un primer momento, logró que la reina perdiese influencia en la Corte, pero Margarita de Austria, con ayuda del confesor real fray Luis de Aliaga, consiguió que se iniciara una investigación que dejó al descubierto el entramado de corrupción que rodeaba al duque de Lerma y sus colaboradores. Algunos de éstos, como Rodrigo Calderón, fueron declarados culpables. El duque de Lerma logró quedar absuelto aunque tuvo que abandonar la vida pública en 1618. La reina Margarita, promotora de este proceso, no pudo ver la caída del valido porque había fallecido siete años antes a consecuencia de las complicaciones que sufrió durante su último parto.
En 1611 fundó el Monasterio de la Encarnación de Madrid.
Fue la abuela materna de Luis XIV de Francia y del emperador Leopoldo I de Habsburgo, ambos enemigos irreconciliables.



Descendencia

La reina Margarita y Felipe III tuvieron ocho hijos:

  • Ana María Mauricia (22 de septiembre de 1601 - 20 de enero de 1666), reina consorte de Francia, esposa de Luis XIII.
  • María de Austria (1 de febrero de 1603 - marzo de 1603).
  • Felipe (8 de abril de 1605 - 17 de septiembre de 1665), futuro Felipe IV.
  • María Ana (18 de agosto de 1606 - 13 de mayo de 1646), emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, esposa de Fernando III.
  • Carlos (15 de septiembre de 1607 - 30 de julio de 1632).
  • Fernando (16 de mayo de 1609 ó 24 de mayo de 1610 - 9 de noviembre de 1641), conocido como el Cardenal-Infante.
  • Margarita Francisca de Austria (24 de mayo de 1610 - 1617), muerta a la edad de 7 años.
  • Alfonso de Austria (*/† 22 de septiembre de 1611).


 Reina Margarita de Austria



Margarita de Austria. Graz, Estiria (Austria), 25.XII.1584 – El Escorial (Madrid), 3.X.1611. Reina de la Monarquía hispana (1598-1611).


Hija del archiduque Carlos de Austria-Estiria y de María de Baviera, Margarita de Austria nació en el castillo de Graz, perteneciente a su familia en el Estado de Estiria, parte de los territorios controlados por los Austrias. Parece claro que Felipe II eligió a Margarita, quien contaba con catorce años de edad cuando se casó, como esposa para su hijo y heredero, el príncipe Felipe, como prueba de que una de sus prioridades era mantener y reforzar la unidad dinástica de los Austrias en un momento de profunda crisis política y militar en Europa. Después de recibir una estricta educación católica en su entorno familiar, Margarita partió con su madre María de Baviera hacia la Península Ibérica a finales de 1598. El 13 de noviembre de 1598 se celebró la boda por poderes en Ferrara, y el 18 de abril de 1599, ya en Valencia, se confirmó el matrimonio en presencia de Felipe y Margarita.

Durante sus trece años de matrimonio, Felipe y Margarita tuvieron ocho hijos, aunque no todos ellos pasaron de la niñez: Ana (1601-1666), reina de Francia desde 1615 después de su matrimonio con Luis XIII; María, nacida en Valladolid el 1 de enero de 1603 y muerta en marzo del mismo año; Felipe, heredero de la Corona con el título de Felipe IV (1605-1665); María (1606-1646), futura emperatriz de Alemania por su matrimonio con el emperador Fernando (1637-1657); Carlos (1607-1632); Fernando (1609- 1641), conocido como el cardenal-infante; Margarita (1610-1617); y Alfonso (1611-1612).

A pesar de que, oficialmente, la Reina tenía pocas, o ninguna, responsabilidades en la gobernación de la Monarquía, los contemporáneos entendían que su cercanía al Monarca daba a la Reina al menos la posibilidad de actuar como portavoz de varios intereses e incluso de ejercer una clara influencia política desde su posición de poder. Éste fue, sin duda, el caso de Margarita de Austria. Aunque sus primeros años en la Corte española fueron difíciles debido a su juventud, su desconocimiento de la realidad española y los intentos del duque de Lerma de limitar su influencia y sus conexiones, a partir de 1602 existen claras evidencias de que Margarita participó activamente en el proceso de toma de decisiones, y también en los conflictos políticos que se produjeron durante la primera mitad del reinado.
 Aunque al principio de su estancia en España, Margarita hubo de ver cómo la mayoría de sus servidores alemanes eran alejados de la Corte —una medida, por lo demás, adoptada rutinariamente por todas las Monarquías europeas del período— ya en 1602 contaba con contactos suficientes, además de con la ayuda de su confesor Richard Haller y su dama favorita, la también austríaca María Sidonia Riderer, para ser parte activa de la vida política del momento.

 En 1602, por ejemplo, algunos de los aliados del favorito real, el duque de Lerma, asociaban a la Reina con aquellos que buscaban la caída del valido, y así se descubrió en los interrogatorios de algunos de los detenidos por lo que se conoció como la “conspiración de la marquesa del Valle”, Magdalena de Guzmán, y que acabó con la detención y expulsión de la Corte de la marquesa y otras damas de palacio.
Los informes del embajador del emperador alemán en España, Franz Christoph Khevenhüller, conde de Franquenburg, indican que en el Imperio se contaba con que Margarita habría de ejercer su influencia en defensa de los intereses de la rama austríaca de la familia, unos intereses que creían en peligro por la política supuestamente aislacionista de Lerma.

La participación de la Reina y sus aliados en los debates y luchas políticas del período se incrementó a partir de 1606 coincidiendo con las primeras grandes crisis del régimen encabezado por el duque de Lerma.

El contexto de esta participación fue claramente expresado por el informe que el embajador alemán, envió al Emperador en 1606. En este informe se destacaban los intereses comunes que todos aquellos que defendían a la rama austríaca debían resaltar —la defensa a ultranza de una política común dinástica hacia Europa—, pero también se indicaba cuáles eran los dos puntos débiles del régimen que debían ser utilizados para debilitar a Lerma y su facción: las prácticas corruptas de muchos de sus miembros, y la aparición de divisiones internas en la facción.
Las actuaciones de Margarita de Austria, las oficiales y las informales, indican que ésta fue la estrategia que ella y sus aliados siguieron. Especialmente desde 1606, el grupo de influencia cercano a la Reina —y ella misma— presionó al Monarca para que comprobase que algunos aliados y clientes de Lerma, encargados de la administración fiscal, no estaban mintiendo o utilizando las arcas reales en su propio beneficio.
La detención y juicio de varios de estos ministros en 1607, más significativamente Alonso Ramírez de Prado y Pedro Franqueza, parecía dar la razón a este grupo de cortesanos que representaba al régimen de Lerma como uno de los que estaba provocando la total corrupción de la Monarquía.

Desde 1608 las actividades de este grupo de presión integrado, entre otros, por la Reina continuaron en esta línea, centrándose ahora en uno de los personajes más importantes del período, Rodrigo Calderón.
Aunque Calderón fue capaz de evitar su detención en 1607, desde 1608 su presencia en la Corte como aliado y cliente de Lerma fue señalado como símbolo de los males del reinado. El régimen de Lerma, decían, permitía la fortuna de hombres como Franqueza, Ramírez de Prado y, sobre todo, Calderón. De hecho, los informes de los embajadores extranjeros en Madrid y otros informes del período, hablan de que Margarita de Austria tenía una profunda animadversión hacia Calderón, y que no habría de parar hasta que fuese detenido y enjuiciado.
Todos aseguraban también que este odio hacia Calderón tenía en última instancia como objetivo acabar con la privanza de Lerma y su régimen.
Margarita de Austria cayó, sin embargo, enferma inmediatamente después del nacimiento de su último hijo, Alfonso, sucedido el 22 de septiembre de 1611.

Pocos días después, el 3 de octubre de 1611, Margarita moría en el palacio de El Escorial. Las razones, como desde siempre se ha reconocido, de su enfermedad y muerte fueron complicaciones por el parto, algo habitual en ese período. Pero en el contexto político de tensión y enfrentamiento referido con anterioridad, los rumores indicaban que habían sido Calderón y sus aliados los que habían provocado la muerte de la Reina. Públicamente comenzaron a oírse voces que explícitamente acusaban a Calderón de asesinato, mientras se aseguraba que Felipe III habría de ordenar una rápida limpieza de su reinado por el amor y respeto que sentía por Margarita.

Nada de esto sucedió de inmediato, pero sí es cierto que desde 1611 la imagen pública de Margarita fue la de una suerte de mártir, quien habría sufrido la persecución política debido a su benéfica influencia sobre Felipe III. Esta visión de Margarita como “santa y mártir” fue ya construida inmediatamente después de su muerte, en los muchos sermones predicados en su honor, especialmente en los preparados por el padre Florencia. Esta visión se convirtió en versión oficial gracias a la biografía de la Reina publicada por Diego de Guzmán en 1617. La valoración actual de Margarita de Austria ha seguido insistiendo en estas interpretaciones, pero su vida y acciones han servido también para probar que el mundo político del siglo XVII era más complicado que el descrito en historias más tradicionales.
Un mundo político descrito en general como completamente dominado por hombres, con las mujeres como simples sujetos pasivos sin derechos a participar en el mundo político o las actividades gubernamentales.
La vida y acciones de Margarita de Austria han ayudado a demostrar que la situación era muchísimo más compleja, mucho más interesante, con mujeres ejerciendo no sólo influencia informal, sino con posibilidades de afectar profundamente la vida política de una Monarquía como la española.


Bibl.: G. de Florencia, Sermón que predicó a la Majestad del rey don Felipe III en las honras que su Majd. hizo a la serenísima reina doña Margarita su mujer, en San Gerónimo el Real de Madrid a 18 de noviembre de 1611, Madrid, 1612; L. Cabrera de Córdoba, Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España, desde 1599 hasta 1614, c. 1614 (Madrid, Imprenta de J. Martín Alegría, 1857); D. de Guzmán, Vida y muerte de doña Margarita de Austria, reina de España, Madrid, 1617; A. Castro Egas, Eternidad del rey don Felipe Tercero, nuestro señor el piadoso. Discurso de su vida y santas costumbres, Madrid, por la viuda de Alonso Martín, 1629; G. González Dávila, Historia de la vida y hechos del ínclito monarca, amado y santo don Felipe Tercero [1632], Madrid, 1771; J. Yáñez, Memorias para la historia de don Felipe III, rey de España, Madrid, en la Oficina Real, por Nicolás Rodríguez, 1723; F. Gauna, Relación de las fiestas celebradas en Valencia con motivo del casamiento de Felipe III, ed. de S. Carretes Zacarés, Valencia, 1926, 2 vols.; M. J. Pérez Martín, Margarita de Austria, reina de España, Madrid, Espasa Calpe, 1961; C. Pérez Bustamante, La España de Felipe III, Madrid, Espasa Calpe, 1983; B. Mitchell, The Majesty of the State. Triumphal Progresses of Foreign Sovereigns in Renaissance Italy (1494-1600), Florencia, L. S. Olschki, 1986; A. Feros, “Felipe III”, en A. Domínguez Ortiz (dir.), Historia de España, vol. 6: La Crisis del Siglo XVII, Barcelona, Planeta, 1988, págs. 8-67; B. J. García García, La pax hispánica. Política exterior del duque de Lerma, Leuven, University Press, 1996; M. Sánchez, The Empress, the Queen, and the Nun: Women and Power at the Court of Philip III of Spain, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1998; A. Feros, El duque de Lerma. Realeza y favoritismo en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons Historia, 2002.



Colección de Felipe III
Leticia Ruiz Gómez

Los algo más de veinte años en que Felipe III ocupó el trono español (1598-1621) suelen interpretarse, en lo que a coleccionismo artístico se refiere, como una anodina continuidad, paréntesis oscuro entre los brillantes reinados de Felipe II y Felipe IV, los dos grandes referentes al respecto entre los llamados Austrias españoles. En una lectura más negativa, la más repetida, se explica ese paréntesis por la propia personalidad del rey, un personaje abúlico y oscuro, lleno de un intenso fervor católico y una incapacidad absoluta para los asuntos de Estado. Las dos sedes palaciegas en las que el reinado de Felipe III se centró fueron Valladolid, sede capitalina entre 1602 y 1606, y el Real Sitio de El Pardo. Hacia estos dos ámbitos se desplazó y reordenó una parte importante de las colecciones pictóricas de la Corona, además de la colección comprada al conde de Mansfeld en 1608 y algunos cuadros de la almoneda del cardenal Sandoval, fallecido en 1609. 

Al mismo tiempo, se redecoraron al fresco algunas estancias significativas de los palacios de Valladolid y El Pardo; en este último, y tras el incendio de 1604, las habitaciones del rey y de su esposa, Margarita de Austria, se dotaron de un programa iconográfico que aludía a las virtudes del regio matrimonio enlazando con figuras del Antiguo Testamento; además, se repuso la galería de retratos, acudiendo al principal retratista del reinado, Juan Pantoja de la Cruz. Santiago Morán, Bartolomé González, Rodrigo de Villandrando o Pedro Antonio Vidal también manejaron con asiduidad el género del retrato. Los principales artífices del entorno regio no fueron artistas excesivamente brillantes, pero su obra resulta muy representativa de los derroteros que la pintura del cambio de siglo había tomado. Una pintura que seguía mirando hacia Italia, especialmente Roma, Florencia y Venecia, pero tamizada por el prisma escurialense, el influyente centro filipino que condicionó el quehacer artístico de la Península Ibérica durante una buena parte del siglo XVII.

Los hermanos Carducho -Bartolomé, proveedor de gran número de pinturas italianas en su calidad de marchante, y Vicente, el gran referente de la pintura madrileña a lo largo de todo el primer tercio del siglo-, Félix Castello, Eugenio Cajés, Jerónimo Cabrera o Juan de Mora son los ejemplos más significativos del periodo. Versátiles y bien formados, realizaron sobre todo pinturas de temática religiosa, concebida de forma monumental y expresiva, atenta a la iluminación y preocupada por una soltura pictórica procedente del mundo veneciano, en un estilo que suele definirse como ­manierismo reformado o primer naturalismo español. 

Esa forma de ­hacer marcó en buena medida la pintura de las distintas escuelas regionales. ­Caravaggio o el clasicismo renovado de los Carracci llegarían de forma sesgada, a través de pintores italianos de segunda fila -Borgianni o Nardi- o de artistas locales formados en aquella península (Orrente, Lanchares, Núñez del Valle). De entre todos ellos, el pintor más singular fue Juan Bautista Maíno, un artista excepcional que irrumpió en Toledo cuando el Greco estaba finalizando su carrera. Vinculado después a la corte como profesor de ­dibujo del príncipe heredero, no llegaría a desarrollar plenamente su carrera pictórica.

Bibliografía

Brown, Jonathan, La edad de oro de la pintura española, Madrid, Nerea, 1990.
Morán Turina, Miguel, «Los gustos pictóricos en la corte de Felipe iii», El arte de mirar. La pintura y su público en la España de Velázquez, Madrid, Istmo, 1997.
Pérez Sánchez, Alfonso E., «La crisis de la pintura española en torno a 1600», España en las crisis del arte europeo, Madrid, Instituto Diego Velázquez, csic, 1968.
Pérez Sánchez, Alfonso E., Pintura barroca en España. 1600-1750, Madrid, Cátedra, 1992.



La moneda de Felipe III sube en subasta y deja un récord inesperado en 2025

Una sala en silencio y el sonido metálico de las pujas bastaron para que Ginebra volviera a hablar de España. La casa Numismatica Genevensis, como informa EFE, colocó este lunes en el centro del mercado europeo una moneda de Felipe III cuyo valor ya había sorprendido hace años, y que ahora se dispara aún más.

Los asistentes —coleccionistas, marchantes y curiosos que olían aún al café de hotel servido a las 9.00— intuían que superaría expectativas. Lo que nadie sabía era cuánto. Y esa incógnita es la que ha movido a media Europa a mirar hacia una moneda que no está en circulación desde hace más de cuatro siglos.



El mercado esperaba cifras altas, pero el golpe de efecto llegó cuando Numismatica Genevensis anunció su cierre de martillo. En apenas tres pujas, el centén segoviano de 1609 —una pieza de oro acuñada bajo el reinado de Felipe III— escaló desde los 2 millones de francos suizos hasta situarse en cifras que lo colocan entre los objetos numismáticos más valorados de Europa.

 La expectación venía de lejos: su última venta databa de 2009, cuando ya había alcanzado los 800.000 euros, un hito entonces para España.

Quien haya visto alguna subasta recordará la mezcla de tensión y rutina: los susurros, los catálogos apoyados sobre el regazo, la espera.

 Esta vez había un elemento adicional, casi teatral: la pieza en cuestión pesa 339,35 gramos, lo que la convierte en una de las mayores monedas de oro del siglo XVII. Todo apuntaba a un resultado extraordinario, aunque no se conocía la magnitud real.


La cifra final se fijó en **2,4 millones de euros**, que tras sumar comisiones ascendió a **3 millones de euros**. 

El precio casi triplica su récord previo —los citados 800.000 euros de 2009— y coloca de nuevo al centén segoviano en la cúspide de la numismática española. “Se trata de una pieza irrepetible, y la rareza extrema siempre termina imponiéndose”, explicaba un experto citado en el catálogo de la casa suiza (2025).





Una moneda que nunca estuvo pensada para circular.

El centén era, en realidad, un objeto diplomático. Su valor nominal de 100 escudos equivalía entonces a varios años de salario de un trabajador medio, lo que en términos cotidianos del siglo XVII permitía comprar dos o tres mulas —algo así como adquirir hoy un pequeño utilitario urbano, salvando las distancias económicas. Era un símbolo de poder, no un medio de pago.

Solo existe un ejemplar conocido, lo que dispara su valor en un mercado donde la rareza se paga al máximo.
Acuñado en la ceca de Segovia, la más tecnológicamente avanzada del periodo gracias a los ingenieros traídos del Tirol por Felipe II.
Condición excepcional tras más de cuatro siglos, algo especialmente apreciado por museos y coleccionistas privados.
Comparativa europea: por encima de los 2,11 millones.

Hasta esta semana, la moneda más cara subastada en Europa Occidental era una pieza de 100 ducados de 1629, emitida en el Sacro Imperio Romano Germánico y rematada en 1,95 millones de francos (2,11 millones de euros). El centén segoviano ha superado holgadamente esa cifra, y lo ha hecho con apenas tres pujas. “Una velocidad así en la escalada de precio no es habitual en mercado europeo”, señalaba un analista español especializado en numismática (Informe 2025).

Si se mira el panorama global, la brecha es aún mayor: el récord absoluto continúa en manos de una moneda norteamericana de 20 dólares de 1933, vendida por más de 18 millones de dólares en 2021. Pero en la esfera hispana, este centén es ya el absoluto protagonista.

Un viaje que une Cuba, Barcelona, Suiza y Segovia

La trayectoria de la moneda también suma un aura narrativa que influyó en su valor. Perteneció a la célebre colección Caballero de Yndias, reunida por un coleccionista vasco residente en Cuba. En 2009 pasó a manos de un comprador suizo en una subasta celebrada en Barcelona por Áureo & Calicó. Más tarde cambió de propietario y, finalmente, volvió a asomarse este lunes a un estrado suizo para romper sus propios límites.
La ceca de Segovia, donde fue acuñada, fue una de las joyas tecnológicas del siglo XVI. Felipe II, con la mediación de su primo el archiduque Fernando II, importó a ingenieros austríacos del Tirol, entonces referente en maquinaria de acuñación mediante rodillos. Aquella tecnología permitía grabados más finos y uniformes. El centén es su máximo exponente.

¿Seguirán subiendo estas piezas únicas?

Es probable. La tendencia global en el coleccionismo de monedas históricas muestra incrementos sostenidos desde 2018, sobre todo en piezas con tres atributos: unicidad, procedencia documentada y excepcional conservación. En un mercado donde el oro ha alcanzado este año los 2.300 $/onza según datos del London Bullion Market Association (octubre 2025), el valor de los metales preciosos también empuja al alza.

Además, las subastas internacionales se han convertido en un refugio para patrimonios que buscan estabilidad frente a la volatilidad bursátil y geopolítica. Una de las citas consultadas para este artículo, fechada en septiembre de 2025, resume bien la situación: “Las piezas irrepetibles se están convirtiendo en activos patrimoniales más que en objetos de coleccionismo”.

En otras palabras: si el centén vuelve a subastarse algún día, quizá dentro de otra década, no es descartable que vuelva a batirse a sí mismo. Pero, de momento, su victoria ya es histórica.

El centén fue una moneda española de 100 escudos de oro emitida en 1609 bajo el reinado de Felipe III, también fue acuñada bajo los reinados de Felipe IV y Carlos II, tiene un peso de 359 gramos de oro. 

Centén segoviano de 1609

Características

Origen: España, acuñada en 1609, en los talleres del Real Ingenio de Segovia, edificio construido sobre un antiguo molino situado sobre el río Eresma, que en 1586 comenzó la acuñación de moneda.

Valor: 100 escudos.

Técnica: Acuñación.

Material: oro.

Diámetro: 7,15 centímetros.

Peso: 339,35 gramos.


El resultado fueron los primeros centenes, monedas de 338,3 gramos de oro que equivalen a 100 monedas de 1 escudo (como siempre, había cierta tolerancia en la ejecución; por ejemplo el que ahora subasta Numismatica Genevensis SA pesa 339,35 gramos). Su diseño, fiel al que eligió Felipe II en 1566 para las series de plata y oro, era una clara manifestación de propaganda imperial. En el anverso, aparece el escudo coronado de la monarquía hispánica con la marca de ceca de Segovia, el valor, la leyenda PHILIPPVS III D G y la inicial del ensayador. Esta inicial es una letra C que correspondía al ensayador Melchor Rodríguez del Castillo, un experimentado ensayador de Sevilla y Granada. En el reverso, presenta la cruz de Jerusalén, rodeada de una orla lobulada y la leyenda HISPANIARVM REX 1609.

Durante el resto del reinado de Felipe III se acuñaron centenes en tres ocasiones más, siempre por orden directa del Rey: en 1613 (6 ejemplares), 1618 (1 ejemplar) y 1620 (6 ejemplares).



FILOSOFÍA



LA LECTURA
Alva Noë, el filósofo encerrado en el Museo del Prado: "La mente no es mágica, pero tampoco puramente natural"


Entre Velázquez, El Bosco y Goya, Noë reflexiona sobre cómo el arte nos cambia, interrumpe nuestras rutinas perceptivas y revela que la conciencia es, ante todo, una forma de relación: "Los artistas son misteriosos. No creo que sepan lo que hacen"



Ricardo F. Colmenero
Actualizado Martes, 25 noviembre 2025 

Es muy fácil distinguir a los estadounidenses dentro del Museo del Prado porque son los que llevan gorra. Alva Noë (Nueva York, 1964) se quita sin embargo la suya para hablar con nosotros, como para destapar el tarro de sus esencias filosóficas. Como Ben Stiller en Noche en el Museo, Alva Noë se ha encerrado un mes en el Museo del Prado para ver si su filosofía cobraba vida en Goya, Velázquez y El Bosco.O más en concreto, si ellos cobraban vida en nosotros, sus visitantes. Si este profesor en la Universidad de Berkeley tiene razón y la mente no está en el cerebro, la veríamos vagando como un espíritu por los pasillos del Museo a través de la belleza. A ver si es verdad.

Pregunta  Empecemos al revés, ha pasado un mes en el Prado observando cómo miramos el arte. ¿Qué cree que verían Velázquez o El Bosco si pudieran observarnos ellos a nosotros, los visitantes del siglo XXI?

Respuesta. Esa es una gran pregunta. Los artistas crean sus obras y luego estas siguen su propio camino, viven su propia vida, y los artistas tienen poco que decir sobre ello. ¿Podría haber imaginado Velázquez que los cuadros que pintó para la realeza serían algún día propiedad del pueblo, y que él, Tiziano, Rubens y Goya colgarían juntos en un palacio moderno visitado por, literalmente, millones de personas normales y corrientes cada año? Ni de lejos. Una de las cosas que olvidamos es que mirar arte es difícil. De hecho, está hecho para ser difícil. Ver lo que sucede en un cuadro de Velázquez requiere concentración, esfuerzo, inteligencia, curiosidad y paciencia. Y el cuadro cambia mientras lo miras: se enfoca, se revela. Lo que hacen el Prado y otros museos es crear un lugar donde eso pueda ocurrir, un espacio en el que la gente tenga la libertad de mirar. Sospecho que Velázquez y los demás se sentirían profundamente agradecidos de ver sus obras vivas, creciendo y cambiando de esa manera.

P.-En su libro Strange Tools usted sostiene que el arte no es solo representación, sino también investigación. ¿Podemos decir que los artistas piensan con los materiales igual que los filósofos con las ideas?

R.-¿Qué hacen estos artistas? ¿Por qué nos importa? ¿Qué logran? Es verdad que crean imágenes, pero... hay muchísimas. Y cómo es posible que podamos mirar la misma imagen una y otra y otra vez, y seguir encontrándola interesante o fascinante. ¿Qué está pasando ahí? ¿De qué están hechos realmente sus trabajos? Sí, de pintura, pero también de ideas, de materiales, y del hecho de que nosotros mismos también somos seres materiales. Así que, de algún modo, creo que las obras de arte arrojan luz sobre la naturaleza de lo humano.

P. ¿Y qué nos enseñan del mundo?

R. Creo que todo arte -música, performance, pintura- nos permite sorprendernos del acto mismo de volvernos conscientes. Cuando entras en una galería al principio no hay nada: solo un objeto colgado en la pared. El otro día, por ejemplo, fui a ver el concierto de Radiohead: al principio es solo ruido, tienes que enfocarte, sintonizar. El arte te permite sorprenderte mientras haces eso. Y en realidad hacemos eso constantemente en la vida. Cuando conozco a alguien cultural o políticamente distinto de mí, o más joven, más mayor, trans, lo que sea, necesito conectar, necesito verlo, si quiero. No diría que el arte nos enseña a hacer eso, pero sí es un entorno en el que podemos cultivar esa capacidad de ver -y cuando digo ver me refiero a percibir, en general.

P. Usted afirma que el arte interrumpe nuestras rutinas perceptivas. ¿Qué significa eso?

R. Una de las cosas interesantes del arte es que siempre es más, y que se resiste las etiquetas. Ves el cuadro, lees el título, y no te da la respuesta: tienes que pasar tiempo averiguando qué es. En cierto modo, se niega a definirse, se niega a resumirse. Así que, para ver la obra, tienes que cambiar tú mismo, interrogar tus propias expectativas. Esa es la disrupción: no puedes confiar en el hábito. No basta con decir «ah, la Virgen María, ya sé». Si miro un El Greco, tengo que reorganizarme por completo para poder verlo. Y eso es productivo.

P. ¿Y el arte contemporáneo sigue cumpliendo ese papel de despertar perceptivo?

R.-  Sí, absolutamente. Incluso más que el arte del Prado, porque las obras antiguas dependen mucho del contexto histórico, mientras que con el arte contemporáneo compartimos contexto. Los artistas trabajan directamente con nosotros. Pero es difícil: la gente quiere seguridad, que le digan «esto es bueno, esto vale la pena, te debe gustar». Con el arte contemporáneo no se puede, porque no lo sabemos aún. Tienes que decidir tú.

P.-Ya que estamos en el Prado, ¿hay alguna obra o artista que nos enseñe especialmente a mirar?

R.-He visto dos. La primera La Anunciación de Fra Angelico. Es una pintura alucinante, su contenido religioso es muy poderoso. Y vi algo que nunca había visto antes: gente rezándole al cuadro, allí mismo, en la sala. Fue muy impactante. Esa pintura es todo un universo de ideas sobre el pasado y el presente, lo divino y lo mundano, lo geométrico y lo emocional. Si te acercas con la mente y el corazón abiertos, cambia ante tus ojos. Otro ejemplo serían unos cuadros de Jan Brueghel el Viejo, hechos en colaboración con Rubens, llamados Los cinco sentidos. Cada uno es una forma de exploración de un sentido. En el del tacto, por ejemplo, aparecen herramientas, armaduras, obreros trabajando... pero también pinturas de pinturas, porque los artistas reflexionaban sobre el propio arte. Recomiendo a cualquier visitante del Prado que los vea.

"La historia del arte es la historia de nosotros. Cambiamos, evolucionamos. Cuando alguien pregunta '¿existe la inteligencia artificial?', respondo: nosotros somos la inteligencia artificial"

P.- Si pudiera invitar a un pintor a hablar sobre conciencia y arte -Velázquez, Goya, Duchamp o Warhol-, ¿a quién elegiría y de qué cree que hablarían?

R.-Los artistas son misteriosos. No creo que ni siquiera ellos sepan realmente lo que hacen, o qué es eso tan importante que hacen. Pueden tener mucho que decir, pero su obra sigue siendo un misterio incluso para ellos mismos. El artista cuya obra modeló de manera más directa mi interés, fascinación y sed por la percepción es Cézanne. Él comprendió que pintar es hacer un experimento con la conciencia, y también cambiar el mundo. Pero todos los artistas hacen eso, en mayor o menor grado.

P.- El arte y la manera de percibirlo han evolucionado a lo largo de los siglos. ¿Eso ha supuesto una evolución o una involución de la conciencia humana?

R.- Trato ese tema en Strange Tools, pero lo desarrollo más en mi libro The Entanglement, que saldrá en España el año que viene. Creo que lo que los artistas crean realmente es a nosotros. La historia del arte es la historia de nosotros. Cambiamos, evolucionamos. Cuando alguien pregunta «¿existe la inteligencia artificial?», respondo: nosotros somos la inteligencia artificial.

P.-¿Puede el arte considerarse una forma de conocimiento al mismo nivel que la ciencia o la filosofía?

R.- Creo que el arte no nos da conocimiento. El arte nos cambia. No responde nuestras preguntas: nos da preguntas nuevas, y nos ayuda a ver las que estaban ocultas detrás de lo que creíamos saber. En realidad, la filosofía se parece más al arte que a la ciencia. Los filósofos, como los artistas, experimentan, y el valor de sus experimentos no está en enseñarte la verdad, sino en cambiar la manera en que ves lo que ya sabes. El arte y la filosofía son hermanos.

P.- ¿Cree que hemos desaprendido a mirar, especialmente la gente joven, por culpa de las pantallas?

R.- Todos los padres estamos preocupados con eso. Mi hija acaba de cumplir 14 años y ya tiene su primer móvil. Esperé hasta los casi 14 porque quería que aprendiera a mirar el mundo antes de mirar a través de un teléfono. Mirar es más difícil de lo que creemos. Pensamos que abrimos los ojos y ahí está el mundo, pero en realidad la mayor parte del tiempo no vemos nada: vamos de un sitio a otro sin mirar. Cultivar el interés por dejar que lo que está ahí se nos presente y nosotros presentarnos ante ello no es algo biológico, es algo espiritual, cognitivo, personal. Hay un dicho que cito en The Entanglement: «Si quieres ver algo nuevo, camina todos los días por el mismo camino». Mira, vuelve a mirar, mira otra vez. Y el arte es el lugar donde aprendemos eso. Las pantallas, en cambio, nos enseñan a hacer clic, deslizar, clic, deslizar... Es como si buscáramos la satisfacción de haber visto sin ver. Las pantallas son algo peligroso, pero no van a desaparecer. Tenemos que aprender a convivir con ellas. Quiero que mis hijos disfruten de un texto corto, pero también de una novela; de un vídeo de YouTube de un minuto, pero también de una película de Almodóvar que exige atención. Además, hoy en día la gente fotografía todo: la cena, el cuadro, incluso un beso. ¿Por qué? ¿Qué necesidad hay? ¿Es evasión o una nueva forma de ser conscientes? Aún no tenemos el veredicto.

P.- Si la mente no está en el cerebro, ¿qué tipo de ciencia necesitamos para estudiarla: biología, filosofía, teología?

R. Todas. El arte es nuestra forma de conocernos, no mediante información científica, sino mediante comprensión intuitiva. La ciencia debería mirar un poco de arte para entendernos. Los seres humanos somos como obras de arte: no somos fijos ni estables. La ciencia necesita objetos definidos, pero nosotros cambiamos continuamente, y al preguntarnos por nosotros mismos cambiamos más. Por eso no hay un Darwin, ni un Watson y Crick, de la mente humana. Eso revela que la conciencia no es fija: está siempre en un devenir. No es mágica, pero tampoco puramente natural. Es el trabajo que hace un ser vivo para relacionarse con su mundo, y depende del cerebro, del cuerpo, del entorno y de la cultura.

P.- Esa expansión inmaterial del cerebro, ¿sería el alma?

R.- En mi tradición intelectual no suelo usar la palabra alma, pero últimamente he empezado a pensar que quizá sea la palabra adecuada. Pero para mí el alma está encarnada: no es material, pero tampoco existe sin cuerpo. No hay alma sin cuerpo. Y no soy teólogo, así que debo ser prudente. Una de mis ideas es que no somos estáticos: estamos llegando a ser. Nos hacemos a nosotros mismos, en acción y en comunidad: familia, amigos, país, quizá iglesia. Somos más que cada uno de nosotros por separado.

P.- Nuestra capacidad tecnológica y las fake news no nos están poniendo fácil lo de aprender a mirar.

R.- La tarea de todo ser humano es estar presente. Permitir que el mundo se nos muestre, y eso no viene gratis: hay que trabajarlo. La verdad es muchas cosas, porque está conectada a historias: poéticas, míticas, fantásticas... y todas contienen verdad. Pero lo fundamental es mostrarse, sintonizar, relacionarse con el mundo. Debemos luchar contra la propaganda y los mecanismos de control que nos impiden hacerlo.

P.- En Out of Our Heads invita a «salir de nuestras cabezas», pero no sé qué hay en ellas viendo el debate político actual. ¿Cree que el mundo necesita con urgencia una especie de terapia de fuga mental?

R. Vivimos en un mundo en crisis. No hay duda. Guerras, pandemias, inflación, desastre climático, migración. Convivimos con el miedo, y el miedo nos lleva a tomar malas decisiones. Lo que defiendo en el libro es que ya estamos, y siempre hemos estado, fuera de nuestras cabezas, en el sentido de que somos lo que somos, como individuos, en comunidad. Creo que son estas las que necesitan terapia. Hablando como estadounidense, y refiriéndome solo a mi propia sociedad, es más importante que nunca mirar a nuestros conciudadanos con amor, aprecio y amabilidad, y trabajar para transformar el miedo en una sensación de seguridad y posibilidad.

P.-  Si la inteligencia artificial aprende a ver, hablar y crear arte, ¿eso es percepción o simulación? ¿Qué le falta para que surja una conciencia verdadera? 

R.-Lo fundamental es recordar que la inteligencia artificial es una herramienta. Un instrumento nuestro. La hemos hecho para jugar a nuestros juegos. No inventa los suyos. Habla nuestro idioma, hace arte para nosotros, traduce para nosotros, nos sirve. Toda la inteligencia, la creatividad, el significado y el valor son nuestros. No hay más mente dentro de una inteligencia artificial que dentro de mi lápiz.

P.-Sostiene que la conciencia es algo que hacemos, no algo que tenemos. ¿Pero no sé qué tipo de conciencia estamos haciendo rodeados de notificaciones, algoritmos y asistentes virtuales que parecen conocernos mejor que nosotros mismos?

R.- Planteas una pregunta importante. ¿Es posible estar totalmente dispersos cuando estamos totalmente conectados? Sí. Y no hay duda de que los nuevos medios están cambiando nuestros hábitos de atención, imponiendo nuevos límites a nuestra paciencia. ¡Los jóvenes encuentran las películas muy largas! Nos hemos acostumbrado a esas dosis breves, intensas y rápidas de noticias, sabiduría o ingenio. Y los asistentes de IA que completan nuestros pensamientos contribuyen a la aceleración imparable de casi todo. También resulta alarmante que esas notificaciones y algoritmos sean creados y difundidos por personas que no necesariamente tienen en mente nuestros mejores intereses. Al mismo tiempo, hay motivos para cierto optimismo. Es verdad que todo lo nuevo no deja de ser una reinvención de lo que vino antes. Hubo una época en que se pensaba que la televisión nos arruinaría. Y mucho antes la gente se preocupaba por los efectos a largo plazo de la escritura. Así que quizá los jóvenes encuentren maneras de controlar estas nuevas formas de conectividad para que sean realmente eso: fuentes de conexión, amistad y comunidad. ¿Qué sería de nuestras vidas sin la escritura? ¿Sin televisión? ¿Sin mensajes de texto? ¿Sin inteligencia artificial? Son preguntas importantes en las que vale la pena pensar.

P.-Después de tanto tiempo reflexionando sobre la percepción, ¿queda algo que pueda mirar sin analizar? ¿Va al supermercado en plan experimento filosófico?

R.- Toda experiencia, por ordinaria, rutinaria o banal que parezca, es una oportunidad para descubrir. Una hoja que cae en la cuneta. Una taza sobre la mesa. Un viaje al supermercado. En cada experiencia hay siempre más si prestamos atención. Pero no siempre puedes hacerlo: a veces hay que concentrarse en la tarea inmediata -elegir el cereal de desayuno correcto, en lugar de contemplar la belleza de las diferentes opciones-. De eso trata el arte: de trabajar en esa frontera, de hacer más presente lo que ya está ahí. Pero no hace falta ser artista, ni filósofo, ni neurocientífico para apreciar todo lo que hay a nuestro alrededor y que normalmente pasamos por alto.

P.-Y la última: si tuviera que resumir su proyecto filosófico en una sola pregunta, ¿cuál sería?

R.-Esta es la pregunta más difícil. Déjame pensar... Bueno, improviso. Lo primero sería: ¿qué es un ser humano? Pero enseguida: ¿qué es el mundo? Porque un ser humano tiene un mundo. Y otra pregunta: ¿qué es el amor? Si tengo razón en que la conciencia es el trabajo de crear relaciones, entonces eso es amor. Quizá el trabajo de la conciencia sea el trabajo del amor. Decimos que caminamos por la vida sin ver, porque para ver hay que entrar en relación: con tu pareja, tu hijo, el teclado, el cuadro o la persona frente a ti. Le das un poco de ti, y entonces aparece. Antes no estaba. Es un amor breve, pero real. Así que mi trabajo trata de la conciencia, de lo humano y del amor. Y mis preguntas serían: ¿qué relación hay entre ser, conciencia y amor?



 25 noviembre, 2025
Khenpo Phuntsok Tanzin: “El budismo es una filosofía, no es una religión”

María José Quesada Arancibia
Licenciada en Filosofía. Coordinadora general en El Mostrador
Álvaro Mera
Abogado. Colaborador Cita de libros de El Mostrador


Con 29 años en Chile y representante del linaje Drikung Kagyu en Latinoamérica, Khenpo Phuntsok Tanzin visitó Constitución para compartir enseñanzas sobre calma mental y gestión de emociones. Conversamos con él sobre meditación, el mundo actual y si el budismo puede entenderse como religión.
Nacido en Ladakh, en plena cordillera del Himalaya, Khenpo Phuntsok Tanzin lleva casi tres décadas viviendo en Chile y es hoy el representante del linaje Drikung Kagyu en Latinoamérica. Khenpola —como lo llaman sus cercanos— es conocido por su carisma, sencillez y alegría. Hace unos días estuvo en Constitución ofreciendo una charla sobre calma mental para la vida diaria y enseñanzas sobre cómo transformar las emociones difíciles desde la sabiduría del budismo. En ellas se abordó la importancia de observar y no aferrarse a la ira, al apego o al ego, y de cómo la meditación ayuda a relajarse y puede modificar las tendencias habituales que provocan culpa, dolor o sufrimiento; “si tu mente está en paz, verás todo lo externo en paz porque tu mente está sana”. 

Su formación como Maestro en Filosofía (Khenpo) incluye estudios con grandes lamas del budismo tibetano y un tradicional retiro de tres años en una cueva del Himalaya, dedicado al “Quíntuple Sendero del Mahamudra”, según el linaje de Naropa. Desde su llegada a Chile en 1996, como lama residente del Centro Drikung Kagyu de Santiago, su entusiasmo ha impulsado el crecimiento de comunidades y centros de práctica a lo largo del país y de Sudamérica.

-¿Cómo mantener la calma en tiempos tan conflictivos?, se puede hacer un trabajo individual pero a nuestro alrededor vemos mucha agitación… 

Estos tiempos se llaman Kali Yuga, son tiempos oscuros y siempre existe conflicto. Lo importante es que cada uno se preocupe de sí, de sanar su pensamiento y hay factores externos pero no son el 100%, puede ser un 10% pero el 90% es la percepción mental. Hay que pensar que los tiempos no son tan malos; si pensamos bien, viene bien; si pensamos mal, vendrán tiempos malos. Los seres humanos son los que han destruido la naturaleza, todo lo del cambio climático es porque estamos interconectados con la naturaleza y nuestras acciones influyen en ella. 

Hay personas que se acercan al budismo para encontrar la calma mental, manejar mejor las emociones negativas, pero hay gente que piensa que es una religión y en ese aspecto muchos dicen “yo ya tengo una religión aunque no la practique”. ¿El budismo es un obstáculo para esas personas, el budismo es también una religión?

El budismo es una filosofía, no es una religión, es más una ciencia. Muchos científicos siguen al budismo, aquí en Chile Francisco Varela era budista y muchos famosos norteamericanos lo estudian. El budismo es una filosofía profunda y también una ciencia. A veces se entiende como una religión porque se hacen rituales, esa es como la parte religiosa pero el budismo no se basa en una creencia, sí la respeta y considera que tiene cosas buenas. El mismo Buda dijo, “mi enseñanza no es devoción, no es fe, hay que investigar bien; no fe ciega”. 

– En el budismo no existe la creencia en un dios creador, ¿cómo se crea este universo? 

Los religiosos hablan del dios creador, el budismo habla del karma individual y del karma colectivo. Cada uno tiene su percepción y tenemos karma colectivo al poder ver de la misma manera. Cuando uno entiende vacuidad, ahí no hay dios creador y no hay karma, ahí todo se acaba porque tu mente va más allá. Algunas personas tienen menos conflictos, están más purificados y ven tierra linda, flores, entonces depende de la percepción del karma de cada quien. 

-Según la percepción de muchas personas, se vive en una vida muy ajetreada. Actualmente está de moda el mindfulness, ¿cuál es la diferencia con la meditación budista? 

Yo no me puedo burlar del mindfulness, se habla de un nombre en inglés, es concentración plena, “Dran pa” en tibetano. Entonces eso también es bueno, tienen técnicas diferentes. Mucha gente sana y otra hace moda, yo no puedo hablar mal de eso, a mucha gente le gusta y la gente se calma, quita la ansiedad, se está más feliz. Yo di clases de eso en una empresa y tal vez desperté algún interés. La meditación budista es más profunda, si usted quiere llevar más allá la mente, pero ambas son buenas. 

-¿Cómo le ha parecido su visita a Constitución? 

Observé gente muy atenta, que quiere saber sobre meditación. Yo creo que a mucha gente le gustó y los vi relajados, tranquilos. La gente quiere sanar, la gente busca lo del mindfulness. Se habló sobre cómo sanar emociones difíciles, y algunos son católicos y por curiosidad vienen, es bueno ayudar seres. 

Sobre el Centro de meditación.
Drikung Kagyu 

Operativo desde el año 1986, es una corporación sin fines de lucro, que tiene como objetivo expandir la sabiduría del budismo a través de la meditación y estudios de Filosofía Budista.
Ubicado en la comuna de Providencia en Santiago de Chile, ofrece distintas actividades de calma mental, iniciaciones, cursos, enseñanzas y talleres, todas de manera presencial u online.

El linaje Drikung Kagyu.

El linaje Drikung Kagyu es uno de los ocho linajes principales de la escuela Kagyu del budismo tibetano, fundado por el discípulo de Phagmo Drupa, Jigten Sumgön (1143-1217). Se caracteriza por un énfasis en la meditación y la realización directa de la naturaleza de la mente, transmitida a través de una línea ininterrumpida de maestros. Sus orígenes se remontan a los maestros indios Tilopa y Naropa, y el linaje ha sido mantenido por una sucesión de líderes espirituales desde su fundación. 

Orígenes y fundador

Fundador: El linaje fue fundado por Jigten Sumgön (1143-1217), un discípulo de Phagmo Drupa.

Orígenes más antiguos: Como todos los linajes Kagyu, tiene sus raíces en las enseñanzas de los maestros indios Tilopa y Naropa, quienes vivieron entre los siglos X y XI. 

Características principales

Enfoque en la meditación: El linaje Drikung Kagyu pone un énfasis especial en la meditación y la experiencia directa de la naturaleza de la mente.

Transmisión ininterrumpida: Es conocido por su línea de transmisión ininterrumpida de maestros y discípulos que se remonta a sus fundadores y, en última instancia, a Buda Shakyamuni. 


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