—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

jueves, 17 de mayo de 2012

103.-Antepasados del rey de España: Manuel I de Portugal, apodado el Afortunado.


Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;   María Francisca Palacio Hermosilla; 


Manuel I de Portugal, apodado el Afortunado.


Aldo  Ahumada Chu Han 

Manuel I (Alcochete, 31 de mayo de 1469 - Lisboa, 13 de diciembre de 1521) fue rey de Portugal. Fue el octavo hijo del infante Fernando de Portugal, duque de Viseu y nieto de Eduardo I, y de la infanta Beatriz de Aveiro, nieta de Juan I. En 1495 sucedió en el trono de Portugal a su primo Juan II quien, a la sazón, era también su cuñado al estar casado con su hermana Leonor de Viseu. Se le apodó o Venturoso y o Bem-Aventurado por los grandes logros y acontecimientos acaecidos durante su reinado, entre ellos el descubrimiento de la ruta Atlántica hacia las Indias por el cabo de Buena Esperanza y el descubrimiento de Brasil.

Infancia.

Manuel creció en medio de una guerra de intrigas y conspiraciones entre la nobleza aristocrática portuguesa y Juan II. Vio como muchos de los que le rodeaban eran ejecutados o exiliados, siendo su propio hermano Diego, duque de Viseo, asesinado por el propio rey. No es de extrañar pues que, cuando fue llamado en audiencia en 1493, tuviera muchas razones para preocuparse. Pero sin razón, pues Juan se había propuesto nombrarlo heredero al trono, después de la muerte del propio hijo del rey, el infante Alfonso, y de varios intentos frustrados de legitimar a su hijo bastardo Jorge de Lencastre. Para muchos, éste fue el primer evento de su vida que le valdría el sobrenombre de «El Afortunado».

Época de las exploraciones y política exterior.

Sin duda, Manuel I habría de probar ser un digno sucesor de Juan II, pues su apoyo fue fundamental para la exploración portuguesa del Océano Atlántico y el desarrollo de los monopolios comerciales portugueses. En este sentido, durante su reinado muchos acontecimientos tuvieron lugar. Entre ellos los siguientes:

1498 – Vasco de Gama descubre la ruta marítima Atlántica hacia la India.
1500 – Pedro Álvares Cabral descubre el Brasil.
1505 – Francisco de Almeida se convierte en el primer virrey de la India.
1504-1511 – El almirante Afonso de Albuquerque asegura para Portugal el monopolio de las rutas marítimas del Océano Índico y del golfo Pérsico.

Todos estos sucesos, contribuyeron a la constitución formal del imperio comercial portugués que hizo de este país uno de los más ricos y poderosos del mundo. Los descubrimientos y empresas portuguesas fueron reforzadas con el establecimiento de tratados comerciales y relaciones diplomáticas con China y Persia. E incluso el propio Papa recibió una monumental embajada en Roma que pretendía impresionar a toda Europa con las riquezas acumuladas por la corona portuguesa.


Con la intención de atraer a su corte lisboeta a los mejores científicos y artistas, Manuel I usó parte de la riqueza obtenida de este predominio comercial para construir diversos edificios reales con un aspecto nuevo que ahora se conoce como estilo manuelino, del que son ejemplos notables el Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belém, frente a la desembocadura del Tajo.
Su matrimonio con la infanta Isabel de Aragón tuvo eminentes tintes políticos. A raíz del Tratado de Alcaçovas, el heredero al trono de Portugal, Alfonso, había sido casado con la hija primogénita de los Reyes Católicos, Isabel de Aragón. A la muerte de Alfonso, Manuel quedó como sucesor de la corona y se acordó que se casara con la viuda Isabel. Poco tiempo después murió el único hijo varón de los Reyes Católicos, Juan, con lo que Isabel pasó a ser la heredera de los tronos de Castilla y de Aragón. Fruto del matrimonio entre Manuel e Isabel nació Miguel de Paz y éste fue durante varios años el legítimo heredero de todas las coronas de los reinos ibéricos, salvo Navarra. Pero Isabel murió durante el parto de Miguel, y cuando el propio Miguel murió prematuramente en el año 1500, se desvaneció la posibilidad de que se reunieran en una misma cabeza las coronas de Portugal, Castilla y Aragón. Manuel volvió a casar con otra hija de los Reyes Católicos, María de Aragón, pero su hermana mayor Juana, que estaba casada con Felipe I de Castilla, era la heredera directa al trono y no María; sólo una improbable serie de muertes podría permitir que un hijo suyo fuera heredero legítimo de los reinos de Castilla y Aragón.

Cuestiones internas.

En lo referente a la política interna, Manuel I perpetuó los modos de su antecesor de tendencias absolutistas. Las Cortes (la asamblea que reunía al poder real con las diferentes clases sociales del reino) sólo se convocaron tres veces durante su reinado de más de veinticinco años, y siempre en Lisboa, un territorio no precisamente neutral. Reformó los tribunales de justicia y el sistema tributario, adaptándolos al progreso económico que estaba viviendo su reino.

En lo tocante a la religión, se puede decir que Manuel I fue un hombre bastante religioso que invirtió una parte importante de la fortuna del país en la construcción de iglesias y monasterios, así como en el patrocinio de la construcción de misiones católicas y la evangelización de los nativos de las nuevas colonias. También intentó promover una nueva cruzada contra los turcos.

 En su contra está que, siguiendo el ejemplo de otros reinos europeos como los vecinos de Castilla y Aragón, entre 1496 y 1498 promovió acciones para acabar con la presencia en su reino de judíos y musulmanes, obligando a la conversión forzosa de aquellos miembros de ambas religiones que quisieran permanecer en Portugal. Aunque hay quien indica que esta política extremista pretendía satisfacer a los Reyes Católicos en una cláusula que fue acordada antes de su matrimonio con Isabel de Aragón.
 Por otra parte, sí que es cierto que no permitió la distinción jurídica entre católicos y judíos conversos, y que aquellos que decidieron ser bautizados fueron protegidos de cualquier abuso. Nada de lo cual evitó, sin embargo, el pogrom del 19 de abril de 1506, en la que cerca de 4000 judíos fueron asesinados por las turbas.
Manuel I de Portugal murió pacíficamente en 1521 y se encuentra sepultado en el Monasterio de los Jerónimos, que el mismo mandó construir. Su hijo Juan le sucedió en el trono como Juan III.

Matrimonios y descendencia

De su primera esposa, Isabel de Aragón, infanta de Castilla y Aragón (1470–1498), con quien contrajo matrimonio el 30 de septiembre de 1497 tuvo a:

  • Miguel de la Paz (1498-1500), heredero de las coronas de Castilla, Aragón y Portugal. En el parto falleció su madre.
Contrajo un segundo matrimonio el 30 de octubre de 1500 con su cuñada María de Aragón, (1482-1517) y fueron los padres de:

  • Juan el Piadoso (1502-1557), rey de Portugal con el nombre de Juan III;
  • Isabel (1503-1539), casada con su primo Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico;
  • Beatriz (1504-1538), casada con el duque Carlos III de Saboya;
  • Luis (1506-1555), duque de Beja, prior de Crato y condestable del reino. Tuvo un hijo natural, Antonio, prior de Crato;
  • Fernando (1507-1534), duque de Guarda y de Trancoso, casado con Guiomar Coutinho, condesa de Marialva;
  • Alfonso (1509-1540), cardenal de Portugal;
  • María (1511-1513), infanta de Portugal;
  • Enrique el Cardenal (1512-1580), cardenal y rey de Portugal con el nombre de Enrique I;
  • Eduardo (1515-1540), duque de Guimarães, casado con Isabel de Braganza, bisabuelo de Juan IV de Portugal;
  • Antonio (1516), infante de Portugal.
Su tercera esposa fue Leonor de Austria (1498-1558), sobrina de sus dos anteriores esposas, Isabel y María, infanta de España y archiduquesa de Austria, hermana del emperador Carlos V, con la que contrajo matrimonio en 1518, de quien tuvo a:

  • Carlos (1520-1521);
  • María (1521-1577).




Manuel I de Portugal

Manuel I de Portugal. El Afortunado. Alcochete (Portugal), 31.V.1469 – Lisboa (Portugal), 13.XII.1521. Rey de Portugal.

Biografía

Era el noveno hijo del infante Fernando, hermano del rey Alfonso V y de Beatriz. Nieto, por parte de su padre, del rey Duarte, el Eloquente, y, por la de su madre, del infante Juan, hijo de Juan I. Por ambos lados era biznieto de este último Monarca, fundador de la dinastía de Avís. Hijo adoptivo del príncipe Juan, que le antecedió como Monarca con el título de Juan II. Cuando murió su hermano mayor Diego, fue nombrado duque de Beja, señor de Viseu, da Covilhã y Vila Viçosa, gobernador de la Orden de Cristo, condestable del reino y frontero-mor de Entre- Tejo-y-Guadiana.
A causa de la muerte del príncipe heredero Alfonso y debido a la hostilidad de la reina Leonor hacia el hijo natural del Monarca, Jorge, fue nombrado sucesor del Rey en su testamento, el 29 de septiembre de 1495. Manuel fue aclamado rey de Portugal el 27 de octubre de 1495. Casó por primera vez en octubre de 1497 con Isabel de Castilla, hija de los Reyes Católicos, viuda del príncipe Alfonso, el heredero de la Corona de Portugal, que murió prematuramente en un accidente cuando montaba a caballo.
Su esposa Isabel murió poco después de haberse casado de nuevo, el 24 de agosto de 1498, víctima de un mal parto. Dejó un niño, el príncipe Miguel de la Paz, que falleció en Granada el 20 de junio de 1500.
Después de que este niño, hijo de Manuel I e Isabel, hubo nacido, en Zaragoza, en 1498, fue proclamado heredero de las tres Coronas peninsulares: Portugal, Castilla y Aragón. Volvió Manuel I a casarse, en segundas nupcias, con la infanta María, hermana de su primera mujer. Las bodas se celebraron en Alcacer do Sal, el 30 de octubre de 1500. De esta pareja nació numerosa descendencia. Un total de diez hijos. El mayor, Juan, nacido en Lisboa el 6 de junio de 1502, fue heredero de la Corona con el título de Juan III.

La reina María, hija de los Reyes Católicos, había nacido en Córdoba el 29 de junio de 1482, y falleció en Lisboa, el 7 de marzo de 1517, a la edad de treinta y cuatro años. En terceras nupcias, se casó Manuel I en la villa del Crato, el 24 de noviembre de 1518. La novia, la infanta Leonor, hija mayor de Felipe I el Hermoso y Juana, madre de Carlos V, nació en Lovaina el 15 de noviembre de 1498. Este matrimonio fue negociado dentro del mayor secretismo, pues la princesa estaba anteriormente prometida al hijo heredero del Monarca, el príncipe Juan. Al fallecer Manuel I, en los Pazos da Ribeira, en Lisboa, el 13 de diciembre de 1521, su viuda Leonor volvió a casarse con Francisco I de Francia, del cual quedó viuda el 31 de marzo de 1457. Tras esta muerte, se retiró a Flandes y poco tiempo después en España. Murió el 18 de febrero de 1558, en Talavera de la Reina, con la edad de cincuenta y nueve años. De su matrimonio con Manuel tuvo dos hijos.
Mientras vivió su cuñado, el rey Juan II, Manuel se presentó como una personalidad discreta y temerosa, conocedora de la práctica violenta del Monarca que había asesinado a su hermano el duque de Viseu. Su cronista Damião de Goes ofrece su semblanza como una persona amable y preocupada por el bienestar de sus súbditos. Con tres palabras caracteriza su persona: estoico, apacible y piadoso. Su voz era muy clara, y revelaba un particular cuidado en el modo en que entonaba.
El Rey apreciaba rodearse de gente culta y de formación humanista, denotando un acentuado interés por la lectura de las crónicas de los reyes. Amante de la música, cuidaba del despacho de los negocios del reino con gran rigor. Como hombre de Estado actuaba determinado por el interés nacional. Dominado por este objetivo, se apoyaba en una acentuada afirmación de su imagen. Una visión del estado absolutista y con un pendón fuertemente centralizador. A él se debió el gran empuje reformista en lo referente a las instituciones, cuyo gran alcance se centró en la revisión de los viejos fueros y consecuentemente en la elaboración de un cuerpo de nuevos fueros que abarcaran la totalidad del reino. Otro aspecto fundamental de su obra reformista consistió en la revisión de las ordenaciones del reino, las cuales originarán un nuevo cuerpo legislativo designado como Ordenaciones Manuelinas.

Al ascender al poder el 27 de octubre de 1495 reunió Cortes en Montemor-o-Novo. En todo su reinado apenas las convocó tres veces más. En 1498, 1499 y 1502. En las primeras Cortes adoptó un conjunto de medidas que apuntaban hacia una profunda centralización de la Administración pública. Confirmó las donaciones que, en los últimos años del reinado de Juan II, los nobles habían conseguido obtener de la Corona. Lo que no impidió que exigiese a todos los hidalgos la presentación de las cartas de mercedes y privilegios para examen y confirmación cuando fuera necesario. Para que este proceso se desarrollase con normalidad, el Rey nombró un grupo de legistas encargados de elaborar pareceres jurídicos que el Rey confirmaba o informaba. Su acción reformista se extendió a los tribunales superiores, aumentando el número de los jueces superiores de la Casa del Civil.
Con el intento de alargar su capacidad de intervención en las corregidurías del reino, aumentó el número de corregidores y de jueces de fuera. Manuel I, desde Montemor, dio conocimiento a los Reyes Católicos de que había ascendido al trono de Portugal y que daría instrucciones para permitir el regreso de los nobles obligados a exilarse en Castilla durante el reinado de su antecesor Juan II. Expresó también a los Monarcas vecinos que se encontraba dispuesto a tratar con tolerancia a los judíos expulsados de Castilla.

Solicitado por los Reyes Católicos para unirse a ellos durante el año de 1496 en una alianza conjunta contra Carlos VIII de Francia, Manuel I se limitó apenas a declarar su disponibilidad de auxilio en el caso de que Castilla y Aragón fuesen invadidos por los franceses.
Esta actitud no impidió que en 1498, al firmarse el tratado de alianza entre Francia, Castilla y Aragón, Manuel e Isabel figuraron como herederos de las Coronas de Castilla y Aragón. Años más tarde, en 1511, invitado a participar en una liga constituida por Fernando de Aragón, el Papa, Maximiliano de Austria y los suizos, Manuel volvió a expresar su política de neutralidad.
A pesar de sus intenciones anteriores de protección a los judíos castellanos, que Juan II había reducido al estatuto de esclavitud, no tardaría mucho en cambiar de idea. Antes de que esto ocurriese, los judíos del reino, en reconocimiento de la generosidad regia, decidieron concederle una gran suma de dinero que beneficiaría al erario regio. El Rey no lo permitió y les manifestó su agrado con las rentas ordinarias provenientes de los judíos castellanos y portugueses. Esta protección de la Corona aumentó la oposición del pueblo contra los judíos.
Cuando en 1496 Manuel negoció su matrimonio con Isabel de Castilla, viuda del príncipe Alfonso, una de las condiciones nupciales consistía en la expulsión de los judíos del reino, antes de la boda. Cumplió el Rey la exigencia de la novia por decreto en diciembre de 1496. El que no obedeciese la orden real sería muerto y sus bienes confiscados. Disponían de un plazo de diez meses para abandonar el reino. El Monarca tuvo que enfrentarse con cierta oposición. Una buena parte de sus consejeros le recordaban que así dejarían de pagar sus contribuciones a la Corona y se llevarían muchas de sus riquezas. Eran, además, considerados expertos en sus labores profesionales. Sólo se quedarían los que se convirtiesen a la fe católica y recibiesen el bautismo. La expulsión afectó a unos veinte mil judíos, siendo numerosos los casos de violencia practicados contra ellos. Como la Corona no les facilitó las embarcaciones para irse, muchos fueron obligados a un bautismo forzado. Los conversos eran protegidos por una amnistía de veinte años cuya duración terminaría en febrero de 1518. Una ley del 21 de abril de 1512 prorrogó este plazo por dieciséis años, lo que alargaba el período de protección hasta 1534. A pesar de estas medidas la situación de los conversos se mantuvo inestable en el reino.

Al heredar la Corona Manuel I mantuvo el impulso de Juan II en el desarrollo de la expansión ultramarina. Siguiendo esta política de su antecesor, organizó una escuadra, para la que designó al frente al almirante Vasco da Gama. Partió la flota de Lisboa el 8 de julio de 1497 y llegó a la India el 20 de mayo de 1498. En 1500 mandó el Rey una nueva armada a la India, comandada por Pedro Alvares Cabral, que llegó el 22 de abril de ese año a la costa brasileña.
Otras expediciones se dirigieron a Oriente, entre las que destaca la del virrey Alfonso de Alburquerque, cuyo objetivo apuntaba a la formación de un imperio anclado en Ormuz, Goa y Malaca.
El rey Afortunado falleció en los Pazos de la Ribeira, en Lisboa, el 13 de diciembre de 1521, a los cincuenta y dos años. Le sucedió su hijo Juan III. El reinado duró veintiséis años.

Bibliografía

F. Lopes de Castanheda, História do Descobrimento e conquista da Índia pelos portugueses, Coimbra, Pedro de Azevedo, 1924-1933


J. Osório, Da vida e feitos de El Rey D. Manuel, Barcelos, Civilização, 1944

P. Mexia, História del Emperador Carlos V, ed. y est. de J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1945

F. del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, ed. y est. de J. de Mata Carriazo, vols. I-II, Madrid, Espasa Calpe, 1948

D. de Goes, Cronica do Felicissimo Rei D. Manuel, introd. de D. Lopes, Coimbra, Universidad, 1949-1955

D. Freitas do Amaral, H. Baquero Moreno, N. Amorim, J. Marques, M.ª da Conceição Falcão y F. Matias, “D. Manuel e a sua época”, en VV. AA., Actas do III Congreso Histórico de Guimarães, Guimarães, Câmara Municipal de Guimarães, 2004.



 Isabel de Aragón.

Isabel de Aragón (Dueñas, 2 de octubre de 1470-Zaragoza, 23 de agosto de 1498), fue la hija mayor de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, princesa de Asturias en dos ocasiones, infanta de Castilla y Aragón y posteriormente reina consorte de Portugal.

Biografía

Nació el 2 de octubre de 1470 en la localidad palentina de Dueñas, donde sus padres se habían refugiado en el Palacio de los condes de Buendía tras casarse en Valladolid en 1469 en contra de los deseos del rey Enrique IV. Este palacio pertenecía a Pedro Vázquez de Acuña, hermano del arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo de Acuña, quienes habían apoyado la causa isabelina desde un primer momento, concertando su matrimonio con Fernando de Aragón. Además, el heredero del condado, Lope Vázquez de Acuña, se había emparentado con Fernando al contraer matrimonio con su tía Inés Enríquez de Quiñones.
El 11 de diciembre de 1474 muere su tío materno, el rey Enrique IV de Castilla. Dos días después, el 13 de diciembre, su madre se autoproclama reina en la ciudad de Segovia. En febrero de 1475 se convocan las Cortes con el objetivo de que se le jurara fidelidad a la infanta como princesa de Asturias, título que le correspondía como primogénita de los reyes de Castilla siempre y cuando estos no tuvieran descendencia masculina
En mayo de 1475, su prima Juana de Castilla, conocida como la Beltraneja, se casa con el rey Alfonso V de Portugal. Juana sostiene que es la legítima heredera al trono y se proclama reina de Castilla, a pesar de las dudas que recaen sobre su origen paterno, ya que parte de la nobleza pensaba que su auténtico padre era Beltrán de la Cueva. Esto dio origen a un conflicto bélico conocido como guerra de sucesión castellana.
Las Cortes se celebran en abril de 1476, en la ciudad de Madrigal de las Altas Torres. En ellas se ratifica, delante del embajador napolitano, el acuerdo matrimonial de la princesa Isabel con el príncipe de Capua. Sin embargo, todo cambia el 30 de junio de 1478, cuando su madre da a luz a su hermano, Juan de Aragón. Al ser varón su hermano la desplazó en la línea sucesoria, no obstante, Isabel conservó el título de princesa de Asturias hasta el juramento de su hermano como príncipe de Asturias en 1480.
Aunque los reyes ansiaban un varón, la princesa Isabel siempre contó con la predilección de su madre[cita requerida] por ser la mayor y por parecérsele en carácter, gustos y actividades. En cuanto a la relación con su padre, Isabel también fue siempre su favorita[cita requerida] ya que la princesa tenía una gran inteligencia y ayudaba constantemente a sus padres a idear estrategias tanto en asuntos de Estado como en cuestiones bélicas. Además, físicamente se parecía a su abuela paterna, Juana Enríquez, por lo que además de inteligencia y fuerza, la princesa contaba con una gran belleza.
Una vez asegurada la sucesión de los reinos hispanos, los Reyes Católicos deciden concertar uniones matrimoniales para sus hijas.
En 1479, se establece el matrimonio de Isabel con Alfonso, príncipe heredero de Portugal y único hijo superviviente del rey Juan II, a través de una de las cláusulas del Tratado de Alcáçovas (Tercerías de Moura). La reina lo eligió desoyendo las proposiciones de los reyes de Nápoles y Francia. Quería recompensar a Isabel pues, según testimonios coetáneos, la joven princesa nunca entendió por qué, siendo la primogénita y pudiendo reinar en Castilla una mujer, no siguió siendo heredera después del nacimiento del príncipe Juan. Isabel se traslada a Portugal, con la incertidumbre sobre cómo sería su futuro en su nuevo país. La princesa no deseaba en absoluto este enlace y, por ello, su madre quiso despedirse de ella con un fuerte repique de campanas para celebrar el enlace. 
La boda se celebra en la ciudad de Estremoz el 3 de noviembre de 1490. En el momento del enlace, Isabel contaba con veinte años recién cumplidos, mientras que el infante Alfonso tenía apenas 15. Desde el primer instante que se conocieron se enamoraron; así, lo que en un comienzo fue un matrimonio político terminó siendo una unión por amor.
La unión de Isabel y Alfonso fue feliz pero duró poco. El 13 de julio de 1491, el joven infante fallece a causa de una caída de caballo. Sin hijos y devastada por el dolor, Isabel se instala en Sevilla, desde donde ayudará a sus padres en asuntos del reino.
Para demostrar el dolor que sentía por la muerte de su esposo, Isabel cortó su cabello, empezó a vestirse con una túnica arpillera (jerga) y a cubrirse con un espeso velo. Vivió silenciosamente, sumida en la oración. Adoptó el hábito de las hermanas clarisas y solicitó el permiso de sus padres para convertirse en monja, lo que fue negado.
Isabel y Fernando deseaban casarla con el nuevo heredero al trono de Portugal, Manuel, que había conocido a la princesa Isabel en su breve estadía en Portugal y se sentía atraído por ella. La princesa viuda no deseaba esta unión. Se había convertido en una gran defensora de la fe cristiana y quería echar a los herejes de la Península..
Hubiera preferido dedicarse a la oración y tomar los hábitos, pero no pudo resistir la presión de sus padres. En 1496, accede a casarse con Manuel I de Portugal, que ya era rey. Para acceder, impone la condición de que los judíos deben ser expulsados de Portugal. En primera instancia, el rey Manuel vaciló porque admiraba a los judíos por sus conocimientos y por los servicios financieros que aportaban a la Corona, pero luego accedió.
 El 13 de septiembre de 1497, los reyes y la princesa Isabel partieron de Medina del Campo hacia la ciudad fronteriza de Valencia de Alcántara para celebrar la boda el día 30; este acontecimiento es conmemorado cada año en la localidad cacereña con la celebración del festival transfronterizo Boda Regia, organizado en colaboración con el municipio portugués de Marvão.​ Poco después, Isabel entra en Portugal como reina consorte junto a su nuevo marido.
El 4 de octubre de 1497, muere su hermano Juan, príncipe de Asturias, convirtiendo a Isabel en heredera al trono de Castilla una vez más. Isabel y Manuel son convocados por los Reyes Católicos. Los reyes de Portugal llegan al Monasterio de Guadalupe el 7 de abril de 1498, siendo recibidos afectuosamente por el pueblo.
Sin embargo, desde su llegada, Isabel y Fernando se dieron cuenta de que la actitud de su hija no había cambiado. La reina de Portugal seguía tan sombría y ansiosa como lo había estado desde que había enviudado, es decir, que su segundo matrimonio no la había animado o afectado positivamente.[cita requerida] Al momento de su regreso a Castilla, se encontraba embarazada de cinco meses. El 23 de agosto da a luz a un niño, que se llamó Miguel de la Paz.​ Una hora después del nacimiento de su hijo, Isabel murió.
​ Este trágico suceso aconteció en las dependencias del Palacio Arzobispal de Zaragoza, en las estancias que en la actualidad componen el Museo Diocesano de Zaragoza. Actualmente, se encuentra enterrada en el convento de Santa Isabel de los Reyes en Toledo.

María de Aragón.



María de Aragón (Córdoba, Reino de Córdoba, 29 de junio de 1482 - Lisboa, Portugal, 7 de marzo de 1517), cuarta hija de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, fue reina de Portugal como segunda esposa de Manuel I, fallecido en 1521.

María nació en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba el 29 de junio de 1482, ciudad a la que se trasladó su madre Isabel coincidiendo con el comienzo de la Guerra de Granada, estando embarazada de mellizos. Molestando sus días de embarazo, la reina Isabel hizo desmantelar la Noria del Albolafia debido al ruido que generaba. La primera en nacer fue María, mientras que el segundo, varón o hembra, nació muerto. La primera corrida de toros documentada de la ciudad cordobesa se debió al nacimiento de la infanta y fue bautizada en la Mezquita-catedral de Córdoba el 7 de julio. Recibió una esmerada educación, al igual que sus hermanos, de manos de eruditos como Alejandro Giraldino y Andrés de Miranda, destacando María en literatura y lenguas clásicas.
A pesar de que sus padres, los Reyes Católicos, intentaron casarla en un primer momento con Jacobo IV de Escocia, ya que su hermana Catalina estaba comprometida con Arturo Tudor, y se esperaba que las esposas españolas calmaran la enemistad de los maridos, finalmente los planes fueron desechados.
En 1497 su hermana mayor, Isabel de Aragón y Castilla, contrajo nupcias con Manuel I de Portugal. Sería un matrimonio breve ya que Isabel fallecería un año después cuando daba a luz a su único heredero, Miguel de la Paz. La muerte de Isabel provocó un cambio en los planes expansionistas de sus padres, quienes ofrecieron de nuevo la mano de María al rey luso. La boda por poderes se llevó a cabo el 24 de agosto de 1500, teniendo que esperar al 30 de octubre de ese año para que María se encontrara con su nuevo marido en la localidad portuguesa de Alcácer do Sal.
Con María marcharían a Portugal una magnífica dote compuesta tanto por objetos de su madre como de sus hermanos fallecidos, Juan e Isabel. Gracias a la documentación conocemos como este tesoro aumentó durante los primeros meses de su estancia en Portugal. Manuel I le entregaría un conjunto de joyas y obras suntuarias, algunas de las cuales habían pertenecido a su fallecida hermana. Por su parte, su madre Isabel la Católica envió distintos regalos a su hija: libros, tejidos y camas, entre otros, viajarían a la corte vecina
Además de otros privilegios y donaciones, el rey le concedió como dote las villas de Viseo y Torres Vedras. El matrimonio tuvo diez hijos, entre los que destacan el rey Juan III de Portugal, la emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico Isabel de Portugal, llamada así en honor a su abuela Isabel la Católica, y Beatriz de Portugal, duquesa de Saboya
María se convirtió en una fervorosa partidaria del proyecto imperial de su esposo Manuel de destruir las ciudades santas islamitas de La Meca y Medina, anexar el Sultanato mameluco y conquistar los lugares santos de la cristiandad, especialmente Jerusalén.
Murió el 7 de marzo de 1517 en Lisboa muy debilitada tras su último parto, del que nació un niño llamado Antonio de Portugal, el 8 de septiembre de 1516.​ Su vida ya corría en peligro cuando estaba embarazada de su último hijo, debido a los partos anteriores que le habían dado nueve hijos.
Fue enterrada en el Monasterio de los Jerónimos de Belém, en Lisboa, del que había sido una de las fundadoras.
La pérdida de información relativa a María como reina de Portugal ha dado lugar a que no conozcamos con profundidad su papel como mecenas de las artes. Sin embargo, sí conservamos ciertas piezas que nos permiten plantear su patronazgo de una manera parcial. Por un lado, tenemos noticias de las propias compras de la reina para ampliar su tesoro. Estas compras muestran el gusto de la reina por los objetos exóticos de las colonias lusas y, en concreto, por las piedras preciosas como amatistas, granates y rubíes. 
​ Pero, además, estos documentos nos muestran a María como una gran lectora. Así, pide a su tesorero Ochoa Isasaga que adquiera para su biblioteca distintos volúmenes como el "Suma angelica", "Especulo conçiençie" o las "Revelaciones de Santa Brigida".
La obra más representativa del patronazgo de María es el monasterio de San Jerónimo en las Berlengas. Fundado por deseo expreso de la reina, la obra tenía el objetivo de que los navegantes tuvieran un lugar donde rezar, recibieran los sacramentos y tuvieran consuelo corporal y espiritual.​ La reina compraría distintos objetos para decorar y nutrir su nueva fundación. Así, en vida de María serían enviados distintos objetos de su propio oratorio entre los que encontramos piezas suntuarias y esculturas, destacando una de la Virgen María. A ellos se le sumarían otras obras textiles que la reina enviaría a la fundación por testamento.​ En su testamento también pedirá a su marido que realice una cruz de plata y una corona de oro, destinadas ambas a Nuestra Señora de Pena.

Leonor de Austria.

Leonor de Austria (Lovaina, cerca de Bruselas, 15 de noviembre de 1498-Talavera la Real, entonces dentro del término municipal de Badajoz, 18 de febrero de 1558),[1]​ reina de Portugal y Francia, hija primogénita de Felipe I de Habsburgo, archiduque de Austria y duque de Borgoña, y de Juana I de Castilla, reina de Aragón y Castilla, conocida como “La hermana fiel”.
Fue célebre en su tiempo por su extraordinaria belleza y cultura,​ siendo pretendida por los reyes de Francia Luis XII y Francisco I y por el conde palatino Federico II del Rin, con el que íntimamente ella hubiera deseado casarse.

Leonor de Austria nació en Lovaina, como la hija mayor del archiduque Felipe de Austria hijo del emperador Maximiliano I de Habsburgo y de la duquesa María de Borgoña, y la infanta Juana de Trastámara hija de los Reyes Católicos, quienes llegarían a suceder en trono de Castilla a la muerte de la reina Isabel en 1504.
En su juventud, su abuelo Maximiliano había tratado de desposar a Leonor con Enrique, príncipe de Gales, futuro rey Enrique VIII, quien se desposaría con la hermana de su madre, la reina Juana, la infanta Catalina. Más tarde, trataron de llevar a cabo otras propuestas matrimoniales con los reyes franceses Luis XII y Francisco I, el polaco Segismundo I o el duque Antonio de Lorena.
Ella pudo haber tenido un romance con Federico II, conde Palatino del Rin, ya que en 1517 cayó en manos de su hermano Carlos una carta de amor del conde dirigida a Leonor. Tras el descubrimiento, les obligó a jurar que no estaban casados en secreto y expulsó a Federico de la corte de los Habsburgo. Ese mismo año, partió con su hermano a Castilla, dado que este debía ocupar el poder vacante tras el fallecimiento de su abuelo Fernando.

La política de los Habsburgo era procurar matrimonios políticamente ventajosos para el futuro de la dinastía, por ello la comprometen con su tío, el rey Manuel I de Portugal, apodado "el Afortunado", que era viudo de sus dos tías, Isabel y María, hermanas de su madre, al no llegar a un acuerdo para que se desposase con su heredero el príncipe Juan, quién finalmente se casaría con su hermana Catalina.
El matrimonio se celebró en la ciudad de Lisboa, el 7 de marzo de 1519, y fruto de la unión nacen dos hijos: Carlos y María.
El rey Manuel I fallece víctima de la plaga en Lisboa, el 13 de diciembre de 1521, a los 52 años. Leonor tenía apenas 23, y decide retornar al lado de su hermano Carlos I, viéndose obligada a dejar en Portugal a su hija María, de sólo seis meses de edad. No volvería a verla en muchos años, siendo la relación entre madre e hija distante y difícil, sobre todo para la infanta portuguesa, que nunca perdonó a su madre el abandono.
En 1523, fue prometida con Carlos III de Borbón, noble francés que se oponía a Francisco I por la disputa entre él y la madre del rey, no obstante dicho matrimonio nunca tuvo lugar.
La rivalidad entre Carlos I y Francisco I de Francia sacudía a Europa en una sangrienta lucha de poderes. Así que, cuando el rey francés fue capturado por el monarca español y encarcelado tras su derrota en la Batalla de Pavía (1525), se vio forzado a firmar el tratado de Madrid (1526), el cual pronto desconoce, reanudándose las hostilidades. Una de las cláusulas firmadas por ambas partes en el mismo, fue el matrimonio de Francisco I y de Leonor de Habsburgo, el cual fue celebrado ese mismo año en la Imperial Villa de Illescas (Toledo), pese a que el monarca francés no lo reconocería como tal hasta después de la firma del Tratado de las Damas (3 de agosto de 1529).

Finalmente se consiguió la firma del Tratado de Cambrai o de las Damas, llamado así porque fue firmado por Luisa de Saboya —madre de Francisco I— y Margarita de Austria —tía de Carlos V—. Tras celebrarse una nueva ceremonia de matrimonio por poderes en Torrelaguna el 20 de marzo de 1530, a la que acudió la emperatriz Isabel, Leonor inició el viaje a Francia junto a los dos niños hijos de Francisco I, el delfín Francisco y su hermano Enrique, duque de Orleans, que su padre había dejado como rehenes en 1526 a Carlos V como garantía de que cumpliría el Tratado de Madrid y devolvería Borgoña. Al no hacerlo, el cautiverio de los príncipes duró más de cuatro años. Estuvieron retenidos en varias fortalezas del Condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, y a la muerte de este, de su hijo don Pedro. Él acompañó a Leonor y a los príncipes franceses hasta Fuenterrabía donde se intercambiaron por cuatro toneladas de oro. Francisco I no devolvió Borgoña al emperador. Por entonces, Leonor había perdido el brío en su persona: se había vuelto enfermiza, delicada, y estaba, además, afectada por elefantiasis, una enfermedad que hincha y deforma las piernas, dejándolas amoratadas.

La vida de Leonor en la refinada y lujuriosa corte francesa fue difícil y angustiosa: veía cómo su marido la rechazaba y despreciaba, desviando sus atenciones hacia otras mujeres. El intento del emperador de conseguir mejores relaciones con el rey francés al casar con él a su hermana resultó inútil. Fue un sacrificio más para Leonor. Francisco I murió en Rambouillet, el 31 de marzo de 1547,​ a los 52 años de edad. Tras enviudar, fue nombrada duquesa de Turena como dote; Leonor, viuda y sin hijos de este matrimonio, regresó poco después a la corte de Bruselas.
Durante muchos años, Leonor trató, ayudada por su hermano, el consentimiento del rey de Portugal para que su hija María viviera con ella.
Tras la abdicación de Carlos I en 1555, de la cual fue testigo, y su retiro a San Jerónimo de Yuste, Leonor y su hermana María deciden seguir a su hermano,​ dando muestra del inmenso cariño que los unía.
Entonces, sucede lo inesperado: el rey Juan III de Portugal al fin permite que la infanta María viviera al lado de su madre. Pero los años de separación fueron demasiado: una vez llegada a España, la infanta se negó a permanecer al lado de su madre y regresa a Portugal. Para Leonor fue el golpe de gracia; su salud se había resentido considerablemente en el último año, y el rechazo de su única hija fue más de lo que pudo soportar.
Falleció en la localidad de Talavera la Real, perteneciente entonces al término municipal de Badajoz, el 18 de febrero de 1558. Su hermana María murió el 18 de octubre del mismo año.
Fue enterrada en la Concatedral de Mérida, hasta que su hermano Carlos I mandó que sus restos fueran trasladados al Monasterio de Yuste.[ Actualmente, sus restos mortales reposan en el Panteón de Infantes del Monasterio de El Escorial.
Leonor desarrolló un gusto por la retratística y durante su vida apoyó a artistas como Joos van Cleve, Jean Clouet o Léonard Limosin, aunque solo dos aparecerían como pintores de la reina, Corneille de Lyon y Antoine Trouvéon, quienes retrataron a su familia y a la corte francesa del momento. También promovió manuscritos iluminados, piezas de joyería o series de tapices; por ejemplo, encargó para su hija la iluminación de un libro de horas y compró la serie de tapices de la Conquista de Túnez, pertenecientes a su hermano.



REVOLUCION DE LOS CLAVELES.
 


Historia.

El año negro que vivió Portugal tras la Revolución de los Claveles:

 "Aunque suene hermoso, una dictadura no puede desaparecer de un día para otro"

A través de la historia de una ecléctica familia, el escritor Hugo Gonçalves explora en la magistral novela 'Revolución' el llamado Proceso Revolucionario en Curso (PREC), el año largo en el que la democracia de Portugal estuvo a punto de naufragar.

 "Fue un periodo trágico, de miedos y esperanzas y violencia en el que, como suele pasar, los extremos hicieron mucho ruido", asegura.




Niños frente a una pared con el símbolo de la hoz y el martillo en la politizada Lisboa de 1975. ALFREDO CUNHA


Andrés Seoane
27/11/2025


Sólo en Lisboa, más de 220.000 personas salieron a la calle el 25 de abril de 2024 para conmemorar los 50 años de la mítica Revolución de los Claveles que terminó con el regimen del Estado Novo, la dictadura inaugurada por Salazar en 1933 que tiñó de gris la vida de Portugal durante casi medio siglo. Una de ellas era el escritor Hugo Gonçalves (Sintra, 1976), que recuerda la efervescencia de un momento histórico. 

"Es cierto que se hace todos los años, pero me quedé impresionado con la cantidad de gente que bajó a la avenida en esa fecha tan simbólica. Llevé a mi hijo, que tenía tres años, y para mí fue muy importante, un momento muy feliz que espero que recuerde con cariño", explica.

Un año antes, en 2023, el novelista y periodista había publicado en su país Revolución (Libros del Asteroide), una monumental y ambiciosa novela familiar que a través de la vida de tres hermanos con vidas muy diferentes retrata qué paso en Portugal durante 1975, el año posterior a la mítica efeméride y que ha quedado para la historia con el nombre de Proceso Revolucionario en Curso (PREC), unos meses convulsos en los que se sucedieron seis gobiernos provisionales y hubo varios intentos de golpe militar, huelgas, atentados y, sobre todo, una incertidumbre y una participación ciudadana que afectó a todos los ámbitos de la vida pública y privada portuguesa.

"De la Revolución de los Claveles está todo contado, hay como una foto fija en el imaginario popular que habla de esperanza y triunfo, pero esto no fue tan así", sostiene Gonçalves, quien asegura que pese a lo que diga el legendario himno Grândola, Vila Morena, no había tras cada esquina un amigo ni tras cada rostro igualdad, sino muchas suspicacias.

"Fue un periodo trágico, de miedos, de esperanzas, de mucha más violencia de lo que la gente recuerda, de bombas explotando, y en el que, como suele pasar todavía hoy en las redes sociales, y en general, los extremos hicieron mucho ruido", resume el escritor.

 "Incluso en Portugal existe mucho estereotipo, si eres de una familia de derechas, de quienes querían regresar a la dictadura, ves el PREC de una forma, y si eres de una de izquierdas, de quienes quisieron montar una democracia popular de estilo comunista, de otra. Pero la vida nunca es blanca o negra, siempre hay matices, y eso es lo que quería atrapar en mi novela".

Su exhaustiva investigación del frenético periodo toma forma, como decíamos, a través de la vida de tres hermanos Maria Luísa, Pureza y Frederico, cuyos conflictos y diferentes visiones del mundo colisionan en esos meses locos.

"Los tres tienen formas distintas de recibir la libertad y la novedad que arrasó con todo, e ideológicamente son muy diferentes". 

Maria Luísa es una militante comunista convencida que incluso sufre tortura y cárcel mientras intenta compaginar su militancia y la maternidad. Pureza sólo quiere llevar una vida tradicional de madre y ama de casa dentro del ordden y el mundo en el que ha crecido y no cuestiona y el pequeño, Frederico, simplemente quiere olvidarse de la política y experimentar todo el mundo de posibilidadesd que trae la nueva libertad moral, disfrutar del mundo, de la música, del sexo, y de lo que sea.

"Fue un periodo trágico, de miedos y esperanzas, de violencia y bombas, y en el que, como suele pasar, los extremos hicieron mucho ruido"

En la novela, que se centra en ese año pero abarca unas dos décadas antes y después, Gonçalves reconstruye con pericia y veracidad justamente ese clima moral y social, agotador y asfixiante tras casi 50 años de lo que llama "miseria moral". Algo que ya hizo en 2021 cuando publicó Deus Pátria Família, ambientada en el verano de 1940, cuando el Estado Novo vivía su periodo más reluciente.

 
"En aquel entonces, Salazar había apartado a toda la oposición, de izquierdas y derechas, y se acababa de inaugurar la gran Exposición del Mundo Portugués, un evento de corte imperialista y de estética muy fascista a mayor gloria del régimen", contextualiza el escritor. "Sin embargo, Lisboa era una ciudad muy pobre rodeada de barrios de chabolas, la mortalidad infantil era altísima y menos del 1% de la población iba a la universidad. Había un contraste increíble entre la propaganda del régimen y la realidad".
Las dos caras de un país roto.

Una realidad que con el paso de los años nunca fue a mejor y que, finalmente, se hizo insostenible.
 "Lo que logró la dictadura fue instaurar, como te decía, un clima de miseria moral. La pobreza se entendía como algo noble, honorable, y se acuñaron expresiones populares como esa de que en Portugal se comía con una sardina para seis. Se sentenció a todo un pueblo", lamenta Gonçalves, que se pregunta a qué horizontes podía aspirar una sociedad donde si eras hijo de un campesino o pescador se te decía que tenñis que seguir ese camino.
"Todo eso cambió poco a poco, la gente que era niña y joven a finales de los 60 vivió de lejos cosas como Mayo de 68, los swinging sixties en Gran Bretaña o el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos, unido a cosas como las drogas, la minifalda y el rock and roll y comenzó a despertar".

Entonces, todo se precipitó. No es fácil explicar por qué fue justo en 1974 cuando el sistema implosionó, pero sí hay pistas. Desde 1961 las varias guerras coloniales del país habían costado la vida a más de 10.000 jóvenes y desde 1965 más de un millón de portugueses emigraron a países como Francia, Venezuela o Suiza, muchos por los Pirineos, huyendo de la miseria y el reclutamiento.

 "Esa generación que tenía unos 30 y pico años, que fue la que hizo la revolución, sentía que había perdido el tren de la historia, que vivía en un país anclado en el pasado y tenía ganas de vivir en un futuro que otros lugares ya estaban viviendo, de otra forma", reflexiona el autor.

Manifestación en el Barrio Alto de Lisboa durante el conocido como "verano caliente" de 1975. ALFREDO CUNHA

Otro aspecto que aborda Revolución, además de lo dicho, es el clima de represión y terror estatal que, contra lo que pueda pensarse, era en los estertores de la dictadura tan o más rígido que en el pasado. Algo que refleja muy bien la historia de Maria Luísa, el primer personaje concebido por Gonçalves. 

"Me interesaba explorar cómo puede alguien que empieza con ideales buenos, derribar una dictadura con honestidad, valor y coraje, terminar siendo una terrorista ciega, incapaz de ver nada que no sea la causa", comparte el escritor, quien confiesa que se documentó mucho con documentales y libros sobre miembros de ETA.

 "También quería reflejar cómo, durante mucho tiempo el Partido Comunista fue la única organización en Portugal capaz de afrontar, aunque poco, la dictadura. La mayoría no eran estalinistas monolíticos, sino gente que sólo quería combatir el régimen".


Una lucha que podía costar cara. La novela narra con crudeza escenas de tortura cometidas incluso meses antes del fin del régimen.
 "Las dictaduras, al contrario que los yogures, no tienen versión light, y la portuguesa incluso se endureció hacia el final", asegura.

 Leer un libro prohibido o besar a tu pareja en la calle podía costarte la cárcel, y los asesinatos de la policía política no fueron nada infrecuentes, igual que castigos como la tortura del sueño o la tortura de la estatua y otras artimañas psicológicas.

 "La brutalidad que aplicaban cuando detenían a alguien era suficiente para que existiera una especie de terror en el aire, fomentado también por las delaciones de miles y miles de informantes insospechados, como se descubrió cuando se abrieron los archivos del PIDE, la policía secreta.

 "Curiosamente, investigando cientos de testimonios he descubierto que lo que daba más miedo daba a la gente en la cárcel no era que te pegaran, sino estar sólo. Es muy perverso quitarle a alguien su humanidad hasta el punto de que te pida que le pegues para no estar sólo".

"Las dictaduras, al contrario que los yogures, no tienen versión 'light', y la portuguesa incluso se endureció hacia el final"

Si bien el escritor condena estas prácticas, no idealiza nada y narra como la ortodoxia comunista fue un problema en 1975, pues cuando la Revolución no siguió el rumbo que querían todo se radicalizó.
 "Esa gente que hablaba de libertad, cuando el resultado de la Revolución fue una democracia al estilo occidental y no un régimen como el soviético fueron incapaces de aceptar la voluntad de la mayoría. Antes decían que el pueblo estaba siendo oprimido, pero ellos no le dejaban tener opinión", recrimina Gonçalves, cuyo personaje refleja lo duro de darte cuenta de que tras tantas renuncias y privaciones has tirado varias décadas a la basura.

La otra cara de la moneda la representa Pureza, casada con un cargo del régimen, que, tras la revolución debe salir de Portugal y recalar en Madrid.

 "Muchas veces una persona no se plantea si la sociedad en la que vive está bien o mal, sino que simplemente vive como le han enseñado. Es verdad que hay mucha política en el libro, pero yo no soy activista, sino escritor, y lo que me interesa es la literatura, los matices", defiende Gonçalves. 

"Por eso quise mostrar cómo también durante el PREC se cometieron muchas injusticias, como obligar a exiliarse a mucha gente que no eran fascistas, sino, en muchas casos, gente de cierta clase social, o que trabajaba honradamente para el Gobierno. Pureza sólo quería ser esposa y madre y de pronto debe dejar su país. Me interesaba contar su historia sin el filtro ideológico, simplemente esa parte humana".

Combatir la mentira

Ese tipo de detalles son lo que convierten Revolución en una vibrante crónica de esos meses que fueron descritos como una época sin tiempo y sin sueño.

 "Se vivía al día, todo en directo. Como tantas fuerzas sociales se oponían todo era muy intenso, la gente se despertaba durante la noche para escuchar las noticias en la radio porque las cosas cambiaban en una hora. Todos los días había en la calle un mítin, una huelga, una manifestación", explica.
 "Y claro, llegaron muchas ideas nuevas. Aunque es cierto que entonces todo era político, he querido reflejar también el cambio de las costumbres, de la mentalidad de la gente. Por ejemplo, cuando se estrenó El último tango en París, ya en 1978, habia colas de manzanas enteras, porque la sexualidad había cambiado, había hambre de novedades. Fue como abrir una olla a presión".
"De momento la democracia no está en peligro, pero quizá sí es inevitable que la historia se repita. La clave es no aceptar las mentiras"
También, claro, hubo una lógica reacción a todo esto, pues como reconoce, "Aunque el cuento del 25 de abril suene hermoso, una dictadura no puede desaparecer de un día para otro, ni se cambian la moral y las costumbres de una sociedad por arte de magia. Yo mismo, tuve profesores en el colegio de curas que parecían caricaturas de la dictadura. Gente que te amenazaba y decía: 'te pego una hostia que te quedas dibujado en la pared'. Fue algo gradual, pero la clave fue el compromiso de la mayoría de la gente por mirar al futuro", reflexiona Gonçalves que cuenta de las miles de anécdotas recopiladas que incluye en el libro. 

"Trata sobre un hombre que siempre aparcaba el coche montado en la acera y cuando volvía tenía siempre una multa que rompía y tiraba. Así muchos días, hasta que uno se encontró un un papelito con un mensaje del policía que decía: 'Mira, no es así como vamos a construir una democracia'. Le impresionó tanto que lo guardó toda su vida y nunca volvió a aparcar mal", comparte divertido.


Hoy, 50 años después de todo esto, el escritor considera que aún quedan ciertos restos de aquel espíritu comunitario, si bien piensa que su país, quizá como toda Europa, adolece de falta de empatía y de pérdida de civismo, dos de las causas de la degradación de la democracia. 

"De momento la democracia no está en peligro, pero quizá sí es inevitable que la historia se repita. Lo que no consiento, y en parte, para eso está la literatura es, más que el olvido de todo esto, la mentira, la desinformación", explica. 

"Seas de derechas o de izquierdas, no puedes decir, como se hace, que en la época de Salazar se vivía mejor. Eso es lo que debemos recordarles a los jóvenes no sólo desde los libros, sino con educación".



Fallece mujer que propició uso del clavel en la revolución de 1974 en Lisboa.




La Revolución de los Claveles es el nombre con el que es conocido el golpe de Estado llevado a cabo por el Movimiento de las Fuerzas Armadas --una organización constituida en el Ejército portugués durante la dictadura de António de Oliveira Salazar-- el 25 de abril de 1974 contra el Estado dictatorial.

8 Ago, 2025

Celeste Caeiro, la camarera que consiguió transformar el clavel como en un símbolo revolucionario en Portugal en 1974, ha fallecido este viernes a los 91 años de edad en la localidad de Leiria, según ha confirmado su nieta, Carolina Caeiro Fontela, en sus redes sociales.

«Por siempre, mi abuela Celeste. Cuídame», ha publicado Caeiro Fontela en su perfil en la red social X, mientras que en declaraciones a la agencia portuguesa de noticias Lusa ha confirmado que la anciana padecía de problemas respiratorios y ha lamentado que nunca se le hubiera hecho un homenaje en vida.
De hecho, durante las celebraciones por el 50 aniversario de la Revolución de los Claveles el pasado 25 de abril, la propia Caeiro Fontela reivindicó el papel de su abuela como la artífice de que esta flor sea reconocida como el símbolo revolucionario por antonomasia en el país.

«Hay mucha gente que todavía piesna que fue una florista (la que le dio un clavel a un soldado), pero mi abuela no era florista», aseveró hace meses la nieta de Caeiro en declaraciones a la citada agencia portuguesa, recordando que su abuela trabajaba como camarera en Lisboa.
El 25 de abril de 1974 el autoservicio en el que Caeiro trabajaba estaba cerrado, pero su jefe le había encargado comprar claveles para ofrecer a los clientes y decorar el interior del restaurante. Cuando caminaba por la calle con el ramo de claveles, un miembro del Movimiento de las Fuerzas Armadas le pidión un cigarro.
Caeiro, que nunca había fumado por sus afecciones pulmonares, no le pudo dar el cigarro que el militar le pedía, pero sí le regaló un clavel. El militar cogió la flor y la colocó en el cañón de su rifle, un gesto que a continuación fue repetido por sus compañeros y que acabó convirtiéndose en un símbolo de la revolución portuguesa.
Aunque Caeiro nunca ha sido homenajeada en vida, el Ayuntamiento de Lisboa, a propuesta del Partido Comunista Portugués, aprobó por unanimidad el pasado mes de mayo honrar a la anciana con la concesión de la medalla de la ciudad, así como con una «intervención evocadora» en «un lugar público de la capital», que sin embargo aún no ha ocurrido.
La Revolución de los Claveles es el nombre con el que es conocido el golpe de Estado llevado a cabo por el Movimiento de las Fuerzas Armadas –una organización constituida en el Ejército portugués durante la dictadura de António de Oliveira Salazar– el 25 de abril de 1974 contra el Estado dictatorial.
 


25.04.25
Historia
La Revolución Portuguesa y las luchas por la memoria.

Ugo Palheta
Traducción: Natalia López




La Revolución portuguesa sigue siendo un campo de batalla por su sentido histórico. Más que una simple transición democrática, fue una irrupción popular que desbordó los márgenes del antifascismo convencional. Recuperar su memoria subversiva es también disputar el presente.
Está a la venta nuestro undécimo número, “La libertad guiando al pueblo”. La suscripción a la revista también te garantiza el acceso a material exclusivo en la página.

El año pasado se conmemoraron en Portugal y más allá de sus fronteras los 50 años del 25 de abril de 1974: el día que marcó el fin de una dictadura de casi cincuenta años y que también fue el inicio de un proceso revolucionario que duró 19 meses, hasta el 25 de noviembre de 1975.

Las conmemoraciones son, evidentemente, momentos de celebración, pero lo que es igualmente evidente es que no hay —ni puede haber— consenso sobre el objeto mismo de tales celebraciones:

 ¿Qué se celebra cuando se celebra el 25 de abril? 

Dicho de otro modo, lo que se celebra en una revolución, y el significado mismo de la palabra «revolución», es siempre un objeto de lucha: luchas por la memoria, que son luchas eminentemente políticas y que tienen que ver con las luchas de clase, no solo las luchas de clase de alta intensidad que tuvieron como escenario el Portugal revolucionario de 1974-75, sino también las relaciones de clase y las luchas de clase que caracterizan la época en la que nosotros mismos intentamos decir algo sobre la Revolución portuguesa.

Por otra parte, es significativo que el resurgimiento de los levantamientos populares a escala internacional, desde las revoluciones árabes de 2011 hasta los levantamientos chilenos o iraníes, pasando por las ocupaciones de plazas en Grecia y España a principios de la década de 2010 o los chalecos amarillos en Francia en 2018-2019, haya traído consigo en los últimos diez años un retorno de las reflexiones y los trabajos sobre las revoluciones. Prueba de ello es la recopilación colectiva publicada hace unos meses por la editorial La Découverte o el libro de Enzo Traverso, publicado recientemente, que ofrece una amplia historia cultural de las revoluciones.

Este retorno de la cuestión revolucionaria se produce en un contexto marcado tanto por la crisis múltiple del capitalismo (política, social y medioambiental), que reaviva la búsqueda de alternativas al mundo tal y como es, como por el auge de la extrema derecha, incluso en Portugal con Chega. Estas derechas extremas siguen siendo revanchistas con las revoluciones, sobre todo cuando estas, aunque derrotadas, han dejado huella en las instituciones (conquistas democráticas y sociales), pero también en la memoria del cuerpo social. Este contexto debe llevarnos a reflexionar sobre los medios para conservar y prolongar las conquistas democráticas y sociales de las revoluciones, y esto vale, evidentemente, para la Revolución portuguesa.

No obstante, este movimiento de retorno, aunque sea parcial, al problema de la revolución se produce tras cuatro décadas en las que un conjunto de historiadores liberales han tratado de imponer la idea propiamente termidoriana de un necesario fin de la historia, suponiendo cerrar de una vez por todas el capítulo de las esperanzas revolucionarias. François Furet lo afirmó ya en 1978:

 «La Revolución ha terminado». Y detrás de estas cuatro palabras había mucho más que una constatación, más bien una consigna: se trataba de acabar con la Revolución y, en un sentido más amplio, de acabar con la cultura revolucionaria que había marcado y impregnado tan profundamente la cultura política de su país, Francia, pero también de otros países que habían conocido revoluciones.

Cómo se busca acabar con las revoluciones.

La forma más común y consensuada de acabar con una revolución, de acabar con ella, en el caso de la Revolución portuguesa como en muchas otras revoluciones, no es deslegitimarla en bloque (una operación simbólicamente demasiado costosa, dado el prestigio persistente de la Revolución entre la población), sino tratar por todos los medios de separar el grano de la paja. Se opone entonces una buena revolución —la de los comienzos, alegre y floreciente, la del unanimismo antifascista del 1 de mayo de 1974, en la que gran parte de la población portuguesa, pocos días después del 25 de abril, se manifiesta para comulgar en la libertad recuperada— a una mala revolución: esta última tumultuosa, impredecible, a veces violenta, divisoria y, en cualquier caso, muy conflictiva. Y, por supuesto, se busca entonces por todos los medios, incluyendo a menudo la reescritura de la historia, descartar esta revolución vergonzosa, que habría causado tanto daño.
Así, las revoluciones solo son conmemoradas, o incluso exaltadas, por las autoridades de forma parcial y condicional. Se dividen en partes para despojarlas mejor de los episodios y los actores —individuales o colectivos— considerados demasiado radicales, inasimilables en la memoria legítima; y solo se conservan las partes que refuerzan el nuevo orden político. Pero al hacerlo, solo se celebran las revoluciones a condición de privarlas de su carácter propiamente revolucionario, relegando a un segundo plano —o incluso borrando los rastros— de la incursión de las clases explotadas y oprimidas en la escena política. 

Porque esta resulta necesariamente tumultuosa y agitada: adopta las formas y utiliza los medios que son específicamente los de los subalternos (manifestaciones callejeras, huelgas, ocupaciones, etc.), pero sobre todo porque lo que persiguen los movimientos populares durante las secuencias revolucionarias es la translocación del orden social, y ¿Cómo podría producirse tal trastocación sin tumultos y sin efervescencia?

En última instancia, las revoluciones se convierten entonces en simples traspasos de poder entre una élite considerada retrógrada y otra considerada ilustrada, en transiciones entre una forma de poder considerada superada y otra nueva considerada moderna y legítima, en períodos que, en definitiva, se consideran desafortunados por haber dado lugar a tanto estruendo, luchas obstinadas, esperanzas ardientes, todo ello reducido retrospectivamente a ilusiones superfluas, por no decir mortíferas, ya que, en la vulgata contrarrevolucionaria, las revoluciones solo saben producir baños de sangre o gulags.

La descolonización y la democracia portuguesa son fruto de la Revolución

En el caso portugués, esto es olvidar que el 25 de abril de 1974 fue un producto tardío de las luchas de descolonización, y que la liberación de las colonias fue todo lo contrario de una transición en orden. No se consiguió de forma pacífica, sino al término de un largo proceso —una revolución anticolonial— en el que fueron fundamentales las luchas político-militares de los pueblos colonizados y, en segundo lugar, la acción en Portugal —a veces violenta y armada— de los movimientos anticolonialistas y, finalmente, del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA)[1].
Pero reducir la Revolución portuguesa a una simple transición, o lamentar que esta Revolución no se limitara a una simple transición[2], lleva también a olvidar que algunos de los principales derechos democráticos y sociales —las libertades públicas (de expresión, de organización, de manifestación, etc.), la legalización de los sindicatos, el derecho de huelga, la protección social, los sistemas de salud y educación públicos, la reforma agraria en las zonas rurales del sur (al menos parcial), las vacaciones pagadas, la legalización del divorcio, la emancipación jurídica de las mujeres, etc.— son consecuencia directa del proceso revolucionario. 

Para retomar la acertada fórmula del historiador portugués Fernando Rosas: la democracia portuguesa lleva la marca genética de la revolución. Porque estos derechos —democráticos y sociales— no fueron concedidos de buen grado por las nuevas élites políticas, sino conquistados con gran esfuerzo, en los meses que siguieron al 25 de abril, por el formidable impulso de las movilizaciones obreras, campesinas, estudiantiles y de los habitantes de los barrios pobres y los barrios marginales.

Sin embargo, a pesar de la relación consustancial en Portugal —como en Francia, por cierto— entre la democracia y la revolución, incluso en sus aspectos más tumultuosos, hace mucho tiempo que se está aplicando una estrategia memorialista que consiste en borrar, marginar o deslegitimar las luchas populares de la Revolución de los Claveles, incluso en Portugal, en cierto sector de las élites políticas, mediáticas o intelectuales. Se conserva, por supuesto, el 25 de abril, porque nadie puede negar seriamente a los militares insurgentes del MFA la legitimidad, la audacia y el valor de haber liberado al país de la dictadura, pero se le desvía de su significado al intentar asentar la mitología de la unión nacional en torno a estos militares heroicos que en un solo día llevaron a Portugal de un fascismo universalmente aborrecido a una democracia tan esperada, ocultando de paso el papel central de la burguesía portuguesa, el ejército y la Iglesia católica (en particular su jerarquía) en el mantenimiento, durante tanto tiempo, de la dictadura salazarista.

El 25 de abril puede salvarse, por tanto, a condición de que se borren de la memoria legítima los diecinueve meses del proceso revolucionario, en el mejor de los casos como un paréntesis incomprensible o una pesadilla que hay que olvidar, en el peor como una calamidad que hay que condenar o, por retomar la famosa imagen que abre el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, un espectro que habría que exorcizar.

Memorias contrarrevolucionarias de la revolución.

La memoria oficial o dominante sigue la curva de las relaciones de fuerza sociales y políticas. Por citar un ejemplo especialmente llamativo: en 1984, cuando hubo que celebrar los diez años de la revolución, mientras que la derecha —ampliamente desacreditada al salir de la dictadura en 1974— había recuperado el camino hacia el poder en 1980, se nombró al mariscal António de Spínola presidente de la Comisión de Honor de las Conmemoraciones Oficiales. Para algunos, especialmente en la derecha, esta elección podía parecer natural, pero para muchos otros, en particular para el pueblo revolucionario de 1974-75 y para los capitanes que habían derrocado la dictadura, solo podía parecer escandalosa. ¿Por qué?
En la noche del 25 de abril de 1974, cuando la dictadura se derrumbó en solo unas horas y casi sin lucha, Spínola se convirtió en jefe de la Junta de Salvación Nacional sin haber participado en absoluto en el levantamiento militar. Fue llevado al poder por el MFA, que buscaba entonces una figura conocida por el pueblo portugués, ya que los capitanes no deseaban ejercer el poder en ese momento. 

El dictador Marcelo Caetano, sucesor de Salazar en 1968, asediado el 25 de abril de 1974 en la sede de la gendarmería en Lisboa, exigió que se le transmitiera el poder a un general, y no a un capitán; no tenía medios para cumplir sus exigencias, pero se le permitió dictar sus condiciones (y escapar a Brasil). Spínola recibió formalmente el poder de manos de Caetano, pero en realidad del MFA, ya que en ese momento preciso —y a lo largo de todo el proceso revolucionario— fue el MFA quien constituyó el actor hegemónico en el sentido de Gramsci, tanto por el ejercicio de la fuerza (el MFA rompió la jerarquía militar, marginó a los generales y controló la institución militar) y por su fuerza de persuasión (ligada al prestigio que le rodea por haber derrocado la dictadura).

Spínola comprende progresivamente que tiene las manos atadas por el MFA y que este le hace competencia, ya que es quien tiene el poder en última instancia. Incapaz de soportar lo que ya presenta como los «excesos» de la revolución y agitando la amenaza de una «dictadura comunista», Spínola se vuelve contra la revolución e intenta en dos ocasiones detener su desarrollo y afirmar su propio poder personal (para lo cual tiene un modelo, bien conocido aquí, a saber, De Gaulle).
 A finales de septiembre de 1974, intentó movilizar en las calles lo que denominó, al estilo gaullista, la «mayoría silenciosa», un golpe de fuerza civil que fracasó y le obligó a dimitir. El 11 de marzo de 1975, intentó un golpe de Estado militar con el apoyo de algunos sectores del ejército que le habían permanecido fieles. Esta vez tuvo que huir del país y fundó una organización de extrema derecha que, en colaboración con corrientes nostálgicas del régimen de Salazar, cometió varios atentados en territorio portugués.

Estos hechos no impidieron que Spínola fuera nombrado mariscal por Mario Soares (el principal dirigente del Partido Socialista) a su regreso del exilio a finales de los años setenta, ni de recibir las más altas distinciones del país y ser nombrado jefe de la Comisión Organizadora de la Conmemoración del 10º Aniversario de la Revolución, es que a principios de los años ochenta las relaciones de fuerza sociales y políticas se habían invertido a favor de la derecha y que el gran miedo de la clase dominante portuguesa había quedado atrás. 
Así, se perdonó sin problemas a Spínola por haber actuado —incluso de forma terrorista— contra la revolución portuguesa. Se le atribuyó incluso el mérito de haber anticipado en cierto modo lo que se presenta como los excesos y desbordamientos de la revolución durante el año 1975. Diez años después de 1974-1975, se trataba ya de enterrar la dinámica revolucionaria para consolidar mejor la normalización capitalista y liberal del Estado portugués, llamado a incorporarse en breve —en 1986— a la Unión Europea.

Heredar activamente la Revolución.

Volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿Qué se celebra cuando se celebra la Revolución Portuguesa? 

Una dificultad para quienes se identifican con el proceso revolucionario de 1974-75, y en particular con la dinámica popular y anticapitalista que se desarrolló intensamente entre la primavera y el otoño de 1975, es que la Revolución Portuguesa constituye lo que Daniel Bensaïd, citando a Charles Péguy sobre la Revolución Francesa, llamaba una «victoria derrotada». Victoria, sobre todo, en la medida en que permitió toda una serie de conquistas democráticas y sociales que ya he mencionado, pero derrota porque las promesas y las esperanzas de emancipación que suscitó se vieron indudablemente frustradas.
En efecto, la Revolución portuguesa es sin duda el último levantamiento popular duradero en Europa en el que se cuestionaron, a gran escala, la organización capitalista del trabajo y, más ampliamente, de la existencia, las relaciones de explotación, el dominio de una clase minoritaria sobre la gran mayoría de la población, la reducción de la democracia a su dimensión electoral y representativa, etc. Pero hay que reconocer que, en este aspecto, que es precisamente la dimensión inasimilable por la memoria dominante (o asimilable solo bajo la etiqueta infamante de exceso o desbordamiento), la Revolución no triunfó.

Este momento de celebración de la Revolución portuguesa debe ser, por tanto, una ocasión para reflexionar colectivamente sobre cómo podemos heredar activamente la Revolución, o cualquier otro levantamiento popular. La forma en que intentamos apropiarnos de la Revolución debe funcionar como una invitación a dar vida a lo mejor de ella, es decir la intervención directa, en la escena política y por sus propios medios, de los explotados y oprimidos; la invención de una democracia que no se reduzca a ir a votar una vez cada dos o cinco años, sino una democracia que tienda verdaderamente hacia el poder popular. Y desde este punto de vista, heredar activamente una revolución supone documentar en la medida de lo posible el componente popular de la revolución, pero también restituir plenamente su dimensión conflictiva (contra todas las ilusiones líricas de la unidad popular).

Esto supone dar toda su importancia a las luchas de la revolución contra sus adversarios, por supuesto, no solo los herederos visibles del Antiguo Régimen, sino a veces adversarios que se afirmaron durante el propio proceso revolucionario (Spinola, por ejemplo), pero también las luchas y divisiones dentro del campo revolucionario, y por lo tanto, inevitablemente, los debates estratégicos que agitaron y dividieron a este campo. Solo así la conmemoración puede escapar a ciertas celebraciones fáciles que a menudo suenan como elogios fúnebres.

Notas.

[1] Este movimiento clandestino fue creado en 1973 por oficiales intermedios —capitanes y comandantes— inicialmente con reivindicaciones corporativistas y profesionales. A medida que avanzaban los debates, el movimiento se politizó y, tras unos meses de existencia, decidió organizar un levantamiento militar para poner fin a la guerra y al régimen salazarista.

[2] Lo que viene a ser lo mismo, ya que este pesar conduce a expurgar la Revolución de su dimensión revolucionaria y, más concretamente en este caso, de su dinámica anticapitalista.


Ugo Palheta
Sociólogo, profesor asociado en la Universidad de Lille (Francia) y codirector de la revista Contretemps.



«Me sedujo la extrema apertura de la cultura portuguesa», una conversación con Yves Léonard
Entrevistas Gran Tour.

Algunos viajeros recorren muchos destinos sin sentirse especialmente vinculados a un país. Pero a veces un lugar nos encanta sin que sepamos directamente por qué. El historiador Yves Léonard comparte con nosotros su descubrimiento de Portugal, su aprendizaje de la lengua portuguesa y su inmersión en la historia política y cultural de este país.

Autor Baptiste Roger-Lacan
8 de agosto de 2022
  

¿Cómo llegó a trabajar sobre Portugal? 

Esto se debe en gran medida a una serie de coincidencias, que han encontrado una coherencia a posteriori.

Llegué a Portugal en el verano de mis 20 años. Eran los años 80 y el país era muy diferente de lo que conocemos hoy. Inmediatamente me dio un shock. En ese momento nació una pasión que luego traté de desarrollar de forma más racional a través de mis estudios de historia.
Como sucede a veces, vine como turista a los veinte años y nunca me fui. Podría haber sido uno de los muchos viajes -en la misma época, fui en los Estados Unidos para estudiar – y al final Portugal se convirtió en un lugar al que volvía continuamente. Este viaje, y los primeros encuentros que tuve allí, provocaron un verdadero choque de pasiones, me planteé muchas preguntas, sobre todo porque no tenía ningún conocimiento previo de este país, empezando por el idioma, del que no sabía nada. Tenía que construir y aprender todo. 

Usted habla de una coherencia a posteriori. ¿Cómo se explica este shock, esta pasión repentina? 

Probablemente porque tenía 20 años… Por ejemplo, intentaba comprender la importancia del mar, que trataba de racionalizar. Soy mitad bretón, estuve inmerso en esta cultura marítima, y eso fue muy importante en mi primera impresión de Portugal. Encontré paisajes, mentalidades, una forma de ver el Atlántico que se acercaba bastante a lo que había conocido y de lo que me había impregnado a través de mis orígenes. También tuve una especie de ilusión retrospectiva de la fatalidad… 

Además, cuando se quería ver lo que ocurría en Portugal desde el punto de vista de los estudios históricos en Francia, había muy poca información. Y aún menos en el caso del periodo contemporáneo, que era el que más me interesaba. En la EHESS había algunas cosas sobre la expansión marítima: Jean Robin y Frédéric Moreau trabajaron mucho sobre el comercio transatlántico. Pero quería enfocarme en los siglos XIX y XX. 

Así que tuve que buscar profesores que estuvieran dispuestos a ayudarme. Afortunadamente, encontré en mi camino personas que estaban de acuerdo sin ser necesariamente especialistas en Portugal. Al principio, trabajé en las Guerras Peninsulares, lo que me permitió mantener una dimensión francesa en mi investigación. Más tarde me alejé de esto porque este periodo es un recuerdo traumático para los franceses, y desastroso en Portugal… Esto complicaba bastante mi trabajo de esclarecer la historia contemporánea.  

En Science Po, unos profesores que, a priori, no tenían nada que ver con Portugal, me acogieron. En particular Serge Berstein, que me escuchó con gran benevolencia e interés, y que se convirtió en mi director de maestría y de doctorado. En este marco institucional pude desarrollar mi investigación. En ese entonces, a finales de los años 80, la historia contemporánea se estaba gestando en Portugal. En la época de Salazar y las dictaduras, la historia contemporánea no existía. Estaba prohibido hablar de ella o interesarse por el presente. Este periodo estaba reservado a los responsables de la propaganda y a los periodistas identificados como capaces de escribir sobre la actualidad. La única historia que podían contar era la narrativa nacional que Salazar había construido. Por lo tanto, era imperativo centrarse en el periodo de la Edad Media y la expansión colonial conocida como «los descubrimientos». Era imposible hablar de otros temas como la historia del fin de la monarquía constitucional, la República y el Estado Nuevo. Algunos pioneros lo intentaron, pero se vieron obligados a exiliarse en Suiza o Inglaterra. Con la Revolución de los Claveles, las cosas cambiaron mucho. En diez años se movilizó toda una estructura y unos medios para que se escribiera la historia contemporánea. 

Cuando llegué quince años después de la Revolución de los Claveles, pude beneficiarme de las primeras obras que intentaban contar la historia del Estado Nuevo. En esa época conocí a jóvenes y experimentados investigadores que procuraban crear temas, reflexiones y centros de investigación en torno a la historia contemporánea. Esta primera fase de mi trabajo culminó en 1997, cuando organicé un coloquio en Science Po, que no supuso un avance epistemológico en sí mismo, pero que sí, suscitó un gran revuelo, sobre todo porque Mario Soares, cuyo mandato acababa de terminar, había aceptado presidir los debates. Esto lógicamente despertó una forma de curiosidad. Fue un primer momento de encuentro entre historiadores franceses y portugueses que contribuyó a legitimar la historia contemporánea de Portugal.

Usted aprendió el portugués de adulto. En su libro, destaca a menudo que esta lengua es consustancial al imaginario de los portugueses sobre la construcción nacional. ¿Cómo describiría su relación con el portugués? 

Aprendí sobre la marcha. Al principio no fue fácil porque había aprendido alemán e inglés en la escuela, así que tenía pocos puntos de referencia. En retrospectiva, creo que no fue tan malo después de todo: no hablar castellano me impidió hacer «portuñol», esa dudosa mezcla de las dos lenguas que muchos francófonos usan.

Hoy lo hablo correctamente, es decir, tengo acento portugués y no francés, español ni brasileño, lo cual no está tan mal. Siempre hay pequeños errores sintácticos y gramaticales porque la cultura del imperfecto de subjuntivo que tanto gusta a los portugueses no es natural para mí. Para evitar este obstáculo, a veces construyo las frases de forma diferente, pero eso no engaña a nadie después de un tiempo… 

Vuelvo a ello, pero al menos no me contaminó el prisma distorsionador de España, algo que tienen muchos franceses cuando van a Portugal. Es decir, no era un hispanohablante varado en Lisboa, lo cual no es neutral porque siempre hay preconceptos, un poco de denigración o una percepción más bien despectiva del país por el peso del vecino castellano. No tener estos estereotipos era una ventaja. 

También tuve que luchar contra una forma de incomprensión en el sentido de que siempre sentí una forma de interés cortés por parte de mis interlocutores que enmascaraba mal una pregunta subyacente: «¿pero por qué Portugal? En aquella época, para los franceses, Portugal no era más que un pequeño país proveedor de mano de obra… Todos los estereotipos que teníamos se hacían sentir cuando uno se interesaba en un tema de estudio que no era natural, aparte del periodo sagrado de expansión marítima que era valorado. Sobre la época contemporánea, la reticencia era muy explícita. 

¿Aprendió el castellano después?

Sí, vino después, pero sólo para poder leer las fuentes acerca de Portugal. Es necesario para hacer un trabajo serio. 

¿Qué le parece especialmente atractivo en el portugués?

Cuando descubres un idioma tan diferente, la primera vez no entiendes nada y cuando lo intentas, no es muy natural para un francés. Me gustó la dificultad del ejercicio, sobre todo porque esta lengua y su cultura son objeto de prejuicios bastante negativos en Francia. Me dieron ganas de escuchar: una vez que te obligas a hacer este trabajo, creo que encuentras lo que escuchas más hermoso. Y aprender portugués fue también una forma de no dejar que se desvanezca el recuerdo de mi primer viaje a Portugal. 

Por otro lado, tengo una verdadera fascinación por los sonidos del italiano -que hablo muy mal-, pero me parece que la lengua portuguesa también tiene muy buenos sonidos cuando sabemos escucharla. Mucho más que el castellano, por ejemplo. 

Y luego, aún más que el idioma, me sedujo la extrema apertura de la cultura portuguesa, esa disponibilidad y esos contactos tan agradables que dan inmediatamente la impresión de formar parte de una familia. Creo que esa fue una de las claves de mi motivación. 

Creo que todas estas razones explican mi atracción por el portugués: son concomitantes y me resultaría difícil elegir una más que las otras. 

Aún más que el idioma, me sedujo la extrema apertura de la cultura portuguesa, esa disponibilidad y esos contactos tan agradables que dan inmediatamente la impresión de formar parte de una familia.

yves léonard

Usted es un historiador sobre Portugal, ¿cuál es su relación con la literatura portuguesa? ¿Cómo la aborda usted como historiador? 

Lo que intento mostrar en L’histoire de la nation portugaise (Historia de la Nación Portuguesa) -sin caer en el cliché de un país de poetas- es que la historia de Portugal está ligada a su literatura. Muchos autores portugueses están muy implicados en la historia de su país, empezando por Pessoa, que me ayudó mucho en mi investigación sobre el salazarismo.

Uno de mis primeros choques literarios fue el descubrimiento de Eça de Queiroz. Es un autor de la segunda mitad del siglo XIX, de tradición más bien realista: estuvo muy influenciado por Flaubert. Sus novelas son a la vez muy sutiles y están fuertemente influenciadas por su época. Pienso en particular en Los Maia, la historia de una familia que es una mise en abyme del siglo XIX portugués. La Ilustre Casa de Ramires es también una novela muy importante para mí: es a la vez una historia acerca del tiempo presente y una mirada retrospectiva muy fina sobre la Edad Media portuguesa. 

Estoy terminando la última novela de Javier Cercas, Independencia, que es la segunda parte de un ciclo abierto con Terra Alta. El protagonista, un detective que ha vivido experiencias atroces, es un gran lector, y en una página nos enteramos de que está leyendo La casa ilustre de Ramires. Aunque esta novela no es su más conocida, este intertexto nos recuerda la obra maestra que es. Además de conmoverme, debo decir que me fascina la vida de su autor. Cónsul portugués, escribió mucho en los periódicos lisboetas de la época: en particular «borderías», que son peleas oratorias y epistolares. Es muy representativo de la generación «casino», caracterizada por una forma de desencanto. 

Un otro autor, José Saramago ha tenido mucha influencia en mí, especialmente porque me ayudó a entender el salazarismo. La visión que tiene sobre los heterónimos de Pessoa llama la atención, y les da una increíble encarnación literaria en El año de la muerte de Ricardo Reis. Se dice que este último sobrevivió un año al poeta en la Lisboa de 1936. En este libro, nos cuenta los primeros años del salazarismo y la omnipresencia de la policía política. Es un novelista fundamental para entender cómo era la vida cotidiana bajo la dictadura: pienso en particular en Levantado del suelo, que me parece uno de los mayores textos sobre la cuestión social en Portugal en el siglo XX. 

Me gustaría añadir a Miguel Torga a este breve resumen. Tanto sus poemas como sus testimonios sobre la realidad de las cárceles salazaristas fueron muy importantes. Este médico anónimo de Coimbra, que ejerció su profesión hasta su muerte, publicó textos sorprendentes sobre los cuentos y las leyendas de Portugal, algunos poemas muy bellos y un diario, traducido al francés, que constituye un inmenso texto literario.

Los ejemplos podrían multiplicarse, ya que la literatura portuguesa es muy rica. Como historiador, me ha nutrido mucho y encuentro en ella una resonancia, una relevancia y un ojo perspicaz. Seguramente porque estos autores también están impregnados del pasado de su país. Para Saramago, la historia de la nación portuguesa es un hilo conductor, especialmente sus experiencias durante la dictadura, ya que empezó a escribir bastante tarde, en los años 70, cuando ya tenía cincuenta años.

Al trabajar en Portugal, que ha perdido tardíamente su imperio, ¿se ha interesado usted por el resto del mundo lusófono?

Sí y no. Por un lado, es difícil trabajar durante tantos años en Portugal sin mirar a varios continentes y a todos los océanos. Es una parte esencial de la historia del país. 

Pero sería muy presuntuoso pretender ser tan experto en las antiguas posesiones coloniales portuguesas como en la metrópoli. Creo que para conocer un país hay que intentar vivir en él lo máximo posible, instalarse allí en algún momento. Sin embargo, la vida me ha impedido vivir en esos países, aparte de viajes ocasionales que a menudo eran escapadas muy rápidas e insuficientemente construidas. 

Sin embargo, como mi tema de tesis era la idea colonial en Portugal, estudié estos países a través del prisma del colonizador, a través de los ojos de las élites portuguesas. Intenté articular un análisis de este fenómeno a largo plazo con un estudio centrado en la crisis del ultimátum en la década de 1890. Evidentemente, era una visión sesgada, lo que me llevó a interesarme y conocer a actores no portugueses que habían sufrido la ocupación, la colonización y el yugo portugués. 

Es una respuesta a medias, porque es uno de los temas que me hubiera gustado desarrollar mucho más por diferentes vías. Las circunstancias hicieron que esta oportunidad no se presentara. ¿Quizás no las provoqué lo suficiente? Se necesita tiempo y disponibilidad para realizar este tipo de estudios. Y luego hay que tomar decisiones: me ofrecieron la posibilidad de ir a trabajar a Mozambique, pero no pude aceptar por toda una serie de razones personales. 

En pocas palabras, conozco bien los fundamentos de la historia de estos países, así como sus relaciones con Portugal, pero me falta la mezcla de cercanía y distancia que confiere una larga estancia como extranjero. 

Portugal es a la vez uno de los escalones meridionales del continente europeo y, con la excepción de Bretaña, su escalón más occidental. ¿Vivir en Portugal le ha llevado a considerar Europa de forma diferente? ¿Le ha influido la visión portuguesa de Europa?

Sí, indiscutiblemente. Portugal es, en efecto, un poco otro Finistère de Europa, lo sentí inmediatamente. Cuando conocí Portugal, éste había solicitado su ingreso en la CEE y las negociaciones para su adhesión estaban en marcha. Era lenta porque en 1984, Portugal estaba en recuperación económica. Era un país que sentía muy fuertemente la expectativa de su admisión, quería ser aceptado en la unión tal como era y por lo que era para encontrar relevos para el desarrollo y consolidar la democracia en el país. Se trataba también de curar ciertas heridas vinculadas a la pérdida, aún muy reciente, del imperio colonial. Este ambiente estaba muy presente en el momento en que conocí el país. 

También viví el periodo de la adhesión, es decir, los años 1985-86, cuando había un entusiasmo muy fuerte entre las élites y parte de la población. Sin embargo, el significado de la adhesión a la CEE no estaba del todo claro. Hasta entonces, sólo los portugueses que habían emigrado a Francia y Alemania habían experimentado esta Europa unida. 

Todo esto estaba muy presente en la mente de la gente. Lo sentí con más fuerza porque, en los años 90, fui bastante militante de la causa de la construcción europea. Participé en varios movimientos en los que me involucré con mucha fe y determinación. Encontré en el ejemplo portugués una ilustración casi perfecta, o al menos bastante buena, de lo que buscaba en la construcción europea. Aunque este caso no tuvo mucha difusión en su momento, para mí sigue siendo una ilustración muy reveladora de lo que puede conseguir Europa. 

Encontré en el ejemplo portugués una ilustración casi perfecta, o al menos bastante buena, de lo que buscaba en la construcción europea. Para mí sigue siendo una ilustración muy reveladora de lo que puede conseguir Europa. 

yves léonard
A principios de la década de 2010, la visión de Europa volvió a cambiar. Fue un periodo muy difícil para los portugueses, que sintieron una fuerte desilusión con su anclaje europeo. Durante el período de la Troika en los años 2011-2014, fui allí regularmente y pude observar la situación. Fue muy duro porque esta crisis había sacudido un cierto número de convicciones europeas, como en Grecia, especialmente porque un cierto número de socios europeos reaccionaron con mucha condescendencia y desprecio – estoy pensando en particular en la expresión «PIIGS», que fue muy popular en ese momento. Para mí, un francés que visita regularmente Portugal, me fue doloroso ver que Portugal estaba pagando un precio tan alto. 

A pesar de ello, observo que es uno de los países que más apoyan a Europa. La crisis de la deuda no ha alterado fundamentalmente este estado de cosas. Sin embargo, ha llevado a la izquierda portuguesa a evolucionar su doctrina buscando una forma original de combinar el respeto a los compromisos europeos con el deseo de invertir a escala continental para abrir alternativas. Este periodo de rebote me pareció absolutamente fascinante, y me parece que ha cambiado un poco la forma en que otros países europeos miran al país, además de su inmenso éxito turístico en los últimos años. 

Vuelvo a lo que usted dijo sobre el periodo de adhesión. En un texto importante para le Grand Continent, Timothy Snyder invitó a los europeos a abandonar uno de sus mitos fundacionales: para él, Europa no está fundada en un ideal pacífico como se suele decir. Es el resultado de una elección muy pragmática de las antiguas potencias imperiales que optaron por invertir en la escala comunitaria tras la pérdida de sus imperios. ¿Tiene la impresión de que esta realidad, que se aplica bien al caso portugués, se reivindicó de forma más explícita?

No cabe duda de que, para muchos portugueses, la proyección naval y ultramarina ha sido un motor de su desarrollo y su futuro.

Hasta 1974-1975, cuando la dictadura se negó obstinadamente a cambiar las cosas, los portugueses miraban a Europa con mucha desconfianza y distancia. Esto cambió cuando las colonias desaparecieron, y con ellas los fundamentos de un discurso y una narrativa nacional que venía explicando desde el siglo XIX que Portugal desaparecería si perdía sus colonias. No es baladí que la Revolución de los Claveles se inspirara en el rechazo a la carga colonial: fue, en efecto, el rechazo al imperio lo que provocó la caída de la dictadura.  Sobre este tema se dio el golpe de Estado del 25 de abril. Para los principales actores de la revolución y los políticos, era entonces necesario escoger Europa. En definitiva, se trataba de una vuelta a la alternativa, o al menos a la falta de alternativa, que se les había presentado a los reyes portugueses en los siglos XIV y XV por estar atrapados en el escenario continental. Por lo tanto, su solución fue inventarse un destino como héroes del mar, que es lo que intento demostrar en mi libro. Hicieron esta elección por ensayo y error, probando cosas más o menos arriesgadas, pero impulsadas por la motivación de probar suerte en otros lugares dado que estaban limitados dentro de sus fronteras terrestres. 

Esta inversión de perspectivas fue la que afrontaron las élites portuguesas a mediados de los años 70. No había otra alternativa que mirar a Europa y anclarse definitivamente en ella. Es una respuesta muy clara, aunque más o menos formulada entre las élites. 

Al final, creo que la cultura política portuguesa está dividida entre los que consideran que el destino de Portugal se juega en el exterior -este fue el caso de Salazar- y los que, por el contrario, vieron en la presencia en el exterior una de las razones de la decadencia de Portugal. De los defensores de esta tradición surgió la convicción de que era mejor anclarse en el lado de Europa. 
En la adhesión a la CEE se observa, sin embargo, un intento de conciliar estas dos tradiciones. Cuando Mario Soares y las autoridades portuguesas firmaron el Tratado de Adhesión, eligieron hacerlo en el patio ceremonial del Monasterio de los Jerónimos de Belém, un lugar de gran poder simbólico en Portugal. Además, los discursos del presidente portugués y de Jacques Delors insistieron en que este tratado representaba un vínculo entre el pasado y el futuro del país. A pesar de la Revolución de los Claveles y sus consecuencias, hubo continuidad entre el Portugal imperial y el europeo. 
Además, la paz no tenía el mismo significado en este país que en otros. En los siglos XIX y XX, Portugal se mantuvo muy periférico en los asuntos europeos: aunque participó en la Primera Guerra Mundial, estuvo lejos de los distintos frentes, mientras que Salazar eligió el camino de la neutralidad ambivalente, entre las potencias del Eje, con las que tenía ciertas convergencias ideológicas, y los aliados angloamericanos, a los que pudo dar suficientes señales de amistad para evitar ser derrocado en 1945. 
En general, desde las Guerras Peninsulares, Portugal se había librado de la guerra. Por otro lado, Europa ofrecía la posibilidad de un nuevo destino, vinculado a un espacio territorial que no era el suyo, ya que se había mantenido alejado de él durante la dictadura. Esta nueva realidad no impide la persistencia de un imaginario oceánico. Portugal siempre ha tratado de mantener relaciones con sus antiguas posesiones de ultramar, ya que no sólo es una forma de preservar ciertos intereses comerciales, sino también una forma de estar en el mundo diferente a la de los países más importantes de Europa. El Océano Atlántico, espacio privilegiado para la diplomacia portuguesa, es un espacio importante en la proyección imaginaria del país. 

Ya que hablamos del mar, su libro se abre con la desaparición de Sebastián de Portugal. ¿Este «rey oculto» sigue presente en el imaginario portugués contemporáneo o se ha desvanecido? 

A finales del siglo XIX, algunos decían que todos teníamos un toque de sebastianismo. Sebastián es la gran catástrofe, es la caída, es una forma de decadencia, pero también es una esperanza de renacimiento. Esta dimensión es especialmente fuerte en lo que se ha llamado sebastianismo, es decir, la esperanza mesiánica siempre presente de ver al príncipe regresar para salvar a su pueblo.
 Yves Marie Bercé en El rey oculto: salvadores e impostores: mitos políticos populares en la Europa, dedicó un capítulo pionero a este fenómeno. Es interesante ver que todas estas imposturas, todas estas personas que decían ser Sebastián llevaban estas viejas profecías, estos sueños de renacimiento que supuestamente iban a permitir a Portugal recuperar una forma de preeminencia. 

Este aspecto ha permanecido muy presente en el imaginario colectivo. 

Hoy en día es muy difícil valorar la supervivencia de un mito popular que parece marchitarse. Esta dimensión popular es fundamental: a diferencia de los elementos estructurantes del mito de la construcción nacional, que halagaban especialmente las representaciones que las élites portuguesas tenían de ellas mismas, el sebastianismo imagina que Sebastián está escondido en medio de su pueblo, donde sobrevive a la espera de volver para salvarlo. 

El mito se difundió a través de los sermones, de las prédicas, de toda una tradición oral que se desarrolló e incluso cruzó el Atlántico porque se encuentra en el noreste de Brasil. Se trata de un mito popular extremadamente fértil que continuó extendiéndose a lo largo del siglo XIX y hasta el siglo XX. 

Hay una profunda ambivalencia en el sebastianismo. Por un lado, este mito mantiene una especie de sueño excesivo y una nostalgia muy pesimista. Por otra parte, tiene una forma de resiliencia, que constituye su parte positiva y dinámica. Esta dimensión, que a menudo se traduce en la esperanza en el mito del salvador, por utilizar la taxonomía de Raoul Girardet, fue muy utilizada por las élites del siglo XX, incluso Salazar, que pretendía presentarse como el rey deseado y oculto. 

A escala europea, ¿podemos considerar a Salazar como el dictador oculto del continente europeo en el siglo XX? Me explico: a pesar de que Salazar tuvo una gran influencia en las derechas conservadoras y radicales de Europa, su recuerdo se ha borrado en gran medida. ¿Cómo se explica esto? 

José Gil ha escrito un hermoso ensayo en portugués, sobre la retórica de la invisibilidad de Salazar. Este bellísimo texto dice muy bien las cosas, transcribe este deseo de ser lo más invisible posible para ser omnipotente. Es una especie de ambivalencia total con la que Salazar jugó todo el tiempo: la falsa humildad, la reserva natural del personaje que no quería aparecer. Creo que era su naturaleza más profunda, una persona muy tímida y torpe ante un público de más de tres personas. Sobresalía en el uno a uno o por teléfono, mientras que era incapaz de arengar a una multitud. Creo que tuvo que lidiar con estas deficiencias mientras trataba de llevar a cabo una propaganda extremadamente activa. 

Salazar también se nutrió del sebastianismo, que era muy fuerte en su cultura personal. Estaba firmemente convencido de que con unos pocos ingredientes -una narrativa nacional bien construida, un control riguroso de las almas y las conciencias- reviviría el país, que volvería a los tiempos inmemoriales de la expansión marítima. Ciertamente, quiso crear esta forma de ilusión exagerando su discreción. Era alguien que venía de un entorno modesto, se había criado en el interior del país. La relación con la modernidad y la influencia de la vida intelectual no era en absoluto lo que había conocido durante su infancia y adolescencia. Era alguien que se nutrió de la cultura de los hombres y mujeres de la tierra, y entonces quiso recrear eso de manera caricaturesca estableciendo un silencio humilde y respetuoso. 
Así que se convirtió en su marca, que en los años 30 funcionó bastante bien. La población era sensible a este discurso y a esta actitud general de humildad y relativa discreción en la escena mediática. El aparato de propaganda estaba allí para hacer audible a este personaje. Hicieron todo lo posible para que funcionara. Al jugar con esta cultura de la discreción del hombre de la tierra, también pretendía destacar que era diferente de todos los políticos lisboetas que procedían de un entorno demasiado privilegiado para comprender la importancia del «rey oculto y deseado». 

¿Se podría pensar que el corpus ideológico de Salazar corresponde con lo que espera la franja más conservadora de las derechas europeas y americanas, pero que su estilo político no encaja con la omnipresencia mediática que requiere la política contemporánea? 

Estoy bastante de acuerdo: Trump, o Bolsonaro, ambos utilizan un discurso de esencia salazarista, pero son personajes totalmente antinómicos a la figura. El estilo salazarista, hecho de discreción y aparente reserva, es perfectamente ortogonal a esta forma de funcionar. Sin embargo, Salazar pulió temas que han llegado a dominar la mayoría de los partidos nacional-populistas: la obsesión por la probidad y la honestidad -que siempre choca con la realidad de la corrupción interna de estos movimientos, al igual que el Estado Nuevo era corrupto-; el rechazo a la democracia liberal; el anti-elitismo; la fantasía imperial; el conservadurismo social.  
Salazar pulió temas que han llegado a dominar la mayoría de los partidos nacional-populistas: la obsesión por la probidad y la honestidad; el rechazo a la democracia liberal; el anti-elitismo; la fantasía imperial; el conservadurismo social.   
yves léonard

Por último, ¿puede hablarnos de un lugar de Portugal que le resulte especialmente querido?

Respondería, no sin dificultad, el Cabo da Roca, el lugar simbólico más occidental del continente europeo. Situado a unos cuarenta kilómetros al noroeste de Lisboa, cerca de Sintra, con su faro sobre el océano, el lugar es mágico frente al Atlántico. Camões lo describió como «el lugar donde se acaba la tierra y empieza el mar». En resumen, otro Finistère que lo tiene todo para seducir al bretón que hay en mí… ¡Y esta respuesta me permite no ofender a ninguno de mis amigos portuenses o lisboetas, entre los que la rivalidad puede ser a veces feroz! 


No hay comentarios:

Publicar un comentario