—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

lunes, 19 de junio de 2017

390.-El asesinato de Calvo Sotelo II a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 

 


María Teresa Osende Cuenca –«Piruca», en familia– es prima hermana de Luis Cuenca Estevas, el verdugo del líder monárquico José Calvo Sotelo. Nacida en La Coruña el 15 de marzo de 1929, María Teresa conserva todavía hoy la mente lúcida a sus 88 años y ha decidido romper por fin su silencio para proclamar con rotundidad, en honor a la tranquilidad de su conciencia ante la Historia: «Luis Cuenca fue el autor del asesinato de Calvo Sotelo», asegura a LA RAZÓN. Nadie de su familia había sido capaz hasta ahora de reconocer públicamente que Luis Cuenca disparó a bocajarro por dos veces consecutivas en la nuca al líder monárquico Calvo Sotelo, cuyo crimen provocó, como ya sabe el lector, el estallido de la Guerra Civil española. Cuenca viajaba aquel infausto 13 de julio de 1936 justo detrás del diputado, a bordo de la camioneta número 17 de la Dirección General de Seguridad.
María Teresa Osende Cuenca nos ha facilitado también una valiosa fotografía de Luis Cuenca de niño-adolescente, pues nunca hasta ahora se había publicado un solo retrato de él, permitiéndonos acceder además a parte de su correspondencia privada; en concreto, a una carta de Luis dirigida a su padre seis años antes de perpetrar el vil asesinato. Fechada el 30 de marzo de 1930, a la edad de veinte años, la epístola constituye una prueba de la bondad que caracterizaba entonces al futuro homicida: 

«Querido papaíto: no te he escrito antes debido a que estuve en el hospital enfermo con anginas y además el estómago que no me deja en paz...». Y se despide así: «Recibe muchos abrazos de tu hijo Luis».

«Creo –manifiesta ahora María Teresa Osende Cuenca, en alusión a Luis Cuenca– que soy la persona más próxima en parentesco que queda aún con vida. Su padre [Manuel Cuenca Vázquez, progenitor de Luis] era hermano de mi madre, y su madre [Soledad Estevas Fernández] era prima hermana de mi padre. Conocí la trayectoria familiar de mis primos a través de las conversaciones con mi madre; ella desgranaba sus recuerdos y su dolor en la soledad de nuestras tardes en el campo... Luis era al principio un buen chico, pero creció bajo la perniciosa influencia de su madre y de los acontecimientos».

Conozcámosle mejor a él a través de su propio hermano. En la Causa General se conserva hoy la declaración inédita de su hermano Juan, prestada tardíamente, el 17 de enero de 1956, cuando éste contaba ya 40 años y era comerciante de profesión, la cual reproduje ya por primera vez en mi libro «Los expedientes secretos de la Guerra Civil» (Espasa-Calpe).
Veamos qué decía él entonces: «Hace un año me nacionalicé venezolano, sin perder la nacionalidad española. He venido ahora a España, con mi familia, por asuntos particulares. Resido accidentalmente en Madrid, en la calle del General Álvarez de Castro número 1.
»Mi hermano es Luis Cuenca Estevas, que en el libro de la Causa General aparece con el nombre de “Victoriano”. Mi hermano nació en La Coruña, en 1910 o 1911, hijo de nuestros padres Manuel y Soledad. Nuestro padre era ingeniero industrial. Éramos una familia de clase media; mi hermano cursó el Bachiller y se presentó más tarde a unas oposiciones, que no ganó, al Cuerpo de Aduanas.
»Reveses de fortuna obligaron a mi padre y a mi hermano Luis a marcharse a Cuba en 1928, donde tuve noticias de que Luis anduvo envuelto en los jaleos de los estudiantes que ocurrieron en La Habana en aquella época, aunque ignoro si fue durante la Presidencia de Machado o con posterioridad a la misma.

»Mi padre y hermano regresaron a España en 1932, pero muy poco después mi padre volvió a marcharse de España al Gran Chaco, entre Bolivia y Paraguay. Mi hermano Luis se afilió a las Juventudes Socialistas con marcada inclinación a la figura de Indalecio Prieto, a quien acompañaba en todos los mítines en que éste intervenía, asistiendo también a los que iban Fernando de los Ríos y Besteiro.
»Mi hermano Luis vivía con entera independencia de mí, quizá influido por disgustos familiares –y no por causa mía–, que no vienen ahora al caso mencionar, y por eso no tenía noticia muy exacta de la vida que llevaba. Ignoro cuáles fueron sus medios de vida en aquel entonces, aunque tuve noticia de que tenía unas representaciones y después que estuvo trabajando en un sindicato.
»Sí sabía la estrecha amistad que unía a mi hermano Luis con el teniente Castillo y la que tenía, aunque más superficial, con el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, afines a sus ideas.
»Yo me encontraba en Madrid cuando el asesinato de don José Calvo Sotelo y no tuve la menor sospecha de que el autor fuera mi hermano, teniendo conocimiento de lo ocurrido hacia últimos de agosto de 1936, cuando un compañero del frente en Madrid me dijo que mi hermano Luis iba en la camioneta en que se dio muerte al señor Calvo Sotelo.
»En el frente de Somosierra, yendo en los grupos que se formaron para combatir, en una acción de guerra, encontró la muerte mi hermano Luis, el día 22 de julio de 1936.

»Yo me hice cargo del cadáver, realizando todas las gestiones necesarias para el entierro de mi hermano, al que di sepultura en el Cementerio Civil que está enfrente del de La Almudena, dándose la circunstancia de que fue enterrado, según me dijeron, en la fosa que había sido destinada y que después no se utilizó para el teniente Castillo.
»Me hice cargo de la documentación de mi hermano, habiendo desaparecido la misma del domicilio que entonces tenía durante la liberación de Madrid, pues en los registros que se hicieron en el referido domicilio no quedó nada del contenido que había en el mismo.
»También tuve conocimiento de lo ocurrido en relación con la muerte del señor Calvo Sotelo y con referencia a mi hermano Luis por el libro ‘‘El crimen de Europa’’, cuyo autor era Benavides, a quien fui a ver en 1937 para que me diera explicaciones sobre las pruebas o antecedentes que tuviera en relación con las afirmaciones que se hacían en dicho libro sobre mi hermano, negándose él incluso a retirar nada de lo que en el libro había puesto».

Podemos precisar, a diferencia de su hermano Juan, que Luis Cuenca nació en 1910 y que estuvo en Cuba durante la dictadura de Gerardo Machado, de quien llegó a rumorearse que había sido su guardaespaldas personal, razón por la cual se le motejó «El cubano» a su regreso a España. Catalogado como un elemento muy peligroso, de ahí su otro apodo de El pistolero, Luis Cuenca despertó recelos incluso en el ministro socialista Julián Zugazagoitia, que le consideraba «un elemento de acción, capaz de cometer asesinatos», como así fue.
«Luis –comenta ahora su prima hermana María Teresa– desgraciadamente pasará a la Historia como el asesino de José Calvo Sotelo, cuyo asesinato encendió la mecha de la Guerra Civil de 1936. La tragedia de su honor y arrepentimiento de comprender con espanto el infierno en que había caído, le llevó al frente de batalla y allí lo mataron. Pero antes les había dejado una carta a sus hermanos pidiendo perdón por aquella locura que le había convertido en un asesino».



 Castillo Sáenz de Tejada, José del. Alcalá la Real (Jaén), 29.VI.1901 – Madrid, 12.VII.1936. Teniente de Infantería.


Hijo del abogado Valeriano del Castillo Martínez y de Cariño Sáenz de Tejada, emparentada con los condes de Ripalda. Tras finalizar los estudios de bachillerato en el colegio del Sagrado Corazón de Granada, ingresó por oposición en la Academia de Infantería de Toledo el 21 de agosto de 1922, en una abultada promoción formada por 458 alumnos, a causa de la necesidad de nutrir de mandos subalternos las tropas que combatían en Marruecos.

En julio de 1926, tras repetir curso en la Academia, recibió el despacho de segundo teniente y fue destinado al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Infantería Tetuán n.º 1, con el que intervino en las operaciones que condujeron al total sometimiento de la zona occidental del Protectorado en 1927. Allí trabó estrecha amistad con Fernando Condés Romero, un teniente de la promoción siguiente a la suya, de ideas muy radicales. En julio de 1928 ascendió a primer teniente, siendo destinado al Regimiento de Infantería Saboya n.º 6, de guarnición en Alcalá de Henares. Poco después, el teniente Condés ingresó en la Guardia Civil y fue trasladado a Madrid, donde se consolidó la amistad entre los dos oficiales.

A partir de la proclamación de la Segunda República en 1931 ambos comenzaron a frecuentar círculos vinculados al Partido Socialista Obrero Español, a cuyas Juventudes terminarían afiliándose. En octubre de 1934, el teniente Castillo marchó con su unidad a Asturias, al frente de una sección de morteros, para intervenir en la represión del estallido revolucionario. Al serle ordenado abrir fuego sobre una concentración de mineros en la zona de Villaviciosa, se negó a cumplir la orden, por lo que fue procesado y condenado a un año de reclusión, que cumplió en la Prisión Militar de Alcalá de Henares.

En noviembre de 1935, al ser puesto en libertad, se afilió a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA). En enero de 1936 fue procesado por pertenecer a las Juventudes Socialistas, pero resultó absuelto por falta de pruebas. Tras el triunfo electoral del Frente Popular el 16 febrero, solicitó destino en el Cuerpo de Seguridad y Asalto, quedando encargado del mando de una de las secciones de la 2.ª Compañía de Especialidades de Madrid. Al frente de ella intervino para preservar el orden público en diversas manifestaciones y algaradas organizadas por grupos violentos de ultraderecha. Especial relevancia tuvo la realizada el 16 de abril en el entierro del alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes López, que dos días antes, mientras presenciaba el desfile conmemorativo del quinto aniversario de la proclamación de la República, había sido accidentalmente abatido por unos pistoleros en el curso de los disturbios producidos al paso de las unidades de la Guardia Civil.

Durante su sepelio, presidido por las autoridades de los Ministerios de la Guerra y de la Gobernación, se produjeron varios tiroteos y menudearon los incidentes, que se recrudecieron tras despedirse el duelo en la plaza de Manuel Becerra, donde se habían concentrado numerosos militantes ultraderechistas. El jefe superior de Policía ordenó disolverlos, la situación se encrespó y la policía hizo uso de sus armas de fuego, causando cinco muertos y numerosos heridos graves. Entre los muertos estaba el falangista Andrés Sáenz de Heredia y Arteta, primo hermano de José Antonio Primo de Rivera, y entre los heridos, el requeté José Llaguno Acha, alcanzado por un proyectil procedente de la pistola del teniente Castillo, que estuvo a punto de ser linchado por la enfurecida multitud. Los hombres de su Sección lo rescataron y, al llegar al cuartel de Pontejos, se le abrió un expediente informativo, que consideró su conducta ajustada a la legalidad vigente.

No obstante, los elementos violentos ligados a los partidos de extrema derecha ¾Acción Popular, Comunión Tradicionalista, Falange Española y Renovación Española¾, que ya estaban implicados en la preparación del golpe de Estado que se produciría en el mes de Julio, centraron sus miradas en el teniente Castillo, que comenzó a recibir amenazas de muerte. Sus superiores intentaron apartarlo de Madrid y a finales de abril quedó adscrito a la escolta del presidente del Consejo de Ministros, Diego Martínez Barrio, durante la visita que realizó a Sevilla. A su regreso a Madrid, rechazó el ofrecimiento de ser trasladado a Barcelona, alegando que el 20 de mayo iba a contraer matrimonio con Consuelo Morales del Castillo. También debió de pesar en su ánimo su deseo de no abandonar la instrucción de la Milicia de las Juventudes Socialistas, tarea a la que dedicaba todos sus ratos libres y que consideraba esencial para poder hacer frente a los golpistas.

Tras sufrir dos intentos de atentado, que hicieron que la citada Milicia le prestara contra su voluntad un servicio de escolta en sus desplazamientos rutinarios al cuartel de Pontejos, cuatro requetés pertenecientes al Tercio de Madrid le localizaron el domingo 12 de julio a la salida de la Plaza de Toros de las Ventas y le siguieron los pasos. Primero recogió a su mujer en la calle de Augusto Figueroa y fueron a dar un paseo. Alrededor de las nueve, dejó a su esposa en su domicilio y él continuó hacia la de Fuencarral para tomar el tranvía que llevaba a la Puerta del Sol pues aquella noche estaba de servicio. Justo en el cruce de ambas calles, frente a la ermita del Humilladero, los requetés descargaron sobre él sus pistolas, resultando gravemente herido y falleciendo durante su traslado a la Casa de Socorro de la calle Ternera. En el atentado resultaron también heridos dos transeúntes.

Al conocerse la noticia, decenas de guardias civiles y de guardias de asalto abarrotaron los pasillos de la Casa de Socorro, atribuyeron el asesinato a los falangistas y la Dirección General de Seguridad puso en marcha un dispositivo para intentar detener a los culpables. Entre los reunidos, se significó el capitán Condés, quien se comprometió entre lágrimas de despecho a vengar la muerte de su amigo. Unas horas después, Condés reunió un grupo de guardias de asalto y de militantes de las Juventudes Socialistas, requisó una furgoneta de la Dirección General de Seguridad y partió con intención de detener a un falangista que tenía localizado. Al no lograrlo, se encaminaron al domicilio de Antonio Goicoechea Cosculluela, uno de los líderes de Renovación Española, a quien tampoco localizaron. Finalmente, hacia las tres de la madrugada, al circular por la calle de Velázquez, cayeron en la cuenta de que allí residía el diputado de Renovación Española José Calvo Sotelo. Condés logró que accediera a acompañarle y, nada más entrar en el vehículo, Luis Cuenca Estevas, un exaltado militante de las Juventudes Socialistas, sentado detrás del líder conservador, le descerrajó dos tiros en la nuca, dejando después su cadáver en el depósito del cementerio del Este, donde no sería identificado hasta el mediodía.

Aquella misma mañana, la capilla ardiente del teniente Castillo se instaló en el Salón Rojo de la Dirección General de Seguridad y por la tarde se le inhumó en el llamado Cementerio Civil, acto al que acudieron miles de madrileños.



Bibl.: Historia de las Campañas de Marruecos, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1951; R. de la Cierva, “¿Quién mató al teniente Castillo?”, en Nueva Historia, 2 (1977); I. Gibson, La noche en que mataron a Calvo Sotelo, Barcelona, Plaza & Janés, 1986; F. Puell de la Villa, Historia del Ejército en España, Madrid, Alianza, 2005 (2ª ed.).


F. Puell de la Villa


 



EL ROBO DE LA AUTOPSIA

Presentado el «personaje», reconstruyamos los hechos advirtiendo antes que el informe de la autopsia practicada al cadáver de José Calvo Sotelo resulta todavía hoy tan estremecedor como ignorado. A las seis de la mañana del 14 de julio de 1936, Antonio Piga, médico forense del Juzgado número 3 y profesor de la Escuela de Medicina Legal, acudió al cementerio de Nuestra Señora de la Almudena acompañado por los también doctores Blas Aznar y José Águila Collantes, forense éste del Juzgado número 2 saliente, que realizaría también la autopsia al cadáver del republicano Melquíades Álvarez, acribillado a balazos al mes siguiente en la cárcel Modelo. Los tres galenos se disponían a cumplir una misión decisiva para desentrañar las circunstancias que rodearon la fechoría cometida con nocturnidad y alevosía contra un hombre inocente e indefenso.
El magistrado de Guardia Ursicino Gómez Carbajo, sustituido luego al frente del caso por el Juez Especial Eduardo Iglesias del Portal, el mismo que presidiría en noviembre el Tribunal Popular que condenaría a muerte a José Antonio Primo de Rivera, había ordenado la autopsia de Calvo Sotelo, cuyos detalles quedaron plasmados en un revelador informe. Hasta tal punto era trascendental este documento para esclarecer el crimen, que un grupo de milicianos armados hasta los dientes sustrajo con violencia la copia literal del mismo, custodiada en el Juzgado que instruía la causa.
Por fortuna, además de su buena memoria, los médicos forenses conservaban todas sus notas sobre la inspección del cadáver y las fotografías de las lesiones externas en el Archivo de la Sección de Investigación Criminal de la Escuela de Medicina Legal. Gracias a eso, pudieron reconstruir fidedignamente por segunda vez los hechos y las conclusiones a las que llegaron el 14 de julio de 1936, remitiéndoselas al fiscal instructor delegado de la Causa General de Madrid, el 5 de julio de 1941.

Cabello ensangrentado.

Los médicos habían procedido en su momento a desnudar el cadáver, comprobando la completa rigidez de las cuatro extremidades. Llamó enseguida su atención el cabello impregnado de sangre. En la órbita del ojo izquierdo había un orificio de salida de bala; y en el dorso de la nariz, un hematoma de un centímetro de diámetro. Dieron la vuelta al cuerpo inerte y hallaron en la nuca dos orificios de entrada de proyectiles, cuya separación distaba tan sólo 25 milímetros. Las balas habían atravesado el cerebro por su base, produciendo con toda seguridad la muerte instantánea. En la cara externa de la pierna izquierda detectaron otro hematoma de unos quince centímetros de largo por tres de ancho.
Distinguieron también las inconfundibles manchas hipostáticas de color rojo vivo que salpicaban el cadáver, cuya presencia solía hacerse patente a partir de las tres o cuatro primeras horas post mortem. Los ojos estaban recubiertos por una especie de tela corneal y la deshidratación del cuerpo, iniciada a partir de la octava hora de la muerte, se apreciaba en la depresión de los globos oculares.

La temperatura del cadáver estaba equilibrada con la del medio ambiente. Las manos de concertista del doctor Antonio Piga sujetaron con firmeza el bisturí para practicar una profunda incisión en el cuero cabelludo de la víctima. El bisturí de Piga recorrió con destreza la parte trasera de la oreja derecha de Calvo Sotelo, pasando por la coronilla de su cabeza, y alcanzando instantes después el lado posterior de la otra oreja. Luego, fue desprendiendo con admirable pericia la piel y los tejidos, desde la parte inferior del rostro hasta la nuca. Echó mano de la sierra para cortar el cráneo por el ecuador. Levantó la tapa y cogió el cerebro con los guantes, con la misma delicadeza que si sostuviera una esfera de cristal de Bohemia.

«Abierta la cavidad craneal –se detallaba en el informe– y puesto al descubierto el cerebro, apreciamos el dato anatómico de un gran desarrollo de ese órgano con gran relieve de las circunvalaciones, sobre todo las frontoparietales. Se observó que estaba atravesado de atrás adelante por un proyectil del 9 corto que se encontró, previos los cortes de rigor, en el lóbulo frontal derecho. Además, existía otra herida de arma de fuego, también de atrás adelante, con orificio de salida –ya indicado– en la que por dicha causa no se encontró la bala. Con objeto de estudiar detenidamente los caracteres de los orificios de entrada, ambos con anillo de contusión, se cortó un trozo de piel de la nuca que se dejó en formol en la Escuela de Medicina Legal». Los médicos se convencieron de que ambas heridas se habían producido con un mínimo intervalo de tiempo, con la misma arma y que la misma mano la sujetaba; es decir, que había un solo asesino: Luis Cuenca Estevas.
LA PRIMERA VERSIÓN

Juan Cuenca aludía en su declaración a su encuentro con el escritor Benavides. Entre los papeles desperdigados de la Causa General hay uno que ha pasado hasta hoy inadvertido y que pone de relieve la sorpresa y el interés del fiscal secretario Joaquín Lacambra Grosso, encargado de la pieza especial «Antecedentes. Asesinatos de Don José Calvo Sotelo y Don José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia», sobre un hecho destacado para la investigación del crimen.

Se trata de una comunicación de Lacambra a su superior, el fiscal instructor delegado de la Causa General, Antonio Reol Suárez, en la que informaba a éste del siguiente asunto relacionado con el caso el 15 de abril de 1943: «DOY FE: De que en esta Causa General hay un libro editado en Barcelona durante el dominio rojo en el año 1937, talleres gráficos de la editorial Ramón Sopena, empresa colectivizada, titulado ‘‘El crimen de Europa’’, con el subtítulo ‘‘Nuestra Guerra’’, de Manuel D. Benavides, en el que, en su capítulo III, página 39, y capítulo V, páginas 65 a 76 inclusive, que copiados a la letra y en su parte necesaria, se dice...».

A continuación, el fiscal Lacambra transcribía, en folios numerados, la primera versión impresa que se conoce del asesinato de Calvo Sotelo. Su autor, el gallego Manuel Domínguez Benavides (1895-1947), no era un consumado fabulador, aunque así lo considerase Luis Romero en su meritoria obra «Por qué y cómo mataron a Calvo Sotelo». De hecho, el relato de los acontecimientos efectuado por Benavides coincidiría en aspectos y detalles fundamentales con la propia narración final del instructor de la Causa General, tras tomar declaración a una legión de testigos.

Por primera vez, Benavides desenmascaraba ya en 1937 al asesino de Calvo Sotelo y facilitaba extremos y situaciones que ayudarían a completar la secuencia de los hechos criminales tal y como sucedieron. Asesino, por cierto, que se llamaba Luis Cuenca, y no «Victoriano Cuenca», como le denominaba reiteradas veces Luis Romero en su obra galardonada con el Premio Espejo de España 1982. Movido por el interés, no me conformé con leer la transcripción de la docena de páginas del libro de Benavides, perdida entre los centenares de legajos de la Causa General; ni tan siquiera con verlas reproducidas en uno de los anexos del también valioso libro «La noche en que mataron a Calvo Sotelo», del hispanista irlandés Ian Gibson, quien sí denominaba a Cuenca por su verdadero nombre. 
La temprana versión de Benavides me llevó a conseguir un ejemplar en una librería anticuaria y a devorarlo enseguida. El insigne poeta y doctor en Filología Románica, Eugenio García de Nora, elogiaba a Benavides en su célebre estudio «La novela española contemporánea»: 

«Es un escritor más culto, o un temperamento más equilibrado y armónico que Arderíus [el murciano Joaquín Arderíus y Sánchez-Fortún]; de modo que lo que pierde acaso frente a él en originalidad o fuerza creadora, lo gana en ponderación, claridad de ideas, precisión en el análisis de la sociedad que lo rodea, y eficacia y belleza formal y expresiva del lenguaje».

Su biografía novelada del magnate Juan March, titulada «El último pirata del Mediterráneo», le valió a Benavides la pena de cárcel en 1934. Estudió Derecho en la Universidad de Santiago y fue funcionario del Ministerio de Hacienda, además de redactor del semanario «Estampa» y colaborador del diario «El Liberal». Antes de su muerte en el exilio mexicano, registrada el 19 de octubre de 1947, dejó escrita para la posteridad su narración del crimen de Calvo Sotelo que no merece pasar inadvertida, como hasta ahora, en cuanto a documento primigenio se refiere. 
Advirtamos en justicia, eso sí, que Benavides incurría en algunas partes de su relato en un juicio ignominioso de Calvo Sotelo, inducido sin duda por su odio visceral al líder monárquico, a quien acusaba sin pruebas de ser un criminal de la derecha:

 «Fue él quien señaló a las pistolas fascistas el blanco de los oficiales leales que impidieron a los manifestantes del entierro del alférez Reyes llegar hasta el Congreso y apoderarse por sorpresa del Parlamento», escribía.


Nos interesa ahora su relato estricto del crimen porque, al margen de algunos errores garrafales, como confundir la fecha del asesinato del teniente Castillo y la del propio Calvo Sotelo, facilitaba ya entonces la identidad del asesino y de algunos de sus cómplices, así como el doble disparo efectuado contra la víctima en la nuca; por no hablar del crimen premeditado de Calvo Sotelo, a quien el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés y Luis Cuenca habían decidido ya asesinar antes de que la camioneta saliese del Cuartel de Pontejos. Como si el mismo Benavides hubiese estado allí...
Comparto la tesis de Gibson, según la cual Benavides debió hablar con un testigo presencial del asesinato que le refirió multitud de detalles del mismo; testigo a quien el autor llamaba «Julio Robles» y que Gibson sospechaba que fuera el trasunto literario de Enrique Robles Rechina quien, según la Causa General, fue uno de los ocupantes de la camioneta número 17. Pero, en todo caso, a Benavides le hubiese bastado con leer el informe de la autopsia de Calvo Sotelo, robado a punta de pistola por un grupo de milicianos en julio de 1936, para componer su crónica negra del luctuoso episodio.

Párrafos coincidentes

¿Quién estaba en condiciones de asegurar, acaso, que el documento o una copia del mismo no pudo llegar a sus manos por conducto de alguno de sus confidentes?
 Sea como fuere, su larga versión del crimen coincide, insistimos, con algunos detalles esenciales de la minuciosa reconstrucción efectuada por los médicos forenses. Al año siguiente de publicarse la versión de Benavides, la revista «Fotos» dio a conocer el relato de uno de los ocupantes de la maldita camioneta. Incluido en el número 91 del citado semanario gráfico, correspondiente al 26 de noviembre de 1938, y bajo el llamativo título «Yo iba en la camioneta número 17», el autor del testimonio era el ex guardia de Asalto Aniceto Castro Piñeiro, recluido entonces en la cárcel conquense de Tinajas.
Castro Piñeiro tenía veintisiete años entonces y era natural de Pol, un pueblo de Lugo donde residían sus padres José Manuel y Manuela. En un despacho de la prisión se llevó a cabo la desconocida entrevista, firmada por un tal «Raniato», de la que existen algunos párrafos coincidentes, en líneas generales, con la versión publicada por Benavides; salvo en algún que otro detalle significativo, como que el cadáver de Calvo Sotelo fue abandonado a la entrada del Depósito, y no en el interior del mismo.
La memoria debió traicionar también a Castro Piñeiro al referirse a sus cómplices del crimen con nombres o apellidos incorrectos, aunque respetando en todo momento su graduación; o tal vez se debió a un error del reportero durante la transcripción de la entrevista. El testigo ocular eludió, por último, pronunciar el nombre del indeseable que disparó a bocajarro sobre la víctima, alegando que no lo sabía. Pero ahora ya sí, confirmado por su prima hermana María Teresa Osende Cuenca.




Luis Cuenca Estevas (La Coruña, 1910 - Somosierra, 22 de julio de 1936) fue uno de los participantes en el asesinato de José Calvo Sotelo.-26-

Hijo de un ingeniero, estudió en el instituto Eusebio da Guarda de La Coruña e intentó acceder al Cuerpo de Aduanas, pero no superó los exámenes de acceso.​ En 1928 su familia marchó a Cuba, país donde residiría durante los siguientes cuatro años. Fue en 1932, con la Segunda República ya instaurada, cuando regresó a España, donde se le conocería como El cubano o El pistolero (sobre la base de los rumores de que había sido guardaespaldas del dictador Gerardo Machado).

En 1932 se integró en las Juventudes Socialistas y más adelante sería miembro de la Motorizada,​ un grupo de guardaespaldas formado por militantes socialistas que protegían a miembros del PSOE, especialmente a Indalecio Prieto, durante los actos de masas organizados por el partido. Dirigentes socialistas como Julián Zugazagoitia tenían una pésima opinión sobre Cuenca, por su carácter agresivo y violento. Esta opinión era compartida por algunos compañeros socialistas de Cuenca, que también lo consideraban una mala persona. En 1936, durante un mitin electoral Luis Cuenca intervino personalmente para proteger a Indalecio Prieto, después de un alboroto.
El 12 de julio de 1936 el teniente de Asalto José del Castillo fue asesinado en Madrid por pistoleros no identificados. Castillo también era uno de los instructores de la Motorizada. Esa madrugada se congregaron en el cuartel de la Guardia de Asalto en Pontejos algunos paisanos pertenecientes a las milicias socialistas entre los que se encontraban Cuenca y el oficial de la guardia civil Fernando Condés, al que ya conocía con anterioridad. En medio de la indignación, muchos clamaban venganza por este y otros asesinatos cometidos por pistoleros derechistas. Desde Pontejos partieron varias camionetas policiales con listas de falangistas a los que detener. En una de estas camionetas se encontraban un grupo de guardias de Asalto, miembros de las milicias socialistas, Condés, Santiago Garcés y el propio Cuenca. Con el pretexto de efectuar un registro, y amparados en las credenciales de la Guardia Civil de Condés, este y algunos otros penetraron en casa del diputado monárquico José Calvo Sotelo, a quien pidieron les acompañase a la sede de la Dirección General de Seguridad. Según su hija Enriqueta, Calvo Sotelo dijo sorprendido: 

“¿Detenido? ¿Pero por qué?; ¿y mi inmunidad parlamentaria? ¿Y la inviolabilidad de domicilio? ¡Soy Diputado y me protege la Constitución!”.

​ Condés entonces se identificó como oficial de la Guardia Civil, lo que tranquilizó a Calvo Sotelo, quien, a pesar de las reticencias iniciales, finalmente aceptó ir​. Calvo Sotelo se despidió de su familia y prometió telefonear cuando llegara, "a no ser que estos señores se me lleven para darme cuatro tiros". La camioneta se dirigía hacia la Dirección General de Seguridad cuando, tras circular unos doscientos metros, se realizaron dos disparos sobre Calvo Sotelo que falleció en la madrugada del 13 de julio.
Desde la Guerra Civil mucho se ha escrito sobre este suceso, pero a día de hoy la mayoría de autores que lo han investigado, en especial Ian Gibson y Luis Romero, coinciden en señalar a Cuenca como el autor material del disparo que mató a Calvo Sotelo.
Mientras el cadáver de Calvo Sotelo era depositado en el Cementerio del Este, Cuenca fue a la sede del periódico El Socialista y le contó a Julián Zugazagoitia lo que había ocurrido. Al día siguiente, Luis Cuenca, Condés y otros de los que iban en la camioneta fueron detenidos por la policía e interrogados.
Tras el comienzo de la Guerra civil, Cuenca marchó al frente de la Sierra de Madrid, donde moriría en combate a los pocos días de empezar la guerra.

 








Castillo Sáenz de Tejada, José del. Alcalá la Real (Jaén), 29.VI.1901 – Madrid, 12.VII.1936. Teniente de Infantería.

Hijo del abogado Valeriano del Castillo Martínez y de Cariño Sáenz de Tejada, emparentada con los condes de Ripalda. Tras finalizar los estudios de bachillerato en el colegio del Sagrado Corazón de Granada, ingresó por oposición en la Academia de Infantería de Toledo el 21 de agosto de 1922, en una abultada promoción formada por 458 alumnos, a causa de la necesidad de nutrir de mandos subalternos las tropas que combatían en Marruecos.

En julio de 1926, tras repetir curso en la Academia, recibió el despacho de segundo teniente y fue destinado al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Infantería Tetuán n.º 1, con el que intervino en las operaciones que condujeron al total sometimiento de la zona occidental del Protectorado en 1927. Allí trabó estrecha amistad con Fernando Condés Romero, un teniente de la promoción siguiente a la suya, de ideas muy radicales. En julio de 1928 ascendió a primer teniente, siendo destinado al Regimiento de Infantería Saboya n.º 6, de guarnición en Alcalá de Henares. Poco después, el teniente Condés ingresó en la Guardia Civil y fue trasladado a Madrid, donde se consolidó la amistad entre los dos oficiales.

A partir de la proclamación de la Segunda República en 1931 ambos comenzaron a frecuentar círculos vinculados al Partido Socialista Obrero Español, a cuyas Juventudes terminarían afiliándose. En octubre de 1934, el teniente Castillo marchó con su unidad a Asturias, al frente de una sección de morteros, para intervenir en la represión del estallido revolucionario. Al serle ordenado abrir fuego sobre una concentración de mineros en la zona de Villaviciosa, se negó a cumplir la orden, por lo que fue procesado y condenado a un año de reclusión, que cumplió en la Prisión Militar de Alcalá de Henares.

En noviembre de 1935, al ser puesto en libertad, se afilió a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA). En enero de 1936 fue procesado por pertenecer a las Juventudes Socialistas, pero resultó absuelto por falta de pruebas. Tras el triunfo electoral del Frente Popular el 16 febrero, solicitó destino en el Cuerpo de Seguridad y Asalto, quedando encargado del mando de una de las secciones de la 2.ª Compañía de Especialidades de Madrid. Al frente de ella intervino para preservar el orden público en diversas manifestaciones y algaradas organizadas por grupos violentos de ultraderecha. Especial relevancia tuvo la realizada el 16 de abril en el entierro del alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes López, que dos días antes, mientras presenciaba el desfile conmemorativo del quinto aniversario de la proclamación de la República, había sido accidentalmente abatido por unos pistoleros en el curso de los disturbios producidos al paso de las unidades de la Guardia Civil.

Durante su sepelio, presidido por las autoridades de los Ministerios de la Guerra y de la Gobernación, se produjeron varios tiroteos y menudearon los incidentes, que se recrudecieron tras despedirse el duelo en la plaza de Manuel Becerra, donde se habían concentrado numerosos militantes ultraderechistas. El jefe superior de Policía ordenó disolverlos, la situación se encrespó y la policía hizo uso de sus armas de fuego, causando cinco muertos y numerosos heridos graves. Entre los muertos estaba el falangista Andrés Sáenz de Heredia y Arteta, primo hermano de José Antonio Primo de Rivera, y entre los heridos, el requeté José Llaguno Acha, alcanzado por un proyectil procedente de la pistola del teniente Castillo, que estuvo a punto de ser linchado por la enfurecida multitud. Los hombres de su Sección lo rescataron y, al llegar al cuartel de Pontejos, se le abrió un expediente informativo, que consideró su conducta ajustada a la legalidad vigente.

No obstante, los elementos violentos ligados a los partidos de extrema derecha ¾Acción Popular, Comunión Tradicionalista, Falange Española y Renovación Española¾, que ya estaban implicados en la preparación del golpe de Estado que se produciría en el mes de Julio, centraron sus miradas en el teniente Castillo, que comenzó a recibir amenazas de muerte. Sus superiores intentaron apartarlo de Madrid y a finales de abril quedó adscrito a la escolta del presidente del Consejo de Ministros, Diego Martínez Barrio, durante la visita que realizó a Sevilla. A su regreso a Madrid, rechazó el ofrecimiento de ser trasladado a Barcelona, alegando que el 20 de mayo iba a contraer matrimonio con Consuelo Morales del Castillo. También debió de pesar en su ánimo su deseo de no abandonar la instrucción de la Milicia de las Juventudes Socialistas, tarea a la que dedicaba todos sus ratos libres y que consideraba esencial para poder hacer frente a los golpistas.

Tras sufrir dos intentos de atentado, que hicieron que la citada Milicia le prestara contra su voluntad un servicio de escolta en sus desplazamientos rutinarios al cuartel de Pontejos, cuatro requetés pertenecientes al Tercio de Madrid le localizaron el domingo 12 de julio a la salida de la Plaza de Toros de las Ventas y le siguieron los pasos. Primero recogió a su mujer en la calle de Augusto Figueroa y fueron a dar un paseo. Alrededor de las nueve, dejó a su esposa en su domicilio y él continuó hacia la de Fuencarral para tomar el tranvía que llevaba a la Puerta del Sol pues aquella noche estaba de servicio. Justo en el cruce de ambas calles, frente a la ermita del Humilladero, los requetés descargaron sobre él sus pistolas, resultando gravemente herido y falleciendo durante su traslado a la Casa de Socorro de la calle Ternera. En el atentado resultaron también heridos dos transeúntes.

Al conocerse la noticia, decenas de guardias civiles y de guardias de asalto abarrotaron los pasillos de la Casa de Socorro, atribuyeron el asesinato a los falangistas y la Dirección General de Seguridad puso en marcha un dispositivo para intentar detener a los culpables. Entre los reunidos, se significó el capitán Condés, quien se comprometió entre lágrimas de despecho a vengar la muerte de su amigo. Unas horas después, Condés reunió un grupo de guardias de asalto y de militantes de las Juventudes Socialistas, requisó una furgoneta de la Dirección General de Seguridad y partió con intención de detener a un falangista que tenía localizado. Al no lograrlo, se encaminaron al domicilio de Antonio Goicoechea Cosculluela, uno de los líderes de Renovación Española, a quien tampoco localizaron. Finalmente, hacia las tres de la madrugada, al circular por la calle de Velázquez, cayeron en la cuenta de que allí residía el diputado de Renovación Española José Calvo Sotelo. Condés logró que accediera a acompañarle y, nada más entrar en el vehículo, Luis Cuenca Estevas, un exaltado militante de las Juventudes Socialistas, sentado detrás del líder conservador, le descerrajó dos tiros en la nuca, dejando después su cadáver en el depósito del cementerio del Este, donde no sería identificado hasta el mediodía.

Aquella misma mañana, la capilla ardiente del teniente Castillo se instaló en el Salón Rojo de la Dirección General de Seguridad y por la tarde se le inhumó en el llamado Cementerio Civil, acto al que acudieron miles de madrileños.

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Bibl.: Historia de las Campañas de Marruecos, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1951; R. de la Cierva, “¿Quién mató al teniente Castillo?”, en Nueva Historia, 2 (1977); I. Gibson, La noche en que mataron a Calvo Sotelo, Barcelona, Plaza & Janés, 1986; F. Puell de la Villa, Historia del Ejército en España, Madrid, Alianza, 2005 (2ª ed.).

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F. Puell de la Villa




LOS ASESINOS

Aunque no es fácil ofrecer una lista completa de quienes subieron en la camioneta número 17, nos consta que al menos lo hicieron las siguientes personas:

- Fernando Condés: Fernando Condés había nacido en la provincia de Pontevedra, al igual que Calvo Sotelo, aunque era trece años más joven que éste. Hijo de un comandante de infantería, ingresó en la carrera militar a los 16 años y tras salir de la Academia de Toledo pidió destino en África, donde participó en numerosas acciones militares. Allí tuvo ocasión de conocer «al que se convertiría en su más fiel camarada», el teniente Castillo. Una vez pacificada la zona, Condés pidió en 1928 el ingreso en la Guardia Civil, y tras pasar por Cifuentes, Guadalajara, Barcelona y Oviedo, fue destinado al parque automovilístico de Madrid. En los círculos socialistas de la capital tuvo ocasión de coincidir de nuevo con Castillo, por aquel entonces teniente del Grupo de Asalto de Pontejos. Como ya hemos visto, tuvo una destacada participación en los preparativos para la revolución de octubre, pues Margarita Nelken le presentó al dirigente ugetista Amaro del Rosal. También entró en relación con Largo Caballero, que «le llegó a otorgar una total confianza» . Su misión en la revuelta era ocupar el Parque de Automovilismo de la Guardia Civil primero, y el Ministerio de la Gobernación después, para lo cual contaría con el apoyo de Castillo y sus hombres. Aunque el proyecto no llegó a realizarse, ambos fueron sometidos al correspondiente Consejo de Guerra. Amnistiado tras el triunfo del Frente Popular, Condés fue ascendido a capitán y dejado en situación de disponible. Condés se dedicó entonces a la instrucción de La Motorizada, unidad de acción de las juventudes socialistas madrileñas que actuaba como escolta de Indalecio Prieto. Dadas las excelentes relaciones que Condés había mantenido con Largo Caballero, ignoramos si había roto sus lazos con éste o si simplemente consideraba que a la hora de pegar tiros todos los socialistas debían permanecer unidos, hipótesis esta última que parece la más probable, pues sabemos mantuvo su amistad con Margarita Nelken. Según el testimonio de uno de los miembros de La Motorizada, Casto de las Heras, Condés era «una gran persona y un gran socialista».
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 Luis Cuenca Estevas: También gallego, aunque de La Coruña, Luis Cuenca, hijo de un ingeniero industrial y nieto de un general de la Guardia Civil, hubo de marchar en su juventud a Cuba debido a «reveses de fortuna». Allí estuvo envuelto en diversos disturbios estudiantiles, y se afirmaba había sido guardaespaldas del dictador Camacho, por lo que se le apodaba indistintamente el Cubano y el Pistolero. En 1932 ingresó en las Juventudes Socialistas. «Era bajo, grueso, muy ancho de hombros, con pómulos abultados y de expresión agradable», como recordaba en 1939 Aniceto Castro, a quien se lo habían presentado días antes del 12 de julio «como escolta de Indalecio Prieto». «Tenía fama de pistolero de acción contra los fascistas», y entre sus compañeros se le atribuía el asesinato de Matías Montero y Juan de Dios Rodríguez. Ello no le impedía disfrutar de la confianza de Prieto, a quien protegió eficazmente en el mitin de Écija, cuando los caballeristas le obligaron a tiros a abandonar la población. Según la declaración de su hermano Luis en la Causa General, era íntimo amigo de Castillo y mantenía una relación algo más superficial con Condés. Muy amigo del presidente de la Juventud Socialista, Enrique Puente.
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- Federico Coello: Médico afiliado a la Juventud Socialista de Madrid y a la FUE, huyó a Francia tras el fracaso de la revolución de Octubre. Incondicional de Largo Caballero (además de novio de su hija Carmen). «Hombre de acción que no vacilaba ante la necesidad de utilizar a veces la pistola.» Amigo de Enrique Puente. «Acostumbraba a ir en automóvil, dando escolta a Indalecio Prieto.»
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- Francisco Ordóñez: Amigo de Coello que al igual que él había pertenecido a la junta directiva de la FUE. En 1934 se afilió a la Juventud Socialista, y participó activamente en la reorganización de sus milicias tras la amnistía de febrero de 1936.
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- Santiago Garcés Arroyo: «Estatura regular. Era amigo del presidente de las Juventudes Socialistas, Enrique Puente, y actuaba como escolta de Indalecio Prieto, al que solía seguir en automóvil.» 43 Santiago Garcés, preguntado en su día por Gibson, manifestó que se había subido a la camioneta porque era amigo de Condés, a quien había conocido cuando la revolución de Octubre: «Por el mismo motivo se subieron allí Coello, Cuenca y Ordóñez.»
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- José del Rey Hemández: Miembro de las Juventudes Socialistas desde 1931, ingresó en la Guardia de Asalto en 1932. Participó en los preparativos para la revolución de 1934 a las órdenes del teniente Máximo Moreno, por lo que fue condenado a seis años y un día, y amnistiado tras el triunfo del Frente Popular, siendo destinado al servicio de vigilancias políticas. Tras servir durante un mes de escolta del diputado conservador Gregorio Arranz, pasó a desempeñar las mismas tareas con Margarita Nelken.
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- Tomás Pérez: Cabo de Asalto del cuartel de Pontejos.
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- Aniceto Castro: Guardia de Asalto del cuartel de Pontejos.
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-Antonio San Miguel Femández: Guardia de Asalto del cuartel de Pontejos.
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- Bienvenido Pérez Rojo: Guardia de Asalto del cuartel de Pontejos.
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- Ricardo Cruz Cousillos: Guardia de Asalto del cuartel de Pontejos.
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- Orencio Bayo: Guardia de Asalto destinado al parque móvil. Conductor
de la camioneta número 17.






La Real Casa de Postas, históricamente conocido como Cuartel de Zaragoza​ o Cuartel de Pontejos, es un edificio histórico de Madrid de estilo neoclásico, ubicado entre las calles de la Paz, Pontejos y Correo.

Historia


La Real casa de Postas fue proyectada en 1795 por el arquitecto Juan Pedro Arnal como complemento a la Real Casa del Correo, en la parte de atrás de dicho edificio.​ Tiempo después parte de sus dependencias se trasladaron a la Real Casa del Correo, quedando como servicio de telégrafos e instalándose aquí el "Cuartel de Zaragoza", que pasó a albergar dependencias policiales.
Su uso para los cuerpos de seguridad se remonta a la primera mitad del siglo XIX, cuando comenzó a acoger a la "Guardia Principal".
Durante la época de la Segunda República en Pontejos se encontraba un acuartelamiento de la Guardia de Asalto.3​ Durante la posguerra, tras la Guerra civil, se proyectó el derribo del edificio, aunque finalmente no se llevó a cabo.
A pesar de que el gobierno central había decidido en 1985 la cesión del edificio a la Comunidad de Madrid,​ continuó siendo un acuartelamiento policial durante varios años más. Finalmente, el 23 de marzo de 2000 la Administración General del Estado traspasó la titularidad del mismo al Gobierno Autonómico.

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