La Ciudad del Vaticano, oficialmente Estado de la Ciudad del Vaticano (en latín: Status Civitatis Vaticanæ; en italiano: Stato della Città del Vaticano), o simplemente el Vaticano, es un Estado soberano sin salida al mar, cuyo territorio consta de un enclavedentro de la ciudad de Roma, en la península itálica. Es uno de los seis microestados europeos. Estado La Ciudad del Vaticano tiene una extensión de 0,44 km² (44 hectáreas) y una población de aproximadamente 800 habitantes, por lo que resulta un híbrido de ciudad elevada al rango de Estado independiente, siendo además el país más pequeño del mundo. Es tan pequeño que sólo la basílica de San Pedro es un 7 % de su superficie; la basílica y la plaza de San Pedro ocupan un 20 % del territorio, lo que lo convierte en el territorio independiente más urbanizado del mundo. La Ciudad del Vaticano comenzó su existencia como Estado independiente en 1929 tras la firma de los Pactos de Letrán celebrados entre la Santa Sede y el entonces Reino de Italia, que en 1870 había conquistado los Estados Pontificios. Santa Sede. La Ciudad del Vaticano alberga la Santa Sede, máxima institución de la Iglesia católica. Aunque los dos nombres, «Ciudad del Vaticano» y «Santa Sede», se utilizan a menudo como si fueran equivalentes, el primero se refiere a la ciudad y a su territorio, mientras que el segundo se refiere a la institución que dirige la Iglesia y que tiene personalidad jurídica propia como sujeto de Derecho internacional. En rigor, es la Santa Sede, y no el Estado del Vaticano, la que mantiene relaciones diplomáticas con los demás países del mundo. Por otro lado, el Vaticano es quien da el soporte temporal y soberano (sustrato territorial) para la actividad de la Santa Sede. La máxima autoridad del Vaticano y jefe de Estado del mismo es el papa de la Iglesia católica, por lo que puede considerarse la única teocracia y la última monarquía absoluta de Europa. El sumo pontífice delega las funciones de gobierno en el secretario de Estado. El conjunto arquitectónico e histórico-artístico que conforma la Ciudad del Vaticano fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984. Geografía
La Ciudad del Vaticano (nombre local, Stato della Città del Vaticano) es un estado de Europa meridional, enclavado en Italia, al oeste de la ciudad de Roma, en la margen derecha del Tíber. Su geografía es única debido a su enclavamiento, y es el país soberano más pequeño del mundo. El dominio temporal del papa comprende la basílica y plaza de San Pedro, el palacio y los jardines vaticanos, la Cancillería y otros edificios anejos.
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Territorios extraterritoriales. Fuera del recinto vaticano, trece edificios en Roma y el Palacio de Castelgandolfo (residencia estival del papa) disfrutan de derechos extraterritoriales, entre ellos: las basílicas de Sta. María la Mayor, S. Pablo Extramuros y S. Juan de Letrán, el Santo Oficio y el Palacio de las Congregaciones (S. Calixto). |
Territorios de Italia dentro de la provincia de Roma en los cuales la Santa Sede goza de derecho de extraterritorialidad y de excepción de expropiación y de impuestos. Fueron establecidos por los Pactos de Letrán del 11 de febrero de 1929, por los cuales se puso fin a la cuestión romana: 1. Complejo de San Juan de Letrán (S. Giovanni in Laterano): comprende la Archibasílica de San Juan de Letrán y el Palacio Apostólico Lateranense con los edificios anexos y la Escalera Santa (Scala Santa) en la plaza San Giovanni de Roma. 2. La Basílica de Santa María la Mayor (Basilica di S. Maria Maggiore) con los edificios anexos en Roma. 3. La Basílica de San Pablo Extramuros (Basilica di S. Paolo fuori le Mura) con los edificios anexos en Roma.
4. El Palacio de la Cancillería (Palazzo della Cancelleria) en la plaza de la Cancillería en Roma.
5. El Palacio de Propaganda Fide (Palazzo di Propaganda Fide), sede de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, situado frente a plaza de España en Roma.
6. El Palacio de San Calixto (Palazzo di S. Callisto) localizado en la plaza de Santa María en Trastevere, Roma.
7. El Palacio del Santo Oficio (Palazzo del Sant'Offizio), sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en Roma. En sus adyacencias, que también gozan de extraterritorialidad, se encuentra el Aula Pablo VI, construido en parte dentro de la Ciudad del Vaticano.
8. El Palacio de los Convertidos (Palazzo dei Convertendi) sede de la Congregación para las Iglesias Orientales en la plaza Scossacavalli de Roma.
10. El Palacio de los Propileos (Palazzo dei Propilei) en la vía dei Corridori en Roma. Recibió extraterritorialidad el 28 de abril de 1979.
11. El Palacio Pío (Palazzo Pio), excluyendo el auditorio. Recibió extraterritorialidad el 28 de abril de 1979 a cambio del Palacio de la Dataría (Palazzo della Dataria), que fue vendido por la Santa Sede.
12. El Pontificio Seminario Romano Menor (Pontificio Seminario Romano Minore), en Roma. Adquirió extraterritorialidad en 1947. Es el único de los edificios de la Santa Sede en Roma que no fue inscripto en la lista de patrimonio de la humanidad en 1982. |
13. Las propiedades del Janículo en Roma: Pontificio Colegio Pío Romeno (Pontificio Collegio Pio Romeno), Pontificio Colegio Ucraniano de San Josafat (Pontificio Collegio Ucraino di S. Giosafat), Pontificio Colegio Norteamericano (Pontificio Collegio Americano del Nord), Hospital del Niño Jesús (Ospedale del Bambino Gesù), iglesia de San Onofrio y convento (Chiesa di S. Onofrio), Pontificia Universidad Urbaniana (Pontificio Università Urbaniana), Área de servicios técnicos de la Santa Sede (Area dei Servizi Tecnici della Santa Sede), Colegio Internacional Santa Mónica (Collegio Internazionale S. Monica), Curia Generalicia de la Compañía de Jesús (Curia Generalizia della Compagnia di Gesù), Instituto de María Niña (Istituto di Maria Bambina), Iglesia de los Santos Miguel y Magno (Chiesa dei Ss. Michele e Magno), Edificio de las Hermanas de Calasanz (Edificio delle Suore Calasanziane), Casa de las Hermanas de la Adoración (Casa delle Suore dell'Addolorata), inmueble del Borgo Santo Spirito junto a la Curia de los jesuitas. Janículo (en italiano Gianicolo ) es el nombre de una colina de la ciudad de Roma, tal colina tiene 82 m s. n. m. y no está comprendida entre las siete colinas tradicionales. Se encuentra en el famoso barrio del Trastévere. Historia Panorama de Roma vista desde el Janículo: la cúpula más próxima corresponde a la iglesia de San Francesco di Sales, al fondo hacia la izquierda —hacia el norte— se puede observar el Castel Sant'Angelo, tras este se ve el edificio blanco del Palazzo di Giustizia, hacia la derecha y a lontananza (al otro lado del Tíber) se observan las cúpulas del Panteón y la iglesia de Santa Maria sopra Minerva sobre la calle Argentina. Antigüedad El nombre de esta colina parece derivar del dios bifronte latino llamado Jano; la leyenda dice que tal deidad había fundado allí una población llamada Ianiculum, aunque solamente se conoce que existía un altar dedicado a un, también mítico, hijo de Jano: Fons o Fontus. Sí existía un pequeño caserío situado a los pies orientales de la colina llamado el Pagus Ianiculensis, en la zona del actual Trastévere correspondiente a la plaza Mastai. Situada sobre la ribera derecha del Tíber en territorio originalmente etrusco, la colina habría sido anexada a Roma por el rey Anco Marcio, quien la habría fortificado y conectado con la ciudad mediante el Puente Sublicio sobre el cual pasaba la antigua ruta a Etruria, ruta que pasó a ser la Via Aurelia. El Janículo, empero, quedó a extramuros de las antiguas Murallas Servianas y sólo fue parcialmente incluido dentro del recinto de las Murallas Aurelianas. Un área del Janículo estaba cubierta de bosques sagrados. Tal sector boscoso y sacro era llamado Lucus Furrinae, ya que estaba dedicado a la arcaica deidad latina llamada Furrina, lugar que hoy corresponde al parque de Villa Sciarra. Otra área cultural, más tardía, es el santuario de Isis o Santuario Isiaco en la pendiente oriental, actualmente sobre la vía Dandolo. El sitio es pintoresco, pero está poco cuidado y frecuentemente cerrado. Los restos descubiertos de este santuario se encuentran en la colección egipcia del Palazzo Altemps. Medievo Pocos datos se tienen de la zona del Janículo durante el medievo. Tras la caída del Imperio romano, el área, como gran parte de Roma, quedó en ruinas y en gran medida baldía. Sólo desde el Quattrocento, esto es, en pleno apogeo del Renacimiento y ya finalizada la Edad Media, comenzaron a construirse algunas importantes casas de familias acomodadas, como las que diseñara el arquitecto Giulio Romano. Otras características Pese a no ser contada entre las siete colinas tradicionales de Roma, el Janículo ocupa un lugar importante en las leyendas e historia romanas; por ejemplo es citado por Virgilio en el libro VIII (verso 473) de la Eneida, donde el rey Evandro muestra a Eneas las ruinas de Saturnia y el Ianiculum cercanas a la ciudad denominada en el libro Pallanteum (cuyo lugar es presentado como el asiento de Roma). Virgilio utiliza la presencia de esas ruinas como recurso literario para resaltar la significación de la colina Capitolina como centro religioso de Roma. En la actualidad el Janículo presenta una de las más atractivas vistas de Roma, no solo por sus esculturas sino por la presencia de iglesias que se destacan con sus cúpulas y campaniles, entre éstas la más importante es la iglesia de San Pietro in Montorio la cual está edificada en el sitio en el cual según la tradición fue crucificado san Pedro, tal iglesia posee un tempietto, un pequeño relicario realizado por Bramante. Posee asimismo el Janículo edificios barrocos y una fontana (la llamada Acqua Paula) mandada construir por el papa Paulo V a fines del siglo xvii, así como varios edificios que albergan instituciones culturales (por ejemplo la Academia de España). Conviene mencionar que las arboledas del Janículo están representadas musicalmente en el célebre poema sinfónico Pini di Roma (Pinos de Roma) de Ottorino Respighi. La colina del Janículo. El paseo del Janículo, desde el cual se puede disfrutar de una de las vistas más espectaculares del centro histórico de Roma, consta de dos grandes avenidas arboladas por plátanos que bordean la Villa Aurelia y se juntan en la plaza Garibaldi. La ruta continúa por un único camino que desciende en curvas pronunciadas hacia la iglesia de Sant’Onofrio, del siglo XV, a lo largo de una prolongación de la Passeggiata que se construyó en 1939. La zona, escenario de los heroicos acontecimientos de la lucha por la República Romana en 1849, fue transformada en 1883 por las nuevas instituciones italianas en un paseo público y dedicada a la memoria en Defensa de Roma. En los bordes de las avenidas se encuentran 84 bustos de los ilustres voluntarios de Garibaldi que lucharon por la defensa de Roma en 1849. Entre los monumentos principales destacan la estatua ecuestre de Emilio Gallori dedicada a Giuseppe Garibaldi y el monumento ecuestre a Anita Garibaldi ejecutado por Mario Rutelli en los años treinta del siglo XX y el faro donado a la ciudad por los italianos de Argentina con motivo del cincuentenario de la unidad de Italia y conmoración de Roma Capitale.
Desde 1904, bajo el Belvedere del Janículo, todos los días a las doce en punto, tres soldados cargan un obús de fogueo y realizan un tiro. La tradición del disparo de cañón se remonta a Pío IX quien, para evitar confusiones de horario, instituyó este servicio en 1846. Antes de llegar al Janículo, el cañón disparó desde las torres de Castel Sant’Angelo y luego desde Monte Mario. Fuera de las murallas del Janículo se encuentra Monteverde, un barrio residencial rico de chalés señoriales y elegantes palacios en el que se puede pasear agradablemente. |
14. En Castel Gandolfo: el Palacio Pontificio (Palazzo Pontificio), la Villa Cybo y la Villa Barberini, residencia estival de los papas. En Castel Gandolfo. Castel Gandolfo es una pequeña localidad italiana situada en la región del Lacio, a orillas del lago Albano, a 18 km al sureste de Roma. El municipio es muy conocido por encontrarse allí la residencia de verano del papa. El Palacio de Castel Gandolfo (en italiano: Palazzo Pontificio di Castel Gandolfo o Palazzo Apostolico di Castel Gandolfo) es un museo que pertenece a la iglesia católica y antiguamente era una residencia papal suburbana. Se encuentra en el interior de la zona extraterritorial de las villas pontificias de Castel Gandolfo, en los Montes Albanos, unos veinte kilómetros al sur de Roma. La extraterritorialidad de las villas pontificias, frecuentadas por los papas durante las vacaciones desde la época de Urbano VIII, fue reconocida en los Pactos de Letrán de 1929. Los pontífices solían trasladarse a Castel Gandolfo al menos una vez al año, en verano. El palacio es parte integrante de la zona de las villas pontificias, que tiene una superficie de más de cincuenta y cinco hectáreas.
Historia Comprado por la Cámara Apostólica en julio de 1596 e incorporado como patrimonio inalienable de la Santa Sede el 27 de mayo de 1604,1 el territorio de Castel Gandolfo fue elegido como lugar donde pasar las vacaciones por muchos papas a partir de Urbano VIII, quien, poco después de su elección como pontífice (1623), emprendió la construcción de un edificio en la parcela de la villa romana del emperador Domiciano, probablemente construida a su vez sobre la acrópolis de la antigua Alba Longa. El proyecto del palacio pontificio (el suburbano recesso, como se llamaba entonces) se encargó a Carlo Maderno, que lo realizó con la ayuda de sus asistentes Bartolomeo Breccioli y Domenico Castelli (1629). Aunque fue el promotor de su construcción, Urbano VIII nunca vivió en este palacio, prefiriendo residir en la cercana Villa Barberini, que pertenecía a su sobrino Taddeo Barberini. El primer pontífice que fue de vacaciones allí fue Alejandro VII, que completó la fachada principal y el ala occidental del palacio, obras en las que trabajó Gian Lorenzo Bernini.
Abandonada durante aproximadamente un siglo, la villa de Castel Gandolfo volvió a ser frecuentada en el siglo xviii por el papa Benedicto XIV, que la remodeló aportando algunas modificaciones y nuevas decoraciones. Lo mismo hizo Clemente XIV, que compró además la limítrofe Villa Cybo (1773) ampliando el jardín originario de Urbano VIII y convirtiéndolo en un parque. Ocupada y dañada gravemente por las tropas napoleónicas, fue restaurada por Pío VII y Pío VIII. A continuación fue usada como residencia veraniega por Gregorio XVI y posteriormente, al menos hasta 1870, por Pío IX; ambos pontífices aportaron más mejoras al edificio. Sin embargo, a partir de 1870, tras el final de los Estados Pontificios, fue abandonada por los papas, al igual que todas las otras residencias que poseían fuera de Roma, para «encerrarse» en el Vaticano como signo de protesta contra el Estado italiano. En 1929, tras la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano, las villas papales de Castel Gandolfo (a las cuales se añadió la cercana Villa Barberini) fueron declaradas dominio extraterritorial pontificio y con Pío XI el palacio de Castel Gandolfo volvió a ser la residencia veraniega de los papas. Pío XI hizo también que el arquitecto Giuseppe Momo conectara las tres propiedades, contiguas pero divididas por calles públicas, mediante una logia que unía el palacio con la Villa Cybo y un pasadizo elevado que comunicaba el jardín de esta última con el de la Villa Barberini. En 1934, además, este mismo pontífice colocó en la última planta del Palacio Apostólico, bajo la torre, la sede del Observatorio Vaticano. Gracias a la compra de algunos terrenos situados hacia Albano Laziale, se pudo instalar aquí una pequeña hacienda agrícola, de manera que el conjunto de las propiedades pontificias de Castel Gandolfo, todas ellas conectadas entre sí, constituye hoy un único gran parque, cuya extensión (unas cincuenta y cinco hectáreas) es superior a la del propio Vaticano. En el palacio se han producido, en 1958 y 1978, los fallecimientos de dos papas, Pío XII y Pablo VI, respectivamente. A continuación, el palacio fue utilizado habitualmente por los papas como residencia en sus épocas de descanso, tanto que Juan Pablo II definió Castel Gandolfo como el Vaticano Due o «Vaticano Dos»; en estas ocasiones se recitaba el ángelus en el interior del patio. En 2010 se celebró por primera vez en la historia en Castel Gandolfo la audiencia general en la plaza exterior. Desde el 28 de febrero hasta el 2 de mayo de 2013 residió aquí temporalmente Benedicto XVI tras renunciar al ministerio petrino. Desde abril de 2014, junto con otros once inmuebles, obtuvo el privilegio de extraterritorialidad y la exención de ex-propriaciones e impuestos. El 21 de octubre de 2016, por decisión del papa Francisco, el palacio dejó de ser una residencia papal veraniega y se convirtió en un museo. El lago Albano. (en latín Albanus lacus, italiano Lago Albano) también llamado Lago de Castelgandolfo o (equivocadamente para algunos) Lago de Albano, es un pequeño lago volcánico de Italia situado a unos 20 km al sureste de Roma, que pertenece a la localidad de Castel Gandolfo. Tiene una longitud de 3,5 km, una anchura de 2,5 km, una circunferencia de 10 km y 170 m de profundidad. Su forma es casi perfectamente ovalada. Se trata de un maar del sistema volcánico del monte Albano. En sus orillas hay varios monumentos: el Castel Gandolfo, residencia de verano del Papa, y un magnífico canal subterráneo atravesado por la escorrentía de las aguas del lago. La antigua ciudad latina de Alba Longa estaba emplazada en sus orillas. |
15. El centro de radiotransmiciones de Radio Vaticano en Santa Maria di Galeria, a 18 km de Roma. Recibió extraterritorialidad el 8 de octubre de 1951. Radio Vaticano —en latín: Statio Radiophonica Vaticana, en italiano: Radio Vaticana— es la radio internacional de la Santa Sede. Se encuentra en la Ciudad del Vaticano. Su misión es difundir el mensaje y actividades del Papa, de la Santa Sede y de la Iglesia católica. |
Peregrinaje de las siete iglesias de Roma. |
Roma es el corazón geográfico de la religión católica, ciudad santa del catolicismo y destino de peregrinación (vías romeas) y también la única ciudad del mundo que tiene en su interior una entidad estatal autónoma: el enclave de la Ciudad del Vaticano, que se encuentra bajo el poder temporal del papa. Por tal motivo se le ha conocido también como la capital de dos Estados. El peregrinaje de las siete iglesias de Roma, también conocido como el tour o giro o ronda de las siete iglesias (en italiano: visita delle Sette Chiese o Giro delle Sette Chiese), es una peregrinación urbana tradicional que se realiza a pie por la ciudad de Roma en la que se visitan siete iglesias antiguas y grandes, centros mayores de peregrinación religiosa, para lograr la indulgencia plena. Muchos romeros siguen hoy las huellas de San Felipe Neri que fue quien informalmente impulsó este tour hacia el año 1540 y que quedó establecido en el año jubilar de 1575. Originariamente se hacía en un único día, y actualmente se lleva a cabo en grupo por la noche dos veces al año, en septiembre y mayo, poco antes de la fiesta de San Felipe Neri, dirigida por un padre de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri. También se considera un acto de devoción típico del Viernes Santo y/o el Sábado Santo, que consiste en entrar en esas siete iglesias diferentes y acercarse a orar cerca del Cristo muerto. El recorrido tiene una longitud total de 25 km, ya que conecta los santuarios, en su mayoría excéntricos, con el centro antiguo (Foro romano) y medieval (Campo de Marte) de la ciudad. La Via delle Sette Chiese comprende el recorrido entre San Pablo extramuros y San Sebastián. De hecho, las basílicas construidas sobre las tumbas de los apóstoles (Pedro y Pablo) o de los mártires (Sebastián y Lorenzo) estaban por este hecho situadas fuera de las murallas de Roma. El Laterano (San Juan) y el Sessorium (Santa Cruz) eran antiguos dominios imperiales que tocaban la muralla Aureliana. En cuanto a Santa María la Mayor, en el Esquilino, su emplazamiento fue indicado mediante un milagro: una nevada en el mes de agosto. El número 7 tiene un valor bíblico símbólico fuerte de plenitud y de realización. No sólo son los siete días de la creación del mundo (del libro del Génesis), sino también los siete milagros de Jesús (Evangelio de Juan) y las Siete Palabras de Jesús en la Cruz. También puede hacer referencia a las siete colinas de Roma o las siete maravillas del mundo. Sin embargo, no hay ninguna referencia directa a las "siete iglesias" del libro del Apocalipsis. En italiano, la expresión «fare il giro delle sette chiese» (hacer la ronda de las siete iglesias") ha adquirido un valor negativo en el lenguaje común, ya que puede significar perder el tiempo vagando sin rumbo o buscando desesperadamente a alguien que lo escuche. La peregrinación a Roma. Roma había sido durante siglos un faro para los viajeros. Como sede del papado y de la curia católica, así como lugar en el que había muchos sitios y reliquias que eran venerados en relación con los apóstoles, santos y mártires cristianos, la ciudad había sido durante mucho tiempo un destino para los peregrinos cristianos. El tour de las siete iglesias fue emprendido de manera informal a principios de los años 1540 por San Felipe Neri y algunos de sus discípulos. San Ignacio de Loyola, un amigo cercano de Felipe Neri, hizo la peregrinación de las siete iglesias el 22 de abril de 1541, con cinco cofundadores compañeros de la Compañía de Jesús. Ese día, los primeros seis jesuitas hicieron su profesión religiosa definitiva en la capilla del Santísimo Sacramento de la Basílica de San Pablo Extramuros. Cobró impulso durante el Año Jubilar de 1550 y se convirtió en una práctica estable y organizada desde 1559. Originalmente, la peregrinación duraba dos días (Miércoles y Jueves Santo), y fue concebida específicamente como una alternativa al carnaval profano. En 1575, la peregrinación a las siete iglesias se convirtió en requisito para obtener la indulgencia plenaria del Jubileo. Su recorrido se hará entonces durante todo el año y no sólo el Jueves Santo, como pre-Cuaresma. Las exigencias disminuyeron durante el post-jubileo en 1575. Las siete iglesias ya aparecieron enumeradas en la guía de Girolamo Franzini de 1595, Le cose Maravigliose dell'alma citta de Roma, en el siguiente orden: San Juan de Letrán, San Pedro, San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor, San Lorenzo Extramuros, San Sebastián y Santa Cruz de Jerusalén. Giovanni Baglione, en su libro de 1639 Le nove chiese di Roma, lista a su vez nueve iglesias principales, añadiendo algo peculiarmente la iglesia de Santa Maria Annunziata dei Gonfalone y el trío de iglesias conocidas una vez como alle Tre Fontane, y situadas en el lugar del martirio de San Pablo: Santi Vincenzo y Anastasio a Trevi, Santa María Scala Coeli y San Paolo Alle Tre Fontane. En el año 2000, la bula de la proclamación del Jubileo seguía mencionando todavía esas mismas siete iglesias romanas, junto a los santuarios de Tierra Santa, como lugares cuya visita permite obtener una indulgencia plenaria. Aunque el papa Juan Pablo II, en ocasión de ese Gran Jubileo, sustituyó San Sebastián Extramuros, por el santuario de Nuestra Señora del Divino Amor. Sin embargo, muchos peregrinos siguen prefiriendo las siete basílicas de antes de 2000 y así también asisten a San Sebastián, además de a las iglesias necesarias para la indulgencia. El peregrinaje de las siete iglesias El tour incluye las cuatro basílicas mayores o patriarcales de Roma:
antiguamente basílica de San Sebastián Extramuros, la tumba de san Sebastián (mártir), remplazado de la ruta de peregrinaje por el papa Juan Pablo II en el Jubileo de 2000.
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Roma. |
Roma es una ciudad capital de la región del Lacio y de Italia. Con una población de 2 857.321 habitantes, es el municipio más poblado de Italia y la tercera ciudad más poblada de la Unión Europea. Por antonomasia, se le conoce desde la Antigüedad como la Urbe (Urbs). También es llamada «La Ciudad Eterna» (en italiano: Città Eterna). En el transcurso de su historia, que abarca tres milenios, llegó a extender sus dominios sobre toda la cuenca del Mediterráneo y gran parte de Europa, Oriente Próximo y África del Norte. Como capital de la República y del Imperio romano, llegó a ser la primera gran metrópolis de la humanidad, centro de una de las civilizaciones antiguas más importantes. Influyó en la sociedad, la cultura, la lengua, la literatura, la música, el arte, la arquitectura, la filosofía, la política, la gastronomía, la religión, el derecho y la moral de los siglos sucesivos. Es la ciudad con la más alta concentración de bienes históricos y arquitectónicos del mundo; su centro histórico delimitado por el perímetro que marcan las murallas aurelianas, superposición de huellas de tres milenios, es la máxima expresión del patrimonio histórico, artístico y cultural del mundo occidental. En 1980, junto a las propiedades extraterritoriales de la Santa Sede que se encuentran en la ciudad y la basílica de San Pablo Extramuros, fue incluida en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Geografía. Roma se encuentra en las riberas del río Tíber; la aldea originaria se desarrolló sobre las colinas que están frente a la curva de este río en la cual surge un promontorio de tierra. Territorio El territorio del municipio de Roma es amplio, habiendo absorbido áreas que habían estado abandonadas por siglos, en su mayoría plagadas de paludismo y poco aptas para la agricultura, áreas no pertenecientes a ningún municipio: se extiende sobre una superficie de 1287,36 km² y es el territorio ocupado por la ciudad más grande de Italia y uno de los más extensos en contraste con otras capitales de Europa. Roma gobierna un área que por sus dimensiones es tan grande como, aproximadamente, la suma de los territorios de Milán, Nápoles, Turín, Palermo, Génova, Bolonia, Florencia, Bari y Catania, y es superior a las ciudades como la de Nueva York, Moscú, Berlín, Madrid y París. La densidad poblacional no es muy elevada, por la notable presencia de áreas verdes dispersas en todo su territorio: Roma representa un caso excepcional en el mundo occidental por la vastedad de áreas verdes que sirven de corona a la ciudad lo cual genera una compenetración entre ciudad y campo. Roma, además, es la ciudad italiana con el más alto número de municipios vecinos: 29 municipios italianos más el enclave de la Ciudad del Vaticano, sumando un total de 30 territorios limítrofes. El territorio sobre el cual la ciudad ha surgido y sobre el cual se ha desarrollado tiene una historia geológicamente compleja: el substrato reciente está constituido por material piroclástico producido hace de 0.6 a 0.3 millones de años por los volcanes, hoy en día inactivos, ubicados en el área sudeste de la ciudad, el volcán Laziale que se encuentra en las actuales colinas Albanas, y al noreste, los montes Sabatinos. De estos depósitos se forma gran parte de las colinas que abundan en el territorio romano. Sucesivamente la actividad fluvial del Tíber y del Aniene contribuye a la erosión de los relieves y a la sedimentación, caracterizando aún más al terreno. Sísmicamente, Roma está clasificada como una zona 3 (sísmicamente baja), de acuerdo con la Ordenanza PCM n. 3274 del 20/03/2003. El territorio de Roma, por lo tanto, presenta diversos paisajes naturales y características ambientales: algunos relieves montañosos y colinas (entre ellas las históricas siete colinas), las zonas forestales, el río Tíber y sus afluentes, las marranas o pequeños riachuelos típicos del paisaje urbano, los lagos como el lago de Bracciano y el lago de Martignano así como aquellos artificiales, una isla fluvial (la isla Tiberina), y la costa arenosa del balneario de Ostia, frente al mar Tirreno. Orografía El núcleo central y antiguo de la ciudad está constituido por las históricas Siete colinas de Roma: la Colina Palatina, el Aventino, el Capitolio, el Quirinal, el Viminal, el Esquilino y el Celio. La ciudad comprende también otros relieves, entre los cuales el monte Mario, el monte Antenne, el monte Brianzo, el monte de las Joyas, el monte Giordano, el Gianicolo, el Pincio, los montes Parioli, el monte Savello, el monte Sacro y el monte Verde. Gobierno. Roma constituye una comuna especial, denominada "Roma Capitale", y es la más grande tanto en términos de superficie como de población entre las 8.101 comunas de Italia. La ciudad está gobernada mediante un sistema de ayuntamiento-alcalde. El actual alcalde es el demócrata Roberto Gualtieri. La sede de la comuna es el Palazzo Senatorio en la Colina Capitolina, la sede histórica del gobierno de la ciudad. La administración local de Roma se conoce comúnmente como "Campidoglio", el nombre italiano de la colina. División administrativa Roma está dividida en 15 municipios, creados en la reorganización administrativa de 2013. |
La ciudad metropolitana de Roma Capital (del italiano: città metropolitana di Roma Capitale) es un ente local italiano de la región del Lacio, en el centro del país. Su capital es la ciudad de Roma. El 1 de enero de 2015 reemplazó a la provincia de Roma. Hay 121 municipios en la ciudad metropolitana. Tiene un área de 5352 km², y una población total de 4 357 041 habitantes (2017). Es el área metropolitana más poblada de Italia.
Administración Actualmente el Consejo Metropolitano se elige con una elección de segundo nivel, es decir, el electorado activo y pasivo está reservado a los concejales y alcaldes de los municipios metropolitanos, mientras que el alcalde metropolitano es por derecho el de Roma Capital. Hay que tener en cuenta que el voto no es igual para todos sino que es ponderado, por lo que por ejemplo el voto de un concejal de Roma pesa más que el voto de un municipio pequeño ya que representa a un mayor número de habitantes. Otro organismo es la Conferencia Metropolitana, integrada por todos los alcaldes de los 121 municipios del área metropolitana. |
El Lacio (en italiano, Lazio; en latín, Latium) es una de las veinte regiones que conforman la República Italiana. Su capital y ciudad más poblada es Roma, que también es la capital del país. Está ubicada en Italia central, limitando al norte con Toscana y Umbría, al este con Marcas y Abruzos, al sureste con Molise, al sur con Campania y al oeste con el mar Tirreno (mar Mediterráneo). Además en su interior se encuentra la Ciudad del Vaticano. Con 5 889 649 habitantes en 2013 es la segunda región más poblada del país —por detrás de Lombardía— y con 341 hab/km², la tercera más densamente poblada, por detrás de Campania y Lombardía. El Lacio destaca por su historia, arte, arquitectura, arqueología, religión y cultura, además de ser el embrión de lo que acabó siendo el Imperio romano. En época antigua, se entendía como Latium el territorio comprendido entre el curso bajo del río Tíber y los montes Ausonios, en los alrededores de Terracina, y los Apeninos centrales como límite oriental. Cada región está dirigida por el presidente y la Junta regional que ejercen el poder ejecutivo, y el Consejo regional que ejerce el poder legislativo formado por 51 miembros. |
Renacimiento. La Roma de los papas: pompa, vanidad y blindaje contra reyes y emperadores. |
Los papas del Renacimiento hicieron de la ciudad de Roma una espectacular obra de arte. Pero su colosal empresa estética y urbanística perseguía unos complicados objetivos políticos.
Ana Echeverría Arístegui La llamamos la Ciudad Eterna, pero lo cierto es que a punto estuvo de extinguirse. La orgullosa capital del Imperio romano, que llegó a superar el millón de habitantes, una cifra descomunal para la Antigüedad, empezó el siglo XV con tan solo unos veinte o treinta mil. Florencia la duplicaba en población; Génova la triplicaba; Milán la cuadruplicaba. Más allá de Italia, Granada o París contaban con 100.000 almas. El declive de Roma, bruscamente iniciado a finales del Bajo Imperio, había continuado a lo largo de toda la Edad Media. El traslado de la sede pontificia a Aviñón, en 1309, a punto estuvo de asestarle el golpe mortal. Siete papas gobernaron la cristiandad desde territorio francés mientras Roma languidecía. El tímido retorno de Gregorio XI al Vaticano, lejos de mejorar la situación, se saldó con el cisma de Occidente, confuso episodio en el que dos y hasta tres sucesores de san Pedro se disputaron la tiara papal. Tras ingentes esfuerzos diplomáticos, el embrollo se deshizo en 1417 con la elección unánime de Martín V, de la antigua familia de los Colonna, y la reconciliación de la Iglesia occidental. La Roma que halló Martín V a su regreso estaba en ruinas, con barrios enteros vacíos. La escasa población se apiñaba a orillas del Tíber, en un ambiente sumamente insalubre. La basura se pudría en las calles, la gente daba usos improvisados a edificios y espacios públicos otrora emblemáticos. En los cien años siguientes, Roma resurgió de sus cenizas. Lo hizo mirando al pasado, al esplendor clásico de sus deteriorados monumentos, pero también al presente y al futuro. Urbanizar y embellecer la ciudad fue prioritario para la mayoría de los pontífices del Renacimiento, y no únicamente por razones estéticas. El prestigio del papado estaba en juego. Turquía consolidaba sus dominios. Poderosos estados se disputaban el liderazgo de Europa, entre ellos, Francia, Nápoles y una incipiente España, cuyos monarcas aspirarían primero a gobernar la península y después a dirigir el Sacro Imperio Romano Germánico. Roma, espejo de la cristiandad, debía estar a la altura. Para evitar que la máxima institución religiosa volviera a estar a merced de un rey, como lo había estado del de Francia durante la etapa de Aviñón, el papa se fue convirtiendo él mismo en un monarca terrenal. Fortalecer los Estados Pontificios fue prioritario. Se estableció un ejército profesional, el primero de Italia, con un capitán general de la Iglesia al mando, que a menudo era pariente del pontífice. Sixto IV llegó a un acuerdo con la Confederación Suiza para contratar a mercenarios; Julio II los convirtió definitivamente en su guardia personal. Aún hoy la guardia suiza luce en su librea los colores de la casa Della Rovere. Porque, aunque la monarquía pontificia tenía la peculiaridad de no ser hereditaria, en la práctica estuvo, durante este período, en manos de unas pocas familias italianas. Los papas del Renacimiento eran Medici, Farnese, Colonna, Piccolomini. Incluso los Borgia, extranjeros advenedizos, entroncaron con las grandes casas.
Para asegurarse el favor del concilio, único órgano capaz de enmendarle la plana a los pontífices, estos creaban cardenales de su propia familia, a veces a edades absurdamente tempranas. Cuando no tomaban los hábitos, sus sobrinos e hijos naturales contraían matrimonios ventajosos y se empleaban subterfugios para que pudieran heredar propiedades. El poder terrenal requiere dinero. De ahí que los papas de los siglos XV y XVI, además de recaudar impuestos en sus territorios, no dudaran en hacer negocio con lo divino y lo humano. En la Roma renacentista había cantidades ingentes de calles que adecentar, iglesias que reconstruir y antigüedades que mantener. Una de sus principales fuentes de ingresos eran los peregrinos. Las reliquias funcionaban como incentivo estrella. Decisiones urbanas. Martín V comprendió que debía poner bajo su jurisdicción a los supervisores municipales de las calles. Sixto IV les otorgó un sueldo y la potestad de expropiar viviendas a cambio de una indemnización, un recurso muy útil para convertir en avenidas las angostas callejuelas medievales. En 1587, la urbe había crecido tanto que, con Sixto V, los dos supervisores pasaron a convertirse en doce. Aun así, no faltó oposición vecinal a estas reformas. Durante la possesso, primera procesión papal tras cada coronación, no era raro que la multitud increpara o tratara de apedrear al nuevo pontífice. También las familias nobles tuvieron que adaptarse a medidas como la prohibición de las logias medievales, amplios pórticos donde, en la Edad Media, se celebraban ostentosos banquetes ante los ojos de media ciudad. Los nuevos palacios renacentistas optarían por otras formas de impresionar a la plebe. Mejorar el acceso al Vaticano fue una de las prioridades desde que Nicolás V trasladó allí su residencia. Lo hizo por dos motivos, uno práctico y otro propagandístico: buscar un acomodo mejor que el destartalado palacio de Letrán y ubicarse elocuentemente cerca de la basílica de San Pedro. Hasta allí llegaban tres calles, la vía Recta (antigua calzada romana que cruzaba la piazza Navona), la vía Papale y la vía del Pellegrino, que pasaba por el Campo dei Fiori y el Capitolio. Sixto IV conectó la Porta del Popolo, por donde accedía la mayoría de romeros, con el Ponte Sant’Angelo por medio de una nueva calle a la que llamó, de modo nada sorprendente, vía Sistina. Con el fin de descongestionar Sant’Angelo, también construyó el Ponte Sisto, primero en cruzar el Tíber desde la Antigüedad.
Esta costumbre de bautizar obras civiles con el propio nombre se hizo extensiva a Alejandro VI y su vía Alexandrina, la primera calle recta de la era moderna; a Julio II y su vía Julia, la calle recta más larga desde la era imperial; a León X y la vía Leonina, que debía conducir a su inacabado palacio familiar; o a Clemente VII y su vía Clementia, encargada a Antonio da Sangallo el Joven y prolongada por Pablo III, que automáticamente le cambió el nombre por el de vía Paolina Trifaria. La humildad no era precisamente la virtud favorita de un santo padre renacentista. Gloria imperial. Aun así, no todo se reducía a pompa y vanidad. La inversión urbanística formaba parte de un plan mayor, un plan celestial. Como dejó bien claro Nicolás V en su lecho de muerte, se trataba de contribuir “a la exaltación del poder de la Santa Sede por toda la Cristiandad”. Y si de presumir de primacía se trata, nada como traer a colación la antigua gloria imperial. Los aduladores de turno se apresuraron a establecer la conexión, subrayando, por ejemplo, que Sixto IV había transformado Roma “de una ciudad de ladrillo en una de piedra, tal como Augusto había convertido a la ciudad de piedra en una de mármol”. El nexo entre pasado y presente era Constantino, de quien se decía que, al refundar Constantinopla en el siglo IV y abrazar el cristianismo, había cedido Roma y el Imperio de Occidente al papa. Existía incluso un supuesto documento que lo atestiguaba, y aunque el humanista Lorenzo Valla había demostrado ya que se trataba de una falsificación del siglo VIII, resultaba conveniente mantener viva la leyenda. Roma, la caput mundi, o capital del mundo, debía ser, al mismo tiempo, una nueva Jerusalén y una advertencia para futuros aspirantes a emperadores: nada más imperial que la propia Iglesia, que debía quedar siempre por encima de cualquier autoridad mundana. Por eso, los nuevos papas abrazaron con entusiasmo el Renacimiento, que, más allá de sus virtudes estéticas, constituía un eficaz programa propagandístico. Restaurar monumentos o alzar iglesias y palacios que emularan la arquitectura clásica servía como recordatorio del eterno vínculo sellado por Constantino y Teodosio. Pablo III encarga a Miguel Ángel la renovación del Capitolio. Una estatua ecuestre en bronce de Marco Aurelio, datada en el siglo II, se coloca allí sobre un pedestal ovalado. El césar filósofo se convierte en símbolo de la autoridad pontificia. Más tarde, Sixto V corona las columnas de Trajano y Marco Aurelio con sendas estatuas de san Pedro y san Pablo. No contento con ello, traslada el obelisco egipcio del antiguo circo Gayo al centro de la plaza de San Pedro, casi un siglo antes de la reforma de Bernini que le daría su apariencia actual.
Lo sacro y lo pagano se dan la mano sin complejos. Hércules y Apolo se asocian a la figura de Cristo, Adriano comparte un fresco con san Pedro y san Pablo en el castillo de Sant’Angelo, Alejandro VI recupera dos estatuas de Cástor y Pólux confundiéndolas con representaciones de Alejandro Magno y su caballo, Julio II traslada el Laocoonte al Belvedere vaticano... El mensaje es claro: las grandes civilizaciones antiguas y sus logros no fueron sino un preludio de la venida de Cristo. La magnificencia de la Iglesia les da continuidad. Falsas apariencias. Todo este boato, no obstante, tenía mucho de teatral. A la hora de la verdad, los papas del Renacimiento se vieron obligados a hacer malabarismos para preservar su independencia. En los países del norte de Europa cuajó el malestar ante el nepotismo, el despilfarro, la pompa mundana y la flagrante corrupción de la curia romana. Perderlos redujo considerablemente los ingresos de la Iglesia y abocó a los papas a campañas militares para consolidar o ampliar los Estados Pontificios, que a su vez exigían aumentar la presión fiscal sobre los vasallos pontificios, lo que alimentaba el círculo vicioso del descontento. El baile de alianzas y traiciones con las potencias vecinas tampoco estuvo exento de traspiés. Clemente VII perdió un pulso con Carlos V que abocó a la ciudad al desastre en 1527, fecha del Saco de Roma. Las tropas del líder del Sacro Imperio masacraron a la Guardia Suiza, y el papa se vio obligado a huir a la fortaleza de Sant’Angelo por un pasadizo secreto.
Los cadáveres amontonados en las calles causaron epidemias que acabaron diezmando incluso a los propios invasores. El pueblo huyó en desbandada y, con ellos, los grandes artistas de la corte papal. En 1542, Pablo III funda la Inquisición romana. Un año después se convoca el largo Concilio de Trento. Vientos de austeridad, disciplina, contención y censura empiezan a borrar del mapa los peores abusos del clero, con la esperanza de frenar la expansión de la doctrina protestante. Este esfuerzo colectivo de rectitud iba a poner fin a una era dorada. |
Repúblicas Romanas. |
República Romana (1798-1799) La República Romana (en italiano: Repubblica Romana) fue un estado creado el 15 de febrero de 1798 y existió hasta el 30 de septiembre de 1799 (excepto durante la ocupación napolitana, desde el 28 de noviembre al 14 de diciembre de 1798). Constituyó una de las muchas «repúblicas hermanas», estados satélites de la República francesa. Pero esta en concreto, con su creación, fue la primera ocasión en que los Estados Pontificios eran disueltos y el poder temporal de los papas quedaba desmantelado, aunque por corto tiempo.
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La República Romana fue instaurada en 1849 en los Estados Pontificios después de la huida del papa Pío IX, debido a la actividad insurgente de romanos liberales. Fue gobernada por un triunvirato compuesto por Carlo Armellini, Giuseppe Mazzini y Aurelio Saffi. La península itálica, entonces divididas en múltiples Estados, estaba atravesada por una agitación general en el curso de la Primavera de los Pueblos de 1848. Todos los Estados se vieron obligados a conceder una constitución, mientras que Milán y Venecia, las principales ciudades del Reino lombardo-véneto se rebelaron contra el Imperio austríaco. El reino de Cerdeña les prestó socorro, lo que dio lugar a la Primera Guerra de la Independencia Italiana, que arrastró al Gran Ducado de Toscana, los Estados Pontificios y el reino de las Dos Sicilias, aunque estos últimos renunciaron rápidamente a las reformas provocando un gran cuestionamiento de sus elementos más liberales. Este cuestionamiento, cuando proseguía la guerra austro-sarda en desventaja de los sardos, llevó a un giro revolucionario en Roma. El primer ministro Pellegrino Rossi fue asesinado, el papa huyó a Gaeta bajo la protección de Fernando II de las Dos Sicilias y la República romana fue instaurada.
Esta nueva República romana no duró más que cinco meses, del 9 de febrero de 1849 al 4 de julio de 1849, y llegó a su fin después de una expedición francesa aprobada por la Asamblea Nacional francesa y con el apoyo de Napoleón III, entonces presidente de la Segunda República Francesa. Este episodio es conocido en Francia por el nombre de expedición de Roma. La República romana, cercada por todas partes, debió oponerse a los españoles, los napolitanos y a Austria, que fortalecida por su victoria sobre los sardos, invadió la República romana. Después de intensos combates que duraron un mes, las prerrogativas del Papa fueron restauradas por Francia. La ambigüedad por parte de Francia se debió a que la intervención fue aprobada por la asamblea de una república contra otra república, dado que ambas estaban inmersas en el movimiento liberal y demócrata de la Primavera de los Pueblos y que ciertos miembros de la izquierda votaron a favor de la expedición a fin de defender una república hermana contra una intervención austríaca, mientras que la derecha votó a favor de organizar la eliminación de la República romana. La operación estuvo acompañada por un ministro de Asuntos Exteriores, Alexis de Tocqueville, hostil al poder temporal del Papa. La República amplificó los dos mitos del Risorgimento italiano que ya tenían una visión nacional: Giuseppe Mazzini y Giuseppe Garibaldi, personajes centrales de la república, el primero en el plano político y el segundo en el plano militar. Les dio una dimensión internacional, en particular, ante intelectuales franceses como George Sand y Victor Hugo. |
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