Luis Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Patricio Hernández Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;Nelson Gonzalez Urra ; Ricardo Matias Heredia Sanchez;Katherine Alejandra Del Carmen Lafoy Guzmán ; Alamiro Fernandez Acevedo; Soledad García Nannig; Paula Flores Vargas; María Veronica Rossi Valenzuela;
|
Aldo ahumada chu han |
construida, su primera parte, en año 1948, para los trabajadores de una fábrica textil. La segunda parte fue construida en 1960.-
También dedico esta blogger, a estos cuatro jóvenes de la comuna de Quinta Normal, que no alcanzaron a vivir su vida, y murieron jóvenes; no tuvieron la vivencia de la globalización, el fin de guerra fría, y los grandes desarrollos tecnológicos. Tuvieron mala suerte.- Murieron por sus ideas, durante el gobierno militar, en las décadas del 70 y 80. |
El guillatún (del idioma mapuche: ngillatun, ‘acto de compra’) es una antigua ceremonia religiosa mapuche. Este rito funciona como conexión con el mundo espiritual para pedir por el bienestar, fortalecer la unión de la comunidad o agradecer los beneficios recibidos. En algunas zonas o bajo ciertas circunstancias tiene características particulares y recibe el nombre de efkutun, lepún, llellipun, o camaricún. Una traducción aproximada que se usa frecuentemente para esta ceremonia es ‘rogativa’. Los guillatunes tienen lugar en un lepún o ngillatuwe, lugar especialmente dispuesto para este fin, al interior de una ramada fabricada por los mismos participantes, en la cual el rewe se ubica en su centro rodeado por los demás miembros de la comunidad, y, generalmente, hay otro secundario (llangi-llangi). Estos están compuestos de vegetales, como araucarias, lleuques, perales y manzanos, laurel, maqui y canelo, dependiendo de la zona. Se adornan con banderas que pueden ser amarillas, azules, blancas o negras.. Durante el transcurso de la ceremonia, se realizan bailes y oraciones en las que los participantes piden por el clima, las cosechas la salud y la abundancia, además del sacrificio de un animal, generalmente un cordero. El rito es encabezado por el Ngenpin ("El que sabe decir", orador), ngillatufe o ngendungu; sin embargo en ciertas comunidades estas funciones las asume la Machi (persona que tiene autoridad religiosa) si por algún motivo las autoridades tradicionales no lo realizan. El Guillatún es realizado para pedir por el clima, las siembras, las cosechas, para que no haya enfermedades, para la abundancia de alimentos, por la fortaleza y vitalidad espiritual. Cada comunidad realiza el guillatún con periodicidad, que suele ser al menos una vez al año, puede ser que entes sobrenaturales, a través de peumá (sueños) y perimontún (visiones), indiquen la necesidad de realizar el rito. Un Guillatún dura como mínimo dos días y un máximo de cuatro. Los rituales pueden ser repetidos y los sacrificios de animales y ofrendas son muy importantes, ya que pueden establecer un vínculo con los espíritus. |
Periódicos políticos.
Anexo.
Jorge Edwards Valdés (Santiago, 29 de junio de 1931-Madrid, 17 de marzo de 2023) fue un escritor, crítico literario, periodista y diplomático chileno que contaba también con la nacionalidad española desde 2010. Miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, fue distinguido con numerosos premios, entre los que destacan el Nacional de Literatura 1994 y el Cervantes 1999. Edwards era colaborador asiduo de diversos diarios, tanto de Chile, como de Argentina (La Nación de Buenos Aires) y de Europa (El País, Le Monde o el Corriere della Sera). Su columna de opinión aparecía cada viernes en La Segunda. Biografía. Jorge Edwards nació el 29 de julio de 1931 en Santiago. Desde niño sintió gran inclinación por la lectura, sin embargo nunca pensó que podría ser escritor profesional. Se educó en el colegio San Ignacio de Loyola, donde tuvo por profesor al Padre Alberto Hurtado. Allí, su interés literario se vio acrecentado y escribió sus primeros ensayos, los que tenían como tema el mar. Terminada la enseñanza escolar, Jorge Edwards estudió Derecho en la Universidad de Chile, pero no ejerció pues optó por seguir su vocación literaria. En 1952 publicó su primer volumen de cuentos, El patio, el cual tuvo excelente acogida. Dos años más tarde, comenzó su carrera como diplomático, pensando que con esta actividad cumpliría con las expectativas de su familia. Entretanto mantuvo un pausado ritmo de escritura, sin aún dedicarse por entero a dicha actividad. En 1962 editó otro volumen de cuentos, el que tituló Gente de la ciudad. En los años siguientes ejerció como secretario de la Embajada de Chile en París, paralelamente y con mucho esfuerzo escribió el El peso de la noche, publicándolo en 1965. Con este libro Jorge Edwards comenzó una nueva etapa en su carrera literaria y en su estilo de escritura. Según el autor, con esta primera novela comenzó "de veras a escribir. O sea, a decir el máximo de cosas, a observar la realidad de entorno y dejar de lado la obsesión autobiográfica". De regreso en Chile preparó juntó al poeta Enrique Lihn una compilación de cuentos, la que titularon Temas y variaciones (1969). En 1970 fue enviado por el gobierno chileno a La Habana en misión especial para reinstaurar las suspendidas relaciones diplomáticas entre ambos países. Tres meses bastó para que fuera declarado por Fidel Castro "persona non grata" por su apoyo a los intelectuales disidentes del régimen. De esta controvertida experiencia, surgió el libro Persona non grata, el que publicado en 1971 causó gran polémica, pues en éste Edwards hizo una crítica directa a la política contingente. Jorge Edwards fue considerado en ese momento un escritor bastante crítico con su entorno, y por ello recibió el rechazo de distintos sectores políticos y clases sociales. Aún así, fue reconocido como un autor de peso y algunos críticos se aventuraron a señalar que por sus temáticas, centradas en la preocupación del tiempo y la realidad histórica chilena y de una clase particular (la burguesía) Edwards integraba la Generación Literaria de 1950. Alcanzó a estar dos años en Chile, pues tras el golpe de Estado de 1973, decidió partir con destino a España. En este país, Edwards consiguió orientar su trabajo literario y desarrollar sus actividades como novelista. También, su experiencia en España y la distancia con su país, le dieron la perspectiva para consagrarse en el territorio del memorialista: "se ven tan claras las cosas, que uno pasaba por alto al topárselas todos los días acá. La literatura se hace con la memoria. Con una memoria creadora, que no es posible suscitar ni provocar, y que el ausencia estimula". Se estableció en Barcelona y a partir de 1973 se instaló en Calafell, un pequeño pueblo costero. En Barcelona se desempeñó como asesor literario de Seix Barral y director de una editorial más pequeña, también colaboró con artículos para los más reconocidos periódicos del país. Durante sus años de exilio escribió la elogiada compilación de ensayos Desde la cola del dragón (1977), libro en el que Edwards intentó establecer un vínculo entre su obra periodística y su ficción con el propósito que sus crónicas fueran leídas también como textos literarios y Los convidados de piedra (1978), novela de crítica directa a la burguesía chilena. De regreso en Chile, en 1978, fue designado miembro de la Academia Chilena de la Lengua. En los años siguientes, Jorge Edwards publicó dos de sus libros más comentados, El museo de cera (1981) y, posteriormente, en 1987, El anfitrión. En 1990 ganó el Premio Comillas de la editorial Tusquets por su manuscrito sobre la vida de Pablo Neruda, titulado Adiós, poeta. En 1994, Jorge Edwards recibió el Premio Nacional de Literatura en reconocimiento a su larga trayectoria y su aporte a las letras chilenas, ese mismo año publicó El whisky de los poetas. El año 2000 fue muy importante para Edwards, puesto que se le otorgó el Premio Cervantes, distinción considerada por la crítica como el nobel hispanoamericano. Ese mismo año, el presidente Ricardo Lagos lo condecoró con la Orden al mérito de Gabriela Mistral y publicó su libro El sueño de la historia, inspirado en la vida del arquitecto del Palacio de la Moneda, Joaquín Toesca. Falleció en Madrid, 17 de marzo de 2023. Generación Literaria de 1950. Este grupo de escritores irrumpió en la escena nacional portando una bandera de escepticismo frente a la tradición literaria local, reclamando la superación del criollismo y volviendo la mirada, en cambio, a la literatura norteamericana y los clásicos rusos. Existen dos criterios y consecuentemente dos nombres, para aludir a este grupo de escritores nacidos entre 1920 y 1934. El primero y el más difundido, Generación del 50, fue propuesto por Enrique Lafourcade en 1954. El segundo, Generación de 1957, fue propuesto por Cedomil Goic, quien aplicó el Criterio Generacional Histórico de Ortega y Gasset y el Método de seriación a la literatura hispanoamericana. La Generación literaria de 1950, hizo su entrada al escenario de las letras nacionales, con un escepticismo radical frente a la vida y a la literatura chilena anterior (buscando ante todo la superación del criollismo). Por esta razón fueron estigmatizados como escritores despreocupados frente los problemas sociales. Una de las razones de este escepticismo fue el momento de cambios profundos en la sociedad, tanto a nivel nacional, como internacional, teniendo en cuenta, el escenario mundial de la época. Todo esto provocó que en los escritores de esta generación surgiera la idea de la realidad concebida como una máscara, y que se subjetivizara absolutamente la noción de conciencia humana. En término generales, todos los autores que conformaron esta generación, fueron influenciados por la poesía y por la novela norteamericana (Walt Whitman entre los poetas, Ernest Hemingway y William Faulkner entre los novelistas) y por la novela clásica Rusa (Leon Tolstoy, Fedor Dostoievski). También evidenciaron como especial referente el psicoanálisis de Sigmund Freud, el determinismo científico y el existencialismo. Un hito de fundamental importancia para el desarrollo de esta generación -compuesta por narradores, poetas, dramaturgos, ensayistas y críticos-, fueron los Encuentros de Escritores realizados por la Universidad de Concepción en 1958, ya que en ellos tuvieron tribuna algunos de sus integrantes más destacados, como por ejemplo: Enrique Lafourcade, José Manuel Vergara, Armando Cassigoli, Jorge Edwards y Claudio Giaconi, entre otros. También, propiciaron el debate sobre esta generación tantas veces cuestionada ya sea por su existencia efectiva dentro de la literatura nacional, o por su visión de mundo y aparente desinterés ante la realidad del país. Los poetas integrantes de la Generación del 50, presentaron diferencias en su pensamiento político, religiosos y poético, sin embargo a juicio de Miguel Arteche, esto no influyó en su modo de reaccionar frente a la herencia de los grandes poetas nacionales como Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Humberto Díaz Casanueva y Rosamel del Valle. Tampoco influyó en la actitud que adoptaron ante su quehacer como poetas, ya que el énfasis no sólo estuvo centrado en la estructura del poema, sino también en la búsqueda de una conciencia que les permitiera el "control de la criatura poética" y de la carga emocional de sus elementos, con el fin de lograr poemas sólidamente trabajados y construidos y además cargados con una "densidad de pensamiento" estrechamente vinculada a la expresión. |
OBITUARIOS Muere el escritor chileno Jorge Edwards a los 91 años, uno de los últimos exponentes de la gran literatura latinoamericana del siglo XX Autor de títulos como ‘Persona non grata’, fue diplomático de carrera, periodista y crítico literario. Distinguido con el Premio Cervantes en 1999, ha fallecido en su casa del barrio de Salamanca, en Madrid El escritor chileno Jorge Edwards, autor de novelas, cuentos y ensayos, diplomático de carrera entre 1957 y 1973, crítico literario y periodista, ha fallecido este viernes a los 91 años en su casa del barrio de Salamanca, en Madrid. Premio Cervantes en 1999, era uno de los grandes de la literatura latinoamericana del siglo XX, en la que estaba encuadrado dentro del grupo Generación del 50. Edwards murió sobre las cinco de la tarde de este viernes, mientras dormía. Tras conocerse la noticia de su fallecimiento, escritores y representantes del mundo literario y cultural de España y Latinoamérica se acercaron a su hogar para despedirlo. “Fue un escritor de la primera fila de la gran literatura latinoamericana”, ha comentado por teléfono el escritor chileno Carlos Franz, desde la residencia de Edwards en la capital española. “Será recordado por obras extraordinarias de corte político, como Persona non grata, con la que fue uno de los primeros en romper con la revolución cubana. Sería injusto, sin embargo, no reconocer tantas otras obras brillantes de su carrera, como El inútil de la familia o La casa de Dostoievsky”, ha agregado Franz, que llegó hasta la casa de Edwards con otros escritores, como el peruano Jorge Eduardo Benavides, el venezolano Juan Carlos Chirinos, el presidente de la Asociación de Academias de la Lengua, Francisco Javier Pérez, y los españoles Ernesto Pérez Zúñiga y Juan Malpartida. Edwards vivía temporadas tanto en Santiago de Chile como en Madrid, pero se instaló definitivamente en la capital española tras la pandemia de covid. Destacó, además de por Persona non grata, de 1973, por obras como Adiós, poeta, de 1990. Cinco años antes del Cervantes, logró el Premio Nacional de Literatura chilena, en 1994. Era, asimismo, miembro de la Academia Chilena de la Lengua desde 1982. “Estoy de duelo, junto con la literatura chilena. Ha muerto en Madrid Jorge Edwards”, escribió la ensayista chilena Adriana Valdés, miembro de la Academia Chilena de la Lengua y expresidenta de esta institución. Exiliado en Barcelona tras el golpe militar de Pinochet en 1973, Edwards obtuvo la ciudadanía española en 2010. La noche de este viernes, el presidente chileno, Gabriel Boric, le dedicó unas palabras a través de Twitter, enviando las condolencias a los familiares, calificándolo como “testigo atento de su época” y asegurando que la vida cultural del país lo extrañará. |
Ex-Ante 17 DE MARZO DE 2023. Premio Nacional de Literatura 1994 y Cervantes 1999, Jorge Edwards ha muerto a los 91 años en Madrid. Fue una de las figuras más relevantes de la cultura nacional de las última seis décadas, cuya influencia trascendió las fronteras. Autor de obras capitales como Personan Non Grata, El inútil de la familia y El Peso de la Noche, tuvo también una intensa carrera diplomática, pero lo que corría por sus venas era la escritura. La siguiente entrevista fue publicada en Ex-Ante en agosto de 2021 y fue la última que dio a un medio chileno. Jorge Edwards nunca dejó de escribir. Cuando estuvo en París entre 1962 y 1967, como secretario de la embajada de Chile, escribía por las noches, y lo mismo hizo cuando tuvo el mismo cargo, pero con Neruda como su jefe entre 1971 y 1973. Ahora que tiene 90 años, sigue escribiendo con la misma pasión. En su casa de José Miguel de la Barra, frente al cerro Santa Lucía, hay libros por todas partes. En una mesa hay una edición de El Quijote, que está volviendo a leer por cuarta vez. En las mañanas, de 11 am a 2 pm, escribe el tercer volumen de sus memorias. Edwards es de esos escritores quizá más leídos fuera de Chile que en su país. Su libro más famoso es Persona Non Grata, que relata su frustrante experiencia como Encargado de negocios de Chile en Cuba entre diciembre de 1970 y marzo de 1971. Ese libro fue el primero que hizo una dura crítica al régimen castrista, viniendo desde la misma izquierda. En esta entrevista habla de su amistad con Neruda, un tema al que siempre vuelve; del estallido social que ha visto desde las ventanas de su departamento y de su nuevo libro autobiográfico. -¿Ha sido un refugio la lectura en esta época? -Sí. Mi mayor placer es la lectura. Esa es la verdad. Ahora, tú me ves: leo El Quijote (agarra el libro y muestras las páginas que ha leído) y escribo mis memorias. Acabo de escribir un capítulo que a lo mejor es una novela aparte, porque es la muerte de Neruda, pero no desde que lo operaron por primera vez, sino cuando empezó a pensar en la muerte. Esto fue así: estábamos en Paris y yo era ministro de la embajada y él embajador. Y abrió el diario un día y se había muerto un expresidente de Venezuela, y Neruda estaba muy deprimido. “Por qué”, le dije yo. “Fíjate que se murió de mi misma edad y de la misma enfermedad que yo tengo”. Tenía un cáncer de próstata. Se quedó re asustado pensando y me dijo: “oye, qué rara es la muerte”. “Pucha que es rara”, le dije yo. Resulta que todos tenemos que pasar por esta cuestión. -¿Usted ha pensado en la muerte? -Claro, cómo no voy a pensar. Yo pienso mucho en la muerte. Leí mucho a un escritor que piensa con gran intensidad en la muerte, que es Unamuno. -¿Cómo empezó a leer? ¿Lo recuerda? -Bueno, yo comencé a leer porque mi abuelo materno era un asmático muy fuerte y buscó un clima propicio, se fue a Quilpué. Y me llevó a mí. Y en la casa de él había solo un libro. Un diccionario enciclopédico. Y yo era un niño, me tiraba de guata en el suelo, abría el libro y leía. Y me gustaban mucho las entradas de Roma. Calígula, Nerón. Todos esos tipos que eran unos salvajes terribles. Había unas procesiones triunfales, porque allí llevaban tigres encadenados, e iban unas niñas desnudas en unos carros. Ese fue mi comienzo de lector. Pero después empecé a comprar libros baratos, porque a mí me daban una propina de mesada. Se cree en Chile que todos los Edwards son ricos, pero no es verdad nomás. ¡Qué van a ser ricos! -¿Cómo era la relación con su padre? -Mi padre era un hombre muy trabajador, era comerciante en frutos del país, corredor, era un trabajo fuerte. Mi padre era un tipo recio, era duro. No quería que yo fuera escritor. Y me dio un consejo, que no eran tan malo. Me decía: “dedícate a las Leyes en la semana -porque yo estudiaba Derecho- y en los fines de semana escribes”. Era una buena idea. Pero yo me picaba porque quería ser escritor. -¿Qué otras historias de Neruda ha recordado? -Siempre vuelvo a Neruda. Gracias a él conocí a todos los grandes poetas. Por ejemplo, una noche nos invita a comer el gran poeta comunista de Francia, Louis Aragon. Yo toco el timbre y Neruda como que pegó un saltito y dijo “estamos fritos, vamos a tener que ser inteligentes toda la noche”. Porque Aragon era de esos tipos que saben de filosofía, que saben de todo, conocen todas las teorías literarias y Neruda le tenía miedo, porque a Neruda no le gusta la teoría. Neruda es un poeta de la naturaleza. Eso le gustaba. -¿Cómo se notaba esa afición? -Matilde Urrutia, la mujer, me contó que en la mañana muy temprano iban a escuchar cantar pájaros. En un bosque que había detrás en la Isla Negra. Eso le gustaba a Neruda. Y una vez me encontré sentado en el suelo a Neruda con una lupa, que estaba mirando un animalito, un ciempiés que estaba subiendo por la pilastra. Tiene tres cantos materiales: Apogeo del apio, El estatuto del vino y Entrada en la madera. Neruda es un poeta del mar, de la selva del sur, pero la gente cree que es un poeta de puro instinto. Y no es así. Era un conocedor de la poesía fenomenal. Leía a Lord Byron junto a la chimenea. Hablaba buen inglés Neruda. Una vez tuve la ingenuidad de decirle “oye Pablo, quiero leerte un poema mío que acabo de escribir”. Pablo al final se quedó callado, y le dije: “qué piensas de mi poema”. “Pienso que eres muy buen prosista”. -¿Nunca volvió a escribir poemas? -Así me liquidó, así se acabó la poesía. -Me contaba que Neruda era amigo del poeta soviético Ilya Ehrenburg. -Sí. El gran poeta soviético, amigo de Stalin, quien le permitía salir de la URSS. De hecho, vino para una de esos cumpleaños de Neruda, cuando cumplía 50, en 1954. Entonces le dijo a Pablo: “Tu país no es serio”. “¿Por qué?”, le dijo Pablo. “Porque yo te traía unos discos con canciones rusas y dijeron en la aduana que eran las instrucciones de Moscú”. Incluso salió una nota en The New York Times. Después, Neruda cuando estábamos en la embajada de París, cada vez que pasaba una cosa rara o mal hecha decía: “oye, le Chili n’est pas sérieux”. Chile no es serio. -¿Cómo se va a llamar este libro de memorias? -Tengo varias ideas. Memorias indirectas, pensé, pero no sé. Y después Memorias finales. Son fomes. Quiero encontrar un título mejor. El segundo tomo se llama Esclavos de la consigna. Ese ha tenido mucho eco, porque tiene un sentido político. Es contra el consignismo: esas frases o eslóganes que se siguen ciegamente. -A propósito de política, ¿Cómo observa la convención constituyente? ¿Valora el trabajo que han hecho hasta ahora o esperaba más? -Yo estudié Derecho constitucional con los mejores profesores de la época, entre ellos Gabriel Amunátegui. No tengo una impresión clara, porque me parece confuso el panorama. Yo creo lo siguiente: es necesaria una nueva Constitución. Todo país serio tiene que tener una Constitución legítima. En Chile ha habido unos diez textos constitucionales, sumando los reglamentos. Pero fíjate que yo voté contra de la Constitución de Pinochet, pero finalmente el plebiscito estaba contemplado en la Constitución. Así que permitió sacar a Pinochet. Tuvo su ventaja. Mejor una Constitución que nada. -Usted vive muy cerca del epicentro de las protestas. ¿Le afectó el estallido social? -Me pareció una forma de barbarie de hoy, que ellos creen que es de izquierda. ¡Qué va a ser de izquierda eso, si no construye nada! La izquierda pretende construir una sociedad más justa, pero no incendiando todo. Eso es un disparate absoluto de estos chicos. Llegué a sentir olor a quemado aquí en mi casa. Y morir quemado sí que no me gusta la idea. -Ahora que cumplió 90 años, ¿recuerda muchas cosas del pasado? -Sí, sí. Yo tengo una familia de longevos. Una tía se murió hace poco de 103 años. Así que tengo para rato. -¿Se siente bien? -Bien, perfectamente. Salgo a comer fuera y tomo whisky y gin tonic. -¿Ha leído a escritores jóvenes chilenos? -He leído a una chica que se llama Nona Fernández, tiene ingenio, me gustaría seguirla y ver qué hace. Zambra también. El primer libro me gustó, es bonito, Bonsái. Pero déjame contarte lo siguiente: En España el ministro de Cultura que es súper ministro porque es el portavoz del gobierno me llama por teléfono todo el tiempo, me invita a la ópera, salimos a comer. Yo a la ministra de Cultura de Chile (Consuelo Valdés) no le he visto la cara nunca. Se llama Valdés, yo soy Edwards Valdés, quizá somos parientes, pero no la he visto nunca. -Hace un tiempo se quejaba de que los derechos de autor eran escuálidos. -Ha cambiado. Yo por primera vez ahora, estoy ganando derechos de autor. Hace poco recibí una liquidación de 47 mil dólares, es harta plata. En Chile ya no me publican los diarios. Pero en España tengo el ABC, que es un artículo de mil palabras que publican de manera muy destacada, me pagan 600 euros. Después tengo un diario chico que paga 200 euros, o sea 800. No es poco. Aparte de eso, tengo una pensión del ministerio de RREE y otra como Premio Nacional de Literatura. Yo ahora me quiero ir a Madrid porque ahí me dan trabajo altiro. -Persona non grata, sobre Cuba, es su libro más conocido. ¿Las protestas marcan un antes y un después? -Espero que así sea. Yo fui optimista, creí que con Barak Obama la cosa se iba a solucionar pero veo que no. Hace un tiempo me visitó el embajador de Cuba cuando estaba en París y me dijo: “Ya es hora de que vayas a Cuba”. Bueno, vamos a ver. Yo iría si se puede. |
Adiós a Jorge Edwards, el incómodo escritor de la memoria. Andrés Gómez Premio Nacional y Cervantes de Literatura, el escritor y diplomático murió ayer en Madrid, a los 91 años. Último representante de la Generación del 50 y sobreviviente del boom latinoamericano, Edwards desarrolló una obra narrativa apegada a la historia y la memoria. Se distinguió por su valentía intelectual al publicar Persona non grata, un polémico testimonio sobre su experiencia en Cuba. Autor de novelas, crónicas y ensayos, dejó un memorable perfil de Neruda en Adiós, poeta. “Escríbelo, pero no lo publiques todavía”, le dijo Pablo Neruda. Estaban en París, en 1971. El poeta era el embajador del gobierno de Salvador Allende y Jorge Edwards llegó como secretario después de su frustrada misión en La Habana. En época de entusiasmo revolucionario, el escritor y diplomático chileno había recibido la misión de abrir la primera embajada chilena en la Cuba de Fidel Castro. Pero tres meses más tarde, Edwards salió declarado persona non grata por el régimen, debido a su solidaridad con los escritores perseguidos. Con ese título escribió una memoria polémica y valiente, que salió a la calle hace 50 años, dividió a sus amigos y lo alejó definitivamente de la izquierda latinoamericana. El escritor añadió un epílogo, dedicado al golpe de Estado en Chile, de modo que el libro fue atacado también desde la derecha.
Pablo Neruda, Salvador Allende, Fidel Castro, Augusto Pinochet, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar: la trayectoria literaria de Jorge Edwards atraviesa la segunda mitad del siglo XX, del que fue un testigo atento y sagaz, y se cruza con su historia literaria y política. Nacido en Santiago en 1931, Edwards falleció ayer en Madrid a los 91 años. Autor de una obra en narrativa, crónica y ensayo que dialoga con la memoria y la historia, recibió el Premio Nacional de Literatura en 1994 y el Cervantes, el más importante de la lengua, en 1999. Con Edwards desaparece el último de los autores de la Generación del 50, la cumbre narrativa de la literatura chilena, que también integraron José Donoso y Enrique Lafourcade. Y se va, a su vez, el penúltimo sobreviviente del boom latinoamericano, el grupo integrado por Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Cortázar y Vargas Llosa, que revolucionó e internacionalizó la literatura del continente. Sobrino del cronista Joaquín Edwards Bello, el escritor estudió en el Colegio San Ignacio del centro de Santiago, donde despertó su interés por la lectura y la escritura. Siguió derecho en la Universidad de Chile y más tarde se integró al servicio diplomático. Cumplió funciones en París, Lima y Cuba, y tras el retorno a la democracia, fue embajador en la Unesco. En medio de sus tareas diplomáticas, o después de ellas, cumplía su cita con la literatura. “Hice muchas cosas, pero siempre la tarea principal, de noche, de madrugada, en espacios de tiempo robado, al margen de documentos oficiales, fue la de escribir ficciones, o la de introducir en la multiplicidad de los sucesos, en el enigma del pasado, en los recovecos de la memoria, una coherencia, una estructura narrativa que siempre, en definitiva, era imaginación, arte de la palabra”, dijo en su discurso de aceptación del Premio Cervantes. Edwards comenzó su trayectoria literaria en 1952, con El patio, un libro de cuentos que le llevó a Pablo Neruda. “Es bueno el libro”, le dijo el poeta días después. “Pero todos los primeros libros son buenos”, agregó. Neruda le dijo algo más, que acaso resultó profético: “Mira, Jorge, en Chile es muy difícil ser escritor y llamarse Edwards… Este apellido es símbolo de dinero, de poder, te van a molestar mucho si te dedicas a la literatura”. Pero Edwards persistió y los caminos de la literatura y la historia lo vincularon con el poeta: es más, el secretario de la embajada colaboró en la campaña para la obtención del Nobel. “Yo tuve una admiración muy profunda por Neruda. Y llegamos a ser amigos. Y después de su muerte Matilde me dijo ‘tú eres la persona que mejor conoció a Pablo’”, recordó en una entrevista con La Tercera. En cierto modo, Edwards se volvió un biógrafo involuntario de Neruda, al que le dedicó la estupenda memoria Adiós, poeta y la novela Oh, Maligna, inspirada en su romance con Josie Bliss. Jorge Edwards: “¿Mataron a Neruda? No me lo puedo creer… O tal vez fue así” El escritor Jorge Edwards. En la embajada de París, Edwards fue testigo del avance del cáncer de próstata del poeta. Acaso por eso reaccionó con escepticismo a la teoría de que pudo ser envenenado, como le dijo al periodista español Juan Cruz, en su última entrevista, publicada en La Tercera. “¿Mataron a Neruda? No me lo puedo creer… demasiado grande, demasiado vital, demasiado fuerte hasta en los últimos días de su vida. No, no puede ser… O tal vez fue así”, expresó hace un mes. Entre Castro y Pinochet -Seremos malos para producir, pero para pelear sí que somos buenos. Fidel Castro le dijo esa frase en su primera conversación en La Habana, en 1970. Simpática en el momento, a la larga resultó reveladora para Edwards: de cierto modo le anunciaba un programa y una visión de sociedad. El poeta Heberto Padilla, que fue acusado de delitos contrarrevolucionarios y obligado a pedir perdón públicamente, le dio un consejo al poco de llegar a Cuba: “No hables nada. No confíes en nadie. Ni siquiera en mí. Pueden sacarme la información en cualquier momento”. En la isla Edwards observó la falta de libertades, la vigilancia y la censura, y se acercó precisamente a escritores que eran incómodos para el régimen. Finalmente, fue declarado persona non grata y dejó La Habana en marzo de 1971. Edwards trabajó en su memoria en Chile y en París. Tras el Golpe quedó cesante y en el exilio. El libro, con un epílogo sobre los hechos posteriores al 11 de septiembre, lo alejó de la derecha y lo indispuso con la comunidad de exiliados y con la izquierda latinoamericana. “Julio Cortázar se alejó y lo sentí porque lo admiraba mucho”, dijo en una conversación con este diario. Para entonces Edwards se había integrado al boom latinoamericano. Mario Vargas Llosa, quien también acabó alejado de la revolución, lo conoció en 1967: “Nos hicimos muy amigos. Jorge Edwards era un joven tímido, educadísimo y tan futre, un pije como dicen los chilenos, que daba la impresión de conservar el saco y la corbata hasta en el excusado y en la cama. Había que intimar mucho con él para tirarle la lengua y descubrir lo mucho que había leído, su buen humor, la sutileza de su inteligencia y su inconmensurable pasión literaria”, dijo durante el homenaje por sus 80 años. El Nobel peruano aludió a otro aspecto de la personalidad de Edwards, gran conversador y bohemio: “Sin embargo de pronto, en el lugar menos aparente, y dos whiskys mediante, se trepaba a una mesa e interpretaba una danza hindú de su invención, elaboradísima y frenética en la que movía a la vez orejas, ojos, nariz, manos, pies y estoy seguro qué otras cosas más. Después no se acordaba de nada”. Instalado en Calafell, cerca de Barcelona, Edwards escribió Los convidados de piedra (1978), una crítica visión de la élite chilena que molestó en sectores de la clase alta criolla. “A mí me daban palos desde los pinochetistas hasta los castristas”, recordó. Tras regresar a Chile en 1978, participó en el Comité de Elecciones Libres y se sumó a la campaña del No. Por entonces escribió Adiós, poeta, su memoria sobre Neruda, un libro escrito desde la amistad que humanizó la figura del vate. En 1994, cenaba en París con Raúl Ruiz y su esposa, Valeria Sarmiento, cuando se enteró que era el nuevo Premio Nacional de Literatura. Cinco años después, jugaba tenis cuando le dieron la noticia que era el primer autor chileno distinguido con el Cervantes. Admirador de la literatura francesa, de Rimbaud, Proust y Montaigne, a quien le dedicó un libro; amigo de Nicanor Parra y de Enrique Lihn, protagonista de su novela La casa de Dostoievsky, Edwards sostuvo también un diálogo ficticio con su tío Joaquín en la novela El inútil de la familia. Polemista, tuvo controversias con Luis Sepúlveda y Ariel Dorfman en 1998 por el caso Pinochet (Edwards defendía el derecho de juzgarlo en Chile). Apoyó a Sebastián Piñera en su campaña presidencial de 2010, en cuyo gobierno regresó a la embajada en París, y dos años después publicó la memoria Los círculos morados, donde reveló que había sufrido abusos de un cura en el colegio. Testigo del siglo, desde su departamento en Santa Lucía observó también el estallido social de 2019. Entonces habló a favor del diálogo democrático: “Hay que retomar la política de los acuerdos”, dijo. Edwards abrazó la literatura como un compromiso, con los ojos abiertos, y se mantuvo apegada a ella, como dijo al recibir el Premio Cervantes: “Seguiré en la ruta durante todo el tiempo que pueda quedarme, puesto que se trata, como ya lo he dicho, de un destino”. Pesar en el medio literario Carlos Franz, escritor: “Es probable que Jorge Edwards sea recordado por Persona non grata, su valiente denuncia del régimen cubano en 1973. Esto lo enemistó con la mayor parte de la izquierda intelectual de entonces, mientras al mismo tiempo era expulsado de la diplomacia chilena por Pinochet y quedaba en el exilio. Pero ese recuerdo de su coraje político no debería opacar sus excelentes obras de ficción, como El inútil de la familia y La casa de Dostoievsky, entre otras”. Roberto Merino, escritor:
Matías Rivas, poeta y editor:
Roberto Ampuero, escritor y ex ministro de Cultura: “Gran pérdida para la literatura iberoamericana. También abrió -junto a Mario Vargas Llosa- una vía de coraje y decencia al distanciarse pública y claramente de las dictaduras de izquierda que han obnubilado y -por desgracia- siguen obnubilando a intelectuales de izquierda en Occidente”. |
Novela 1967.- El peso de la noche 1978.- Los convidados de piedra 1981.- El museo de cera 1985.- La mujer imaginaria 1987.- El anfitrión 1996.- El origen del mundo 2000.- El sueño de la historia 2004.- El inútil de la familia 2008.- La casa de Dostoievsky 2011.- La muerte de Montaigne 2013.- El descubrimiento de la pintura 2016.- La última hermana 2018.- Poesía política Cuentos 1952.- El patio 1961.- Gente de la ciudad 1967.- Las máscaras 1992.- Fantasmas de carne y hueso 2015.- La inmortalidad de los relojes y otros cuentos Ensayo 1973.- Persona non grata 1977.- Desde la cola del dragón 1990.- Adiós poeta 2002.- Machado de Asís Obra periodística 1997.- El whisky de los poetas 2003.- Diálogos en un tejado 2017.- Prosas infiltradas Antologías 1969.- Temas y variaciones 1990.- Cuentos completos Memorias 2012.- Los círculos morados 2018.- Esclavos de la consigna Tres libros Persona Non Grata. Jorge Edwards partió en 1970 a La Habana con el serio propósito de restablecer las relaciones diplomáticas entre Chile y Cuba. El recién asumido presidente Salvador Allende lo designó ministro consejero, dándole la misión de instalar la primera embajada chilena en La Habana. Tras establecerse en Cuba, Jorge Edwards se dio cuenta de algunas injusticias cometidas por el gobierno de Castro, tocándole ser testigo del denominado caso Padilla, nombre que recibió la difícil situación vivida por el poeta Heberto Padilla, quien tras publicar en 1968 el poemario Fuera del juego, con severas críticas al régimen, fue torturado, encarcelado y obligado a retractarse en una declaración pública dirigida a la Unión de Escritores y Artistas Cubanos. Edwards dio un incondicional apoyo a los intelectuales de la isla, lo que le significó el rechazo de Castro, quien lo calificó como "persona non grata" y lo expulsó de Cuba. No contento con ello, Edwards se mantuvo firme en su postura y decidió publicar un libro que retratara todo el conflicto el que tituló irónicamente Persona non grata. Este libro concitó múltiples polémicas en varios países, ganando, además, la censura de éstos. En Chile, el libro fue considerado antirrevolucionario por los partidos políticos de izquierda. En España, por ejemplo, los comunistas de ese país quitaron el saludo a Edwards, incluso su actuar fue calificado por el poeta, comunista, filósofo y traductor de Lukacs, Jacobo Muñoz, como "el streap-tease moral de un señorito chileno" (Lafourcade, Enrique. "Jorge Edwards: persona grata", Qué pasa (346): 40-44, 8 de diciembre, 1977). Para Edwards lo anterior fue muy duro. Recordaría años más tarde en la revista Hoy de 1981: "la publicación de Persona non grata significó para mí quedar solo, rechazado por los exiliados y los de adentro. Me bloquearon hasta las editoriales que me iban a publicar el libro en Alemania y Francia. Estaba fuera del paraguas de la diplomacia y la familia. Tuve que barajármelas solo" (Hoy, 23 al 29 de septiembre, 1981). De Persona non grata hubo una versión para todo público y otra la que estuvo prohibida tanto en Chile como en Cuba. En el prólogo de la versión completa de la obra, del año 1983 editada por Seix Barral, Edwards recuerda que fue uno de los libros más censurados de los últimos años. La versión francesa de 1976, provocó el enojo de su autor, pues le agregaron "en Cuba", lo que reducía el sentido del libro a una sola temática. Adiós, poeta Jorge Edwards para escribir este libro recibió la beca de la fundación Guggenheim de Estados Unidos en 1979. Realizó una investigación de largos años y finalmente presentó su manuscrito al concurso Comillas que realizaba la editorial Tusquets. El premio había sido declarado desierto, pero cuando llegó el texto de Edwards le dieron el premio a éste y además lo publicaron. Adiós poeta (1990) es una especie de biografía sobre Pablo Neruda, donde Edwards cuenta todo lo que sabe de él desde que lo conoció en 1952 hasta su muerte. Muchos críticos han declarado que este ensayo se queda únicamente en la anécdota, por ello Edwards ha explicado los motivos de este texto: "Algunos lectores de mi libro han observado que éste, aunque saque de su pedestal a Neruda, lo muestre menos perfecto, menos símbolo (porque es un hombre de dudas, que tiene toda clase de debilidades humanas), a pesar de eso, puede provocar más lectura. Porque este libro da curiosidad por el Neruda real y lo saca un poco de esa cosa de idolatría que ha tenido en los últimos tiempos, algo que ha sido explotado sobre todo por el viejo Partido Comunista, por los sectores más antiguos de esa colectividad, que necesitan el culto de la personalidad no sólo de los políticos sino también de los poetas" ("Adiós, poeta", Revista Buen Domingo, 13 de enero, 1991) El inútil de la familia. El tema de esta novela es una historia familiar y un drama literario y humano. Cuando Jorge Edwards comenzó a escribir, en plena adolescencia, en un mundo que estaba muy lejos de destinarlo a la literatura, se encontró con un pariente cercano que nadie nombraba, un fantasma, un marginal, un maldito de su época, Joaquín Edwards Bello. Joaquín había obtenido el Premio Nacional de Literatura en 1943, pero su vida accidentada, aventurera, de jugador empedernido, su inconformismo, su abierta y en aquellos años escandalosa rebeldía social, ya lo habían convertido en una leyenda viviente. El sobrino siguió con fascinación, con pasión, con asombro, la historia del primo hermano de su padre y bisnieto de Andrés Bello, el gran fundador de las instituciones republicanas |
JORGE EDWARDS COMPARTE SU BIBLIOTECA 29 AGOSTO, 2018 El destacado escritor chileno, Premio Cervantes de Literatura en 1999, resolvió donar a la Universidad Adolfo Ibáñez sus originales, manuscritos, libros y otros materiales. La relación de Jorge Edwards con la Universidad Adolfo Ibáñez tiene ya un buen tiempo. Hace unos 20 años, el área de Humanidades -hoy Centro de Extensión de la Facultad de Artes Liberales- lo invitó a exponer acerca de Cuba. Material tenía de sobra, considerando su famoso libro "Persona Non Grata" (1973) y las circunstancias que lo llevaron a escribirlo. Desde entonces ha participado en otros seminarios sobre literatura y política, lo que "fue consolidando un nexo concordante entre el escritor y los valores, pensamiento y proyecto educativo de esta casa de estudios", señala Maureen Blackburn, quien, además de ser directora ejecutiva del Centro de Extensión de la Facultad de Artes Liberales de la UAI, es una gran amiga de Edwards. Por eso aclara que sus palabras son las de la Universidad. Fue en ese contexto, y después de presentar su libro "La última hermana" en una de las sedes de la UAI, que Jorge Edwards decidió realizar esta donación de sus libros, manuscritos, cartas, fotografías y otros materiales. "En un momento en que Chile cuenta con muy escasas editoriales y con librerías que luchan día a día para sobrevivir, me ha parecido interesante donar mis libros y mis papeles para crear un centro de estudio y reflexión en la futura biblioteca de la UAI", señala Jorge Edwards desde Madrid, poco antes de viajar a Chile para realizar la donación y presentar el segundo tomo de sus memorias, "Esclavos de la consigna" (Lumen). Edwards reconoce que "hace años" vendió papeles y cartas a Princeton -la Universidad donde estudió un posgrado en Ciencias Políticas-, "pero no he entregado más". No disimula su ironía para dar un curioso argumento a favor de esta donación: "Algunos jacobinos de vuelo bajo, inquisidores autodesignados, partidarios de entelequias como la retroexcavadora, me han hablado en contra de la institución donataria -revela-, pero lo han hecho con espíritu tan mezquino que han producido en mí el efecto contrario al que buscaban. Ahora mismo coloco en el lote una maravillosa edición de 1929, en su encuadernación romántica de 'Les Promenades dans Rome', de Stendhal". Y adelanta otros títulos: "Una edición original de 'David Copperfield', de Charles Dickens (1850), algún Vicuña Mackenna, el 'Ensayo sobre Chile' de Pérez Rosales, algunos Blest Gana de la editorial Garnier hermanos... También el 'Journal of my residence in Chile', con las ilustraciones de la autora, Maria Graham. Y ediciones originales de grandes escritores de mi tiempo: Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, José Donoso...". Ya que la colección de un escritor es esencialmente dinámica y se enriquece permanentemente, la donación se materializará este año con la entrega de unos 300 objetos, entre libros, premios, fotografías, manuscritos y otros documentos de interés, pero irá creciendo con el tiempo. Por el momento quedará en la actual biblioteca de alumnos de pregrado y más adelante se trasladará al edificio de la nueva biblioteca, que ocupará un espacio central en el campus Peñalolén. Se proyecta que la obra esté concluida a fines de 2019 y que la biblioteca entre en funcionamiento en 2020. En ella, la colección Jorge Edwards tendrá un lugar destacado, y la Universidad Adolfo Ibáñez "se compromete, no solo a no enajenarla ni separarla, sino que a atesorarla, estudiarla y enaltecerla". |
Jorge Edwards (1931-2023): Memoria, clase y época.
Héctor Soto 17 Marzo 2023 Si se quiere, Jorge Edwards fue el último gran representante y también el último rehén de esa mixtura tan latinoamericana de escritores que ejercen la carrera diplomática o de diplomáticos que se tientan con la literatura. En un momento esa fue la quilla con la cual se abrió camino en las letras chilenas y, después de un tiempo, ese fue también su estigma, el que le negó reconocimientos que merecía y lectores que lo hubieran apreciado. Como era un personaje comedido, sociable, gran conversador, lo que se llama un hombre de mundo y buenas maneras, fueron muchos los que se confundieron y creyeron hasta el final que la literatura de Edwards era un juego de salón. Mal por ellos, porque o no lo leyeron o, habiéndolo leído, nunca lo entendieron. La verdad es que, a pesar de las cordiales apariencias y a pesar de los civilizados alcances de su producción, en los mejores escritos de Edwards hay más filo, coraje y atrevimiento que en muchos escritores que, estando identificados desde siempre con la insumisión o el rupturismo, se dedican a escribir autobiografía de cabros chicos. Hasta ahí llegan: se quedaron pegados de Papelucho. Edwards no fue por la vida, en cualquier caso, cobrando eventuales dividendos en la caja del arrojo o la independencia. Nunca posó o militó como escritor engagé, aunque cuando lo tuvo que hacer no eludió el bulto y se la jugó, como cuando durante la dictadura de Pinochet integró el Comité de Elecciones Libres, entre otras agrupaciones cívicas. Tampoco escribió para cambiar el mundo, aunque sí —movido por una mirada curiosa y casi siempre intrigada— para observarlo, estudiarlo, conocerlo, admirarlo o desmitificarlo. Lo que mejor supo hacer era eso: mirar a la gente, a su país, a su época. Mirar y mirarse con distancia. * Vargas Llosa cree que Edwards fue un escritor que se ganaba la vida como diplomático y no un diplomático que escribía. Su afirmación es mucho más que un juego de palabras, pues no deja de ser una ironía que haya sido él, arquetipo según muchos del escritor acomodado e inofensivo, quien terminó por dividir radicalmente las aguas de la literatura latinoamericana al publicar Persona non grata, el más contundente memorial de cómo la Revolución cubana había devenido en una dictadura totalitaria y feroz. Es cierto que para entonces —año 1973— el rey estaba desnudo y lo estaba desde hacía bastante tiempo. Curiosamente, eso sí, nadie desde las veredas de la simpatía a la revolución, que eran las suyas y de sus amigos, se había atrevido a decirlo públicamente. Los valientes preferían callar, entre otras cosas, porque siempre pueden existir buenas razones para hacer la vista gorda: comodidad, vasallaje, acostumbramiento, temor a enemistarse con el poder, cálculo y sensatez para no entregarle supuestamente municiones al enemigo. Cuento viejo e indecoroso: es el consabido discurso de los mandarines que nunca faltan y que prefieren “dar la pelea por dentro”. Después de Persona non grata nada volvió a ser igual en el debate cultural latinoamericano. Las aguas se dividieron irreversiblemente y Edwards terminó pagando con vetos, con ataques, con ninguneos y subestimaciones, el valiente testimonio que entregó. Desde la izquierda, porque era un traidor; desde la derecha, porque no era confiable. No solo había sido un observador privilegiado del caso Padilla, que es el escándalo a raíz del cual buena parte de la intelectualidad mundial rompe con Castro en 1971, sino también un actor de primera mano. Fue en sus aposentos en el hotel Habana Riviera, donde se alojaba como encargado de negocios y el hombre llamado a abrir la embajada chilena en La Habana, donde el poeta Heberto Padilla y muchos de sus amigos sueltos de lengua se reunían a conversar, a quejarse o a recriminarse, en un distendido clima de confianza y amistad, de los fatídicos humores totalitarios que habían capturado a la revolución. Obligado muy poco después de eso por las autoridades policiales a dar razón de sus dichos, Padilla, después de 38 interminables días de arresto en que nadie supo nada de él (estuvo detenido en la Villa Marista), tuvo que leer en una sesión pública de la Unión de Escritores Cubanos una patética carta de autocrítica, donde se reconoce a sí mismo como “contrarrevolucionario objetivo”. Dijo que no merecía estar libre, a pesar de la alharaca internacional orquestada por sus amigos del exterior, y a partir de ese momento se convertiría primero en un cautivo y en seguida en una triste y lastimada figura fantasmal que sobrevivió por algunos años en el desempleo, el alcoholismo y encargos menores, hasta que en 1980, en gran parte gracias a la presión del senador Edward Kennedy, pudo abandonar la isla. Jorge Edwards estuvo lo bastante cerca del caso para que las autoridades cubanas se quejaran al presidente Allende del ADN del representante chileno enviado. La queja fue directa del propio Castro al mandatario chileno. Pero hasta el final el dictador jugó el juego doble que era su especialidad. El día antes de la fecha programada para el regreso de Edwards a Chile, Padilla y su pareja ya habían sido arrestados y no es casualidad que esa misma noche, conviene insistir, esa misma noche, se haya dejado caer el propio Fidel Castro en el hotel de Edwards para darle su despedida. Lo tenía entre ceja y ceja. Le hizo creer que le había tomado simpatía, que apreciaba su profesionalismo diplomático impasible, su manejo y autocontrol. Debe haber supuesto que eran los minutos finales de la carrera diplomática del escritor y que en Santiago lo esperaba por lo menos la expulsión del servicio diplomático. No debe haber quedado muy contento cuando a los pocos días se enteró que Edwards —más como premio que como castigo— era enviado a París como ministro consejero de la embajada que encabezaba Pablo Neruda, donde permaneció hasta el día del golpe de Estado, cuando las nuevas autoridades sí lo expulsaron. En el apéndice que escribió Pilar Donoso, “El boom doméstico”, para el libro de su marido, José Donoso, Historia personal del “boom”, está el relato de una gran escena en la casa de los Donoso en Barcelona. Edwards ha llegado a la ciudad de paso, se está alojando en casa de Vargas Llosa y viene a comer donde los Donoso luego de su problemática misión en La Habana. Sabía que tenía que asumir en cosa de días sus nuevas responsabilidades en París, pero Pilar lo describe descolocado, nervioso, ensimismado y resueltamente paranoico. Recién estaba reponiéndose del peligroso juego de chismes, soplonaje, micrófonos ocultos e informes de inteligencia que cercaron sus días en Cuba. Poco tiempo después sacaría su libro, con un detalle no menor: estaba casi en prensas cuando se produjo el golpe de Estado en Chile. ¿Había que detener el lanzamiento porque las circunstancias habían cambiado o para evitar, por último, las acusaciones de hacer leña del árbol caído, que de todos modos su autor iba a recibir? ¿Era mejor esperar o no esperar? ¿Esperar qué (que era lo que le aconsejaban sus amigos, incluyendo a Vargas Llosa y el propio Pablo Neruda), teniendo en cuenta que el momento era aquel? Al final el autor optó con su editor, Carlos Barral, por dejar el libro igual y agregarle un epílogo. Como era previsible, la publicación fue recibida como una bomba de tiempo, con silencio y frialdad. No volaba una mosca y nadie dijo una palabra en las primeras semanas, hasta que Octavio Paz instó a Vargas Llosa a publicar un histórico comentario en su revista, Vuelta, lo que le valió al autor de La ciudad y los perros el veto furioso y definitivo de la izquierda castrista. Ojo, que Vargas Llosa está en ese momento todavía lejos de estar en guerra con la revolución. Su corazón sigue estando con Cuba. Dice que el libro de Edwards es un aporte crítico para salvarla, para corregirla antes de que sea tarde. También salieron en su defensa Emir Rodríguez Monegal, gran crítico uruguayo, José Donoso, que nunca fue parte de las trenzas del castrismo y, por supuesto, Cabrera Infante, que ya llevaba años exiliado en Europa. A solo semanas de haber aparecido, estaba claro sin embargo que Persona non grata tendría una cuesta empinada por delante. * Por más que fue el libro que, bien o mal, lo situó en las grandes ligas y lo convirtió en el invitado de piedra del panorama literario latinoamericano de las dos últimas décadas del siglo XX, Edwards es un escritor que trasciende en muchas direcciones los ejes narrativos de Persona non grata. Dicho eso, corresponde eso sí reconocer que su memorial cubano, que tiene algo de crónica, algo de memorias, algo de diario, algo de novela, algo de testimonio histórico, lleva como pocas veces en su producción estos mestizajes a un equilibrio que parece perfecto. Edwards nunca fue un escritor de un solo registro. En la nomenclatura de José Bergamín, que él mismo alguna vez citó, no era un escritor de menú fijo (los que practican un solo género) sino un escritor de menú “a la carta”. Siempre mezcló ficción con no-ficción, novela con ensayo, impresiones personales con datos históricos, historia social con crónicas privadas o de familia, conjeturas posibles aunque improbable con datos conocidos y validados por la historia. Y todo eso mezclado con el yo. Yo lo vi, a mí me lo contaron, lo leí en tal libro, me encontré con tal persona, me di cuenta tarde, lo anticipé desde temprano… Y así, suma y sigue. El suyo era un yo narrador potente, que interviene cuando menos se espera, que es vulnerable tanto a la duda como a la digresión, una voz mandada hacer para reiterar y redondear, que se maneja con destreza en el relato paralelo y en la frase subalterna, que pareciera disfrutar más del camino que del lugar al que quiere llegar. ¿Narcisismo? Bueno, ese siempre fue el sentir dominante de la tribu. En La muerte de Montaigne, que más parece un ensayo que una novela, reivindica la figura legendaria del ilustre pensador, político y diplomático, sobreviviente de las sangrientas guerras religiosas de Francia, y allí Edwards incluso se mide, por decirlo así, con el propio Montaigne. Y, guardando todas las distancias del caso, hay que reconocer que le resulta. Tenía un ego potente, es verdad, aunque dicho eso costará encontrar en las letras chilenas un escritor que haya hablado tanto y con tanta generosidad de otros escritores y ensayistas chilenos, De los antiguos y de los nuevos. De los de su generación (Donoso, Lihn, Jodorowsky, Luis Oyarzún, Jorge Millas), pero también de los más nuevos. Hasta de Bolaño, incluso. Es cierto que Edwards escribió cuentos buenísimos, la mayoría de los cuales son ajenos a los ensamblajes de sus textos mayores. Escribió por de pronto uno de los mejores de la literatura chilena de todos los tiempos: “El orden de las familias”, la historia de una pasión nunca muy bien asumida de un chico que está egresando del colegio por su hermana. Sí, por su hermana un poco mayor. La suya es una familia que todavía no se viene abajo, aunque está crujiendo. Edwards era un especialista en este fenotipo: ruinas, discreción, frustraciones, secretos, apariencias. Al padre le ha ido mal por años. Ella, la hermana, está siendo cortejada por un joven más bien obeso, insignificante, intercambiable, aunque de muy buena posición económica. La madre advierte antes que nadie que el matrimonio podría ser la salvación de esa casa. Pero también el fracaso del protagonista. Un relato notable. * Edwards decía siempre que había llegado a la escritura por el camino de la lectura y a la novela por la vía del cuento. En una entrevista declaró incluso que nunca había salido del cuento, que siempre volvía a él: “Porque, escribiendo novelas, me quedan cabos sueltos, que son cuentos”. No obstante haber sido formado en los jesuitas en un canon más bien hispanófilo ya casi olvidado —mucho de Campoamor, bastante de Azorín, Unamuno y Baroja, aunque también de Leon Bloy y Claudel, acervo que él iría ampliando después en la adolescencia con el Joyce de Dublineses o las novelas de Paul Bourget— Edwards formó parte con Donoso, con Lafourcade, con Jodorowsky, con Enrique Lihn (en cuya figura se inspira vagamente su novela La Casa de Dostoievsky), de la avanzada de escritores que reivindicaron en los años 50 la modernidad y abjuraron de lo que se había escrito en Chile hasta entonces. No les interesaba Eduardo Barrios ni Luis Durand ni Mariano Latorre. Les interesaba Faulkner, T. S. Eliot, Neruda, Huidobro, Kafka. Salvaban, claro, a María Luisa Bombal, que venía de otra matriz. Les interesaba no el campo sino la ciudad. Rompieron con el Chile pobretón y nostálgico de las riquezas pasadas, un poco anquilosado y desencantado del presente, disociado año tras año, década tras década, entre un notorio desarrollo político que ni por un minuto dejó de sembrar expectativas de prosperidad o reparación social y un deprimente desarrollo económico que no hizo otra cosa que sepultarlas en el fracaso y la pobreza. El país pagaría caro en los años 70 esa disociación. En ese grupo, que se terminó disipando en muy distintas direcciones, Edwards mantuvo desde un comienzo una identidad que fue ratificando año a año en una dirección central que Vargas Llosa caracteriza así: “La de un escritor realista, apasionado por la historia, la ciudad, los recuerdos, dueño de una prosa clara, de andar lento, a ratos quieta, repetitiva, memoriosa, elegante y medida, en la que curiosamente coexisten la tradición y la modernidad, la invención y la memoria, vacunada contra los desbordes sentimentales, la cursilería y la truculencia”. Edwards mantuvo desde un comienzo una identidad que fue ratificando año a año en una dirección central que Vargas Llosa caracteriza así: ‘La de un escritor realista, apasionado por la historia, la ciudad, los recuerdos, dueño de una prosa clara, de andar lento, a ratos quieta, repetitiva, memoriosa, elegante y medida, en la que curiosamente coexisten la tradición y la modernidad, la invención y la memoria, vacunada contra los desbordes sentimentales, la cursilería y la truculencia’. Es posible que a esos rasgos haya que agregar el factor de clase. Edwards proviene de un riñón de la antigua elite. Su clase fue una burguesía ilustrada, aunque un tanto venida a menos. La decadencia social, el tema que fue una gran herida en Donoso, es también un trauma no menor en el mundo de Jorge Edwards. En algún sentido, fue la clase lo que demarcó las fronteras de su imaginario. Tuvo perfecta conciencia al respecto y nadie diría que trató de salirse de ahí. En sus libros no está el llamado Nuevo Chile. No hay obreros ni proletarios. No está tampoco esa clase media emergente viviendo en una caja de fósforo, con un plasma enorme en la sala y con auto pagado en cuotas. La pobreza que se ve en sus libros es la otra, la de cuello blanco pero con camisas raídas, la de gente que se fue quedando atrás y le pasó la historia por encima. Puede que Los convidados de piedra, novela sobre el derrumbe de la democracia, sea la más explícita en esa conexión con la clase: son todos burgueses enfrentados unos a otros en el Chile con toque de queda de octubre del 73 y que no son capaces de soportarse ni a ellos mismos. * Aunque le gustaban las novelas grandes, como no podía ser de otra manera siendo un lector tan apasionado de la literatura francesa (eso sí que bastante más próximo a las puntadas sin hilo de Stendhal que al constructivismo maniático de Flaubert), es posible que a veces lo abrumaran los problemas asociados a la consonancia de distintas estructuras narrativas en un solo libro. Por eso con frecuencia tendía a dar los problemas por resueltos cuando muchas veces ostensiblemente no lo estaban. No por eso, sin embargo, él se iba a bloquear. Seguía adelante y a pesar de esos lomos de toro, sus narraciones discurrían tensas, envolventes, robustas e inspiradas. Posiblemente las dos novelas de estructuras más complejas que escribió, El sueño de la historia y El inútil de la familia, tienen pasajes que a veces hacen ruido. Pero como conjunto son relatos ambiciosos, sinfónicos, imponentes, que aparte de rescatar buenos personajes y retratos de época (de Toesca y su mujer, de Edwards Bello y de sí mismo), rescatan también mucho del país que fuimos en la colonia, del que seguíamos siendo a mediados del siglo pasado y del que fuimos en los años finales del Pinochet. En las novelas de Edwards Chile, más que un tema, es una atmósfera, un hedor engañoso, un vapor que se te pega a la piel y que, en determinadas circunstancias, te puede incluso envenenar. También se le dio en términos gozosos el relato más chico, más despeinado, menos estructurado, por así decirlo. Era bueno para sugerir, para entregar trazos, para dejar cabos abiertos. De esas habilidades suyas extrajo excelentes novelas, como El origen del mundo y El museo de cera. Ambas son muy distintas, aunque las dos están cruzadas por el tema de los celos. El origen del mundo bien podría ser la mejor novela chilena de temperatura erótica en personajes ya próximos a la tercera edad. Este es otro rasgo del autor: supo ir envejeciendo con sus personajes. El museo de cera, por su parte, es una novela más rara. En un país donde tiene lugar una revolución y una contrarrevolución después, el Marqués de Villa Rica encarga a un escultor perpetuar el momento en que sorprendió a su mujer con un amante. ¿Qué movió al protagonista a inmortalizar el adulterio de su mujer? ¿Voyerismo, autocastigo, humillación? Esta es una inmersión en terrenos jabonosos y distorsionados, en los cuales Edwards —qué duda puede caber— se manejaba con sutileza. Con sutileza aunque de manera obsesiva, porque esta pulsión, que era muy suya, lo llevó muchas veces a prescindir de los equilibrios, de las explicaciones, de las historias redondas, de los desenlaces que encajan como piezas de un rompecabezas. Al diablo con esos resguardos y recatos. El historiador y ensayista peruano Alfredo Barnechea parece tener la razón cuando dice que el modelo literario en el cual trabaja Edwards le debe mucho más a la literatura francesa del siglo XVIII que a la del siglo XIX. Es un escritor realista, por supuesto. Pero un escritor que pocas veces está en paz con el verosímil, que no tiene problemas en ambientar una historia mefistofélica en Ovalle, que se deja seducir tanto por Montaigne como por Rousseau, que se deja llevar tanto por las simetrías como por el mito del eterno retorno, que disfruta con los vuelcos filosófico-morales de sus personajes y asimismo con el tono de fábula, de moraleja un poco cruel que alcanzaron algunas de sus mejores narraciones. En lo básico, como él mismo lo dijo, Jorge Edwards fue un escritor de la memoria. De la memoria personal y de la memoria colectiva. En su caso esto se tradujo en una fidelidad a su clase, una burguesía que tenía más pasado que futuro, no muy boyante que digamos; también a su época, el Chile de mediados del siglo XX, y desde luego a la gente que conoció. Precisamente porque fue un escritor de la memoria, no faltaron los que se sorprendieron muchísimo cuando comenzó a publicar sus memorias el año 2012. Pero, cómo, dijeron, ¿no era justamente eso lo que había hecho toda su vida? Bueno, sí y no. El primer tomo, Los círculos morados, que llega hasta la época de la Revolución cubana, funciona con total autonomía de su obra anterior, y Esclavos de la consigna, el tomo dos, que también es un buen libro, tiene el tono desencantado de quien va absorbiendo con el tiempo golpes y desprecios, años y desilusiones, rebeldías y acomodos, amistades y rupturas, duelos y soledades. Desde luego, este segundo tomo está muy marcado por lo que fue para él la experiencia cubana. Enrique Krauze, el editor de Letras Libres, a propósito de Persona non grata escribió:
Otro tanto debe decirse de Adiós, poeta, un notable rescate de la figura de Pablo Neruda en función del poeta que él leyó y admiró de joven, y con quien desarrolló una amistad larga, muy conversada, muy caminada, muy bien comida y muy tomada, que culmina en los años en que se convierte en su sombra en la embajada chilena en París. Neruda ya estaba enfermo y, porque no le gustaba lo que estaba ocurriendo, estaba preocupado por el gobierno de Allende. Adiós, poeta es por supuesto el libro donde Edwards mejor despliega la versión suya del Neruda socialdemócrata, políticamente muy moderado y cauteloso no solo frente a la revolución cubana, con la cual el poeta había caído en desgracia, sino también frente a la radicalización del gobierno de Allende. Edwards insistió hasta el final en el realismo político de Neruda, no obstante que el poeta, públicamente al menos, no se apartó en vida ni un solo milímetro de la ortodoxia del PC. Premio Nacional de Literatura en 1994, cuatro años después de que lo obtuviera José Donoso en el momento en que Chile volvía a la democracia, Edwards también obtuvo el Premio Cervantes en 1999. En España nunca fue un suceso editorial, pero sí llegó a ser querido en pequeños círculos y respetado más ampliamente. La escena literaria es más grande y está menos contaminada. Aparentemente, lo apreciaban más que en Chile. No es extraño por lo mismo que haya preferido morir en Madrid. Hasta en eso fue consecuente porque, llegado su momento final, también supo mantener las distancias. |
ana karina gonzalez huenchuñir |
ana karina gonzalez huenchuñir |
ana karina gonzalez huenchuñir |
ana karina gonzalez huenchuñir |
ana karina gonzalez huenchuñir |
ana karina gonzalez huenchuñir |
ana karina gonzalez huenchuñir |
muy interesante el tema sobre jurisprudencia de los tribunales de justicia de Chile
ResponderEliminar