Ginebra, el triunfo de la burguesía.
Aldo Ahumada Chu Han |
Cosmopolita y sofisticada, esta ciudad es también provinciana y austera. Un trozo de historia de Europa envuelto en una naturaleza exuberante.
En el último piso de un edificio cualquiera de la fastuosa rue Du Rhône, uno puede imaginar la belleza inmensa de Suiza, uno de los países más arrebatadores de Europa. Más allá de Saléve, Mont de Sion, Voirons, Vuache o el macizo del Jura, tras los amplios ventanales que miran al lago Leman, siempre despunta como por arte de magia la catedral de Laussane, el castillo de Montreux o Veytaux. Es pura ensoñación, lo sabemos. Pero el visitante anhela entonces descubrir esa misma belleza en Ginebra.
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Resulta curioso: el lago, que parte la ciudad en dos, la rive gauche y la rive droite, ilumina la villa y la transforma en una ilusión que definitivamente se esfuma cuando uno toma el ascensor y baja a la calle. Con el ruido de los coches se desvanece la fortaleza de Chillón y hasta la mismísima Mary Shelley la noche que quiso creer en la inmortalidad.
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Ginebra es sólida y exquisitamente burguesa, pero no es alegre ni bonita, ni siquiera evocadora, pese a estar atravesada por el Ródano. Sí, la Vieille Ville, con las torres de la catedral de Sant Pierre despuntando en lo más alto de la colina, es recoleta y bulliciosa. Con calles estrechas, tiendas de antigüedades, fuentes en las esquinas y bares a la francesa. Pero este trozo de historia es tan pequeño que hasta los profesionales que recalan cada año en ella, ya sea en entidades financieras o grandes multinacionales, siempre de paso y en comisión de servicio, han puesto de moda para vivir el barrio de Champel. Las viviendas de lujo hace tiempo que se agotaron en la parte vieja y Cologny es demasiado residencial y exclusiva.
Quitando el barrio antiguo y algunas casas señoriales del siglo pasado, la arquitectura de la ciudad es anodina y tiene como única finalidad la comodidad de sus habitantes. Es difícil en esta villa moderna y funcional imaginar las desventuras de Voltaire, Elisabeth de Austria o el revolucionario Vladimir Ulianov. De hecho, cuando uno sale del centro, abandona las tiendas de lujo, se aleja de las rues basses y pasa por delante de la Gare de Corvain, enfilando hacia el distrito de Naciones Unidas, la Ginebra rica y vigorosa, con un altísimo nivel de vida, se transforma en una ciudad populosa y multirracional, llena de comercios de especias y baratijas. El paraíso del reloj de cuco.
Lejos de allí, los exclusivos centros comerciales se concentran alrededor de las rues basses: Rue du Rhône, Rue de la Confédération, Rue du Marché y Rue de la Croix. Estas calles están llenas de joyerías, moda y relojes de 100.000 euros. En los últimos tiempos, sin embargo, las firmas de lujo han tenido que ceder parte de su espacio a las marcas low cost, como H&M y Zara.
Aldo Ahumada Chu Han |
Los ginebrinos odian el humo del tabaco, pero los establecimientos públicos están llenos de fumadores empedernidos a los que nadie recrimina; y en la Rue de la Confédération deslumbra la cava de Zino Davidoff. El mejor chocolate se vende en Du Rhône (Rue de la Confédération 3) y en Martel (Rue du Marché 8), una excusa para visitar el encantador distrito de Carouge. Las antigüedades y las galerías de arte se amontonan en el casco antiguo y en los barrios de St-Gervais y Pâquis. Todos los días, al salir del trabajo, estos suizos llenan las calles del centro; entran y salen de las tiendas, se detienen en los escaparates y se agolpan en los grandes almacenes. Llueva o nieve. Y aquí, en invierno, nieva intensamente.
A veces, sin embargo, sucede el milagro. La bruma desaparece, el aire frío se esconde en las profundidades del Jet d'Eau y el sol ilumina las calles viejas de la ciudad. Es entonces, cuando Ginebra da esquinazo al invierno, cuando la Place du Molard se llena de mesitas con parasoles, los ginebrinos recobran su media sonrisa y los turistas se arremolinan en los cafés buscando un plato de ensalada con salmón o un postre de chocolate.
La primavera es también la estación de los mercados al aire libre. El de las flores en Place du Molard, el de los libros en Place de la Madeleine. Plaine de Plainpalais expende frutas y verduras y la Place de la Fusterie se convierte en una feria de artesanía regional.
Ginebra presume de ciudad francesa, pero algunos cronistas dicen que lejos de ser cosmopolita es puritana, conservadora y extremadamente familiar, a pesar de tener una de las mayores tasas de divorcios de Europa; y aunque las condiciones de trabajo, la seguridad y el poder adquisitivo harían feliz a cualquier ciudadano del mundo, sus habitantes siguen siendo retraídos, desconfiados y adustos. Muchos reprueban, como si se tratara del mismísimo Calvino, la vida desenfadada de los yuppies que están de paso. Gracias a ellos, sin embargo, la ciudad palpita de madrugada. Se les puede ver cenando en Quirinale, Le Senso o L'Armoire; tomando una copa en Qu'importe o BBM; y bailando en Java Club. Son los locales de moda.
Estos jóvenes europeos, asiáticos o norteamericanos viven mientras los suizos se mantienen al margen. Prefieren la soledad, el aislamiento y la tranquilidad, como a Jorge Luis Borges, que pasó allí su adolescencia y los últimos días de su vida. Del reformador les queda cierto rigor en la conducta que aún sorprende, las mejores manufacturas relojeras del mundo (no en vano fue el único lujo que permitió Calvino cuando gobernó con mano sanguinaria la ciudad) y una famosa escultura, el Muro de los Reformadores, que puede contemplarse en Promade des Bastions, el jardín de los tableros de ajedrez gigantes. Uno de los numerosos parques (el Jardín Anglais, La Grange o el Jardín Botánico) que invitan a pasear.
Ellos son un escaparate de todas las razas humanas y de todos los dialectos. Mal que les pese a los suizos de tres generaciones, si esta ciudad deja a ratos de ser provinciana es precisamente porque está llena de extranjeros. Son ellos los que mantienen la hostelería, la construcción y los transportes, y convierten en Ginebra en una de las ciudades más ricas del mundo.
Geografía
Ubicación y orografía
La ciudad se encuentra en la embocadura del Ródano desde el lago Lemán, en el centro de una depresión rodeada de montañas situadas todas en territorio francés: los Voirons, el Salève, el Mont de Sion, el Vuache y el macizo del Jura. La comuna limita al norte con Le Grand-Saconnex y Pregny-Chambésy, al este con Cologny y Chêne-Bougeries, al sur con Veyrier, Carouge y Lancy, y al oeste con Vernier.
La ciudad vieja, constituida por los barrios de Cité-centre y de Saint-Gervais, se formó sobre y alrededor de una colina en la ribera izquierda del lago y de ambas partes de la isla formada por el Ródano. Esta colina constituyó desde la prehistoria un refugio natural protegido por el lago, el Ródano, el Arve, los pantanos y unos fosos al este. La ciudad crece y se extiende a partir del siglo xix tras la demolición de las fortificaciones (1850-1880).
Clima
El clima de Ginebra es templado y húmedo (clasificación climática de Köppen: Cfb) con influencia continental (Dfb). Los inviernos son suaves por lo general, con heladas ligeras en la noche y condiciones de deshielo durante el día. Los veranos son agradablemente cálidos. La precipitación es adecuada y está relativamente bien distribuida durante todo el año, aunque el otoño es un poco más húmedo que el resto de estaciones. Las tormentas de hielo cerca del lago Lemán son bastante normales en invierno.
En verano, muchas personas disfrutan de la natación en el lago y frecuentan las playas públicas como "Genève Plage" y "les Bains des Pâquis". Las nevadas en Ginebra tienen lugar desde noviembre hasta febrero, los meses más fríos del año. Las montañas de los alrededores están sometidas a nevadas importantes, lo que beneficia la práctica de deportes de invierno. Durante los años 2000-2009, la temperatura media anual fue de 11 °C y disfrutó de una media de dos mil horas de sol anuales.
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