—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

domingo, 6 de enero de 2013

183.-Platón El primer Alcibiades o de la naturaleza humana III a

Luis Alberto Bustamante Robin; José Guillermo González Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdés;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Álvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Verónica Barrientos Meléndez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andrés Oyarce Reyes; Franco González Fortunatti; 


Platón  El primer Alcibiades o de la naturaleza humana III




Anllela hormazabal Moya


Sócrates

Pero, Alcibiades, sea fácil o no, es cosa infalible que si una vez llegamos a conocerlo, sabremos bien pronto y sin dificultad el cuidado que debemos tener de nosotros mismos; en vez de que si lo ignoramos, jamás llegaremos a conocer la naturaleza de este cuidado.

Alcibiades

Eso es indudable.

Sócrates

¡Ánimo, pues! ¿Por qué medio encontraremos la esencia de las cosas, hablando en general? Siguiendo este rumbo encontraremos bien pronto lo que somos nosotros, y si ignoramos esta esencia nos ignoraremos siempre a nosotros mismos.

Alcibiades

Dices verdad.

Sócrates

Sígueme, y te conjuro a ello por Júpiter. ¿Con quién conversas en este momento? ¿Es con otro más que conmigo?

Alcibiades

No, es contigo. [180]

Sócrates

¿Y yo contigo?

Alcibiades

Sí.

Sócrates

¿Es Sócrates el que habla?

Alcibiades

Sí.

Sócrates

¿Es Alcibiades el que escucha?

Alcibiades

Así es.

Sócrates

Y para hablar Sócrates, ¿no se vale de la palabra?

Alcibiades

¿Qué quieres decir con eso?

Sócrates

Servirse de la palabra y hablar, ¿no son la misma cosa?

Alcibiades

Sin dificultad.

Sócrates

El que se sirve de una cosa y la cosa de que se sirve, ¿no son diferentes?

Alcibiades

No te entiendo.

Sócrates

Un zapatero, por ejemplo, ¿se sirve del trinchete, de las hormas y otros instrumentos?

Alcibiades

Sin duda.

Sócrates

¿Y el que corta con su trinchete es diferente del trinchete con que corta?

Alcibiades

Ciertamente. [181]

Sócrates

¿Por consiguiente, el hombre que toca la lira no es la misma cosa que la lira con que toca?

Alcibiades

Es seguro.

Sócrates

Esto es lo que te preguntaba antes: si el que se sirve de una cosa te parece diferente siempre de la cosa de que él se sirve.

Alcibiades

Sí, muy diferente.

Sócrates

Pero el zapatero no corta sólo con sus instrumentos, corta también con sus manos.

Alcibiades

También con sus manos.

Sócrates

¿Se sirve de sus manos?

Alcibiades

Sin duda.

Sócrates

¿Se sirve igualmente de sus ojos al cortar?

Alcibiades

Seguramente.

Sócrates

¿Estamos de acuerdo en que el que se sirve de una cosa es siempre diferente de la cosa de que se sirve?

Alcibiades

Estamos de acuerdo.

Sócrates


Por consiguiente, ¿el zapatero y el tocador de lira son otra cosa que las manos y los ojos de que ambos se sirven?


Alcibiades

Es claro. [182]

Sócrates

El hombre se sirve de su cuerpo.

Alcibiades

¿Quién lo duda?

Sócrates

¿Y lo que se sirve de una cosa es diferente que la cosa de que se sirve?

Alcibiades

Sí. =

Sócrates

El hombre, por consiguiente, es otra cosa que su cuerpo.

Alcibiades

Lo creo.

Sócrates

¿Qué es el hombre?

Alcibiades

Yo no puedo decirlo, Sócrates.

Sócrates

Por lo menos podrías decirme, que el hombre es una cosa que se sirve del cuerpo.

Alcibiades

Eso es cierto.

Sócrates

¿Hay alguna cosa que se sirva del cuerpo más que el alma?

Alcibiades

No, no hay más que el alma.

Sócrates

¿Es ella la que manda?

Alcibiades

Ciertamente.

Sócrates

Y yo creo, que no hay nadie que no se vea forzado a reconocer... [183]

Alcibiades

¿Qué?

Sócrates

Que el hombre es una de estas tres cosas.

Alcibiades

¿Qué cosas?

Sócrates

O el alma o el cuerpo, o el compuesto de uno y otro.

Alcibiades

Conforme.

Sócrates

¿Pero estamos conformes en que el alma manda al cuerpo?

Alcibiades

Lo estamos. Sócrates. ¿El cuerpo se manda a sí mismo?

Alcibiades

No, ciertamente.

Sócrates

Porque hemos dicho que el cuerpo es el que obedece.

Alcibiades

Sí.

Sócrates

Luego no es lo que buscamos.

Alcibiades

Así parece.

Sócrates

¿Es el compuesto el que manda al cuerpo? ¿y éste compuesto es el hombre?

Alcibiades

Podrá suceder.

Sócrates

Nada menos que eso, porque no mandando uno de los dos, es imposible que los dos juntos manden. [184]

Alcibiades

Eso es muy cierto.

Sócrates

Puesto que ni el cuerpo ni el compuesto de alma y cuerpo son el hombre, es preciso de toda necesidad, o que el hombre no sea absolutamente nada, o que el alma sola sea el hombre.

Alcibiades

Seguramente.

Sócrates

¿Hay necesidad de demostrar aún más claramente que el alma sola es el hombre?

Alcibiades

No, ¡por Júpiter! está bastante probado.

Sócrates

Aún no hemos profundizado esta verdad con toda la exactitud que ella exige, pero es suficiente la prueba hecha, y esto basta. La profundizaríamos más, cuando hubiésemos encontrado lo que acabamos de abandonar, porque era de difícil indagación.

Alcibiades

¿Qué es?

Sócrates

Lo que dijimos antes, que era preciso, en primer lugar, conocer la esencia de las cosas generalmente hablando, y en lugar de esta esencia absoluta nos hemos detenido a examinar la esencia de una cosa particular, y quizá esto baste, porque no podremos encontrar en nosotros nada que sea más que nuestra alma.

Alcibiades

Eso es muy cierto.

Sócrates

Por consiguiente, es un principio sentado que cuando conversamos tú y yo, es mi alma la que conversa con la tuya. [185]

Alcibiades

Entendido.

Sócrates

Esto es lo que decíamos hace un momento: que

Sócrates

habla a Alcibiades dirigiéndole la palabra, no a su cuerpo como parece, sino a Alcibiades mismo; es decir, a su alma.

Alcibiades

Eso es evidente.

Sócrates

¿El que manda que nos conozcamos a nosotros mismos manda, por consiguiente, que conozcamos nuestra alma?

Alcibiades

Yo lo creo así.

Sócrates

Luego el que conoce sólo su cuerpo conoce lo que está en él, pero no conoce lo que él es?

Alcibiades

Sí.

Sócrates

Así un médico no se conoce a sí mismo, en tanto que médico, ni un maestro de palestra, en tanto que maestro de palestra?

Alcibiades

No, a mi parecer.

Sócrates

Aún menos los labradores y todos los demás artesanos que lejos de conocerse a sí mismos, ni conocen lo que particularmente les toca, y además su arte los liga a cosas más lejanas aún de ellos que lo que está en ellos. En efecto, el objeto de sus cuidados no es tanto su cuerpo como las cosas que tienen relación con el cuerpo.

Alcibiades

Todo eso es también muy verdadero. [186]

Sócrates

Por lo tanto, si es sabiduría conocerse a sí mismo, ninguno de estos artistas es sabio por su arte.

Alcibiades

Soy de tu dictamen.

Sócrates

Y he aquí por qué todas estas artes parecen viles, y por consiguiente indignas de una persona decente.

Alcibiades

Eso es cierto.

Sócrates

Volviendo, pues, a nuestro principio, todo hombre que tiene cuidado de su cuerpo, tiene cuidado de lo que le pertenece, pero no de sí mismo.

Alcibiades

Estoy de acuerdo.

Sócrates

Todo hombre que ama las riquezas no se ama a sí mismo, ni lo que está en él; sino que ama una cosa aún más lejana de él y de lo que está en él.

Alcibiades

Así me lo parece.

Sócrates

El que sólo se ocupa en amontonar riquezas, ¿maneja mal sus negocios?

Alcibiades

Es muy cierto.

Sócrates

Si alguno se ha enamorado del cuerpo de Alcibiades, no es Alcibiades el objeto de su cariño, sino una de las cosas que pertenecen a Alcibiades.

Alcibiades

Estoy convencido de ello.

Sócrates

El que ha de amar a Alcibiades ha de amar su alma. [187]

Alcibiades

Consecuencia necesaria.

Sócrates

He aquí por qué el que sólo ama tu cuerpo se retira desde que esta flor de belleza comienza a marchitarse.

Alcibiades

Es cierto.

Sócrates

Pero el que ama tu alma, no se retira jamás, en tanto que puede ella aspirar a mayor perfección.

Alcibiades

Así parece.

Sócrates

Aquí tienes la razón por qué he sido yo el único que no te ha abandonado y que permanece constante, después que aparece marchita la flor de tu belleza y que todos tus amantes se han retirado.

Alcibiades

Gran placer me das, y te suplico que no me abandones.

Sócrates

Trabaja sin descanso con todas tus fuerzas para hacerte mejor.

Alcibiades

Trabajaré.

Sócrates

Al ver lo que sucede, es fácil juzgar que Alcibiades, hijo de Clinias, jamás ha tenido, y aun ahora mismo no tiene, más que un único y verdadero amante; y este amante fiel, digno de ser amado, es Sócrates, hijo de Sofromico y de Ferarete.

Alcibiades

Nada más verdadero.

Sócrates

¿No me dijiste, cuando me avisté contigo y antes de [188] que yo te hiciera prevención alguna, que tenías intención de hablarme para saber por qué era el único que no me había retirado?

Alcibiades

Así te lo dije, y es muy cierto.

Sócrates

Ahora ya sabes la razón, y es, que yo te he amado a ti mismo, mientras que los demás sólo han amado lo que está en ti. La belleza de lo que está en ti comienza a disiparse cuando tu belleza propia comienza a florecer; y si no te dejas malear y corromper por el pueblo, yo no te abandonaré en toda mi vida. Pero temo que infatuado con el favor del pueblo, como ha sucedido a un gran número de nuestros mejores ciudadanos; porque el pueblo de la magmánima Erectea{10} tiene una preciosa máscara; pero es preciso verle con la cara descubierta. Créeme, pues, Alcibiades, y toma las precauciones que te digo.

Alcibiades

¿Qué precauciones?

Sócrates

La de ejercitarte y aprender bien lo que es preciso saber antes de mezclarte en los negocios de la república, a fin de que, robustecido con un buen preservativo, puedas sin temor exponerte a los peligros.

Alcibiades

Todo eso está muy bien dicho, Sócrates; pero trata de explicarme cómo podemos tener cuidado de nosotros mismos.

Sócrates

Ese es negocio ya ventilado; porque ante todas cosas hemos sentado lo que es el hombre, y con razón, porque temeríamos, no siendo este punto bien conocido, dirigir [189] nuestro cuidado a otras cosas que no fueran nosotros mismos, sin apercibirnos de ello.

Alcibiades

Así es.

Sócrates

Estamos convenidos, además, en que es el alma la que es preciso cuidar, debiendo ser este el único fin que nos propongamos.

Alcibiades

Sin duda.

Sócrates

Que es preciso dejar a los demás el cuidado del cuerpo y de lo que pertenece al cuerpo, como las riquezas.

Alcibiades

¿Puede negarse eso?

Sócrates

¿Cómo podríamos sentar esta verdad de una manera más clara y evidente? porque si consiguiéramos verla con toda claridad, es indudable que nos conoceríamos perfectamente a nosotros mismos. Tratemos, pues, en nombre de los dioses, de entender bien el precepto de Delfos, de que ya hemos hablado; pero ¿comprendemos, por ventura, ya toda su fuerza?

Alcibiades

¿Qué fuerza? ¿Qué quieres decir con eso, Sócrates?

Sócrates

Voy a comunicarte lo que a mi juicio quiere decir esta inscripción y el precepto que ella encierra. No es posible hacértele comprender por otra comparación que por esta que se toma de la vista.

Alcibiades

¿Cómo?

Sócrates

Fíjate bien: si esta inscripción hablase al ojo, como habla al hombre, y le dijese: mírate a ti mismo, ¿qué [190] creeríamos nosotros que le decía? ¿No creeríamos que la inscripción ordenaba al ojo que se mirase en una cosa, en la que el ojo pudiera verse?

Alcibiades

Eso es evidente.

Sócrates

Busquemos esta cosa, en la que, mirando, podamos ver el ojo y nosotros mismos.

Alcibiades

Puede verse en los espejos y en otros cuerpos semejantes.

Sócrates

Hablas muy bien. ¿No hay también en el ojo algún pequeño punto que hace el mismo efecto que el espejo?

Alcibiades

Hay uno seguramente.

Sócrates

Has observado que siempre que miras en tu ojo ves, como en un espejo, tu semblante en esta parte que se llama pupila, donde se refleja la imagen de aquel que en ella se ve?

Alcibiades

Es cierto.

Sócrates

Un ojo, para verse, debe mirar en otro ojo, y en aquella parte del ojo, que es la más preciosa, y que es la única que tiene la facultad de ver?

Alcibiades

¿Quién lo duda?

Sócrates

Porque si fijase sus miradas sobre cualquiera otra parte del cuerpo del hombre, o sobre cualquier otro objeto, a menos que no fuese semejante a esta parte del ojo que ve, de ninguna manera se vería a sí mismo. [191]

Alcibiades

Tienes razón.

Sócrates

Un ojo, que quiere verse a sí mismo, debe mirarse en otro ojo, y en esta parte de ojo, donde reside toda su virtud, es decir, la vista.

Alcibiades

Seguramente.

Sócrates

Mi querido Alcibiades, ¿no sucede lo mismo con el alma? para verse ¿no debe mirarse en el alma, y en esta parte del alma donde reside toda su virtud, que es la sabiduría, o en cualquiera otra cosa a la que esta parte del alma se parezca en cierta manera?

Alcibiades

Así me lo parece.

Sócrates

¿Pero podremos encontrar alguna parte del alma, que sea más divina que aquella en que residen la esencia y la sabiduría?

Alcibiades

No ciertamente.

Sócrates

En esta parte del alma, verdaderamente divina, es donde es preciso mirarse, y contemplar allí todo lo divino, es decir, Dios y la sabiduría, para conocerse a sí mismo perfectamente.

Alcibiades

Así me parece.

Sócrates

Conocerse a sí mismo es la sabiduría, según hemos convenido.

Alcibiades

Es cierto. [192]

Sócrates

No conociéndonos a nosotros mismos, y no siendo sabios, ¿podemos conocer ni nuestros bienes, ni nuestros males?

Alcibiades

¡Ah! ¿cómo los conoceríamos, Sócrates?

Sócrates

Porque no es posible que el que no conoce a

Alcibiades

conozca lo que pertenece a Alcibíades, como perteneciendo a Alcibiades.

Alcibiades

No, ¡por Júpiter! eso no es posible.

Sócrates

Sólo conociéndonos a nosotros mismos, es como podemos conocer, que lo que está en nosotros nos pertenece.

Alcibiades

Seguramente.

Sócrates

Y si no conociésemos lo que está en nosotros, no conoceríamos tampoco lo que se refiere a las cosas que están en nosotros.

Alcibiades

Lo confieso.

Sócrates

Hemos hecho mal, cuando hemos convenido en que hay gentes, que no conociéndose a sí mismos, conocen sin embargo lo que está en ellos, porque ni aun las cosas que pertenecen a lo que está en ellos conocen. Estos tres conocimientos: conocerse a sí mismo, conocer lo que está en nosotros, y conocer las cosas que pertenecen a lo que está en nosotros, están ligados entre sí; son efecto de un solo y mismo arte.

Alcibiades

Así parece. [193]

Sócrates

Todo hombre que no conoce las cosas que están en él, no conocerá tampoco las que pertenecen a otros.

Alcibiades

Eso es verdad.

Sócrates

No conociendo las cosas pertenecientes a los demás, no puede conocer las del Estado.

Alcibiades

Es una consecuencia necesaria.

Sócrates

¿Un hombre semejante puede ser alguna vez un buen hombre de Estado?

Alcibiades

No.

Sócrates

¿Ni puede ser tampoco un buen administrador para gobernar una casa?

Alcibiades

No.

Sócrates

¿Ni sabe lo que hace?

Alcibiades

Nada sabe.

Sócrates

No sabiendo lo que hace, ¿es posible que no cometa faltas?

Alcibiades

Imposible, seguramente.

Sócrates

Cometiendo faltas, ¿no causa mal en particular y en público?

Alcibiades

Seguramente. [194]

Sócrates

Haciendo mal ¿no es desgraciado?

Alcibiades

Sí, muy desgraciado.

Sócrates

¿Y aquellos a cuyo servicio se consagra?

Alcibiades

Desgraciados también.

Sócrates

¿Luego no es posible que el que no es ni bueno, ni sabio, sea dichoso?

Alcibiades

No, sin duda.

Sócrates

¿Todos los hombres viciosos son entonces desgraciados?

Alcibiades

Muy desgraciados.

Sócrates

¿Luego no son las riquezas, sino la sabiduría la que libra al hombre de ser desgraciado?

Alcibiades

Seguramente.

Sócrates

Por lo tanto, mi querido Alcibiades, los Estados para ser dichosos no tienen necesidad de murallas, ni de buques, ni de arsenales, ni de tropas, ni de grande aparato; la única cosa de que tienen necesidad para su felicidad es la virtud.

Alcibiades

Es cierto.

Sócrates

Y si quieres manejar bien los negocios de la república, es preciso que imbuyas a tus conciudadanos en la virtud.

Alcibiades

Estoy persuadido de eso. [195]

Sócrates

¿Pero puede darse lo que no se tiene?

Alcibiades

¿Cómo puede darse?

Sócrates

Ante todas cosas es preciso, pues, que pienses en ser virtuoso, como debe de hacer todo hombre, que no sólo quiera tener cuidado de sí mismo y de las cosas que son suyas, sino también del Estado y de las cosas que pertenecen al Estado.

Alcibiades

Sin dificultad.

Sócrates

No debes, por consiguiente, pensar en adquirir para ti y para el Estado un grande imperio y el poder absoluto de hacer todo lo que te agrade, sino únicamente lo que dicten la sabiduría y la justicia.

Alcibiades

Eso me parece muy cierto.

Sócrates

Porque si tú y el Estado gobernáis sabia y justamente, obtendréis el favor de los dioses.

Alcibiades

Estoy persuadido de ello.

Sócrates

Y gobernaréis justa y sabiamente, si como te dije antes, no perdéis de vista esa luz divina que brilla en vosotros.

Alcibiades

Así parece.

Sócrates

Porque mirándoos en esta luz, os veréis vosotros mismos, y conoceréis vuestros verdaderos bienes.

Alcibiades

Sin duda. [193]

Sócrates

Y obrando así, ¿no haréis siempre el bien?

Alcibiades

Ciertamente.

Sócrates

Si hacéis siempre el bien, me atrevo a salir garante de que seréis siempre dichosos.

Alcibiades

En esta materia eres tú una buena garantía, Sócrates.

Sócrates

Pero si gobernáis injustamente, y en lugar de suspirar por la verdadera luz, os fijáis en lo que está sin Dios y lleno de tinieblas, no haréis, sin que pueda ser de otra manera, sino obras de tinieblas, porque no os conoceréis a vosotros mismos.

Alcibiades

Así lo creo.

Sócrates

Mi querido Alcibiades, represéntate un hombre que tenga el poder de hacerlo todo, y que no tenga juicio; ¿qué debe esperarse y cuál será el resultado para él y para el Estado? Por ejemplo, que un enfermo tenga el poder de hacer todo lo que le venga a la cabeza, que no conozca la medicina, y que nadie se atreva a decirle nada ni a contenerle, ¿qué le sucederá? Destruirá sin duda su cuerpo.

Alcibiades

Eso es cierto.

Sócrates

Y si en una nave un hombre, sin tener ni buen sentido ni la habilidad de piloto, se toma la libertad de hacer lo que le parezca, tú mismo ves lo que no puede menos de suceder a él y a todos los que a él se entreguen.

Alcibiades

No podrán menos de perecer todos. [197]

Sócrates

Lo mismo sucede con todas las ciudades, repúblicas y todos los poderes; si están privados de la virtud, su ruina es infalible.

Alcibiades

Imposible de otra manera.

Sócrates

Por consiguiente, mi querido Alcibiades, si quieres ser dichoso tú y que lo sea la república, no es preciso un grande imperio, sino la virtud.

Alcibiades

Seguramente, Sócrates.

Sócrates

Y antes de adquirir esta virtud, lejos de mandar, es mejor obedecer, no digo a un niño, sino a un hombre, siempre que sea más virtuoso que él.

Alcibiades

Eso me parece cierto.

Sócrates

Y lo que es mejor, ¿no es lo más precioso?

Alcibiades

Sin duda.

Sócrates

Y lo que es más precioso, ¿no es lo más conveniente?

Alcibiades

Sin dificultad.

Sócrates

¿Es conveniente al hombre vicioso ser esclavo, porque esto le cuadra mejor?

Alcibiades

Seguramente.

Sócrates

¿El vicio, pues, es una cosa servil?

Alcibiades

Convengo en ello. [198]

Sócrates

¿Y la virtud una cosa liberal?

Alcibiades

Sí.

Sócrates

¿Y no es preciso evitar este servilismo?

Alcibiades

Seguramente, Sócrates.

Sócrates

Pues bien, mi querido Alcibiades, conoces tu propia situación; ¿eres digno de ser libre o esclavo?

Alcibiades

¡Ah! Sócrates, conozco bien mi situación.

Sócrates

¿Pero sabes cómo puedes salir de ese estado, que no me atreveré a calificar, hablando de un hombre como tú?

Alcibiades

Sí, lo sé. ¿Cómo? Si Sócrates quiere.

Sócrates

Dices muy mal, Alcibiades.

Alcibiades

¿Pues cómo tengo que decir?

Sócrates

Si Dios quiere.

Alcibiades

Pues bien, digo si Dios quiere; y añado, que para lo sucesivo vamos a mudar de papeles, tú harás el mío y yo el tuyo, es decir, que yo voy a mi vez a ser tu amante, como tú has sido el mío hasta aquí.

Sócrates

En este caso, mi querido Alcibiades lo que se dice de [199] la cigüeña se podrá decir de mi amor para contigo, si después de haber hecho nacer en tu seno un nuevo amor alado, este le nutre y le cuida a su vez.

Alcibiades

Así será; y desde este día voy a aplicarme a la justicia.

Sócrates

Deseo que perseveres en ese pensamiento; pero te confieso, que sin desconfiar de tu buen natural, temo que la fuerza de los ejemplos que dominan en esta ciudad, nos arrollen al fin a ti y a mi.

———

{1} Por su padre, Clinias, descendía de Eurisaces, hijo de Axas; y por su madre, Dinomaca, descendía de Alemeonides y de Megacles.

{2} Le hinchaba los carrillos desagradablemente.

{3} Este juego no era de damas ni de ajedrez, sino un juego científico, porque enseñaba el movimiento de los cielos, los eclipses, &c.

{4} Esta gran batalla se dio en la Olimpiada 80, cuando Sócrates contaba cerca de 12 años.

{5} Esta batalla de Coronea se dio el segundo año de la Olimpiada 83. Sócrates tenía 22 años.

{6} El Hipólito, v, 352.

{7} Peparetes es una de las islas Cicladas.

{8} Cenon de Elea, discípulo de Parménides, había venido con su maestro a Atenas (590 años antes de J. C.) donde Sócrates en su juventud oyó a ambos.

{9} Homero, l. II, v. 547 de la Iliada.

{10} Alusión al picaresco dicho popular contra los libertos que habían salido de la esclavitad.—Lleva aún sobre su cabeza la cabellera de esclavo.


{Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate,
tomo primero, Madrid 1871, páginas 117-199.}



puerta al infierno


Sócrates y Alcibiades.



El filósofo griego Sócrates (470-399 a.C.) descubre al joven Alcibíades
 (450-404 a.C.) con una hetaira (prostituta griega)


Introducción.

Alcibíades, o "de la naturaleza humana" es uno de los primeros diálogos platónicos. En él encontramos solo dos personajes: Por un lado está Alcibíades, un joven  aristócrata, valeroso luchador, genial estratega, famoso por su belleza y arrogancia, codiciado por los hombres. Por otro lado tenemos a Sócrates, un hombre ya maduro, petiso y regordete, feo, de mal aspecto (viste siempre de un modo sencillo y no lleva calzado) pero que gracias a sus palabras ha logrado seducir a un séquito de muchachos. 

Un día Sócrates se encuentra a Alcibíades solo, para su sorpresa, ya que comúnmente se lo ve acompañado por sus admiradores. Entonces aprovecha para acercarse y le dice que hasta el momento ha estado observandolo y nunca le dirigió la palabra, pero que ya es tiempo de decirle lo que piensa de él. Alcibíades se muestra muy extrañado de la actitud de Sócrates, más aún cuando este le dice que es un altanero, que se la pasa despreciando a sus admiradores, que se cree que se basta a sí mismo y que es muy poderoso. Entonces Alcibíades se siente agredido y le contesta:

"¿Qué esperas importunandome de este modo y obstinándote en seguirme a todas partes?"
Sócrates le contesta que le han llegado rumores de que pretende dedicarse a la política, cosa que Alcibíades confirma, y que de esta manera se dice que será muy poderoso, pero se confunde y él está dispuesto a demostrárselo. Y agrega:

"yo por mi parte espero ser poderosísimo para ti cuando te haya demostrado  de qué modo te soy necesario"

 Alcibíades extrañado le contesta:

"En verdad Sócrates, que más extraño me pareces desde que has empezado a hablarme que cuando me seguías sin decir palabra"

Sin embargo acepta escucharlo. Entonces Sócrates, apelando a su falsa humildad, realizando en el fondo una crítica solapada a los sofistas, le dice:

Sóc- No pretenderás, por supuesto, que me sea posible explicarme mediante largos discursos, como estás acostumbrado a oír ¿verdad? (...) Ahora bien, es preciso que me otorgues un pequeño favor"
Alc- Si no se trata de una cosa muy dificil, accedo

Soc- ¿Es a tu juicio dificil responder cuando se pregunta?

Alc- ¡Oh no! Fácil

Sóc- Perfectamente, entonces vas a responderme 
Alc- Sea. Interroga"

 Así comienza este espectacular diálogo. 

Diálogo sobre lo justo.

Sócrates comienza preguntando sobre que cosas sería capaz de aconsejar al pueblo si es que se convierte en un político y Alcibíades responde en un momento, a modo de ejemplo, que podría aconsejar cuando es conveniente hacer la guerra o hacer la paz con los pueblos vecinos. Así Sócrates encamina la discusión hacia el concepto de justicia. 

"Soc- Pues bien ¿contra qué adversarios arrastrarías tu a los atenienses a hacer la guerra, contra quienes les traten injustamente o contra quienes les tratasen justamente?"

Alcibíades responde que obviamente contra quienes son injustos. Entonces Sócrates le pregunta de quién aprendió lo que es la justicia. Porque evidentemente sabe qué es lo justo y si lo sabe es porque lo ha aprendido ya sea por su cuenta o de algún otro.

A continuación un fragmento del diálogo en dónde Sócrates le hace vera Alcibíades que nunca se ocupó de este tema:

"Sócrates. Pero, mi querido Alcibíades, es preciso que suceda una de dos cosas:

 o que sin saberlo, ignores tú lo que es justo, o que, sin saberlo yo, hayas ido a casa de algún maestro que te enseñara a distinguir lo que es más justo y lo que es más injusto. ¿Quién es ese maestro? Dímelo, te lo suplico, para que me pongas en sus manos y me recomiendes a él.

Alcibíades. Esa es una de tus ironías, Sócrates.

Sócrates. No, te lo juro por el Dios que preside a nuestra amistad, y que es un Dios a quien no querría ofender con un perjurio. Te lo suplico muy seriamente; si tienes un maestro, dime quién es. 
Alcibíades. ¡Ah! y aunque yo no tenga maestro, ¿crees tú que no pueda saber por otra parte lo que es justo y lo que es injusto?  
Sócrates. Lo sabrás, si lo has descubierto tú mismo. 
Alcibíades. ¿Y crees tú que no lo he descubierto? 
Sócrates. Si has hecho indagaciones, lo habrás descubierto. 
Alcibíades. ¿Piensas que no he hecho yo indagaciones? 
Sócrates. Pero si has hecho indagaciones, habrás creído ignorarlo. 
Alcibíades. ¿Te imaginas que no ha habido un tiempo en que yo lo ignoraba? 
Sócrates. Muy bien. Pero podrías señalarme precisamente ese tiempo, en que has creído que ignorabas lo que es justo e injusto. Veamos; ¿fue el año pasado cuando empezaste a hacer tus indagaciones porque lo ignorabas? ¿O creías saberlo? Di la verdad para que no hablemos en vano. 
Alcibíades. El año pasado creía saberlo. 
Sócrates. ¿Hace tres, cuatro, cinco, no lo creías lo mismo? 
Alcibíades. Lo mismo. 
Sócrates. Antes de este tiempo tú eras un niño; ¿no es así? 
Alcibíades. Sí. (...) 
Sócrates. ¿En qué tiempo creías tú ignorarlo? Míralo, hecha cuentas; tengo mucho miedo que no des con ese tiempo. 
Alcibíades. En verdad, Sócrates, no puedo decírtelo. 
Sócrates. ¿Por consiguiente, tú no has encontrado por ti mismo esta ciencia de lo justo y de lo injusto?
Alcibíades. Así parece."

Sobre las fuentes del conocimiento.

Como Alcibíades reconoce no haber averiguado por sí mismo qué es la justicia es necesario indagar la otra alternativa, que lo haya aprendido de algún maestro:
"Alcibíades. Creo, que la he aprendido de todo el mundo. 
Sócrates. ¿Otra vez volvemos a empezar? ¿De quién la has aprendido? habla. 
Alcibíades. Del pueblo. 
Sócrates. Mal maestro me citas."

A partir de acá la discusión gira en torno a cuán confiable es la opinión pública, lo que Platón luego definirá como "doxa", la mera opinión, el visión general, en oposición a la "episteme", el verdadero conocimiento. 

Alcibíades le responde a Sócrates que el pueblo es capaz de enseñar muchas cosas, por ejemplo la lengua. Aprendemos a hablar (aprendemos una lengua) gracias al saber popular. Sócrates admite este hecho, pero le responde que hay cosas más difíciles sobre las que no todo el mundo puede opinar:


"Sócrates. Pero si en lugar de querer saber lo que significan las palabras hombre o caballo, quisiéramos saber si un caballo es bueno o malo, ¿el pueblo sería capaz de enseñárnoslo?Alcibíades. No, seguramente. 
Sócrates. Y si quisiéramos saber, no lo que quiere decir la palabra hombre, sino lo que es un hombre sano o enfermo, ¿el pueblo estaría en estado de decírnoslo?Alcibíades. Menos aún. 
Sócrates. ¿Y crees tú que sobre lo justo y lo injusto y sobre sus propios negocios el pueblo esté más de acuerdo consigo mismo que en los demás?Alcibíades. No, ¡por Júpiter!Sócrates.  ¿No crees tú que precisamente en esto es en lo que menos de acuerdo está el pueblo?Alcibíades. Estoy persuadido de eso. 
 Sócrates. ¿No es esta misma diversidad sobre lo justo y lo injusto la única causa que ha hecho perecer a tantos atenienses, lacedemonios y beocios en la tomada de Tanagre, y después de ésta en la batalla de Coronea, donde recibió la muerte tu padre?Alcibíades. ¿Podrá nadie negarlo? 
Sócrates. ¡Ah! ¡Mira los maestros que me citas; en el acto mismo reconoces su ignorancia!"

Es así que termina  lo que suele llamarse la primer etapa del método socrático, que consiste en lograr la conciencia de la propia ignorancia, en la purga de todo prejuicio, de toda presunción del saber que no permite iniciar una verdadera búsqueda. Así, Alcibíades termina por decir:

"Alcibíades. Te juro, Sócrates, por todos los dioses, que yo no sé lo que digo, y francamente, temo que he perdido la razón, porque estas cosas que me parecen de una manera, tan pronto me parecen de otra, según tú me preguntas."

Sócrates no solo ha logrado que Alcibíades reconozca su ignorancia en materia de lo justo y lo injusto, sino que lo ha conquistado, ha barrido toda altanería y ahora Alcibíades, seducido por la inteligencia de Sócrates, se entregará a él, tal como lo había prevenido Sócrates. 

El diálogo continúa a pedido de Alcibíades, que quiere saber qué es lo justo. Sócrates dice no saberlo pero le ofrece tratar de averiguarlo en forma conjunta. Ambos tratarán de definir qué es la justicia, y en su intento surgirá un nuevo tema: la virtud.

La segunda parte del diálogo entonces se encamina hacia el concepto de virtud, y Sócrates le recomendará, antes que entregarse a la política, para dirigir a los demás, entregarse a la filosofía para conocerse a sí mismo y volverse un hombre virtuoso.




Sócrates y Alcibiades.



Sócrates reprendiendo a Alcibíades en casa de una cortesana.

1857. Óleo sobre lienzo, 278 x 226 cm


La obra es la más importante entre las que el artista realizó en Roma donde estuvo con pensión extraordinaria entre 1853 y 1858. El pintor la estudió con cuidado, según muestra el boceto preparatorio que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Murcia. En él se manifiesta la dependencia del asunto respecto del motivo clásico de la Juventud o Hércules entre la Virtud y el Vicio, sustituyéndose la habitual alegoría femenina de aquélla por la figura de Sócrates, que pasa de sujetar el brazo de Alcibíades en el boceto a interpelarle con ademán más didascálico que admonitorio en el cuadro definitivo, en lo que expresa la autoridad moral de Sócrates sobre el licencioso joven, tal y como la describe Plutarco en su Alcibíades.

El asunto había sido frecuente en el Neoclasicismo, pues mostraba el valor del ejemplo moral de un filósofo de la Antigüedad. Su contención es patente en el equilibrio de la composición, el orden de planos paralelos al espectador, la corrección del dibujo y la suavidad, algo mortecina del colorido. La fidelidad casi arqueológica al pasado en tipos y detalles, que celebraron los críticos españoles, era un aspecto primordial en esta pintura, que se manifiesta aquí, ante todo, en los tipos. El rostro de Alcibíades recuerda al de Antínoo, tal y como aparece en el bajorrelieve de Villa Albani (Torlonia) en Roma, pero su postura, la piel de felino sobre la que se sienta y la corona de hojas de vid evocan la figura de Dionisos con Ariadna en las representaciones de vasos y mosaicos antiguos y aluden al motivo del vino que acaba de beber. La cabeza de Sócrates es la del conocido arquetipo antiguo del Museo Vaticano. Para la figura de la cortesana Teodota, el pintor se valió de un estudio que había hecho de cabeza femenina. (Murcia, Col. Particular), que pintó en 1855.

También tratan de ser veraces los detalles del mobiliario y de la ornamentación. En este Eros de inspiración praxitélica que preside la estancia de la lujosa casa deriva de la iconografía del Apolo Lacchaeus, al que el pintor agrega el arco y la venda, amén de la inscripción epigráfica. La enócoe de figuras rojas sobre el velador para servir el vino en la copa de bronce que sujeta Alcibíades y que alude al otro vicio que suscita la reconvención de Sócrates, se decora con una figura femenina relacionada con los inicios del primer clasicismo griego. El interior no es el de una casa griega, sino más bien romana antigua, como las que el propio artista había podido ver en Pompeya, si bien los motivos de grecas y palmetas y el orden dórico del patio hacen también referencia, en un sentido amplio, al mundo helénico.

El pintor envió la obra a Madrid, realizada como trabajo de pensionado, en 1858. El 14 de abril de ese año se expuso en la galería principal del Ministerio de Fomento. Poco después fue adquirida, por Real Orden de 10-V-1858, en 35.000 reales, con destino al Museo Nacional de Pintura y Escultura. Presentada luego a la Exposición Nacional de Bellas Artes de ese mismo año, obtuvo una medalla de segunda clase.

La difusión de la pintura fue notable y a ella contribuyeron los grabados de Pedro Martí para la Revista valenciana Bellas Artes (1-VI-1858) y de Tomás Carlos Capuz, en madera, para la madrileña El Museo Universal (30-XI-1858). El crítico de esta última apreció la obra, que consideró de las mejores de la exposición: la figura del filósofo es digna, y su actitud conveniente; que la cortesana, cuya cabeza es preciosa en forma y expresión, tiene un color en la garganta y nacimiento del pecho que nada deja que desear; que su forma grandiosa y fina al mismo tiempo, revela un gran gusto y sentimiento del arte, nada común.

Barón, Javier, Germán Hernández Amores Sócrates reprendiendo a Alcibíades en casa de una cortesana' En:. El vaso griego y sus destinos. Cabrera,P. Rouillard,P. Verbank-Pierard, A.(dir.), Madrid, Ministerio de Cultura, 2004, p.370-371 n.149



Las monedas de euro.






Las monedas de 1 euro están formadas por una zona interior de níquel revestido en cuproníquel y de una zona exterior de níquel-latón. Tienen un diámetro de 23,25 mm, un grosor de 2,33 mm y un peso de 7,50 gramos. Su borde es estriado alterno: 3 grupos de estriado fino entre 3 segmentos lisos. Todas las monedas tienen una cara común (la cual cambió en 2007 con respecto a la original) y una cara o monumento nacional específica de cada país.


El ministro de Economía y Hacienda y el gobernador del Banco de Grecia escogieron los diseños para la cara nacional de las monedas en euros de este país entre varias propuestas presentadas por una comisión técnica y artística. El diseñador de los motivos ganadores, uno diferente para cada denominación, fue el escultor Georges Stamatopoulos, que recibió el patrocinio del Banco de Grecia. La moneda de 1€ muestra una lechuza, diseño tomado de una antigua pieza ateniense de cuatro dracmas (s. V a.C.).

Imagen de una tetradracma ateniense del siglo V a. C., que muestra un mochuelo.




Las monedas de 2 euros son monedas bimetálicas acuñadas por los Estados miembros de la Eurozona como moneda de curso legal en dichos países, están formadas por una zona interior de níquel revestido en níquel-latón y una zona exterior de cuproníquel. Tienen un diámetro de 25,75 mm, un grosor de 2,20 mm y un peso de 8,50 gramos. Su borde es estriado fino con una inscripción grabada propia de cada nación. Todas las monedas tienen una cara común  y una cara nacional específica de cada país.



El ministro de Economía y Hacienda y el gobernador del Banco de Grecia escogieron los diseños para la cara nacional de las monedas en euros de este país entre varias propuestas presentadas por una comisión técnica y artística. El diseñador de los motivos ganadores, uno diferente para cada denominación, fue el escultor Georges Stamatopoulos, que recibió el patrocinio del Banco de Grecia. La moneda de 2€ representa una escena de un mosaico aparecido en Esparta (s. III d.C.), en la que se muestra el rapto de Europa por Zeus, que ha adoptado la forma de un toro. Europa es un personaje de la mitología griega del que toma el nombre del viejo continente. Grabado del canto (virola) de la moneda de 2€: EΛΛHNIKH ΔHMOKPATIA * (República Helénica).


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