Patricio de Azcárate Argumento del primer Alcibiades. |
La naturaleza humana o el conocimiento de sí mismo considerado como punto de partida del perfeccionamiento moral del hombre, como el principio de todas las ciencias en general, y en particular de la política; tal es el objeto del Primer Alcibiades. Dos partes tiene el diálogo. La primera no es más que un largo preámbulo. Lo justo y lo útil son por su orden objeto de esta discusión preliminar, cuyo enlace y sustancia son los siguientes: Sócrates encuentra a Alcibiades, que se dispone a subir a la tribuna de las arengas. ¿Qué dirá a los atenienses sobre sus negocios? ¿Qué consejos les dará? Sócrates le pone en el caso de responder que comprometerá a los atenienses a hacer lo que es justo. Pero indudablemente es indispensable que Alcibiades sepa lo que es la justicia. ¿Cómo puede saberlo? Puede saberlo por haberlo aprendido de algún maestro, o por haberlo aprendido por sí mismo. Conformes ambos en que no lo ha aprendido de ningún maestro, Alcibiades se ve precisado a confesar que tampoco lo ha aprendido por sí mismo. Porque para aprenderlo por sí mismo, es preciso hacer indagaciones, y para hacer indagaciones es preciso creer ignorar lo que se indaga, y Alcibiades, no pudiendo decir en qué momento creyó ignorar lo justo, conviene implícitamente en que jamás lo ha buscado, ni lo ha indagado, ni lo ha encontrado. ¿Lo aprendió del pueblo? Pero el pueblo no puede enseñar más que aquello que sabe, la lengua, por ejemplo; pero no lo justo y lo [114] injusto, sobre los cuales no está de acuerdo consigo mismo. Luego Alcibiades, que no sabe lo que es justo, no puede aprenderlo de los atenienses. Convencido de ignorancia sobre este punto, no es más afortunado cuando pretende aconsejar a los atenienses que hagan lo que es útil. Sócrates podría probarle, valiéndose del mismo razonamiento, que no conoce mejor lo útil que lo justo, pero prefiere tomar otro camino. Valiéndose de una serie un tanto pesada de deducciones, sienta que lo que es justo es honesto, que todo lo que es honesto es bueno, que todo lo que es bueno es útil; deduciendo de aquí la consecuencia de que lo justo y lo útil son una sola y misma cosa, y que no conociendo Alcibiades lo justo, ignora por la misma razón lo útil. De aquí se deduce que Alcibiades es perfectamente incapaz de dar consejos sobre los negocios públicos, y que carece de toda preparación para la política. ¿De dónde nace esta incapacidad? De que quiere hablar de cosas que no conoce. Si quiere gobernar a los demás, tiene que comenzar por instruirse él mismo, y el medio de instruirse es perfeccionarse, es atender primero a su persona. Esta es la conclusión de la primera parte. La segunda comienza por esta pregunta: ¿cómo se atiende primero a su persona? Sócrates multiplica las pruebas y las más ingeniosas analogías, para demostrar a Alcibiades que el arte de atender a su persona tiene por principio el conocimiento de sí mismo. El hombre no puede perfeccionarse, es decir, hacerse mejor que es, si ignora lo que es; ni desenvolver su naturaleza antes de saber cuál es su naturaleza. De aquí este precepto célebre, que resume en cierta manera toda la enseñanza filosófica de Sócrates: Conócete a ti mismo. ¿Pero qué es lo que constituye el yo, lo que constituye la persona humana?, ¿es la reunión material de los miembros y de los órganos de su cuerpo, que son cosas que [115] le pertenecen, pero que son distintas de ella, como lo son todas las cosas de que ella se sirve? Si el hombre no es el cuerpo, debe ser aquello que se sirve del cuerpo, y esto debe ser el alma que le manda. ¿Y no puede ser el hombre el compuesto del alma y del cuerpo? No, porque en tal caso deberían el uno y el otro mandar a la par, cosa que no sucede, puesto que el cuerpo no se manda a sí mismo, ni manda al alma. Por consiguiente sólo queda esta alternativa: o el hombre no es nada, o es el alma sola. Sócrates de esta manera establece a la vez la distinción profunda del alma y del cuerpo, y lo que es propio del alma, la libertad, como la esencia del hombre. Este es el verdadero objeto del conocimiento de sí mismo. Estudiar su alma, tal es el fin que debe proponerse todo hombre que quiera conocerse a sí mismo. ¿Pero cómo se la estudia? Aplicando la reflexión a esta parte excelente del alma, donde reside toda su virtud, como el ojo se ve en esta parte del ojo, donde reside la vista. Este santuario de la ciencia y de la sabiduría es lo que hay de divino en el alma, y allí es preciso penetrar para conocerse en su fondo. Allí está la ciencia de los verdaderos bienes y de los verdaderos males, no sólo de aquel que se estudia, sino también de sus semejantes, organizados como él; allí está el arte de evitar las faltas y ahorrarlas a los demás, es decir, de ser él mismo dichoso y hacer dichosos a los otros, porque, efecto de la satisfacción moral y del remordimiento, el vicio y la desgracia, la virtud y la felicidad marchan respectivamente juntos. Por consiguiente, la virtud es moral y políticamente la primera necesidad de un pueblo y la causa misma de su prosperidad. He aquí lo que debe tener en cuenta el que quiera conducir y manejar los negocios públicos. ¿Y enseñará al pueblo a ser virtuoso, si no lo es él mismo? Le conviene más que a nadie tener el espíritu fijo en esta [116] parte de sí mismo, reflejo de la sabiduría y de la justicia divinas, donde aprenderá, que el esfuerzo supremo de su naturaleza libre, el secreto de su fuerza, consiste en aproximarse, por medio de la virtud que perfecciona, a la esencia del Dios que se refleja en él. Lejos de esta luz, no puede menos de caminar a ciegas y perder a los que sigan sus pasos. Vicioso y servil, sólo es capaz de obedecer, como sirve el cuerpo al alma. La virtud, libre como el alma misma, de la que es su perfección útil y justa, como Dios de donde ella emana, es la única capaz de crear los verdaderos hombres de Estado y de labrar la felicidad del pueblo. {Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate, tomo primero, Madrid 1871, páginas 113-116.} |
Monedas Grecia 200€ y 10€ 2014. |
– «Filósofos – Aristóteles» (La cultura griega) Aristóteles (384-322 aC) Estudiante de Platón y maestro de Alejandro Magno, Aristóteles se convirtió en una de las más grandes figuras de la antigua filosofía griega. Nació en Estagira vivió muchos años en Atenas, después de lo cual dejó la Academia fundó su propia escuela, el Liceo. Lejos del idealismo de la Academia, Aristóteles se centró más en la adquisición de conocimientos a través de la observación empírica y los sentidos. Las investigaciones sistemáticas condujeron a la fundación de muchas ramas de la ciencia, como la lógica, la física, la biología, la psicología, la ética, la retórica y la ciencia política. Su influencia fue inmensa hasta el Renacimiento, que se extiende a muchas grandes civilizaciones, desde el árabe a la Europa occidental. Anverso: Se muestra un retrato de Aristóteles. Reverso: Se representan símbolos que se refieren a diferentes propiedades: científico, naturalista, filósofo, profesor. En el centro el escudo de Grecia. Características: Moneda de Oro de 916,66 milesimas, con un peso de 7,98 g. y un diámetro de 22,10 mm. El precio de la moneda es de 500€ y una tirada de 600 monedas. Moneda de Plata de 925 milesimas, con un peso de 34,1 g. y un diámetro de 40 mm. El precio de la moneda es de 65€ y una tirada de 1.200 monedas. Diseñador: G. Stamatopoulos |
Políticos Españoles. |
Antonio María Fabié Escudero. Biografía Fabié Escudero, Antonio María. Sevilla, 19.VI.1832 – Madrid, 3.XII.1899. Abogado, catedrático de universidad y ministro. Nació en el seno de una familia de la clase media sevillana. Se doctoró en Derecho por la Universidad de Sevilla y se licenció en Farmacia por la Universidad Complutense. Además cursó algunas asignaturas de las licenciaturas de Ciencias Exactas, Física y Ciencias Naturales en las universidades de Madrid. Ocupó una cátedra en la Universidad Hispalense y al iniciar su carrera política abrió un bufete en Madrid. Entre 1859 y 1860 fue redactor de El Especialista y de los Anales de Medicina, Cirugía y Farmacia. Un año más tarde comenzó su colaboración en el rotativo El Contemporáneo. Desde sus páginas criticó muy duramente a O’Donnell y a la Unión Liberal. En 1863 ingresó en las filas del partido Moderado y obtuvo escaño por Aspe (Alicante). Ese mismo año fue nombrado jefe de sección de Gobernación y Fomento en el Ministerio de Ultramar. A partir de 1865, además de sus crónicas políticas diarias en el Diario de Barcelona, colaboró en la Revista de España, en la Revista Ibérica e inició la traducción de la Lógica de Hegel, que publicó en 1872. En 1865 fue nombrado fiscal de la Junta de Deuda Pública y subsecretario de Estado. Dos años más tarde se ocupó de la dirección de Administración y Fomento de Ultramar. En la década de 1870 fue subsecretario de Hacienda y en los comicios generales de 1871 salió elegido por el distrito de Jerez de los Caballeros (Badajoz). A comienzos de este año, vio la luz una biografía sobre su padre que lleva por título Biografía del Sr. D. Antonio María Fabié y Gálvez. Con el advenimiento de la Restauración, se puso al servicio de Cánovas del Castillo y pasó a engrosar las filas del partido Liberal-conservador. En las primeras elecciones generales de Alfonso XII ocupó escaño por Jerez de los Caballeros (Badajoz). A la vez, fue nombrado consejero de Estado. Al ocupar este puesto renunció a la presidencia del Tribunal Supremo de lo Contencioso. En esta década ingresó en la Real Academia de la Historia y en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. En los comicios de 1879 obtuvo un respaldo mayoritario en la circunscripción de Sevilla, repitiendo escaño en 1881. En la legislatura de 1879 fue gobernador del Banco de España y vicepresidente del Congreso. Habrá que esperar hasta la década de 1880 para encontrarle en la Cámara Alta: como senador electo por la provincia de Ávila y por la de Castellón de la Plana en 1886. Cánovas del Castillo le encomendó la cartera de Ultramar entre el 5 de agosto de 1890 y el 23 de noviembre de 1891. En la legislatura de 1891 fue designado senador vitalicio y presidente de la sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo. Sin duda, éstos fueron los años más fructíferos de su producción literaria. Entre otras vieron la luz las siguientes obras: prólogo al libro de Núñez Alba, Diálogos de la vida del soldado (1890); El P. Fr. Bartolomé de las Casas. Conferencia en el Ateneo de Madrid (1892); Algunos sucesos de la vida de Colón anteriores a su primer viaje a Indias (1893); Ensayo histórico de la legislación española en sus estados de Ultramar (1896); Mi gestión ministerial respecto a la isla de Cuba (1898), etc. Sin duda, uno de sus mejores libros será Cánovas del Castillo. Su juventud. Su edad madura. Su vejez. Estudio biográfico, que se publicó en 1928. En la legislatura de 1895 presidió el Consejo de Estado. En 1899 volvió a ser gobernador del Banco de España, dejando vacante el puesto al fallecer a comienzos de diciembre. Obras de ~: Biografía del Sr. D. Antonio María Fabié y Gálvez, Sevilla, Imprenta Calle de las Sierpes, 1871; G. Hegel, Ciencia de la Lógica, trad., introd. y notas de ~, Madrid, Librería Alfonso Durán, 1872; F. A riño, Sucesos de Sevilla de 1592 a 1604, prol. de ~, Sevilla, Sociedad de Bibliófilos Andaluces, 1873; Vida de Alonso de Palencia. Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia. Contestación de Juan Facundo Riaño, Madrid, Imprenta T. Fortanet, 1875; Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la [...] recepción de don ~, Madrid, Est. Tipográfico Fortanet, 1875; Examen del materialismo moderno, Madrid, Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y recreo, 1875; Dos tratados de Alfonso de Palencia: con un estudio biográfico y glosario, Madrid, Librería de Alfonso Durán, 1876; Notas y apuntes de un viaje por el Pirineo y por Turena hecho en el verano de 1878, Madrid, M. P. Montoya, 1879; Vida y escritos de Fr. Bartolomé de las Casas. Obispo de Chiapas, Madrid, Imprenta de Miguel Ginesta, 1879, 2 vols.; Estado actual de la ciencia del Derecho, Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación, 1879; Don Rodrigo de Villandrando, conde de Ribadeo. Discurso en la Junta pública de aniversario de la Real Academia de la Historia (21 de mayo de 1882), Madrid, Imprenta de M. Tello, 1882; Vida y escritos de Francisco López de Villalovos, médico de S. M. el emperador Carlos V, Madrid, Miguel Ginesta, 1886; “Prólogo”, en D. Núñez Alba, Diálogos de la vida del soldado, Madrid, Librería de Fernando Fé, 1890; Discursos y rectificaciones del Sr. D. A. María Fabié pronunciados en el Senado con motivo de la interpelación del Sr. Portuondo, referente a la situación económica de Cuba, Madrid, Imprenta de Hijos de J. A. García, 1891; Discurso sobre D. Thomas Rodríguez Rubí y sus obras, en su ingreso en la Real Academia Española, Madrid, 1891; El P. Fr. Bartolomé de las Casas. Conferencia en el Ateneo de Madrid, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1892; Algunos sucesos de la vida de Colón anteriores a su primer viaje a Indias, Madrid, Est. Tipográfico de Fortanet, 1893; Contestación al discurso de ingreso de Miguel Colmeiro en la Real Academia Española (11 de mayo de 1893), Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de Fuentenebro, 1893; Ensayo histórico de la legislación española en sus estados de Ultramar, Madrid, Est. Tipográfico “Sucesores de Rivadeneyra”, 1896; Estudio sobre la organización y costumbre del país vascongado con ocasión del examen de las obras de los Sres. Echegaray, Labairu, etc., Madrid, Est. Tipográfico Fortanet, 1896; Discursos del [...] Sr. D. Antonio María Fabié: pronunciado en el Senado el 28 de mayo de 1898 en apoyo de su proposición sobre organización y atribuciones del Consejo de Estado, Madrid, Imprenta Fund. y Fd. de Viudas e Hijos de J. A. García, 1898; Biografía de D. Pedro Salaverría, Madrid, Imprenta Fortanet, 1898, 2 vols.; Mi gestión ministerial respecto a la isla de Cuba, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1898; Cánovas del Castillo. Su juventud. Su edad madura. Su vejez. Estudio biográfico, Barcelona, Gustavo Gili, 1928. Fuentes y bibl.: Archivo histórico del Senado, Exp. personal del Senador D. Antonio María Fabié y Escudero, por las provincias de Ávila y Castellón y vitalicio, HIS-0158-01; Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 46 n.º 3, 50 n.º 3, 62 n.º 8, 77 n.º 2, 86 n.º 4 y 92 n.º 3. M. Siete Iglesias, “Real Academia de la Historia. Catálogo de sus individuos. Noticias sacadas de su Archivo”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, t. CLXXVI, cuad. I (enero- abril de 1979); G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, Madrid, Alianza Editorial, 1981; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998; A. Zamora Vicente, Historia de la Real Academia Española, Madrid, Espasa Calpe, 1999; M.ª J. Ramos Rovi, Andalucía en el Parlamento español (1876- 1902), Córdoba, Publicaciones Obra Social y Cultural CAJASUR- Universidad, 2000; G. Rueda Hernanz, Isabel II. Madrid, Arlanza Ediciones, 2001; C. S eco Serrano (coord.), Alfonso XIII en el centenario de su reinado, Madrid, Real Academia de la Historia, 2002; La España de Alfonso XIII: el estado, la política, los movimientos sociales. Madrid, Espasa Calpe, 2002; J. Moreno Luzón (ed.), Alfonso XIII, un político en el trono, Madrid, Marcial Pons, 2003; J. M. Cuenca Toribio, Ocho claves de la historia de España contemporánea, Madrid, Ediciones Encuentro, 2003; F. Montero García y J. T usell, El reinado de Alfonso XIII: el regeneracionismo borbónico y la crisis del parlamentarismo (1898-1923), Madrid, Espasa Calpe, 2004; B. Pellistrandi, Un discours national? La Real Academia de la Historia entre science et politique (1847-1897), Madrid, Casa de Velázquez, 2004, págs. 388-389. |
Francisco de Paula Canalejas y Casas. Biografía Canalejas Casas, Francisco de Paula. Lucena (Córdoba), 2.IV.1834 – Madrid, 4.V.1883. Crítico, filósofo y académico. Nacido en Lucena, el 2 de abril de 1834 fue hijo de José María Canalejas, militar natural de Madrid, y de Ana María Casas, oriunda de Puigcerdá. Cursa estudios de segunda enseñanza en el Instituto San Isidro, de Madrid y luego pasa a la Universidad Central. Muy joven, hacia 1850, compone una novela histórica en colaboración con su amigo Emilio Castelar, titulada Don Alfonso El Sabio, publicada en 1853. En 1856 obtiene la licenciatura en Filosofía y Letras y en 1857, la de Jurisprudencia. Entre sus maestros de la Universidad figura Isaac Núñez de Arenas, al que más tarde sustituirá en el sillón de la Real Academia Española. A partir de la finalización de sus estudios, su carrera docente es muy brillante y aparece compaginada con sus actividades académicas y ateneístas. En 1857 es nombrado catedrático auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras y en 1858 obtiene el grado de doctor. El 13 de marzo de 1860 gana la cátedra de Literatura general en la Universidad de Valladolid, puesto que ocupa hasta que, en 1867, obtiene la misma cátedra en la Universidad Central de Madrid. En 1874 permuta cátedra por la de Historia de la Filosofía, de ahí que sus estudios y sus principales obras estén marcados por estas dos materias, la literatura general o la crítica literaria y la filosofía en sus tendencias hegeliana y krausista. Desde años atrás lleva una destacada actividad pública por medio de conferencias y publicaciones, que van apareciendo en El eco universitario (1851), La Razón (1860-1861), la Revista General de Legislación y Jurisprudencia y el semanario Revista Ibérica de Ciencias, Política, Literatura, Arte e Instrucción (1861- 1863), donde también colaboró Julián Sanz del Río, el introductor del krausismo en España. Su nombramiento como académico numerario de la Real Academia Española tuvo lugar el día 10 de junio de 1869. Su discurso de ingreso, pronunciado el 28 de noviembre de 1869, versó sobre Las leyes que presiden la lenta y constante sucesión de los idiomas en la historia indoeuropea, y que puede resumirse en el siguiente aserto: “una sola gramática y un solo léxico existe y ha existido, crece y se desarrolla en la historia de las razas indoeuropeas o jaféticas hasta la Edad Moderna”. A esta documentada lección de lingüística comparada responde Juan Valera. Otros temas tratados por el escritor en estas fechas son una conferencia sobre “La educación literaria de la mujer”, que tuvo lugar en el Ateneo, el 7 de marzo de 1869, y un “Discurso sobre Cervantes”, en la velada celebrada por la Academia Española el día 23 de abril del mismo año. Entre sus estudios más extensos e interesantes, desde la perspectiva actual, se encuentra el ensayo titulado Los poemas caballerescos y los libros de caballerías (c. 1870). Canalejas habla de los orígenes de los libros de caballerías, del poema bizantino de Dígenes, del ciclo del Santo Greal [sic], entre otros muchos temas, y dedica especial atención al Amadís de Gaula (capítulos XII al XV). Por otra parte, encuentra un sentido espiritual muy elevado en estas narraciones y llega a parangonarlas con escritos específicos de ascética y de mística, en un pensamiento marcado por el idealismo. También estudia la poesía lírica de su momento, así como el drama y la poesía religiosa, aunque sus apreciaciones críticas no coinciden con lo que posteriormente se ha canonizado. Así, sus ideas negativas acerca de Gustavo Adolfo Bécquer no son admisibles desde una perspectiva actual, en tanto que se inclina más por otros poetas entonces famosos, como Núñez de Arce. Canalejas ocupa por derecho propio un lugar en el terreno de la crítica literaria, estética y filosófica de su momento. Hacia 1870 suele ser considerado un destacado krausista; forma parte de los krausistas de la primera generación, de los discípulos directos y predilectos de Julián Sanz del Río, del que había oído lecciones en su etapa universitaria. Canalejas militó largos años en las filas de esta tendencia; su inserción más profunda en esta escuela de pensamiento tuvo lugar entre 1860 y 1868; a partir de entonces fue evolucionando hacia una actitud mística muy influida por Schleiermacher, que le llevó a interesarse por el pensamiento de Raimundo Lulio, al que dedicó un estudio. Algún tiempo después, en 1873, afiliado al Partido Progresista, se le encuentra formando parte de las Cortes de la Primera República, hecho que halla reflejo en la novelística de Pérez Galdós. También presidió durante algún tiempo la sección de Literatura del Ateneo de Madrid. Por esos años realiza una importante labor de mentor de su joven sobrino José Canalejas Méndez, que luego fue relevante político. Galdós habla en sus recuerdos de la elocuencia y el profundo saber del docente, a cuyas clases asistió en su juventud (Guía espiritual de España, 1915), y Clarín se refiere a él como “mi querido e inolvidable maestro de literatura” (Nueva campaña, 1887). Hacia 1879 contrajo una grave dolencia crónica, de índole mental, que desembocó en la pérdida de la razón (la “tristísima situación actual” a la que se refería Menéndez Pelayo en la Historia de los heterodoxos, 1880-1882). El último acto académico al que asistió, ya muy debilitado por la enfermedad, fue la recepción de su íntimo amigo Castelar en la Real Academia Española (25 abril de 1880), a cuyo discurso de entrada contestó Canalejas; la contestación académica versó sobre la universalidad del Arte. Su fallecimiento tuvo lugar en Madrid, el día 4 de mayo de 1883, cuando aún no había cumplido los cincuenta años. Obras de ~: con E. Castelar, Don Alfonso El Sabio. Rey de Castilla, Madrid, Edición Popular, 1853 (ed. con el título Don Alfonso El Sabio: biografía histórica, Buenos Aires, Biblioteca Nueva, 1941); Del estado actual de la filosofía en las naciones latinas, Madrid, Ateneo, 1861; Carta de un espiritista, Madrid, 1861; Discursos leídos en la Universidad de Valladolid en la solemne recepción del Dr. D. Francisco de Paula Canalejas (origen y crecimiento de la leyenda española), contestación de D. Atanasio Pérez Cantalapiedra, Valladolid, Hijos de Rodríguez, 1861; La reacción o las revoluciones, discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid, Madrid, Carranza, 1865; Curso de literatura general. Parte primera. La poesía y la palabra. Parte segunda. La poesía y sus géneros, Madrid, Imprenta La Reforma, 1868-1869, 2 vols.; La poesía épica en la antigüedad y en la Edad Media (discursos pronunciados en el Ateneo de Madrid), Madrid, Gregorio Estrada, 1869; Tercera conferencia sobre la educación literaria de la mujer (7 de marzo de 1869), Madrid, Rivadeneira, 1869; [Leyes que presiden a la lenta y constante sucesión de los idiomas en la historia Indo-europea]: discursos leídos, ante la Academia Española en la recepción pública de D. Francisco de Paula Canalejas, el día 28 de noviembre de 1869 [contestación del Señor D. Juan Valera], Madrid, Imprenta Manuel Minuesa, 1869; Los poemas caballerescos y los libros de caballerías, Madrid, Imprenta Central, c. 1870; Las doctrinas del doctor iluminado Raimundo Lulio, 1270-1315, Madrid, Imprenta Sociedad Española Crédito Comercial, 1870; Los Autos Sacramentales de Pedro Calderón de la Barca, Madrid, Rivadeneira, 1871 (ed. con introd. de A. Cruz Casado, Lucena, Ayuntamiento, 2002); Estudios críticos de Filosofía, Política y Literatura, Madrid, Bailly Bailliere, 1872; Del carácter de las pasiones en la tragedia y en el drama, Madrid, Aribau, 1875; Introducción al estudio de la filosofía platónica, Madrid, Biblioteca de Instrucción y Recreo, 1875; Doctrinas religiosas del racionalismo contemporáneo. Estudios críticos. El Panentheísmo, polémica de Canalejas con Campoamor sobre el Krausismo. Discurso universitario sobre la voluntad del hombre, en libertad y libre albedrío, Madrid, Aribau, 1875; De la poesía heroico-popular castellana, Madrid, V. Sáinz, 1876; La poesía moderna. Estudios críticos (Del carácter de las pasiones en la tragedia y en el drama; La poesía dramática española; Del estado actual de la poesía lírica en España; De la poesía religiosa), Madrid, Imprenta Revista de Legislación, 1877; La voluntad, después de conocida, es la única causa y causa absoluta de los actos de la vida del hombre, discurso inaugural en la apertura del curso académico 1884-1885, Madrid, Universidad Central, 1884. Bibl.: J. Valera, “Contestación”, a F. Canalejas Casas, Discursos leídos ante la Academia Española en la recepción pública de D. [...], el día 28 de noviembre de 1869, op. cit.; M. Méndez Bejarano, Historia de la Filosofía en España hasta el siglo xx, Madrid, Renacimiento, 1927; J. Valera, “Cartas dirigidas al señor don Francisco de Paula Canalejas”, en J. Valera, Obras completas, vol. II, ed. de L. Araujo Costa, Madrid, Aguilar, 1942, págs. 313-324; J. López-Morillas, Krausismo: estética y literatura. Antología [incluye: Del carácter de las pasiones en la tragedia y en el drama], Barcelona, Labor, 1973, págs. 55-90; M. Menéndez Pelayo, Historia de los Heterodoxos Españoles [1880-1882], Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1978; L. F. Palma Robles, “Notas genealógicas sobre los Canalejas lucentinos”, en Angélica. Revista de Literatura, 5 (1993), págs. 35-37; A. Cruz Casado, [“Introducción”] a F. Canalejas Casas, Los Autos Sacramentales de don Pedro Calderón de la Barca, op. cit., 2002, págs. 9-37; J. Oleza, “El discurso liberal y el teatro antiguo español. Francisco de Paula Canalejas”, en R. Beltrán et al., Homenaje a Luis Quirante. Vol. II. Estudios filológicos, Valencia, Universidad, 2003, págs. 267- 276; L. F. Palma Robles, “La Lucena de 1873 y la familia de Federico Canalejas y Fustegueras: una segunda aproximación”, en A. Cruz Casado (ed.), Bohemios, raros y olvidados, Córdoba, Diputación Provincial-Ayuntamiento de Lucena, 2006, págs. 381-402. |
Manuel Ruiz de Quevedo y de las Cuevas. Biografía. Ruiz de Quevedo y de las Cuevas, Manuel. Pesquera (Cantabria), 15.IV.1817 – Madrid, 3.IV.1898. Jurisconsulto y ensayista. Fue el tercero de los seis hijos del matrimonio formado por Francisco Antonio Ruiz de Quevedo y Petra de las Cuevas Quevedo. Estudió Derecho en la Universidad de Madrid, donde ejerció la profesión. Fue uno de los primeros y más íntimos discípulos de Julián Sanz del Río. Figuró entre los asistentes al Círculo Filosófico que presidía en la calle Cañizares y al que acudían importantes krausistas, y fue igualmente asiduo a las reuniones, también filosóficas, en casa de Simón Santos Lerín, en la calle de la Luna en Madrid. Perteneció al Partido Progresista. Ejerció de abogado, periodista y profesor en Madrid y fue durante la República vicesecretario de Gracia y Justicia en 1873. Tuvo trato y amistad con Mendizábal y con los más importantes representantes del krausismo español, compañeros suyos: Sanz del Río, Fernando de Castro, Nicolás Salmerón, Segismundo Moret, Augusto González de Linares, Rafael Torres Campos, etc., y fue el encargado de pronunciar la oración fúnebre de Fernando de Castro. Trabajó en el Colegio Internacional, en el que explicó Derecho Internacional y participó en las enseñanzas de la Escuela de Institutrices. Desempeñó, a partir de 1874, la presidencia de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, a la que dedicó su vida y en la que colaboró también su mujer Antonia Ahijón González. Asistió al Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano que se celebró en Madrid del 13 al 27 de octubre de 1892 donde, como representante de la Asociación Matritense para la Enseñanza de la Mujer, presidió la mesa quinta, dedicada a “La educación física de la mujer”, en la que intervinieron, entre otros, Rafael Torres Campos y Emilia Pardo Bazán. Figura entre los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza. En casa de Augusto González de Linares tuvo lugar la primera reunión, en agosto de 1875, en el pueblo de Valle (Cabuérniga, Cantabria) con la asistencia de Giner, Salmerón y Ruiz de Quevedo, y ya en Madrid, en casa de este último, el 18 de marzo de 1876 se discutieron las bases de la que sería la futura Institución Libre de Enseñanza. Luis de Hoyos Sainz (1900) alude a su carácter generoso y abnegado, a su desinterés en la política, al escrúpulo en el ejercicio de la abogacía y a la integridad ejercida en la administración. Giner y el grupo institucionista le consultaban siempre todas las cuestiones relacionadas con la elaboración de documentos y las fórmulas jurídicas y del derecho. Murió en Madrid el 3 de abril de 1898 y está enterrado con su mujer en el cementerio civil de Madrid. Obras de ~: La cuestión universitaria. Documentos coleccionados por M. Ruiz de Quevedo referentes a los profesores separados, dimisionarios y suspensos, Madrid, Imprenta Aurelio J. Alaria, 1876; con R. Torres Campos, La mujer en el servicio de Correos y Telégrafos, Madrid, Imprenta del Colegio Nacional de Sordo-Mudos y de Ciegos, 1883. Fuentes y bibl.: Real Academia de la Historia, Institución Libre de Enseñanza, Manuel Ruiz de Quevedo. “Necrológica”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, n.º 460 (1898), págs. 193-194; L. de Hoyos Sainz, “Don Manuel Ruiz de Quevedo”, en Eco Montañés, Madrid, 10 de agosto de 1900; V. Cacho Viu, La Institución Libre de Enseñanza, I. Orígenes y etapa universitaria (1860-1881), Madrid, Rialp, 1962; P. de Azcárate (introd., notas e índices), La cuestión universitaria 1875. Epistolario [de Francisco Giner de los Rios, Gumersindo de Azcárate, Nicolás Salmerón], Madrid, Editorial Tecnos, 1967, págs. 143-149 (“Cartas de M. Ruiz de Quevedo a G. de Azcárate”); P. de Azcárate (ed.), Sanz del Río (1814-1869), apunte biográfico por F. Giner de los Ríos, documentos, diarios y epistolarios preparados con una introd. por P. de Azcarate, Madrid, Tecnos, 1969, págs. 79 y 414; J. J. Gil Cremades, Krausistas y liberales, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1975; M.ª D. Gómez Molleda, Los reformadores de la España Contemporánea, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Escuela de Historia Moderna, 1981; B. Madariaga de la Campa, “Augusto González de Linares y el grupo institucionista de Santander”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (Madrid), 6 (noviembre de 1988), págs. 83-103; R. Vázquez Ramil, La Institución Libre de Enseñanza y la educación de la mujer en España: La Residencia de señoritas (1915-1936), Betanzos (La Coruña), R. Vázquez, 2001; B. Madariaga de la Campa, “La enseñanza de la mujer. De Concepción Arenal a María de Maeztu”, en Pluma y pincel (Santander) (2009); “La educación de la mujer en el krauso-institucionismo español. De Fernando de Castro a Manuel Ruiz de Quevedo”, en B. Madariaga de la Campa, R. E. Mandado Gutiérrez y J. Sánchez-Gey, La Institución Libre de Enseñanza y la Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Bosquejo sobre la educación española del siglo XIX, Santander, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 2011, págs. 63-167. |
1881 «Nunca se limitó a la propaganda de la cátedra que, dadas las condiciones del profesor, hubiera sido de ningún efecto. La verdadera enseñanza, la esotérica, la daba en su casa. Ya con modos solemnes, ya con palabras de miel, ya con el prestigio del misterio, tan poderoso en ánimos juveniles, ya con la tradicional promesa de la serpiente “seréis sabedores del bien y del mal”, iba catequizando, uno a uno, a los estudiantes que veía más despiertos, y los juntaba por la noche en conciliábulo pitagórico, que llamaban círculo filosófico. Poseía especial y diabólico arte para fascinarlos y atraerlos. Con todo eso, de la primera generación educada por Sanz del Río (Canalejas, Castelar, &c.), pocos permanecieron después en el krausismo. Éste sacó su nervio de la segunda generación u hornada, a la cual pertenecen Salmerón, Giner, Federico de Castro, Ruiz de Quevedo y Tapia.» «Salmerón, verdadero enfant terrible de la Universidad y del círculo filosófico de Sanz del Río, no dejó de poner su pica en Flandes, afirmando que ni él ni el honrado Suñer y Capdevilla ni otros muchos diputados de aquel Congreso, eran católicos, ni querían nada con el Catolicismo.» (Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid 1881, III, páginas 737 y 774.) 1883 «Asociación para la Enseñanza de la Mujer. Calle de la Bolsa, 14. Esta asociación, fundada por el piadoso D. Fernando de Castro con el solo fin de elevar y ennoblecer a la mujer española mediante la educación e instrucción, ha progresado notablemente, merced a la devoción que presta a esta idea el Sr. D. Manuel Ruiz de Quevedo, a la que coadyuvan catedráticos distinguidos de la Universidad, explicando sin remuneración alguna las clases. Además de la Escuela de Institutrices, cuya matricula está cerrada, existen ya varias otras de aplicación, a saber: Escuela de correos y telégrafos. –Honorarios, 5 pesetas mensuales por todas las asignaturas de un curso; 5 por la práctica de Telégrafo; 2 por cada asignatura suelta. Clases de lenguas: ingles, alemán e italiano. –Por una de las asignaturas de ingles o alemán, 10 pesetas al año. Por la de italiano, 5 pesetas mensuales. Clases de dibujo del yeso y de pintura. –Por una asignatura, 10 pesetas todo el curso; por las dos, 15 pesetas todo el curso. Clases de armonium. –10 pesetas por todo el curso. Escuela de comercio. –Está cerrada la matrícula. La Asociación se sostiene mediante las pequeñas cuotas de los socios, y por algunas subvenciones de corporaciones y particulares. Cuantas personas de espíritu ilustrado y que comprendan la importancia de semejante institución que ha de ser una de las más sólidas raíces de la regeneración de nuestra patria, deben hacerse socios.» (Anuncio [«su inserción es gratuita, no se admiten anuncios de pago»] en Las Dominicales del Libre Pensamiento, nº 1, domingo 4 de febrero de 1883.) 1898 «Ruiz de Quevedo. Hoy ha recibido cristiana sepultura el cadáver de D. Manuel Ruiz de Quevedo, entusiasta continuador de la obra comenzada por D. Fernando de Castro, al crear la Asociación para la enseñanza de la mujer. En su difícil y espinoso cargo ha sabido conllevar con espíritu de exquisita rectitud, sin desmayos ni vacilaciones, el fin que la Asociación persigue y las dificultades con que en estos últimos tiempos ha tenido que luchar dicho instituto. Honrado de todo espíritu recto, venerable por la edad y por sus virtudes cívicas, Ruiz de Quevedo desaparece de entre nosotros, llevándose a la tierra un nombre inmaculado y dejando sobre ella un recuerdo indeleble. Sean estas líneas tributo rendido a su memoria y a los valiosos y leales servicios que prestó a su Patria.» (El Día, Madrid, lunes 4 de abril de 1898, pág. 1.) D. Manuel Ruiz de Quevedo ha muerto, Las Dominicales del Libre Pensamiento 1898«D. Manuel Ruiz de Quevedo ha muerto. La mujer española está de luto. Ha sido D. Manuel Ruiz de Quevedo uno de los varones más útiles a la España del siglo XIX. Esta sociedad degradada y corrompida que nos rodea, esa turba de mujeres, que va desde el templo a la plaza de toros y de la plaza de toros al baile de la Opera, y el burdel de hombres que las siguen, no sabe siquiera que existiese un D. Manuel Ruiz de Quevedo. Esa prensa, que ha llenado sus columnas hablando de la muerte de Frascuelo, consagra apenas cuatro líneas para dar cuenta de la muerte de D. Manuel Ruiz de Quevedo. Es natural; así debe suceder. En un país envilecido por la monarquía y la teocracia, hombres de la calidad de D. Manuel Ruiz de Quevedo debían vivir obscurecidos, y hasta ser objeto de aversión, porque al mirar a ellos esos hombres que pululan corrompidos por la vanidad, la adulación y todos los vicios, se sienten por dentro como ofendidos y rebajados. Debéis seguir esta regla general. ¿Quién es el más aplaudido y el más alabado por esta sociedad que flota? Pues ese debe ser el más prostituido, el más cínico, el peor. ¿Cuál es el más fustigado, el más odiado? Pues debe ser el mejor.» (Demófilo [Fernando Lozano Montes], «D. Manuel Ruiz de Quevedo.», Las Dominicales del Libre Pensamiento, Madrid, jueves 7 de abril de 1898. 1922 «De Illescas se trasladaba una vez al mes a Madrid, donde solía permanecer varios días, visitando con preferencia a don Simón Santos Lerín, que con el tiempo fue un famoso abogado, el cual logró congregar a su alrededor a un grupo de jóvenes entusiastas de la Filosofía. Entre los asistentes, además de Navarro Zamorano y Álvaro de Zafra, figuraban Manuel Ruiz de Quevedo, Luis Entrambasaguas, Manuel Ascensión Berzosa, Francisco Calloso Larrúa y el que más tarde fue ministro de la República, Eduardo Chao. En aquellas reuniones se conversaba acerca de los problemas filosóficos, habiendo sido aquel anhelo el origen del Círculo filosófico y Literario, que tanto prestigio llegó a adquirir y tanta influencia ejerció en la juventud intelectual.» Santiago Valentí Camp, «Julián Sanz del Río», Ideólogos, teorizantes y videntes, Barcelona 1922, pág. 77.) Sobre Manuel Ruiz de Quevedo en el Proyecto Filosofía en español 1862 Reglamento del Círculo filosófico y literario, Madrid 1862. 1876 Cuestión universitaria. Documentos coleccionados por M. Ruiz de Quevedo referentes a los profesores separados, dimisionarios y suspensos, Madrid 1876. 1898 Fernando Lozano Montes, «D. Manuel Ruiz de Quevedo.», Las Dominicales del Libre Pensamiento, Madrid, jueves 7 de abril de 1898. |
Francisco Fernández y González. Biografía Fernández y González, Francisco. Albacete, 23.IX.1833 – Madrid, 30.VI.1917. Historiador, filósofo, arabista, filólogo, hebraísta y crítico literario. Alumno pensionado de la Escuela Normal de Filosofía, comenzó con menos de veinte años a enseñar en la cátedra de Poética y Retórica en el Instituto del Noviciado madrileño. La vida de Francisco Fernández y González estuvo marcada hasta su muerte, a los ochenta y cuatro años, por la docencia y el estudio: profesor de Historia Crítica y Filosófica de España, encargado de Lengua Griega en las facultades de Medicina y Farmacia y sustituto de Metafísica Árabe e Historia de la Filosofía en la Universidad Central, catedrático de Literatura General Española (Granada, 1856-1862) y profesor de Estética en los estudios de doctorado y de Metafísica, de nuevo en la Universidad madrileña. Aunque no hay que olvidar su faceta de hombre político, como senador universitario impulsando reformas en la enseñanza. Discípulo de Pascual de Gayangos, asentó su carrera como arabista en Granada a partir de enero de 1856. Orientalista de vocación, conocedor del árabe y el persa junto a otras ocho lenguas, según declara en su hoja de servicios, fundó en la ciudad andaluza, en 1860, la Sociedad Histórica y Filológica de Amigos del Oriente, al estilo de las sociedades sabias orientalistas que surgieron en otros países de Europa. Entre los proyectos de esta sociedad estuvo la traducción y la edición de la España Árabe, “colección de obras arábigas originales, para servir al estudio de la historia y literatura de los árabes españoles”. El proyecto pretendía editar semanalmente entregas de dieciséis páginas en cuarto, la primera —y al parecer, única— de las cuales fue Historias de Al-Andalus por Aben Adhari de Marruecos, en traducción del propio Francisco Fernández y González. Se proyectó una recopilación de fuentes útiles para el estudio de la historia, geografía, literatura y filosofía de la España musulmana en sus diversos períodos, a través de traducciones de orientalistas como Juan Facundo Riaño y Leopoldo Eguílaz. Sin embargo, como ocurrió con otros empeños similares del arabismo español del siglo XIX, no logró tener la continuidad pretendida. Lo mismo que la Bibliotheca Arábico-Hispana de Francisco Codera, que proyectaba cien volúmenes, quedó en diez, las publicaciones de esta España Árabe de Fernández y González se quedaron en el primer volumen. Tampoco los trabajos programados por la Academia, como la Colección de Obras Arábigas de Historia y Geografía que publica la Real Academia de la Historia, pasaron de dos volúmenes, separados en el tiempo por cincuenta y nueve años. La publicación de las Historias de Al-Andalus tuvo lugar gracias a las suscripciones de ejemplares. Fernández y González había publicado, además, en la Revista Ibérica madrileña, en 1861, su Plan de una Biblioteca de autores árabes españoles, o estudios biográficos y bibliográficos para servir a la historia de la literatura arábiga en España, que a todas luces parece coincidir con el proyecto mencionado de ediciones y traducciones programado por la Sociedad de Amigos del Oriente. Este Plan, dedicado a su maestro Gayangos, reconoce el papel desempeñado por la guerra de África de 1859-1860 para estimular el interés por los estudios orientales, rompiendo una inercia que había dejado morir a José Antonio Conde en el olvido y obligado a Gayangos a escribir en “extraño suelo” y “extranjera lengua”, en expresión de Fernández y González, las mejores de sus obras. La guerra había cogido desprevenidos a los que se ocupaban de los estudios arábigos. Es así como llega a plantear el significado y la función del ambicioso Plan, que trataba de ofrecer una recopilación extensa de varios miles de obras y autores que tratasen el tema de los árabes españoles, en oposición a la exigua Biblioteca Vetus de Nicolás Antonio, que cifraba en sólo sesenta y dos los escritores arábigo-españoles. Proyecto o plan que habría de tener continuidad en el Anteproyecto de trabajos y publicaciones árabes que la Academia debiera emprender, de Francisco Codera, y en el Ensayo biobibliográfico sobre los historiadores y geógrafos arabo-españoles de Francisco Pons Boigues, trabajos en los que se pretendió inventariar todo un material imprescindible para rehacer la historia y la literatura hispanomusulmanas. Un proyecto que dejó incompleto y para el que fue comisionado en 1873 por el Ministerio de Fomento a propuesta de la Real Academia de la Historia, fue la preparación de un “Suplemento a la Biblioteca de Casiri”, inventariando los manuscritos árabes del Monasterio del Escorial, tarea que abordó en diversas etapas de su vida y que abandonó tras la publicación por Derembourg en 1884 de una obra sobre el tema. El paso de Francisco Fernández y González por Granada dejó huella en otra experiencia, la publicación de la Revista Meridional en 1862, de la que salieron doce números, en los que apareció un extenso trabajo del autor titulado “Esthetica” y frecuentes artículos de Francisco Giner y Francisco Javier Simonet. Las cartas a su maestro Gayangos, conservadas en la Real Academia de la Historia, aportan datos de interés acerca de la búsqueda por los jóvenes orientalistas granadinos, bajo la coordinación de Fernández y González, de materiales, monedas y manuscritos por baratillos, libreros de viejo y archivos; de la “manía de restaurar sin respeto” en la Alhambra; de la existencia todavía en su tiempo de títulos de propiedad en árabe en la vega granadina, de los que había de entender la Audiencia granadina para resolver los pleitos; de su encargo a comerciantes moros en Málaga para que le trajesen monedas o manuscritos; sin ahorrar el roce producido con Gayangos por la publicación de la primera parte de la traducción de La España árabe que, al parecer, contaba publicarla el propio maestro. El tema de los mudéjares fue bandera de Fernández y González, que le dedicó su documentada y objetiva obra Estado social y político de los Mudéjares de Castilla, considerados en sí mismos y respecto de la civilización española, publicada en Madrid en 1866 a expensas de la Real Academia de la Historia, que le concedió el premio en el concurso convocado por dicha Academia un año antes. Esta obra había venido precedida poco antes (1857) de la de Florencio Janer Condición social de los moriscos de España, causas de su expulsión y consecuencias que ésta produjo en el orden económico y político. Mozárabes y mudéjares se convierten en la segunda mitad del siglo XIX en los héroes de dos concepciones de la historia, cada una de las cuales adopta una actitud singularizada con respecto al papel de lo árabe en la formación de nuestra cultura. Metodológicamente, frente a la historiografía romántica cargada de ideología, el trabajo de Fernández y González da primacía al hecho, adoptando siempre, como él mismo dice, las versiones de los hechos más racionales, y, de entre ellas, las más autorizadas, y aún dentro de éstas, a las que cree se conforman mejor con la verdad histórica. Anota rigurosamente a pie de página las transcripciones de los textos latinos, árabes o castellanos en los que apoya sus afirmaciones. Concibe la Historia como una experiencia total. Y, junto a los datos y relaciones políticas que ayudan a situar a los mudéjares, primero en un marco de tolerancia y, más tarde, en otro de tensiones sociorreligiosas, analiza sus costumbres, arte, literatura, industria, instituciones y factores religiosos. Así como también, en su expresión, las “diferencias entre el estado legal y la condición real” de su vida. Un año más tarde de publicar su obra sobre los mudéjares, Francisco Fernández y González ingresó en la Real Academia de la Historia en 1867, año en el que también lo hizo en la de Ciencias Morales y Políticas. Por sus ideas krausistas fue apartado de su cátedra en 1867, para ser repuesto en ella al año siguiente. Fue miembro también de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando (1881) y de la Española (1889). Su constancia en la actividad de académico le llevó a alcanzar un récord de asistencia con 1.887 sesiones en la Real Academia de la Historia. Como ateneísta presidió la sección de Ciencias Históricas del Ateneo entre 1893 y 1895. Fue, asimismo, decano, rector de la Universidad de Madrid, consejero de Instrucción Pública y senador por las universidades de Valladolid (1878-1885) y de La Habana (1891- 1892), así como por la provincia de Pontevedra en 1899-1900. Obras de ~: Historias de Al-Andalus por Aben Adhari de Marruecos, trad. por ~, Granada, Imprenta de D. Francisco Ventura y Sabatel, 1860; “Plan de una biblioteca de autores árabes españoles”, en Revista Ibérica, Madrid, 1861; Elogio fúnebre del Dr. D. F. Martínez de la Rosa, leído en la Universidad literaria de Granada, Granada, Francisco Ventura y Sabatiel, 1862; “Un episodio de la historia de los almohades, traducido del texto árabe del libro intitulado Jardín de Al-Quirtás (1198-1213)”, en Revista Meridional, 10 (1862); Estado social y político de los mudéjares de Castilla considerados en sí mismos y respecto de la civilización española, Madrid, Imprenta a cargo de Joaquín Muñoz, 1866 (pról. de M. García-Arenal, Madrid, Hiperión, 1985); Discurso de contestación al de F. J. Simonet al ser nombrado catedrático de Lengua Árabe, Granada, 1866; Historia de la crítica literaria en España desde Luzán hasta nuestros días, con exclusión de los autores que aún viven, Madrid, Imprenta de Alejandro Gómez Fuentenebro, 1867; Discursos leídos en la sesión inaugural de la Sociedad Antropológica Española verificada el 21 de febrero de 1869 por el socio fundador D. ~, Madrid, 1869; Discurso leído en la solemne inauguración del curso académico de 1869 a 1870 en la Universidad Central, Madrid, Imprenta de José M. Ducazcal (Disponible en Gaceta de Madrid de 8 y 9 de octubre de 1869); “Las doctrinas del doctor iluminado Raimundo Lulio”, en Revista de España (RE), I, XVI, 64 (1870) y XXVIII, 111 (1872); “De los moriscos que permanecieron en España después de la expulsión decretada por Felipe II”, en RE, XIX y XX (1871); “De la escultura y pintura en los pueblos de raza semítica y señaladamente entre los judíos y árabes”, en RE, XXII y XXIII (1871) y XXIV (1872); “Memorias árabes sobre los últimos reyes de Granada”, Ilustración Española e Iberamericana, XXV (1 de junio de 1873) y XXVI (8 de junio de 1873); Instituciones jurídicas del pueblo de Israel en los diferentes Estados de la Península Ibérica desde su dispersión en tiempo del Emperador Adriano hasta los principios del siglo XVI: Introducción históricocrítica, Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación, a cargo de M. Ramos, 1881; “El mesianismo israelita en la península ibérica durante la primera mitad del siglo XVI”, en RE, CII y CIII (1885); “Establecimientos castellanos y portugueses en las comarcas occidentales de África”, en RE, CV-CVII (1885); “Abba Mari ben Moisés Ben Josef ”, en Revista de Ciencias Históricas (RCH), IV (1886); “Biografía de Muza ben Nosayr”, en RCH, IV (1886); A. J. Church, Historia de Cartago, trad. y notas de ~, Madrid, El Progreso Editorial, 1893; Influencia de las lenguas y letras orientales en la cultura de los pueblos de la Península Ibérica, discurso de ingreso en la Real Academia Española, 26 de enero de 1894. E. Martínez Tebar, Estudio crítico biográfico de D. Francisco Fernández y González, Madrid, 1908; A. Maura, “D. Francisco Fernández y González”, en Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH), IV (1917), pág. 407; J. T. Monroe, Islam and the Arabs in Spanish scholarship, E. J. Brill, Leiden 1970; M. Manzanares de Cirre, Arabistas españoles del siglo XIX, Madrid, Instituto Hispano Árabe de Cultura, 1972; Marqués de Siete Iglesias, “Real Academia de la Historia. Catálogo de sus individuos. Noticias sacadas de su archivo” en BRAH, t. CLXXVI, cuad. I (enero-abril de 1979); B. López García, “Orígenes del arabismo español. La figura de Francisco Fernández y González y su correspondencia con Pascual de Gayangos”, en Cuadernos de la Biblioteca Española de Tetuán, 19-20 (1979), págs. 277-306; El Islam en la Historia de España, Fundación Histórica Tavera, Madrid, 1998, Clásicos Tavera, Serie III, Historia de España (CD-rom); Orientalismo e ideología colonial en el arabismo español (1840-1917), Granada, Ediciones Universidad de Granada 2011; “En el centenario de la muerte de Francisco Fernández y González. Notas sobre la actividad de un orientalista”, en Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, núm. 23 (2017), págs. 113‐130. |
José Canalejas Méndez 1854-1912 Político español nacido en el Ferrol el 31 de julio de 1854, asesinado el 12 de noviembre de 1912, siendo presidente del Consejo de Ministros, por el anarquista Manuel Pardiñas Serrano [nacido en El Grado, Huesca, el 1º de enero de 1886, se suicidó al poco de cometer su acción], mientras miraba el escaparate de la librería San Martín, en la madrileña Puerta del Sol. Hijo del ingeniero José Canalejas Casas, sobrino de Francisco de Paula Canalejas y primo de Mario Méndez Bejarano. Desde que tenía un año vivió en Madrid, donde recibió la primera enseñanza en el colegio de Pantoja y la segunda en el Instituto de San Isidro. Muy precoz, tenía doce años cuando publicó una traducción del francés: Luis o el joven emigrado. Historieta aprobada por el Arzobispo de París, traducida del francés por D. José Canalejas y Méndez (Biblioteca de la Juventud, F. Fortanet, Madrid 1866, 126 págs.) Pasó a estudiar en la Universidad Central, donde se licenció en Filosofía y Letras en 1871, y en Derecho en 1872. Fue José Canalejas Méndez uno de los 500 suscriptores a las Obras completas de Platón, puestas en español por Patricio de Azcárate, y publicadas en 1871-1872 (suscriptor número 352; su tío Francisco de Paula fue el suscriptor 233). «Simultanendo el estudio del Derecho y el de Filosofía y Letras tuvo como profesores a su tío Francisco de Paula Canalejas, a Fernando de Castro y a Emilio Castelar, entre otros. En casa de su tío asiste a la tertulia concurrida por los primates de la intelectualidad y la política izquierdista. La influencia de su tío en Canalejas es extraordinaria. Krausista, adscrito al grupo democrático extremo de Morayta, es catedrático prestigioso y diputado del grupo Ruiz Zorrilla que apoyó a Castelar. En diario coloquio con su sobrino, le educa en sus ideas krausistas y las pedagógicas de Sanz del Río, aunque según dictamen de Menéndez Pelayo, fue Francisco de Paula Canalejas el más preocupado por temas religiosos de todos los krausistas. [...] La influencia de su tío, le lleva a estudiar filosofía y letras y secundariamente Derecho. Se siente a gusto, regentando, apenas doctorado, la Cátedra de su pariente a título de auxiliar, conquistando en seguida fama de elocuencia en sus doctas disertaciones.» (Conde de los Andes [Francisco Moreno Herrera (†1978), Marqués de la Eliseda], Canalejas: evolución política de un hombre de Estado, Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, nº 50, Madrid 1974, págs. 8-9.) Recién licenciado comenzó a explicar en la universidad, como catedrático auxiliar y durante tres años, «Principios generales de Literatura» y «Literatura española» (su tío acababa de pasar a encargarse de las asignaturas de Filosofía). En 1873 publicó su Programa de un curso de Principios Generales de Literatura... para el curso 1872 a 1873 (Imprenta de don Juan Aguado, Madrid 1873, 36 págs.). En 1874 publicó unos Apuntes para un curso de literatura latina (M. Martínez, Madrid 1874, 2 vols.). Pronto se dio a conocer en el Ateneo de Madrid.
A principios de 1878 falleció José Amador de los Ríos, quedando vacante la cátedra de Literatura de la Universidad Central, puesto bien apetecido que había de cubrirse por oposición. Por ley se acababa de limitar la edad mínima para poder opositar, y Marcelino Menéndez Pelayo (dos años más joven que Canalejas) protestó como perjudicado. Gracias a los cabildeos de Alejandro Pidal y de Cánovas, Congreso y Senado cambiaron la ley, que el 1º de mayo fijó los veintiún años para poder tomar parte en oposiciones a cátedras universitarias, por lo que convocada precisamente dos días después esa cátedra, pudo ya presentarse, frente a un Canalejas también precoz, que contaba ya con años de experiencia docente universitaria en esas materias a pesar de su juventud. Como cabe imaginar, ninguna ingenuidad rodeaba cuanto concernía a esa oposición, bien ideologizada y politizada, por lo que sus pormenores tuvieron notable eco y escándalo en la prensa.
Fue José Canalejas Méndez uno de los 201 suscriptores a las Obras de Leibniz, puestas en español por Patricio de Azcárate, y publicadas en 1878 (en nuestra relación figura con el ordinal 127). [Marcelino Menéndez Pelayo, por ejemplo, no figura como suscriptor de esa obra.] Ese mismo año de 1878 se casó en primeras nupcias con doña María Saint Aubin, «cuya familia de noble linaje francés, era profundamente católica», fallecida en 1897. El 21 de octubre de 1878 se sortearon las trincas entre los cuatro opositores que se habían presentado para optar a la Cátedra de Literatura de la Universidad Central: José Canalejas Méndez (1854), Antonio Sánchez Moguel (1838), Saturnino Milego Inglada (1850) y Marcelino Menéndez Pelayo (1856). El día 29 fue la trinca entre Canalejas y Sánchez Moguel, al día siguiente la trinca entre Milego y Menéndez Pelayo. A medida que se fueron sucediendo los ejercicios aumentó el interés del público; la oposición duró todo el mes de noviembre y el tribunal acabó proponiendo en primer lugar de la terna a Menéndez Pelayo (seis votos contra uno), en segundo lugar a Canalejas, y en tercero a Sánchez Moguel. Francisco Fernández González fue quien voto en contra de que Marcelino Menéndez Pelayo ocupase aquella catedra, vacante precisamente por fallecimiento de su suegro.
El revés en alcanzar esta cátedra en la universidad, y sin duda también la enfermedad que contrajo en 1879 su tío y mentor académico, Francisco de Paula Canalejas, que le inhabilitó a partir de 1880, le fueron acercando a la política activa.
José Canalejas Méndez fue diputado desde 1881 por Soria, desde 1886 por Algeciras (Cádiz), desde 1891 por Alcoy (Alicante), desde 1905 por Ciudad Real, desde 1907 por Alcoy y desde 1910 por su ciudad natal, el Ferrol (La Coruña). Ministro de Fomento del 14 de junio de 1888 al 11 de diciembre de 1888; Ministro de Gracia y Justicia del 11 de diciembre de 1888 al 21 de enero de 1890; Ministro de Hacienda del 17 de diciembre de 1894 al 23 de marzo de 1895; Ministro de Agricultura, Comercio y Obras Públicas del 19 de marzo de 1902 al 31 de mayo de 1902. Presidente del Congreso de los Diputados desde el 19 de enero de 1906 hasta el 30 de marzo de 1907. Presidente del Consejo de Ministros desde el 9 de febrero de 1910 hasta su asesinato, el 12 de noviembre de 1912. |
José Canalejas y Méndez; El Ferrol, 1854 - Madrid, 1912 Político español. Este abogado madrileño se dedicó a la política tras fracasar en las oposiciones a catedrático de universidad. Procedente del Partido Demócrata Progresista, al producirse la Restauración borbónica se incorporó al Partido Liberal de Sagasta. Fue ocupando cargos políticos de importancia creciente: diputado desde 1881, subsecretario de la Presidencia (1883), ministro de Fomento (1888), de Gracia y Justicia (1888-90), de Hacienda (1894-95) y de Agricultura, Industria y Comercio (1902); desde ese último departamento impulsó la creación del Instituto del Trabajo. A raíz de la Guerra de Cuba (1895-98), que puso fin al dominio colonial español en las Antillas, Canalejas empezó sus ataques contra el líder y fundador del partido, destacándose como cabeza de una corriente izquierdista que defendía ideas democráticas y anticlericales. En 1910 consiguió unificar transitoriamente las diversas corrientes que pugnaban en el interior del liberalismo, aupándose a la Presidencia del Consejo de Ministros; durante más de dos años y medio impulsó desde el gobierno un programa de reformas: abolió la Contribución de Consumos, estableció el servicio militar obligatorio y limitó la instalación de órdenes religiosas («Ley del candado»). En gran medida el ascenso al poder de Canalejas representaba otra oportunidad de afrontar la "revolución desde arriba" en clave liberal (una vez que había fracasado el similar intento de etiqueta conservadora de Antonio Maura), una empresa ardua por los viejos problemas derivados del anticlericalismo, del regionalismo, de la ineficacia administrativa, de la incapacidad militar, del conflicto marroquí y de la lucha obrera. Canalejas consiguió imponer su autoridad, no sin dificultades, en las filas de un liberalismo en las que por varias causas habían desaparecido o iban perdiendo sus posiciones de antaño los notables de la generación anterior -Vega de Armijo, López Domínguez, Segismundo Moret, Eugenio Montero Ríos...- y se dispuso a abordar los temas pendientes. Por ello manifestó a la Santa Sede su intención de reducir por distintos procedimientos el número de instituciones religiosas en España. Pero su propósito último de llegar a la total separación de la Iglesia y el estado de manera negociada encontró fuerte oposición tanto en círculos vaticanos como entre los clericales españoles, que desarrollaron una intensa campaña contra la política gubernamental en el verano de 1910. Canalejas promulgó, en diciembre, la llamada «Ley del candado», prohibiendo durante dos años la instalación de nuevas órdenes y congregaciones religiosas si no contaban con autorización previa. Al cabo de este tiempo se preveía la publicación de una nueva Ley de Asociaciones. Además de ésta, las mayores preocupaciones de Canalejas se manifestaron en el tratamiento de diversos aspectos vinculados por el común denominador de la política social. Su rechazo del impuesto de consumos y la nueva Ley de Reclutamiento Militar, que intentaba al menos poner límites al sistema de redenciones a metálico, conectaban estrechamente con el sentir popular. No obstante, se encontró con un recrudecimiento de las tensiones socio-laborales, que fue particularmente intenso en Asturias, Barcelona, Madrid, Valencia y Vizcaya. En materia de orden público, hubo de emplear la fuerza para reprimir el intento de sublevación republicana de 1911 (motín del guardacostas Numancia y sucesos de Cullera) y la huelga ferroviaria de 1912. Pero no realizó las esperadas reformas políticas que habían de transformar el régimen liberal en una verdadera democracia, acabando con el caciquismo y el fraude electoral. La misma ausencia de respaldo a su política reformista quedó de manifiesto cuando trató de aplicar, no ya un proyecto de expropiación de tierras cultivadas o incultas con indemnización, que fue bloqueado, sino algunas normas laborales emanadas durante su mandato (julio de 1912), como la prohibición del trabajo nocturno de la mujer y la limitación del horario laboral en las minas a nueve horas diarias y a 72 semanales en el sector textil, incluyendo el descanso dominical. Canalejas puso también proa al asunto del regionalismo abordando posibles reformas para la administración catalana, pero apenas si pudo avanzar en campo tan complicado frente a las maniobras dilatorias de algunos miembros de su propio partido, como era el caso del conde de Romanones o de Segismundo Moret. En política exterior, visitó Marruecos con el rey Alfonso XIII en 1911 y ordenó la ocupación de Larache, Arcila y Alcazarquivir en respuesta a la ocupación francesa de Fez; las negociaciones que inició con los franceses conducirían, poco después de su muerte, al establecimiento de un protectorado conjunto en Marruecos. Canalejas fue asesinado por un anarquista cuando miraba el escaparate de una librería en la Puerta del Sol, abriéndose desde entonces una larga pugna por el liderazgo del Partido Liberal. El atentado ponía fin a su obra de reformas, a su esfuerzo regeneracionista, truncando definitivamente, tal vez, la última de las oportunidades de reconducir la nave de la Restauración. Desde entonces, la lucha política se centró en alcanzar el poder y no en su ejercicio para modernizar al país, para conectar con sus problemas y procurarles soluciones que a corto o largo plazo resultasen válidas. |
José Canalejas Méndez Biografía Canalejas Méndez, José. Ferrol (La Coruña), 31.VII.1854 – Madrid, 12.XI.1912. Jurisconsulto, político, orador, presidente del Gobierno, presidente del Congreso, jefe del Partido Liberal. Aunque nacido en Ferrol, sólo contaba un año cuando sus padres se instalaron en Madrid. Perteneciente a lo que se podría llamar una alta burguesía profesional, su padre, José Canalejas Casas, ingeniero, publicista y diputado, estaba en condiciones de facilitarle cualquier camino; su tío, Francisco de Paula, catedrático de la Universidad Central, fue su mejor estímulo para una vocación claramente abierta a las Humanidades. Tras cursar con brillantez el bachillerato en el Instituto madrileño de San Isidro, siguió simultáneamente las carreras de Filosofía y Letras y Derecho, licenciándose en la primera en 1871 y al año siguiente en Derecho, para alcanzar a continuación el doctorado: por entonces escribió un tratado de Derecho Penal basado en las explicaciones del profesor de la asignatura, Luis Silvela. Figuró como auxiliar, durante tres cursos, en la cátedra de su tío Francisco de Paula (Principios generales de Literatura y Literatura española). Como contraste, fue también secretario general de la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Ciudad Real y Badajoz, de la que su padre era director. Pero su inclinación iba por otro camino, y lo demostró la publicación de su libro Apuntes para un curso de literatura latina, en dos volúmenes (1875 y 1876). Siguiendo esa vocación, en 1877 opositaba, nada menos que frente a Menéndez Pelayo, a la cátedra de Literatura Española de la Universidad Central; su derrota en este caso estaba justificada —y no alteró la admiración y posterior amistad que siempre dispensó al gran polígrafo—; pero en un segundo intento, también a una cátedra de Literatura Española, el voto de uno de los jueces decidió injustamente el triunfo de Sánchez Moguel, aunque aquél se limitó a decir: “Si ha de ser ministro, ¿para qué quiere ser catedrático?”. El 15 de septiembre de 1878 Canalejas contrajo matrimonio con María Saint-Aubin, el gran amor de su vida, de la que no tuvo hijos. En el Ateneo y en la redacción del periódico La Revista Ilustrada se había ido forjando, en fin, la otra vocación decisiva en Canalejas, la de la política, orientada en la estela del radicalismo de Ruiz Zorrilla, si bien, como señalan sus biógrafos Antón de Olmet y García Carraffa, no coincidía con los procedimientos a que se inclinaban los republicanos de la época, “y así, no tardó en separarse de aquéllos y en evolucionar a la Monarquía siguiendo a Cristino Martos, a quien conoció en 1880”. Dos años más tarde obtuvo su primer acta de diputado por Soria. En aquellas Cortes liberales —convocadas por Sagasta— figuraría también por vez primera Antonio Maura, que andando el tiempo y mudado al Partido Conservador, habría de ser su gran adversario político. Canalejas se hizo notar ya por sus grandes cualidades oratorias, apoyadas en una amplísima cultura: se interesó por los problemas del Ejército —había de ser, poco después, un defensor ardiente de las reformas propuestas por Cassola—. Todavía vigentes aquellas Cortes, obtendría Canalejas su primer cargo, en el Gobierno de Posada Herrera, como subsecretario de la Presidencia. Aunque el Partido Liberal se había escindido entre las parcialidades de Sagasta y de Posada Herrera, quedaría reafirmada en esta etapa la jefatura del primero, y Práxedes Sagasta orientaría la política en el primer quinquenio de la Regencia —con un programa basado en la “democratización de la Restauración”, que propiciaría el posibilismo de Castelar—. Ya por entonces, Canalejas, aun dentro del sagastismo, encarnaba una posición muy definida —o muy diferenciada— dentro de la familia liberal. En la reestructuración del Gobierno efectuada en 1888, obtuvo su primera cartera ministerial en Fomento, que sustituiría unos meses después por la de Gracia y Justicia: a él corresponderá la promulgación del Código Civil, uno de los grandes logros del “Gobierno largo” de Sagasta. Ya a partir de su ingreso en el “fusionismo” sagastino, Canalejas tuvo siempre escaño en las Cortes: representando primero al distrito de Soria, luego los de Ágreda y Algeciras, hasta quedar vinculado, de forma perdurable, al de Alcoy. Se había ido entibiando su relación con Sagasta —preocupado Canalejas por dar mayor autenticidad al “sistema” y por una atención preferente a las cuestiones sociales—; pero en el Gobierno que aquél presidió en 1892 —según el “turnismo” del Pacto de El Pardo— figuró de nuevo como ministro de Hacienda, donde volvió a demostrar la eficacia de su gestión. En 1897, tras la sentidísima muerte de su esposa, decidió marchar a América para estudiar, sobre el terreno, la crisis de Ultramar, que acababa de acentuarse a consecuencia del asesinato de Cánovas. Acompañado por su cuñado Alejandro llevó a cabo un amplio recorrido por Norteamérica, pasando luego a la gran Antilla. En Nueva York, adonde arribaron el 30 de octubre, se entrevistó con Estrada Palma, y en Cuba presenció directamente —tomando incluso parte en las operaciones— la dureza de la lucha, y se mostró adverso a la acción desplegada por Weyler. Su correspondencia con Dupuy de Lome, embajador español en Washington, tuvo graves consecuencias, ya que una carta del diplomático, que fue interceptada y llegó a manos del Gobierno norteamericano, encerraba alusiones despreciativas al presidente McKinley; el conflicto diplomático consiguiente obligó a la destitución de Dupuy y su sustitución por Polo de Bernabé. Tras el 98, Canalejas volvió a asumir una cartera —la de Agricultura— en el último Gobierno Sagasta, coincidente con la mayoría de edad de Alfonso XIII, cuando se planteaba la mal llamada “cuestión religiosa”, que no era tal, sino un problema en las relaciones Iglesia-Estado provocado por el desajuste entre los términos del concordato de 1853 y la proliferación de órdenes y congregaciones religiosas que había tenido lugar a raíz de la Restauración. El proyecto de una Ley de Asociaciones que hiciese posible la legalización de aquéllas, aunque adoptado por Sagasta fue difiriéndose por éste hasta provocar la salida de Canalejas, que, por lo demás, en su Departamento, había visto frustrados también sus esfuerzos para llevar a cabo un reformismo, en cuanto a la propiedad rural, que haciéndose eco de las prédicas de Costa, tenía sus lejanas inspiraciones en los programas ilustrados; a ello respondía el Proyecto de Ley de Expropiación Forzosa, que atribuía un sentido social más amplio al concepto de utilidad pública, y se vio combatido tanto por los conservadores como por los liberales. Las ideas renovadoras de Canalejas configuraban de hecho, en el despuntar del siglo XX, un nuevo partido de acentuada vocación democrática. Cabe resumirlas en estos términos: “nacionalización de la monarquía” (“que fuera de la monarquía no quede ninguna energía útil”); renuncia a la inhibición liberal del Gobierno en los conflictos entre capital y trabajo, sustituida por un arbitraje del Estado, corrector de las desigualdades en cuanto a capacidad de poder, entre uno y otro; aproximación al socialismo, definido por Canalejas como “una civilización”: “sustraerse a ella —afirmaba— y no ir preparando jurídicamente las soluciones necesarias, sería traer el rayo de la revolución social que en una forma u otra, o por la fuerza o por el derecho, ha de consumarse”. Y en fin, firme definición de las relaciones entre Iglesia y Estado, reconociendo a éste unas atribuciones irrenunciables. Canalejas encarnaba la versión liberal —democrática— de un regeneracionismo que, desde el lado conservador, y más atenido a las reformas administrativas, asumía Maura. Sin embargo, a la muerte de Sagasta (1903) hubo de aguardar su momento, dando paso por lo pronto a la jefatura de los dos “delfines” de Sagasta, Moret y Montero Ríos. Presidió, eso sí, con autoridad y eficacia, en el “turno liberal” de 1905 a 1906, la Cámara Baja. Finalmente, en 1910, tras la crisis del “Gobierno largo” de Maura y el fracaso de Moret en la alternativa liberal, fue llamado al Poder por el Rey. Ya jefe del Gobierno y del Partido, durante los dos años largos que duró su gestión (de febrero de 1910 a noviembre de 1912) los problemas que hubo de abordar fueron capitales; tensiones en el Ejército, en el rastro del proceso Ferrer; relaciones Iglesia-Estado; agitación social provocada por la aparición de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) y la radicalización del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) —cuyo líder, Pablo Iglesias, ocupó por primera vez un escaño en las Cortes reunidas por Canalejas—; cuestión de Marruecos al plantearse el protectorado; demandas del “regionalismo” catalán... A todos atendió con prudencia y éxito. Si, por una parte, en el conflicto minero de 1910, se impuso a la intransigencia de las grandes Compañías a aceptar el arbitraje de la Comisión de Reformas Sociales, frenó, por otra parte, el desbordamiento revolucionario que tuvo su trágica expresión en los sucesos de Cullera; eludió una revisión del proceso Ferrer y procedió a la llamada “democratización del Ejército” mediante la suspensión de la “liberación a metálico” y la creación del “soldado de cuota” para que fuese un hecho el servicio obligatorio; logró un entendimiento con la Lliga regionalista aceptando el proyecto de Mancomunidad; dio salvaguarda a los intereses españoles en Marruecos liquidando la guerra de Melilla con la campaña del Kert, y replicando a las iniciativas unilaterales de Francia con la ocupación de Larache y Alcazarquivir, lo que abrió camino a las negociaciones que darían paso al acuerdo hispano-francés sobre el doble protectorado. Prudentemente, Canalejas se abstuvo de intervenir en la revolución portuguesa —sobrevenida en 1910—, pero cuando un reflejo de ésta brotó en el abortado amotinamiento de la Numancia (1910), lo atajó drásticamente. En fin, encauzó el problema eclesiástico mediante una revisión del artículo 11 de la Constitución y la llamada “ley del Candado”, que suspendía la creación o el reconocimiento de nuevos institutos religiosos hasta que no se aprobase una Ley de Asociaciones. Aunque el problema pasó por una temporal ruptura de las relaciones con Roma, pronto se iniciaron negociaciones secretas, y Canalejas se esforzó en demostrar que estaba muy lejos de un sectarismo anticristiano —lo que le atribuía la opinión ultramontana—: en 1911 presidió, con el Rey, los actos del Congreso Eucarístico celebrado en Madrid. Está demostrado que nunca profesó en la masonería, y que era un católico practicante: eso sí, más próximo al Concilio Vaticano II que al I, vigente en su tiempo. El año 1912 fue especialmente difícil para Canalejas, que hubo de hacer frente de nuevo a un movimiento huelguístico de gran alcance: el de los ferroviarios, encaminado a paralizar el país, y que el presidente resolvió “movilizando” al personal en huelga, siguiendo el ejemplo del francés Briand. Por lo demás, el máximo esfuerzo de Canalejas a lo largo de su Gobierno se cifró en la restauración del Pacto de El Pardo, roto, de una parte, por los que coreaban el “Maura no”, y de otra por los que, como réplica, se atenían a la “implacable hostilidad” contra los liberales. Pero todo fue inútil, dada la radical intransigencia de Maura, pese al empeño del propio Rey en respaldar los esfuerzos conciliadores de Canalejas; esfuerzos a los que puso trágico fin el atentado del anarquista Pardinas, que costó la vida al Presidente, en la Puerta del Sol de Madrid, el 12 de noviembre de 1912. A título póstumo, el Rey le concedió el ducado de su nombre, que asumió su viuda. En efecto, Canalejas había contraído nuevo matrimonio, en junio de 1908, con María Fernández Cárdenas a la que estaba ya unido desde años atrás, y que le dio cuatro hijos: José, María, Luisa y Rosa: el primero, II duque de Canalejas, sería asesinado en el Madrid revolucionario de 1936. Fue presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación en varias ocasiones (27 de mayo de 1893 y 26 de mayo de 1894, y el 23 de mayo de 1903, 16 de mayo de 1904 y 29 de mayo de 1905). El 13 de marzo de 1900 fue elegido para la medalla 15 de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, pero al no presentar su discurso en el plazo fijado por los Estatutos, se declaró la vacante el 28 de junio de 1910. Tampoco tomó posesión en la Real Academia Española, para la que había sido elegido en 1904. Obras de ~: Luis o el joven emigrado. Historieta aprobada por el Arzobispo de París, Madrid, F. Fortanet, 1866; Programa de un curso de Principios Generales de Literatura, Madrid, Imprenta D. Juan Aguado, 1873; Apuntes para un curso de literatura latina, Madrid, M. Martínez, 1874; Discurso leído por ~ en la sesión inaugural del curso de 1893 a 94 [Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación], 1893; La última tregua, 1901; Límites entre las Repúblicas del Ecuador y del Perú, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1909; De todo un poco, Madrid, Sánchez Marco, 1912; La política liberal en España, Madrid, Renacimiento, 1912; El Partido Liberal, Madrid, Est. Tipográfico Editorial, 1912; Nieve y otras cosas, Madrid, Imprenta G. Hernández y Galo Sáez, Madrid, 1929; Reflexiones sobre la vida de mi padre, Madrid, Francisco Beltrán, 1928; Una mujer demasiado buena, Madrid, Atlántida, 1929; Otoño revolucionario, Madrid, Cía. Ibero-Americana de Publicaciones, 1930; Canalejas gobernante: Discursos parlamentarios. Cortes de 1910, Valencia, imprenta F. Sempere y Cía., s. a.; Discurso leído por ~ en la sesión inaugural de 1904-1905 celebrada el 28 de marzo de 1905, bajo la presidencia de S. M. el Rey, D. Alfonso XIII, Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación y Jurisprudencia, s. f. Bibl.: P. Zancada, El obrero en España: notas para su historia política y social, pról. de J. Canalejas, Barcelona, Maucci, 1902; D. López, El Partido liberal. Conversaciones con D. José Canalejas recogidas por ~, Madrid, Est. Tipográfico Editorial, 1912; Á. de Figueroa y Torres, conde de Romanotes, Notas sobre una vida, Madrid, Renacimiento [¿1912?]; L. Antón de Olmet y A. García Carraffa, Canalejas, Madrid, Biblioteca de Los Grandes Españoles, 1913; J. Francos Rodríguez, Vida de Canalejas, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1918; G. Maura, Historia crítica del reinado de Alfonso XIII durante la minoridad bajo la regencia de doña María Cristina de Austria, Barcelona, Montaner y Simón, 1919; B. 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