(en italiano: Lorenzo di Piero de' Medici; Florencia, 1 de enero de 1449- Villa medicea de Careggi, 9 de abril de 1492), también conocido como Lorenzo el Magnífico por sus contemporáneos, fue un estadista italiano y gobernante de facto de la República de Florencia durante el Renacimiento italiano. Príncipe de Florencia, mecenas de las artes, diplomático, banquero, poeta y filósofo renacentista, perteneciente a la familia Médici, y también bisabuelo de la reina Catalina de Médici. Su vida coincidió con la cúspide del Renacimiento italiano temprano; su muerte marca el final de la Edad de Oro de la ciudad de Florencia. La frágil paz que ayudó a mantener entre los distintos estados italianos terminó con su muerte. Los restos de Lorenzo de Medici reposan en la Capilla de los Médici en la basílica de San Lorenzo (Florencia). Biografía Lorenzo fue considerado el más inteligente de los cinco hermanos, y tuvo como tutor a un diplomático llamado Gentile Becchi. Participó en justas, cetrería, caza y cría de caballos para competir en el Palio de Siena. Su caballo se llamaba Morello. Se educó primero en Venecia, más tarde fue enviado a Milán con sólo diecinueve años en representación de su padre, Pedro de Médici. Siendo Lorenzo aún joven, Pedro lo envió a numerosas misiones diplomáticas. Entre ellas se cuentan viajes a Roma para ver al Papa y a otras figuras políticas y religiosas. Con veinte años, en 1469, la muerte de su padre le obligó a hacerse cargo del Estado florentino bajo un pulso permanente con el Reino de Nápoles. Su carácter conciliador y diplomático le permitió alcanzar la paz con los napolitanos en 1480 tras declararle la guerra Fernando I de Nápoles. Los enfrentamientos entre los jefes de familia de la república florentina mantenían la ciudad en tensión y Lorenzo debió disputar su posición de forma permanente. Esta actitud llevó a parte de la historiografía a considerarle un déspota. Otros, sin embargo, le consideraron un mantenedor del orden en un periodo muy convulso de la historia de la ciudad italiana. El enfrentamiento entre los Médici y los Pazzi —otra influyente familia banquera de la ciudad— se mantuvo durante todo su principado y hubo de sufrir, al menos, dos atentados, el más famoso de los cuales sucedió el 26 de abril de 1478, la conspiración de los Pazzi, que ocurrió frente al Duomo de Florencia, un domingo en Misa. En esta descabellada operación los Pazzi acabaron con la vida del hermano menor de Lorenzo, Juliano. Se enfrentó al Papa Sixto IV en el proceso de expansión de los Estados Pontificios. Casado con una de las mujeres más nobles de la aristocracia romana, Clarisa Orsini, consiguió que su hijo hiciera carrera como eclesiástico, de tal suerte que más tarde llegaría a ser el Papa León X. Como mecenas destacó en su apoyo a artistas de la talla de Sandro Botticelli, Leonardo da Vinci, Giuliano da Maiano y Miguel Ángel, entre otros. Extendió el arte renacentista italiano por el resto de las cortes europeas, gracias a sus excelentes relaciones. Fundó, entre otras instituciones, la Biblioteca Laurenciana. Enviados de Lorenzo recuperaron del Este de Europa gran cantidad de obras clásicas, montando talleres para copiar sus libros y difundir su contenido a través de toda Europa. Apoyó el desarrollo del Humanismo a través de su círculo de amigos eruditos que estudiaron a los filósofos griegos y trataron de combinar las ideas de Platón con el cristianismo. En este grupo se encontraban los filósofos Marsilio Ficino, Poliziano y Giovanni Pico della Mirandola. En su condición de banquero desatendió los negocios heredados de la familia y tuvo muchos problemas para mantener las actividades mercantiles en el oeste de Europa, perdiendo las filiales de Londres, Brujas y Lyon (creada en 1466). Mecenazgo. El mecenazgo de Lorenzo de Médici no consistió tanto en financiar obras, como hiciera su abuelo Cosme el Viejo, sino en mandar a los artistas más destacados de Florencia (Botticelli, los Pollaiolo a Roma, Maiano a Nápoles, Sansovino a Lisboa, Verrocchio a Venecia, etc.) a diversas cortes, practicando la «política de prestigio artístico». Su gusto y su criterio eran muy valorados puesto que, dotado de una gran sensibilidad demostrada por sus poemas, gustó de rodearse de artistas, filósofos y científicos: amaba el contacto con la inteligencia y el talento, como para cultivar en él mismo una especie de artista universal, para adquirir o presentir todas las virtualidades del genio. A la generación viril, la de Cosme que se complacía en construir en todos los órdenes, siguió la de los estetas, admirablemente dotados, que prefieren el goce estético y la especulación a la actividad. Esto además tiene su explicación en el hecho de que había que hacer avanzar numerosos trabajos ya emprendidos, que las villas de los Médicis eran ya numerosas en 1469 y que estaban adornadas con cuadros y estatuas, quedando poco sitio libre. Lo que si es cierto es que entre todas las anticaglie (antigüedades) que conservaban en jardines y en el interior de los palacios, artistas como Miguel Ángel pudieron entrar en contacto directo con las obras de la antigüedad clásica -y restaurar algunas, como es el caso de Donatello-, sin olvidar por ejemplo que en el Camposanto monumental de Pisa hay una magnífica colección de sarcófagos romanos, probablemente la primera fuente de inspiración para los escultores florentinos del Quattrocento. Algunos estudiosos proclaman a Lorenzo de Medici como uno de los «padrinos del Renacimiento». Se destaca el llamado «jardín de escultura» que fundó, con el cual pretendía revivir el arte de la escultura, casi extinto en Florencia. En este jardín se impartió enseñanza gratuita en el proceso de esculpir a los más talentosos aprendices de los talleres del momento, entre ellos al joven Miguel Ángel, y fue allí donde éste realizó varias de sus primeras obras en mármol como La Virgen de las Escaleras y La batalla de los centauros. Para llenar la necesidad de tener un maestro en el jardín de escultura, Lorenzo contrató a Bertoldo, antiguo aprendiz del famoso escultor Donatello, quien a su vez había sido aprendiz de Ghiberti. Bertoldo, a pesar de su avanzada edad enseñó el arte de esculpir el mármol a sus aprendices del jardín, lo cual les dio las bases necesarias para revivir la escultura en Florencia. Matrimonio e hijos. Lorenzo se desposó con Clarisa Orsini por poderes el 7 de febrero de 1469. El matrimonio en persona se llevó a cabo en Florencia el 4 de junio del mismo año. Clarisa era una hija de Jacobo Orsini, señor de Monterotondo y Bracciano con su esposa y prima Magdalena Orsini. Clarisa y Lorenzo tuvieron 10 hijos:
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El esplendor de Florencia en el Renacimiento. Lorenzo el Magnífico, un príncipe sin corona. Fue el miembro más ilustre de la dinastía Medici, llamado con justicia "el Magnífico": hábil político, gran mecenas y humanista, encarnó como nadie el ideal de hombre del Renacimiento y llevó a Florencia a uno de sus mayores periodos de esplendor. Lorenzo de Medici es seguramente el más conocido y admirado de su dinastía, y no es para menos: hábil político y gobernante, humanista y filósofo, amante del arte y artista a su vez, el Magnífico reunía en su persona las virtudes del hombre renacentista, como una encarnación del propio ideal de una época. Fue un príncipe sin corona que logró afirmar para su familia y su ciudad un rol central en la convulsa Italia del Renacimiento, en la que las alianzas podían cambiar de la noche a la mañana y las conjuras y traiciones estaban a la orden del día. El ascenso de una dinastía Lorenzo vino al mundo el día de Año Nuevo de 1449, un momento en el que su familia estaba en pleno ascenso político. Su abuelo Cosimo el Viejo, patriarca de los Medici, había jugado hábilmente sus cartas para garantizarse simultáneamente el apoyo de numerosos políticos y de los gremios del comercio y artesanado, erigiéndose en defensor de los intereses de los ciudadanos comunes y la burguesía frente a las familias aristocráticas. Las instituciones florentinas eran formalmente republicanas, pero en la práctica la oligarquía dictaba la política y la influencia de cada familia era determinada por su patrimonio y las alianzas que lograra establecer tanto en la propia Florencia como en las otras grandes ciudades. Las instituciones florentinas eran formalmente republicanas, pero en la práctica las familias con mayor patrimonio y mejores alianzas dictaban la política. Cosimo había fortalecido la banca Medici fundada por su padre, creando filiales en varias ciudades de Europa y convirtiéndose en el principal prestamista del Papado. Esta influencia permitió a la familia liderar de facto la facción popular de las instituciones florentinas. Pero el primogénito de Cosimo y padre de Lorenzo, Piero, no tuvo tanta suerte: llamado “el Gotoso” a causa de la enfermedad que sufría, solo llevó las riendas de la familia durante cinco años, en los que tuvo que hacer frente a la creciente oposición de la nobleza florentina, que no veía con buenos ojos el ascenso de la burguesía. Ya al final de su vida, el viejo Cosimo veía a su nieto Lorenzo como el futuro de la familia y el propio Piero, consciente de su precario estado de salud, empezó a confiar a su hijo los aspectos diplomáticos de la banca desde los dieciséis años. Entre 1465 y 1466 viajó a Milán, Venecia, Nápoles y Roma, principalmente para ocuparse de asuntos financieros, pero también para entrar en contacto con los gobernantes con quienes Florencia tenía alianzas o aspiraba a tenerlas. Esa previsión se demostró muy oportuna pues, consumido por la enfermedad, Piero moriría tres años después, dejando a la cabeza de la familia a sus hijos Lorenzo y Giuliano, de veinte y dieciséis años respectivamente. Mujeres magníficas En la vida de Lorenzo jugaron un papel importante las mujeres. Si de la rama paterna Lorenzo heredó riqueza, poder e influencia, de la materna recibió una espléndida formación y una gran pasión por el humanismo y las artes. Su madre, Lucrezia Tornabuoni, era una mujer muy culta y respetada: escribía poesía, patrocinaba a artistas y escritores y gracias a ella Lorenzo creció junto a personajes de la talla de Botticelli, Poliziano y Pico della Mirandola. Se ocupaba asimismo de los asuntos de la banca, siendo un apoyo fundamental para Lorenzo durante toda su vida. Las mujeres jugaron un papel clave en la vida de Lorenzo, especialmente su madre Lucrezia, que le dio una espléndida formación humanística. También fue su madre quien le eligió esposa: Clarisa Orsini, una joven perteneciente a la nobleza romana. El suyo fue un matrimonio de conveniencia -los Medici lograban prestigio y los Orsini riqueza- que al principio no parecía destinado a la felicidad: Clarisa había recibido una educación religiosa que contrastaba con la vida disoluta de Lorenzo, quien tenía un romance con una mujer casada, Lucrezia Donati, a la que dedicó muchos sonetos. Sin embargo, con el tiempo les unió un sentimiento de afecto y respeto, reforzado por las dotes diplomáticas y los contactos de Clarisa en Roma, que fueron fundamentales en varias ocasiones. La tercera mujer clave en la vida del Magnífico, para bien y para mal, fue su hermana mayor Bianca. Su marido pertenecía a la familia Pazzi, que lideraba la facción aristocrática en contra de los Medici: el suyo había sido un matrimonio por amor, en contra de la voluntad de ambas familias, y aunque en un primer momento pudo ayudar a acercarlas, fue el desencadenante de la mayor tragedia en la vida del Magnífico. La era de los artistas Lorenzo fue desde joven un amante de las artes. Había crecido rodeado del círculo de intelectuales protegidos por su madre y aprendió retórica, poesía y música entre otras disciplinas. Durante toda su vida la poesía fue su gran pasión, especialmente los sonetos románticos y la lírica bucólica. Sus obras están impregnadas por su convicción acerca de la fragilidad de la vida y de la necesidad de disfrutarla, como refleja en sus versos más famosos, los Cantos Carnavalescos: “Qué hermosa la juventud, / que se escapa, sin embargo! / Quien quiera ser feliz, lo sea: / del mañana no hay certeza”. Lorenzo fue desde joven un amante de las artes. Bajo su protección desarrollaron su talento genios como Sandro Botticelli, Miguel Ángel o Leonardo da Vinci. Desde su llegada al poder, Lorenzo continuó la obra de mecenazgo de sus progenitores. Bajo su protección desarrollaron su talento genios como Sandro Botticelli, Miguel Ángel o Leonardo da Vinci -de quien a veces se ha dicho que Lorenzo no supo apreciar todo el talento artístico, fijándose más en su faceta de inventor-. Su gran proyecto fue la creación de una academia de arte en el Jardín de San Marcos, donde fueron acogidos algunos de los artistas más prometedores de la ciudad, en particular un joven Miguel Ángel que se ganó la admiración y la estima personal de Lorenzo. Además de su amor genuino por el arte, el mecenazgo del Magnífico tenía una función política muy importante: por una parte, su intención era la de convertir Florencia en el referente de las ciudades italianas; y por otra, dando trabajo a los gremios de las artes, oficios y comercio, se aseguraba el apoyo del pueblo, ya que sus representantes intervenían en la política municipal y suponían el principal apoyo del sector popular frente al bando aristocrático. Capella dei Magi Palazzo Medici Riccardi El fresco de la Capilla de los Magos, en el Palacio Medici Riccardi de Florencia, retrata a varios personajes de la familia Medici -como el propio Lorenzo, en el detalle de la imagen- y a sus aliados. El arte tenía una función propagandística muy importante: en este caso reflejaba el papel de los Medici como mediadores entre los grandes líderes de los estados italianos. La conjura de los Pazzi El episodio más funesto en la vida de Lorenzo fue sin duda la conjura de los Pazzi. Esta familia era la principal rival de los Medici en la política y en los negocios, pues al igual que ellos dirigían un banco. Ya desde los tiempos de Cosimo el Viejo los políticos de la facción aristocrática habían mirado con preocupación el ascenso de los Medici y el carisma de Lorenzo no hizo sino alimentar esa aversión. La chispa que desencadenó el conflicto fue la intención del papa Sixto IV de extender su poder por la zona de la Romaña, un área crucial para el control de las rutas comerciales del norte, en especial del alumbre, un recurso muy valioso en varias artesanías y en particular la joyería. Los Medici habían forjado con mucha dificultad una alianza entre Milán, Florencia y Venecia por el control de esa ruta, que ahora podía quedar interrumpida por el Estado Pontificio, y le negaron al papa algunos préstamos para la compra de la estratégica ciudad de Imola. Los Pazzi vieron su oportunidad de quitarles el lugar como prestamistas de la Santa Sede, lo que desencadenó una guerra política y bancaria entre ambas familias. El 26 de abril de 1478, Lorenzo y su hermano Giuliano fueron víctimas de una conjura liderada por Jacopo de Pazzi. Finalmente Jacopo de Pazzi, el patriarca de la familia, optó por desembarazarse de Lorenzo y su hermano Giuliano. En el plan también estaba involucrado indirectamente el papa, ya que entre los conspiradores estaban su propio sobrino, Girolamo Riario -capitán del ejército pontificio- y el arzobispo de Pisa, Francesco Salviati -consejero de Sixto IV-. El plan inicial era el de envenenar a los Medici durante un banquete, pero no pudo ser llevado a cabo ya que Giuliano no se presentó. Se preparó un plan alternativo a toda prisa, ya que los Pazzi habían introducido mercenarios en la ciudad que no tardarían en ser descubiertos si la situación se prolongaba. El día siguiente, 26 de abril de 1478, los Medici y los Pazzi asistieron como de costumbre a la misa del domingo en la catedral de Santa Maria del Fiore. A una señal, los conjurados se abalanzaron puñal en mano sobre Giuliano y Lorenzo, hiriendo de muerte al primero y obligando a Lorenzo, su madre y su esposa a refugiarse en la sacristía. Mientras tanto, Jacopo de Pazzi se presentó con los mercenarios en el Palazzo Vecchio, sede del gobierno, para anunciar que la ciudad había sido “liberada de la tiranía de los Medici”. Si esperaba ser aclamado como un liberador, la reacción del pueblo fue justamente la opuesta: la gente cargó contra los conspiradores, que además habían cometido el sacrilegio de derramar sangre en la catedral, obligándoles a huir. En pocos días casi todos fueron capturados. La Iglesia en pie de guerra. La respuesta de Lorenzo fue contundente: Jacopo de Pazzi, su sobrino Francesco -autor material del atentado- y el arzobispo Salviati fueron ahorcados en público desde las ventanas del Palazzo Vecchio; los bienes de la familia fueron destruidos o confiscados; y aun los miembros de la familia Pazzi que eran ajenos a la conjura fueron desterrados de Florencia, como el marido de Bianca de Medici, que decidió seguirlo en el exilio. Giuliano fue enterrado en la basílica de San Lorenzo, pero la pérdida de su hermano marcó para siempre el carácter y las decisiones del Magnífico. Como resultado de la conjura, Lorenzo concentró cada vez más el poder político en sus manos, asegurándose de que los cargos fueran asignados a personas de su confianza y derivando hacia un gobierno con tintes autocráticos. A ello contribuyó también la guerra declarada por el papa como castigo por la ejecución del arzobispo Salviati: los ejércitos pontificios asediaron Florencia durante casi tres años, poniéndola al borde de la rendición. Lorenzo consiguió poderes extraordinarios y en una arriesgada misión a Nápoles logró convencer al rey Fernando I para que disolviera la alianza con el Vaticano, que finalmente retiró sus tropas. Tras la conjura de los Pazzi, Lorenzo concentró cada vez más el poder político en sus manos, segurándose de que los cargos fueran asignados a personas de su confianza. El ocaso del Magnífico Lorenzo, cuyo poder había pendido de un hilo, salió reforzado de la situación, especialmente cuando Sixto IV murió en 1484. Con la desaparición de su gran enemigo y la alianza con Nápoles, Florencia se convirtió en la mediadora entre las grandes potencias de la península itálica. Todo parecía predispuesto para mayor éxito de Lorenzo, pero en pocos años sufrió dos duros golpes emocionales: la pérdida de su madre en 1482 y de su esposa en 1488, que desde la muerte de Giuliano habían sido su gran apoyo. Por si fuera poco, empezó a mostrar síntomas de la misma enfermedad que había acabado con su padre, la gota. Los últimos años de vida fueron amargos para él: había perdido a sus familiares más allegados, las críticas a su gestión individualista del poder se hacían más intensas -especialmente por el gran déficit derivado de la guerra contra Sixto IV- y su salud empeoraba cada vez más. El golpe definitivo a su reputación lo asestó el fraile dominico Girolamo Savonarola, un predicador muy crítico con la ostentación de la riqueza por parte de los nobles y la Iglesia, que logró poner a las clases populares en contra de la nobleza y la burguesía. Su último éxito llegó un mes antes de su muerte cuando su segundo hijo, Giovanni, fue nombrado cardenal. Esto aseguraba para los Medici el tan necesario poder en la curia vaticana, especialmente cuando en 1513 Giovanni se convirtió en el papa León X. El primogénito, Piero, no tendría tanta suerte: poco después de la muerte de Lorenzo, Florencia cayó en manos de Savonarola y los Medici tuvieron que huir de la ciudad hasta 1512. El 8 de abril de 1492, con sólo 43 años y después de largo tiempo de sufrimiento a causa de su enfermedad, Lorenzo de Medici, aquel que fue llamado el Magnífico por sus contemporáneos y por las generaciones futuras, y que hoy es recordado como uno de los más grandes políticos y mecenas del Renacimiento italiano, moría en su lecho rodeado de un reducido grupo de familiares y amigos. La estrella que había guiado el destino de Italia durante más de dos décadas se apagaba en un momento muy delicado en el que las viejas alianzas se tambaleaban: en las décadas siguientes, la península se convertiría en un campo de batalla en el que las grandes potencias italianas y extranjeras se disputarían la supremacía sobre Europa. |
Familia Médicis o Medici. |
Familia de comerciantes y banqueros de Florencia que llegaron a gobernar la Toscana y a ejercer una influencia considerable sobre la política italiana. Representantes de la burguesía ascendente en las ciudades del norte de Italia en la época de expansión del capitalismo mercantil y financiero, los Médicis o Medici dejaron su impronta en el arte del Renacimiento ejerciendo abundantemente el mecenazgo. Aparecen ocupando el cargo de gonfaloniero o jefe de la ciudad de Florencia desde el siglo XIV. La familia se dividió en dos ramas a partir de Juan de Médicis (Giovanni di Bicci, 1360-1429): mientras su hijo menor, Lorenzo (1395-1440), daba lugar a una rama secundaria, postergada hasta comienzos del siglo XVI, el poder en Florencia recaía en manos de la rama principal, que arranca de su hijo mayor, Cosme de Médicis el Viejo (Cosimo, 1389-1464). Tras vencer al partido del patriciado tradicional, Cosme de Médicis instauró desde 1434 un poder dictatorial en Florencia, si bien respetó la forma republicana de las instituciones y se mantuvo alejado personalmente de los cargos principales, encomendándolos a clientes suyos. Cosme duplicó la fortuna de la familia y la empleó para fomentar las artes y el pensamiento, haciendo de Florencia un gran foco de cultura renacentista: Brunelleschi, Donatello y Filippo Lippi, entre otros, se beneficiaron de su mecenazgo; con el mismo espíritu de recuperación de la cultura clásica, compró importantes manuscritos griegos, con los que formó la biblioteca familiar. Su hijo, Pedro I el Gotoso (Piero, 1414-69), se limitó a conservar el poder y a emparentar con la familia aristocrática de los Orsini mediante el matrimonio de su hijo, Lorenzo de Médicis el Magnífico (1449-92). Lorenzo de Médicis consiguió resistir los intentos de arrebatarle el poder por parte del patriciado, que se alió con el papa Sixto IV, aunque perdió a su hermano Julián (1453-78) durante la rebelión de los Pazzi (1478). Lorenzo el Magnífico fue un típico príncipe renacentista, protector de escritores, sabios y artistas, impulsor de las primeras imprentas italianas y organizador de fiestas. Su prodigalidad puso en peligro la fortuna de los Médicis y despertó las iras de Savonarola. Su hijo Pedro II (Piero, 1471-1503) fue expulsado del poder por una revuelta instigada por Savonarola en 1494. Su alianza con Carlos VIII de Francia no fue suficiente para recuperar la ciudad. Su hermano Juan de Médicis (Giovanni, 1475-1521), recuperó el poder en 1512 gracias a la ayuda del papa Julio II, de manera que Florencia quedó subordinada a Roma en los años siguientes. Ejerció el poder junto con su hermano menor, Julián (Giuliano, 1478-1516). Juan de Médicis, que era cardenal desde los 13 años, fue elegido papa en 1513, tomando el nombre de León X. Practicó asiduamente el nepotismo, situando a miembros de la familia Médicis en los órganos de poder de la Iglesia romana; incluso gravó a la Hacienda papal con los gastos de la Guerra de Urbino (1516-17), destinada a conquistar dicho ducado para su sobrino Lorenzo II. El pontificado de León X (1513-21) apenas trajo novedades en materia religiosa, pues se comportó como un príncipe italiano más, dedicado a conservar y ampliar sus dominios por medio de la diplomacia y de la guerra, así como a ejercer el mecenazgo artístico. Encargó a Rafael Sanzio construir la basílica de San Pedro, cuyo coste le obligó a recabar fondos intensificando la venta de bulas de indulgencia; la denuncia contra la inmoralidad de este tráfico mercantil sería el detonante que haría a Lutero romper con la Iglesia católica, dando origen a la reforma protestante (1517-21). En 1523, tras el breve pontificado de Adriano VI, accedió al Papado otro Médicis, hijo bastardo de Julián: Julio de Médicis (Giulio, 1478-1534), que tomó el nombre de Clemente VII. Queriendo liberarse de la tutela de Carlos V, en 1526 impulsó contra éste la Liga Santa de Cognac (o Liga Clementina), formada por Francia, Inglaterra, Florencia, Venecia, Milán y el Papado. El emperador Carlos V respondió tomando Roma y entregándola al saqueo de sus soldados (Sacco de Roma, 1527); el papa fue encarcelado durante siete meses en el Castillo de Sant'Angelo, y sólo la peste desatada en la ciudad hizo que fuera evacuada por las tropas imperiales. Clemente VII decidió entonces reconciliarse con Carlos V, a quien coronó emperador y rey de Italia en Bolonia en 1530; a cambio, Carlos le devolvió los territorios que le había arrebatado y conquistó Florencia, poniendo de nuevo en el poder a los Médicis (que lo habían perdido) en la persona de Alejandro (quizá hijo natural del mismo papa). Por último, el pontificado de Clemente VII tuvo una importancia crucial para la Iglesia, pues, al negarse a reconocer el divorcio de Enrique VIII (decisión inevitable, dada la subordinación del Papado a la política de Carlos V) desencadenó el cisma de la Iglesia de Inglaterra. En Florencia, mientras tanto, ocupó el poder Lorenzo II de Médicis (1492-1519), hijo de Pedro II. Gobernó nominalmente dirigido por su tío, el papa León X (que en 1516 le hizo duque de Urbino). De su matrimonio con una aristócrata francesa nació Catalina de Médicis (1519-89), que habría de ser reina de Francia por su matrimonio con Enrique II. Hipólito (Ippolito, 1511-35), hijo natural de Julián, fue hecho cardenal por su tío Clemente VII, que le empleó para dirigir la política florentina en su nombre. Probablemente murió envenenado por su pariente Alejandro (Alessandro, 1510-37), hijo natural de Lorenzo II o quizá del cardenal Julio de Médicis. Alessandro de Médicis fue impuesto en el poder en 1530 por las armas de Carlos V, que en aquel momento controlaban Italia. El emperador hizo a Alejandro duque de Florencia (1532), con lo que los Médicis quedaron convertidos en dinastía ducal de una monarquía hereditaria. Alejandro ejerció un poder tiránico que causó gran descontento en la ciudad. Sus habitantes enviaron a Hipólito de Médicis a plantear sus quejas ante Carlos V, pero el enviado murió durante el viaje, seguramente envenenado por Alejandro. Alejandro de Médicis moriría también (extinguiéndose con él la rama principal de los Médicis) a manos de un miembro de la rama secundaria de la familia, Lorenzino o Lorenzaccio (1514-48). Éste era un escritor de la corte de Alejandro, a quien decidió asesinar imbuido de ideales republicanos. Para su decepción, la muerte del tirano no dio paso a un régimen de libertades, sino a la sucesión en el Ducado de otro Médicis de esta rama, Cosme I de Médicis (Cosimo, 1519-74), en 1537. Once años después, Cosme haría asesinar, a su vez, a Lorenzino. Cosme I de Médicis fue otro tirano como Alejandro, protegido como él por Carlos V. Bajo su principado alcanzó Florencia el apogeo de su poder en Italia, conquistando Lucca y Siena. En 1569 esta ampliación territorial fue sancionada por la coronación de Cosme como gran duque de Toscana por el papa Pío V. Inició además una política de limpieza del Mediterráneo de piratas berberiscos, que continuarían sus sucesores. Le sucedió su hijo Francisco María (Francesco Maria, 1541-87), que continuó la línea de gobierno despótico y aliado de España. Su hija María de Médicis (1573-1642) llegaría a ser reina de Francia por su matrimonio con Enrique IV y regente durante la minoría de edad de Luis XIII. Francisco María de Médicis murió probablemente envenenado por su hermano, el cardenal Fernando I (Ferdinando, 1549-1609). Al suceder a su hermano en la Corona ducal (1587), Fernando I de Médicis abandonó el capelo cardenalicio y contrajo matrimonio. Con él se inició la protección de los Médicis a Galileo, que continuarían sus sucesores. Fernando cambió la orientación política de Toscana, alineándola con la Francia de Enrique IV y contra la España de Felipe II y Felipe III (de hecho, fue él quien casó en 1601 a su sobrina María de Médicis con el rey francés). Sin embargo, cuando Francia hizo la paz con el duque de Saboya, Fernando volvió a aliarse con Felipe III para hacer frente a su enemigo italiano. Le sucedieron su hijo Cosme II de Médicis (1590-1621), su nieto Fernando II (1610-70), su bisnieto Cosme III (1642-1723) y su tataranieto Juan Gastón (1671-1737), bajo los cuales tuvo lugar la decadencia de la dinastía. El último de los mencionados no tuvo descendientes varones, con lo que se extinguió el linaje de los Médicis, dejando Toscana a merced de los intereses diplomáticos de las grandes potencias. Por el Tratado de Viena (1735) la Corona ducal de Toscana fue otorgada al duque de Lorena, esposo de María Teresa de Austria, que más tarde sería emperador con el nombre de Francisco I del Sacro Imperio Romano Germánico. |
Temas / Grecia Antigua. Sócrates se definía a sí mismo como ignorante: “Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento” |
El padre de la filosofía occidental decía que la verdadera inteligencia no se enseña, sino que se recuerda desde el alma. Grecia Antigua Sarah Romero Actualizado a 21 de noviembre de 2025 i La frase que adornaba el templo de Apolo en Delfos “γνῶθι σεαυτόν” (gnōthi seautón, que significa 'conócete a ti mismo') fue para Sócrates mucho más que un lema religioso: fue el principio fundamental sobre el que construyó toda su filosofía. Según el filósofo ateniense, conocerse a uno mismo lejos de ser meramente un acto de introspección superficial, era una vía hacia la verdad más profunda: “Sólo el conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento”. Esta, pese a no ser una frase dicha por él mismo, puesto que no se conserva ningún vestigio escrito de su pensamiento, ha sido interpretada históricamente como ejemplo de su pensamiento. A diferencia de los sofistas como Protágoras, Gorgias o Hipias, que cobraban por sus servicios y afirmaban saberlo todo, Sócrates se definía a sí mismo como ignorante. Pero no por falsa modestia, o porque pensaba que no sabía nada en esencia, sino porque entendía que la sabiduría comenzaba con el reconocimiento de la propia ignorancia. Que a partir de este punto el individuo era consciente de sus limitaciones dentro de la enormidad que representa el conocimiento en sí mismo. Esta humildad intelectual también caracterizaría las ideas de Platón, como excelso seguidor del filósofo Sócrates. La teoría de la anamnesis. La epistemología socrática se basa en la idea de que el alma humana ya posee el conocimiento, pero lo ha olvidado. En el diálogo 'Menón' (en el que Platón explora la naturaleza de la virtud con una discusión entre Menón y Sócrates), por ejemplo, Sócrates demuestra esta tesis interrogando a un esclavo analfabeto hasta que logra deducir por sí mismo un teorema geométrico. ¿Cómo pudo alguien sin educación descubrir una verdad matemática como esa? Porque, según Sócrates, el conocimiento estaba dormido en su alma. Este concepto, conocido como anamnesis (recuerdo), sostiene que aprender no es adquirir algo nuevo, sino recordar lo que ya habita en nosotros. Esta idea desafía la noción tradicional del aprendizaje como acumulación externa: el maestro no transmite verdades, sino que las hace emerger en el alumno mediante el diálogo. Sócrates comparaba su labor filosófica con la de su madre, que era comadrona. Así como la comadrona ayuda a dar a luz, él ayudaba a “parir” ideas mediante la mayéutica, un método basado en preguntas cuyo objetivo es desmontar las falsas creencias y, por el camino, llegar al conocimiento interior. Sabiduría e introspección: el alma como fuente de verdad. Según Platón, Sócrates no corregía ni sermoneaba; más bien, interrogaba con humildad, dejando que sus interlocutores se enfrentaran a sus propias contradicciones intentando alejar la imposición de ideas o respuestas y provocando una reacción interna tomando conciencia de las propias verdades de uno mismo. De esta manera, la inteligencia no se medía por la rapidez mental ni por la cantidad de datos memorizados. El sabio no es quien acumula, sino quien comprende. Y comprender requiere mirar hacia adentro. Saber que no se sabe es el primer paso hacia el saber auténtico. De ahí que en vez de enseñar verdades absolutas, este filósofo clásico se dedicó a examinar su vida y la de los demás, revisando constantemente creencias, valores y acciones. Es una forma de inteligencia moral que se cultiva con la experiencia y la reflexión continua, como quien aprende a nadar o a tocar un instrumento. Gracias a esta forma de caminar hacia la sabiduría, es un objetivo alcanzable por todo el mundo, aunque lo hagamos de forma imperfecta. La virtud no es un don reservado para unos pocos iluminados como pensaban los sofistas, sino una destreza que todos podemos desarrollar mediante la razón, la introspección y la práctica deliberada del bien. UN LEGADO VIGENTE Sócrates nos recuerda que que la inteligencia no es velocidad mental, ni repetir datos, ni acumular títulos académicos, sino la capacidad de cuestionarse; siendo conscientes en todo momento de que la sabiduría no se enseña, sino que se despierta. Más de 2.400 años después su muerte (a causa de un suicidio forzado con cicuta cuando contaba con 71 años aproximadamente), su voz su antigua sabiduría parece más necesaria que nunca. |
Valorado en 30 millones de euros. Este es el último Medici, y su nuevo libro trata de un diamante de su familia desaparecido en 1920. El escritor Lorenzo de Medici, último miembro de la famosa saga del Renacimiento, publica 'El Fiorentino', un 'thriller' histórico protagonizado por la espectacular joya del mismo nombre Por Irene Hdez. Velasco 04/04/2024 Cada vez que el escritor Lorenzo de Medici (Milán, 1951) tiene que decir su nombre en el control de pasaportes de un aeropuerto, al pedir una cita en el médico o al llegar a la recepción de un hotel, se topa con la misma reacción. La persona que tiene enfrente arquea las cejas, le clava fijamente la mirada y le pregunta:
SÍ, Lorenzo de Medici es descendiente de la dinastía que durante 300 años gobernó Florencia; pertenece al mismo linaje que Lorenzo el Magnífico, el gran mecenas que patrocinó a artistas como Miguel Ángel o Leonardo da Vinci. Pero, sobre todo, es el último Medici. Ni él ni su hermano tienen hijos, así que con él morirá una familia que ha influido poderosamente en la historia de Europa y de la humanidad, una familia que impulsó el Renacimiento, que ha dado al mundo infinidad de dirigentes, numerosos príncipes, cuatro papas (León X, Clemente VII, Pío IV y León XI), dos reinas de Francia (Catalina de Médici y María de Médici) y varios miembros de casas reales. El Fiorentino (La Esfera de los Libros) es el título del nuevo libro de Lorenzo de Medici. Se trata de un apasionante 'thriller' histórico que tiene por protagonista a un objeto real: un diamante de dimensiones excepcionales y de un intenso color amarillo que en 1601 Ferdinando I de Medici adquirió de Ludovico Castro, conde de Montesanto. La piedra, conocida como El Fiorentino, fue entregada al tallador Pompeo Studendoli, un artesano veneciano residente en Florencia, quien trabajó en ella durante años, hasta 1615. El resultado fue una espléndida joya con forma de almendra y tallado de doble cara con nueve lados y 127 facetas que fue posteriormente montada en un colgante. El diamante estuvo en manos de los Medici hasta la muerte de Ana María Luisa. Al no tener ni ella ni sus hermanos hijos, el Gran Ducado de Toscana pasó a manos de la dinastía Habsburgo Lorena, que se llevó la joya a Viena. En 1918, con la caída del imperio astrohúngaro, las joyas de la corona austriaca, incluido El Fiorentino, emprendieron el rumbo del exilio y fueron trasladadas a Suiza. Y allí se perdió para siempre el rastro del “la cosa más estupenda que exista en Europa”, como fue definido el diamante por parte del cardenal del Monte. Partiendo de esos hechos históricos, Lorenzo de Medici ha construido una novela deslumbrante, llena de misterio pero también de rigor histórico. Hablamos con él. PREGUNTA. Ha tardado bastante en salir una nueva novela suya, ¿por qué? RESPUESTA. En España el último libro mío que se publicó fue en 2016, La Palabra Perdida (Espasa). Buscaba una buena historia, una que impactara e interesara al público. Tenía que ser una novela histórica, porque es lo que me pedían las editoriales. Yo hubiese preferido intentar otro género, como por ejemplo la novela negra, pero me encontré con la resistencia de las editoriales, que me decían que mi género es el histórico y que los lectores no me seguirían en otro género. Todavía tengo mis dudas. De hecho en estos últimos años he escrito dos novelas negras, pero no he encontrado ningún editor dispuesto a publicarlas, así que he vuelto a la novela histórica. P. Pero esta novela histórica también está cargada de intriga y de suspense… R. Sí, es un 'thriller' histórico que se desarrolla en dos tiempos, uno es la época actual y el otro el de los hechos históricos, con ficción para recrearlos. Yo quería rendir homenaje a un personaje de mi familia poco conocido por el gran público, Ana María Luisa de Medici. Fue una visionaria, en el sentido más profundo de la palabra, porque en su época, el siglo XVIII, tomó una decisión que revolucionó la historia de Florencia y sentó las bases de lo que hoy en día son los museos y su labor. P. Si no me equivoco, ella fue quien donó a la ciudad de Florencia la magnífica colección de arte de su familia… R. Sí, Ana María Luisa fue la última de su rama, la de los grandes duques de Toscana. Al morir sin descendencia su hermano Gian Gastone, ella heredó todos los bienes acumulados por su familia durante los últimos tres siglos. Un patrimonio inmenso que la convirtió en la mujer más rica de Europa. Tampoco ella tuvo hijos y lo habitual hubiese sido que a su muerte dejara todo a sus familiares más cercanos, y de hecho, pidió que le hicieran un árbol genealógico de toda las líneas existentes de la familia Medici, para ver quienes eran sus parientes más próximos. Pero luego se lo pensó mejor y tomó la decisión, absolutamente novedosa en su tiempo, de dejar todo el patrimonio de los Medici al Estado, al Gran Ducado de Toscana, con la condición que nada saliese de allí ni fuera vendido. Con esa decisión pretendía que las futuras generaciones pudieran acudir a Florencia a admirar todas esas joyas y obras de arte, pero también que el apellido Medici quedara para la posteridad como el símbolo de magnificencia. Seguramente es gracias a ese gesto por lo que hoy en día, trescientos años después de la muerte de Ana María Luisa de Medici, acaecida el 17 de febrero de 1743, mi familia aún es recordada como símbolo de la cultura, el arte y el mecenazgo. P. Pero esa decisión implicó que el resto de la familia Medici se quedara sin ver un duro, ¿no? R. No exactamente. Ana María Luisa dejó en herencia a sus familiares numerosas tierras y propiedades, dinero, joyas y obras de arte consideradas menores y ligadas a la historia de cada una de las líneas familiares. Yo todavía poseo algunos retratos que recibieron de ella en herencia mis antepasados, tengo por ejemplo un gran retrato de su abuela, la gran duquesa Victoria della Rovere. Pero lo que heredamos fue nada en comparación con lo que suponía el patrimonio acumulado por los Medici. P. ¿Pero por qué a la muerte de Ana María Luisa el Gran Ducado de Florencia pasó a la dinastía Habsburgo-Lorena en lugar a alguna otra rama de los Medici? R. El destino quiso que el Gran Ducado de Toscana acabara en manos de una rama de la familia Medici. El primer miembro de esa rama que fue coronado Gran Duque de Toscana fue Cosimo el Grande, quien estaba tan inseguro de su posición política y tan temeroso de sus primos de otra rama, que en realidad tenían más derechos al trono que él, que le pidió al emperador Carlos V que aprobara una cláusula a la sucesión del Gran Ducado según la cual sólo sus descendientes directos pudieran heredar el trono. Y como ni Ana Maria Luisa ni sus hermanos tuvieron hijos, a su muerte se acabó para la familia Medici el Gran Ducado de Toscana. Pero la casa Lorena no fue arbitrariamente elegida para reinar, en la línea de los antepasados por vía femenina el trono recaía en ella. Son los juegos del destino y de las alianzas. P. ¿Y qué tiene que ver Ana María Luisa con el diamante conocido como El Fiorentino? R. Ana María Luisa es un personaje histórico relacionado con toda esa magnificencia de los Medici, una magnificencia que simboliza a la perfección el gran diamante amarillo que poseían los Medici, llamado en su época el Fiorentino o el Toscano. Ese singular diamante, uno de los más grandes de su época, a su muerte fue expoliado por los Habsburgo Lorena, quienes en secreto se lo llevaron a Viena. El diamante permaneció en Viena durante dos siglos, hasta su desaparición en 1920, cuando supuestamente fue robado al último emperador austrohúngaro, Carlos I, (sobrino nieto del emperador Francisco Jose) en su exilio en Suiza. Hoy en día El Fiorentino continúa desaparecido. P. No le veo muy convencido de que el diamante le fuera robado al emperador austrohúngaro Carlos I… R. El emperador dijo que el diamante le fue sustraído por su secretario. Pero esa versión no se sostiene. Sobre todo porque al secretario no le ocurrió absolutamente nada ni hubo el gran escándalo que habría sido esperable. P. ¿Qué cree usted que ocurrió con el Fiorentino? R. Yo no tengo ninguna duda de que lo vendieron. Cuando los Habsburgo se vieron obligados a abandonar Austria lo hicieron con una mano delante y otra detrás, no tenían nada. ¿Cree que iban a dejar un diamante que valía 30 millones de euros en un cajón? Y después de abandonar Austria arruinados, los Habsburgo resulta que encontraron dinero para volver a Hungría y tratar de recuperar el trono. ¿De dónde le parece que salió ese dinero, cree que les llovió del cielo? No lograron recuperar el trono, fueron derrotados y obligados a exiliarse en Madeira. Pero para mí está claro que el dinero que financió esa campaña procedía del diamante. Yo creo que lo vendieron.
P. Pero se trata de un diamante famoso. ¿Cómo es que no se han vuelto a tener noticias de El Fiorentino? R. Lo más probable es que la piedra fuera vendida a diamantistas belgas de origen judío, que la cortaron en varios trozos y la retallaron. Una piedra tan importante y de tal tamaño era efectivamente muy fácil de reconocer. Durante mucho tiempo se ha especulado de hecho con la posibilidad de que el famoso diamante de Tiffany llamado Bird on Rock, un diamante amarillo con un pájaro engarzado sobre él, podría ser un trozo de El Fiorentino. P. ¿Cuánto podría valer hoy El Fiorentino? R. Se estima que unos 30 millones de euros. Ese fue el precio que en la época pagó Ferdinando de Medici por el diamante cuando se lo compró a una familia portuguesa. La Galería de los Uffizi y prácticamente todos los museos de Florencia y de Toscana existen gracias a Ana María Luisa de Medici P. Su novela tiene una parte histórica y otra de ficción, una ambientada en el pasado y otra en el presente. ¿A qué corresponde cada una? R. La parte histórica gira en torno a Ana María Luisa, quien desde sus ventanas observa cada noche cómo los Habsburgo-Lorena -que habían sucedido a los Medici en el trono de Toscana- se llevan a Viena parte del tesoro familiar, sin esperar a su muerte y en contra de lo que ella había estipulado en su testamento. Yo cuando hablo de historia soy muy riguroso, no me invento nada. Cuando escribo que Ana María Luisa miraba desde su ventana cómo los Habsburgo-Lorena sacaban sus bienes del Palacio Pitti para enviarlos a Viena es porque es verdad. Ahí interviene una secta que me he inventado llamada los Palleschi, cuyos miembros intentar evitar el traslado a Viena de parte del tesoro de la familia. El escudo mediceo está compuesto por seis bolas, palle en italiano, y desde el Renacimiento el grito de guerra de los partidarios de los Medici era palle, palle, por lo que los seguidores de mi familia eran conocidos como los palleschi. P. Imagino que gracias a que Ana María Luisa legó al Gran Ducado de Toscana su colección de arte hoy existe Galería de los Uffizi, ¿no? R. Y no solo. Prácticamente todos los museos de Florencia y todos los museos de Toscana existen gracias a ella: la Galería de los Uffizi, pero también el Museo Bargello, el Museo de los Inocentes, el Palacio Medici Riccardi, el Museo del Opificio delle Pietre Dure, en la Capilla de los Medici, el palacio Pitti, el palacio Vecchio… Casi todo lo que se ve en esos museos procede de la donación que ella hizo a la ciudad. Sin Ana María Luisa Florencia hoy sería una ciudad muy bonita pero sin nada, porque todas sus obras de arte habrían sido trasladadas a Viena. P. Quizá es por eso por lo que siglos después de que la familia Medici llegara al poder en Florencia su nombre sigue siendo famoso y mantiene una estrecha vinculación con el mundo del arte, ¿no cree? R. Sí, el razonamiento que hizo Ana Maria Luisa fue justo ese. Ella se dio cuenta de que si repartía lo que tenía entre sus primos Medici, la colección de arte se dividiría y luego acabaría vendiéndose pieza a pieza, por lo que al final no quedaría nada y la gente acabaría olvidando a los Medici. Entendió que si la colección de arte seguía junta, la gente acudiría a verla y el nombre de nuestra familia permanecería en el tiempo, como así ha sido. Ana María Luisa además era muy consciente de que se podía transformar completamente una ciudad si te llevabas su colección de arte, porque eso era lo que había ocurrido cuando su abuela, Victoria della Rovere, se casó con Ferdinando II de Medici y se llevó de Urbino a Florencia como dote toda la colección de arte que los de los Della Rovere habían amasado durante generaciones. Urbino, que lo tenía todo, se quedó entonces sin nada. Y Ana Maria Luisa no quería que ocurriera eso, así que decidió dejar toda su colección de arte a la ciudad de Florencia y al estado toscano. P. ¿Y cuál es la parte actual de su nueva novela? R. La parte actual era necesaria para poder desarrollar el argumento, y vuelve a estar protagonizada por Ann Carrington, un personaje que ya salía en mis dos anteriores novelas ( Las cartas robadas y La palabra perdida). La trama actual empieza en Portugal, donde Ann Carrington compra en una subasta, por encargo de la universidad en la que trabaja, un libro del siglo XVIII sobre el famoso diamante de los Medici, El Fiorentino. Y, analizándolo, descubre que ese libro esconde un código secreto que intenta descifrar, sin conseguirlo. Intrigada y deseosa de descubrir el secreto, se lanza a una búsqueda que la lleva a cruzarse con varios personajes -algunos amigos, otros menos- y a viajar desde Portugal hasta Madrid y Florencia, donde las dos historias, la histórica y la actual, finalmente se cruzan. Porque la novela hace todo el tiempo referencia personajes y acontecimientos históricos que ocurrieron en realidad, así que aunque es una novela de ficción también es historia. Ser un Medici es una responsabilidad enorme. La gente espera que sepas todo de la historia del arte, que seas riquísimo y que hagas mecenazgo P. Usted es el último de los Medici, con usted se acabará esa familia. ¿Cómo lo lleva? R. Soy el último de mi rama, que era la rama primogénita, la más próxima al trono. Durante muchos años, ser el último Medici no ha significado nada para mí. Yo elegí no tener hijos, no tener descendientes fue una decisión que tomé siendo consciente de lo que representaba. Pero ahora que soy viejo me pregunto si no me habré equivocado, porque mi único hermano tampoco tiene hijos. P. ¿Ser un Medici es una responsabilidad muy grande? R. Sí, enorme. La gente espera siempre de ti que sepas todo del Renacimiento y de la historia del arte, que seas riquísimo y que hagas mecenazgo. No se imagina la de artistas que me escriben pidiéndome ayuda. Sí, es una gran responsabilidad ser un Medici. |
El último heredero de los Médici reveló que su familia vivió de incógnito en Argentina. Sin que nadie lo supiera, descendientes de los mecenas más famosos de la historia llegaron a Buenos Aires escapando del fascismo. Alejo Santander 01 Oct, 2017 "Esta noche los van a venir a buscar", le dijeron a Lorenzo de' Médici el día que abandonó Florencia. El régimen fascista de Benito Mussolini amenazaba a los descendientes de la familia de gobernadores y Papas, mecenas de artistas como Botticelli, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, y de científicos como Galileo Galilei. Esa madrugada huyeron con lo puesto y a escondidas, sin que nadie supiera, a un lugar seguro al otro lado del mundo: Buenos Aires. Lorenzo de Médici lleva el nombre de su padre y de uno de sus antepasados más famosos. Ese al que el pueblo de Florencia bautizó "El Magnífico" en el siglo XV y al que Nicolás Maquiavelo dedicó su libro "El Príncipe", escrito desde el destierro, tras ser encarcelado en la comunidad florentina de San Casciano por conspirar contra la familia. Ahora el último de los Médici, que acaba de cumplir 66 años, está en Portugal y aguarda sentado frente a su computadora para hablar por primera vez con un medio argentino sobre esa parte poco conocida de su historia, la que lo trajo hasta Latinoamérica siendo apenas un bebé. "Yo nací en 1951 en Milán porque mis padres querían que sus hijos nacieran en suelo italiano para tener la nacionalidad, porque a ellos les habían bloqueado el pasaporte", explicó Lorenzo, que llegó en enero de 1952 a Buenos Aires, junto a sus padres y su hermano mayor, Carlo, entonces de cuatro años. Dieciséis años antes, en 1936, su papá también llamado Lorenzo y su mamá, Irina Carrega Bertolini, habían llegado solos y en la más absoluta reserva a la Argentina, un país que no conocían. Lo hicieron escapando del régimen fascista de Benito Mussolini, perseguidos tras negarse a apoyar las llamadas "leyes raciales" que impulsaba el dictador italiano. Mussolini había dispuesto en 1926 el Real Decreto 1848, aplicable a cualquier persona que fuera considerada "una amenaza para el orden estatal o el orden público" y que habilitaba al "confinamiento" de opositores a pequeñas islas del Mar Meditaráneo. Las víctimas de esta residencia forzada fueron más de quince mil, entre ellos políticos y artistas como Antonio Gramsci o Cesare Pavese. Se calcula que 177 personas murieron durante esa estadía. "Una noche a mi padre le dijeron 'esta noche lo van a venir a buscar, yo les aconsejo irse' y se escapó esa misma noche", repasa Lorenzo en diálogo con Infobae, a más de 80 años de esa madrugada de fuga en la Toscana. Los Médici abandonaron Italia para radicarse en Buenos Aires, donde durante 19 años llevaron, dice, "una vida discreta" y sin ánimos de "fanfarronear" sobre su identidad. "Mis padres contaban poco, ellos se autoexiliaron eso hay que aclararlo, pero no deja de ser un exilio. Por esto es que no fueron muy felices durante sus años en Argentina", agrega. De esos años Lorenzo recuerda muy poco. Tenía 3 años y 8 meses cuando en mayo de 1955 la familia continuó con su exilio en Europa. "Nos fuimos a Suiza en el '55 cuando cayó Perón, era una cosa provisoria, pero luego lo provisorio dura mucho y viví ahí 28 años", explicó el hoy escritor, que luego pasaría 20 años viviendo en Sitges, cerca de Barcelona, en España, y quien actualmente está radicado en Portugal. Ser Lorenzo de Médici: "Ha sido una presión durante toda mi vida" En una Florencia que fue durante los siglos XV y XVI lo que París al siglo XIX o Nueva York al siglo XX, donde el Papa era la autoridad de Dios sobre la tierra, la figura máxima de la época, el hombre más poderoso del mundo, tres pontífices Médici pasaron por el Vaticano en menos de 100 años. Mecenas de los más grandes artistas, son considerados una de las dinastías más importantes de la historia de la humanidad. "Ha sido una presión constante durante toda mi vida. Cuando yo tenía 15 años estaba tan harto de ser señalado y que todos se interesaran por mí, me vinieran a saludar y a besar, que decidí vivir con el nombre de mi madre buscando un poco de paz", admite Lorenzo, quien sin embargo por responsabilidades que llegarían con la mayoría de edad, se vería forzado a recuperar años más tarde su verdadero nombre. "A mí los profesores me llamaban 'Don Lorenzo' y a los otros alumnos los llamaban por su apellido, entonces la clase me odiaba, era como ser un privilegiado. 'Vamos a ver qué tiene para decir Don Lorenzo de esto, o qué tiene para decir Don Lorenzo de aquello', entonces yo tenía todo el tiempo que saber", recuerda. "Nosotros somos educados como príncipes, la cosa más importante para nosotros es nuestra familia, nos enseñan desde el principio que nosotros somos diferentes y nos explican por qué somos diferentes y cómo tenemos que comportarnos", precisa sobre los pormenores de su educación, dentro y fuera de su casa durante su niñez. Durante muchos años Lorenzo y su hermano, Carlo, no cenaron con sus padres. Ambos debieron esperar a ser admitidos en la mesa y una vez allí no podían hablar si no se les hacía una pregunta. "Era impensable que nosotros diéramos un discurso", dice. Giovanni de' Médici fue quien en el 1400 abrió el camino a la familia. Partió de la pobreza rural, creció a través de la prudencia económica y la venta de arte, llegando a fundar el Banco Médici en la parte de atrás de un comercio de lanas, donde comenzó a dar préstamos a pequeña escala. Hasta ese negocio llegó un día Baltassare Cossa, un militar ambicioso con aspiraciones de escalar dentro de la Iglesia, el máximo epicentro de poder de la época. Giovanni fue su mecenas y financió todo su ascenso eclesiástico. Primero fue sacerdote, luego pasó a Cardenal y en 1410 fue elegido Papa como Juan XXIII. Entre las primeras cosas que hizo el nuevo pontífice, estuvo la de nombrar al Banco Médici como la banca del Vaticano, "Los banqueros de Dios". Fue el comienzo de una era. Años más tarde otra organización, también nacida en Italia pero con peor reputación, imitaría la estructura. Familias controlando territorios, facilitando, codeándose con las más altas esferas, intercambiando favores a cambio de fidelidades, de corresponder el gesto llegado el momento, dispuestos a todo para mantener su poder y a enfrentarse hasta las últimas consecuencias con quien quisiera disputarlo. Serían conocidos como la cosa nostra, la mafia. "En el papado siempre se ha elegido el Papa comprando los votos", aclara Lorenzo, que ha estudiado a fondo la historia desde un lugar privilegiado, y trae el ejemplo de León X, el primer Papa Médici, quien logró acceder a ese lugar no sólo a través del dinero, sino también del engaño: "Llegó a través de un truco. Se hizo pasar por enfermo, los otros cardenales le creyeron, aceptaron la paga y pensaron que no duraría mucho. Una vez que lo eligieron él dijo: 'Dios nos ha dado esto, tenemos que aprovecharlo". Y lo hizo. En 2001 Lorenzo, tras la propuesta de un editor amigo decidió escribir Los Médici, nuestra historia (Plaza y Janés), un ensayo sobre su familia contado desde el interior mismo de la dinastía. El libro, que se editó en varios idiomas y hoy se puede conseguir en Amazon a 3.90 dólares en su versión digital, tuvo un éxito inmediato y le abrió paso a su carrera como escritor histórico y de novelas. Él dice tener un gusto especial por las vidas de sus antepasados menos conocidos. La historia de la familia Médici esta plagada de conspiraciones, asesinatos y luchas intestinas. Dieron al mundo entero una nueva noción de estrategia política e inclusive su mecenazgo, la financiación de artistas como Donnatello, Miguel Ánel o Leonardo, el encargo de las obras más grandes del mundo hasta nuestros días, ser artífices del primer Renacimiento, fueron parte de un plan quirúrgico que iba mucho más allá del gusto por la belleza estética o la cultura. Fue una búsqueda de poder. El último de una familia con 600 años de historia El año pasado se estrenó la producción italo-británica "Medici: masters of Florence", protagonizada por Richard Madden (Robb Stark en Game of Thrones) en el papel de Cósimo de Médici, hijo de Giovanni, quien es interpretado en la serie por el actor estadounidense Dustin Hoffman (El Graduado, Rain Man). Cundo en un spot de la serie les pidieron a los actores del staff que definieran en una sola palabra la historia que les tocaba interpretar, entre las que aparecieron estuvieron: "familia" y "arte", "oro", "dinero", "poder", pero también "conspiración", "corrupción", "odio", "muerte" y "sangre". No es casual que Maquiavelo haya escrito "El Príncipe" inspirándose en Lorenzo "El Magnífico", tras haber sido desterrado por los Médici en 1513. La que si bien no es su mejor producción, nadie duda que es la más conocida. Tal fue el impacto de la obra que inclusive dio origen al término "maquiavélico", que continúa hasta nuestros días siendo sinónimo de conductas inmorales, negativas o especulativas para la sociedad. "Nos tratan mucho de maquiavélicos, en la serie televisiva nos muestran como intrigantes y asesinos, pero no creo que lo hayamos sido más que otras familias de la época", subraya Lorenzo, último heredero y que no tiene planes de dejar descendencia. Con él desaparecerán Los Médici. "Es un reproche que me han hecho en los últimos 20 años", deja saber. Ni él, ni su hermano Carlo, hoy de 70, tuvieron hijos. La primera esposa de Lorenzo perdió un embarazo, y luego "se ha dado así la vida", dice él. "Si en los áultimos 600 años se ha hablado de nosotros, se hablará otros 500 años con o sin descendencia", suma con una sonrisa y una despreocupación que parece ser sincera. Ante la pregunta fantasiosa de cómo cree que hubiera sido criando a un nuevo heredero, se toma unos segundos y responde: "Yo no me quejo de la educación que he recibido y a posteriori es una muy buena educación. Yo creo que hubiera usado el mismo sistema que usaron conmigo. Hubiera enseñado a mis hijos lo que significa ser diferentes, sin serlo". |








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