—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

miércoles, 10 de octubre de 2012

153.-Antepasados del rey de España: Juana III de Albret Reina de Navarra.-a


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda ; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; 

Aldo  Ahumada Chu Han 


Jeanne d'Albret, llamada en lengua española Juana de Albret, que reinó con el nombre de Juana III de Navarra (Saint-Germain-en-Laye, 7 de enero de 1528- París, 9 de junio de 1572) fue reina de Navarra en Baja Navarra​ con el nombre de Juana III de Navarra, condesa de Foix y Bigorra, vizcondesa de Bearne, Marsan, Tartás, y duquesa de Albret.

Biografía

Juana nació el 7 de enero de 1528 en Saint-Germain-en-Laye. Era la hija única de Enrique II de Navarra y de Margarita de Francia. Se crio en París, en la corte del rey Francisco I de Francia, su tío.
Su tío Francisco la casó en 1541 con el duque Guillermo V de Cléveris, cuando apenas tenía trece años. De esta unión no hubo descendencia. En 1546 el matrimonio fue anulado.
Tras la muerte de Francisco y el ascenso al trono de Enrique II, su matrimonio fue de nuevo concertado. Así, el 20 de octubre de 1548 se casó en Moulins con Antonio de Borbón (1518-1562), hijo de Carlos de Borbón (1489-1537), duque de Vendôme, y de Francisca de Alençon, el cual se convertiría en heredero al trono de Francia si se extinguía la reinante casa de Valois. Tuvieron cinco hijos:

Enrique de Navarra, infante (1551-1553), duque de Beaumont;
Enrique III de Navarra (1553-1610), rey de Navarra y, posteriormente, rey de Francia con el nombre de Enrique IV;
Luis Carlos de Navarra, infante (1555-1557), conde de Marles;
Magdalena de Navarra, infanta (1556);
Catalina de Borbón (1559-1604), duquesa de Albret, condesa de Armañac y Rodes, casada en 1599 con el duque Enrique II de Lorena.

La cuestión religiosa

En 1555 murió su padre y ella hereda el reino de Navarra y demás posesiones. En 1560 se convierte al protestantismo e introduce la Reforma en Navarra y Bearne. Por una orden promulgada el 19 de julio de 1561, impone el calvinismo en sus Estados. Los dos hijos que le quedan son educados conforme a las ideas religiosas de su madre. En ese mismo año Antonio de Borbón y su hermano Luis I de Borbón, así como el príncipe de Condé, llegan a París para asistir a los Estados Generales en los que se discutirían las denuncias de los protestantes del reino.

Primera guerra

Condé fue detenido el 31 de octubre de 1560 y condenado a muerte, iniciándose un conflicto que estallaría con virulencia tras la matanza de los protestantes de Passy el 1 de marzo de 1562. Los confederados protestantes (Eidgenosse, en alemán confederado, de donde deriva hugonotes) pasan a la ofensiva y reciben ayuda de Alemania y de Inglaterra (a cambio de la cesión de El Havre) el 20 de septiembre de 1562. Condé se encuentra en Dreux y Antonio de Borbón en Ruan, donde fue apresado y asesinado el 10 de noviembre de 1562. La paz de Amboise de 12 de marzo de 1563 puso fin a la primera guerra de religión en Francia, en la cual no participaron Navarra ni Béarn como Estados (ni Foix ni los vizcondados menores).

Segunda guerra

La matanza de católicos en Nimes (1567) fue el detonante de la segunda guerra. En 1568 Carlos IX de Francia ordenó la confiscación de sus Estados, y en Bearne se rebelaron los católicos dirigidos por Terride tomando el poder, mientras que en otros lugares lo hacían las tropas reales. Juana de Albret encabeza el movimiento protestante y encomienda a su hijo (de 15 años) que intervenga en la sede de La Rochelle. La paz de Longiumeau del 23 de marzo de 1568 puso fin a esta segunda guerra, pero rápidamente se iniciaría la tercera.

Tercera guerra

El 12 de marzo de 1569 se produce la batalla de Jarnac, en la cual muere el líder político-militar protestante, Condé, y el hijo de Juana Enrique de Navarra fue designado nuevo jefe político en tanto que la dirección militar quedaba en manos de Coligny. Juana administra La Rochelle en todos los sentidos, con excepción de los asuntos militares. Controla la comunicación con los príncipes extranjeros aliados intentando mantener la alianza, especialmente tras la muerte de Condé en marzo de 1569. Contrariamente a las previsiones, el partido hugonote se mantiene firme, incluso después de la derrota de Moncontour. Juana no se rinde, en agosto de 1569 recupera sus Estados con la llegada de las fuerzas del duque Francisco de Montmorency. A fines de 1570 debe acceder a negociar ante la voluntad de sus correligionarios y el 8 de agosto de 1570 se firma la paz de Saint-Germain en Laye. Los católicos no tendrán ningún derecho: cultos prohibidos y expulsión de los clérigos (1570). Se va de La Rochelle en 1571 para regresar a sus dominios. Protesta contra la mala aplicación de la Paz de Saint-Germain.

Acuerdo matrimonial

Juana de Albret volverá a emprender largas negociaciones en París para casar a su hijo, el futuro Enrique IV, con Margarita de Francia, la tercera hija de Catalina de Médicis. Sin embargo, deberá aceptar una condición: Margarita de Francia no se convertirá al protestantismo. El matrimonio se celebró el 18 de agosto de 1572, pero Juana III de Albret no podrá asistir al mismo, ya que muere el 9 de junio de 1572. Según los rumores, habría sido asesinada por órdenes de Catalina de Médicis.

La Reforma en la Baja Navarra

Pese a decretar la libertad religiosa en su Reino en el que la Iglesia Católico-Romana pudo compartir incluso templo con los protestantes en el horario que dispusiera la autoridad civil, la licencia papal a sus súbditos para la desobediencia y ocupación de cualquier territorio gobernado por una reina excomulgada como signo de obediencia al Papa, hicieron imposible la convivencia y finalizó con la prohibición de la religión papal en el Reino de Navarra. Tras la muerte de Antonio de Borbón, en 1562, Juana promulgó una serie de medidas destinadas a implantar la Reforma de Bearne: la publicación de un catecismo de Juan Calvino en bearnés (1563); la fundación de una academia protestante en Orthez (1566); la redacción de nuevas Ordenanzas eclesiásticas (1566-1571); la traducción del Nuevo Testamento al vasco por Joannes Leizarraga (1571); y la traducción al bearnés del Psautier de Marot, por Arnaud de Salette (1568). En 1571 la fe reformada (calvinista) fue oficializada en Bearne y Baja Navarra como religión estatal.


Títulos 
Por nacimiento

Reina de Navarra (1555-1572)
Duquesa de Albret (1555-1572)
Condesa de Limoges (1555- 1572)
Condesa de Foix (1555-1572)
Condesa de Armañac (1555-1572)
Condesa de Bigorra (1555-1572)
Condesa de Périgord (1555-1572)
Vizcondesa de Bearne (1555-1572)
Vizcondesa de Marlan
Vizcondesa de Tartás (1555-1572)

Por matrimonio

Duquesa de Borbón (1548-1562)
Duquesa de Vendôme (1550-1562)
Condesa de Beaumont (1550-1562)
Condesa de Marle (1548-1562)
Condesa de Soissons (1550-1562)
Juana de Albret, reina de Navarra


No pidas a una mujer el imposible. Es capaz de darlo” -Valeriu Butulescu

La vida de esta mujer estuvo marcada por la política, especialmente religiosa. Nacida en el año 1528, hija de otra gran mujer existente en la historia del Estado de Navarra, Margarita de Valois, nacida en Angulema y conocida como Margarita de Navarra. A Margarita se puede consideran, sin ninguna duda, como la mujer que impulsó el Navarrismo, con bases profundas bases humanistas, desde la corte del Reino de Navarra existente en Pau y como centro humanista en Nerac.
La corte española le llamó de forma despectiva oveja, la cual había nacido de una vaca, metáfora despectiva en referencia a su gran madre, Margarita de Navarra, haciendo con ello una reseña al escudo del Vizcondado del Bearne, formado por dos vacas pirenaicas, el cual estaba incorporado al Reino de Navarra, desde que lo ordenaran los soberanos navarros, Catalina I Foix y Juan III de Albret desde 1494.
Su tío Francisco I de Francia, antiguo aliado del Reino de Navarra, aprovechó una visita de la joven Princesa de Viana a la corte francesa, para retenerla en Paris, para que así no se contaminara con el nuevo veneno navarrista y obligándola a ser educada a la francesa. La indignación de su madre, digna de poseer la famosa frase de Goethe, el eterno femenino nos impulsa hacia arriba, junto a la indignación de las cortes navarras de Pau, realmente no sirvieron para que la joven princesa pirenaica, retornara al Reino de Navarra.
Por suerte para Navarra, su madre Margarita se las apañó para que contará con un poeta humanista, Nicolás Boubon, como un de sus tutores, el cual le introdujo en los estudios de los clásicos y de los renacentistas italianos. El rey de Francia prohibió que se le enseñara la lengua bearnesa y el euskara, al ser consideras, ya entonces por los franceses, como lenguas de campesinos.
Cuando apenas contaba trece años, sin el consentimiento de la propia Juana y menos aún de los reyes de Navarra, Margarita y Enrique II, ni que decir tiene que tampoco de las Cortes de Navarra, su tío Francisco I de Francia, le casa con un noble francés, Guillermo de Cleves. Tras esta imposición por parte del monarca francés, Juana volvió al Reino de Navarra, recibiendo una bienvenida apoteósica a su entrada en Pau.
Juana continuó con el lema de su madre Margarita, Navarrismo integral, y finalmente hizo valer sus derechos de elegir marido, sueño de toda mujer de su época, consiguiendo la nulidad para su matrimonio con el duque de Cleves, forzado desde el incipiente imperio francés e incluso, por parte de Pablo III, emperador de Roma, sumado a imposibilidad trato matrimonial, propuesto por su madre, con el hijo del emperador Carlos I de España, su futuro enemigo Felipe II.
Así, Juana de Albret, Princesa de Viana, contrae matrimonio con su enamorado Antonio de Borbón, duque de Vedôme, en el año 1548, un matrimonio bien visto por el nuevo monarca francés, Enrique II. Como contrapartida Carlos I de España, hizo coronar por sus cortes imperiales, a su hijo, como rey de Navarra en la ocupada Iruñea.

Juana fue una mujer de gran talento, extraordinaria cultura, firme carácter, inquebrantables energías, elevadas ideas y bondadosos sentimientos, accediendo al trono del Reino de Navarra en el año 1555, tras la muerte de su padre, Enrique II de Navarra, llamado el Sangüesino.
La reina Juana III junto a su amante marido, Antonio de Borbón, continúa reclamando la restitución de las tierras al sur de Pirineo, las cuales permanecían ocupadas por tropas españolas. Incluso la reina de Navarra llegó a presentarse junto a su marido y varios caballeros navarros, en la frontera que habían impuesto los españoles, los cuales niegan el paso al séquito real navarro.
La reina de Navarra realizó la modernización de los castillos medievales del Reino pirenaico, siendo el más significativo el de Bidache, de la familia Agramont. Antonio de Agramont había acogido a Juana y Antonio desde el primer momento que mostraron su enamoramiento, lo que le valió que sería nombrado por Juana III de Navarra como Lugarteniente General de todas las tierras del Reino de Navarra, incluidas Bearn, Foix, Bigorre, Albret, Gabardan y Nebouzan.

Antes de introducir realmente la Reforma protestante en el Reino Pirenaico, la reina de Navarra junto a su marido, enviaron una carta de adhesión al nuevo papa Pío IV, con la cual buscaban principalmente, la restauración de todas las tierras ocupadas por los españoles.. Ante la negativa vaticana, por orden de Juana III de Navarra, el calvinismo fue divulgado en el Reino Pirenaico un año después, e incluso el propio Príncipe de Viana junto a con su hermana, fueron educados conforme a las nuevas creencias religiosas de Juana III de Navarra, teniendo incluso como institutor a Antonio del Corro, reputado reformador y exiliado español.
Al igual que durante el reinado de su madre la reina Margarita de Navarra, la Corte de Navarra fue un lugar de hospitalario para humanistas, renacentistas y reformadores, estos últimos especialmente.
Juana III de Navarra, a parte de ser una gran defensora de la legitimidad histórica de Navarra, fue también una devota protestante y por ello se embarcó en las denominadas guerras de religión, sin que la primera de ellas, llegue a afectar al Reino Pirenaico. Las inquisiciones española y francesa, realizaron un sumario de herejía contra la reina de Navarra, exigiendo que Juana de Albret sea quemada en la hoguera, contando con la colaboración de los jesuitas.
Por ello, Juana III de Navarra, se opuso firmemente a que jesuitas e inquisidores, provenientes del Reino de España, se establecieran en el Estado navarro, conocedora de sus oscuros planes y de las atrocidades sobrellevadas por los navarros que sufrían la ocupación española al sur del Pirineo.
Juana III de Navarra ordenó la traducción del nuevo testamento al euskara en el año 1571, siendo Joannes de Lizarraga el delegado para esta misión, intentando con ello que la palabra de Dios fuera accesible al pueblo de Reino de Navarra. Esto le valió la enemistad, aún mayor si cabe, de los reinos de España, Francia y Roma.
El emperador de Roma, Pío IV, exigió a la reina de Navarra que se personara en Roma, con el pretexto de dar explicaciones por utilizar el Euskara en detrimento del latín. Realmente fue una nueva artimaña organizada junto a su aliado el emperador español, buscando capturar a la reina de Navarra y así, ser llevada al fin a la hoguera, por la terrible inquisición española.
También tuvo que combatir al señor de Luxe, miembro de la familia de los Beaumont, partidarios de España, el cual contó con el apoyó militar de los clérigos católicos que estaban en el Reino Pirenaico y de tropas imperiales españolas. El señor de Luxe se había alzado contra la reina de Navarra durante las guerras de religión, con el pretexto defender la religión católica. Una vez más, una reina de Navarra contó con el mejor aliado del Reino, el señor de Agramont, que había aceptado la Reforma, al igual que la soberana navarra.
Escudo de reina

Tras innumerables combates la reina Juana III de Navarra otorga el perdón a los rebeldes, proclamando la libertad de conciencia mediante el Manifiesto de los Gentileshombres y del pueblo de Navarra. Pese a todo, las guerras de religión continuaron afectando al Reino Pirenaico, lo cual no impidió que la religión católica permaneciera en el mismo, gracias sobretodo al ejercicio de libertad y tolerancia que promovía la reina Juana III, la cual seguía el consejo en la Corte celebrada en La Rochelle, firmando una demanda de libre culto religioso, realizada en el año 1571 por los Estados de Navarra.
La reina Juana III de Navarra buscó una paz duradera con el reino cristiano de Francia, promoviendo un matrimonio entre el príncipe de Viana y Margarita de Valois, hermana del rey francés Carlos IX, a lo que en un principio se opuso el joven Enrique, Príncipe de Navarra. En 1572 la reina de Navarra fue envenenada en París, por mandato de su archienemiga la católica Catalina de Médicis, madre de la futura mujer de Enrique III de Navarra.


 
Juana III de Albret. Saint Germain-en-Laye (Francia), 16.XI.1528 – París (Francia), 9.VI.1572. Reina de Navarra.

Juana de Albret fue hija y heredera de Enrique II, rey de Navarra (1517-1555), y de Margarita de Valois.

Sus padres habían reunido extensos estados, principalmente en el sudoeste de Francia y en el Pirineo Centro-Occidental, fronterizos con España.

Entre ellos, destacaban dos, por los que se consideraban Soberanos: el reino de Navarra y el vizcondado de Béarn; sin embargo, como condes de Bigorra, Armagnac, Perigord, Rodez y Foix, vizcondes de Marsan, Nebuzan y Limoges, señores de Albret y de la tierra de Domezan, entre otros señoríos, prestaban homenaje al rey francés. El propio Francisco I había promovido en 1527 la boda de su hermana Margarita con un “roi de Navarre” que prácticamente había sido despojado de su reino en una larga guerra con los soberanos de España. En 1512, Fernando el Católico conquistó toda Navarra, que se extendía desigualmente por ambas vertientes del Pirineo: la porción meridional o “española” era casi diez veces más extensa, y mucho más rica y populosa, que la llamada “Tierra de ultrapuertos” o “Tierra de vascos” (apenas 1.200 kilómetros cuadrados). Pero Carlos I decidió de facto renunciar a la porción septentrional, abandonando la guarnición de San Juan de Pie de Puerto, lo que permitió a Enrique II de Albret-Foix titularse “roi de Navarre”.
La disputa por Navarra, en el contexto de las guerras hispano-francesas hasta 1559, y el despliegue de la Reforma en Francia condicionaron la vida de Juana desde sus primeros años. Nació en uno de los numerosos castillos-residencia de su tío, el rey Francisco I, y se crió como una princesa bajo la atenta tutela de la señora viuda de Silly y de su tía Isabel de Albret, duquesa de Rohan. Durante sus diez primeros años permaneció casi aislada en un pequeño castillo de Normandía (Lonray); y cuando empezó a negociarse su matrimonio, el Rey quiso tenerla cerca de la Corte, en Plesis-les-Tours, de la que no salió hasta los veinte años, ya casada. Sus padres, sin otros hijos que llegaran a edad de madurez, carecían de una capital donde residir más o menos establemente. Como era habitual entonces, Juana apenas convivió con ellos. Su madre desempeñó un papel político, religioso y cultural de primer orden en la Corte de su hermano, que la absorbió por completo. Y con su padre, el rey de Navarra, no tuvo buenas relaciones. Juana se crió bajo estrecha custodia y creció casi como un rehén, lo que forjó en ella un carácter duro. A su natural inteligencia y esmerada formación humanista, se sumaron una energía impropia de su frágil salud, y una habilidad y una constancia política que le otorgaron un papel sobresaliente en los conflictos internos de Francia, sobre todo desde su viudedad en 1562.

Los reyes de Francia decidieron sus matrimonios, que consideraron una prioritaria cuestión de estado. En definitiva, Francisco I y Enrique II de Francia procuraron asegurarse una vinculación estrecha con la casa de Navarra, casando a sus reyes con miembros inmediatos de su familia. A la postre, esta política dio sus frutos y un hijo de Juana de Albret, Enrique III de Borbón, “roi de Navarre” (1572-1610), ocupó el trono de Francia desde 1589. Por su parte, también Carlos I y Felipe II trataron de atraer a su órbita a la casa de Navarra por un doble motivo. Principalmente, porque querían así debilitar a su rival, pero también porque pretendían revalidar sus títulos sobre la porción de Navarra que gobernaban. En sus tratos con Enrique II de Albret, a cambio de la boda de Juana con quien sería Felipe II o de otra alianza familiar, ofrecieron, bien la devolución de la Navarra meridional, bien una compensación equivalente. En todos estos tratos diplomáticos, la princesa Juana nada tuvo que decir, y su padre tropezó con la oposición del rey de Francia cada vez que negoció una boda “española”.

Hacia 1540 se rompieron las primeras negociaciones matrimoniales en torno a Juana de Albret. Carlos V proponía una doble boda hispano-francesa que zanjara las disputas territoriales: Felipe casaría con Juana de Albret (aportando Navarra y sus rentas desde la conquista), y María de Austria, su hermana, con el duque de Orleans, hijo de Francisco I (con la renuncia a Borgoña y a otros derechos en los Países Bajos).

El rey de Francia, sin embargo, prefirió forzar la boda de Juana con su aliado el duque de Clèves, con la condición de que no se consumara el matrimonio.

Las negociaciones se reanudaron en 1545, con un Felipe viudo de Manuela de Portugal, aunque ya con un hijo. Enrique II de Navarra obtuvo entonces el reconocimiento de la nulidad del anterior matrimonio de Juana y volvió a promover un matrimonio español que posibilitara la reunificación del reino de sus padres.

Carlos V no lo veía con malos ojos y, en las Instrucciones de Augsburgo del 18 de enero de 1548, recomendó a su heredero que eligiera una nueva esposa: bien una princesa de Francia a cambio de la restitución de Saboya, bien la princesa de Albret “con tanto que se tratase de manera que se quitase la diferencia y pretensión sobre el reino de Navarra y con medios convenientes”. El problema, como siempre, sería la oposición del rey de Francia: “Que se pudiese sacar la dicha princesa de Francia, porque aunque los franceses tuviesen de esto sentimiento, habiendo la cosa hecha, verosímilmente es de creer que lo disimularán por os ver más fuerte con lo que tiene el señor de Albret”. Todo se frustró, esta vez definitivamente, y Juana de Albret casó con Antonio de Borbón, duque de Vendôme (1548). Era el primogénito de una poderosa casa por cuyas venas corría sangre real, la más inmediata en el orden sucesorio a la Valois reinante.

A la muerte de Enrique II de Navarra (1555), Antonio y Juana III fueron jurados reyes de Navarra y se proclamaron soberanos de Béarn. El duque de Vendôme, como su suegro antes que él, trabajó por hacer efectiva la reunificación de Navarra, para lo que redobló los esfuerzos diplomáticos. Éstos fueron especialmente intensos durante los años 1558 a 1562, aprovechando las circunstancias favorables de la negociación de una paz general hispano-francesa y los problemas internos de la Monarquía de Francia, bajo las minorías regias y con las primeras tensiones religiosas.

En 1558, en la abadía de Cercamp, se reunieron las delegaciones de los reyes de Francia, Inglaterra y España para preparar una paz general. La devolución del reino de Navarra, ocupado ilegítimamente en 1512 por Fernando el Católico y “retenido” por Carlos I, fue vigorosamente reclamada por Jean Jacques de Mesmes, señor de Roissy, en nombre de los reyes Antonio de Borbón y Juana III de Albret. Aunque Enrique II de Francia la apoyaba, sus intereses prioritarios eran otros y los Reyes implicados tenían otras reclamaciones más urgentes. Al final, en la paz de Cateau- Cambrésis (1559) el de Francia devolvió Calais al de Inglaterra y Saboya al duque Manuel Filiberto (protegido por el de España), y retuvo los obispados de Metz, Toul y Verdun en Lorena que le reclamaba el emperador Fernando I. Nada se decidió sobre Navarra.

Antonio de Borbón y Juana III de Albret entendieron que se había postergado su justa reivindicación, que era idéntica a la del duque de Saboya, por animadversión de los propios delegados franceses, en concreto del condestable de Montmorency. La muerte de Enrique II abrió en Francia un período de inestabilidad en el trono, con ocasión de las minorías de Francisco II y de Carlos IX bajo la regencia de su madre, Catalina de Médicis. La división de la nobleza enfrentada por el poder propició la difusión de la reforma en su versión calvinista. En su rivalidad contra los Guisa católicos, Antonio de Borbón exploró la posibilidad de encabezar a los “hugonotes” protestantes para hacerse con el poder y, como príncipe de sangre real, incluso ocupar la regencia.

No parece que Juana III compartiera en tal medida las ambiciones políticas de su marido, del que se distanció notoriamente en estos años finales de su vida. La Reina se centró, más bien, en las cuestiones religiosas hasta convertirse en uno de los adalides de la Reforma en Francia, pero apoyó la exigencia de devolución de Navarra, o de una justa compensación equivalente con otro reino. Cuando Antonio de Borbón vio perdida la oportunidad de Cateau-Cambrésis, se dirigió directamente a Felipe II por mediación de Pedro de Albret, tío de su mujer. Pero al rey de España, que consultó con el Consejo de Estado la posibilidad de compensarle con el reino de Cerdeña u otro equivalente, no le urgía solucionar una cuestión tan delicada. Se avino inicialmente a tantear el asunto, aunque luego se negó a recibir una embajada formal, probablemente porque nunca pensó que pudiera, ni debiera, devolver Navarra.

Pero le convenía mantener una buena relación con Antonio de Borbón, que vacilaba entre el bando católico y el hugonote, y por eso los contactos se mantuvieron hasta su muerte en 1562.

Algo parecido puede decirse de Pío IV, que en 1560 aceptó el juramento de fidelidad de Antonio y Juana III con el título de “reyes de Navarra” en una ceremonia solemne en el salón de reyes en Roma.

Las protestas formales del embajador de Felipe II, que también se titulaba “rey de Navarra”, obligaron al Papa a precisar que debía entenderse sin perjuicio de los derechos del rey de España. Cuando murió Antonio de Borbón, su viuda no volvió a tratar este asunto, pero sí sus descendientes, que mantuvieron vivo un peculiar irredentismo navarrista.

Margarita de Valois (1492-1549) había confiado la educación de Juana a un destacado humanista, Nicolás de Bourbon. En la línea de Erasmo y de Lefèbre d’Etaples, quería una profunda reforma de la Iglesia bajo la dirección de Roma, pero fue perseguido y hubo de exiliarse unos años a la Corte de Ana Bolena. Juana creció en el ambiente de tensiones personales y políticas por motivos de religión que caracterizaron a Francia desde 1534. No conoció la apertura optimista y confiada que auspició su madre en la Corte de Nerac. Allí habían confluido humanistas del círculo de Meaux, como Briçonnet, Lefèvre d’Etaples, Marot y otros, con filósofos neoplatónicos y otros grupos difíciles de clasificar, como los “Libertinos espirituales”. Incluso el reformador francés Juan Calvino pasó momentáneamente antes de instalarse definitivamente en Ginebra.

Desde su adolescencia, Juana experimentó que en cuestiones de religión había que proceder con precaución, lo que casaba muy bien con su naturaleza suspicaz.

A la muerte de su madre, Juana era una princesa —según palabras del emperador Carlos V— “de buena disposición, virtudes, cuerda y bien criada”.

Casada con Antonio de Borbón, tuvo cinco hijos, de los que sólo sobrevivieron Enrique, el heredero (1553-1610), y Catalina. Todo indica que su descubrimiento de la “verdadera religión reformada” y su profunda hostilidad hacia las “supersticiones papistas” fraguaron y se manifestaron rápidamente durante los años 1550. En esta década, los obispos de Oloron, Gerardo Roussel y Claudio Regin, y los de Lescar, Santiago de Foix y Louis de Albret, introdujeron o toleraron las nuevas ideas. Los nuevos reyes de Navarra, desde 1555, protegieron la predicación del dominico Enrique de Barran en Pau, y del agustino Pedro David en Lescar, que pasan por ser los introductores de la Reforma. En 1557 y 1558 Antonio y Juana III participaron en alguna Santa Cena “al estilo de Ginebra”, lo que les valió la reconvención del rey Enrique II de Francia y del cardenal Jorge de Armagnac.

Por entonces se aprobó, en el primer Sínodo de París (1559), la Confesión de Fe y la Disciplina de la Iglesia de Francia. Probablemente la aproximación de Antonio de Borbón a la causa calvinista se debiera más a intereses políticos: despecho por su marginación del poder en la Corte y su fracaso en la recuperación de Navarra, y ambición de acceder a la regencia.

De hecho, murió en el cerco de Rouen después de haber vuelto al seno de la Iglesia Católica. Sin embargo, la actitud de Juana responde a una inquietud espiritual más sincera, aunque también condicionada por la prudencia política, de modo que no se manifiesta abiertamente hasta 1560.

El pastor protestante Nicolás Bordenave, historiador oficial de la casa de Navarra, precisó el momento de la conversión pública de Juana III: “El año 1560, en la Cena de Navidad, la reina Juana abjuró en Pau de la religión romana e ingresó en la Reforma, después de haber hecho profesión pública de su fe y tomar el sacramento de la Santa Cena, según la forma de la dicha iglesia”. Pero sus relaciones y su correspondencia con Calvino habían sido intensas desde 1557, en que recibió al pastor Francçois Boisnormand enviado desde Ginebra. En 1560 acudió Teodoro de Beza, porque los reyes de Navarra parecían la punta de lanza que pudiera favorecer el triunfo de la Reforma en Francia.

La organización del Sínodo de 1563, la traducción del Nuevo Testamento al vascuence (Joanes de Lizarraga, 1571) y al bearnés (Armand de Salette), y la elaboración de unas Ordenanzas Eclesiásticas (1566) fueron promovidas personalmente por la reina Juana, ya viuda. En todo ello actuó en estrecho contacto con Ginebra: “Os ruego que me comuniquéis cómo debo actuar a fin de abolir la idolatría de la religión”, escribió a Teodoro de Beza en 1566. Pero la imposición de la nueva disciplina suscitó, como en otros lugares, fuertes resistencias, principalmente entre los navarros de Ultrapuertos que veían con suspicacia el predominio de los bearneses. En 1567, estalló una gran sublevación, acaudillada por la nobleza navarra (Carlos de Luxa, los señores de Domezáin, de Armendáriz, de Echauz, etc.), que pidieron apoyo a Felipe II de España.

Se trataba de defender la religión, pero también ciertos privilegios, costumbres y libertades locales.

La revuelta enlazó con la primera guerra de religión en Francia, y Juana tuvo que aplastarla por la fuerza de las armas en 1569. Los católicos se refugiaron en la Navarra española, aunque no consiguieron implicar a Felipe II en su causa.

La reina de Navarra se convirtió, junto con Condé y Coligny, en uno de los líderes del bando hugonote.

El rey Carlos IX, para frenar su ascenso, confiscó los dominios de Juana III, lo que dio pie a la tercera guerra entre católicos y protestantes, finalizada en la Paz de Saint-Germain (1570). Para favorecer la reconciliación entre los diversos grupos aristocráticos de católicos y calvinistas, se estipuló el matrimonio de Enrique de Borbón y Margarita de Valois. El heredero de Navarra había sido educado por su madre en la religión reformada y, después de la muerte de su tío, el príncipe de Condé se convirtió en su líder natural.

Aunque Juana III no lo veía con buenos ojos, accedió al enlace y viajó hasta París. Pero se sintió repentinamente enferma y falleció el 9 de junio, sin llegar a asistir a la boda de su hijo y sin conocer la matanza de la Noche de San Bartolomé el 24 de agosto de 1572 con que la regente Catalina pensó eliminar a los hugonotes.

 

Bibl.: A. de Ruble, Le mariage de Jeanne d’Albret, Paris, Adolphe Labitte, 1877; Antoine de Bourbon et Jeanne d’Albret, Paris, Adolphe Labitte, 1881-1886, 4 vols.; Jeanne d’Albret et la guerre civile, Paris, E. Paul et Fils et Guillemin, 1897; V. Dubarat, Le Protestantisme en Béarn et au Pays Basque, Pau, 1900-1902, 2 vols.; T. Domínguez Arévalo, Austrias y Albrets ante la incorporación de Navarra a Castilla, Pamplona, Aramburu, 1944; N. L. Roelker, Queen of Navarre, Jeanne d’Albret, 1528-1572, Cambridge Mass., Harvard, 1968; R. J. Knecht, Francis I, Cambridge, Universidad, 1982; D. Crouzet, Les guerriers de Dieu. La violence au temps des troubles de religion (vers 1525-vers 1610), Paris, Seysell, 1990, 2 vols.; A. Floristán, La Monarquía española y el gobierno del Reino de Navarra (1512-1808), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1991; J. M.ª O laizola, Historia del protestantismo en el País Vasco, Pamplona, Pamiela, 1993; A. Jouanna, La France du XVI siècle, 1483-1598, Paris, PUF, 1996.

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