Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes; Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez; Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo Price Toro; Julio César Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Hernandez Jara; Demetrio Protopsaltis Palma;
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Reina Isabel I de Castilla. |
Isabel I. La Católica. Madrigal de las Altas Torres (Ávila), 22.IV.1451 – Medina del Campo (Valladolid), 26.XI.1504. Reina de Castilla. Hija del rey Juan II de Castilla y de su segunda esposa —Isabel de Avís—, que pertenecía a la Casa de Braganza, nació en la tarde del Jueves Santo de 1451 en la residencia aneja al convento de Madrigal; su padre estaba ausente, por lo que hubo que enviarle un correo para comunicar la feliz noticia. Apenas pudo llegar a conocerlo, ya que el Rey falleció en 1453. En su testamento, Isabel ocupaba el tercer lugar en la sucesión, después de sus hermanos varones, Enrique IV y Alfonso, que llegaría a titularse rey durante una de las graves revueltas. La infanta creció alta, rubia, como su bisabuela Felipa de Lancaster, de tez blanca, lechosa, dulce en su apariencia y en el trato con las personas aunque, según todos los testimonios, se hallaba dotada de extraordinaria inteligencia y energía. Destacaba especialmente la intuición que le permitía desenvolverse con acierto en medio de problemas muy complejos que a lo largo de su vida surgieron. Sin embargo, fue la piedad religiosa la nota más destacada de su carácter. Algunas decisiones que hoy se consideran erróneas fueron fruto de dicha piedad. Alejada su madre de la Corte al producirse el relevo en el Trono, vivió sus primeros años en Arévalo, recibiendo una muy cuidada y austera educación. En ella participaron santa Beatriz de Silva, fundadora de las Concepcionistas, fray Martín de Córdoba —que le dedicó especialmente un ejemplar de su famoso libro El jardín de las nobles doncellas—, Gutierre de Cárdenas, Gonzalo Chacón y sus respectivas esposas, antiguos colaboradores de Álvaro de Luna, cuya reivindicación asumiría luego Isabel, y Gómez Manrique, tío del famoso autor de las Coplas. Todos coincidían en inculcarle profundos sentimientos religiosos a los que se mantuvo fiel toda su vida. Terciaria dominica, sintió especial apego a los jerónimos, de donde procedía el que habría de convertirse en su confesor y hombre de confianza, fray Hernando de Talavera. En Guadalupe, donde se había establecido el sepulcro de Enrique IV, ella se hizo reservar una celda, cara al altar mayor, a la que se retiraba a orar y meditar; la llamaba “mi paraíso”. Algunas de las decisiones importantes se tomaron precisamente en ese lugar. Su actividad política resulta inseparable de la de su marido Fernando, a quien se puede asegurar que profesó profundo amor. Ella le definiría, pocas horas antes de su muerte, como “el mejor rey de España”. En ocasiones resulta imposible distinguir en las decisiones que se tomaron, el protagonismo de una y otro. Curiosamente fue el de este infante aragonés el primer nombre, en el amplio abanico de posibles esposos que se manejaron, cuando la infanta era solamente una pieza en posibles alianzas. El nombre fue rechazado por el marqués de Villena y los otros consejeros de Enrique IV, porque parecía significar el retorno de los infantes de Aragón. Fueron para ella duros los años de estancia en Arévalo, pues desde 1454 su madre presentaba ya signos acusados de locura. Además, durante este tiempo la menguada Corte de la Reina viuda pasaba estrecheces que contribuyeron a aumentar el espíritu ahorrativo de Isabel. Mientras tanto, Enrique IV, en el momento mismo de comenzar a reinar, había contraído segundo matrimonio, tras divorciarse de Blanca de Navarra —hermanastra de Fernando—, alegando impotencia, con una pariente suya, Juana de Portugal. Matrimonio que, por la sentencia no confirmada en Roma y por las razones alegadas, era muy discutible en su legitimidad. Pasaron años sin descendencia, pero en 1461 Juana anunció que esperaba un hijo. Tendría más adelante otros dos, claramente adulterinos. Los rumores de la Corte negaban que Enrique pudiera ser el padre, dada la declarada impotencia. Para evitar peligrosas conspiraciones, Juana hizo traer a los dos infantes, Alfonso e Isabel, a la Corte. Los seis años en que Isabel estuvo alojada en el Alcázar de Segovia fueron definidos por ella como una prisión. Nació una niña, Juana, como su madre, a la que los calumniadores acabarían llamando “beltranica”, porque atribuían al valido Beltrán de la Cueva la paternidad. La Reina decidió que Isabel fuera una de las madrinas de bautismo, creando así vínculos espirituales, a los que la propia Isabel se sentiría luego obligada a responder. Como el derecho castellano daba preferencia a los varones, se produjo en la Corte una fuerte tensión y se comenzó a pensar en un matrimonio conveniente para Isabel. Juana prefería un candidato portugués, su propio hermano Alfonso V, ya viudo y de bastante edad. Estalló la revuelta y los nobles proclamaron rey a Alfonso, negando a Enrique IV la legitimidad de ejercicio. El marqués de Villena propuso al Rey un arreglo: le proporcionaría los medios necesarios para liquidar el movimiento si casaba a Isabel con su propio hermano, Pedro Girón, maestre de Calatrava. De este modo, Girón se instalaba en la dinastía real, en un puesto en aquel momento lejano, en la línea de sucesión. Isabel, desolada, se puso de rodillas pidiendo a Dios que la ayudara en aquel trance. Curiosamente Girón enfermó y murió durante el viaje a la Corte para celebrar su boda. Así, cuando los rebeldes que reconocían al autotitulado Alfonso XII tomaron el Alcázar de Segovia y “liberaron” a Isabel, ella exigió un juramento: no se la casaría contra su voluntad. Podían proponerle candidatos, pero a ella, en último término, correspondería la decisión. Los nobles negaban a Juana, “hija de la reina”, legitimidad de origen, pero recurrían con exceso a calumnias y otras falsedades vejatorias para el Rey. Enrique IV, demasiado dominado por Villena, que estaba con los rebeldes, accedió a negociar, porque no contaba con fuerzas suficientes para someter a los rebeldes. La base de la negociación consistía ahora en reconocer a Alfonso como sucesor bajo el compromiso de casarse con Juana. Estas negociaciones se vieron interrumpidas por la muerte del infante el 5 de julio de 1468. De acuerdo con el testamento de Juan II, Isabel pasaba a primera fila. Los nobles trataron de proclamarla reina, pero ella se negó; aunque estaba convencida de su propia legitimidad, dada la invalidez del segundo matrimonio de Enrique IV, no negaba en modo alguno que la legitimidad de origen pertenecía a éste. De nuevo el marqués de Villena indujo a Enrique IV a negociar, proponiéndole un plan muy complejo que alejaba definitivamente a los aragoneses y permitía restablecer la paz interior. Isabel sería reconocida como legítima heredera, obligándosela después a casar con Alfonso V, lo que le obligaría a residir, como reina, en Portugal y, al mismo tiempo, a Juana se la desposaría con el heredero de aquél, Juan, uniéndose de este modo los dos reinos y siendo ambas muchachas sucesivamente reinas. Isabel nada sabía de esta urdimbre. Las negociaciones culminaron el 18 de septiembre de 1468 con un acuerdo personal (Cadalso/Cebreros), estableciendo que la legitimidad correspondía a Isabel, no porque Juana fuese adulterina, sino porque Enrique IV “ni estuvo ni pudo estar legítimamente casado” con doña Juana. Todo el reino volvía a la obediencia de Enrique, cuya legitimidad la princesa nunca había puesto en duda. Esta última contraería posteriormente matrimonio con quien el Rey propusiera, y ella aceptara. El acuerdo se ejecutó al día siguiente en un acto celebrado en la explanada de Guisando. Enrique firmó una carta que aún se conserva, asegurando que Isabel era la única legítima sucesora, lo cual desautorizaba a Juana de un modo definitivo. El plan secreto fue comunicado a los Mendoza, custodios a la sazón de la reina Juana, que iba a ser madre del primero de sus dos adulterinos. Se enviaron cartas a las ciudades, pero se evitó una convocatoria de Cortes, como figuraba también en el compromiso. Isabel rechazó la propuesta de matrimonio con Alfonso V, inconveniente para el reino, obligando a que se presentaran otros candidatos, y pudo recordar que Fernando había sido el primer nombre. A sus íntimos Chacón y Cárdenas reveló que “me caso con Fernando y no con otro alguno”. De este modo se cerraban las dos ramas de la dinastía y se lograba la incorporación de Castilla a la Corona de Aragón. Villena trató de impedir este matrimonio. Ocultamente Fernando, que ya era sucesor en Aragón por muerte de su hermanastro el príncipe de Viana, entró en Castilla, llegando a Dueñas. Ambos príncipes —Fernando usaba título de rey de Sicilia— comunicaron en tono respetuoso a Enrique IV su propósito de casarse. El matrimonio tuvo lugar el 19 de octubre de 1469 en Valladolid y fue inmediatamente consumado. Dieron cuenta al Rey asegurándole que en nada se alteraba su fidelidad y obediencia. Pero el marqués de Villena, al ver desbaratados sus planes, propuso a Enrique IV repetir el acto de Guisando en otro lugar, reconociendo a Juana como sucesora, alegando que, por desobediencia, Isabel perdía sus derechos. Pero una vez establecida la no legitimidad de Juana, nada podía devolvérsela. En Val de Lozoya (26 de octubre de 1470) Enrique IV y su esposa juraron que Juana era hija suya y nacida de su unión. Isabel y su marido evitaron el recurso a las armas. Pero se ganaron la adhesión de Asturias y Vizcaya, los dos principales señoríos patrimoniales de la Corona, y muchas ciudades y la mayor parte de los nobles siguieron la misma conducta. La principal decisión de apoyo vino del papa Sixto IV, que envió a la Península a su principal consejero, el valenciano Rodrigo Borja, futuro papa. Él, sobre el terreno, llegó a la decisión de que Fernando e Isabel eran, para la Iglesia, la mejor de las soluciones: se bendijo su matrimonio y se impidieron otros que hubieran podido hacer sombra. En las Navidades de 1473 Enrique IV operó una reconciliación, reuniéndose con Fernando e Isabel en Segovia, cuyo Alcázar, con el tesoro que encerraba, les fue entregado. Se prometía para Juana un matrimonio digno, que la permitiera permanecer dentro del más alto nivel. De este modo, cuando, ausente Fernando por la guerra del Rosellón, murió Enrique IV (12 de diciembre de 1474), Isabel fue proclamada reina, sin que se produjese en las primeras semanas ninguna disensión. Los consejeros de Fernando, que no estaban convencidos de que una mujer pudiera reinar, reclamaron que se le entregara la Corona, siguiendo en esto las costumbres aragonesas. La querella quedó saldada mediante una sentencia arbitral que el cardenal Mendoza y el primado Carrillo elaboraron en Segovia: a falta de varón en la línea de sucesión, a la mujer correspondía ceñir la corona y reinar. Isabel compensó inmediatamente a su marido, firmando un documento que daba a éste los mismos poderes que ella misma, ausente o presente: en adelante todas las cosas se harían a nombre “del Rey y de la Reina”. Fueron cursadas órdenes a los cronistas para que así lo hicieran constar. Una curiosa anécdota pretende que, en el momento del nacimiento de Juana, el cronista Pulgar propuso escribir que “los reyes parieron una hija”. Las bromas son a veces muy reveladoras. Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, se sintió defraudado: él había sido cabeza del bando isabelino y ahora le desplazaban los antiguos partidarios de Enrique IV. Uniéndose a los Pacheco (Villena) y a los Stúñiga, que temían verse despojados de señoríos que pertenecieran a los infantes de Aragón, reclamaron la ayuda de Portugal, que podía sentirse amenazado por esta unión de reinos, y promovió un alzamiento en favor de Juana, cuya madre fallecía en Madrid por estos mismos días. Juana, con trece años de edad, fue proclamada reina en Trujillo, concertándose su matrimonio con su tío Alfonso V, que le excedía en más de treinta años. El Papa nunca autorizó dicho matrimonio. Pocos nobles y casi ninguna ciudad se sumaron al alzamiento, que fracasó, provocando una guerra entre Castilla y Portugal, que culminó con la victoria de Fernando en Toro el 1 de marzo de 1476. Evitando incurrir en represalias, Fernando e Isabel firmaron pactos con cada uno de los nobles, garantizando sus rentas, y negociaron ampliamente con Portugal. Los acuerdos de Alcáçovas (1479) sellaban una fraternidad con Portugal: la primogénita de los Reyes Católicos, Isabel, se casaría con el nieto de Alfonso preparándose para ser reina, y a Juana se la prometía con el príncipe de Asturias, recién nacido, garantizándosele una indemnización. Se reconocía el monopolio portugués a las navegaciones más allá del cabo de Bojador. En un gesto de dignidad, Juana rechazó el matrimonio —se la estaba tomando por una simple pieza— e ingresó en un monasterio, con disgusto para Isabel. En cambio, la infanta de este nombre se casaría por dos veces en Portugal y sería Reina, muy bien amada por sus súbditos. Con los linajes de nobles se establecieron acuerdos de los que, en puridad, no podían tener queja. De este modo, se completaba el programa de Enrique II respecto a las relaciones entre los reinos peninsulares y a la consolidación de la nobleza en los tres niveles. Uno de los principales errores de la historiografía del siglo XIX es presentar a Isabel como enemiga de la nobleza; se sirvió de ella, y la consolidó como élite social. Terminada la guerra, Isabel y su esposo convocaron Cortes en Toledo (1480) —se habían celebrado ya otras en Madrigal—, donde se esbozó un ambicioso programa para el establecimiento de un orden institucional de la Monarquía. Sus leyes pueden considerarse como la primera constitución de ella. En estas Cortes se decidió establecer una definición concreta del poderío real absoluto, es decir, independiente de cualquier otro superior, ejercido en dos niveles, el del Rey y el de su sucesor el príncipe de Asturias. También se dispuso una codificación de todas las leyes vigentes para que Castilla dispusiese, como los reinos de la Corona de Aragón, de un código. Éste fue el Ordenamiento de Montalvo que, merced a la imprenta, pudo llegar a todos los rincones en donde se administraba justicia. Se logró una absorción completa de la deuda pública y se acometió un proceso de estabilización monetaria que fijaría las relaciones entre los dos patrones, oro y plata, asignando a las piezas acuñadas un precio que permanecería inalterable hasta el fin del reinado. Se mantuvieron sin variación los impuestos, y se renunció, en favor de la Hermandad general, a todas las ayudas y servicios extraordinarios que se solicitaban anteriormente a las Cortes. Dos o tres años antes, en Guadalupe y en Sevilla, los Reyes celebraron importantes conversaciones con el nuncio de Sixto IV, Nicolás Franco. Coincidieron también con una asamblea del clero, en que abordaron los problemas de una reforma de la Iglesia extendida a sus miembros no religiosos. Con el nuncio se abordaron especialmente algunas líneas de actuación que marcaron el reinado. Aparte del fortalecimiento de la disciplina y del refuerzo de la fe como signo de unidad entre todos los súbditos que, por esta razón debían considerarse libres, entraban la eliminación del Reino de Granada, que se había independizado en rebeldía de la Corona de Castilla, a la que desde el principio perteneciera, la reforma de la Inquisición, introducida ya por Pío II a fin de acabar con las desviaciones de los falsos conversos, y la defensa del Mediterráneo frente a la amenaza turca. En 1480 se produjo el primer envío de barcos y tropas a Italia para colaborar en la recuperación de Otrantyo. La Guerra de Granada, que se justificaba reclamando a los nazaríes que volvieran al vasallaje castellano, como en el siglo XIII, fue enfocada desde una estrategia de desgaste para lograr la capitulación, de modo que sólo Málaga fue combatida hasta una entrega sin condiciones; en los demás casos, se permitía a la población rendida conservar su fe en ciertas condiciones. Fernando e Isabel hicieron una especie de reparto de papeles: el Rey estaba con sus tropas en primera línea, tomando decisiones y haciendo alarde, pero la Reina sostenía los ánimos y allegaba recursos. Por primera vez, Isabel organizó hospitales de campaña de gran eficacia. En determinados momentos, también ella acudía a la primera línea para estimular con su presencia a los combatientes. Al final, la resistencia se quebró. Algunos ilustres granadinos permanecieron recibiendo el bautismo y fueron incorporados a la nobleza. Boabdil recibió una muy fuerte compensación económica por sus propiedades y emigró a Marruecos en donde fue muy mal tratado. Como Ladero Quesada ha podido demostrar documentalmente, la experiencia adquirida en esta guerra permitió crear un ejército real, partiendo, sobre todo, de las llamadas lanzas de la Ordenanza, pagadas directamente por el Estado, las unidades de las Órdenes Militares, y las compañías de la Hermandad general que procedían de los grandes municipios. Al término de la guerra, cumpliendo un programa previamente esbozado, se suprimieron los maestrazgos de las Órdenes Militares, que fueron asumidos por el propio Rey, pasando éstas a ser una de las dimensiones de la Corona. Los comendadores, nombrados por el Rey, se hallaban así bajo su directa dependencia. Los nombres de las órdenes han sobrevivido hasta nosotros como títulos para distintos regimientos. En este ejército se daba preferencia a la Infantería sobre la Caballería, con resultados satisfactorios, y se inició el desarrollo de una potente artillería que permitía culminar con éxito los asedios. La entrega de la ciudad de Granada, en enero de 1492, marcó la que podemos considerar como la cúspide del reinado. Los cronistas afirmaron que se había remediado la “pérdida” del 711 y vieron en Isabel una restauradora de aquella Hispania. Este mismo año Nebrija entregó a la Reina el primer ejemplar de su Gramática, con las conocidas palabras de que “siempre fue la lengua compañera del Imperio”. Sin embargo, el Reino de Granada seguía contando con una población que era mayoritariamente musulmana. Isabel emprendió un intenso trabajo de adoctrinamiento para conseguir que se produjesen numerosos bautismos. Fray Hernando de Talavera ocupó la sede arzobispal, recién creada —el cristianismo había estado prohibido hasta entonces— y el Papa otorgó a los Reyes un derecho de patronato sobre las diócesis que se fueran creando, de modo que ellos escogían los obispos. Es el mismo sistema que se aplicaría luego en América, descubierta precisamente en ese mismo año. La Inquisición, que se puede llamar “nueva” porque se insertaba en las estructuras del Estado, había comenzado a funcionar en Sevilla con dos jueces nombrados por los Reyes, los cuales actuaron con tanta dureza, que Sixto IV pensó que se había excedido en las concesiones, pensó por un momento en suspenderlas y acabó decidiendo devolver a la Orden dominicana el control de la misma. Hubo tensas negociaciones en las que Isabel intervino preconizando ceder, hasta que se llegó al acuerdo de nombrar un inquisidor general de quien dependiesen todos los jueces. Fue escogido fray Tomás de Torquemada, subprior de Santa Cruz de Segovia, sobrino de un famoso cardenal y persona de confianza para el Papa y la Curia vaticana, ante quien se reconocía un derecho de apelación. La opinión de la Reina —aceptar las consignas del Papa— prevaleció en esta ocasión sobre la de su marido, si bien ambos dijeron haber obrado siempre de acuerdo. Muchas leyendas siniestras se han formado en torno a este personaje. Se debe, sin embargo, decir, a la vista de los documentos, que su línea de acción significó una evidente moderación en relación con el rigor de los últimos años. Esto no significa que no deba reconocerse un matiz desfavorable: la Iglesia, que es instrumento de perdón y reconciliación, se veía directamente comprometida en operaciones de represalia contra los que se consideraban peligrosos para el Estado. Pues la Monarquía se asentaba sobre el principio de que la religión católica era el signo de unidad y la condición indispensable para ser considerado súbdito y, en calidad de tal, recibir el status de libertad personal con los derechos naturales fundamentales. Y ahora, Torquemada, al ocuparse del problema de los falsos conversos que “judaizaban” pese a ser bautizados, recibió informes de otros inquisidores y los pasó a los Reyes. No era posible castigar las prácticas judaicas de algunos de estos conversos, cuando el judaísmo y su práctica se hallaban bajo la protección de la propia Corona. Prácticamente todos los reinos de Europa habían suprimido el judaísmo, siendo España una excepción y también un refugio para muchos emigrados de sus lugares de origen. Había que aplicar la doctrina enseñada por Ramon Lull: invitar a la conversión y prohibir luego la práctica de los que no la aceptasen. Los Reyes cedieron y Torquemada preparó el texto del Decreto de 31 de marzo de 1492, que daba un plazo para que cesase el culto judío en España. Abrabanel negoció con Isabel buscando una ampliación de los términos, pero la Reina hubo de desengañarle; se trataba de una opinión general. Los judíos tenían dos opciones: bautizarse integrándose en la comunidad con garantías frente a la Inquisición, o tomar sus pertenencias y emigrar. Isabel extendió luego una norma. Los que hubiesen salido, si tornaban para ser cristianos, podrían recobrar los bienes vendidos pagando por ellos el mismo precio que recibieron. Probablemente fueron bastantes los que se bautizaron, entre ellos el Rab mayor, Abraham Seneor y su familia, que fue integrada en la nobleza con el apellido Fernández Coronel. Pero, sin duda, fue muy superior el número de los que prefirieron el exilio; las persecuciones sufridas habían servido para fortalecer su fe. Análogo proceso se ensayó con los musulmanes, objeto de adoctrinamiento, al que muchos resistieron. Se produjeron revueltas, ya que los granadinos sostenían que se estaban quebrantando los pactos y no se respetaba su libertad religiosa. Ante la revuelta, en 1501, los Reyes decidieron que todos debían bautizarse o emigrar. De este modo, se estableció como norma la unidad religiosa, que Isabel consideró como una gran ventaja para sus reinos, ya que de este modo cobraban solidez moral al someterse todos los súbditos a un mismo principio de autoridad. Desde su punto de vista, inserto en la fe, éste era el mayor bien que podía procurar a sus reinos, al abrirles las puertas que conducen, en definitiva, a la salvación. Es necesario colocarse en su posición para entender dicha política, si bien es necesario recordar también que comportaba alcanzar una meta de reconocimiento de la libertad y de los derechos naturales humanos para todos. 1492 contempla, pues, cuatro acontecimientos singulares, Granada, la Gramática de Nebrija, la expulsión de los judíos y América. En este último asunto, la participación de Isabel resultó decisiva. Fernando, más reflexivo y mejor informado, desconfiaba del proyecto de Colón, llegar a China desde las costas españolas, pues los expertos de su Corte lo juzgaban, con razón, imposible. Además, se mostraba reacio a las exigencias de aquel genovés que proyectaba construirse un señorío, sabe Dios de que límites, al otro lado del mar, usando para ello el dinero de la Corona. Las disponibilidades náuticas no permitían entonces viajes demasiado largos. Pero la intuición femenina triunfó esta vez de los recelos: valía la pena arriesgar los moderados recursos que se programaban —1.200.000 maravedís sería la aportación de la Corona— cuando se trataba de explorar posibles islas en el Atlántico al otro lado del espacio de reserva de Portugal. No hacía mucho tiempo que se hicieran los decisivos descubrimientos de Azores y Canarias, que estaban siendo incorporadas a la cristiandad. De este modo, gracias a Isabel, se abrió para la Monarquía española un nuevo horizonte. Pues islas se descubrieron en los primeros viajes. Aunque no es posible separar la política preconizada por ambos Reyes, se puede decir que Fernando desempeñó un papel predominante al de su esposa en relación con la política exterior. Titular de la Corona de Aragón, aspiraba a lograr el cierre poderoso de todo el Mediterráneo occidental sustrayéndolo a la amenaza turca, instalando fortalezas en el norte de África y abriendo, por medio de la fuerza naval, las rutas de Rodas y de Alejandría, en donde se estableció un consulado catalán. Esta política se vería bruscamente interceptada por las pretensiones de los sucesivos reyes de Francia, Carlos VIII y Luis XII, que reclamaban para sí la lejana herencia de los angevinos y, en suma, una hegemonía sobre Italia, incluyendo el Reino de Nápoles. A Isabel le disgustó profundamente aquella guerra, que se prolongaría en el tiempo, pero apoyó a su marido con todos los recursos a su alcance: soldados veteranos de Granada, barcos y dinero castellanos demostraron aquí que la Monarquía española estaba en condiciones de ejercer una verdadera hegemonía sobre Europa. Otros medios castellanos se emplearon también en conseguir la recuperación económica de Cataluña. En este principado Isabel tuvo oportunidad de recibir muchas muestras de afecto. Personalmente ella se volcó de modo especial en la política religiosa. Para ella la maduración y reforma del catolicismo romano eran tarea esencial. Así lo reconocieron los Papas y, por eso, Alejandro VI, a quien conocía desde su legación en España, le otorgó el título de Católica, compartiéndolo con su marido. En esta tarea pudo contar con tres importantes colaboradores: el cardenal Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, el ya mencionado fray Hernando de Talavera, su confesor, y el franciscano de la observancia fray Francisco Jiménez de Cisneros, que sucedería al segundo como confesor y al primero en la sede arzobispal de Toledo. Para ella elaboraron un amplio programa. Volviendo a ciertos puntos que ya se han insinuado, Talavera, que había intervenido en todos los asuntos importantes del reinado, pasó a ser prelado de Granada, en donde la Iglesia partía de un punto cero, con el encargo preciso de conseguir que el mayor número posible de musulmanes se convirtiera a la fe católica. Se trataba de invertir los términos. Fray Hernando, profundamente religioso, aunque desde dentro de la Orden jerónima, rehuyó cualquier clase de presión o de violencia; había que demostrar a la gente común que la verdad cristiana tenía todas las características necesarias para ser preferida a cualquier otra. Sus modos fueron tan humanos que los musulmanes, refiriéndose a él, llegaron a llamarle “el alfaquí santo”. El procedimiento tenía un inconveniente; era lento. Por eso en 1499, al asumir la dirección de la Iglesia en España, Cisneros convenció a la Reina de que había que cambiar el modo, presionando, en algunos casos con violencia. Así fue como se produjo la rebelión de la que con anterioridad se ha hablado. La pragmática de mayo de 1501, firmada por Fernando, prohibía la práctica de la religión musulmana en todos los reinos de Castilla. Se tomaron, además, medidas que dificultaban la emigración, evitando así una salida en masa. La norma no fue aplicada en los reinos de Aragón y de Valencia, produciéndose un trasiego, ya que aquí la nobleza no quería prescindir de esta valiosa mano de obra. Bautizados prácticamente a la fuerza en el ámbito castellano o supervivientes de un islamismo poco eficiente en los reinos de la Corona de Aragón, fueron identificados, en la conciencia hispánica como “moriscos”. De este modo nacía un problema, el de la simpatía de estos moriscos hacia los turcos, que persistiría hasta principios del siglo XVII, causando injusticias, molestias y pequeñas ocasiones de revuelta. En el plano familiar, Isabel y Fernando tuvieron cinco hijos nacidos según este orden: Isabel, Juan, único varón, Juana, Catalina y María. Para la Reina fueron causa de experiencias muy amargas, que influyeron en el deterioro de su salud en los años posteriores a 1497. De acuerdo con los tratados de Alcáçovas, la mayor, Isabel, casó con el heredero de Portugal, Alfonso, a quien conocía, pues de niños vivieron en casa de su hija la condesa Beatriz de Braganza. De modo que al celebrarse la boda en 1491 se creó en torno a ellos la noticia de que estaban profundamente enamorados, cosa que al parecer era muy cierta; cuando Alfonso murió en 1491 de un accidente hípico, la viuda desgarró su velo, como una dama de la Corte de Arturo, y anunció que no volvería a casarse, haciendo vida religiosa. Sus padres consiguieron que rectificara: tenía que ser reina de Portugal, por lo que se casó en 1497 con Manuel, que había sucedido a Juan II. Al mismo tiempo se celebraba la doble boda de Juan y Juana con Margarita y Felipe, hijos de Maximiliano. Había que unir a los Habsburgo y a los Trastámara frente al poder de Francia. El príncipe de Asturias, que había padecido siempre mala salud, falleció el 4 de octubre de 1497 sin descendencia, de modo que Isabel fue reconocida como sucesora, con disgusto de Felipe el Hermoso. Ella murió también al dar a luz a su hijo Miguel. Hasta 1500 este niño fue la gran esperanza de unión entre España y Portugal. Falleció también en dicho año, cuando Juana ya tenía un hijo varón al que llamaron Carlos, como al Temerario. Consecuente con los principios que siempre defendiera, Isabel no dudó en ningún momento que Juana tenía derecho a sucederla en el Trono, y así fue reconocida y jurada por las Cortes en Toledo. Felipe no estaba conforme; compartía la doctrina francesa de que las mujeres deben transmitir los derechos a sus hijos o maridos. Quería, en consecuencia, ser rey. En el viaje que los nuevos príncipes de Asturias hicieron a España para ser jurados, Isabel y Fernando pudieron comprobar dos cosas: que la princesa Juana presentaba trastornos mentales, como su abuela, y que Felipe, ligado estrechamente a Francia, no mostraba hacia su esposa la debida corrección de conducta y la presionaba con dureza para que firmase un documento en que hiciera plena transmisión de sus funciones, pudiendo ser retirada de la escena. Estas circunstancias influyeron negativamente en la salud de la Reina, que ya estaba muy quebrantada, de modo que fallecería el 26 de noviembre de 1504, cuando contaba únicamente cincuenta y tres años de edad. Poco antes de morir, redactó un testamento que, contado entre las leyes fundamentales del reino, establecía, por primera vez en Europa, el reconocimiento de los derechos naturales humanos a todos los moradores de las islas y tierra firme recién descubiertas. Aunque conculcado muchas veces, como sucede con todas las leyes fundamentales que se promulgan, el principio se mantuvo en lo esencial, haciendo que América se constituyera en forma de reinos y no de colonias y se diera al principio de unidad religiosa el mismo valor que se le otorgaba en la Península. La Constitución de los Estados Unidos menciona en primer término el nombre de Dios. En ese mismo documento, Isabel, que acababa de expresar las elevadas cualidades de su marido, disponía que si Juana estaba ausente o no podía o no quería ejercer sus funciones, éstas fueran asumidas por Fernando, ya que así se lo habían solicitado las Cortes de Toledo. Esta cláusula no fue observada, porque Felipe el Hermoso, contando con el apoyo de una parte de la nobleza, lo impidió. Pese a todo, la temprana muerte de Felipe hizo que Fernando pudiera volver a sentarse en el Trono completando la obra de Isabel. Bibl.: J. M. 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Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Isabel I la Católica Casa natal de Isabel la Católica en Madrigal de las Altas Torres (Ávila).Si la reina Isabel I de Castilla ocupa un lugar de primer plano en los anales, es por el protagonismo que le tocó ejercer en la formación de la doble monarquía castellano-aragonesa y del Estado moderno, conformando un modelo político que recogerán y ampliarán los Austrias y que se mantendrá por lo menos hasta la extinción de aquella dinastía, a finales del siglo XVII. El primer paso lo constituyó la marcha al poder. No fue fácil. Isabel actuó con determinación y astucia para convertirse en princesa de Asturias, heredera y luego reina «propietaria» de Castilla. Para ello tuvo que humillar a su sobrina Juana, a esa que ha pasado a la Historia como la Beltraneja. En Guisando (1468), Enrique IV no declara que su hija es ilegítima; sencillamente la excluye de la línea sucesoria por miedo a un sector de la aristocracia; en último término, Isabel debió la Corona de Castilla, no a sus derechos, sino a la fuerza de los que la apoyaban; ella le quitó pues el Trono a la verdadera heredera, aunque luego, con el tiempo, después de su victoria en la guerra de sucesión, gobernó de tal manera que logró legitimar a posteriori su reinado, lo mismo que hiciera su nieto, Carlos I, que realizó un golpe de Estado para reinar junto con su madre -a la que siempre se consideró como reina legítima de Castilla- y que, tras una guerra civil, acabó siendo aceptado y legitimado. En ambos casos, si no salieran bien las cosas, los protagonistas hubieran sido acusados de haber usurpado el poder e incluso se les hubiera podido destronar. El segundo paso lo da Isabel en 1469, ya admitida como princesa de Asturias, al decidir casarse con Don Fernando, heredero de la Corona de Aragón. Lo hace con suma cautela y muchas precauciones. El acuerdo de Cervera reservaba a la sola Isabel la condición de heredera de la Corona de Castilla. En Segovia, muerto Enrique IV (1474), Isabel se proclama «reina y propietaria» de Castilla; Fernando queda reducido a la humillante situación de rey consorte, y eso que él se consideraba, por línea de varón, como el más directo sucesor de Enrique IV. Hace falta mucha diplomacia para llegar a la Sentencia Arbitral de Segovia (enero de 1475) en la que se vuelven a reiterar los derechos de Isabel pero se conceden a Fernando amplios poderes que lo equiparan de hecho con su esposa. Pero aun así no se pierde de vista la meta: la unión definitiva de las dos coronas de Castilla y Aragón. Al redactar su primer testamento, en mayo de 1475, en vísperas de la guerra con Portugal, Fernando instituye a la infanta Isabel, entonces hija única del matrimonio, como su heredera, incluso para Aragón, donde convendría suprimir la cláusula que excluye a las mujeres de la sucesión al trono.
Dispensa matrimonial otorgada por el papa Sixto IV a Fernando e Isabel en 1471, al ser primos segundos. Archivo General de Simancas.La unión dinástica logró transformar la variedad de reinos de la España medieval en un cuerpo político con una sola dirección, una sola diplomacia, un solo ejército. Este cuerpo reunía pueblos con lenguas, tradiciones históricas, costumbres e incluso instituciones distintas; cada uno conservaba su autonomía administrativa y se regía conforme a sus propios fueros o leyes; todos ellos estaban unidos por la persona del monarca soberano y los extranjeros no se engañaron: llamaron España a la unión de Castilla y Aragón y reyes de España a sus soberanos a pesar de la titulatura que siempre tuvieron escrúpulo en abandonar. Los Reyes Católicos no crean una España unificada, pero la doble monarquía no es tampoco una simple unión personal. En la Edad Media ya se podía hablar de España como de una realidad geohistórica. Con los Reyes Católicos, España se convierte en ámbito político y toma una forma original que conservará por lo menos hasta principios del siglo XVIII. En la doble monarquía, la preponderancia de Castilla se explica por una economía en pleno desarrollo y por la extensión territorial -un territorio en expansión, ha escrito Pierre Vilar, se une con otro que languidece-, lo cual permite entender mejor el predominio de lo castellano en todos los ámbitos. La decisión de Don Fernando de volver a casarse después de la muerte de Isabel parece en contradicción con aquella voluntad de realizar la fusión de ambas coronas; de haber sobrevivido, el hijo que nace en 1509 de la unión de Fernando el Católico con Germana de Foix hubiera puesto en peligro este objetivo. La situación se explica por los recelos que le inspiran a Don Fernando los acontecimientos de Castilla después de la muerte de Isabel: Felipe el Hermoso pretende reinar en nombre de su esposa, Juana la Loca, y encuentra partidarios en Castilla; a Fernando lo echan del reino que había gobernado durante treinta años. La desaparición de Felipe le permite tomar otra vez las riendas del poder, pero no le hace ninguna gracia la perspectiva de tener como sucesor a su nieto Carlos de Gante, educado en Flandes, rodeado de una corte de extranjeros y de castellanos que aspiraban a restituir a la nobleza la influencia política que había tenido antes de 1474. Estas inquietudes permiten entender, primero el matrimonio con Germana de Foix, luego el testamento, pronto anulado, en el que, después de su muerte, dejaba la gobernación de los reinos de Castilla y Aragón, no a su nieto primogénito, Don Carlos, sino a su otro nieto, el infante Don Fernando, que vivía y se educaba en España. Más que a sentimientos anticastellanos, hay que achacar estos proyectos y estas vacilaciones al temor de ver la obra de todo un reinado arruinada por la llegada de una dinastía extranjera y en esto también se mostró fiel Don Fernando a las grandes orientaciones definidas en estrecha conformidad con Doña Isabel, ya que si Don Fernando aceptó finalmente las cláusulas matrimoniales de 1469 y la proclamación de Segovia de 1474 que reservaban a la sola Isabel el título de reina y propietaria de Castilla era precisamente para evitar que las vicisitudes de una sucesión futura hicieran recaer un día la Corona en cabeza extranjera, al casarse la heredera del reino con un príncipe de otra nación. Retrato anónimo de Isabel la Católica (siglo XVII). Museo Naval de Madrid.La monarquía que nace en 1474-1479 es autoritaria, más que absolutista. No es absolutista porque respeta ciertos principios generales, al menos en teoría, concretamente el gobierno con asesoramiento de una serie de consejos especializados en diversas materias. Pero es autoritaria en el sentido que no tolera más autoridad que la del soberano. La historia política de Castilla en los dos primeros tercios del siglo XV había sido marcada por las banderías y las luchas de grupos nobiliarios que procuraban acrecentar sus feudos y privilegios a expensas del patrimonio real y de esta forma controlar el reino. La preocupación constante de los Reyes Católicos fue acabar con aquella situación. Algunos nobles apoyaron en un principio las ambiciones al Trono de la todavía princesa Isabel contra los derechos de Juana, despectivamente llamada la Beltraneja, porque esperaban de esta forma disponer de mayor influencia cuando Isabel se convirtiera en soberana. El acierto de los Reyes Católicos fue servirse de estos cálculos interesados para llegar más fácilmente al poder, pero sin prometer nada a nadie y, sobre todo, con la intención de no consentir ninguna merma de su autoridad, una vez instalados en el poder. La lección fue recogida por los primeros Austrias. El emperador Carlos V lo declara explícitamente en 1543 en las instrucciones secretas que deja a su hijo, el príncipe Felipe, al encomendarle la gobernación del reino durante su ausencia: «en el gobierno del reino no debe entrar ningún Grande». Felipe II no se olvidó de la lección, como no dejaron de observarlo aquellos observadores perspicaces que fueron los embajadores de Venecia: «Su Majestad -escriben- desconfía de los Grandes; no se sirve de ellos porque no quiere darles autoridad o influencia excesiva». Letrados e hidalgos, es decir, gentes de las clases medias, forman pues el aparato burocrático del Estado moderno y la presencia de obispos en los altos puestos, tradición inaugurada también por los Reyes Católicos -pensemos en fray Hernando de Talavera, en el cardenal Mendoza, en el cardenal Cisneros...-, acaba configurando la fisonomía política de la España de los siglos XVI y XVII. El Estado moderno inaugurado por los Reyes Católicos presenta así características que van a perdurar durante toda la época de los Austrias, hasta los últimos años del siglo XVII: la supremacía de la Corona, como fuente del poder, una Corona que asume la dirección del Estado, pero que respeta aparentemente los varios territorios de que se compone la Monarquía sin obligarles a someterse a una norma unificadora; una Corona que puede delegar en señores laicos o eclesiásticos o en los municipios de realengo prerrogativas importantes pero que conserva siempre el control general de la política del reino por medio de los consejos, las audiencias y chancillerías; una Corona, por fin, que evita confiar a las grandes familias nobiliarias responsabilidades importantes en los asuntos de gobierno y que prefiere apoyarse en las clases medias: letrados, hidalgos y clero. ¿Es legítimo estudiar separadamente a Isabel y Fernando? Al examinar el reinado desde un punto de vista más amplio, resultaría sumamente difícil señalar lo que corresponde a cada uno de los dos soberanos. Solo se pueden apuntar algunas direcciones, no siempre rigurosamente documentadas. Como es natural, Don Fernando dirige las operaciones bélicas durante la guerra de sucesión y la de Granada, pero Doña Isabel casi siempre estuvo presente en la retaguardia en las principales batallas y encuentros. En todo lo demás, tratándose de los grandes acontecimientos como son el establecimiento de la Inquisición, la expulsión de los judíos, las negociaciones con Colón, la política indiana, la diplomacia, la instauración de un orden nuevo y una monarquía autoritaria..., es casi imposible determinar la parte de iniciativa que le cupo a cada uno de los reyes y esto se debe a una intención deliberada. Tanto Isabel como Fernando habían meditado lo que había ocurrido en los reinados anteriores, cuando el poder real se veía sometido a las presiones de partidos y facciones opuestas en detrimento del bien común y de la Corona. De ahí su determinación de actuar siempre de común acuerdo sin permitir que nadie pudiese dividirlos. Después de la subida al Trono, esta determinación se hizo aún más fuerte hasta llegar a la consigna dada a los cronistas de no separar nunca al uno del otro. Hernando del Pulgar caracteriza la monarquía de los Reyes como «una voluntad que moraba en dos cuerpos». Por eso, en las monedas, los libros, los edificios públicos..., siempre andan grabadas juntas las iniciales de sus nombres y el yugo y el haz de flechas, sus empresas respectivas. Grabado anónimo de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.Las normas de gobierno inauguradas por los Reyes Católicos parecen inspiradas por un principio básico, que no está nunca explícitamente formulado, pero que opera en todos los sectores: la política es cosa reservada exclusivamente a la Corona; por consiguiente, los problemas propiamente políticos quedan reducidos a sus aspectos técnicos que deben resolver los Consejos. Este sería el verdadero alcance de la reforma del Consejo Real realizada en 1480, con la exclusión práctica de los Grandes y la preponderancia de los letrados; el Consejo no es un órgano deliberativo en el que se elabora la política de la Monarquía, sino un aparato burocrático en el que los especialistas del derecho y de la administración examinan las consecuencias técnicas de las medidas decididas por el poder real. En todos los sectores del Estado parece notarse semejante tendencia a la despolitización: en los Consejos, pero también en las Cortes y en los municipios dirigidos por un cuerpo fijo de regidores sometidos al control de un representante del rey, el corregidor; de esta forma también los regimientos se convierten en simples instrumentos técnicos encargados de solucionar problemas concretos como las obras públicas, el abastecimiento, el urbanismo, etc.; al corregidor le toca velar para que el regimiento no se entrometa en discusiones políticas. La imagen y la memoria de Fernando e Isabel dominan los siglos XVI y XVII hasta convertirse en verdadero mito. Los mismos reyes se cuidaron de crear en torno a su figura un nimbo de gloria que la posteridad recogió y amplió. Los cronistas y cortesanos de Fernando e Isabel, siempre dispuestos a censurar «los tiempos pasados», «el tiempo de las turbaciones», pintan todo el período anterior con tintas negras: guerra civil, bandolerismo, en una palabra: anarquía. Los Reyes Católicos restablecen el orden y la autoridad monárquica; España se convierte en una nación fuerte, dinámica y expansiva. Su llegada al Trono significa un cambio de rumbo decisivo: «algo nuevo empieza en España», escribe Diego de Valera a principios de 1476 (Doctrinal de príncipes). Para el profesor Pedro Ciruelo, en 1498, se trata nada menos que de una edad de oro («Nunc igitur rediit aurea aetas»). En 1539, en las honras fúnebres para la emperatriz Isabel, nieta de la reina Isabel, el sermón del obispo de Nicaragua suena a blasfemia: «predicó en el propósito muy ruinmente, porque se metió en comparar abuela y nieta y dio muchas ventajas a la nieta en menoscabo de la abuela, insufrible comparación a los oídos deste reino». Y en el siglo siguiente, el cronista Diego de Colmenares no duda en exaltar a la reina como soberana fuera del común: «Sin competencia puede gloriarse [Segovia] de que con ella [la proclamación de Isabel] dio principio a la mayor monarquía que el mundo ha visto después de Adán, su universal señor». Retrato de Fernando el Católico del pintor flamenco Michel Sittow.Estos elogios a la sola reina Isabel son más bien excepcionales en la época. Por lo general, es Don Fernando el que es presentado como el protagonista principal del reinado. Desde este punto de vista, hay que señalar el temprano juicio de Maquiavelo, en El Príncipe (1513): «Fernando de Aragón, actual rey de España, puede ser llamado príncipe nuevo, porque de rey débil que era ha venido a ser, en la fama y en la gloria, el primer rey de los cristianos». En otra parte, Maquiavelo juzga al Rey Católico «más astuto y afortunado que sabio y prudente» y le atribuye «astucia y buena fortuna, más bien que saber y prudencia». Estas frases han dado origen al tópico de un Fernando maquiavélico y calculador contrapuesto a una Isabel que se movería siempre por motivos inspirados por la más alta rectitud moral. Nada en los textos y en los hechos permite corroborar tal contraposición. Lo cierto es que, hasta muy entrado el siglo XVII, Don Fernando, más que Doña Isabel, pasó por un modelo de soberano. De Felipe II refiere Baltasar Gracián que se inclinaba reverentemente ante el retrato del rey Católico, con el siguiente comentario: «A este lo debemos todo». Olivares proponía a Felipe IV que siguiera los pasos de Don Fernando, «el rey de reyes». La imagen de los Reyes Católicos en los siglos XVI y XVII es netamente positiva; presenta indudables rasgos de mitificación pero también es cierto que siguió inspirando fundamentalmente la teoría y la práctica de los soberanos de la Casa de Austria. Hay que esperar a la nueva dinastía de los Borbones para que cambie sustancialmente el ordenamiento legado por Fernando e Isabel; tendencia al absolutismo y a la centralización sustituyen los principios anteriores. Los ilustrados se apartan de los Austrias pero siguen fieles admiradores de los Reyes Católicos en los que ven la última dinastía verdaderamente nacional que ha tenido España. La biografía de la reina por Diego Clemencín (publicada en 1821) inaugura una nueva etapa historiográfica al centrarse sobre la reina y relegar la figura de Don Fernando a un segundo plano. En el siglo XIX los liberales vieron en Isabel y en Castilla la raíz de la unidad nacional, de la lucha contra los privilegios «feudales», mientras la figura de Fernando sufría con la creación de tópicos, generados por la historiografía de la renaixença catalana, que veía en él un introductor del «centralismo», un elemento causante de la decadencia de Cataluña. Escultura ecuestre de Isabel la Católica en el Paseo de la Castellana (Madrid).Es cierto que el nieto de los reyes, Carlos I, abre una nueva era: España se ve envuelta en una problemática europea (la lucha contra el protestantismo) que no siempre coincide con sus intereses estrictamente nacionales. El hecho quedó ocultado durante los dos siglos en los que los Habsburgos reinaron pero, en el siglo XVIII, empieza a notarse la añoranza de la última dinastía nacional; así Cadalso en sus Cartas marruecas escribe:
Nótese la referencia a Fernando, con omisión de Isabel. Los liberales y los románticos del siglo XIX están en la misma línea. Ellos consideran a los Austrias como responsables de la decadencia de España; los ven como una dinastía extranjera, tiránica e intolerante que derrotó a los comuneros, puso fin a las libertades de Castilla, enzarzó al país en una serie de guerras en defensa del catolicismo que acabaron arruinándolo e impusieron una feroz intolerancia. Esta era la opinión de Moret en 1886: después de los Reyes Católicos que conquistaron a Granada, unieron «bajo un solo cetro casi todos sus territorios», abrieron «la era moderna con el descubrimiento de América», vino Carlos I y «aquella España torció su dirección histórica y se fue a combatir en el norte de Europa las ideas protestantes a nombre de los intereses de la Casa de Austria». Dadas aquellas premisas, era lógico que los Reyes Católicos aparecieran como los últimos monarcas verdaderamente nacionales que tuvo España y los liberales les perdonaron mucho en aras de las circunstancias, pasando casi por alto la expulsión de los judíos y el establecimiento de la Inquisición. |
Cronología.
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Isabel I, la Católica, reina de Castilla El Adelantado de Segovia y Emilio Montero Herrero 10 de diciembre de 2024 en Tribuna El próximo 13 de diciembre se cumple el 550 aniversario de la proclamación de Isabel la Católica como Reina de Castilla en la Real Iglesia de San Miguel de Segovia, uno de los acontecimientos más importantes acaecidos en nuestra ciudad y uno de los más trascendentales de la Historia de España. Los prolegómenos de aquella efeméride se inician el 11 de diciembre de 1474 con el fallecimiento, en Madrid, del hermano de Isabel, Enrique IV. En esa fecha se encontraba la princesa en el Alcázar, donde le llegó la noticia al día siguiente a través del Contador Mayor del Reino, Rodrigo de Ulloa. Seguidamente, cuatro regidores de la ciudad, Rodrigo de Peñalosa, Juan de Contreras, Juan de Samaniego y Luís Mexía, llevaron al castillo el pésame de la ciudad, y, a la vez, la enhorabuena por la feliz sucesión. Con premura, a la vez que se vestían de luto los pendones reales, se preparaba en al Alcázar la proclamación de la heredera, quien dispuso que se efectuara al día siguiente, de acuerdo con el Convenio de Guisando. En este destacado acontecimiento tuvo un papel muy destacado el Alcázar de Segovia, regido por el alcaide Andrés de Cabrera, esposo de la dama de confianza de Isabel, Beatriz de Bobadilla. De su recinto salió la princesa Isabel el 13 de diciembre de 1474, día de Santa Lucía, para ser proclamada soberana en el atrio de la antigua iglesia de San Miguel, en la actual Plaza Mayor de Segovia. Ese día concurrieron en la Plazuela del Alcázar todos los nobles ostentando los colores de su casa. Los Regidores de la ciudad la recibieron bajo palio. Dos de ellos conducían el caballo de la princesa, que iba rodeada de nobles. Precedían los Reyes de Armas y el Maestresala Gutiérrez de Cárdenas, Alférez Mayor del Reino, a caballo, llevando levantado el estoque desnudo, como insignia de justicia y potestad. Tras la proclamación y rezar un Tedeum en la catedral, regresó al Alcázar, cuya artillería hizo salvas, recibiendo homenaje de fidelidad del alcaide Cabrera, que la hizo entrega de las llaves de la fortaleza, devolviéndoselas la reina en señal de confianza. Y, habiendo bebido el vino que le habían ofrecido en una copa de oro, se la regaló a Cabrera para premiar sus méritos y acrisolados servicios, decisivos en su proclamación como reina de Castilla. En recuerdo de aquel fausto día, quedó la tradición de que el día de Santa Lucía los Reyes de España bebieran en copa de oro y se la enviaran luego a los Condes de Chinchón, descendientes de los Cabrera y herederos de la alcaidía del Alcázar. Cuando la Edad Media comenzaba a extinguirse, Europa y sus incipientes estados modernos contemplaron la llegada de una mujer castellana, Isabel I, como reina poderosa y triunfadora. Fue la artífice, sin lugar a dudas, de la gesta más grande jamás contada, como es el descubrimiento y evangelización del inmenso continente americano; portentosa obra en la que tuvo mucho que ver su profunda Fe de creyente y su amor a la iglesia, que se expresa en su testamento y codicilo, firmado en Medina del Campo el 23 de noviembre de 1504, tres días antes de su fallecimiento. Numerosos historiadores consideran a la Reina Isabel como la precursora de los Derechos Humanos, por su empeño en defender la igualdad de sus súbditos del Nuevo Mundo con los de Europa. Dio tanta gloria a Dios y a su iglesia que muchos se preguntan cómo es posible que no esté aún en los altares. Su causa de beatificación comenzó en 1958 en la Archidiócesis de Valladolid siguiendo las normas de la Iglesia, que indican que estas causas deben iniciarse en la diócesis donde se produjo el fallecimiento. Estuvo a punto de ser beatificada por San Juan Pablo II en el año 1991, pero se paralizó el proceso. Los motivos que se alegaron para ello fueron los que encontramos en la leyenda negra entorno a la reina. Sin embargo, está más que demostrado que no deja de ser eso, una leyenda oscura cuya intención no es otra que distorsionar la Historia España. La leyenda negra está cargada de envidias y mentiras. Si no se conoce la verdad, si no se acude a las fuentes correctas y si no se analizan y estudian los hechos en los tiempos que ocurrieron, el resultado es la injusticia histórica y lo que es peor intentar, sin escrúpulos, reescribir la historia. Son tiempos más que nunca necesarios para conocer las verdades desnudas y dejar atrás mitos, leyendas negras, mentiras y populismos. Quienes desconocen las verdades de nuestro pasado histórico son frágiles y vulnerables a las manipulaciones. Disponemos de numerosos documentos para formarnos un juicio lo más fiable posible. Escritos de los propios misioneros que convivieron con los nativos de las indias de América durante años, libros de investigadores especializados en la Reina Isabel la Católica, así como del descubrimiento de América o el testamento de la propia Reina con relación a las medidas a llevar a cabo hacia los indígenas. Los estudiosos afirman que sus decisiones políticas estaban marcadas profundamente por su fe, y esto le llevó a impulsar la evangelización en las nuevas tierras descubiertas. Su único afán era evangelizarlas para que pudieran conocer el camino hacia la vida eterna y vivir libres y felices, así como la defensa de los derechos humanos de los nativos. En cuanto a la Reina Isabel y la expulsión de los judíos, ella nunca fue antisemita. Esto queda patente en que sus médicos personales y altos cargos administrativos de la Corte eran judíos. No fue la única que, por razones de Estado, decretó su expulsión. En 1492 España era para ellos lugar de refugio y también de graves alteraciones del orden y de la convivencia. La supresión del permiso de residencia de judíos en Castilla y León se realizó con normas humanizadoras por parte de la Reina. La decisión tuvo estrictamente un cariz político y administrativo, y no racista ni antisemita. Por todo ello, es imprescindible que analicemos su obra desde la óptica del tiempo histórico que le tocó en suerte y valorar su modo de proceder como producto del mismo, teniendo en cuenta que tanto sus logros como sus fracasos siempre estuvieron supeditados y enfocados a contribuir a lo que ella llamaba «la causa de Dios», faceta espiritual que impregnó su modo de reinar. En este sentido, no podemos olvidar el título de Reyes Católicos, gracias al cual han pasado a la historia Isabel y Fernando, que les fue otorgado por la bula Si convenit del Papa Alejandro VI, fechada el 19 de diciembre de 1496, en reconocimiento a los grandes méritos que los monarcas habían realizado en defensa y promoción de la fe católica y defensa de la Iglesia. La reina Isabel es uno de los personajes más singulares y clarividentes de nuestra historia. Su secreto radica, sin duda, en esa extraordinaria riqueza de su vida interior. No sólo era católica de tradición, sino que su fe venía atestiguada por sus obras, sus decisiones y por la coherencia del conjunto de su vida. Su audacia renovadora llevó el reino que heredó hasta el umbral de la modernidad, dejándole preparado para un siglo de oro en la historia de España y para una mayor expansión de la historia de la Iglesia. La Comisión archidiocesana que promueve su proceso de beatificación pone de manifiesto que la causa está suficientemente avalada por su vida de fe, su compromiso con Dios y con el prójimo, su austeridad, su afán evangelizador y su lucha por los derechos humanos. Esperemos que llegue a buen puerto y se confirme la santidad de esta mujer única. |
Los Reyes Católicos y sus reinos, ¿juntos o por separado? Edad Moderna. El de Isabel y Fernando era un país que estaba cimentando su destino, con la unión de sus reinos. ¿Qué tipo de asociación tenían en mente los soberanos? 27/02/2024 La España del siglo XV experimentaba un proceso de cambio. Es el momento de su emergencia como gran potencia internacional, de la mano de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos. Con ellos, Castilla y los reinos de la Corona de Aragón conservaron sus instituciones propias. Ni originan una España como estado cohesionado, como empieza a mitificarse a partir del siglo XVI, ni la “España” de sus tiempos se limita a un concepto puramente geográfico, en el que sus partes solo tenían en común la persona del soberano. Un gran especialista en el reinado, Miguel Ángel Ladero Quesada, señala que ya en la Edad Media existía una conciencia de España como realidad sociocultural compatible con la existencia de reinos diversos. La idea puede parecer extraña para un lector del siglo XXI, habituado a los Estados nación más o menos centralizados, pero en realidad no resulta tan rara. Los habitantes de Atenas se consideraban en la Antigüedad tan griegos como los de Esparta. Ciertamente, a mediados del XV el proyecto de una unidad peninsular flotaba en el ambiente. Puesto que en Castilla y Aragón reinan monarcas de la misma dinastía, los Trastámara, ¿no será posible dar un paso más? El rey aragonés, Juan II, está muy interesado en casar a su hijo Fernando con la princesa castellana, Isabel. Conoce bien la debilidad demográfica de sus dominios, y sabe que no puede competir por sí solo con la pujante Francia. Necesita para ello el apoyo de su vecino peninsular, mucho más extenso y poblado. Pero esta consideración geoestratégica, siendo importante, no es el único factor. Juan II, natural de Medina del Campo, fue, en palabras de su biógrafo Jaume Vicens Vives, “un castellano de pura cepa vinculado a Castilla por su nacimiento y por sus gustos y, asimismo, por los intereses materiales que recibió en ella”. Cuando habla de “intereses materiales”, Vicens Vives se refiere a las inmensas tierras que poseía su protagonista como duque de Peñafiel y señor de Castrojeriz. Su padre, el infante Fernando de Antequera, había sido el candidato elegido como rey de Aragón en el Compromiso de Caspe, después de que Martín el Humano muriera sin descendencia legítima. El futuro Fernando el Católico es, por tanto, castellano por los cuatro costados. No así Isabel, medio portuguesa por línea materna. Ambos contraen matrimonio en 1469 contra la voluntad del hermanastro de ella, Enrique IV de Castilla, una figura muy controvertida. Se ha discutido mucho si el soberano fue o no el verdadero padre de su única hija, Juana, apodada la Beltraneja por las sospechas de que su progenitor fuera el aristócrata Beltrán de la Cueva. En realidad, estos rumores, propagados por los enemigos del monarca, nunca han sido demostrados. Da que pensar, por otra parte, que en la guerra de Sucesión castellana Beltrán no apoyara los derechos de Juana, sino los de Isabel. Esta se proclamó soberana de Castilla en cuanto murió Enrique IV, por más que en esos momentos ya no era la princesa de Asturias, título que recaía en su sobrina Juana, una niña de apenas doce años. Se puede decir, por tanto, que la futura reina católica dio un golpe de Estado, tal como señala, entre otros investigadores, Alfredo Alvar Ezquerra. Desde este punto de vista, su actuación equivalía a una usurpación en toda regla. Sus admiradores, por el contrario, prefieren hablar de un gesto de audacia política. Comenzaba así la guerra civil contra los partidarios de Isabel y los de Juana, estos últimos con el apoyo del rey de Portugal. Fernando tomó enseguida las armas para apoyar a su esposa, a la vez que procuraba que esta le concediera el protagonismo que deseaba en el gobierno. Los cónyuges se pusieron de acuerdo en la denominada Concordia de Segovia. En adelante, ninguno de ellos sería un simple consorte. La guerra civil castellana acabó en 1479 con la victoria de Isabel y Fernando. La Beltraneja pasaría el resto de su larga vida –moriría en 1530– recluida en un convento en Coimbra, Portugal, convencida siempre de ser la legítima soberana. Poco antes del fin del conflicto, con la muerte de Juan II el 20 de enero de 1479, Fernando había heredado Aragón. Por primera vez, pues, este reino y el de Castilla tenían los mismos soberanos. Las autoridades de la ciudad de Barcelona, al dirigirse a las de Sevilla, reflejaron este cambio con una afirmación llena de contenido: “Ahora que todos somos hermanos”. ¿Una unión real? Los propios monarcas manifiestan su voluntad unificadora. En las Cortes de Toledo, de 1480, se pronuncian en términos inequívocos:
Nadie pretendía, como es obvio, que a partir de esa fecha desaparecieran mágicamente las rivalidades entre los distintos territorios peninsulares. El propio cardenal Cisneros, tras la muerte de Fernando el Católico, actuó, a decir de Joseph Pérez, en un sentido fuertemente castellano y castellanista, como si Castilla fuera el único componente de la monarquía. Por eso protestó enérgicamente cuando, desde Bruselas, el futuro Carlos V nombró a un aragonés, Pedro de Urrea, embajador en Roma. Pero, aunque las tensiones y las desconfianzas siguieron existiendo, lo que sí parece claro, como señaló el prestigioso modernista Antonio-Miguel Bernal, es que “la unión de los dos reinos peninsulares produjo unas sinergias cuyos resultados más elocuentes fueron el ensanchamiento de la base territorial de uno y otro reino al tiempo que acentuaba el prestigio de Isabel y Fernando en la esfera internacional”. El país que surge en esos momentos, en suma, hace compatible la unidad con la diversidad. En adelante, los diversos reinos siguen un proyecto común, a la vez que conservan su identidad propia, una singularidad que los monarcas deben respetar.
Escudo de Arma de Reina Catolica.
El escudo de los Reyes Católicos fue establecido en el primer acto de gobierno de Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla el 15 de enero de 1475 entre las disposiciones de la Concordia de Segovia. En ella se dispuso que las armas combinadas las llevarían con iguales derechos, de modo que pertenecerían conjuntamente tanto al rey como a la reina y no dispondrían de armas personales diferenciadas, lo cual es un caso extraordinario en España y, con casi total seguridad, en Europa. Aunque el escudo fue incorporando diversos elementos heráldicos a medida que los Reyes Católicos fueron adquiriendo nuevas posesiones, contó mientras reinaron juntos con un blasonado cuartelado formado, en sus cuarteles primero y cuarto, por un contracuartelado de las armas de Castilla y León y, en el segundo y tercero, por un partido de Aragón y Sicilia. La inclusión del símbolo de Granada en el escudo se acompañó de la adición de la titulación conjunta, que quedó como sigue: Rey y reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, condes de Barcelona, señores de Vizcaya y de Molina, duques de Atenas y de Neopatria, condes de Rosellón y de Cerdaña, marqueses de Oristán y de Gociano. Las cinco primeras dignidades de su titulación (reyes de Castilla, León, Aragón, Sicilia y Granada) tienen reflejo exacto en la jerarquía de los emblemas heráldicos del escudo. De este modo, las armas de los reyes Fernando e Isabel están concebidas como la representación de las soberanías que ejercen, y ya no simplemente como armas de linaje. En los sellos de los dos reyes, el escudo lleva por timbre una corona real abierta, como era usual en esta época para señalar la monarquía, y está sostenido por el águila de San Juan Evangelista. La divisa del águila sanjuanista ya había sido usada por Isabel siendo princesa y nunca aparece, reinando ambos, en las armas de Fernando solo, pues era propia de la reina. A cambio, el escudo del rey aparece en ocasiones timbrado por el yelmo con la cimera aragonesa del dragón. A menudo acompañan al escudo otras dos divisas: el yugo con el nudo gordiano cortado con el mote «tanto monta...» de Fernando y el haz de flechas de Isabel. Cada una de estas divisas homenajeaba con su inicial al consorte: «F» de Fernando en las flechas de Isabel, e «Y» de la reina —Ysabel, con la grafía de la época— en el yugo fernandino, que aparecía a ambos lados del escudo o de su efigie en sus monedas aragonesas. Lema. Tanto monta, abreviación de tanto monta cortar como desatar es el mote heráldico (comienzo de una frase breve que constituía, sola o acompañada de la empresa —o figura heráldica—, una divisa alusiva a la persona que lo usaba) que utilizó Fernando II de Aragón llamado el Católico. Su divisa personal consistía en la representación del nudo gordiano atado al yugo, acompañado del mote «tanto monta», que iniciaba la frase «tanto monta cortar como desatar», señalando que los medios utilizados para resolver un problema no son importantes frente a la solución de este. Probablemente esta divisa le fue sugerida a Fernando II de Aragón por el gran humanista Antonio de Nebrija. Y la idea era llevar el reino de Aragón tras dos siglos expandiéndose hacia Oriente, con aspiraciones a pasar más allá de Bizancio, siguiendo las huellas de Alejandro Magno. La empresa del yugo con el nudo gordiano cortado suponía también un juego cortesano, al comenzar «yugo» con «Y», que era la inicial con que frecuentemente se escribía el nombre de su esposa Isabel. Era común en los juegos galantes de la época adoptar una divisa que incluyera el nombre de la persona amada, como ocurría a su vez con las flechas de la reina católica, cuya primera letra era la «F» de su esposo. Estas divisas se encuentran en muchas representaciones del escudo de los Reyes Católicos y por ello aparecen en labras de multitud de edificios construidos durante su reinado, finales del siglo XV y principios del XVI. Cuando se figuraban las iniciales, como sucede actualmente en el escudo de Puerto Rico, la «Y» correspondía a Isabel y la «F» a Fernando. |
Castilla. |
a) Nacimiento de Castilla Castilla comenzó a surgir hacia el 900 como condado leonés, en la zona oriental de León. Contó con población de origen vasco-cántabro (poco visigotizada) y ocupó los lugares más atacados por los musulmanes (los condados alaveses y burgaleses, de tierras llanas y aptas para incursiones sarracenas). Tuvo en Medinaceli su primer núcleo castellano, fronterizo con Aragón, el Islam y León. Se trataba de una zona carente de monasterios y riqueza, y diferenciada por su población, norteños venidos hacia el centro. No quería someterse al Fuero Juzgo del reino de León, ni a la reivindicación visigoda, ni al sometimiento a nadie. Sólo quería seguir sus propias leyes locales. Con la llegada de Fernán González (951-956), caudillo de los castellanos, ya le será concedido a Castilla un condado autónomo, e independiente de León. No obstante, se unirá a León en el campo conquistador. El status de reino independiente le llegó a Castilla en 1035, con la repartición de territorios que hizo Sancho III de Navarra, y la entrega que hizo a su hijo Fernando I, por vía herencial y bajo el status de “reino castellano”, del viejo condado leonés. Castilla pasó a liderar, ya desde su fundación, la lucha contra el Islam. En 170 años, Castilla logrará tener sometido por completo al Islam, y en 250 años tener repoblada por completo España, con idioma y estructuras castellanas incluidas, algunas de ellas de proyección mundial. b) Fernando I de Castilla De 1035 a 1065. Hijo de Sancho III de Navarra, no dudó en tomar como 1ª medida de su nuevo reino, esa criatura engendrada por la vieja León y situada en el corazón de España:
En la Batalla de Tamarón-1037 Fernando I aplastó a la nobleza y toda resistencia leonesa, asesinó a Bermudo III de León y publicó una época de represión hacia el viejo poder leonés, sin piedad y hasta que estuviera a su servicio. 17 años después de la llegada de Fernando I, León pasó a estar al servicio de Castilla. Tras haberse anexionado por completo el reino de León, Fernando I puso sus miras en el centro peninsular musulmán, empezando a combatirlo por sus dos extremos:
También realizó razzias-saqueos e incursiones particulares por Toledo y Sevilla, consiguiendo botines y tierras estratégicas con la idea de obligar al Islam a pagar tributos sucesivos. Al morir Fernando I, el monarca repartió la herencia entre sus 3 hijos:
c) Alfonso VI de Castilla De 1072 a 1109. Hijo de Fernando I y heredero tan sólo de León, pronto se hizo también con la Corona de Castilla tras una guerra con su hermano Sancho II (1065-1072), que no había aceptado la compartición del reino con sus dos hermanos y que:
En el enfrentamiento fraticida de 1072 Alfonso VI salió vencer, y Sancho II tuvo que refugiarse en el Reino taifa de Toledo. Con las manos libres tras las muertes de sus 2 hermanos y el beneplácito de su hermana Urraca, Alfonso VI vino a ser el monarca decisivo de Castilla. c.1) Reconquista del Tajo En 1077 Alfonso VI se coronó “imperator totus Hispaniae”:
Con los musulmanes, Alfonso VI siguió explotando con las parias a los reinos taifas, y empezó a entrometerse en sus asuntos, y a enfrentarlos a unos con otros. Toledo, y toda la ribera del Tajo, fueron su objetivo primordial. Para la conquista del Tajo, tres fueron los corredores tomados y fortificados por Alfonso VI:
Pero fue la Reconquista de Toledo-1085, y la fuerza expansiva publicada por Alfonso VI, lo que saltó a la esfera internacional. Un contingente fanático almorávide, enviado como respuesta por el Islam internacional, desembarcaba en Algeciras-1086. No obstante, y a pesar del inicio victorioso musulmán tras la Batalla de Sagrajas-1086, también los almorávides serán repulsados por Alfonso VI, y causará el incremento del odio anti-musulmán. c.2) Reconquista de Toledo. En 1085 Alfonso VI se presentó a las puertas de Toledo con espada boca abajo y como el “protector de Toledo” frente al resto de reinos taifas, a los que había logrado enemistar con Toledo. Fue en 1085 y no antes, pues esperó a la muerte del rey moro, amigo suyo, y cuyo hijo Al Cadir era una calamidad y fácil de quitar del medio. Ese 25 mayo 1085, con la toma de Toledo:
El trato dado a los habitantes de Toledo fue muy dispar:
c.3) Sucesión de Alfonso VI Alfonso VI murió en 1109 sin poder haber transmitido su reino a nadie, pues:
Aún así, todavía en vida tuvo reflejos Alfonso VI para desunir el matrimonio de Urraca con Alfonso I de Aragón, y volverla a casar de nuevo (con Raimundo de Borgoña) con la esperanza que su nieto descendiente, Alfonso VII, pudiese heredar el trono de Castilla. Efectivamente, a la muerte de Alfonso VI se produjo una guerra civil en España, de 16 años duros y sangrientos, hasta que el 1126 el joven Alfonso VII logró hacerse con el poder. d) Repoblaciones de Castilla del s. XI Fueron fundamentales desde la Reconquista de Toledo-1085 hasta las Navas de Tolosa-1212, extendiéndose por los antiguos enclaves, nuevas fundaciones y todos los reinos, siendo esta época la más decisiva de la historia de España. Por procedencias, fueron los más animados a ir bajando hasta el Tajo los gallegos, leoneses, castellanos, francos y mozárabes del sur. A nivel de clero, los francos fueron numerosos, y sirvieron para introducir lazos europeos en la Iglesia española. En el Camino de Santiago, no sólo vía de peregrinación sino de fuerte inmigración y actividad comercial, desde Cataluña hasta el Atlántico, empezó a generarse:
En Asturias Alfonso VI en persona se encargó de sacar de la decadencia al viejo reino astur, introduciendo un ramal del Camino Compostelano y otorgando a Oviedo ser sede episcopal y real, con un fuero especial. En Galicia el obispo compostelano Diego Gelmírez fue el encargado de organizar todo el territorio, y de conseguir la sede episcopal a Lugo y el señorío real a La Coruña. Compostela fue elevada al nivel arzobispal, y empezó a recibir 500.000 peregrinos anuales. El mundo rural y los monasterios fueron la tónica gallega, al margen del Camino. En León se revitalizaron las viejas villas del Camino, se fundaron Sahagún y Villafranca del Bierzo, se concedió la sede episcopal a Zamora y Astorga, y la sede episcopal y real a León. En Castilla el número de francos rondaba el 20% en la zona de la Rioja (Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Logroño…), y por el resto de terrenos se fueron creando monasterios con propia y fuerte actividad repobladora. Se fundaron las villas de Carrión, Castrogeriz, Frómista y Valladolid-1035, y se concedió:
En el valle del Duero la conquista de Toledo permitió atravesar la península sin problemas, comenzándose la repoblación de las Extremaduras y del sur aragonés de forma planificada:
Esta conjunción de ciudad-alfoz municipal pasó a llamarse “comunidad de villa y tierra”, y llegó a abarcar enormes territorios semi-vacíos… originando lo que hoy son las provincias civiles. Para repoblarlas, se concedió el título de ciudades-cabecera a Ávila, Segovia, Salamanca, Cuellar y Arévalo. En el valle del Tajo los mozárabes y los mudéjares continuaron con su propia administración poblacional, anterior a la gigante reconquista realizada por Alfonso VI. CASTILLA DEL S. XII a) Alfonso VII de Castilla De 1126 a 1157. Nieto de Alfonso VI, solucionó la sucesión de su abuelo y posterior guerra civil, gracias a la ayuda de la nobleza castellana y poderes municipales. Y es que, en efecto, Alfonso VII tuvo que suceder a su abuelo a costa de una guerra civil con Alfonso I de Aragón, que reclamaba la corona castellana para sí por su matrimonio con Urraca de Castilla. Una guerra por toda España que duró 16 duros y sangrientos años, hasta que en 1126 el joven Alfonso VII logró hacerse con el poder. Y un desencuentro que provocó las pérdidas:
No obstante, supo Alfonso VII sofocar como nadie el ímpetu almorávide que había subido del sur de Africa[36], tras el reto que le había ofrecido Alfonso VI al Islam internacional. Rotos los cercos de la Mancha, el rey consiguió las conquistas:
Tras haber consolidado el “imperium Hispaniae”, Alfonso VII entregó el reino a su hijo Sancho III de Castilla (1157-1158), que ante una muerte repentina delegó en su joven hijo Alfonso VIII. b) Alfonso VIII de Castilla De 1158 a 1214. Nieto de Alfonso VII, fortificó todas las reconquistas anteriores, con la introducción de las órdenes eclesiales de:
Aparte de las zonas encomendadas a las órdenes eclesiales, hizo Alfonso VIII incursiones militares:
Todo estaba preparado, pues, para el asalto final al Islam, hito consumado en la Batalla de las Navas de Tolosa-1212, acontecimiento que resultó de importancia trascendental. b.1) Roces entre los reinos cristianos La España cristiana tenía ya fronteras muy asentadas ante los moros:
Además, la España cristiana fue repoblando densamente su territorio, con redes urbanas y gran vitalidad. No obstante, su punto débil se podía ver de forma patente: 5 reinos distintos dentro del mismo territorio. En efecto, y por las circunstancias que fueran, la España cristiana tenía 5 coronas (Navarra-Aragón, Castilla-León y Portugal), y los conflictos internos corrían el riesgo de multiplicarse por 5. Efectivamente, los conflictos internos vinieron:
Dos fueron los pactos entre los reinos cristianos:
b.2) Batalla de las Navas de Tolosa Ya los almorávides habían empezado a caer derrotados en el campo de batalla a partir de 1120, tanto ante los aragoneses como ante los castellanos. Las pérdidas de Zaragoza-1118, Lisboa, Almería, Lérida-1149... hacían ya presagiar el estoque final al Islam en España. Pero la llegada de los almohades en 1146, surgidos fanáticamente en el norte de Africa, había venido a paralizar estas reconquistas cristianas por el sur, y a reunificar Andalucía bajo dominio musulmán. Así las cosas, Alfonso VIII no tuvo otra opción que pedir ayuda y reclutar un imponente ejército de los 5 reinos cristianos de España[48], comandando a toda la Cristiandad el 16 julio 1212 a la Batalla de las Navas de Tolosa-1212, en pleno Despeñaperros musulmán. La victoria fue brutal, y tuvo eco internacional. Tras las Navas de Tolosa:
Quedó el poder musulmán descompuesto, Castilla pasó a liderar todos los puertos, entradas y controles de Andalucía, y el rey de Castilla comenzó a liderar las fuerzas cristianas de coalición, con reconocimiento internacional. c) Repoblaciones de Castilla del s. XII Los municipios fueron el elemento fundamental de la Castilla del s. XII, y vinieron a sustituir las antiguas presuras por los nuevos sistemas de:
Cuando una zona recibía las cartas puebla y su fuero, pasaba a llamarse concejo, con límites municipales propios, y dentro del cual podían integrarse más núcleos poblacionales. El concejo, con el visto bueno del rey, podía nombrar los cargos de:
El proceso repoblacional, pues, siguió 3 pasos:
En León se fundaron Puebla de Sanabria-1120 y Ponferrada-1192. En Castilla se fundaron Soria, Miranda del Ebro, Frías y Pancorbo, y se concedió a Burgos el título de capital de Castilla. En el valle del Tajo fueron repobladas más de 80 villas en el entorno de Toledo, con sus respectivas aldeas y alfoces, y todas ellas bajo el control de los viejos linajes toledanos. Cuenca pasó a tener sede episcopal y fuero modélico para España, y Talavera y su alfoz de 4.000 km2 no llegaron a quedar bien poblados del todo. En el valle del Duero se siguió repoblando las conjunciones ciudad-alfoz, desde sus ciudades-cabecera. A sus primitivas ciudades-cabecera, se añadieron ahora las de Alba de Tormes-1140, Ciudad Rodrigo-1160 y Béjar-1208. Plasencia pasó a convertirse en clave para la Extremadura portuguesa. En Galicia se siguió repoblando agrícolamente y en torno a los monasterios, se fundaron Orense-1131, Mondoñedo-1156, Padrón-1164, Pontevedra-1169, Coruña-1180, Ribadeo-1182, Montforte de Lemos-1199… sobre antiguas colonias de pescadores, y se concedió la sede episcopal a Mondoñedo y Orense. En Asturias se fundaron Castro Urdiales-1123, Santander-1187, Laredo-1190 y San Vicente de la Barquera-1210. En Guipúzcoa se fundaron Vitoria-1181 y San Sebastián-1186 por parte de Navarra, y Zarauz, Durango, Guetaria y Treviño por parte de Alfonso VIII de Castilla. d) Sociedad castellana del s. XII Castilla fue re-fundando España en plan caravana, estableciéndose sobre los antiguos castrum romanos y visigodos que habían estado abandonados durante siglos. La población se estableció en collationes o barrios, con la parroquia en el centro. En torno a ese círculo 1º hubo un 2º círculo de regadíos y viñas, y un 3º círculo de montes. Las villas, o conjunción de varias collationes unidas, empezaron a amurallarse y a demarcar sus territorios, para ir incluyendo en sus dominios a nuevas aldeas que quisieran establecerse. En las ciudades hubo catedral, y en torno a ella se fueron estableciendo los edificios públicos, las calles de artesanos y los mercados. Fue el centro urbano medieval, todavía con acento rural, y tras el cual quedaba el alcázar-castillo y los espacios libres[ para corrales… Todo dentro de las murallas, que se fueron edificando fortificadamente y a lo grande. A extramuros, las ciudades controlaban las principales villas a su alrededor, y poseían inmensos alfoces. La sociedad intramuros fue de un mismo cuño, todos con el mismo fuero. No hubo, pues, estructuras pseudo-vasalláticas, ni explotación del campesinado, ni grandes propiedades latifundistas. El tenente era el encargado de construir los alcázares, para vivir él y los delegados reales. Y el concejo popular era la clave para dominar la vida de los vecinos. Eso sí, hubo diferencias militares, entre:
Este estilo de vida fue muy parecido al de los siglos posteriores, y derivó en dos tipos de propietarios:
CASTILLA DEL S. XIII a) Fernando III de Castilla De 1217 a 1252. Nieto de Alfonso VIII por parte de su padrastro Enrique I (1214-1214), e hijo de Alfonso IX (1214-1217) por parte de su misma madre y regente, Fernando III fue el primer monarca que logró centralizar en la corona castellana todos los privilegios de las viejas noblezas locales. En efecto, fue San Fernando III el monarca decisivo de España, y el que comenzó a meter mano en terreno andalusí bajo dos frentes simultáneos, en los vértices extremeño y murciano. Otras hazañas de Fernando III el Santo fueron:
a.1) Reconquista de Al Andalus Desde el frente extremeño, Fernando III reconquistó:
Desde el frente murciano, Fernando III reconquistó:
Tras quedar bien reconquistados los valles del Segura y Guadiana, Fernando III decidió entonces internarse en el valle del Guadalquivir, reconquistando:
En Portugal Fernando III reconquistó la región de Alemtejo-1232, del Algarve-1239 y Ayamonte-1239 , y el condado de Niebla-Huelva fue puesto por el monarca como frontera castellana sur-occidental. Por último, y una vez reconquistado todo Al Andalus, Fernando III decidió la creación del Reino de Granada-1246, como algo totalmente aislado y sometido por completo:
Muhammad Ibn Nasr sería el encargado de gobernar Granada, pero como vasallo de Castilla. Durante 246 años, allí fue introduciéndose a la población no-deseable de España, y su micro-cosmos fue agraria y tecnológicamente un tercer mundo dentro de la península. Su frontera simbolizaba el recuerdo de la sangre y esfuerzo empleado por los reinos españoles, y diferenciaban 2 mundos totalmente distintos. a.2) Repoblación de Extremadura y la Mancha En la Mancha encomendó Fernando III a las órdenes militares su repoblación en 1230, encargo que llevaron a cabo sobre el pivote económico de la ganadería y la raza castellana a nivel social, junto con algunos mudéjares venidos de Murcia. A todas las villas se les fue dando el modelo de Cuenca. Los sectores repoblados fueron:
En Extremadura practicó Fernando III una mezcla de órdenes de caballería con villas de realengo real. Tuvieron realengo Cáceres, Trujillo, Badajoz, Medellín… con grandes alfoces y peso político. Las órdenes militares repoblaron con cartas-puebla, ganadería y cañadas de la Mesta, y al margen de la corona:
En cuanto a tácticas repobladoras, vio necesario Fernando III repoblar Andalucía antes que terminar de repoblar Extremadura y la Mancha. Esto provocó numerosos vacíos poblacionales que supieron aprovechar los golfines, bandas delictivas que se empezaron a propagar sin control. b) Alfonso X de Castilla De 1252 a. Hijo de Fernando III, fue rey sabio pero superado por las dimensiones de los territorios que tenía que repoblar y modernizar. Sobre todo fue Alfonso X el Sabio el impulsor de la centralización legal española, mediante:
Un Código de las 7 partidas, con aplicación del derecho romano de Justiniano, que fue inédito en Occidente e hizo de Castilla el reino más moderno de Europa. Aún así, esta sustitución de todo fuero local por el Alfonsino no llegó a ser realidad total hasta 1348 (500 años antes de lo sucedido en Europa y Estados Unidos). Con la Sublevación mudéjar-1264, promovida desde el reino de Granada, el campo quedó totalmente revuelto. Alfonso X aplastó la rebelión en 2 años, tras lo cual:
b.1) Repoblación de Andalucía Fue llevada a cabo por Alfonso X con gran habilidad, sobre las estructuras que se iba encontrando y sobre las directrices que ya había dejado su padre en la reconquista que había llevado a cabo:
Así, la tónica general que llevó a cabo Alfonso X en Andalucía fue:
Las grandes ciudades andaluzas fueron tomadas:
En muchas comarcas andaluzas la tónica fue:
A los nuevos pobladores-colonos que vinieron a Andalucía:
El sistema de heredamiento tuvo:
El número de repobladores que llegaron a Andalucía, tras su reconquista, fue:
A pesar de las pequeñas cifras de población, estas fueron totalmente cristianas. No obstante, Alfonso X:
c) Sociedad castellana del s. XIII Si el s. XIII europeo significó recoger los frutos del s. XII, con un periodo de madurez y clasicismo europeo en arte, política, ejército… en España también sucedió lo mismo, salvo en el reducto musulmán de Granada. Sus principales reinos pasaron a tener:
En el s. XII los fueros y familias de fueros iban siendo completados con las ordenanzas del rey, dirigidas a unificar criterios y legislaciones. Fue así como surgió otro de los inventos españoles en la humanidad: las Cortes, Asambleas de ciudadanos que, desde las Cortes de León-1188 y como consultivas y reales, empezaron:
Las funciones de las Cortes fueron ampliándose con el tiempo. Apoyadas en el sistema de votación, sus competencias principales fueron:
CASTILLA DEL S. XIV a) Guerra del Estrecho Tuvo 5 contendientes enfrentados, terminando con la victoria de Castilla. Estos fueron:
Como antecedente al conflicto estrella Castilla-Fez, habría que destacar la creación del Reino de Granada-1246, cuando Fernando III y Muhammad Ibn Nasr habían pactado que:
Esto se había pactado sin firmar la paz, y respetando las treguas pacificas que se habían estipulado para periodos de 20 años. No obstante, ya en 1264 se había producido un apoyo de Granada a un levantamiento mudéjar en Levante, y Alfonso X había tenido que ir a sofocarlo, expulsando a Granada a miles de mudéjares levantinos más. a.1) 1ª Fase de la Guerra De 1275 a 1286. Fue de guerra violenta, decantada hacia los benimerines. En efecto, los benimerines habían hecho 5 grandes incursiones por Andalucía, en torno al Guadalete y Guadalquivir. Y Alfonso X acude en 1279 en rescate de Algeciras, fracasa y su flota queda destruida (lo que hizo que Sancho IV tuviese que contratar en 1285 una flota genovesa a cambio de dinero). a.2) 2ª Fase de la Guerra De 1286 a 1310. Fue de reconquista total de Castilla, que se hizo con todas las plazas del Estrecho, y repoblación incluida. En efecto, una vez que Sancho IV pudo contar con los barcos alquilados a Génova y Aragón, decide lanzarse a la reconquista de lo perdido. Tras 3 meses de asedio toma Tarifa-1292, la capital del Estrecho. Los norteafricanos vuelven a desembarcar en la costa andaluza, y reciben apoyos granadinos para intentar el asalto a Tarifa. Es aquí cuando Guzmán el Bueno entrega a su propio hijo antes que la plaza. En 1295 muere Sancho IV, y Granada salta a la palestra del Estrecho, haciéndose con Ceuta y amenazando seriamente con salir victorioso en todo este conflicto. Es entonces cuando surge un alto el fuego-1309 entre Castilla y Fez, con la idea de:
a.3) 3ª Fase de la Guerra De 1310 a 1339. Fue de contra-ataque y conquista que hizo Fez-Granada de la costa andaluza. Y es que en 1313 los árabes habían retomado las incursiones en la costa andaluza. Ante lo cual Castilla decide enviar una expedición armada, con rotundo fracaso y muerte de los 2 regentes castellanos en 1319. Durante 5 años, la Corona de Castilla se viene abajo, y la coalición Fez-Granada retoma:
a.4) 4ª Fase de la Guerra De 1339 a 1350. Fue de victoria final castellana, tras batallas navales, asedios a ciudades, epidemias contraídas y resto de calamidades. Todo comenzó cuando los benimerines deciden en 1340 el asalto a Tarifa. Lo que supuso el inicio de la gran Batalla del Estrecho, pues Alfonso XI no podía tolerarlo. Con Alfonso XI al mando de las operaciones, y una flota bien preparada, el rey de Castilla planta cara en la Batalla del Salado-1340, en cuyo río andaluz Castilla destroza todas las resistencias musulmanas de Fez y de Granada juntas, y entra definitivamente en Tarifa-1341. Quedaba Algeciras y Gibraltar. En efecto, y tras 20 meses de asedio de coste durísimo, económico y moral, Castilla se hace con Algeciras-1344, cerrando el acceso al Estrecho. Tras un intento de contraataque musulmán, en la Batalla del Palmones-1346 (y nueva victoria castellana), Alfonso XI comienza el Asedio a Gibraltar-1348, donde morirá por la Peste Negra. Tras 192 meses de asedio y litros de sangre derramados, se consiguió la reconquista de Gibraltar-1362. Castilla, desgastada moralmente, lograba abrir el Estrecho al comercio y puertos europeos. b) Dinastía de los Trastámara Nació en 1348, cuando Alfonso XI (1295-1348), héroe del Estrecho:
Tras la guerra civil que tuvo que sufrir Pedro I (1348-1369) a manos de Enrique de Trastámara (que lo asesinó en la Batalla de Montiel-1369), Enrique II (1369-1379) inició esta dinastía castellana, que llegó a reinar siempre en medio de revueltas:
En estos años, los Trastámara fueron cediendo derechos paulatinamente a la nobleza, y se enzarzaron internamente en interminables disputas. Hasta que llegó al reinado Isabel la Católica. |

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