—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

martes, 19 de junio de 2012

121.-Antepasados del rey de España: María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.



María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.


Aldo  Ahumada Chu Han 

 (Palermo, 27 de abril de 1806 - Sainte-Adresse, 22 de agosto de 1878) fue reina consorte de España por su matrimonio con el rey Fernando VII en 1829 y regente del Reino entre 1833 y 1840, durante una parte de la minoría de edad de su hija Isabel.

Biografía

Era hija del rey de Nápoles, Francisco I. Siendo muy joven se convirtió en la cuarta esposa de su tío Fernando VII de España. En 1830 le dio a éste la descendencia que no había tenido de enlaces anteriores, que resultó ser una niña, la futura reina Isabel II. Oportunamente, el rey había publicado poco antes la Pragmática Sanción, aprobada en 1789, por la que la Casa de Borbón restauraba las prácticas sucesorias tradicionales de Castilla, permitiendo el acceso al Trono de las mujeres
María Cristina luchó por asegurar la sucesión para su hija frente a las expectativas que había despertado la posibilidad de que el rey muriera sin descendencia en su hermano Carlos María Isidro, cabeza visible de la facción ultrarrealista de la corte. Por su parte, Cristina adoptó una postura aperturista hacia la oposición liberal, con la que había tenido prometedores contactos cuando atravesaba Francia en su viaje hacia España.
Aprovechando una enfermedad del rey en 1832, los ultras le hicieron firmar un codicilo anulando su anterior disposición sucesoria y restaurando la Ley Sálica; pero tal rectificación fue a su vez anulada cuando Fernando VII recobró la salud. La inevitable confrontación estalló al morir el rey en 1833, dejando como heredera a una niña de tres años y como regente durante su minoría de edad a su madre María Cristina.
La rebelión de los absolutistas, agrupados en el bando carlista, dio lugar a siete años de guerra civil (1833-40), que obligaron a María Cristina a buscar apoyo entre los liberales para garantizar el Trono de Isabel. Contando con el reconocimiento de Francia e Inglaterra, María Cristina fue avanzando hacia una monarquía constitucional a medida que se lo demandaba la presión liberal.
En 1834 llamó a gobernar al moderado Martínez de la Rosa, quien dictó una amnistía para los liberales perseguidos por el régimen absolutista y puso en marcha unas primeras Cortes electivas mediante el Estatuto Real de aquel año. La presión combinada de los movimientos populares y de los pronunciamientos militares, unida a la necesidad de reforzar el bando cristino en la guerra contra los carlistas, determinaron la caída de aquel gabinete y la llamada al poder del progresista Mendizábal (1835), que puso en marcha la desamortización de los bienes de la Iglesia.
En 1836 se produjo el «Motín de los sargentos» de La Granja, que condujo a la liquidación del régimen del Estatuto Real; tras un breve periodo de vigencia de la Constitución de 1812, los progresistas elaboraron una nueva Constitución liberal en 1837. Bajo aquel régimen consiguió el general Espartero derrotar por fin a los carlistas en 1839-40.
Escudo de armas de María Cristina como reina consorte


Entretanto, María Cristina se había hecho impopular, tanto por sus inequívocas inclinaciones políticas conservadoras, como por su matrimonio morganático con un guardia de su escolta llamado Fernando Muñoz, con quien tuvo varios hijos y emprendió los más turbios negocios.
Aprovechando su prestigio militar, Espartero se erigió en líder de los liberales progresistas y en 1840 dio un golpe por el que derrocó a la regente, asumiendo él mismo la Regencia del Reino al año siguiente. María Cristina y su marido tuvieron que exiliarse en París, desde donde organizaron conspiraciones con los moderados para recuperar el poder; fracasado un primer intento, obra de Diego de León (1841), por fin el golpe de Estado del general Narváez declaró la mayoría de edad anticipada de Isabel II y permitió a la reina madre regresar a España (1843).
Desde la sombra siguió ejerciendo gran influencia en la corte, organizó los matrimonios reales, nombró a su marido duque de Riánsares y se enriquecieron ambos participando en toda clase de negocios. Eso explica su descrédito creciente, que se manifestó cuando, durante una nueva revolución progresista en 1854, fue saqueado su palacio madrileño y posteriormente secuestrados sus bienes por el gobierno de Espartero. Tras la caída de éste en 1856 regresó ocasionalmente a España, pero ya no influyó directamente en los asuntos políticos.

Negocios.

La gran pasión de María Cristina fueron los negocios y para ello contó con grandes personajes como el general Narváez y José de Salamanca. No dudó en desviar fondos estatales para sus inversiones particulares. Se decía que “no había proyecto industrial en el que la Reina madre no tuviera intereses”.
Fernando Muñoz fue el promotor de diversas empresas, destacando las de ferrocarriles que por aquellos tiempos empezaban a abrirse camino, haciendo inversiones en este sector en Asturias. También creó numerosas empresas en torno al carbón en Siero y el valle del Nalón y creó la empresa Asturiana Mining Company que posteriormente sería transformada en la Fábrica de Mieres.
También participó activamente en el negocio de la sal, durante cinco años disfrutó del monopolio de dicho producto, lo cual le dio pingues beneficios. También participó en el negocio de los negreros, en compañía del el general Narváez, fundador de la Guardia Civil.
Obtuvo la concesión de la línea férrea Madrid-Aranjuez, que fue inaugurada, el siete de diciembre de 1851, que posteriormente se extendería hasta Albacete y Alicante. Como dice el historiador Pierre de Luz:
“En aquel momento, todo el mundo en Madrid juega a la bolsa, y es Salamanca quien dirige el baile. Ya ha arrastrado a Muñoz, y pronto asocia al mismo Narváez a sus combinaciones, a sus grandes golpes, a sus enormes ganancias… no existe en España un solo negocio industrial en que María Cristina o el Duque de Riánsares no tomen parte.”


María Cristina y Fernando Muñoz fueron enriqueciéndose con el dinero público, siendo acusados de abuso de poder y de aprovechar en su favor la información privilegiada de la que gozaban. Así supieron anticiparse a la crisis y se desprendieron de sus negocios asturianos un año antes de que fuera promulgado el Real Decreto donde se rebajaban los aranceles sobre los productos siderúrgicos, provocando el desastre de la siderurgia española.

Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, Segundo marido de María Cristina


Descendencia

Primer matrimonio

De su primer matrimonio, con el rey Fernando VII, tuvo dos hijas:

María Isabel Luisa de Borbón, futura "Isabel II de España" (1830-1904), reina de España.
María Luisa Fernanda de Borbón (1832-1897), infanta de España, casada con el duque de Montpensier.

Segundo matrimonio

De su segundo matrimonio, con Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, I duque de Riánsares y I marqués de San Agustín, tuvo ocho hijos, a los que la reina Isabel II concedió títulos nobiliarios entre 1847 y 1849:

  • María de los Desamparados Muñoz y Borbón, I condesa de Vista Alegre (1834-1864)
  • María de los Milagros Muñoz y Borbón, I marquesa de Castillejo (1835-1903)
  • Agustín María Raimundo Fernando Longinos Muñoz y Borbón, I duque de Tarancón grande de España, I vizconde de Rostrollano y pretendiente a rey de Ecuador (1837-1855)
  • Fernando María Muñoz y Borbón, II duque de Riánsares grande de España, II duque de Tarancón grande de España, II marqués de San Agustín, I conde de Casa Muñoz, II vizconde de Rostrollano, I vizconde de la Alborada y II duque de Montmorot Par de Francia (título no reconocido en España) (1838-1910)
  • María Cristina Muñoz y Borbón, I marquesa de la Isabela, I vizcondesa de la Dehesilla (1840-1921)
  • Juan María Muñoz y Borbón, I conde del Recuerdo, I vizconde de Villarrubio (1844-1863)
  • Antonio de Padua Muñoz y Borbón (1842 - 1847)
  • José María Muñoz y Borbón, I conde de Gracia, I vizconde de la Arboleda (1846-1863)


María Cristina de Borbón Dos Sicilias. Palermo (Italia), 27.IV.1806 – Sainte-Adresse (Francia), 22.VIII.1878. Reina gobernadora de España.

Hija de Francisco I, rey de las Dos Sicilias, y de María Isabel de Borbón, infanta de España. Fue la cuarta esposa del rey Fernando VII, con el que contrajo matrimonio tras quedar viudo de su tercera esposa, la reina María Josefa Amalia de Sajonia.
María Cristina era sobrina carnal de Fernando VII, ya que su madre, la infanta María Isabel de Borbón, era hermana de éste, por lo que para poder realizarse el matrimonio hubo que solicitar al Vaticano las oportunas dispensas, gestión que realizó el embajador de España en Roma Pedro Gómez Labrador, quien también fue el encargado de pedir la mano de María Cristina en nombre del rey Fernando VII, al rey de las Dos Sicilias.
El 30 de septiembre de 1829 salió María Cristina desde Nápoles hacia España, acompañada por sus padres y por su hermano menor, Francisco de Paula, conde de Trápani, pasando por Roma, donde fueron recibidos por el papa Pío VIII, y atravesando Italia y Francia, país en el que fue vitoreada por los liberales españoles emigrados, quienes anhelaban que aquel matrimonio sirviera para suavizar de algún modo el absolutismo de Fernando VII, anhelos que se vieron cumplidos tres años más tarde, con la amnistía concedida por María Cristina en octubre de 1832.
El 8 de diciembre llegó la comitiva a Aranjuez. La impresión que causó al Rey su sobrina fue muy positiva, pues, además de contar con su juventud —tenía veintitrés años—, María Cristina de Borbón, princesa de las Dos Sicilias, era hermosa, elegante y poseía un carácter abierto y dulce. Sin duda, no causó el mismo efecto en el ánimo de la joven María Cristina su tío y esposo, que tenía cuarenta y cinco años —era veintidós años mayor que ella— y estaba envejecido prematuramente a causa de su precaria salud.
La boda se celebró en el Real Sitio de Aranjuez el 9 de diciembre de 1829, siendo ratificada a su llegada a Madrid, el día 11, en la basílica de Nuestra Señora de Atocha, prolongándose las fiestas nupciales durante varios días con un despliegue de suntuosidad sin precedentes.
Desde el principio, el matrimonio fue muy mal acogido por los ultra-realistas, partidarios del hermano de Fernando VII, el infante Carlos María Isidro, quien influido por éstos y por su esposa la infanta portuguesa María Francisca de Braganza, había concebido la esperanza de suceder en el trono a su hermano, pues éste, a pesar de sus tres matrimonios anteriores, no había conseguido tener sucesión (solamente su segunda esposa, María Isabel de Braganza, le había dado dos hijas, que no se habían logrado: la infantita María Luisa, que murió a los cuatro meses y medio de nacer, y otra infanta nacida muerta).
El 8 de mayo de 1830, la Gaceta hizo pública la noticia de que la reina María Cristina había entrado en el quinto mes de embarazo. Tres meses antes, el 29 de marzo, el rey Fernando VII, en previsión de que fuese una hija la que naciera, había decidido hacer pública la Pragmática Sanción, que derogaba la ley semi-sálica dada por Felipe V en 1713, la cual excluía a las mujeres en el acceso al trono de España en tanto hubiese descendencia masculina directa o colateral. La Pragmática Sanción, dada por Carlos IV en 1789 y respaldada por las Cortes —pero que al cerrarse éstas precipitadamente por los acontecimientos políticos de Francia en aquella fecha no dio tiempo a que se hiciese pública—, ponía de nuevo en vigencia el orden sucesorio de las Leyes de las Partidas, restableciendo la tradición de la Monarquía española según la cual las mujeres podían reinar.
Con la decisión de Fernando VII de hacer pública la Pragmática Sanción, se disiparon las esperanzas de reinar de su hermano Carlos María Isidro, alentadas por su camarilla, los legitimistas —los carlistas—, iniciándose el enfrentamiento que provocó la lucha dinástica que azotó España tras la muerte de Fernando VII durante gran parte del siglo xix: las Guerras Carlistas, en las que se enfrentaron carlistas e isabelinos. Aunque en realidad, más que un problema dinástico, aquél fue un pretexto para desencadenar el conflicto que existía entre dos tendencias políticas que no aceptaban convivir: absolutistas y liberales.
El 10 de octubre de 1830, la reina María Cristina dio a luz a su primera hija: la princesa Isabel, futura Isabel II. Y trece meses después, el 30 de enero de 1832, nació otra niña, la infanta Luisa Fernanda.
Mientras la felicidad inundaba a María Cristina por haber conseguido dar a Fernando VII la tan ansiada sucesión, las esperanzas de reinar del infante Carlos María Isidro se desvanecían por completo.
En el mes de septiembre de 1832, estando la Corte en La Granja de San Ildefonso, el Rey sufrió uno de sus ataques de gota, pero esta vez tan grave, que se temió por su vida.
Los partidarios del infante Carlos María Isidro, que ocupaban posiciones claves en el Gobierno de la nación, como el ministro de Justicia, Tadeo Calomarde, y el ministro de Estado, conde de Alcudia, aprovecharon este agravamiento de la salud del Rey para pintar ante la reina María Cristina —a la que Fernando VII había encargado la Regencia mientras durase su enfermedad— un panorama tan desolador y con el fantasma de la guerra civil de fondo, que la Reina pidió a su esposo que revocase, por medio de un codicilo, la Pragmática Sanción. La firma de este documento (18 de septiembre de 1832) supuso la derogación de la Pragmática Sanción y el restablecimiento de la legitimidad sucesoria en la persona del hermano del Rey.
Apenas recuperada la salud, Fernando VII mandó iniciar los trámites para anular el codicilo que derogaba la Pragmática Sanción. Calomarde fue desterrado y al conde de Alcudia se le obligó a reincorporarse a su actividad diplomática fuera de España.
Pocos días después, la reina María Cristina, a la que su esposo había facultado para gobernar conjuntamente con él, firmaba un decreto de amnistía que afectó a un gran número de personas, incluidos los exiliados (15 de octubre de 1832).
El 31 de diciembre de 1832 tuvo lugar, ante una nutrida representación de personalidades, el acto solemne de la lectura por parte del Rey del documento derogatorio del codicilo que contenía la derogación de la Pragmática Sanción, que restablecía los derechos sucesorios de su primogénita, Isabel, quien seis meses más tarde, el 30 de junio de 1833, fue jurada por las Cortes princesa de Asturias y heredera del trono, en la madrileña iglesia de San Jerónimo.
Tres meses después, el 29 de septiembre de 1833, murió en el Palacio Real de Madrid el rey Fernando VII a consecuencia de un fulminante ataque de apoplejía. Como su sucesora, Isabel II, cumplía tres años el 10 de octubre, el testamento del Rey disponía que la Reina viuda ejerciera como regente y gobernadora, asesorada por un Consejo de Gobierno, hasta que su hija cumpliera los dieciocho años.

El 1 de octubre, el infante Carlos María Isidro lanzó desde Abrantes (Portugal) un manifiesto en el que no reconocía los derechos al trono de su sobrina Isabel y se intitulaba Carlos V, rey de España. De este modo se inició la guerra civil —Primera Guerra Carlista (1833-1839)— y la Regencia de la reina María Cristina, que duró siete años (1833-1840) y estuvo marcada por graves dificultades desde sus comienzos, pues además del grave problema interno que supuso el estallido de la guerra civil —que incidió profundamente en la vida del país y forzó la actitud de los distintos gobiernos moderados y liberales— en el exterior la reina María Cristina no fue reconocida más que por Francia e Inglaterra, y hubo que esperar hasta 1834 para que las relaciones exteriores de España se mejorasen con la firma del tratado de la Cuádruple Alianza.
La Guerra Carlista dividió al país en dos bandos: los cristinos, liberales partidarios de la reinita Isabel II y de la Reina gobernadora, en los que ésta únicamente podía apoyarse para sostener los derechos de su hija al trono, y los carlistas, realistas partidarios de Carlos María Isidro.
Mientras en el norte de España, Vascongadas, Navarra y Cataluña, a partir del mes de octubre de 1833 ardía la Guerra Civil, la Reina gobernadora comenzó a gobernar dando al país —a instancias de Cea Bermúdez, presidente del Consejo de Ministros— el Manifiesto del 5 de octubre, verdadero programa del primer gobierno de la Regencia.
Dos eran las líneas básicas de actuación contenidas en el Manifiesto: la firme voluntad de salvaguardar el poder de la Corona y la promesa de acometer reformas administrativas. Pero el Manifiesto, recibido con frialdad, no gustó a nadie y el propio Consejo de Gobierno —que Fernando VII había dispuesto en su testamento para asesorar a su esposa— aconsejó a la Reina gobernadora que iniciara un ensayo liberal.
El Gobierno de Cea Bermúdez tenía sus días contados: los liberales al unísono se le opusieron y los capitanes generales Llauder y Quesada, de Cataluña y de Castilla la Vieja, respectivamente, elevaron a la Regente sendos escritos reclamando la inmediata reunión de Cortes como punto de partida de una reforma política que estuviera por encima de la mera administrativa que se propugnaba en el Manifiesto.
La reina María Cristina comprendió que no podía mantener ni un minuto más a Cea Bermúdez y en enero de 1834 pasó a sustituirle por Francisco Martínez de la Rosa.
En Martínez de la Rosa, militante del viejo liberalismo de las Cortes de Cádiz y del Trienio Liberal —aunque su entusiasmo de entonces lo habían enfriado la adversidad y el exilio—, se vio al hombre capaz de iniciar un ensayo liberal. En aquellos momentos mantenía una postura liberal moderada que quedaría plasmada en su programa político, el Estatuto Real de 1834, primer texto constitucional del reinado de Isabel II.
El Estatuto Real, que tenía sus antecedentes en la Carta Otorgada de Luis XVIII y era simplemente una convocatoria de Cortes, satisfizo solamente a los sectores más moderados del liberalismo español, aunque a su amparo vivieron cuatro Gobiernos: el de Martínez de la Rosa, hasta junio de 1835; el del conde de Toreno, hasta septiembre de 1835; el de Juan Álvarez Mendizábal, hasta mayo de 1836, y el de Istúriz, hasta agosto de 1836.
A excepción del Gobierno presidido por el liberal progresista Mendizábal —que logró sacar adelante su Decreto desamortizador de 1836 y dejó preparada la Ley desamortizadora de 1837—, los otros tres Gobiernos eran de signo moderado, por lo que tuvieron que gobernar con el fantasma del pronunciamiento y de la conspiración de los progresistas contrarios al Estatuto Real.
En el verano de 1836 se desencadenaron una serie de levantamientos que se iniciaron en Málaga, propagándose muy rápidamente por Granada, Cádiz y demás provincias andaluzas, pasando después a Aragón y Valencia y luego al resto de España. Finalmente, la noche del 12 de agosto de 1836, en el Real Sitio de La Granja —donde la reina María Cristina y sus hijas se encontraban pasando el verano— se consumó el pronunciamiento de los sargentos, siendo obligada la Reina gobernadora a restablecer la Constitución de 1812 poniéndose fin de este modo al Estatuto Real de 1834.

Tras el triunfo del pronunciamiento de los sargentos de La Granja, la reina María Cristina encomendó el poder a los progresistas. El nuevo presidente del Consejo de Ministros fue Calatrava, y éste nombró a Mendizábal ministro de Hacienda, quien pudo entonces sacar adelante su Ley desamortizadora de 1837.
Inmediatamente se convocaron Cortes Constituyentes, que abrió la Reina gobernadora en octubre de 1836, para revisar la Constitución de 1812 o en caso necesario proceder a la elaboración de una nueva. Se designó una Comisión encargada de la reforma constitucional presidida por Agustín Argüelles y cuyo secretario fue Salustiano Olózaga, la cual, tras seis meses de trabajo, elaboró un nuevo texto constitucional: la Constitución de 1837, que fue sancionada por la Reina gobernadora el 18 de junio de 1837.
Con los progresistas en el poder, el Partido Moderado se convirtió en oposición escindido en dos posturas: la de los que deseaban participar en el juego político y la de los que preferían hacerlo desde la clandestinidad.
A causa de la postura de estos últimos, el Gobierno Calatrava —que había durado casi un año— cayó el 18 de agosto a causa del pronunciamiento realizado por los oficiales de la brigada Van Halen, en Aravaca, a las afueras de Madrid.
A consecuencia de esta inestabilidad política, los carlistas aprovecharon para reiniciar su ofensiva, llevando a cabo personalmente el pretendiente Carlos la llamada Expedición Real, llegando a las puertas de Madrid con sus tropas en septiembre de 1837. Pero Carlos no atacó Madrid, pues venía con la intención de pactar con su cuñada y sobrina María Cristina, quien le había hecho llegar sus propuestas por mediación del rey Fernando II de Nápoles.
Para la Reina gobernadora, los sucesos de La Granja del mes de agosto de 1836 habían supuesto una humillación y causado tal alarma que, desde entonces, pensó en la posibilidad de hacer un acuerdo secreto con Carlos María Isidro, ofreciéndole para su hijo, la mano de Isabel II. Pero María Cristina se arrepintió y no abrió la capital a Carlos, quien tuvo que abandonar Madrid sin pacto alguno y en su retirada, sufrir la derrota en Aranzueque (Guadalajara), causada por el general Espartero.
Al caer Calatrava, la Reina gobernadora ofreció el Gobierno a Espartero, pero éste lo rechazó con el pretexto de tener que ponerse al frente del ejército que combatía a los carlistas. Se sucedieron entonces tres gobiernos moderados: el de Eusebio Bajardí, Ofalia, duque de Frías, y Pérez de Castro. Este último inició un programa reformista con vistas a modificar el sistema político pero manteniendo la Constitución.
Los tres puntos fundamentales de su reforma fueron: la limitación del sufragio a través de la Ley Electoral de 1840; el proporcionar medios legales al Gobierno para combatir a la prensa y, el tercero, reforzar el poder central en los municipios, por medio de una nueva Ley de Ayuntamientos.
Acababa la Guerra Carlista, el general Espartero, ya conde de Luchana y ahora duque de la Victoria tras el abrazo de Vergara, era considerado el héroe de la Guerra Carlista y el militar de máximo prestigio del momento. Por eso, la reina María Cristina, aunque conocía su identificación con el progresismo, quiso sondearle para saber si podía contar con él para apoyar el nuevo programa de Pérez de Castro.

Con el pretexto de que los médicos habían aconsejado a la reinita Isabel que tomase baños de mar, la Reina regente decidió viajar con ella y con la infanta Luisa Fernanda a Barcelona, ciudad que contaba entonces con el mayor número de elementos conservadores y que a ella le ofrecía garantías de orden. La primera entrevista de la Reina gobernadora con el duque de la Victoria fue en Lérida, y en ella la reina María Cristina ya se dio cuenta claramente de que Espartero se había convertido en el hombre fuerte del progresismo.
En su segunda entrevista, que tuvo lugar en Esparraguera (Lérida), Espartero comunicó a la reina María Cristina su tajante oposición al Gobierno Pérez de Castro, a la sanción de la Ley de Ayuntamientos y a las Cortes que la respaldaban. La Regente le contestó que estaba dispuesta a un cambio en la composición del Gobierno que podría presidir Istúriz, y del cual el propio Espartero podría formar parte, una vez dominados los últimos reductos de la Guerra Carlista que, al mando del general Cabrera, aún coleaban en el norte de Cataluña.
Por fin, la Reina gobernadora y su hija Isabel II llegaron a Barcelona el 30 de junio de 1840. Lo sucedido en la Ciudad Condal a la llegada de éstas dejó bien patente el enfrentamiento que existía entre la postura de María Cristina, identificada por completo con los moderados, y la de Espartero, vinculado totalmente a los progresistas, pues aunque las Reinas fueron recibidas con entusiasmo, el Ayuntamiento de Barcelona —de clara filiación progresista— se encargó de engalanar las farolas de las Ramblas con el artículo de la Constitución de 1837 relativo a la Ley de Ayuntamientos, y el capitán general, Van Halen, cabeza visible del progresismo barcelonés y brazo derecho de Espartero, presionó personalmente a la reina María Cristina con la amenaza de un estallido popular si Pérez de Castro seguía al frente del Gobierno. La Reina contestó a Van Halen que nunca se atentaría contra la Constitución y que pensaba cambiar el Gobierno, pero que primero deseaba conocer el programa del nuevo diseñado por Espartero.
La toma de Berga y Hort supuso el final de los últimos reductos del carlismo a los que se combatía en el norte de Cataluña. Y desde Berga, Espartero envió a la Reina regente su programa en forma casi de ultimátum: disolución de las Cortes, convocatoria de nuevas elecciones y la anulación de la Ley de Ayuntamientos.
Estaba claro que la postura de la Reina regente y la del duque de la Victoria no eran compatibles, pues pocos días después la reina María Cristina sancionó la Ley de Ayuntamientos, lo cual supuso la inmediata ruptura con Espartero, quien dimitió de todos sus cargos, incluido el último, el de jefe de la Guardia Real, que le había sido concedido por la Regente el mismo día en que ella firmaba el texto de la Ley de Ayuntamientos.

A partir del día 16 de julio, una marea de manifestaciones y protestas contra la Ley, perfectamente orquestadas, hicieron caer al Gobierno de Pérez de Castro. La reina María Cristina tuvo que dar paso a un nuevo Gobierno de carácter progresista presidido por Antonio González —afín a Espartero—, que el 6 de agosto juró su cargo, siendo la primera decisión de este Gobierno dejar en suspensión la Ley de Ayuntamientos y la disolución de las Cortes.
Ante el cariz de los acontecimientos la Familia Real decidió marcharse a Valencia y, estando en esta ciudad, estalló el 1 de septiembre de 1840 en Madrid primero y después se propagó a toda España un movimiento revolucionario que cristalizó en la creación de juntas revolucionarias de gobierno. Ante la gravedad de los acontecimientos, María Cristina llamó a Espartero y le pidió que pusiera fin a aquella revolución, a lo que Espartero contestó que no podía hacerlo porque él se sentía plenamente identificado con ella.




La Reina gobernadora se dio cuenta de que no le quedaba más remedio que abdicar la Regencia en la persona del general Espartero, decidida a no iniciar de nuevo la guerra civil y con el convencimiento de que en aquellos momentos el duque de la Victoria representaba la garantía de seguridad para el trono y el sostenimiento de los derechos de su hija Isabel II.
El 12 de octubre de 1840, María Cristina hacía pública su renuncia en el palacio Cervellón de Valencia y cinco días más tarde, el día 17, abandonaba España, dejando a sus dos hijas, Isabel II, la reina de España, que tenía diez años, y a la infanta Luisa Fernanda, que aún no había cumplido los ocho, que —sin entenderlo— se veían de golpe despojadas del cariño y los cuidados insustituibles de una madre. Embarcada en el vapor Mercurio, se acogió a la hospitalidad que le brindaron sus tíos, el rey Luis Felipe de Francia y su esposa la princesa Amalia de Borbón, tía carnal de María Cristina, y el 8 de noviembre, desde Marsella, explicó a los españoles en un manifiesto los motivos de su importante decisión.
Pero, junto a todos estos motivos políticos, existían otros motivos personales en la renuncia a la Regencia de María Cristina. Tres meses después de la muerte de Fernando VII, se había casado con el capitán de la Guardia de Corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez- Funes. Este matrimonio, mantenido en secreto, pero sabido en toda España, restó mucha popularidad a la Reina regente, que sólo podía serlo de su hija Isabel II en tanto era la Reina viuda, según constaba en el testamento de su esposo el rey Fernando VII.
De este matrimonio morganático nacieron ocho hijos, de los cuales cinco lo hicieron en España, mientras la Reina fue regente: María Amparo, María de los Milagros, Agustín, Fernando María y María Cristina.
Estos nacimientos hicieron muy difícil la situación de la Reina gobernadora, que debía ocultar a los ojos de la Corte y de todo el país sus embarazos y partos, sin lograrlo, lo que dañó fuertemente su reputación y le valió ser el blanco de graves críticas. Los otros tres hijos, Juan María, Antonio y José María, nacieron ya en París, después de haber tenido que abandonar la Regencia.
En el exilio María Cristina, basándose en la pretensión de conservar al menos la tutoría de sus hijas —que las Cortes habían concedido al político Agustín Argüelles—, impulsó el primer pronunciamiento moderado surgido para derrocar a Espartero en octubre de 1841, del que fueron alma el general O’Donnell —presidente de la Junta de exiliados que se formó en París nada más llegar a esta ciudad María Cristina— y el general Diego de León, conde de Belascoaín, y que tuvo su momento culminante el 7 de octubre. El plan era una sublevación militar que empezaría en las provincias vascas y Navarra, raptarían en Madrid a las reales niñas y al Regente y volverían a proclamar la Regencia de la reina María Cristina.
Pero la conspiración fue abortada y sus protagonistas, a la cabeza de los cuales se encontraba el general Diego de León, fueron sometidos a juicio sumarísimo y fusilados por decisión inapelable de Espartero, que con esta demostración de dureza inició la caída de su popularidad.
El pronunciamiento incruento de Torrejón de Ardoz, del 22 de julio de 1843, puso punto final a la regencia del duque de la Victoria, quien tuvo que abandonar España el 30 de julio y refugiarse en Inglaterra.

Los moderados, con el general Narváez a la cabeza, llegaban de nuevo al poder y era proclamada reina de España Isabel II, a los trece años, adelantándose cinco años su mayoría de edad.
Con los moderados gobernando, la reina María Cristina regresó a España el 23 de marzo de 1844, sin pensar en corregir el gran error que la había conducido al exilio: identificarse por completo con el Partido Moderado, además de constituirse en un apoyo básico para la exclusión política del Partido Progresista, lo que a la larga le trajo graves consecuencias.
En el mes de octubre su hija Isabel II legitimó su matrimonio clandestino con Fernando Muñoz y a los ocho hijos que tuvo con él. De este modo quedaba resuelto el espinoso tema que a la reina María Cristina había tanto atormentado, pues, tras haber estado once años ocultando su matrimonio, ya podía exhibirse en público con el hombre al que verdaderamente amó durante cuarenta años y al que su hija la reina Isabel II le otorgó el título de duque de Riansares con Grandeza de España, le ascendió a teniente general de los Ejércitos Reales y le condecoró con el Toisón de Oro y con la Gran Cruz de Carlos III.
A su regreso del exilio, la reina María Cristina, que fijó su residencia habitual con su esposo, el duque de Riansares, y sus hijos Muñoz-Borbón, en el palacio de la madrileña calle de las Rejas —próximo al Palacio Real—, ejerció una gran influencia sobre su hija Isabel II, interviniendo directamente en muchos temas políticos durante la Década Moderada (1843-1853), temas que no eran de su competencia sino de su hija, reina constitucional de España. Uno de los asuntos en los que influyó de forma decisiva fue en el desgraciado matrimonio de su hija Isabel II con su primo hermano Francisco de Asís de Borbón, que, de todos los candidatos posibles —y que no fueron vetados por Francia e Inglaterra—, fue el menos adecuado para Isabel II, ni como Reina ni como mujer.

La violencia extrema con que se vivieron las jornadas revolucionarias de julio de 1854 se cebó —además de en los tres ministros moderados más odiados: Sartorius, Esteban Collantes y Doménech, cuyas casas fueron asaltadas, así como la del banquero Salamanca— en María Cristina, a quien los revolucionarios culpaban de la prolongada permanencia en el poder de los moderados, y para hacérselo pagar se expolió e incendió su palacio de las Rejas, teniendo que refugiarse con su familia en el Palacio Real. Finalmente, controlada la situación, su antiguo enemigo, el general Espartero —a quien la reina Isabel II había llamado para contener la revolución— permitió que fuese puesta en la frontera con todas las garantías de seguridad. El día 28 de agosto de 1854, la Reina madre, con su esposo el duque de Riansares, abandonó Madrid con destino a Portugal, quedando anulada su pensión de Reina madre y confiscados todos sus bienes.
María Cristina se volvió a instalar con su familia en Francia y, aunque su hija Isabel II, durante el Gobierno Largo de la Unión Liberal (1858-1863), pidió al general O’Donnell que autorizase la vuelta de la Reina madre a España, el duque de Tetuán se opuso a ello. Quedaba muy lejos la antigua identificación del joven general O’Donnell con la Reina gobernadora, que no volvería ya nunca a España.
En Francia, María Cristina adquirió el castillo de la Malmaison, desde donde se trasladaba frecuentemente a París. En esta ciudad conoció en 1868 la noticia del destronamiento de su hija Isabel II; asistió en el palacio de Castilla al solemne acto de abdicación de la reina Isabel II a favor de su hijo el príncipe Alfonso (25 de junio de 1870), y tuvo la noticia de la restauración de la Monarquía borbónica en la persona de su nieto el rey Alfonso XII (29 de diciembre de 1874).

La reina María Cristina murió el 22 de agosto de 1878 a los setenta y dos años en la ciudad francesa de Sainte- Adresse. Sus restos fueron trasladados a España y, por haber dado descendencia a la Corona, está enterrada en una urna funeraria frente a la del rey Fernando VII en el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial.



Bibl.: Barcelona en julio de 1840. Sucesos de este período, con un apéndice de los acontecimientos que siguieron, hasta el embarque de S. M. la Reina Gobernadora. Vindicación razonada del pueblo de Barcelona, Barcelona, Imprenta de José Tauló, 1844; E. Marliani, La Regencia de D. Baldomero Espartero y sucesos que la prepararon, Madrid, 1870; I. Bermejo, La Estafeta de Palacio, Madrid, 1871; A. Pirala, Historia Contemporánea. Anales desde 1843 hasta la conclusión de la actual Guerra Civil, Madrid, 1875; F. Fernández de Córdova, marqués de Mendigorría, Mis Memorias íntimas, Madrid, 1886; Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, con la Historia de la Regencia de Espartero, Madrid, 1891; W. Ramírez de Villa-Urrutia, marqués de Villa-Urrutia, La Reina Gobernadora D.ª María Cristina de Borbón, Madrid, 1925; M.ª E. de Borbón, Memorias, Juventud, Barcelona, 1935; B. Pérez Galdós, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1945; F. Suárez Verdeguer, Los sucesos de La Granja, Madrid, 1953; C. Seco Serrano, “Don Carlos y el Carlismo”, en Revista de la Universidad de Madrid, n.º 13 (1955); Marqués de Miraflores, Memorias del reinado de Isabel II, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1964; J. Luis Comellas, Los Moderados en el poder. 1844-1854, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1970; C. Seco Serrano, Barcelona en 1840: los sucesos de julio (Aportaciones documentales para su estudio), Barcelona, 1971; J. M.ª Jover (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXIV, Madrid, 1981; t. XXXIII, Madrid, 1983; C. Seco Serrano, Militarismo y Civilismo en la España Contemporánea, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 1984; Historia del conservadurismo español, Madrid, Temas de Hoy, 2000.



El palacio de Malmaison




El palacio de Malmaison (del francés: Château de Malmaison) es un edificio francés en la ciudad de Rueil-Malmaison (Yvelines), a unos 12 km de París.

Historia


El edificio era un pequeño castillo sin adornos y sin pretensiones hasta el siglo XVIII. Sin embargo, más tarde se reformaría con un estilo rico y lujoso. Mediante el uso de formas clásicas, colores intensos y contrastados, revestimientos realzados con aplicaciones doradas en bronce, decoraciones pictóricas murales inspiradas en Pompeya y Herculano, se consigue crear una atmósfera suntuosa. El mobiliario, de inspiración clásica, fue diseñado por Charles Percier y Pierre François Leonard Fontaine. Además estos dos diseñadores se encargaron de la puesta en escena de muchas celebraciones napoleónicas.
Josefina de Beauharnais, esposa de Napoleón Bonaparte, lo compró en abril de 1799 para ella y su marido, el futuro Napoleón I de Francia, por entonces luchando en las Guerras Napoleónicas. Malmaison era una finca destartalada, a ocho millas al oeste del centro de París, que abarcaba casi 150 acres de bosques y prados.
A su regreso, Napoleón expresó su furia porque Josefina hubiera comprado una casa tan cara con el botín que ella esperaba que él trajera de su campaña egipcia. La casa, para la que ella había gastado más de 300.000 francos, necesitaba una gran restauración, y ella gastó su fortuna en hacerlo y sin embargo la Malmaison traería gran felicidad a los Bonaparte. La hija de Josefina, Hortensia, la llamaría «un lugar delicioso».
Josefina consiguió transformar la gran finca en «el más bello y curioso jardín de Europa, un modelo de buen cultivo». Buscó activamente flora y fauna junto a animales exóticos y raros de todo el mundo. Josefina escribió:
 «Quisiera que Malmaison pronto se convierta en fuente de riquezas para todos [los franceses]...». 
En esto la ayudó el botánico Aimé Bonpland,quien también fue su amigo personal, después de viajar a Sudamérica con Alexander von Humboldt y antes de retornar allí dirigiéndose a lo que eran todavía las Provincias Unidas de la Plata. Josefina lo nombra Intendente de Malmaison, allí estuvo a cargo de los jardines dedicandose al cultivo de plantas raras desde agosto de 1808 hasta la muerte de la soberana en mayo de 1814.
En 1800, Josefina construyó una orangerie cálida suficientemente grande para 300 piñas. Cinco años más tarde, ordenó que se construyera un invernadero, calentado por una docena de estufas de carbón. Desde 1803 hasta su muerte en 1814, Josefina cultivó casi 200 plantas nuevas en Francia.
La propiedad alcanzó fama perdurable por su jardín de rosas. La emperatriz Josefina hizo que el artista francés Pierre-Joseph Redouté pintara sus rosas (y lirios). Los grabados de estas obras se vendieron bastante bien, incluso hoy en día. Ella creó una gran colección de rosas, reuniendo plantas de su nativa Martinica y de otros lugares del mundo. Cultivó unas 250 variedades de rosas. Del prólogo a Jardin de la Malmaison (1803):
Has reunido alrededor de ti las más raras plantas que crecen en suelo francés ... al tiempo que las inspeccionamos en los bellos jardines de Malmaison, un impresionante recuerdo de las conquistas de tu ilustre marido...
Pájaros y animales de toda clase comenzaron a enriquecer su jardín, donde se les permitía vagar libres por los terrenos. En la cúspide de sus días en Malmaison, Josefina tuvo la compañía de canguros, cisnes negros, cebras, ovejas, gacelas, avestruces, gamuzas, una foca, antílopes y llamas, por mencionar sólo unos pocos.
Después de divorciarse de Napoleón, Josefina recibió Malmaison en propiedad, junto con una pensión de 5 millones de francos al año, y allí permaneció hasta su muerte en 1814. Napoleón Bonaparte regresó y vivió en la casa después de su derrota en la batalla de Waterloo (1815), antes de su exilio en la isla de Santa Helena.
Durante su exilio en Francia, después de haber sido obligada a renunciar a la regencia de su hija Isabel II de España, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias compró el castillo al rey Luis Felipe I por la cantidad de quinientos mil francos, y en ella residiría junto a su segundo esposo Agustín Muñoz y Sánchez, y los hijos de ambos.


Palacio de las Rejas.





El palacio de Doña María Cristina de Borbón, también conocido como «Palacio de las Rejas»,​ fue un edificio de la ciudad española de Madrid. Contaba con entradas en la plaza de los Ministerios, ​a​ sin número, y en el número 4 de la calle de las Rejas.
El edificio fue casa de los marqueses de Santa Cruz del Viso, a quienes pertenecía casi toda la manzana, después pasaría a ser propiedad de María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII y reina regente. En él se hicieron diversas variaciones y mejoras, entre las que contaba la construcción de la fachada principal en uno de los dos lados menores del paralelogramo rectángulo que formaba toda la mencionada manzana, dando frente al palacio del Senado. Esta fachada consistía en dos pabellones, cuyo primer cuerpo es un almohadillado de mampostería con tres vanos de medio punto y buena forma en cada uno de aquellos, constituyendo la decoración del segundo cuerpo pilastras con capiteles un tanto caprichosos.
Atando con dichos pabellones se extendía por el frente una verja de hierro con tres puertas, de las cuales la del centro tenía dos pilares de granito con pilastras alquitrabadas de piedra de Colmenar, coronando los indicados pilares dos leones.​ Servía de entrada las mencionadas puertas a un espacio semicircular, en el que se hallaban dos escalinatas cerradas con cristales de colores, que daban subida al palacio, el cual no era más que un conjunto o agregado de edificios sin orden ni simetría en sus huecos y tejados.​ El palacio fue incendiado durante la Vicalvarada de 1854 por revolucionarios.



María Cristina me quiere cocinar.
Madre de Isabel II, la reina gobernadora fue también amante de la buena mesa y hasta propietaria de un recetario.



ANA VEGA PÉREZ DE ARLUCEA

Sábado, 7 de noviembre 2020.

Maria Cristina me quiere gobernar
Canción de José De Aguilar ‧ 1959

Letras
María Cristina me quiere gobernar
Y yo le sigo, le sigo la corriente
Porque no quiero que diga la gente (¿qué?)
María Cristina me quiere gobernar 
María Cristina me quiere gobernar
Y yo le sigo, le sigo la corriente
Porque no quiero que diga la gente (¿qué?)
María Cristina me quiere gobernar 
"Levántate, Manuel", y me levanto
Que "vamos a la playa", allá voy
Que "tírate en la arena", y me tiro
Que "quítate la ropa", y me la quito
Que "súbete en el puente", y me subo
Que "tírate en el agua", ¿en el agua?
No, no-no-no, María Cristina, que no, que no, que no, que no
¡Ay! ¿Por qué? 
María Cristina me quiere gobernar
¡Anda! ¡Ay, me quiere gobernar!
¡Oye! ¡Ay, me quiere gobernar!
¡Mira! ¡Ay, me quiere gobernar! 
María Cristina me quiere gobernar
Y yo le sigo, le sigo la corriente
Porque no quiero que diga la gente (¿qué?)
María Cristina me quiere gobernar 
María Cristina me quiere gobernar
Y yo le sigo, le sigo la corriente
Porque no quiero que diga la gente (¿qué?)
María Cristina me quiere gobernar 
Que "vámonos pa'l campo", allá voy
Que "súbete a la loma", y me subo
Que "baja de la loma", y me bajo
Que "vámonos pa'l río", allá voy
Que "quítate la ropa", y me la quito
Que "métete en el río", ¿en el río?
No, no-no-no, María Cristina, que no, que no, que no, que no
¡Ay! ¿Por qué? 
María Cristina me quiere gobernar
¡Anda! ¡Ay, me quiere gobernar!
¡Oye! ¡Ay, me quiere gobernar!
¡Mira! ¡Ay, me quiere gobernar! 
María Cristina me quiere gobernar
Y yo le sigo, le sigo la corriente
Porque no quiero que diga la gente (¿qué?)
María Cristina me quiere gobernar 
María Cristina me quiere gobernar
Y yo le sigo, le sigo la corriente
Porque no quiero que diga la gente (¿qué?)
María Cristina me quiere gobernar 
Que "vámonos pa casa", allá voy
Que "sube la escalera", y la subo
Que "siéntate, Manuel", y me siento
Que "métete en la ducha", y me meto
Que "quítate la ropa", y me la quito
Que "¡báñate, Manuel!", ¿bañarme?
No, no-no-no, María Cristina, que no, que no, que no, que no
¡Ay! ¿Por qué? 
María Cristina me quiere gobernar
¡Anda! ¡Ay, me quiere gobernar!
¡Oye! ¡Ay, me quiere gobernar!
¡Mira! ¡Ay, me quiere gobernar! 
Anda, ay, me quiere gobernar
Oye, ay, me quiere gobernar
Mira, ay, me quiere gobernar

Fuente: Musixmatch
Compositores: Antonio Fernandez Ortiz

Cuando el músico cubano Ñico Saquito popularizó esta canción hace 80 años lo que hizo en realidad fue adaptar -y convertir en bailable al ritmo caribeño- una tonadilla ya existente, llevada desde España hasta América casi un siglo antes. La María Cristina de la que hablaba la letra original no era una mandona cualquiera, sino una real mandona: María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878) fue reina consorte de España, reina gobernadora durante la minoría de edad de su hija, reina de corruptelas, maquinaciones, dramas y mujer de rompe y rasga en general.

Dechado de virtudes para unos y mala pécora para otros, de los muchos cantares que le sacaron en su época seguramente el de «me quiere gobernar» fue el más justo con ella. Porque, efectivamente, le gustó mandar. Quizás porque empezó su vida adulta como un simple peón, un mero animal de cría cuyo pedigrí prometía dar herederos a un hombre que se había casado tres veces pero no tenía aún ningún vástago.
Su madre había dado a luz doce veces, así que parecía probable que María Cristina pudiera también dar varios hijos al muy necesitado de ellos rey Fernando VII (1784-1833).

El caso es que María Cristina, nacida en Palermo en 1806, se casó con 23 años con su feo tío español y ya sabrán ustedes más o menos cómo acabó aquello. No tuvieron ningún descendiente varón y a la muerte de su esposo en 1833, María Cristina se convirtió en reina gobernadora en nombre de su hija Isabel II, una niña de tres años.
La negativa del infante Carlos María Isidro a aceptar a Isabel como legítima heredera del trono desencadenó la Primera Guerra Carlista (1833-1840), conflicto al que hubo que sumar el perenne enfrentamiento interno del bando isabelino entre progresistas y moderados y unas cuantas sublevaciones. Como consecuencia de una de ellas María Cristina tuvo que ceder la regencia -más la custodia de sus dos hijas- al general Espartero y exiliarse en Francia.
En el ínterin aquella tímida princesa italiana que vino a casarse por obligación se había convertido en una mujer independiente, capaz de casarse en secreto con un sencillo guardia de corps (Agustín Fernando Muñoz y Sánchez) y de tener con él ocho hijos mientras de manera oficial seguía comportándose como reina viuda.

Nuestra protagonista volvería a instalarse en España entre 1844 y 1854 para dedicarse a negocios tan lucrativos como ilícitos.
Lamentablemente aquí no tenemos espacio para contar toda la vida de María Cristina, de modo que me tengo que limitar a recomendarles que averigüen más sobre su figura y, de mientras, destacar que fue una devota gastrónoma.

Con su cocinero napolitano.

Amante de la buena mesa y en especial de la cocina de su tierra natal, durante sus primeros años en Madrid mandó abrir una vaquería en la Casa de Campo que proveía de leche, quesos, natas y mantequillas de estilo italiano a la despensa de palacio. 
En 1839 un artículo publicado en la revista trimestral inglesa 'The quarterly review' recordaba cómo mientras que Fernando VII comía habitualmente a la española, su cuarta esposa disfrutaba de macarrones preparados especialmente para ella por un cocinero napolitano: 
«Regularmente se producía entre ellos una agradable disputa conyugal, en la que cada uno intentaba en vano que el otro aceptara sus gustos culinarios».

María Cristina nos quiso gobernar y también cocinar. Testigo de ello fue por ejemplo Loreto Capella Olasagasti, antiguo jefe de cocinas del Palacio Real que tal y como contó en el libro 'Historia de un cocinero' (Melquíades Brizuela, 1917) vio cómo la reina «rodeada de sus cocineros elaboraba por sus propias e incomparables manos los más clásicos manjares napolitanos tales como raviolis, polenta, ñoquis, timbal de macarrones, strangolapreti, pizza, zeppoli y otros muchos que sabía ejecutar a la perfección».

El 11 de noviembre de 1845, cuando la reina vivía aún en Madrid, el periódico 'El Clamor Público' comentaba «que doña María Cristina tiene una habilidad extraordinaria para las cosas de cocina y cuando va de campo gusta de que los que la acompañan luzcan en este ramo su poca o mucha habilidad».

En una ocasión hizo que los ministros de Guerra, Justicia y Estado le guisaran lo que buenamente supieran y quién sabe si el gazpacho del granadino general Narváez acabaría apuntado en su cuaderno personal de recetas. Ese recetario existió y estuvo a la venta en 2017 en la librería anticuaria García Prieto, de Madrid, junto a otros papeles relacionados con la cocina palaciega. Anguila a la inglesa, lamprea en salsa verde, ancas fritas, macarrones a la napolitana, cocada, pastelitos a la española o volovanes de bacalao son algunas de las fórmulas que -escritas en castellano e italiano- aparecen en este aún inédito documento que, por lo que yo sé, fue adquirido por una institución pública y aguarda el momento de ver la luz.

Será el primer recetario de una reina española y el único de la que nos quiso gobernar. Ojalá poder ponerle las manos encima.

Historia de un cocinero. España culinaria. 1883-1917. Prólogo de José Sierra.



Melquíades Brizuela Hidalgo.

Brizuela Hidalgo, Melquíades. Valladolid, s. m. s. XIX – Cádiz, 13.IX.1919. Cocinero y escritor culinario.


Biografía

Brizuela fue uno de los más importantes cocineros de los buques transatlánticos de todos los tiempos.

Admirado por sus colegas, siempre consideró su oficio como un arte, y en su doble condición de escritor y artista dejó tres obras fundamentales para el conocimiento de la gastronomía a bordo de los buques.

Gracias a sus excelentes relaciones con el resto de sus colegas, pudo recoger múltiples testimonios y formar una auténtica enciclopedia con menús, retratos, ilustraciones de cocinas, autógrafos y fotografías de personalidades a quienes sirvió, que permiten rescatar una información muy valiosa para la actualidad.

Los primeros pasos de aprendizaje los da en el Grand Hotel de la Poste, en Pau (Francia); de allí pasó a la casa Rotschild y al Grand Hotel Continental, en París. En el año 1887 sirvió su primer banquete como director al millonario Carlos Casado del Alisal, en el Ayuntamiento de Palencia, de doscientos cubiertos. Con las Mensajerías Marítimas Francesas realizó un viaje a Australia en el vapor Melbourne en 1888 y a su regreso entró en la Casa Lhardy, en Madrid, donde ayudó en el banquete servido en el Palacio Real el 22 de mayo de aquel año. También trabajó en el Gran Hotel de Madrid, en Sevilla, y en el Savoy Hotel de Londres.

Ingresó en la Compañía Trasatlántica en 1888, desempeñando la plaza de segundo cocinero hasta 1890, y de primer cocinero entre 1895 y 1905. El 20 de diciembre de 1896 salió de Barcelona hacia Manila con 2.369 personas, lo que supuso 155.754 comidas servidas en un mes.

Con el estallido de la Guerra Hispano-Americana en 1898, España tuvo que improvisar un Ejército y una Marina con las que combatir a miles de millas de distancia. Para hacer frente a estas necesidades de la guerra, hubo que sacar recursos y poner en marcha una maquinaria bélica que, en las postrimerías del siglo xix, exigía un gran desarrollo industrial del que España carecía. El transporte de tantos soldados, armas y bagaje sólo fue posible con el apoyo logístico de las compañías navieras, sobre todo de la Compañía Trasatlántica, que aportó sus buques a la Armada como cruceros auxiliares y, después, con aquellos que no habían sido hundidos, repatriar a la Península a decenas de miles de personas. En este orden de cosas, Brizuela participó como voluntario en la guerra siendo tripulante del vapor Antonio López, primer buque español con casco de acero y uno de los primeros del mundo dotado de luz eléctrica, que, eludiendo el bloqueo impuesto por la Armada americana, realizó varios viajes exitosos a las órdenes del capitán Ginés Carreras, a Cuba principalmente, llevando provisiones, armamento y tropas.

Fue atacado a finales de junio de dicho año en las costas de Puerto Rico por el Yossemite cuando se acercaba al puerto de San Juan. A pesar de que se varó a quince pies de profundidad en Playa Socorro, se pudo rescatar la carga y la capital portorriqueña pudo ser reforzada. Las fuerzas americanas se vieron obligadas a abandonar sus planes de atacar la ciudad directamente. Brizuela entonces se puso a las órdenes del general Blanco, hasta su regreso a España ese mismo año con el final de la guerra.

Volvió entonces a su oficio en la Compañía Trasatlántica y, a partir del 8 de octubre de 1901, desempeñó los dos cargos de jefe de cocinas y auxiliar del mayordomo inspector de bahía. En 1909, la compañía lo trasladó a la delegación de Cádiz, en la sección de Fondas, y el 2 de junio de 1916, hasta su fallecimiento, se le nombró mayordomo inspector tras la defunción del anterior, Gregorio Núñez.

Sin duda fue uno de los primeros cocineros capaces de preparar banquetes multitudinarios como el celebrado el 5 de febrero de 1912 para los Reyes y casi dos mil doscientas personas a bordo del vapor Alfonso XII, en Ferrol, con motivo de la botadura del acorazado España, primero de los barcos de guerra construidos tras la destrucción de la Marina española en las guerras de Cuba y Filipinas. Como cocinero mayor del Alfonso XII había tenido el privilegio de servir en otras ocasiones a la Familia Real, como atestiguan los autógrafos que reproduce en sus libros; también los sirvió en el Ayuntamiento de Cádiz.

Cocinó para la infanta Paz y la princesa Pilar en el palacio del marqués de Comillas en Barcelona (1911), y durante el viaje a la Argentina que hizo la infanta Isabel de Borbón, dio en Buenos Aires un almuerzo para tres mil quinientas personas, ayudado por dieciocho cocineros. Asimismo, cocinó para Segismundo Moret y para Álvaro de Figueroa, conde de Romanones, así como para presidentes de repúblicas americanas, y otras personalidades y numerosos políticos y diplomáticos.

Como escritor y recetista, publicó el 2 de julio de 1902 la obra Sartén y Pluma, o La cocina marítima, con 1.352 recetas de cocina y pastelería, y la noticia del servicio de restaurante de las grandes compañías marítimas y terrestres del mundo. El libro fue traducido a nueve idiomas, incluido el japonés, y se adquirió para la biblioteca de todas las grandes compañías extranjeras. Dos años después realizó un viaje de información por Europa, Nueva York y San Luis, todo en grandes transatlánticos.

Sus impresiones las publicó en las revistas L’Art Culinaire, de París; Il Messagero della Cucina, de Roma; La Cucina Moderna, de Génova, y El Gorro Blanco, con el título “10.000 millas por tierra y mar en 40 días”. Fue además colaborador de El Imparcial. A partir del 17 de octubre de 1907, en que el Rey le concedió el uso de la corona real, firmó como cocinero real. Entonces organizó y fundó la sociedad La Cocina Marítima de Socorros Mutuos de Cocineros, Reposteros, Panaderos, Despenseros y Carniceros, patrocinados por la Compañía Trasatlántica, y dirigió la revista con el mismo nombre, en la que escribieron todos los cocineros y pasteleros de los buques de la compañía.

Volvió a realizar un viaje de información en 1911, por orden del marqués de Comillas, de Cádiz a Liverpool, Londres, Southampton y Hamburgo en grandes transatlánticos y hoteles de primer orden. Coincidieron estas fechas con su reconocimiento internacional como socio honorario de las Sociedades del Arte Culinario de París, Londres, Madrid, La Habana, Barcelona y Nueva York. Y cuando escribió Historia de un cocinero, considerada una auténtica enciclopedia del oficio, se amplió la muestra de reconocimientos que mereció de sus colegas de todo el mundo. En esta obra defiende el conocimiento de la cocina clásica y la especial atención que debe prestarse a los fondos y las salsas, acompañando los textos con multitud de fotografías y grabados. En España se le debe reconocer como uno de los impulsores del estudio de la cocina, junto a profesionales, muchos de ellos también autodidactas, como Ignacio Doménech, Teodoro Bardají o Ángel Muro.

Casado con Carmen Dodero, tuvo cinco hijos: Juan, Manuel, Melquíades, Carmen y Antonia. Precisamente, el de su mismo nombre siguió sus pasos e hizo su aprendizaje en París.

Obras

Sartén y pluma. Apuntes sobe cocinas de buques transatlánticos. Descripción de los palacios flotantes y una guía internacional de servicios de fondas en las grandes empresas de navegación, expresos europeos y americanos, palacios y hoteles de la Compañía Internacional [...], Cádiz, Litografía de E. Rodríguez de Silva, 1903

Curiosidades, Cádiz, Tipografía Comercial, 1916 (ejemplar con cubierta entelada y las inscripción en letras doradas: “A S. A. R. la Infanta Isabel de Borbón”. Palacio. Biblioteca: Inf. 5910)

Obra culinaria nacional. Historia de un cocinero, 1883-1917, Cádiz, Tipografía Comercial, 1917


Bibliografía

V. Rico, La Compañía Trasatlántica. Cien años de vida en el mar, Madrid, Vicente Rico, 1950


D. Pérez (Post- Thebussem), Guía del buen comer español, Madrid, Editorial Velázquez, 1976, págs. 11, 92, 99, 102 y 240

R. González Echegaray, Alfonso XIII. Un rey y sus barcos, Santander, Rafael González Echegaray, 1978

C. LLorca Baus, La Compañía Trasatlántica en las campañas de ultramar, Madrid, Ministerio de Defensa, 1990

J. L. Asunsolo García, “La Compañía Trasatlántica Española en las guerras coloniales del 98”, en Militaria, Revista de Cultura Militar (Madrid), n.º 13 (1999), págs. 77-92

C. Simón Palmer, Bibliografía de la gastronomía y alimentación en España, Gijón, Trea, 2003, pág. 294

C. de Eizaguirre, “D. Melquíades Brizuela, cocinero de S. M. Jefe de cocina de la Compañía Trasatlántica”, en Cádiz. Boletín Informativo del Colegio de Peritos e Ingenieros Técnicos Industriales (Cádiz), n.º 26 (octubre-noviembre-diciembre de 2003), pág. 13

P. Ontiveros Guitart, La alimentación a bordo: evolución a lo largo de la historia, Barcelona, Facultat de Nautica, 2006 (inéd.).






Curiosa publicación de carácter popular, destinada a representar el arte culinario por medio del grabado. Por ello, además de recetas, contiene un gran número de ilustraciones con retratos de cocineros, menús reales, platos artísticos, etc.



Gastrohistorias
María Cristina de Borbón Dos-Sicilias, la reina que hacía pizza.

Regente de España entre 1833 y 1840, esta italiana de origen no tuvo problema en mancharse de harina para elaborar platos típicos de su país.


Madrid
Sábado, 18 de mayo 2019,
Ana Vega Pérez de Arlucea


Si en este país hilásemos nuestra historia tan fina como hacen los británicos con la suya, nuestra heroína de hoy habría sido ya protagonista de cinco telefilms melodramáticos y una miniserie. Sin embargo, poca gente la conoce o sabe ubicarla en la línea de tiempo de las reinas españolas. Menos personas aún sabrán que tuvo una vida de película, perfecta para un dramón basado en hechos reales: un matrimonio obligado por intereses políticos, un marido horrible, una viudez temprana, una regencia convulsa con guerra incluida por los derechos dinásticos de su hija, un segundo matrimonio secreto y un largo exilio. La princesa italiana María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878) se casó a los 23 años con su tío carnal, Fernando VII, y ya saben ustedes más o menos cómo acabó aquello. 
No tuvieron ningún hijo varón y a la muerte de su esposo en 1833 María Cristina se convirtió en reina gobernadora en nombre de su hija Isabel II, una niña de tres años. La oposición del infante Carlos María Isidro a esta sucesión desencadenó la Primera Guerra Carlista además de diversos levantamientos y crisis constitucionales, como la que en 1840 provocó la abdicación de María Cristina y la cesión de la regencia al general Espartero, exiliándose la reina en Italia y dejando a sus hijas Isabel y Luisa Fernanda en España.

A todo esto, aquella tímida princesa nacida en Palermo y llegada a España en 1829 para casarse sin amor con un hombre mucho mayor que ella se había convertido en una mujer independiente, capaz de vivir una vida secreta y de formar una familia con un simple guardia de corps. Tan sólo tres meses después de morir Fernando VII se casó a escondidas con Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, con quien tuvo ocho hijos mientras de manera oficial seguía comportándose como reina viuda. Pero lo que a nosotros nos importa aquí de su periplo vital es que fue una gran amante de la cocina y en particular de la de su tierra natal, Italia. Una de sus primeras decisiones como regente fue la de montar una vaquería en la Casa de Campo de Madrid que gestionada por un italiano proveía de leche, quesos, natas y mantequillas de gusto transalpino a la mesa real de palacio.

También fue amante la reina María Cristina de meter las manos en la masa. De casualidad y revisando hace poco el libro 'Historia de un cocinero' del chef gaditano Melquíades Brizuela (1917) me topé con una referencia a su buen hacer culinario. Habla en esta obra Loreto Capella Olasagasti (1853-1928), antiguo jefe de cocinas del Palacio Real de Madrid, del papel de la mujer en la gastronomía y recuerda que «en nuestra España hemos tenido una Reina gobernadora; princesa napolitana, dechado de talento y hermosura; que hablaba y escribía en cuatro idiomas, que pintaba, hacía música, y fue el primer talento político de su época. 
Pues bien, aquella princesa, adornada de tantas perfecciones, de tan vasta instrucción, sobre todo en aquellos tiempos en que la ilustración no había llegado al grado que hoy alcanza, aquella princesa, repito, en los ratos que sus altas ocupaciones se lo permitían, se complacía sin hallar desdoro en ello, en visitar sus cocinas». Loreto Capella fue contratado en el Palacio de Oriente de Madrid en 1883 a la edad de 30 años y en una época en que los aprendices de cocina comenzaban su carrera en la adolescencia. 

Es muy posible que antes de llegar a un puesto tan destacado como el de las cocinas reales siguiera un largo aprendizaje que le llevara a desempeñarse en casas aristocráticas como la que María Cristina de Borbón-Dos Sicilias tuvo en Francia durante su exilio. Al menos, el señor Capella declara haber sido testigo de cómo aquella reina «rodeada de sus cocineros elaboraba por sus propias e incomparables manos los más clásicos manjares napolitanos; tales como raviolis, polenta, ñoquis, timbal de macarrones, estrangula-pretti, jugo di rosta, Pizza, Téppoli y otros muchos que sabía ejecutar a la perfección. Al que esto escribe le cupo la honra de ser colaborador, en muchos casos, de tales faenas culinarias reales».

Nos queda por saber si también hizo pizzas dignas de una reina durante su etapa madrileña. No me digan que no sería entrañable, la estampa de una señora regente manchada de harina.



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