—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

jueves, 28 de febrero de 2013

208.-Platón El segundo Alcibíades o de la oración.-a



Platón  El segundo Alcibíades o de la oración.-



Alcibiades (standing) with Socrates (seated left) and Aspasia, depicted in the painting Socrates Fine Art Images/Heritage-Images
Sócrates – Alcibíades



Sócrates

Alcibíades, ¿vas a orar en este templo?

Alcibíades

Sí, Sócrates.

Sócrates

Te advierto meditabundo y fijos tus ojos en tierra, como el hombre que reflexiona.

Alcibíades

¿Qué necesidad hay en este caso de reflexiones tan profundas, Sócrates?

Sócrates

A mí me parece que hay materia para pensar seriamente, porque, ¡en nombre de Júpiter!, ¿no crees que entre las cosas que pedimos a los dioses, sea en público, sea en secreto, hay unas que se nos conceden y otras que se nos niegan, y que tan pronto atienden como desechan nuestras súplicas?

Alcibíades

Sí lo creo.

Sócrates

Y bien, ¿no te parece que la oración exige mucha [40] prudencia, porque sin saberlo, pueden pedirse a los dioses grandes males, creyendo pedirles bienes, y los dioses no encontrarse en disposición de conceder lo que se les pide? Por ejemplo, Edipo les pidió en un arrebato de cólera, que sus hijos decidiesen con la espada sus derechos hereditarios, y cuando debía pedir a los dioses que le libraran de las desgracias de que era víctima, atrajo sobre sí otras nuevas; porque fueron escuchados sus ruegos, y de aquí esas largas y terribles calamidades, que no necesito referirte aquí al pormenor.

Alcibíades

Pero, Sócrates, me hablas de un hombre que deliraba. ¿Puedes creer que un hombre de buen sentido hubiera dirigido semejante súplica?

Sócrates

¿Pero el delirio te parece lo contrario del buen sentido?

Alcibíades

Sí, ciertamente.

Sócrates

¿No te parece que los hombres son unos sensatos y otros insensatos?

Alcibíades

Seguramente.

Sócrates

Pues bien; tratemos de distinguirlos bien. Estamos conformes en que hay hombres sensatos, otros insensatos y otros que deliran.

Alcibíades

Sí, conformes.

Sócrates

Además, ¿no hay hombres sanos?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

Y hay, por consiguiente, otros enfermos. [41]

Alcibíades

Sin duda.

Sócrates

¿No son los mismos?

Alcibíades

No, ciertamente.

Sócrates

¿Hay otros que no están ni en uno ni en otro estado?

Alcibíades

No, seguramente.

Sócrates

Porque todo hombre está necesariamente sano o enfermo.

Alcibíades

Por lo menos así me lo parece.

Sócrates

Pero qué, ¿piensas lo mismo respecto al buen sentido y a la locura?

Alcibíades

¿Qué dices?

Sócrates

¿Te pregunto si te parece imprescindible que todo hombre sea sensato o insensato, o si hay un tercer estado intermedio, en el cual no se es ni sensato ni insensato?

Alcibíades

No, que yo sepa.

Sócrates

¿Luego es indispensable ser lo uno o lo otro?

Alcibíades

Por lo menos, así me lo parece.

Sócrates

¿No te acuerdas de que convinimos en que el buen sentido es lo contrario del delirio?

Alcibíades

Me acuerdo. [42]

Sócrates

¿E igualmente en que no había un estado intermedio en el que el hombre no sea ni sensato ni insensato?

Alcibíades

Estoy conforme.

Sócrates

¿Pero es posible que una sola y misma cosa tenga dos contrarias?

Alcibíades

De ninguna manera.

Sócrates

Luego me parece muy probable que la falta de buen sentido y el delirio son una sola y misma cosa.

Alcibíades

Así me lo parece.

Sócrates

Por consiguiente, Alcibíades, si decimos que todos los que no están dotados de buen sentido deliran, diremos la verdad.

Alcibíades

Sí.

Sócrates

Y tomando el primer ejemplo que se viene a las manos, ¿lo diremos de los hombres de tu edad, si entre ellos los hay que no son hombres de buen sentido, como indudablemente sucede, y de los hombres de edad más avanzada? Porque, ¡en nombre de Júpiter!, ¿no ves que en esta ciudad los hombres sensatos son raros, que los más carecen de buen sentido, y que desde este acto, como tú mismo has declarado, es una multitud delirante?

Alcibíades

Así lo veo, en efecto.

Sócrates

¿Pero crees que estaríamos muy seguros en medio de tantos furiosos, y que no habríamos experimentado el [43] castigo de nuestra imprudencia, recibiendo golpes, insultos y todo lo que debe esperarse de gentes furiosas? Mira, pues, mi querido amigo, no sea que la cosa no sea así.

Alcibíades

¿Pues cómo es, Sócrates? Porque podría ser que no fuese como yo creía.

Sócrates

Así me lo parece, y eso es lo que es preciso examinar de esta manera.

Alcibíades

¿De qué manera?

Sócrates

Voy a decírtelo. Hay enfermos; ¿no es verdad?

Alcibíades

Quién lo duda.

Sócrates

¿Te parece infalible que todo enfermo tenga gota, o fiebre o mal de ojos? ¿No crees que se puede estar enfermo sin tener ninguna de estas enfermedades? Porque hay muchas especies de ellas, y no son éstas las únicas.

Alcibíades

Es cierto.

Sócrates

¿Todo mal de ojos te parece una enfermedad?

Alcibíades

Sí, ciertamente.

Sócrates

¿Y toda enfermedad te parece un mal de ojos?

Alcibíades

No, en verdad. Pero no veo lo que pruebas con eso.

Sócrates

Si quieres seguirme, lo encontraremos quizá buscándolo juntos{1}. [44]

Alcibíades

Te sigo, Sócrates, en cuanto me es posible.

Sócrates

¿No estamos conformes en que todo mal de ojos es una enfermedad, pero que no toda enfermedad es el mal de ojos?

Alcibíades

Estamos conformes.

Sócrates

Y con razón, a mi parecer, porque todos los que tienen fiebre están enfermos, pero no todos los que están enfermos tienen fiebre, gota o mal de ojos. Indudablemente estas son enfermedades, pero a juicio de los hombres, que llamamos médicos, difieren por la manera de curarlas; porque no son todas semejantes, ni las tratan del mismo modo, sino a cada una según su naturaleza propia, y sin embargo, todas son enfermedades. Otra pregunta aún: hay muchas clases de artesanos; ¿no es así?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

Hay zapateros, arquitectos, estatuarios y otros infinitos, que no hay necesidad de nombrar. Entre ellos están repartidas las diferentes secciones de las artes; todos son artesanos pero no son todos arquitectos, zapateros o estatuarios, por más que en conjunto sean todos artesanos.

Alcibíades

No, ciertamente.

Sócrates

En la misma forma los hombres se han repartido la locura. Al punto más alto de la locura nosotros llamamos delirio, y en un grado menor, tan pronto estupidez como imbecilidad. Pero los que quieren emplear palabras decorosas llaman a los hombres que deliran exaltados, y a los imbéciles o estúpidos hombres sencillos; para otros [45] son gente sin malicia, sin experiencia, niños. Si buscas, encontrarás aún otros nombres; pero en fin estas no son más que otras tantas especies de locura, que difieren como un arte difiere de otro arte y una enfermedad de otra enfermedad. ¿No lo crees tú así?

Alcibíades

Sin duda.

Sócrates

Volvamos a nuestro punto de partida. Nuestro primer propósito era el distinguir los insensatos de los hombres sensatos, porque estamos de acuerdo en que hay hombres sensatos e insensatos; ¿no es así?

Alcibíades

Sí, estamos de acuerdo en eso.

Sócrates

Los hombres sensatos ¿no son, en tu opinión, los que saben lo que se debe hacer y decir?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

¿Y los insensatos los que no saben ni lo uno ni lo otro?

Alcibíades

Los mismos.

Sócrates

Y los que no saben ni lo uno ni lo otro, ¿dicen y hacen, sin conocerlo, lo que no se debe decir ni hacer?

Alcibíades

Así me lo parece.

Sócrates

Te decía, que Edipo era de este número, pero aún hoy día encontrarás muchos, que sin verse arrastrados como él por la cólera, pedirán a los dioses males, creyendo pedirles bienes. Porque, con respecto a Edipo, si no pedía bienes, tampoco creía pedirlos, mientras que otros hacen todos los días lo contrario; y sin ir más lejos, Alcibíades, [46] si el dios a quien vas a orar se apareciese de repente, y antes que expresases tus deseos te preguntase, si estarías contento con ser rey de Atenas, y si esto te parecía demasiado poco, rey de toda la Grecia, y si aún no estabas contento, te prometiese la Europa entera, y añadiese, para satisfacer tu ambición, que en aquel mismo día el universo entero sabría que Alcibíades, hijo de Clinias, era rey; estoy persuadido de que saldrías del templo trasportado de alegría, como quien acaba de recibir el mayor de los bienes.

Alcibíades

Estoy convencido de eso, Sócrates, y de que cualquier otro experimentaría el mismo placer, si conseguía semejante fortuna.

Sócrates

Y sin embargo, tú no darías tu vida ni por el imperio de la Grecia entera, ni por el de los bárbaros.

Alcibíades

No, sin duda; ¿para qué?, si no había de poder disfrutarlo.

Sócrates

Y si tuvieras que disfrutarlo mal y de una manera que te fuera funesta, ¿lo querrías?

Alcibíades

De ninguna manera.

Sócrates

Ya ves que no es seguro aceptar al azar lo que se os ofrece, ni hacer por sí mismo súplicas, si es cosa que de este modo ha de venirle a uno alguna desgracia hasta la de perder la vida. Porque podría citarte muchos ambiciosos, que habiendo deseado con pasión la tiranía, sin perdonar ningún recurso para conseguirlo, como si fuera un bien, no han sacado otro fruto de su elevación, que el verse rodeados de asechanzas y perecer víctimas de ellas. Es imposible que no hayas oído hablar de lo que [47] sucedió ayer, esta mañana misma. Arquelao, rey de Macedonia, tenía un favorito que amaba con pasión; este favorito, más enamorado del trono que lo estaba Arquelao de él, le mató para reinar, en su lugar{2}, lisonjeándose de que desde aquel momento sería un hombre dichoso; pero apenas disfrutó tres o cuatro días de la tiranía, cuando sucumbió víctima de las asechanzas que fraguaron contra él otros ambiciosos. Y entre nuestros atenienses (refiriéndonos a hechos que no sabemos de oídas, sino que los hemos visto con nuestros propios ojos), ¡cuántos hay que después de haber deseado con ardor ser generales de ejército y haber obtenido lo que deseaban, viven ahora desterrados o han sido condenados a muerte! ¡Cuántos, cuya suerte nos ha parecido dichosa, han vivido en medio de infinitos peligros y de temores continuos, no sólo durante su mando, sino también después de volver a su patria, en donde han tenido que sostener contra sus delatores un sitio más cruel que todos los que hubiera podido sostener contra los enemigos del Estado! Así es que muchos de ellos hubieran preferido no haber salido nunca de la vida privada a haber mandado ejércitos a tanta costa. Y si todos estos peligros y todas estas fatigas debiesen producir algún resultado útil, habría alguna razón para exponerse a ellos, pero sucede todo lo contrario. Y lo que digo de los honores lo digo igualmente de los hijos. ¡Cuántos hemos visto, que después de haber pedido con insistencia a los dioses tener sucesión, y haberla obtenido, han atraído sobre sí con esto las desgracias y los tormentos más crueles! Unos, por haberlos tenido radicalmente viciosos, han pasado toda su vida en el dolor; otros, que los han tenido buenos, no han sido más dichosos, porque la muerte se los ha arrancado, y hubieran preferido no haberlos tenido [48] nunca. Sin embargo, aunque estos ejemplos y muchos otros semejantes sean tan claros, apenas se encontraría un solo hombre que rehusase estos bienes, si los dioses se los concediesen, o que dejara de pedirlos, si estuviese seguro de conseguirlos con oraciones. Los más no rehusarían ni la tiranía, ni el mando de los ejércitos, ni todos los demás honores, cuya posesión es realmente más perniciosa que útil; ¿qué digo?, los solicitarían, si de suyo no venían a las manos. Pero aguarda un momento; ellos cantarán la palinodia y harán súplicas completamente contrarias a las primeras. Yo temo que los hombres no tienen verdaderamente razón para achacar a los dioses la causa de sus desgracias. Ellos mismos son, es preciso decirlo, los que, por sus faltas y por sus locuras, se hacen desgraciados a pesar de la suerte{3}. Por esta razón, Alcibíades, tengo por muy sabio a aquel poeta que, teniendo amigos muy poco sensatos y viéndoles hacer y pedir a los dioses cosas que ellos creían buenas, y que eran sin embargo malas, les compuso una oración general concebida en estos términos:

«Poderoso Júpiter, dadnos bienes; ya te los pidamos o no, y aleja de nosotros los males, aun cuando te los pidamos.»

Esta oración me parece muy preciosa y segura. Si encuentras en ella alguna cosa que observar, no calles.

Alcibíades

No se debe contradecir lo que está bien dicho. Pero no puedo menos de considerar la multitud de males que la ignorancia causa a los hombres, porque no sólo ella nos obliga, sin conocerlo nosotros mismos, a cometer las acciones más funestas, sino que, lo que es más deplorable, nos las hace pedir a los dioses. Nadie se apercibe de ello. Lejos de eso, cada uno se cree muy apto para pedir a los [49] dioses las mejores y no las peores cosas; porque esta no sería una súplica y sí una imprecación.

Sócrates

Pero quizá, mi querido Alcibíades, si nos oyera un hombre más sabio que tú y que yo, nos diría que no teníamos razón para combatir la ignorancia en general, sin añadir qué clase de ignorancia condenábamos, y que hay casos, en que es un bien, así como hay otros en que es un mal.

Alcibíades

¿Qué es lo que dices? ¿Puede ser en ningún caso más útil ignorar una cosa que saberla?

Sócrates

Sí, por lo menos en mi opinión. ¿No es este tu dictamen?

Alcibíades

No, ciertamente, ¡por Júpiter!

Sócrates

No te acusaré de querer rebelarte contra tu madre con el furor de un Orestes, de un Alcmeon o de cualquier otro parricida.

Alcibíades

¡Habla mejor, Sócrates, en nombre de Júpiter!

Sócrates

No es a mí, puesto que te declaro incapaz de semejante crimen, a quien es preciso recomendar que hable mejor, Alcibíades; eso cuadraría bien al que dijese lo contrario. Pero puesto que estas acciones te parecen tan abominables, que ni ligeramente puede hablarse de ellas, dime: ¿crees tú que Orestes, si hubiera estado en su buen sentido y hubiera sabido lo mejor que debía hacer, se habría precipitado a cometer el crimen que cometió?

Alcibíades

No, seguramente.

Sócrates

¿Ni él ni ningún otro? [50]

Alcibíades

No, ciertamente.

Sócrates

¿Luego es un mal, a lo que parece; ignorar lo que es bien?

Alcibíades

Por lo menos, así pienso yo.

Sócrates

¿Y lo fue para Orestes como para cualquiera otro?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

Examinemos más aún esta cuestión. Figúrate que de repente te viniera al pensamiento, creyendo obrar bien, ir a matar a Pericles, tu tutor y tu amigo, y tomando un puñal fueras derecho a su puerta a preguntar si estaba en casa con intención de asesinarle, a él y no a otro, y te respondiesen que sí estaba. No pretendo, al decir esto, que tengas tú jamás semejante intención; pero comprenderás sin duda, que nada impide que un hombre, que ignora lo que es bien, tome por bueno lo que es malo. ¿No lo crees así?

Alcibíades

Sin duda.

Sócrates

Entras, pues, en casa de Pericles, le ves, pero no le reconoces, y crees que es otro; ¿te atreverías a matarle?

Alcibíades

No, ¡por Júpiter!

Sócrates

Porque tú no buscabas al primero que se presentara, sino a Pericles mismo. ¿No es así?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

Y cuantas veces fueses a su casa con la misma [51] intención y no te asegurases de la identidad de su persona, dejarías de dar el golpe.

Alcibíades

Sí, verdaderamente.

Sócrates

¡Y qué!, ¿crees que Orestes hubiera puesto sus manos parricidas sobre su madre, si no la hubiera reconocido?

Alcibíades

No lo creo.

Sócrates

Porque no intentaba matar a la primera mujer que se le presentara, ni a la madre de éste o de aquél, sino que quería matar a su propia madre.

Alcibíades

Ciertamente.

Sócrates

Esta clase de ignorancia es, por consiguiente, muy buena para los que están en la disposición de animo de Orestes, y que tienen semejantes intenciones.

Alcibíades

Lo creo.

Sócrates

Ya ves que en ciertos casos la ignorancia es un bien y no un mal, como creías antes.

Alcibíades

Así parece.

Sócrates

Ya ves que en ciertos casos la ignorancia es un bien y no un mal, como creías antes.

Alcibíades

Así parece.

Sócrates

Si quieres tomarte el trabajo de examinar lo que voy a decir, por extraño que pueda parecerte, quizá lo encontrarás exacto.

Alcibíades

¿Qué es?

Sócrates

Puede suceder, a decir verdad, que todas las ciencias, sin la ciencia del bien, sean raras veces útiles a los que [52] las poseen, y que muchas veces les sean perjudiciales. Presta atención: cuando vamos a decir o hacer alguna cosa, ¿no es de toda necesidad, o que sepamos positivamente lo que vamos a hacer o decir, o que por lo menos creamos saberlo?

Alcibíades

Sin duda.

Sócrates

Y así se ve todos los días a los oradores, que no titubean en darnos consejos sobre cosas que saben o creen saber. Unos nos dan consejos sobre la paz y la guerra, otros sobre las fortificaciones que deben levantarse o sobre los puertos que deben construirse; en una palabra, todas las medidas, que conciernen a las otras ciudades o a la república misma, se adoptan por consejo de los oradores.

Alcibíades

Dices verdad.

Sócrates

Escucha lo que voy a decir, y veré si así llego a convencerte. ¿No dices, que los hombres son unos sensatos y otros insensatos?

Alcibíades

Lo digo.

Sócrates

¿No llamas insensatos a los más, o sensatos a los menos?

Alcibíades

Así los llamo.

Sócrates

¿No tienes alguna razón para dividirlos en dos clases?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

¿Llamas sensato al que sabe dar consejos, pero sin saber cuál es lo mejor, ni en qué tiempo debe hacerse? [53]

Alcibíades

No, ciertamente.

Sócrates

Ni, según creo, al que sabe hacer la guerra, pero sin saber ni cuándo, ni en qué tiempo vale más hacerla. ¿No es así?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

Ni al que sabe sentenciar a muerte, condenar al pago de multas, enviar a destierro, pero que no sabe ni cuándo, ni respecto de quiénes son buenas semejantes medidas.

Alcibíades

No, verdaderamente.

Sócrates

Sólo llamas sensato al que une a estos conocimientos la ciencia del bien. Pero esta ciencia es la misma que aquella que trata de lo útil; ¿no es así?

Alcibíades

Sí.

Sócrates

A este le llamaremos hombre sabio, y diremos que es capaz de aconsejarse a sí mismo y de aconsejar a la república; pero diremos todo lo contrario de todo el que no posea ambas ciencias. ¿Qué te parece de esto?

Alcibíades

Soy de tu opinión.

Sócrates

Cuando alguno sabe montar a caballo o tirar el arco; cuando es hábil en la lucha o en el pugilato, o en cualquiera otro ejercicio o arte, ¿qué nombre le das, si sabe perfectamente lo más adecuado a las reglas de este arte? ¿Llamas picador al que es hábil en la equitación?

Alcibíades

Sí. [54]

Sócrates

Luchador al que es hábil en la lucha, músico al que sabe la música, y así de los demás; ¿o no los llamas así?

Alcibíades

Así los llamo.

Sócrates

¿De que un hombre sea hábil en una de estas artes, se sigue necesariamente que sea igualmente un hombre sensato o diremos que está muy distante de eso?

Alcibíades

Está muy distante, ¡por Júpiter!

Sócrates

¿Qué dirías de un Estado compuesto de tiradores de arco, tocadores de flauta, de atletas y otras gentes de esta clase, todos hábiles, mezclados con todos esos de que hemos hablado más arriba que saben, unos hacer la guerra, otros condenar a muerte, y con esos oradores hinchados con su pretendida disposición para la política, en el supuesto de que falte a todos la ciencia del bien y que entre todos ellos no haya ni uno solo que sepa en qué ocasión ni con qué objeto es preciso emplear cada una de estas artes?

Alcibíades

Diría, Sócrates, que ese sería un Estado bastante malo.

Sócrates

Mucho más lo dirías cuando vieses cada uno de ellos, lleno de ambición, consagrar todos los cuidados, que debe a la cosa pública,

a superarse a sí mismo{4}

en lo que es bien según las reglas de su arte, pero extraviándose la mayor parte del tiempo con respecto [55] a lo que es realmente bien para sí mismo y para la república, como un hombre que se abandona ciegamente a la opinión. Y en tal caso, ¿no tendremos mucha razón para decir, que en semejante Estado no es posible que dejen de reinar el desorden y la injusticia?

Alcibíades

Sí, ciertamente, ¡por Júpiter!

Sócrates

¿No hemos visto que era indispensable o que creyésemos saber o que supiésemos efectivamente lo que estamos dispuestos a decir o hacer?

Alcibíades

Sí, lo hemos visto.

Sócrates

Luego si alguno hace lo que sabe o cree saber, resulta de aquí una gran ventaja para el Estado y para sí mismo.

Alcibíades

¿Cómo no ha de ser así?

Sócrates

Y cuando lo hace de otra manera, me parece que no resulta ventaja ni para el Estado ni para él mismo.

Alcibíades

No, ciertamente.

Sócrates

Pero, ¿piensas aún lo mismo en este momento o piensas de otra manera?

Alcibíades

No, pienso lo mismo.

Sócrates

¿No has dicho que la mayoría se compone de locos, y que los hombres sensatos son pocos en número?

Alcibíades

Y lo digo aún.

Sócrates

Repitamos, pues, que la mayoría, al abandonarse [56] ciegamente a la opinión, se extravía las más de las veces sobre lo que es el bien.

Alcibíades

Lo repetimos.

Sócrates

Luego es ventajoso a esta mayoría el no saber nada y el no creer saber, porque querrán ejecutar lo que sabrán o creerán saber, y al ejecutarlo, en lugar de sacar utilidad, sólo recibirán perjuicio.

Alcibíades

Dices verdad.

Sócrates

Luego tenía razón, ya lo ves, cuando decía antes, que podría suceder que todas las ciencias, sin la ciencia del bien, fuesen por casualidad útiles a los que las poseyesen, y que las más veces les fuesen muy perjudiciales. Entonces no penetraste la verdad de mis palabras.

Alcibíades

Si entonces no la conocí, la conozco ahora, Sócrates.

Sócrates

Una ciudad o un alma que quieran conducirse bien, se unen a esta ciencia como un enfermo a su médico, y como un pasajero que quiere llegar a puerto seguro se entrega al piloto; porque sin ella, cuanto más privada esté el alma de disposiciones dichosas, tanto más la posesión de las riquezas, la fuerza del cuerpo y otras cualidades de este género le pondrán necesariamente, según todas las apariencias, en peligro de cometer grandes faltas. El que posea todas las ciencias y todas las artes, y se halle privado de la que tratamos, arrastrado por cada una de ellas, ¿no estará expuesto con razón a una gran tormenta? y en semejante mar y sin piloto ¿podrá navegar por mucho tiempo sin perecer? Paréceme que se le puede aplicar lo que el poeta dice de un hombre, a quien quiere [57] zaherir: Sabia muchas cosas, pero las sabia todas mal{5}.

Alcibíades

¿Cómo puede tener aquí aplicación el verso del poeta, Sócrates? Porque a mi juicio nada tiene que ver con lo que tratamos.

Sócrates

Por el contrario, se relaciona con esto perfectamente. Pero, mi querido Alcibíades, este es una especie de enigma. Tal es la manera de escribir de este poeta y de todos los demás. Porque toda poesía es naturalmente enigmática, y no es fácil a un cualquiera penetrar su sentido. Y, además de su naturaleza enigmática, si la poesía tiene por órgano un poeta envanecido con su saber, y que en lugar de descubrírnoslo procura ocultarlo, entonces es casi imposible penetrar su pensamiento. Ciertamente no acusarás a Homero, a este poeta tan sabio y verdaderamente divino, de haber ignorado que no es posible saber mal lo que se sabe. Él mismo dice de Margites, que sabia muchas cosas pero que las sabia todas mal, y aquí sin duda va envuelto un enigma, y dice mal en vez de desgraciado y sabía por su saber; lo cual no podía entrar en la composición de su verso; y lo que ha querido decir ciertamente es que Margites sabía muchas cosas, y que el saber era para él una desgracia. Y si el saber mucho era una desgracia para él, es evidente que era un mal hombre, si estamos en el caso de admitir como verdadero lo que hemos dicho más arriba.

Alcibíades

No puede manos de admitirse, Sócrates. Difícilmente me daría por satisfecho con otras demostraciones, si no me diese con la que has hecho.

Sócrates

Con razón te parece así. Pero, ¡en nombre de Júpiter!, [58] piensa en ello; porque debes ver sin duda la naturaleza y la magnitud de la dificultad, y me parece que ella te embaraza. Yendo tan pronto a la derecha como a la izquierda, no sabes en qué opinión fijarte; la misma que con gusto admitías, la desechas; y ya no te parece la misma. Pero más aún, si el dios a quien vas a orar, apareciéndote de repente, te preguntase, antes que tú hubieses comenzado tu oración, si te contentarías con algunas de las cosas de que hablamos al principio, o mejor que te permitiese pedirle lo que quisieses, ¿qué es lo que tú tendrías por más ventajoso, recibir lo que el dios te ofreciere, u obtener lo que tú le hubieses pedido?

Alcibíades

¡Por todos los dioses, Sócrates, no sé qué responderte! Porque me parece que no hay nada más insensato, ni que deba de evitarse con más cuidado, que el exponerse imprudentemente a pedir a los dioses males, creyendo pedirles bienes, y como tú decías, exponerse a cantar la palinodia un momento después, pidiendo todo lo contrario a lo que antes se pidió.

Sócrates

¿No es por esta razón por la que el poeta, de que hablé al principio de esta conversación y que sabía de esto más que nosotros, ha querido que todo hombre suplicase a los dioses que alejasen de él los males, aun cuando él se los pidiera?

Alcibíades

Así parece.

Sócrates

Los lacedemonios, sea que hayan imitado a este poeta, o que por sí mismos hayan descubierto esta verdad, hacen todos los días en público y en particular una oración semejante: piden a los dioses que les dé lo bueno con lo útil; nunca les oirá nadie pedir más. Sin embargo, no han sido hasta ahora menos felices que cualquiera otro [59] pueblo; y si han visto algunas veces interrumpido el curso de su prosperidad, no por eso hay que culpar a sus oraciones, porque los dioses son libres, y de ellos depende conceder lo que se les pide o enviar lo contrario. Con este motivo quiero referirte una historia que oí una vez contar a algunos ancianos. Estando los atenienses en guerra con los lacedemonios, sucedió que aquellos fueron siempre vencidos en todos los combates que tuvieron lugar por mar y tierra, sin poder conseguir jamás la superioridad. Irritados los atenienses con estas derrotas, y no sabiendo por qué medio prevenir nuevas desgracias, después de haber deliberado, creyeron que el mejor expediente era enviar a consultar al oráculo de Ammon, y suplicarle que les dijera por qué los dioses concedían la victoria más bien a los lacedemonios que a nosotros, que les ofrecemos más frecuentes y preciosos sacrificios que el resto de la Grecia; que decoramos sus templos con más ricas ofrendas que ningún otro pueblo; que hacemos todos los años en su honor las procesiones más suntuosas y más imponentes; y que, en una palabra, gastamos en el culto nosotros solos más que todos los demás griegos juntos. Los lacedemonios, por el contrario, añadían, no se toman ninguno de estos cuidados; son tan avaros para con sus dioses, que les ofrecen siempre víctimas mutiladas, y hacen mucho menos gasto que los atenienses en todo lo concerniente a la religión, aun cuando no son menos ricos. Luego que hubieron hablado de esta manera y preguntado cómo podrían librarse de los males que afligían a su ciudad, el profeta por toda respuesta (el dios sin duda no permitía otra), dijo al enviado: He aquí lo que Ammon responde a los atenienses: «que estima más las bendiciones de los lacedemonios que todos los sacrificios de los atenienses.» El profeta no dijo más. Por estas bendiciones de los lacedemonios entendía, a mi juicio, sus oraciones, que en efecto difieren de las de los demás pueblos; porque todos los otros griegos, ya ofrezcan toros con sus cuernos dorados, o ya consagren ricas ofrendas, piden en sus oraciones todo lo que les sugieren las pasiones, sin averiguar si son bienes o males. Pero los dioses que oyen sus blasfemias, no agradecen sus procesiones ni sus sacrificios suntuosos. Se necesita, a mi parecer, mucha precaución y mucha atención para saber lo que se debe decir y lo que se debe callar. En Homero encontrarás un ejemplo semejante al precedente: «Mientras construían un fuerte, dice, los troyanos ofrecían a los inmortales grandes hecatombes, y los vientos llevaban de la tierra al cielo un olor agradable; y sin embargo los dioses se negaron a gustarlo, porque tenían aversión a la ciudad sagrada de Troya, a Príamo y al pueblo de este rey hábil en el manejo de la lanza{6}.»

Y así, en vano era hacer sacrificios y ofrecer dones a los dioses, que les aborrecían; porque no es posible, dada la naturaleza de los dioses, dejarse corromper por presentes como un codicioso usurero; y seriamos unos insensatos, si pretendiéramos por este medio hacernos más agradables a sus ojos que los lacedemonios. En efecto, sería cosa extraña, que los dioses atendiesen, para distinguir los que son santos y justos, más a nuestros dones y a nuestros sacrificios que a nuestra alma. Pero no, en mi opinión, ellos tienen más en cuenta el alma que las procesiones y los sacrificios suntuosos; porque este último homenaje pueden los particulares y los Estados, que más han faltado a los dioses y a los hombres, ofrecerle todos los años. Y así los dioses incorruptibles desprecian todas estas cosas, como el dios mismo y su profeta lo han declarado. Hay, pues, grandes trazas de que los dioses y los hombres sensatos honran ante todo la justicia y la sabiduría. Ahora bien; verdaderamente justos y verdaderamente sabios no [61] son más que aquellos, que en sus palabras y en sus acciones saben cumplir con lo que deben a los dioses y a los hombres. Tendría gusto en saber qué piensas sobre esto.

Alcibíades

Yo, Sócrates, no puedo menos de conformar mi modo de pensar con el tuyo y con el del dios. ¿Sería razonable que fuese yo a contradecir sus oráculos?

Sócrates

¿No recuerdas haberme dicho, que temías mucho pedir a los dioses males, sin tú conocerlo y creyendo pedirles bienes?

Alcibíades

Me acuerdo.

Sócrates

Ya ves que no puedes ir con seguridad a suplicar al dios; porque podría suceder que, al oírte blasfemar, desechase tu sacrificio, y que te enviase una cosa muy distinta de la que le hubieres pedido. Yo hallo que vale más que te mantengas quieto, porque no creo que la exaltación actual de tu espíritu, que es el nombre más digno que puede darse a la locura, te permita servirte de la oración de los lacedemonios. Por esta razón, debes esperar a que alguno te enseñe la conducta que debes observar con los dioses y con los hombres.

Alcibíades

¿Y cuándo llegará ese tiempo, Sócrates, y quién será el que me instruya? ¡Con cuánto placer lo veré!

Sócrates

Lo hará el que vela por ti. Pero me parece que así como en Homero Minerva disipa la nube que cubría los ojos de Diomedes, a fin de que pudiese conocer si era un dios o un hombre{7}, lo mismo es preciso que aquel disipe las tinieblas que envuelven tu alma, para ponerte en estado de discernir el bien del mal; porque al presente no me parece que estás en estado de hacerlo. [62]

Alcibíades

Que disipe esas tinieblas y todo lo que guste; cualquiera que sea ese hombre, por mi parte estoy dispuesto a obedecerle sin restricción, con tal que me haga yo mejor.

Sócrates

Por lo demás, él te tiene un cariño entrañable.

Alcibíades

Lo mejor, a mi parecer, será aplazar hasta entonces mi sacrificio.

Sócrates

Tienes razón, porque eso es más seguro que exponerse a correr tan gran peligro.

Alcibíades

Pues bien, sea así. Permíteme, sin embargo, Sócrates, que para recompensarte por tus saludables consejos, coloque esta corona sobre tu cabeza. Daremos a los dioses coronas con las demás ofrendas que les son debidas, cuando llegue ese día tan deseado. Si ellos lo quieren, no se hará esperar mucho tiempo.

Sócrates

Recibo esta corona, y recibiré siempre con placer lo que me venga de ti. Y como en Eurípides, Creon, al ver a Tiresias con una corona ceñida a la frente y sabiendo que le fue dada por los enemigos a causa de su arte, le dice: «me parece de buen augurio esta corona triunfal, porque estamos corriendo una gran tempestad, como sabes{8}», así yo tomo por un feliz presagio esta corona con que me honra tu mano; porque me encuentro en medio de una tempestad no menor que la de Creon, puesto que trato de triunfar de todos los que te aman.

Fin del segundo Alcibíades


———

{1} Alusión a un pasaje de Homero, Iliada, X, 224.

{2} El autor incurre aquí en un anacronismo; habiendo muerto Sócrates antes que Arquelao, no podía hablar del fin de este rey.

{3} Odisea, I, 32.

{4} Verso del Antiope de Eurípides.

{5} Verso de un poema perdido de Homero, Margites.

{6} Homero, Iliada, VIII, 548.

{7} Homero, Iliada, V, 127.

{8} Eurípides, las Fenicias, v. 863.


{Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate,
tomo onceno, Madrid 1872, páginas 39-62.}


puerta al infierno


La asertividad en la oratoria del abogado



De Óscar León 
 13 de noviembre de 2024


El dominio de la oratoria forense constituye uno de los pilares en el ejercicio de la abogacía, especialmente en el contexto de los juicios, donde la comunicación eficaz es esencial para presentar argumentos, interrogar testigos y convencer al tribunal. Para el abogado, el dominio de la asertividad es un recurso clave, pues le permite defender sus argumentos con firmeza, respetando sus propios derechos y los de sus interlocutores sin caer en actitudes agresivas o sumisas. La asertividad en el contexto judicial potencia la capacidad de transmitir ideas y convencer de manera efectiva, cualidades fundamentales para una defensa sólida y respetuosa.

La asertividad se define como la habilidad de defender los propios derechos y expresar opiniones de manera clara, sin agredir ni manipular a los demás. Para el abogado, ser asertivo significa presentar sus argumentos y puntos de vista con seguridad y respeto, creando un entorno de comunicación adecuado. Este enfoque evita la agresividad y promueve una relación respetuosa con el tribunal y las demás partes del juicio. La asertividad ayuda igualmente al abogado a gestionar sus emociones y proyectar una imagen profesional, aspectos que resultan especialmente valiosos en un juicio.

Veamos  a continuación algunos de los beneficios que puede ofrecer la asertividad al profesional:

Expresión clara y respetuosa de los argumentos: la asertividad permite al abogado comunicar sus argumentos de manera clara y estructurada, sin recurrir a expresiones agresivas ni evasivas. Esto facilita que jueces y jurados comprendan sus puntos de vista y los consideren con objetividad. Un abogado asertivo evita el uso de lenguaje ambiguo y se enfoca en transmitir sus ideas de forma respetuosa pero directa, lo cual refuerza la percepción de profesionalismo y seguridad en su papel.

Control emocional ante situaciones de tensión: los juicios suelen implicar momentos de tensión, en los cuales es común que las emociones puedan influir en el tono y las reacciones del abogado. La asertividad ayuda a gestionar estas emociones, permitiendo que el abogado mantenga la calma y la coherencia incluso en situaciones difíciles. El autocontrol le ayuda a evitar respuestas impulsivas o agresivas que podrían afectar negativamente la percepción que el tribunal tiene de él y, por extensión, de su caso.

Escucha activa y respuesta constructiva: ser asertivo no solo implica saber hablar, sino también saber escuchar. Un abogado asertivo presta atención activa a las preguntas, objeciones y comentarios de todas las partes implicadas en el juicio. Al escuchar con respeto y responder de manera constructiva, el abogado evita respuestas defensivas o agresivas, y en su lugar ofrece réplicas que demuestran comprensión y fortalecen su posición ante el tribunal.

Dominio del lenguaje corporal: la oratoria del abogado no se limita a las palabras, sino que incluye el lenguaje no verbal, como la postura, los gestos y el contacto visual. La asertividad también se manifiesta en una postura abierta, firme y respetuosa. Este control sobre el lenguaje corporal contribuye a que el abogado proyecte seguridad sin parecer agresivo, lo cual refuerza su credibilidad y mantiene un ambiente de respeto en la sala de audiencias.

Defensa de la posición del cliente sin agresión: en muchas ocasiones, el abogado deberá confrontar posiciones opuestas a las de su cliente. La asertividad le permite expresar su desacuerdo y defender sus argumentos sin menospreciar ni descalificar a la otra parte. Esto resulta especialmente importante en la interacción con el juez y la contraparte, donde una actitud hostil podría perjudicar la impresión general del caso. Al evitar la agresividad y optar por una defensa firme y respetuosa, el abogado asertivo refuerza la solidez de sus argumentos y protege los intereses de su cliente.

El desarrollo de la asertividad en la oratoria del abogado puede emplear ciertas herramientas prácticas, muchas de ellas aplicadas en el campo de la psicología:

- Uso de lenguaje directo: Emplear frases como “me siento”, “pienso”, “prefiero”, o “quiero” permite que el abogado exprese sus puntos de vista con claridad y sin ambigüedad.

- Refuerzo positivo y expresión de aprecio: Utilizar frases de reconocimiento ante los puntos válidos planteados por la contraparte demuestra respeto y profesionalismo, generando un ambiente más propicio para el diálogo.

- Expresión de emociones de manera controlada: En situaciones conflictivas, manifestar las emociones con frases como “me siento frustrado” o “me preocupa que…” permite que el abogado gestione sus sentimientos sin perder el control ni afectar el tono de la comunicación.

En conclusión, la asertividad es una herramienta invaluable en la oratoria del abogado, ya que le permite defender sus puntos de vista con seguridad y respeto. Un abogado asertivo comunica con claridad, gestiona sus emociones y responde de manera constructiva, proyectando una imagen profesional y confiable ante el tribunal. En el ejercicio de la abogacía, donde se deben enfrentar retos complejos y a menudo conflictivos, la asertividad no solo fortalece la comunicación, sino que dignifica el rol del abogado como defensor de los derechos de sus clientes y como promotor de la justicia.



¿Sabéis qué es lo primero que hago cuando llego al despacho?

27 de mayo de 2019  

Pues una vez me he preparado una buena taza de té, me siento a elaborar la lista de tareas de mi jornada diaria, práctica que vengo realizando desde hace años y que no me canso de recomendar a los colegas, pues, como veremos, su eficacia está más que demostrada.

Efectivamente, la planificación través de las denominadas listas de tareas constituye una excelente estrategia para la adecuada gestión del tiempo del abogado, facilitando enormemente el desarrollo de su actividad de forma más eficaz y eficiente.

Básicamente, planificar es organizar de forma anticipada las tareas a realizar a corto, medio o largo plazo, de modo que dispongamos de un itinerario de actividades para el aprovechamiento del tiempo. Si bien todas las modalidades son claves, hoy nos dedicaremos a examinar la planificación en el corto plazo, o lo que es lo mismo, la planificación de la jornada diaria.

Para ello, la planificación sólo requiere de una hoja de papel o digital, en la que iremos indicando a modo de lista, las tareas en las que se recogen los trabajos a realizar durante la jornada. Esta lista nos permite apuntar todas las que vamos a realizar, tachar las que vayamos haciendo y, en su caso, agregar las tareas que vayan generándose y aquellas que nos conviene recordar para listar en días siguientes [1].

Los beneficios de la planificación son numerosos:

–          Nos ayuda a evitar la postergación de decisiones.

–          Aumenta nuestra productividad y rendimiento.

–          Dispara nuestra creatividad.

–          Aumenta nuestras energías físicas y mentales.

–          Constituye un ahorro de tiempo.

–          Al cumplir con las tareas se genera una sensación de éxito y avance, o lo que es lo mismo: pura motivación.

–          Ayuda a superar indecisiones.

–          Hacemos lo que tenemos que hacer y no otra cosa.

–          Evitamos la ansiedad por la posibilidad de que alguna tarea pendiente sigua oculta y salte de forma imprevista.

El proceso de planificación es sencillo, pues sólo requiere disponer de cinco o diez minutos de la jornada (generalmente al comienzo de la misma), y proceder a listar todas las tareas que tengamos previsto realizar durante la jornada (naturalmente con un criterio temporal razonable y dejando un espacio para los imprevistos).

Una vez conocidas las tareas a realizar, es fundamental proceder a priorizar entre las mismas estableciendo un orden o jerarquía en su ejecución y asignando un tiempo aproximado para cada una de ellas, sin olvidar, que el tiempo que dediquemos a priorizar las tareas nunca se malgasta, ya que a la larga será un ahorro. En el despacho consideramos que, a modo de principio fundamental en la priorización, debemos comenzar siempre por las tareas de más importancia, si bien es conveniente intercalar estos bloques de concentración intensa con periodos dedicados a tareas más sencillas.

A la hora de asignar espacios de tiempo a las tareas, partimos de la base de los siguientes principios

Las primeras horas de la jornada suelen ser las horas en las que se dispone de mayor concentración.
Un periodo de tiempo de entre 25 y 35 minutos es el ideal para trabajar con máxima concentración en la tarea
A las tareas secundarias y auxiliares (organización de documentos, examen de la bandeja de entrada, etc…) conviene asignar espacios de tiempo en los que la concentración es menor (últimas horas de la jornada, bien sea de mañana como de tarde).
Contar siempre con un plan de contingencias o planes B para el caso de que se produzcan imprevistos que pueden alterar nuestra organización.
Personalmente, con independencia de listar las tareas a primera hora de la jornada, me gusta llevar siempre encima una hoja de papel o el bloc de notas del móvil, en los que voy escribiendo aquellas tareas que se me van ocurriendo y que debo realizar próximamente, notas que utilizo a modo de recordatorio en el momento de planificar.

En cuanto a los inconvenientes de la programación, ciertamente no encuentro ninguno, pues aquel que afirma que no tiene tiempo de planificar, se está engañando, pues todos tenemos cinco o diez minutos para dedicarnos a esta sencilla tarea que solo requiere bolígrafo y una hoja de papel y una firme voluntad de renegociar con uno mismo. Pero es que, aunque solo puedas listar una o dos cosas, el mero ejercicio de programación supone un acto de concienciación muy importante que nos permitirá poner algo de orden en el caos que nos rodea, todo ello sin perjuicio de los beneficios antes citados.

Y concluyo con una de las reglas más importantes de la eficacia personal: la regla del 10/90, que afirma que el primer 10 por ciento que ocupamos planificando y organizando el trabajo, antes de empezar, nos va a permitir ahorrar hasta el 90 % del tiempo que ocuparíamos en hacer el trabajo una vez que lo hayamos empezado.


[1] Si quieres conocer un ejemplo práctico de planificación de la jornada diaria de un abogado, te invito a que visites el siguiente post: https://oscarleon.es/como-planificar-la-jornada-diaria-de-un-abogado-lo-imposible-hecho-posible/




Cristián Warnken.



Formando para Crear

Cristián Warnken: “El día que las humanidades dejen de tener un rol importante estamos perdidos”

Ricardo Olave
26 jun 2024



El escritor y profesor de Literatura lidera País Humanista, nuevo centro de estudios de la U. San Sebastián, que fue inaugurado este lunes con la visita del académico y exministro de cultura de España, José María Lasalle. El centro se enfocará en reflexionar sobre las humanidades, en diálogo con la ciencia y la tecnología y los dilemas éticos, entre otro temas.
En medio de un intenso y reciente debate respecto del valor de las humanidades en la sociedad, Cristián Warnken, conocido por su trabajo en la promoción de la literatura y la cultura en el país, vuelve a la escena pública, esta vez liderando País Humanista, centro de pensamiento de la Universidad San Sebastián (USS), que busca contribuir a la reflexión de los grandes temas globales, desde las humanidades.
País Humanista USS está integrado por los académicos USS: Roberto Ampuero (escritor y ex ministro de Cultura), Sergio Muñoz (analista político y escritor), Cecilia Morán (historiadora), Cristián de La Maza (ex subsecretario de Defensa), Gonzalo Arenas (decano Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y abogado), Guillermo Tobar (doctor en filosofía) y Víctor Berríos (literato y coordinador del grupo).

El centro fue inaugurado esta semana con la participación de José María Lasalle, doctor en Derecho, escritor, académico y ex ministro de Cultura de España, quien vino invitado por la Universidad para conversar sobre el rol de las humanidades en la era de la Inteligencia Artificial, planteamiento que recoge en sus dos últimos libros: “Civilización Artificial” y “Ciberleviatán”, donde habla del eventual colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital.
En palabras del propio Warnken, el centro nace como un horizonte o aspiración para enfrentar los grandes desafíos presentes, buscando evitar el mal de esta época hiperconectada que habla más rápido de lo que piensa, impulsando el pensar meditativo que alguna vez defendió el filósofo alemán Martin Heidegger.

Heidegger dice que existen dos pensares, el calculante y el meditativo. El calculante es muy importante, porque incluye todo lo que lo que hace posible que nosotros vivamos, con todas sus comodidades y adelantos. Pero dice el filósofo que tan crucial como calcular es el pensar meditativo, el que se detiene, fuera de la prisa, y se hacen las preguntas fundamentales que hay qué hacer”, señala Warnken en una conversación que responde desde su actual residencia en Molino Viejo, un pequeño pueblo en la frontera de Llanquihue con Puerto Varas. Allí vive una especie de retiro del ajetreo de la capital, donde comenzó a planear cómo revitalizar el debate de las humanidades. Tras unos años alejados de las aulas universitarias, quien fuera el conductor de programas como “La belleza de pensar” o “Una belleza nueva”, encontró en la sede Puerto Montt de la USS un espacio para volver a hacer clases, específicamente para estudiantes de Medicina y Derecho.

Ante la subvaloración de las humanidades en la actualidad, Warnken cita al filósofo italiano Nuncio Ordine y su libro “La utilidad de lo inútil” para ilustrar cómo aquello que se considera inútil, como la literatura o la filosofía, en realidad otorga sentido y cohesión a las comunidades. 
“Este país se conoce internacionalmente gracias a sus pensadores” declara, refiriéndose a figuras históricas como Andrés Bello, a quien llama uno de los fundadores de Chile, así como el rol de la poesía con la creación del relato nacional con la aparición de la epopeya La Araucana hace más de cinco siglos, siendo la lírica y los poetas galardonados con el Premio Nobel quienes han elevado el prestigio de Chile a nivel mundial.

Así es cómo el Centro País Humanista USS se presenta desde la visión de un país centrado en las humanidades y la cultura. Esta búsqueda, reconoce Warnken, no está alejada de la nostalgia.
“Tendemos a idealizar el pasado, un momento donde las humanidades tuvieron un papel más importante en la cultura chilena, pero también una nostalgia al futuro, de que volverán a ocupar un rol importante, porque ahí se juega el destino de la humanidad. Así de simple, aunque parezca un poquito grandilocuente”, declara.

La universidad bastión del pensamiento humanista.

Para Warnken, las universidades deben ser los bastiones del pensamiento humanista. Afirma: “El día que las humanidades dejen de tener un rol importante en las universidades, yo digo que estamos perdidos”, planteando que sería una señal de alerta y una pérdida de sentido para la educación superior el convivir sin carreras o mallas curriculares ligadas a las humanidades.
Al evento en la USS asistieron más de 200 personas del mundo académico, de la cultura y las humanidades.
“Alejarse demasiado de ellas, invisibilizarlas, o cerrar carreras humanistas, es traicionar la esencia misma de la universidad”. Aquí recuerda al poeta chileno Jorge Millas, quien veía a la universidad como una “torre de márfil”, un lugar dedicado a la reflexión serena y de largo alcance, lejos del “activismo frenético” de la vida cotidiana. “Para mí, una universidad que no tiene humanidades no es una universidad. Así de simple”, sostiene el escritor.

En ese sentido, el profesor de Literatura que ha trabajado tanto en universidades públicas como privadas, cree que a sus 63 años ha creado “la experticia, podríamos decir, de abrir espacios en distintos lugares”. Desde este nuevo rol como director del centro País Humanista USS, Warnken pretende nuevamente “intentar sacar un poco las humanidades de este secuestro en manos de la academia”.

Ante ello, se explaya: 
“Cuando de repente las humanidades se miran a sí mismas, se vuelven ombliguistas, le hablan a un público muy minoritario. Lo que hay que hacer es sacar a las humanidades y llevarlas a públicos más amplios”. El centro tiene en sus bases esta “tarea titánica”, ante una falta de convencimiento de su importancia en la vida de las personas. “No existe esa convicción de que las humanidades son cruciales y fundamentales. Siempre las miran como una especie de lujo o de adorno, pero no como un fundamento, qué es lo que creemos que son”.
Enfoque en regiones

En relación a sus clases en la sede Patagonia de la USS, la experiencia de Cristián Warnken con las nuevas generaciones de universitarios lo motivó a llevar las ideas humanistas fuera de Santiago, con prioridad en difundirlas desde las regiones.
Entendiendo el origen de la USS, que nace en Concepción a finales de los 80 ‘s, el escritor sostiene la necesidad de mirar hacia las provincias. 

“Por ejemplo, José María Lasalle, nuestro primer invitado internacional, va a hacer un tour por todas nuestras sedes. La mirada desde la provincia es extremadamente importante”, sostiene, para luego volver a citar a Heidegger y su manifiesto “Paisaje creador: ¿Por qué permanecemos en la Provincia?”, reafirmando su convencimiento de que “una de las enfermedades del país es que el centro ha tendido a apoderarse todo, y ha perdido la riqueza inmensa que hay en la región, no solo los recursos naturales, sino su patrimonio cultural y humano”.

En ese sentido, el director de País Humanista USS hace una distinción entre ser provinciano y ser provincial, ello tras las enseñanzas de Abel González, filósofo de Cerro Castillo, cuando el literato vivió en Viña del Mar.
“Él decía que el provinciano es el santiaguino, porque cree que está en el centro del mundo, pero está equivocado. Está en una provincia periférica, pero siente que es el centro, entonces tiene una mirada distorsionada”. 
En la otra vereda, el provincial sería quien “tiene el arraigo, el que se conecta desde la provincia con el mundo”. Warnken hace esta referencia ante esta búsqueda de dar vuelta el “mapa mental” del acceso a conversaciones desde las humanidades a nivel país.
De este modo, el nuevo Centro País Humanista USS se potenciará a través de las cuatro sedes, así como buscando no ser una isla lejos en el océano, y es su director quien espera colaborar con otros centros y figuras del pensamiento crítico a nivel nacional e internacional. La visita de José María Lassalle, autor que explora la relación entre las humanidades y la inteligencia artificial, marca el comienzo de una serie de diálogos y eventos que buscan elevar el debate en el país.
“Vamos a ir de menos a más. No queremos ser tan pretenciosos, pero sí tratar de elevar la discusión política a una reflexión más de fondo, más filosófica,” concluye Warnken ante el desafío al que se suma el nuevo Centro País Humanista USS, buscando ser un faro de pensamiento crítico en un mundo cada vez más dominado por la inmediatez y la superficialidad, valorando la necesidad de descentralizar el conocimiento. Una apuesta por un futuro donde las humanidades recuperen su lugar esencial en la sociedad.



Cristián Warnken: “Crecí en un hogar donde los poetas eran los grandes héroes”
País Humanista de la Universidad San Sebastián es un centro dedicado a promover y fomentar el humanismo en sus múltiples dimensiones. Busca posicionarse como un espacio intelectual y de reflexión, que inspire cambios positivos en la sociedad mediante la educación, la investigación y el diálogo. Cristián Warnken, su director, conversó con Rockstars sobre esos objetivos y también sobre la actualidad de los medios de información en Chile.

Con estudios de Pedagogía en Castellano en la Universidad Católica, el escritor ha tenido un gran papel en las comunicaciones a través de grandes programas de conversación en radio y televisión. El más conocido: La Belleza de Pensar, emitido por ARTV y luego por Canal 13 Cable. Sobrino del poeta Enrique Lihn, el comunicador tuvo una infancia rodeada de arte y letras.

Además, la abuela paterna de Cristián Warnken, Marta Herrera Palacios (Patricia Morgan), fue una poeta amiga de Gabriela Mistral, entre otros artistas. “Crecí en un hogar donde los poetas eran los grandes héroes. Mi padre, pese a ser un hombre muy práctico, también era un poeta escondido. Además, a mi casa, iba el poeta Eduardo Anguita, uno de los más grandes de la historia de Chile”, contó.

La llamada Generación del 38, que fue movimiento artístico-literario chileno que intentaba retratar en sus obras la decadencia social de la época, también fue motivo de admiración de Warnken. Pero, cuando creó, se dio cuenta que a sus héroes les iba mal en la vida, no eran valorados por la ciudadanía. Por lo mismo, pensé en ser el puente de unión entre el mundo de los poetas y la sociedad. “Por eso me convertí en un comunicador”, aclaró.

En su programa, La Belleza de Pensar, logró en parte ese objetivo. Tuvo la convicción de que a la gente hay que entregarle cultura de calidad. De las entrevistas, Cristián Warnken destacó dos: la conversación con el poeta Jorge Teillier y la que le realizó al biólogo Francisco Varela. “Varela era un tipo genial, una persona superior en términos intelectuales, pero también emocionales”, recordó.

Educación y diálogo

Sobre los actuales medios de comunicación, y de información, Cristián Warnken tiene una mirada crítica. No cae en la glorificación del pasado, ni tampoco en la del presente o futuro. Lo positivo de hoy, señaló, es la diversificación de canales de comunicación, que permite que haya programas, por ejemplo, con largas conversaciones. Además, destacó que surjan personas y voces nuevas. “Pero en el lugar donde se puede experimentar hoy en día, y donde se pueden correr riesgos, es en la creación de comunicación”, indicó.
Además, lamentó la desaparición del papel, ya sea de diarios o revistas. “Pienso que la prensa escrita -la más seria-, aunque siempre va a tener un sesgo ideológico inevitable, es una forma de filtrar y de jerarquizar toda la información que nos está llegando. Y si desaparecen esos medios, me parece que la democracia corre riesgo”, comentó.
Por otra parte, Warnken señaló que el Centro de Pensamiento País Humanista, de la USS, es una suerte de observatorio que acompaña a lo que está pasando con la inteligencia artificial en toda su dimensión. Por ejemplo, en el ámbito del derecho, la legislación y sus términos éticos.
 “Pero también nos interesa llevar la belleza donde se pueda, ya que sólo la belleza salvará al mundo”, expresó.
El director del Centro se refirió a la belleza como una virtud, como la creación de algo que se traduzca en una publicación, en un tema educativo, que llegue a las masas. 
“El pensamiento humanista puede ayudar a levantar el debate político. La política y el espíritu se divorciaron completamente. Queremos aportar al debate y la conversación política”, concluyó.



Tremenda carta de Cristian Warnken a Piñera deja en evidencia a las actuales autoridades.


Chile y el Mundo
08/02/2024




Warnken a Pinera - Pauta
Sr. Presidente Sebastián Piñera:

Al recibir la noticia de su trágica e inesperada muerte, reconozco que me conmoví. Me detuve en una calle de una ciudad en el sur donde me encuentro e hice mi propio minuto de silencio. ¿Puede uno conmoverse por la muerte de un adversario político? Sí. Es lo mismo que me pasó cuando asesinaron alevosamente a Jaime Guzmán, aún más lejano en las ideas que usted de mí.

Alegrarse y celebrar la muerte de un adversario político es una señal de descomposición moral muy grande: es terrible darse cuenta de que personas así hay muchas en este país, como ese grupo que fue a celebrar su muerte, en esa plaza Baquedano en que tantas veces lo lincharon simbólicamente, plaza de la indignidad y la violencia política nihilista.

Hoy le escribo esta carta como un adversario político suyo, al que le molestaron muchos aspectos de su personalidad política y de sus gobiernos, pero que reconoce en usted un demócrata cabal. Cada vez es más difícil encontrar demócratas cabales en nuestra América Latina asediada por las tentaciones populistas y autoritarias. Y eso: que usted lo haya sido en momentos donde era más fácil recurrir a la fuerza que a la razón, habla de una lucidez política cada vez más escasa y habría que ser muy mezquino para no reconocer eso. Y eso es lo que la historia -no los que se creen dueños de la interpretación de la historia- reconocerá.

Esos gestos decisivos son los que importarán para el futuro, no las “piñericosas” ni los errores que haya podido haber cometido. Todo eso desaparecerá, dentro de ese mar de anécdotas irrelevantes que son nuestras pequeñeces, mezquindades, ridiculeces, que todos, como seres humanos, cargamos con nosotros. Lo importante es la pregunta que la Muerte nos haga en la hora crucial y a la que podamos contestar con un “sí”. Y esa pregunta-para la tranquilidad de su espíritu, para su descanso en paz que le deseo- la ha podido contestar usted afirmativamente. De eso estoy seguro en esta hora.

Como columnista, escribí textos muy críticos sobre muchos aspectos de su gestión (y sigo manteniendo muchas de esas críticas políticas), y como entrevistador-la única vez que pude entrevistarlo-tal vez fui más exigente y quizás mucho más rudo de lo que habitualmente lo he sido con mis entrevistados. No era fácil entrevistarlo, por su excesiva facilidad de palabra que tendía a envolver al entrevistador.

Me acuerdo de que le dije, antes de entrar al estudio: “Presidente, esta vez hagamos una entrevista con más Word y menos Excel”; usted se rio y asintió, pero al rato, todo volvió a ser Excel de nuevo. Y hubo momentos quizás innecesariamente ríspidos. Quedé con una sensación encontrada después de esa conversación, aunque usted tomó todo con más humor que los asesores que lo acompañaban. Me gustaría haberlo entrevistado de nuevo para tratar de entenderlo más. Era difícil ir más allá del Piñera obvio, hiperquinético, rey de los datos y las cifras. Tal vez perdí una oportunidad de haberlo hecho. Y lo lamento de verdad.

En esta hora, pienso en quienes lo acusaron constitucionalmente e inventaron un relato en que usted era un dictador violador de los derechos humanos y le negaron el pan y el agua. Y que repitieron el mismo guion en la pandemia, que usted enfrentó como pocos presidentes en el mundo. El Presidente Boric-entonces candidato- amenazó señalando su dedo acusatorio a la cámara con llevarlo ante una Corte Penal Internacional, y ahora afirma que usted fue un “gran demócrata desde la primera hora”.

Y si lo fue desde la primera hora, ¿por qué había que llevarlo a ese juicio?  Le hicieron la vida imposible como Presidente y, de paso, pusieron en riesgo la democracia. Ha quedado develada la gran mentira sobre la que se fundó el relato octubrista y su muerte, trágica e inesperada, ha dejado al desnudo la inconsistencia de quienes quisieron hacer de usted el chivo expiatorio de todos los males.

No. No voy a sumarme a esos homenajes que no nacen de ninguna convicción ni reconocimiento auténtico. Pero sí quiero decirle -desde la diferencia y desde esa distancia extraña que hace de un ausente a alguien más presente que nunca- todo aquello valorable que reconozco en usted. De eso se trata el espíritu democrático: de reconocer y respetar a nuestros adversarios, de no dejar que la ira y el resentimiento nublen nuestra razón y nos impida ver el rostro del “otro” radicalmente otro a nosotros. Como dijera Enrique Lihn “a pesar de mi cólera/ nunca quise desbaratar a mi enemigo”

Aun estando en la orilla opuesta  y ser su opositor,   nunca creí lo que el relato octubrista dijo de usted. Me opuse a la violencia destructiva que puso en jaque no sólo a su gobierno, sino a la democracia misma. Nunca dejé de creer que usted había sido elegido democráticamente por el pueblo(¡y dos veces!) y que debía terminar su mandato. Y me sorprendió y admiré el estoicismo con que resistió un estallido que habría quebrado emocionalmente a cualquiera. Eran los días en que hablar de Piñera era sinónimo de hablar del Mal. Funestos días en que el Resentimiento mostró su peor cara, en que la realidad fue deformada por el fanatismo y la intolerancia.

Y qué generosidad y grandeza tuvo usted después con el nuevo Presidente Boric, el mismo que lo había amenazado con llevarlo a una corte penal internacional. ¡Qué lección le dio entonces! Espero que nuestro joven presidente esté hoy revisando y recordando eso, y haciéndose una profunda autocrítica. Porque también existe una ética y estética para tratar a los adversarios.

Es la que tuvo el expresidente de Uruguay José Mujica, quien al dejar su puesto en el Senado partió en su discurso rindiéndole un sentido homenaje a su adversario político, ya fallecido. Subrayo la palabra adversario. Eso es algo que no han entendido muchos políticos de la nueva generación, intoxicados de las lecturas de Carl Schmitt y por eso su actuar y estrategia política se ha basado en convertir al adversario en enemigo a destruir. Por eso, hicieron de usted el enemigo número uno(ya Pinochet no estaba para justificarlos).

Nunca pudieron aceptar que se eligiera dos veces a un Presidente de derecha… y que ese Presidente de derecha hubiera votado “N0” en el Plebiscito a Pinochet y que jamás cayera en la tentación-en los peores momentos del estallido del 2019-de salirse de las reglas democráticas.

Nos quisieron convencer de que es imposible que alguien de derecha sea un demócrata. Usted mostró lo contrario y que en democracia es posible y necesaria la alternancia, y eso tampoco se lo perdonaron.  Por eso lo odiaban tanto, desde una superioridad moral que después ha mostrado ser no sólo feble sino hipócrita. Esa es la izquierda de la que vengo y que hoy me avergüenza y me ha hecho repensar muchas cosas.

Hoy llovió en el sur y se respira una cierta tristeza en el aire. El país está abatido, estancado. Y me ha sorprendido ver a tanta gente humilde ir a rendirle homenaje en Valdivia, y en tantas otras partes. Alguien (uno de nuestros furiosos sectarios) los llamó alguna vez despectivamente “fachos pobres” porque habían votado por usted. No. Esos no son los “fachos”: los fachos son los que han condescendido con la violencia, la funa y la intolerancia.

Ahora nos queda pensar a fondo cuál fue el papel que usted jugó en la historia de nuestra frágil democracia. Es una tarea para sus adversarios (leales) y sus simpatizantes. Será muy importante entender todo lo que hemos vivido desde octubre del 2019, con la pandemia y lo que estamos padeciendo hoy, para tener claridad de qué hacer para salvar a Chile de la decadencia en curso. Usted estaba en sus últimos días pensando en eso. Pero usted quédese tranquilo, ya hizo todo lo que tenía que hacer, entregó todo en la cancha.

La muerte le acaba de jugar una mala pasada (siempre lo hace). Pero no lo tome como una derrota: mire al país entero acompañando a los suyos en este momento de duelo. ¿No es impresionante? ¿No hay un signo ahí de algo, de lo que tiene que venir, de un país otra vez respetuoso de sus autoridades, de las formas, de su historia, de los acuerdos y la convivencia cívica entre los que piensan distinto? ¿No le parece que el que su muerte haya logrado eso, la mejor victoria de todas?

Lo saluda Cristián Warnken.



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