El Banquete, de Platón, es quizá una de las obras más leídas a lo largo de la historia de la humanidad.

El interés por este texto se debe a la temática que aborda a lo largo de cada una de sus páginas.

En este diálogo Platón reflexiona sobre el amor.

Entender qué es el amor es quizá una de las grandes inquietudes de la humanidad, dado que amar a alguien o amar algo es tan complejo que difícilmente podemos tener una definición única y acabada de lo que realmente puede significar.

Diversas disciplinas se han dado a la tarea de comprender y entender qué significa amar; por ejemplo, la ciencia nos dice que amar —estar enamorados-—es un proceso neurológico complejo que involucra distintas partes del cerebro.

La religión no ha dudado en asociar a Dios con el amor y, segura de sí, exclama: “Dios es amor”.

Las y los grandes poetas han tratado de describir con la palabra aquello que la humanidad, desde la sensibilidad, ha experimentado con relación al amor. Solo basta con recordar aquellos fragmentos de Quevedo que versan así:

Es hielo abrasador, es fuego helado,

es herida que duele y no se siente,

es un soñado bien, un mal presente,

es un breve descanso muy cansado.

La filosofía no se ha quedado atrás y también ha hecho sus aportaciones sobre este asunto.

Por tal motivo, quiero aprovechar este espacio para exponer las reflexiones que Platón nos ofrece en El Banquete.

El nombre de este texto se debe a que todo lo expuesto por su autor se desarrolla en casa de Agatón, quien celebraba una symposium por el éxito que ha tenido entre los atenienses de su tiempo, una de sus tragedias.

Los personajes que se reúnen en torno a esta celebración son Fedro, Pausanias, Aristófanes, Erixímaco, Agatón y Sócrates.

Después de mucho comer y beber, deciden hacer una alabanza al dios Eros, a saber, el amor, que no ha sido justamente reconocido por los poetas.

El discurso pronunciado por Sócrates ha sido inspirado por las enseñanzas que Diotima, la sacerdotisa de Mantinea, le ha ofrecido sobre este tema.

Ella le cuenta a Sócrates que Eros/el amor es hijo de Poros (la abundancia) y Penía (la escasez). Debido a ello, no es bello ni feo ni bueno ni malo, no es mortal ni inmortal, siempre está en medio de la sabiduría y la ignorancia.

Por tal motivo, no es un dios sino un daimon, es decir, un intermediario… un puente entre los seres humanos y los dioses.

Eros siempre es deseo, su naturaleza es desear y aquello que más anhela es poseer siempre lo bueno; es un impulso creador que busca la inmortalidad.

Los seres humanos, gracias al amor, desean y al ser mortales, su más ferviente afán es ser inmortales.

La humanidad busca satisfacer su deseo de inmortalidad en la procreación y cuidado de sus hijos, pero también lo hacen a través de la fama que se pueda alcanzar por la virtud, la justicia o la labor artística.

Desde la filosofía platónica se establece una ascensión del ser humano con relación al amor. Estos peldaños inician con amar los cuerpos bellos, para después amar las bellas almas.

Más adelante, se aman las bellas normas de conducta y los conocimientos, hasta amar la belleza en sí misma, la cual permite a la humanidad acceder a la verdad y a la inmortalidad.

Finalmente, la reflexión que hace Platón sobre el amor nos deja ver que amar es desear y aquello que se desea es lo que no se posee, por lo tanto, amar es una búsqueda incansable de aquello que no tenemos.

Lo que no poseemos es basto y diverso, pero aquello que más deberíamos desear, dado que no lo poseemos, según la filosofía platónica es la verdad —la sabiduría— por tal razón, la filosofía es un afán (deseo) de saber y el filósofo es quien va en búsqueda de ese deseo.