—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

sábado, 2 de febrero de 2013

198.-Platón Filebo o del placer I a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; 

Atenea


Sócrates – Protarco – Filebo



Sócrates

Mira, Protarco, qué parte de la opinión de Filebo quieres defender, y lo que te propones atacar de la mía, pues no están conformes con tu manera de pensar. ¿Quieres que hagamos un resumen de ambas opiniones?

Protarco

Con mucho gusto.

Sócrates

Filebo dice, que el Bien para todos los seres animados consiste en la alegría, el placer, el recreo y todas las demás cosas de este género. Yo sostengo, por el contrario, que no es esto, sino que la sabiduría, la inteligencia, la memoria y todo lo que es de la misma naturaleza, la justa opinión y los razonamientos verdaderos son, para todos los que los poseen, mejores y más apreciables que el placer a la par que más ventajosos a todos los seres presentes y futuros, capaces de participar de ellos. ¿No es esto, Filebo, lo que uno y otro sostenemos?

Filebo

Eso es, Sócrates. [20]

Sócrates

Y bien, Protarco, ¿te encargas de este juicio que se pone en tus manos?

Protarco

Necesariamente me he de encargar, puesto que el buen Filebo se ha acobardado.

Sócrates

Es de absoluta necesidad que indaguemos lo que hay de cierto en esta materia.

Protarco

Sí, es preciso sin duda.

Sócrates

Pasemos adelante. Además de lo que se acaba de decir, convengamos en lo siguiente.

Protarco

¿Y qué es?

Sócrates

Que uno y otro nos propongamos explicar cuál es la manera de ser y la disposición del alma capaz de procurar a todos los hombres una vida dichosa. ¿No es este nuestro objeto?

Protarco

Sí.

Sócrates

¿No decís, Filebo y tú, que esta manera de ser consiste en el placer, y yo que consiste en la sabiduría?

Protarco

Es cierto.

Sócrates

¿Y qué resultaría, si descubriéramos algún otro medio preferible a estos dos?, ¿no es cierto que si nos encontramos con que este tercer medio tiene más afinidad con el placer, apareceremos en verdad tú y yo por bajo de este tercer medio, en que se unirán el placer y la sabiduría, [21] pero quedando la vida del placer con mayor influencia sobre la vida de la sabiduría?

Protarco

Sí.

Sócrates

Y que si este tercer medio se aproxima más a la sabiduría, la sabiduría triunfará del placer, y será este vencido?, ¿estáis de acuerdo conmigo sobre esto?, ¿qué pensáis uno y otro?

Protarco

A mí me parece que sí.

Sócrates

Y a ti, Filebo, ¿qué te parece?

Filebo

Creo y creeré siempre, que la victoria está sin duda del lado del placer. Por lo demás, Protarco, tú mismo juzgarás.

Protarco

Puesto que tú, Filebo, pones en nuestras manos la cuestión, no eres árbitro de conceder o negar nada a Sócrates.

Filebo

Tienes razón, y heme aquí fuera de la disputa; sea de ello testigo la diosa misma del placer.

Protarco

Nosotros seremos ante ella testigos de lo que acabas de decir. Y ahora, Sócrates, tratemos de terminar esta discusión con beneplácito de Filebo, o de cualquiera manera que sea.

Sócrates

Sí, y comencemos por esta misma diosa, a que se refiere Filebo, que es Venus, aunque su verdadero nombre es el Placer.

Protarco

Muy bien. [22]

Sócrates

En todo tiempo, Protarco, mi temor, al pronunciar los nombres de los dioses, no es un temor humano, sino que está por cima de los mayores temores, y por esto doy en este acto a Venus el nombre que más debe agradarle. En cuanto al placer, creo que tiene más de una forma, y como ya he dicho, nos es preciso comenzar por él, examinando cuál es su naturaleza. Al oírle nombrar, como nosotros hacemos, se le tomaría por una cosa simple. Sin embargo, toma formas de toda especie, y en ciertos conceptos desemejantes entre sí. En efecto, fija en ello tu atención. Podemos decir, que el hombre estragado encuentra placer en el libertinaje, y el hombre moderado en la templanza; que el insensato, lleno de opiniones y esperanzas locas, tiene placer, y que el sabio le encuentra igualmente en la sabiduría. Pero si alguno se atreviere a decir que estas dos especies de placer son semejantes entre sí, ¿no pasaría con razón por un extravagante?

Protarco

Es cierto, Sócrates, que estos placeres vienen de orígenes opuestos, pero no por esto se oponen el uno al otro. Porque, ¿cómo el placer puede dejar de ser lo más parecido al placer, es decir, a sí mismo?

Sócrates

entonces el color, querido mío, en tanto que color no difiere en nada del color. Sin embargo, todos sabemos que lo negro, además de ser diferente de lo blanco, es de hecho opuesto a aquel. En igual forma, no considerando más que el género, toda figura es lo mismo que otra figura; pero, si se comparan las especies, hay algunas enteramente opuestas y otras diversas entre sí hasta el infinito. Otras muchas cosas encontraremos, que están en el mismo caso. Por tanto, no puede darse fe a la razón que acabas de alegar, porque confundes en uno los [23] objetos más contrarios. Sospecho que no descubriremos placeres contrarios a otros placeres.

Protarco

Quizá los hay. Pero, ¿qué perjudica esto a la opinión que yo defiendo?

Sócrates

Es, diremos nosotros, porque siendo estos placeres desemejantes, no los llamas con el nombre que les es propio. Porque dices que todas las cosas agradables son buenas, y nadie a la verdad negará que lo que es agradable no sea agradable; pero siendo la mayor parte de los placeres malos y algunos buenos, como nosotros pretendemos, tú das, sin embargo, a todos el nombre de buenos, aunque reconozcas que son desemejantes, si se te obliga a dar este voto en la discusión. ¿Qué cualidad común ves igualmente en los placeres buenos y malos, que te comprometa a comprenderlos todos bajo el nombre de Bien?

Protarco

¿Cómo dices eso? Sócrates ¿Crees que, después de haber sentado como principio, que el placer es el bien, te conceda y te deje pasar que hay ciertos placeres que son buenos y otros que son malos?

Sócrates

Por lo menos confesarás, que los hay desemejantes entre sí y algunos contrarios.

Protarco

De ninguna manera; sobre todo, en tanto que son placeres.

Sócrates

Ya volvemos de nuevo al mismo tema de antes, Protarco. Diremos, por consiguiente, que un placer no difiere de otro placer, y que todos son semejantes; de nada nos servirán los ejemplos que antes alegué, y diremos lo que dicen los hombres más ineptos y extraños al arte de discutir.

Protarco

¿Por qué?

Sócrates

Si por imitarte y llevarte la contraria me propusiese sostener que hay una semejanza perfecta entre las cosas más desemejantes, podría hacer valer las mismas razones que tú. Por ese medio hubiéramos aparecido en la discusión más novicios que lo que conviene, y se nos escaparía de las manos el objeto que tratamos. Tomemos, pues, el verdadero hilo, y quizá siguiendo la misma dirección llegaremos a convenir en algún punto.

Protarco

Dime cómo.

Sócrates

Supón, Protarco, que me interrogas a tu vez.

Protarco

¿Sobre qué?

Sócrates

¿No es cierto que la sabiduría, la ciencia, la inteligencia y todas las demás cosas que he comprendido al principio en el orden de los bienes, cuando se me preguntaba qué es el Bien, se encontrarán en el mismo caso que tu placer?

Protarco

¿Por dónde?

Sócrates

Toda la ciencia, tomada en su conjunto, nos parecerá formada de muchas ciencias y algunas desemejantes entre sí. Y si por casualidad se encontrasen entre ellas ciencias opuestas, ¿merecería la pena que yo disputase contigo, si por temor de reconocer esta oposición, dijese yo, que ninguna ciencia es diferente de otra, de suerte que nuestra conversación se disipase como un objeto frívolo, y que saliéramos de la dificultad por medio de un absurdo? [25]

Protarco

No, no hay necesidad de que esto nos suceda. Salgamos más bien del embarazo, poniéndonos de acuerdo sobre este punto común a tu opinión y a la que hay muchos placeres y que son desemejantes; y muchas ciencias, y que también son diferentes.

Sócrates

En este caso, Protarco, no disimularemos la diferencia que hay entre mi bien y el tuyo. Démosla a conocer resueltamente; quizá después de sometidos a discusión uno y otro bien, conoceremos si debe decirse, que el placer es el bien o que lo es la sabiduría, o que es una tercera cosa, porque ahora no disputamos, sin duda, porque triunfe tu opinión o la mía rigurosamente, sino que es preciso que coincidamos ambos en lo más verdadero.

Protarco

Así es; sin contradicción.

Sócrates

Así, pues, fortifiquemos más este razonamiento por mutuas concesiones.

Protarco

¿Qué razonamiento?

Sócrates

El que causa grandes embarazos a todos los hombres, a unos por su voluntad, y a otros en ocasiones dadas y sin quererlo.

Protarco

Explícate con más claridad.

Sócrates

Hablo del razonamiento, que, como por incidente, se ha mezclado en nuestra conversación, y que es ciertamente de una condición extraordinaria. En efecto, es cosa muy singular que se diga, que muchos son uno, y que uno es muchos; y es fácil disputar contra cualquiera, que en esta cuestión sostenga el pro o el contra. [26]

Protarco

¿Has tenido presente lo que se dice, que yo, Protarco, por ejemplo, soy uno por naturaleza, y en seguida que hay muchos yos contrarios los unos a los otros, y que el mismo hombre es grande y pequeño, pesado y ligero y otras mil cosas semejantes?

Sócrates

Acabas de decir, Protarco, sobre el uno y los muchos, una de las maravillas conocidas por todo el mundo. Hoy día casi todos están de acuerdo, en que no es posible tocar a semejantes cuestiones, tenidas por pueriles y triviales, y que sirven sólo para embarazar una discusión. Tampoco se quiere que se entretenga nadie con otras como las siguientes: cuando alguno, habiendo distinguido por el discurso todos los miembros y todas las partes de una cosa, y reconocido que todo esto no es más que esta cosa, que es una, se burla en seguida de sí mismo y se refuta, como si se hubiera visto precisado a admitir quimeras, a saber, que uno es muchos y una infinidad, y que muchos no son más que uno.

Protarco

¿Cuáles son las demás maravillas, Sócrates, de que querías hablarnos, que corren por el mundo, y sobre las que no hay acuerdo?

Sócrates

Es, querido mío, cuando este uno no se toma entre las cosas sujetas a la generación y a la corrupción, como son estas de que acabamos de hablar. Porque en tal caso, y cuando se trata de esta especie de unidad, se conviene, como antes dijimos, en que no es preciso refutar a nadie. Pero cuando se supone un hombre en general, un buey, lo bello, lo bueno, sobre estas unidades y otras de la misma naturaleza es sobre lo que se acaloran, disputan y nunca se ponen de acuerdo. [27]

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

En primer lugar, se disputa si debe admitirse esta suerte de unidades, como realmente existentes. Después se pregunta, cómo siendo cada una de ellas siempre la misma, y no siendo susceptible de generación, ni de muerte, puede, a pesar de esto, ser constantemente la misma unidad. En seguida, si es preciso decir que esta unidad existe en los seres sometidos a la generación e infinitos en número, dividida en porciones y hecha muchos; o si está toda entera, si bien fuera de sí misma, en cada uno; lo que al parecer, es la cosa más imposible del mundo, esto es, que una sola y misma unidad exista a la vez en una y muchas cosas. Estas cuestiones, Protarco, sobre la manera de ser uno y muchos, dan origen a los mayores conflictos, cuando se dan falsas soluciones; así como esparcen la mayor claridad, cuando se responde bien a ellas.

Protarco

¿No es por aquí, Sócrates, por donde debemos entrar en materia?

Sócrates

A mi parecer, sí.

Protarco

Vive persuadido de que todos los que aquí estamos, pensamos como tú en este punto. Respecto a Filebo, es preferible no consultar su dictamen, por temor, como se dice, de no dislocar la idea de bien.

Sócrates

En buen hora. ¿Por dónde comenzamos esta controversia, que tiene muchas ramificaciones y muchas formas?, ¿no es por aquí?

Protarco

¿Por dónde? [28]

Sócrates

Digo, que estos uno y muchos se encuentra por todas partes y siempre, lo mismo hoy que en todo tiempo, en cada una de las cosas de que se habla{1}. Jamás dejará de existir, ni es cosa de hoy el haber dado principio a la existencia, sino que, en cuanto yo alcanzo, es una cualidad inherente a nuestros discursos, inmortal e incapaz de envejecer. El joven que emplea por primera vez esta fórmula, se regocija hasta el punto de creer que ha descubierto un tesoro de sabiduría; la alegría le trasporta hasta el entusiasmo, y no hay discurso en que no salga a relucir, tan pronto estrechándolo y confundiéndolo con el uno, como desenvolviéndolo y dividiéndolo en trozos. Se arroja desde luego más que nadie a la dificultad y embaraza a todos los que se le aproximan, más jóvenes o viejos o de la misma edad que él; no da cuartel a padre, ni a madre, ni a ninguno de los que le escuchan; ataca, no sólo a los hombres, sino en cierta manera a los demás seres, y me atrevo a responder, que ni a los bárbaros perdonaría, si pudiera proporcionarse un intérprete.

Protarco

¿No ves, Sócrates, que nosotros somos muchos y todos jóvenes?{2}, ¿y no temes que uniéndonos a Filebo caigamos sobre ti, si nos insultas? Sea lo que quiera, porque nosotros comprendemos tu pensamiento; si hay algún medio de salir pacíficamente de toda esta confusión en que nos hallamos y de encontrar un camino mejor que el que llevamos hasta ahora para llegar al término de nuestras indagaciones, haz un esfuerzo para entrar en él. Nosotros te seguiremos hasta donde alcancen nuestras [29] fuerzas, porque la discusión presente, Sócrates, no es de poca consecuencia.

Sócrates

Lo sé muy bien, hijos míos, como os llama Filebo. No hay ni puede haber un medio más precioso para las indagaciones que el que he adoptado en todos tiempos, pero me ha salido fallido un número crecido de veces, dejándome solo y en el mismo embarazo.

Protarco

¿Cuál es?, dile.

Sócrates

No es difícil conocerlo, pero sí lo es seguirlo. Todos los descubrimientos hechos hasta ahora, en que el arte entra por algo, han sido conocidos por este método, que voy a darte a conocer.

Protarco

Dilo, pues.

Sócrates

En cuanto puedo yo juzgar, es un presente hecho a los hombres por los dioses, que nos ha sido enviado desde el cielo por algún Prometeo, en medio de brillante fuego. Los antiguos, que valían más que nosotros y estaban más cerca de los dioses, nos han trasmitido la tradición de que todas las cosas, a que se atribuye una existencia eterna, se componen de uno y muchos, y reúnen en sí por su naturaleza lo finito y lo infinito; y siendo tal la disposición de las cosas, es preciso, en la indagación de cada objeto, aspirar siempre al descubrimiento de una sola idea. Efectivamente se encontrará una, y una vez descubierta, es preciso examinar si después de ella hay dos o tres o cualquier otro número; en seguida, hacer lo mismo con relación a cada una de estas ideas, hasta que se vea, no sólo que la primitiva es una y muchas y una infinidad, sino también las ideas que contiene en sí; que no se debe aplicar a la pluralidad la idea del infinito, antes de haber [30] fijado por el pensamiento el número determinado que hay en ella entre lo infinito y la unidad; y que sólo entonces es cuando se puede dejar a cada individuo ir a perderse en el infinito{3}. Los dioses, como ya he dicho, nos han dado el arte de examinar, de aprender y de instruirnos los unos a los otros; pero los sabios de hoy día hacen uno a la aventura, y muchos más pronto o más tarde que lo que es conveniente. Después de la unidad pasan de repente al infinito, y los números intermedios se les escapan. Sin embargo, estos números intermedios son los que hacen la discusión clara y conforme a las leyes de la dialéctica, y que la diferencian de la que no es más que una disputa.

Protarco

Me parece, Sócrates, que comprendo una parte de lo que dices; pero sobre algunos puntos tengo necesidad de una explicación más clara.

Sócrates

Lo que he dicho, Protarco, se concibe claramente, aplicándolo a las letras; atiende, pues, a lo que te han enseñado desde la infancia.

Protarco

¿De qué manera?

Sócrates

La voz, que sale de la boca, es una y al mismo tiempo infinita en número para todos y para cada uno.

Protarco

Sin contradicción.

Sócrates

No somos por esto sabios; ni porque reconozcamos que la voz es infinita, ni porque reconozcamos que es una. Pero saber cuántos son los elementos distintos de cada una y cuáles son, es lo que nos hace gramáticos. [31]

Protarco

Eso es muy cierto.

Sócrates

Lo mismo sucede con el músico.

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

La voz considerada con relación a este arte es una.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Podemos considerarla de dos maneras: la una grave, la otra aguda y una tercera de tono uniforme, ¿no es así?

Protarco

Sí.

Sócrates

Si no sabes más que esto, no serás por eso hábil en la música; y si lo ignoras, no eres, por decirlo así, capaz de nada en este asunto.

Protarco

No, seguramente.

Sócrates

Pero, mi querido amigo, sólo cuando has aprendido a conocer el número de los intervalos de la voz, tanto para el sonido agudo como para el grave, la cualidad y los límites de estos intervalos, y los sistemas que de ellos resultan, que los antiguos han descubierto y trasmitídolos a los que marchamos sobre sus huellas con el nombre de armonías; y que nos han enseñado las propiedades semejantes que se encuentran en el movimiento de los cuerpos, que, estando medidos por los números, deben llamarse ritmos y medidas; y al mismo tiempo cuando te hayas hecho cargo reflexivamente de que es preciso proceder de esta manera en todo lo que es uno y muchos; cuando hayas comprendido todo esto, entonces podrás [32] llamarte sabio. Y cuando, siguiendo el mismo método, has llegado a conocer cualquiera otra cosa, sea la que sea, entonces has adquirido la inteligencia de esta cosa. Pero la infinidad de los individuos y la multitud que se encuentra en ellos es causa de que estés por lo ordinario desprovisto de esta inteligencia de las cosas, y que no merezcas que se te estime ni que se te tenga por un hombre hábil, porque nunca te has fijado en ninguna cosa.

Protarco

Me parece, Filebo, que lo que acaba de decir Sócrates está perfectamente dicho.

Filebo

Yo pienso lo mismo, pero ¿qué significa este discurso, y a dónde quiere Sócrates llevarnos?

Sócrates

Filebo nos hace esta pregunta muy a tiempo, Protarco.

Protarco

Seguramente; respóndele.

Sócrates

Lo haré después de decir algunas palabras sobre esta materia. En la misma forma que cuando se ha tomado una unidad cualquiera, decimos que no debemos fijarnos desde luego sobre el infinito, sino sobre un cierto número; lo mismo cuando se ve uno forzado a dirigirse desde luego al infinito, tampoco se debe pasar de repente a la unidad, sino fijar sus miradas sobre cierto número, que encierre una cantidad de individuos, e ir a parar por fin a la unidad. Tratemos de concebir esto, tomando de nuevo las letras por ejemplo.

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

Descubrir que la voz es infinita fue la obra de un Dios o de algún hombre divino, como se refiere en Egipto de [33] un cierto Teut que fue el primero que apercibió en este infinito las vocales, como siendo, no una, sino muchas; después otras letras, que sin participar de la naturaleza de las vocales tienen, sin embargo, cierto sonido, y reconoció en ellas igualmente un número determinado; distinguió también una tercera especie de letras, que llamamos hoy día mudas; y después de estas observaciones, separó una a una las letras mudas o privadas de sonido; en seguida, hizo otro tanto con las vocales y las medias, hasta que, habiendo descubierto el número de ellas, dio a todas y a cada una el nombre de elemento. Además, viendo que ninguno de nosotros podría aprender ninguna de estas letras aisladamente, sin aprenderlas todas, imaginó el enlace como una unidad, y representándose todo esto, como formando un solo todo, dio a este todo el nombre de gramática, considerándolo como un solo arte.

Filebo

He comprendido esto, Protarco, más claramente que lo que antes se había dicho, y lo uno me ha servido para concebir lo otro. Pero ahora, como antes, encuentro siempre la misma cosa, para volver al mismo tema.

Sócrates

¿No es, Filebo, saber la relación que todo esto tiene con nuestro objeto?

Filebo

Sí, eso es lo que buscamos, ha mucho tiempo, Protarco y yo.

Sócrates

En verdad que estáis a medio camino de lo que buscáis después de tanto tiempo; bien podéis decirlo.

Filebo

¿Cómo?

Sócrates

Nuestra conversación, ¿no tiene por objeto desde el [34] principio la sabiduría y el placer, para saber cuál de los dos es preferible al otro?

Filebo

Sin contradicción.

Sócrates

¿No dijimos que cada uno de ellos es uno?

Filebo

Seguramente.

Sócrates

Y bien, el discurso que acabáis de escuchar os demuestra cómo cada uno de ellos es uno y muchos, y cómo no son en seguida infinitos, sino que contienen el uno y la otra un cierto número antes de llegar al infinito.

Protarco

Sócrates, después de mil rodeos, nos has metido en una cuestión, que no es fácil resolver. Mira quién de nosotros dos ha de responderte. Quizá es ridículo que, habiendo ocupado tu lugar en esta discusión y habiéndome comprometido a sostenerla, te emplace a ti para que respondas, puesto que yo no tengo fuerzas para hacerlo. Pero pienso que sería más ridículo aún que no pudiéramos responder, ni el uno, ni el otro. Discurre ahora el partido que hemos de tomar. Me parece que Sócrates nos pregunta, si el placer tiene especies o no, cuántas y cuáles son; y espera de nosotros la misma respuesta con relación a la sabiduría.

Sócrates

Dices verdad, hijo de Calias. En efecto, si no pudiéramos satisfacer a esta cuestión sobre lo que es uno, semejante a sí y siempre lo mismo y sobre su contraria, ninguno de nosotros, como lo ha demostrado el discurso precedente, será nunca hábil en cosa alguna.

Protarco

Sócrates, todas las apariencias son de que así sucederá. A la verdad, es muy bueno para un sabio conocerlo todo; [35] pero me parece que en segundo término está el no desconocerse a sí mismo. Voy a decirte por qué hablo de esta manera. Nos has concedido esta entrevista, Sócrates, y te has entregado a nosotros, para descubrir juntos cuál es el más excelente de los bienes humanos. Habiendo dicho Filebo que es el placer, la alegría, el goce, has sostenido tú, por el contrario, que los mejores bienes no son estos, sino los otros, cuyo recuerdo se repite en nosotros, y con razón, para que se grabe mejor en nuestra memoria, en vista del examen que haremos de todos. Decías, pues, a lo que me parece, que la inteligencia, la ciencia, la prudencia, el arte, son un bien de un orden superior al placer, y que es preciso trabajar para adquirir todos los bienes de este género, y no los otros. Habiéndose empeñado la discusión por ambas partes, te hemos amenazado, en tono de confianza, con no dejarte volver a casa hasta que no quede zanjada esta cuestión. Tú has consentido en ello, y en este concepto te has consagrado a nosotros. Ahora decimos como los niños, que no se puede quitar lo que ha sido bien dado. Por lo tanto, cesa de oponerte, en la forma que lo estás haciendo, a lo que se ha convenido.

Sócrates

Pues, ¿qué es lo que hago?

Protarco

Nos pones obstáculos y nos suscitas cuestiones, a las que no podemos dar en el acto una respuesta satisfactoria. Porque no imaginamos que el objeto de esta conversación sea el reducirnos a no saber qué decir. Pero si llegamos a vernos en tal estado, tendrás tú que hacerlo, porque así nos lo has prometido. En este punto, delibera sobre si nos has de dar la división del placer y de la sabiduría en sus especies, o si lo dejas en tal estado, a calidad de que quieras y puedas explicarnos de otra manera el objeto de nuestra discusión. [36]

Sócrates

Después de lo que acabo de oír, no puedo temer nada malo de vuestra parte. Esta frase: si tú quieres, me pone a salvo de todo temor en este punto. Además, me parece, que un Dios me ha traído ciertas cosas a la memoria.

Protarco

¿Cómo y cuáles son?

Sócrates

Me acuerdo ahora haber oído en otro tiempo, no sé si en sueños o despierto, con motivo del placer y de la sabiduría, que, ni el uno, ni la otra son el bien, sino que este nombre pertenece a una tercera cosa, diferente de ellas y mejor que ambas. Si descubrimos con evidencia que es así, no queda al placer esperanza de victoria, porque el bien no será ya el placer: ¿no es así?

Protarco

Sí.

Sócrates

Ya en este caso no tenemos necesidad de dividir el placer en sus especies a mi parecer; el resultado de esta discusión lo probará más claramente.

Protarco

Has comenzado muy bien; acaba lo mismo.

Sócrates

Convengamos antes en algunos puntos poco importantes.

Protarco

¿Qué puntos?

Sócrates

¿Es o no una necesidad que la condición del bien sea perfecta?

Protarco

La más perfecta de todas, Sócrates. [37]

Sócrates

¡Pero qué!, ¿el bien es suficiente por sí mismo?

Protarco

Sin contradicción, y en eso estriba su diferencia respecto de todo lo demás.

Sócrates

Lo que me parece más indispensable es afirmar del bien que todo el que lo conoce lo busca, lo desea, se esfuerza por conseguirlo y poseerlo, importándole poco todas las demás cosas, menos aquellas que se adquieren con el bien mismo.

Protarco

No puede menos de convenirse en todo eso.

Sócrates

Examinemos ahora y juzguemos la vida del placer y la vida de la sabiduría, considerando cada una aparte.

Protarco

¿Qué dices?

Sócrates

Que la sabiduría no entre para nada en la vida del placer, ni el placer en la vida de la sabiduría. Porque si uno de los dos es el bien, es preciso que no haya absolutamente necesidad de nada más, y si uno o el otro nos parece necesitar otra cosa, no es ya el verdadero bien que buscamos.

Protarco

¿Cómo puede verificarse?

Sócrates

¿Quieres que hagamos en ti mismo la prueba de ello?

Protarco

Con mucho gusto.

Sócrates

Respóndeme, pues.

Protarco

Habla. [38]

Sócrates

¿Consentirías, Protarco, en pasar toda tu vida en el goce de los mayores placeres?

Protarco

¿Por qué no?

Sócrates

Si no te faltase nada por este rumbo, ¿creerías tener aún necesidad de alguna otra cosa?

Protarco

De ninguna.

Sócrates

Examina bien si no tendrías necesidad de pensar, ni de concebir, ni de razonar cuando fuera necesario, ni de nada semejante, ¿qué digo, ni aun de ver?

Protarco

¿Para qué?, teniendo el sentimiento del placer, lo tendría todo.

Sócrates

¿No es cierto que viviendo de esta suerte, pasarías los días en medio de los mayores placeres?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Pero como no tendrías inteligencia, ni memoria, ni ciencia, ni opinión, estarías privado de toda reflexión, y necesariamente ignorarías si tenias placer o no.

Protarco

Eso es cierto.

Sócrates

En igual forma, desprovisto de memoria, es también una consecuencia necesaria que no te acuerdes si has tenido placer en otro tiempo, y que no te quede el menor recuerdo del placer que sientes en el momento presente. Además, no teniendo ninguna opinión verdadera, no crees sentir goce en el momento que lo sientes; y estando [39] destituido de razonamiento, serás incapaz de concluir, que te regocijarás en el porvenir; en una palabra, que tu vida no es la de un hombre sino la de una esponja, o de esa especie de animales marinos que viven encerrados en conchas. ¿Es esto cierto?, ¿ó podemos formarnos otra idea de este estado?

Protarco

¿Y cómo podría formarse otra idea?

Sócrates

Y bien, ¿es apetecible una vida semejante?

Protarco

Ese razonamiento, Sócrates, me reduce a no saber qué decir.

Sócrates

Aún no hay que desanimarse; pasemos a la vida de la inteligencia y considerémosla.

Protarco

¿De qué vida hablas?

Sócrates

Cualquiera de nosotros, ¿podría vivir teniendo sabiduría, inteligencia, ciencia, memoria, a condición de no sentir ningún placer, pequeño, ni grande, ni tampoco dolor alguno, y de no experimentar absolutamente sentimientos de esta naturaleza?

Protarco

Ni una ni otra condición, Sócrates, me parecen envidiables, ni creo que puedan aparecer a nadie como tales.

Sócrates

¿Y si se juntasen estas dos vidas, Protarco, y no formasen más que una, de manera que participase de la una y de la otra?

Protarco

¿Hablas de una vida, en la que el placer, la inteligencia y la sabiduría entrasen a la par? [40]

Sócrates

Sí, de esa misma hablo.

Protarco

No hay nadie que no la prefiera a cualquiera de las otras dos; no digo este o aquel, sino todo el mundo.

Sócrates

¿Concebimos lo que resulta ahora de lo que se acaba de decir?

Protarco

Sí, y es que de los tres géneros de vida que se han propuesto, hay dos que no son suficientes por sí mismos, ni apetecibles para ningún hombre, ni para ningún ser.

Sócrates

Es ya evidente para lo sucesivo, respecto a estas dos vidas, que el bien no se encuentra en la una, ni en la otra; puesto que si así fuese, sería cada una suficiente, perfecta, digna de ser elegida por todos los seres, plantas y animales, que tuviesen la capacidad requerida para vivir de la misma manera; y que si alguno de nosotros se sometiese a otra condición, esta elección sería contra la naturaleza de lo que es verdaderamente apetecible, y un efecto involuntario de la ignorancia o de cualquiera otra falsa necesidad.

Protarco

Parece, efectivamente, que la cosa es así.

Sócrates

Hemos demostrado suficientemente, a mi parecer, que la diosa de Filebo no debe mirársela como el Bien mismo.

Filebo

Tu inteligencia, Sócrates, tampoco es el bien, porque está sujeta a las mismas objeciones.

Sócrates

La mía sí, quizá, Filebo; pero con respecto a la verdadera y a la vez divina inteligencia, pienso, que no sea [41] lo mismo, y hasta imagino que es otra cosa distinta. En la vida mixta no disputo la victoria en favor de la inteligencia, pero es preciso ver y examinar qué partido tomaremos con relación al que haya de ocupar el segundo puesto. Quizá diremos, yo que la inteligencia, tú que el placer, es la principal causa de la felicidad en esta condición mixta, y de esta manera, aunque ni la una ni la otra sean el bien, podrían ser miradas la una o la otra como siendo la causa. Sobre este punto estoy dispuesto, cual nunca, a sostener contra Filebo, que cualquiera que sea la cosa que haga apetecible y dichosa esta vida de combinación, la inteligencia tiene más afinidad y semejanza con ella que el placer. Y en esta suposición puede decirse con verdad, que el placer no tiene derecho a aspirar al primero ni al segundo puesto, y hasta le considero lejano del tercero, si es preciso que deis fe por el momento a mi inteligencia.

Protarco

Me parece, Sócrates, que el placer queda batido y por tierra, en cierta manera como herido por las razones que acabas de exponer, porque él aspiraba al primer puesto, y he aquí que resulta vencido. Pero según las apariencias, también es preciso decir que la inteligencia no tiene razón para aspirar a la victoria, puesto que está en el mismo caso. Si el placer se viese también privado del segundo puesto, sería una ignominia para el respecto de sus amantes, a cuyos ojos no aparecería ya igualmente bello.

Sócrates

¿Pero qué?, no vale más dejarle para en adelante tranquilo, en lugar de atormentarle, haciéndole sufrir un examen riguroso y llevándolo hasta la exageración?

Protarco

Eso es como si nada dijeras, Sócrates. [42]

Sócrates

Es porque he dicho: atormentar el placer, lo cual es una cosa imposible.

Protarco

No sólo por eso, sino porque sabes que ninguno de nosotros te dejará partir sin que esta discusión se haya enteramente terminado.

Sócrates

¡Oh dioses!, ¡cuán largo discurso nos espera aún! Protarco; y añado que de ninguna manera es fácil en este momento. Porque si aspiramos al segundo puesto en favor de la inteligencia, veo que nos será preciso emplear otros medios, y por decirlo así, otras razones que las del discurso precedente, si bien aún hay algunas de que podremos servirnos. ¿Hay que hacer esto?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Estemos, pues, muy en guardia, al sentar la base de este nuevo discurso.

Protarco

¿Cuál es esa base?

Sócrates

Dividamos en dos o más ordenes, si quieres en tres, todos los seres de este universo.

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

Repitamos algo de lo que ya hemos dicho.

Protarco

¿Qué?

Sócrates

Hemos dicho, que Dios nos ha hecho conocer los seres, los unos como infinitos, los otros como finitos. [43]

Protarco

Sí.

Sócrates

Contamos, pues, dos especies de seres y reconocemos una tercera, la que resulta de la mezcla de aquellas dos. Pero ya veo que me voy a poner en ridículo con estas divisiones de especies y con la manera de contarlas.

Protarco

¿Qué quieres decir con eso?, querido mío.

Sócrates

Me parece que tengo necesidad de un cuarto género.

Protarco

¿Cuál es?

Sócrates

Coge con el pensamiento la causa de la mezcla de las dos primeras especies, ponla con las tres, y tendrás la cuarta.

Protarco

¿No sería posible un quinto género, con el que se pudiese hacer la separación?

Sócrates

Quizá; pero en este momento no lo creo conveniente. En todo caso si yo advirtiese la necesidad, no llevarías a mal que me fuese en busca de una quinta manera de ser.

Protarco

No.

Sócrates

De estas cuatro especies pongamos por el pronto aparte tres; procuremos en seguida examinar las dos primeras, que tienen muchas ramas y divisiones; después comprendamos cada una bajo una sola idea, y tratemos de descubrir cómo en una y en otra se dan lo uno y lo mucho.

Protarco

Si te explicas con más claridad en este punto, quizá podré seguirte. [44]

Sócrates

Digo, que las dos especies, que he sentado por el pronto, son la una infinita y la otra finita. Voy a esforzarme en probarte, que la infinita es en cierta manera muchos. En cuanto a lo finito, que nos espere.

Protarco

Nos esperará.

Sócrates

Fíjate, pues, porque lo que quiero que consideres es difícil y no exento de dudas, y así míralo bien. En primer lugar, examina, si descubrirás algún límite en lo que es más caliente o más frío, o si el más o el menos que reside en esta especie de seres, en tanto que en ellos permanece, no les impide tener un límite; porque desde el momento en que un fin sobreviene, ellos dejan de existir.

Protarco

Eso es muy cierto.

Sócrates

Lo más y lo menos, decimos, se encuentran siempre en lo más caliente y en lo más frío.

Protarco

Sí, ciertamente.

Sócrates

Por consiguiente, la razón nos hace siempre entender, que estas dos cosas no tienen fin, y no teniendo fin, necesariamente son infinitas.

Protarco

Muy vigoroso estás, Sócrates.

Sócrates

Has comprendido perfectamente mi pensamiento, mi querido Protarco, y me recuerdas, que el término vigoroso de que acabas de valerte, y el de suave, tienen la misma propiedad que el más y el menos, porque en cualquier punto en que se encuentren, no consienten que la cosa tenga una cantidad determinada, sino [45] que pasando siempre de lo más fuerte relativamente a lo más suave, y recíprocamente, hacen que nazca el más y el menos, y obligan a que desaparezca el cuánto. En efecto, como ya se ha dicho, si no hiciesen desaparecer el cuánto, y lo dejasen ocupar el lugar de lo más y de lo menos, de lo fuerte y de lo suave, desde aquel acto no subsistirían en el punto que ellos ocupaban. Habiendo admitido el cuánto ya no serían más calientes, ni más fríos, porque lo más caliente crece siempre sin nunca detenerse, y lo mismo lo más frío, en lugar de que el punto fijo es fijo, y cesa de serlo desde que marcha adelante. De donde se sigue, que lo más caliente es infinito, lo mismo que su contrario.

Protarco

Por lo menos la cosa parece así, Sócrates. Pero como decía antes, esto no es fácil de comprender. Quizá a fuerza de insistir en ello, nos pondremos perfectamente de acuerdo, tú interrogando y yo respondiendo.

Sócrates

Tienes razón, y es lo que procuraremos hacer. Por ahora, mira si admitimos ese carácter distintivo de la naturaleza del infinito, para no extendernos demasiado, recorriéndolos todos.

Protarco

¿De qué carácter hablas?

Sócrates

Todo lo que nos parezca hacerse más o menos, consentir lo fuerte y lo suave y aun lo demasiado y demás cualidades semejantes, es preciso que lo reunamos en cierta manera en uno, colocándolo en la especie del infinito, según lo que hemos dicho antes, de que, en cuanto fuese posible, debíamos reunir las cosas separadas y divididas en muchas ramas y marcarlas con el sello de la unidad; ¿te acuerdas? [46]

Protarco

Sí, me acuerdo.

Sócrates

Parece que obraremos bien, si ponemos en la clase de lo finito lo que no admite estas cualidades, y sí las contrarias, primeramente lo igual y la igualdad, en seguida lo doble, y todo lo que es como un número respecto a otro número, y una medida respecto a otra medida. ¿Qué piensas de esto?

Protarco

Así debe ser, Sócrates.

Sócrates

Sea así. ¿Bajo qué idea representaremos la tercera especie que resulta de la mezcla de las otras dos?

Protarco

Yo espero que eso me lo enseñarás tú.

Sócrates

No seré yo, sino un Dios, si alguno se digna oír mis súplicas.

Protarco

Suplica, pues, y reflexiona.

Sócrates

Reflexiono, y me parece, Protarco, que alguna divinidad nos ha sido favorable en este momento.

Protarco

¿Cómo dices eso, y qué medio tienes para conocerlo?

Sócrates

Te lo diré; fija bien tu atención.

Protarco

No tienes más que decir.

Sócrates

Hablamos antes de lo caliente y de lo frío; ¿no es así?

Protarco

Sí. [47]

Sócrates

Añadid lo más seco y lo más húmedo, lo más y lo menos numeroso, lo más ligero y lo más lento, lo más grande y lo más pequeño, y todo lo que hemos comprendido antes bajo una sola especie, a saber, la que consiente el más y el menos.

Protarco

Hablas al parecer de la del infinito.

Sócrates

Sí. Mezcla ahora con esta especie los caracteres de la del finito.

Protarco

¿Qué caracteres?

Sócrates

Los que debemos reunir bajo una sola idea, como lo hicimos respecto de los del infinito, pero que no llegamos a hacerlo. Quizá ahora llegaremos a lo mismo, porque, estando reunidas estas dos especies, la tercera se mostrará a nuestros ojos.

Protarco

¿Cuál y cómo la entiendes?

Sócrates

Entiendo la especie de lo igual, de lo doble, en una palabra, de lo que hace cesar la enemistad entre los contrarios, y produce entre ellos la proporción y el acuerdo por medio del número que ella introduce.

Protarco

Lo concibo. Me parece que quieres decir, que si se mezclan estas dos especies, resultarán de cada mezcla ciertas generaciones.

Sócrates

No te engañas.

Protarco

Prosigue. [48]

Sócrates

¿No es cierto, que en las enfermedades la debida mezcla de lo finito con lo infinito engendra el estado de salud?

Protarco

Sin contradicción.

Sócrates

¿Que la misma mezcla, cuando recae en lo que es agudo y grave, ligero y pesado, que pertenece a lo infinito, imprime en ello el carácter de lo finito, dando una forma perfecta a toda la música?

Protarco

Seguramente.

Sócrates

De igual modo, cuando tiene lugar respecto a lo frío y a lo caliente, quita el lo demasiado y lo infinito, sustituyéndolo con la medida y la proporción.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Las estaciones y todo lo que hay de bello en la naturaleza, ¿no nace de esta mezcla de lo infinito y de lo finito?

Protarco

Sin dificultad.

Sócrates

Paso en silencio una infinidad de cosas, tales como la belleza y la fuerza en la salud, y en las almas otras cualidades numerosas y muy bellas. En efecto, la diosa misma, mi buen Filebo, fijando su atención en el libertinaje y en la intemperancia de todos géneros, y viendo que los hombres no ponen ningún límite a los placeres y a la realización de sus deseos, ha hecho que penetraran en ellos la ley y el orden, que son del género finito. Tú pretendes que limitar el placer es destruirlo, y yo sostengo, por el contrario, que es conservarlo. Protarco, ¿qué te parece? [49]

Protarco

Soy completamente de tu dictamen, Sócrates.

Sócrates

Te he explicado las tres primeras especies, y me comprendes bien.

Protarco

Creo comprenderte. Distingues, a mi entender, en la naturaleza de las cosas una especie, que es el infinito; una segunda, que es el finito; pero con respecto a la tercera, no concibo bien lo que entiendes por ella.

Sócrates

Eso nace, mi querido amigo, de que la multitud de las producciones de esta tercera especie te ha asustado. Sin embargo, el infinito nos ha mostrado también un gran número; pero como todas llevaban el sello del más y del menos, se nos han presentado bajo una sola idea.

Protarco

Eso es cierto.

Sócrates

En lo finito no se daban muchas producciones, y no hemos negado que fuese uno por su naturaleza.

Protarco

¿Cómo hubiéramos podido negarlo?

Sócrates

De ninguna manera. Di, pues, que comprendo en una tercera especie todo lo que es producido por la mezcla de las otras dos, y que la medida que acompaña a lo finito produce el paso a la generación de la esencia{4}.

Protarco

Lo entiendo.

Sócrates

Además de esos tres géneros, es preciso ver cuál es [50] aquel que hemos dicho que es el cuarto. Vamos a hacer esta indagación juntos. Mira si te parece necesario, que todo lo que se produce sea producido en virtud de alguna causa.

Protarco

Me parece que sí, porque, ¿cómo podría suceder sin esto?

Sócrates

¿No es cierto que la naturaleza de aquello que produce no difiere de la causa más que en el nombre, de suerte que puede decirse con razón, que la causa y aquello que produce son una misma cosa?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

En igual forma encontraremos, como antes, que entre lo que es producido y el efecto no hay diferencia sino en el nombre. ¿No es así?

Protarco

Sí.

Sócrates

Lo que produce, ¿no precede siempre por su naturaleza, y lo que es producido no marcha después, en tanto que efecto?

Protarco

Seguramente.

Sócrates

Por consiguiente son dos cosas y no una misma; son la causa y lo que obedece a la causa en su tránsito a la existencia.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Pero las cosas producidas y aquellas de que son producidas nos han suministrado tres especies de seres. [51]

Protarco

Sí, ciertamente.

Sócrates

Digamos, pues, que la causa productora de todos estos seres constituye una cuarta especie, y que está suficientemente demostrado, que difiere de las otras tres.

Protarco

Digámoslo resueltamente.

Sócrates

Para que las grabe cada cual mejor en su memoria, es conveniente contar por su orden estas cuatro especies así distinguidas.

Protarco

Muy bien.

Sócrates

Por lo tanto pongo, como primera, el infinito; como segunda, lo finito; después, como tercera, la existencia, producida por la mezcla de las dos primeras; y para la cuarta, la causa de esta mezcla y de esta producción. ¿Cometo al decir esto, alguna falta?

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

Veamos. ¿Qué es lo que nos resta por decir, y cuál es el objeto que nos ha conducido hasta aquí? ¿No es este? Indagábamos si el segundo puesto pertenece al placer o a la sabiduría; ¿no es verdad?

Protarco

Sí.

Sócrates

Ahora, una vez hechas todas estas distinciones, ¿no formaremos probablemente un juicio mas seguro sobre el primero y el segundo puesto, con relación a los objetos sobre que se ha promovido esta discusión? [52]

Protarco

Probablemente.

Sócrates

Hemos concedido la victoria a la vida mezclada de placer y de sabiduría. ¿No es así?

Protarco

Sí.

Sócrates

Vemos sin duda cuál es esta vida, y en qué especie es preciso comprenderla.

Protarco

Sin contradicción.

Sócrates

Diremos, me parece, que forma parte de la tercera especie; porque esta no resulta de la mezcla de dos cosas particulares, sino de la de todos los finitos ligados por lo infinito. Por esto tenemos razón para decir, que esta vida mezclada, a la que pertenece la victoria, forma parte de esta especie.

Protarco

Ciertamente.

Sócrates

En buen hora. Y tu vida de placer que no tiene mezcla, Filebo, ¿en cuál de estas especies es preciso colocarla para señalarla su verdadero puesto? Pero antes de decirlo, respóndeme a lo siguiente.

Filebo

Habla.

Sócrates

El placer y el dolor tienen límites, ¿o son de las cosas susceptibles del más y del menos?

Filebo

Sí, son de este número, Sócrates. Porque el placer no sería el soberano bien, si por su naturaleza no fuese infinito en número y en magnitud. [53]

Sócrates

Sin esto igualmente, Filebo, el dolor no sería el soberano mal. Por esto es preciso echar una mirada a otro punto que a la naturaleza del infinito, para descubrir lo que comunica al placer una parte del bien. Sea lo que quiera, pongámoslo en el número de las cosas infinitas. Pero, ¿en qué clase, Protarco y Filebo, podemos, sin impiedad, colocar la sabiduría, la ciencia y la inteligencia? Me parece que no es poco arriesgado responder bien o mal a esta cuestión.

Filebo

Pones bien en alto tu diosa, Sócrates.

Sócrates

Y tú no levantas menos la tuya, mi querido amigo. Pero no por eso puedes dejar de responderme a lo que yo he propuesto.

Protarco

Sócrates, tienes razón; es preciso satisfacerte.

Filebo

¿No te has comprometido, Protarco a discutir en lugar mío?

Protarco

Convengo en ello; pero me veo ahora en un conflicto, y te conjuro, Sócrates, para que quieras servirme de intérprete en este caso, a fin de no hacernos culpables de ninguna falta para con nuestra adversaria{5}, no sea que se nos escape inadvertidamente alguna palabra inconveniente.

Sócrates

Es preciso obedecerte, Protarco, tanto más cuanto que lo que exiges de mí no es difícil; pero verdaderamente he producido en ti una turbación, como ha dicho Filebo, cuando, poniendo a tanta altura la inteligencia y la [54] ciencia, como en tono de chanza, he reclamado de ti, que me digas a qué especie pertenecen.

Protarco

Eso es cierto, Sócrates.

Sócrates

Sin embargo, no era difícil responder, porque todos los sabios están conformes, y hasta de ello hacen alarde, en que la inteligencia es la reina del cielo y de la tierra, y quizá tienen razón. Examinemos, si quieres, de qué género es y hasta dónde se extiende.

Protarco

Habla como te plazca, Sócrates, sin temer extenderte, porque por nuestra parte no lo sentiremos.

Sócrates

Muy bien. Comencemos, pues, interrogándonos de esta manera.

Protarco

¿De qué manera?

Sócrates

Diremos, Protarco, que un poder, desprovisto de razón, temerario y que obra al azar, gobierna todas las cosas que forman lo que llamamos universo?, o, por el contrario, hay, como han dicho los que nos han precedido, una inteligencia, una sabiduría admirable, que preside al gobierno del mundo?

Protarco

¡Qué diferencia entre estas dos opiniones!, divino Sócrates. Paréceme que no puede sostenerse lo primero, sin incurrir en culpa. Pero decir que la inteligencia lo gobierna todo es un sentimiento digno del aspecto de este universo, del sol, de la luna, de los astros y de todas las revoluciones celestes. No podría yo hablar, ni pensar de otra manera sobre este punto.

Sócrates

¿Quieres que, uniéndonos a los que han sentado antes [55] que nosotros esta doctrina, sostengamos su certeza, y que, en lugar de limitarnos a exponer sin peligro las opiniones de otro, corramos el mismo riesgo, y participemos del mismo desdén, cuando un hombre hábil pretenda que el desorden reina en el universo?

Protarco

¿Por qué no he de quererlo?

Sócrates

Pues adelante, y examina la reflexión que sigue.

Protarco

No tienes más que hablar.

Sócrates

Con relación a la naturaleza de los cuerpos de todos los animales, vemos que el fuego, el agua, el aire y la tierra, como dicen los marinos de la tempestad, entran en su composición.

Protarco

Es cierto. Estamos, en efecto, como en medio de una tempestad por el conflicto en que nos pone esta disputa.

Sócrates

Además fórmate la idea siguiente, con motivo de cada uno de los elementos de que nos componemos.

Protarco

¿Qué idea?

Sócrates

Que no tenemos más que una pequeña y despreciable parte de cada uno, que no es pura en manera alguna ni en ninguno, y que la fuerza que ella despliega en nosotros no responde de ningún modo a su naturaleza. Tomemos un elemento en particular, y lo que de él digamos, apliquémoslo a todos los demás. Por ejemplo, hay fuego en nosotros, y lo hay igualmente en el universo.

Protarco

Sin duda. [56]

Sócrates

El fuego que tenemos nosotros, ¿no es pequeño en cantidad, débil y despreciable, mientras que el del universo es admirable por la cantidad, la belleza y por toda la fuerza natural del fuego?

Protarco

Es muy cierto.

Sócrates

¡Pero qué!, el fuego del universo es formado, alimentado y dominado por el que está en nosotros, o, por el contrario, mi fuego, el tuyo, el de todos los animales proceden del fuego del universo?

Protarco

Esa pregunta no tiene necesidad de respuesta.

Sócrates

Muy bien. Creo que lo mismo dirás de esta tierra que habitamos, y de que se componen todos los animales, que respecto de la que existe en el universo, así como de todas las demás cosas sobre las que hace un momento te interrogaba. ¿Responderás lo mismo?

Protarco

¿Pasaría yo por un hombre sensato, si respondiera otra cosa?

Sócrates

No, seguramente. Pero estáme atento a lo que voy a decir. ¿No es a la reunión de todos los elementos de que acabo de hablar, a la que hemos dado el nombre de cuerpo?

Protarco

Sí.

Sócrates

Figúrate, pues, que lo mismo sucede con lo que llamamos universo, porque, componiéndose de iguales elementos, es también por la misma razón un cuerpo. [57]

Protarco

Dices muy bien.

Sócrates

Te pregunto ahora si nuestro cuerpo es nutrido por el del universo, o si este saca del nuestro su nutrimento, y si ha recibido y recibe de él lo que entra, según hemos dicho, en la composición del cuerpo.

Protarco

A esa pregunta, Sócrates, no hay para qué responder.

Sócrates

Pero esta pregunta reclama otra; ¿qué piensas de esto?

Protarco

Proponla.

Sócrates

¿No diremos que nuestro cuerpo tiene un alma?

Protarco

Evidentemente lo diremos.

Sócrates

¿De dónde la ha sacado, mi querido Protarco, si el mismo cuerpo del universo no está animado, y si no tiene las mismas cosas que el nuestro y otras más bellas aún?

Protarco

Es claro, Sócrates, que no ha podido salir de otra parte.

Sócrates

Porque no nos fijamos sin duda, Protarco, en que de estos cuatro géneros, el finito, el infinito, el compuesto de uno y otro, y la causa, este cuarto elemento que se encuentra en todas las cosas, que nos da un alma, que sostiene el cuerpo, que cuando está enfermo lo vuelve la salud, y hace en miles de objetos otras combinaciones y reformas, recibe el nombre de sabiduría absoluta y universal, siempre presente bajo la infinita variedad de sus formas; y que el género más bello y excelente se halla en la extensa región de los cielos, en donde se encuentra todo lo que está [58] en nosotros, pero más en grande y con una belleza y una pureza sin igual.

Protarco

No; eso sería de todo punto inconcebible.

Sócrates

Por lo tanto, puesto que no se puede usar este lenguaje, será mejor decir, siguiendo los mismos principios, lo que hemos dicho muchas veces: que en este universo hay mucho de infinito y una cantidad suficiente de finito, a los que preside una causa, no despreciable, que arregla y ordena los años, las estaciones, los meses y que merece con razón el nombre de sabiduría y de inteligencia.

Protarco

Con mucha razón, seguramente.

Sócrates

Pero no puede haber sabiduría e inteligencia allí donde no hay alma.

Protarco

No, ciertamente.

Sócrates

Así es, que no tendrás reparo en asegurar, que en la naturaleza de Júpiter, en su cualidad de causa, hay una alma real, una inteligencia real, y en los otros otras bellas cualidades que cada uno gusta que se le atribuyan.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

No creas, Protarco, que hayamos hecho este discurso en vano, porque, en primer lugar, tiene por objeto apoyar la opinión de aquellos que en otro tiempo sentaron el principio de que la inteligencia preside siempre a este universo.

Protarco

Es cierto. [59]

Sócrates

En segundo lugar, suministra la respuesta a mi pregunta; a saber: que la inteligencia es de la misma familia que la causa, que es una de las cuatro especies que hemos reconocido. Ahora ya sabes cuál es nuestra respuesta.

Protarco

Sí, lo concibo muy bien; sin embargo, al pronto no me había apercibido de que tú respondieses.

Sócrates

Algunas veces, Protarco, el estilo festivo es un desahogo en las indagaciones serias.

Protarco

Dices bien.

Sócrates

Así, mi querido amigo, hemos demostrado suficientemente para lo sucesivo de qué género es la inteligencia, y cuál es su virtud.

Protarco

Sin contradicción.

Sócrates

En cuanto al placer, ha largo tiempo que hemos visto también a qué género pertenece.

Protarco

Sí.

Sócrates

Acordémonos, respecto de una y de otra, que la inteligencia tiene afinidad con la causa; que es poco más o menos del mismo género; que el placer es infinito por sí mismo, y que es de un género que no tiene, ni tendrá nunca en sí, ni por sí, principio, ni medio, ni fin.

Protarco

Te respondo de que nos acordaremos.

Sócrates

Después de esto, es preciso examinar en qué objeto el [60] uno y la otra residen, y qué afección los hace nacer siempre que se producen. Veamos, por el pronto, el placer; y como hemos comenzado por él a indagar el género, guardaremos aquí el mismo orden. Pero nunca podremos conocer a fondo el placer, sin hablar igualmente del dolor.

Protarco

Marchemos por esta vía, puesto que es indispensable.

Sócrates

¿Piensas lo mismo que yo sobre el nacimiento del uno y de la otra?

Protarco

¿Cuál es tu dictamen?

Sócrates

Me parece que, según el orden de la naturaleza, el dolor y el placer nacen del género mixto.

Protarco

Recuérdanos, te lo suplico, mi querido Sócrates, cuál es, entre todos los géneros reconocidos, del que quieres hablar aquí.

Sócrates

Es lo que voy a hacer con todas mis fuerzas, querido amigo.

Protarco

Muy bien.

Sócrates

Por el género mixto es preciso entender el que colocamos en tercer lugar entre los cuatro.

Protarco

¿Es del que hiciste mención después del infinito y el finito, y en el que colocaste la salud, y aun creo que también la armonía?

Sócrates

Perfectamente bien. Préstame en adelante toda tu atención. [61]

Protarco

No tienes más que hablar.

Sócrates

Digo, pues, que cuando la armonía se rompe en los animales, desde el mismo momento la naturaleza se disuelve, y el dolor nace.

Protarco

Lo que dices es muy cierto.

Sócrates

Que en seguida, cuando la armonía se restablece y entra en su estado natural, es preciso decir que el placer nace entonces, para expresarme en pocas palabras y lo más brevemente que es posible sobre objetos tan importantes.

Protarco

Creo que hablas bien, Sócrates; intentemos, sin embargo; dar a este punto mayor claridad.

Sócrates

¿No es fácil concebir estas afecciones ordinarias conocidas de todo el mundo?

Protarco

¿Qué afecciones?

Sócrates

El hambre, por ejemplo, es una disolución y un dolor.

Protarco

Sí.

Sócrates

Comer, por el contrario, es una repleción y un placer.

Protarco

Sí.

Sócrates

La sed es igualmente un dolor y una disolución; por el contrario, la cualidad de lo húmedo, que llena lo que seca, origina un placer. Lo mismo la sensación de un calor excesivo y contra naturaleza causa una separación, [62] una disolución, un dolor; en lugar de que el restablecimiento al estado natural y el refresco son un placer.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

El frío, que congela contra naturaleza lo húmedo del animal, es un dolor; en seguida los humores, tomando su curso ordinario y separándose, ocasionan un cambio conforme a la naturaleza, que es un placer. En una palabra, mira, si te parece razonable decir, con relación al género animal formado naturalmente de la mezcla de lo infinito y de lo finito, como se dijo antes, que cuando el animal se corrompe, la corrupción es un dolor; que, por el contrario, el retroceso de cada cosa a su constitución primitiva es un placer.

Protarco

Sea así. Me parece, en efecto, que esta explicación contiene una noción general.

Sócrates

De esta manera contamos lo que pasa en estas dos suertes de afecciones por una especie de dolor y de placer.

Protarco

Convengo en ello.

Sócrates

Considera ahora en el alma el espectáculo de estas dos sensaciones; espectáculo agradable y lleno de confianza cuando tiene el placer por objeto, lleno de doloroso sentimiento cuando tiene por objeto el temor.

Protarco

Hay otra especie de placer y de dolor, en los que el cuerpo no tiene parte, y que el espectáculo sólo del alma hace nacer.

Sócrates

Has comprendido muy bien. En cuanto yo puedo juzgar, espero, que en estas dos especies puras y sin [63] mezcla de placer y de dolor veremos claramente si el placer, tomado totalmente, es digno de ser buscado, o si es preciso atribuir esta ventaja a cualquiera otro de los géneros, de que hemos hecho mención precedentemente; y si con el placer y el dolor sucede como con lo caliente y lo frío y otras cosas semejantes, que unas veces se buscan y otras se desechan, porque no son buenas por sí mismas, y que solamente algunas, en ciertos casos, participan de la naturaleza de los bienes.

Protarco

Dices con razón, que por este camino es por donde debemos marchar para el descubrimiento de lo que buscamos.

Sócrates

Hagamos, pues, en primer lugar la observación siguiente. Si es cierto, como dijimos antes, que, cuando la especie animal se corrompe, siente dolor, y placer cuando se restablece veamos con relación a cada animal, cuando no experimenta alteración, ni restablecimiento, cuál será en esta situación su manera de ser. Estáte muy atento a lo que habrás de responder: ¿no es de toda necesidad que durante este intervalo el animal no sienta dolor ni placer alguno, ni pequeño, ni grande?

Protarco

Es una necesidad.

Sócrates

He aquí, pues, un tercer estado para nosotros, diferente de aquel en que se tiene placer, y de aquel en que se experimenta dolor.

Protarco

Seguramente.

Sócrates

Adelante; haz el mayor esfuerzo para acordarte; porque importa mucho tener presente en el espíritu este estado, cuando se trate de decidir la cuestión sobre el placer. Si te parece bien, digamos aún algo más. [64]

Protarco

¿Qué?

Sócrates

¿Sabes que nada, impide que viva de esta manera el que ha abrazado la vida sabia?

Protarco

¿Hablas del estado que no está sujeto al goce, ni al dolor?

Sócrates

Hemos dicho, en efecto, en la comparación de los géneros de vida, que el que ha escogido vivir según la inteligencia y la sabiduría, no debe gustar nunca ningún placer, ni grande, ni pequeño.

Protarco

Es cierto; lo hemos dicho.

Sócrates

Este estado, pues, es el suyo, y quizá no sería extraño que de todos los géneros de vida fuese el más divino.

Protarco

Siendo así, hay trazas de que los dioses no estén sujetos a la alegría, ni a la afección contraria.

Sócrates

No sólo hay trazas, sino que es cierto, por lo menos, que hay un no sé qué de rebajado en una y otra afección. Pero examinaremos por extenso más adelante este punto, si conviene para nuestra discusión, y tendremos cuenta de esta ventaja para el segundo puesto en favor de la inteligencia, si no podemos arribar al primero.

Protarco

Muy bien dicho.

Sócrates

Pero la segunda especie de placeres, que sólo el alma percibe, como lo hemos dicho, debe enteramente su origen a la memoria. [65]

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

Me parece que es preciso explicar antes lo que es la memoria, y antes de la memoria, lo que es la sensación, si queremos formarnos una idea clara de la cosa de que se trata.

Protarco

¿Qué dices?

Sócrates

Sienta como cierto, que entre las afecciones que nuestro cuerpo experimenta ordinariamente, unas se extinguen en el cuerpo mismo antes de pasar al alma, y la dejan sin ningún sentimiento; otras pasan del cuerpo al alma, y producen una especie de conmoción, que tiene alguna cosa de particular para el uno y para la otra, y de común a las dos.

Protarco

Lo supongo.

Sócrates

¿No tendremos razón para decir que las afecciones que no se comunican a los dos escapan al alma, y que las que van hasta ella las percibe?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Cuando digo que escapan al alma, no se crea que quiero hablar aquí del origen del olvido; porque el olvido es la pérdida de la memoria, y en el caso presente la memoria no tiene cabida; y es un absurdo decir que se puede perder lo que no existe, ni ha existido. ¿No es así?

Protarco

Seguramente.

Sócrates

Cambia en algo los términos. [66]

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

En lugar de decir que cuando el alma no siente las conmociones ocurridas en el cuerpo, estas conmociones se le escapan, llama insensibilidad a lo que llamabas olvido.

Protarco

Entiendo.

Sócrates

Pero cuando la afección es común al alma y al cuerpo, y ambos son conmovidos, no te engañarás en dar a este movimiento el nombre de sensación.

Protarco

Nada más cierto.

Sócrates

¿Comprendes ahora lo que entendemos por sensación?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Pero si se dice que la memoria es la conservación de la sensación, se hablará con exactitud, por lo menos, a juicio mío.

Protarco

Así lo pienso yo.

Sócrates

¿No decimos que la reminiscencia es diferente de la memoria?

Protarco

Quizá.

Sócrates

¿Esta diferencia no consiste en lo siguiente?

Protarco

¿En qué?

Sócrates

Cuando el alma sin el cuerpo y retirada en sí misma, [67] recuerda lo que ha experimentado en otro tiempo con el cuerpo, llamamos a esto reminiscencia. ¿No es así?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Y cuando habiendo perdido el recuerdo, sea de una sensación, sea de un conocimiento, lo reproduce en sí misma, llamamos a todo esto reminiscencia y memoria.

Protarco

Tienes razón.

Sócrates

Lo que nos ha comprometido en todo este pormenor es lo siguiente.

Protarco

¿Qué?

Sócrates

Es concebir de la manera más perfecta y más clara lo que es el placer, que el alma experimenta sin el cuerpo, y al mismo tiempo lo que es el deseo; porque lo que se acaba de decir nos da a conocer lo uno y lo otro.

Protarco

Veamos, Sócrates, lo que viene detrás.

Sócrates

Según las apariencias, nos veremos obligados a entrar en la indagación de muchas cosas para llegar al origen del placer y a todas las formas que él toma. En efecto, nos es preciso explicar antes lo que es el deseo, y cómo se forma.

Protarco

Examinémoslo, que en ello nada perderemos.

Sócrates

Por el contrario, Protarco, cuando hayamos encontrado lo que buscamos, desaparecerán nuestras dudas sobre estos objetos. [68]

Protarco

Tu réplica es justa, pero sigamos adelante.

Sócrates

Hemos dicho que el hambre, la sed y otras muchas afecciones semejantes son especies de deseos.

Protarco

Seguramente.

Sócrates

¿Qué vemos de común en estas afecciones tan diferentes entre sí, que nos obliga a darlas el mismo nombre?

Protarco

¡Por Júpiter!, quizá no es fácil explicarlo, Sócrates; es preciso, sin embargo, decirlo.

Sócrates

Para eso tomemos el punto de partida desde aquí.

Protarco

Si quieres, dime desde dónde.

Sócrates

¿No se dice ordinariamente que se tiene sed?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Tener sed, ¿no es advertir un vacío?

Protarco

Seguramente.

Sócrates

La sed, ¿no es un deseo?

Protarco

Sí, de bebida.

Sócrates

¿De bebida, o de verse saciado con la bebida?

Protarco

Sí; de verse saciado, en mi opinión.

Sócrates

De manera que desea al parecer lo contrario de lo que [69] experimenta, porque, notando el vacío de la sed, desea que cese este vacío.

Protarco

Es evidente.

Sócrates

¡Pero qué!, ¿es posible que un hombre, que se encuentra con este vacío por primera vez, llegue, sea por la sensación, sea por la memoria, a llenarlo de una cosa que no experimenta en el acto, y que no ha experimentado antes?

Protarco

¿Cómo puede suceder eso?

Sócrates

Sin embargo, todo hombre que desea, desea alguna cosa; decimos nosotros.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

No desea lo que el experimenta, porque tiene sed; la sed es un vacío y desea llenarlo.

Protarco

Sí.

Sócrates

Es necesario que aquel que tiene sed, llegue a la repleción o la satisfaga por alguna parte de sí mismo.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Es imposible que sea por el cuerpo, puesto que allí está el vacío.

Protarco

Sí.

Sócrates

Resta, pues, que el alma llegue a la repleción, y esto sucede por la memoria evidentemente. [70]

Protarco

Es claro.

Sócrates

¿Por qué otro conducto, en efecto, podría conseguirlo?

Protarco

Por ningún otro.

Sócrates

¿Comprendemos lo que resulta de todo esto?

Protarco

¿Qué?

Sócrates

Este razonamiento nos hace conocer, que no hay deseo del cuerpo.

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

Esto nos demuestra, que el esfuerzo de todo animal se dirige siempre hacia lo contrario de aquello que el cuerpo experimenta.

Protarco

Eso es cierto.

Sócrates

Este apetito, que le arrastra hacia lo contrario de lo que experimenta, prueba que hay en él una memoria de las cosas opuestas a las afecciones de su cuerpo.

Protarco

Seguramente.

Sócrates

Esta reflexión nos hace ver que la memoria es la que lleva al animal hacia lo que él desea, y nos prueba al mismo tiempo que toda especie de apetito, todo deseo, tiene su principio en el alma, y que ella es la que manda en todo el animal.

Protarco

Muy bien. [71]

Sócrates

La razón no permite en manera alguna que se diga, que nuestro cuerpo tiene sed, tiene hambre, ni que experimenta otra cosa semejante.

Protarco

Nada más cierto.

Sócrates

Hagamos aún sobre el mismo objeto la observación siguiente. Me parece que el presente discurso nos descubre en esto una especie particular de vida.

Protarco

¿En qué?, ¿y de qué vida hablas?

Sócrates

En el vacío y en la repleción, y en todo aquello que pertenece a la conservación y a la alteración del animal, y cuando encontrándose alguno de nosotros en una o en otra de estas dos situaciones, experimentamos tan pronto dolor como placer, según que se pasa del uno al otro.

Protarco

Así es, en efecto.

Sócrates

Pero qué sucede, cuando se está en una especie de término medio entre estas dos situaciones?

Protarco

¿Cómo en un término medio?

Sócrates

Cuando se siente dolor a causa de la manera con que el cuerpo se ve afectado, y se recuerdan las sensaciones halagüeñas que han tenido lugar, y el dolor cesa, aunque el vacío no se ha llenado aún; ¿no diremos que en tal caso se está en un término medio con relación a tales situaciones?

Protarco

Lo diremos sin dudar. [72]

Sócrates

¿Es sólo pura alegría? ¿Es sólo puro dolor?

Protarco

No seguramente, pero se siente en cierta manera un dolor doble, en cuanto al cuerpo, por el estado de sufrimiento en que se halla, y en cuanto al alma, por la esperanza y el deseo.

Sócrates

¿Cómo entiendes este doble dolor?, Protarco. ¿No sucede algunas veces, que, notándose el vacío, se tiene una esperanza cierta de que se llenará, y otras que desespera absolutamente de conseguirlo?

Protarco

Convengo en ello.

Sócrates

¿No encuentras que el que espera llenar el vacío, tiene un placer mediante la memoria, y que, al mismo tiempo, como el vacío existe, sufre un dolor?

Protarco

Necesariamente.

Sócrates

En este caso, el hombre y los demás animales experimentan a la vez dolor y alegría.

Protarco

Así parece.

Sócrates

Pero cuando, existiendo el vacío, se pierde la esperanza de que se llene, ¿no es entonces cuando se experimenta este doble sentimiento de dolor, que tú has creído, a primera vista, que tenía lugar en uno y en otro caso?

Protarco

Es muy cierto, Sócrates

Sócrates

Apliquemos lo dicho a esta clase de afecciones. [73]

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

¿Diremos de estos dolores y de estos placeres, que todos son verdaderos o falsos, o que los unos son verdaderos y los otros falsos?

Protarco

¿Cómo puede suceder, Sócrates, que haya placeres falsos y falsos dolores?

Sócrates

¿En qué consiste, Protarco, que hay temores verdaderos y temores falsos, esperanzas verdaderas y esperanzas falsas, opiniones verdaderas y opiniones falsas?

Protarco

Lo confieso respecto a opiniones, pero en todo lo demás lo niego.

Sócrates

¿Cómo dices eso? Si no me engaño, vamos a provocar una cuestión que no es de escasa gravedad.

Protarco

Es cierto.

Sócrates

Pero es preciso ver, hijo de un hombre a quien yo honro, si esta cuestión tiene algún enlace con lo que se ha dicho.

Protarco

En buen hora.

Sócrates

Porque debemos renunciar absolutamente a todos los rodeos y discusiones, que nos separen de nuestro objeto.

Protarco

Muy bien.

Sócrates

Habla pues; porque estoy sorprendido en razón de las dificultades que se acaban de proponer. [74]

Protarco

¿Qué quieres decir?

Sócrates

¡Qué! ¿No son unos placeres verdaderos y otros falsos?

Protarco

¿Cómo puede ser eso?

Sócrates

¿De manera, que según tu opinión, ninguno en el sueño, ni en la vigilia, ni en la locura, ni en ninguna otra enajenación de espíritu puede imaginarse tener placer, aunque no tenga ninguno, ni sentir dolor, aunque realmente no lo sienta?

Protarco

Es cierto, Sócrates; todos creemos lo que tú dices.

Sócrates

¿Pero es con razón?, ¿no hay necesidad de examinar, si hay o no motivo para hablar así?

Protarco

Opino que debe examinarse.

Sócrates

Expliquemos de una manera más clara lo que acabamos de decir con motivo del placer y de la opinión. Formarse una opinión, ¿no es cosa que pasa en nosotros?

Protarco

Sí.

Sócrates

¿Y disfrutar un placer?

Protarco

Igualmente.

Sócrates

El objeto de la opinión, ¿no es también alguna cosa?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

¿Así como el objeto del placer que se siente? [75]

Protarco

Seguramente.

Sócrates

¿No es cierto, que el que forma una opinión, sea fundada o infundada, no por eso deja de formarla?

Protarco

¿Cómo no?

Sócrates

En igual forma, ¿no es evidente, que el que goza de una alegría, haya o no motivo para regocijarse, no por eso deja de regocijarse realmente?

Protarco

Sin duda, y así sucede.

Sócrates

¿Cómo es posible, que estemos sujetos a tener opiniones, tan pronto verdaderas como falsas, y que nuestros placeres sean siempre verdaderos, mientras que el acto de formarse una opinión y la de regocijarse existen real e igualmente en uno y en otro caso?

Protarco

Eso es lo que es preciso averiguar.

Sócrates

Es decir, que la mentira y la verdad acompañan a la opinión, de suerte que no es simplemente una opinión sino tal o cual opinión, sea verdadera o falsa. ¿Es esto lo que tú quieres averiguar?

Protarco

Sí.

Sócrates

Además, ¿no es preciso examinar igualmente, si mientras que otras cosas están dotadas de ciertas cualidades, el placer y el dolor son únicamente lo que son, sin tener ninguna cualidad que los distinga?

Protarco

Evidentemente; es preciso examinarlo. [76]

Sócrates

Pero no me parece difícil percibir que el placer y el dolor se ven igualmente afectados de ciertas cualidades. Porque ya va rato que dijimos, que son el uno y el otro grandes y pequeños, fuertes y débiles.

Protarco

Convengo en ello.

Sócrates

Si lo malo, Protarco, se une a alguna de estas cosas, ¿no diremos entonces que la opinión se hace mala, y lo mismo del placer?

Protarco

¿Por qué no?, Sócrates.

Sócrates

¡Pero qué!, ¿si la rectitud o lo contrario de ella llegan a unirse, no diremos que la opinión es recta en el primer caso, y que lo mismo sucede con el placer?

Protarco

Necesariamente.

Sócrates

Y si la opinión se separa de lo verdadero, ¿no será preciso convenir en que la opinión, que camina a lo falso, no es recta?

Protarco

¿Cómo podría serlo?

Sócrates

¿Y qué sucederá, si descubrimos en igual forma algún sentimiento de dolor o de placer, que sea engañoso con relación a su objeto? ¿Daremos entonces a este sentimiento el nombre de recto, de bueno o cualquiera otra cualidad semejante?

Protarco

Eso no puede ser, si es cierto que el placer puede engañarse. [77]

Sócrates

Me parece, sin embargo, que muchas veces el placer nace en nosotros como resultado, no de una opinión verdadera, sino de una falsa.

Protarco

Lo confieso, y en este caso, Sócrates, hemos dicho, que la opinión es falsa; pero nadie dirá nunca que el sentimiento del placer lo sea igualmente.

Sócrates

Defiendes con calor, Protarco, el partido del placer.

Protarco

Nada de eso; no hago más que repetir lo que oigo decir.

Sócrates

¿No encontraremos ninguna diferencia, mi querido amigo, entre el placer unido a una opinión recta y a la ciencia, y el que nace muchas veces en nosotros de la mentira y de la ignorancia?

Protarco

Al parecer la hay muy grande.

Sócrates

Entremos un poco en el examen de esta diferencia.

Protarco

Guíame como quieras.

Sócrates

He aquí por dónde te conduciré.

Protarco

¿Por dónde?

Sócrates

Nuestras opiniones, decimos nosotros, unas son verdaderas, otras falsas.

Protarco

Sí.

Sócrates

El placer y el dolor, como decíamos antes, les siguen [78] muchas veces, es decir, siguen a la opinión verdadera y a la falsa.

Protarco

Conforme.

Sócrates

La opinión y la acción de formarse una opinión, ¿no toman ordinariamente origen en nosotros en la memoria y en la sensación?

Protarco

Sí.

Sócrates

¿No debe pensarse que en este punto pasan las cosas de la manera siguiente?

Protarco

¿De qué manera?

Sócrates

¿Convienes conmigo en que muchas veces sucede que un hombre, por haber visto de lejos un objeto con poca claridad, quiere juzgar de aquello que él ve?

Protarco

Convengo en ello.

Sócrates

¿No es cierto, que tal hombre en semejante caso se interrogará a sí mismo en esta forma?

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

«¿Qué es lo que yo percibo allá abajo cerca de la roca, que parece estar en pié bajo de un árbol?» ¿No te parece que es este el lenguaje que debe dirigirse a sí mismo al ver ciertos objetos?

Protarco

Sin duda.

Sócrates

En seguida este hombre, respondiendo a su [79] pensamiento, ¿no se dirá: «¡aquel es un hombre!», juzgando a la ventura?

Protarco

Sí, ciertamente.

Sócrates

Después este hombre, aproximándose al objeto, se dice a sí mismo, «es una estatua», obra de algún pastor.

Protarco

Sin duda.

Sócrates

Si en aquel momento estuviese alguno con él, y, tomando la palabra, le dijese lo mismo que él se decía a sí mismo interiormente lo que antes llamábamos opinión se convertiría en razonamiento.

Protarco

Sí.

Sócrates

Si está solo, ocupado con este pensamiento, le conserva algunas veces en su cabeza por mucho tiempo.

Protarco

Es cierto.

Sócrates

¡Pero qué! ¿No te parece lo mismo que a mí?

Protarco

¿Qué?

Sócrates

En este caso nuestra alma se parece a un libro.

Protarco

¿Cómo?

Sócrates

La memoria y los sentidos, concurriendo al mismo objeto con las afecciones que de ellos dependen, escriben, por decirlo así, en nuestras almas ciertos razonamientos, y cuando aparece escrita allí la verdad, nace en nosotros una opinión verdadera como resultado de los [80] razonamientos verdaderos, así como una opinión contraria a la verdad, cuando las cosas, que este secretario interior escribe, son falsas.

Protarco

El mismo juicio formo yo, y admito lo que acabas de decir.

Sócrates

Admite además otro obrero, que trabaja al mismo tiempo en nuestra alma.

Protarco

¿Quién es?

Sócrates

Un pintor, que después del escritor, pinta en el alma la imagen de las cosas enunciadas.

Protarco

¿Cómo y cuándo sucede esto?

Sócrates

Cuando, sin el socorro de la vista o de ningún otro sentido, ve uno, en cierto modo en sí mismo, las imágenes de estos objetos, sobre los que se opinaba y se discurría. ¿No es esto lo que pasa en nosotros?

Protarco

Es cierto.

Sócrates

Las imágenes de las opiniones y de los discursos verdaderos, ¿no son verdaderos?; y las de las opiniones y discursos falsos, ¿no son igualmente falsos?

Protarco

Seguramente.

Sócrates

Si todo esto está bien dicho, examinemos otra cosa.

Protarco

¿Qué cosa?

Sócrates

Veamos si es una necesidad para nosotros sentirnos [81] afectados por el presente y por el pasado, pero no por el porvenir.

puerta al infierno

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