Biografía de Real Academia de Historia. Vifredo. Wifredo, Guifredo el Velloso. Conde de Urgel, Cerdaña, Barcelona, Gerona y Osona. Septimania (Francia), c. 840 – Valldora (Lérida), 897. Noble, conde de Barcelona. Nace hacia el año 840 en el seno de un linaje destacado de Septimania, con propiedades en la zona pirenaica, sobre todo en torno a Carcassona y en el Conflent, y partícipe de la política imperial y las tensiones en el reino aquitano. Su padre, Seniofredo, tras ser designado conde de Urgel y Cerdaña, se convierte en el personaje más poderoso de Septimania y la frontera al añadir, a partir de 844, la delegación sobre los condados de Barcelona, Gerona, Osona y Narbona, con Carcassona, Magalona, Bésiers i Nimes hasta morir en el año 848. Vifredo, con su base patrimonial, participa de este contexto y recibe de Carlos el Calvo hacia 870 los condados de Urgel y Cerdaña. La detención de cargos públicos se conjuga con la pugna del linaje por la preeminencia regional y por ello la designación condal es coetánea a otros beneficios para el linaje, como la concesión real de inmunidades a Oliba II de Carcasona y el afianzamiento tanto de éste como de Suñer I de Ampurias. Muy significativamente, en el año 873 Vifredo participa junto a su hermano Mirón y a sus primos los condes Oliba y Acfredo de Carcasona-Rasés en la consagración de la iglesia de Formiguera, en el condado de Rasés, que han dotado con bienes propios poseídos conjuntamente a fin de procurar el bien espiritual de “parentum nostrorum”. De modo parecido, Vifredo participa en 885 en una donación conjunta a favor del monasterio de Cuixà para el bien familiar junto a su madre Ermesenda, su hermana Quixilo y sus hermanos Mirón y Radulfo, siendo también acompañado por estos dos en 888 al favorecer, del mismo modo, al cenobio de la Grassa, ofreciendo en ambos casos importantes bienes situados en Conflent. Los criterios particulares y familiares se mezclan con el creciente grado de autonomía en la gestión condal a raíz de la crisis de la Monarquía. Por ello, el mismo Vifredo ha traspasado a su hermano Mirón el Conflent, extraído de Cerdaña, a la vez que participa en las intrigas urdidas en torno a Aquitania con la atención puesta en la primacía regional en el espacio septimano. Claramente no sigue al poderoso Bernardo de Gotia, hombre fuerte en la región que detenta los condados de Rosellón, Barcelona, Gerona, Narbona, Adge, Besiers, Magalona, Nimes, Poitiers, Bourges y Autun. Ambos toman posturas distintas en 877 ante la revuelta de diversos magnates contra Carlos el Calvo, secundada por Bernardo de Gotia y no por Vifredo. La muerte del rey ese mismo año y la falta de acuerdo entre Bernardo y el sucesor, Luis II el Tartamudo, remarca la posición de Vifredo, que junto con su hermano Mirón de Conflent y el vizconde de Narbona se enfrenta abiertamente a Bernardo de Gotia y a Bosón de Provenza, con episodios de fuerte agresividad en Rosellón y Septimania en 878. La presencia del papa Juan VIII en Arlés, junto a Bosón de Provenza, se traduce en una bula contra los excesos de Mirón y el vizconde narbonés al haber agredido a clérigos y templos. No obstante, en el concilio de Troyes el rey impone la caída de Bernardo de Gotia y la compensación de Vifredo, que recibe en 878 el condado de Barcelona, mientras que su hermano Mirón suma el de Rosellón. El contexto de afianzamiento personal y familiar aporta a Vifredo también el condado de Gerona, superando algunas reticencias y concretando la singularización del extremo noroccidental de esta entidad como condado de Besalú regido por su hermano Radulfo. Estas designaciones, que Vifredo suma a las anteriores titulaciones condales, coinciden con una nueva etapa. La progresiva desintegración carolingia, la fragmentación territorial y el alejamiento del poder real culminan con la muerte de Carlos el Calvo, en 877. A partir de ahora, la capacidad de intervención real en los condados meridionales es mínima —las designaciones condales que en el año 878 han beneficiado a Vifredo son las últimas de procedencia real— y los condes dejan de participar en las conspiraciones del espacio aquitano. Apartados de las intrigas septentrionales, los condes asumen, en cambio, una introspección de gobierno efectivo sobre las propias demarcaciones, que gestionan con gran autonomía. Coherentemente, en esta segunda fase Vifredo participa y contribuye al desarrollo de sus condados. Se beneficia de una dinámica socioeconómica favorable, con aumento del espacio agrario e incremento demográfico inmigratorio, lo que facilita la cohesión territorial interna. El afianzamiento de los territorios define con precisión la delimitación condal especialmente ante la frontera, lo que permite: articular el territorio de Osona, superando las heridas socioeconómicas derivadas en gran parte de la revuelta de Aissó de 826-827 y del asalto musulmán de 841, para singularizarlo como condado, desde 881, incluyendo el espacio septentrional en torno al valle de Ripoll, que hasta entonces se definía en el “transmontano” del condado de Cerdaña; densificar y vehicular el espacio berguedano como continuación del condado de Cerdaña aprovechando la misma dinámica; extender el condado de Urgel aguas abajo del Segre, incorporando los valles de Nempàs (Cabó) y Lavansa, lo que facilita, a través de Tuixén y Josa, enlazar con el extenso valle de Lord e integrarlo en el mismo condado (878), tras haberse mantenido en el territorio fronterizo humanamente activo y cohesionado pero ajeno a la estructuración política y eclesiástica. El conde aprovecha el crecimiento social y económico para incrementar su presencia jurisdiccional y una capacidad exactiva cada vez más atenta a la producción agropecuaria mediante el establecimiento de castillos responsables de un término específico (castillos termenados), cuya tenencia y funciones se delega a vicarios. La consolidación de éstos, mediante la retención del cargo y la percepción de parte de las rentas inherentes, apunta hacia la progresiva consolidación, en torno al conde, de una nobleza basada en los linajes vicariales y vizcondales. Éstos continúan siendo de designación del conde, quien establece un vizconde en cada demarcación, a las que se une Osona desde 878. La Iglesia participa del mismo desarrollo territorial. En las dos últimas décadas del siglo IX se consagran numerosas parroquias, algunas dotadas por el mismo conde, como San Pedro de Ripoll (890), lo que afianza a la Iglesia diocesana en la obtención de rentas y en el acceso a las conciencias. El conde contribuye a ello no sólo construyendo iglesias, como las de Casserres y de Avià, que serán consagradas bajo su sucesor, sino acordando actuaciones con los prelados: en el valle de Lord, tras haber negociado con la población que ya ocupaba el valle, pacta con el obispo Galderico de Urgel el despliegue de parroquias (872- 878) y un particular régimen que, bajo garantía condal, permite a los habitantes participar en la elección y destitución de los rectores de las parroquias; y en Osona promueve la recuperación de la sede episcopal a partir de 880, asentando obispo propio en 886 —formalmente solicitado al arzobispo de Narbona por los fieles, el clero y el conde— en el nuevo emplazamiento de Vic, donde la catedral se consagra en 890. Al mismo tiempo, en las zonas de montaña poco favorecidas está surgiendo una pléyade de pequeños cenobios, que van acogiéndose a la regla benedictina, algunos de ellos como centros e iglesias particulares de sus fundadores. También nacen monasterios que gozarán de un importante desarrollo posterior, como Sant Cugat del Vallès. El mismo conde Vifredo funda y dota, en emplazamientos óptimos, los cenobios de Santa Maria de Ripoll en 879 (consagrada en 888) y de San Juan de Ripoll (de las Abadesas) en 885 (consagrada en 887), con los que favorece a sus hijos, al situar a Radulfo en el primero y a Emma en el segundo. Los centros monacales y episcopales son los principales beneficiados por los preceptos reales, que suelen conceder importantes inmunidades como las otorgadas, en las demarcaciones de Vifredo, a las sedes episcopales de Barcelona (878), Gerona (878, 881, 886, 891) y Vic (889) y a los cenobios de Amer (890), Bañolas (878), Fontclara (889) y Santa Cecilia d’Elins (881). El respeto a estas concesiones y la datación de los documentos según los monarcas es la única presencia real, aún matizada cuando en 888, ante el acceso al trono de un personaje ajeno al linaje carolingio, Odón, algunos documentos especifican “Christo regnante, rege expectante”, lo que no impide que se respeten igualmente los privilegios emanados por este soberano. No consta que Vifredo se apresurara a saludar al rey Carlomán al llegar éste, en 881, a Narbona, y en 888 se muestra distante ante el ascenso de Odón, si bien al año siguiente el entorno condal ya data los documentos según el nuevo reinado. En realidad, a lo largo de todo el período, el conde ha ido ejerciendo actuaciones que afectan plenamente a la jurisdicción y la fiscalidad públicas, como al conceder al monasterio de Ripoll la recepción del “servitium regale” procedente de los habitantes de Estiula y Ordina, al permitir al mismo cenobio “per preceptum regis” el aprovechamiento del curso del Segre en Set (Cerdaña) o al eximir impuestos especialmente en zonas fronterizas, como Cardona, donde sus habitantes no tendrán que aportar ni censos ni la cuarta parte del teloneo. Posteriormente, en el 913, también se recordará que sus concesiones a San Juan de las Abadesas las efectuó “per vocem regis”. Conforme a sus atribuciones condales, imparte justicia en mallo público acompañado de un elevado número de jueces y de buenos hombres, incluyendo entre éstos a algunos clérigos. La proximidad de la Iglesia al poder condal se refleja, en todos los condados, en los lazos económicos, de linaje y también políticos, que motivan las pretensiones de los condes de Pallars y de Ampurias para obtener obispados propios. Por ello, las disputas por las mitras de Urgel (887) y de Gerona (889) catalizan: las tensiones en torno a la preeminencia de Vifredo, que se reflejaría en una prelación eclesiástica del urgelés; la disputa por este protagonismo regional entre Vifredo y Suñer de Ampurias, y el corolario de la titularidad del condado de Gerona, abiertamente discutida por Delà desde 888. Los servicios del arzobispo de Narbona facilitan la conclusión en 891, expulsando a los pretendientes de los obispados no reconocidos por el metropolitano y asegurando el condado de Gerona para Vifredo. En 896, la muerte de Mirón facilita la división de sus dominios entre Vifredo, que recupera Conflent, y Suñer de Ampurias, que accede a Rosellón. La vinculación de los obispados con Narbona se remarca en 896, gracias a la bula de Esteban VI que garantiza la intervención del arzobispo ante la provisión de vacantes. Vifredo pacta en 890 con el obispo de Vic una reducción de las inmunidades concedidas a éste por el rey y en el condado gerundense Vifredo expresa su aceptación de los bienes ofrecidos en 889 al monasterio de Fontclara por el mismo soberano: “Wifredus comes ipsos fiscos consentit”. En realidad, se está avanzando hacia la confusión del dominio público y el condal bajo el gobierno del conde. A la vez, éste incrementa el propio patrimonio con la incorporación de castillos, como el de Montgrony, adquirido en 885, y de unidades agropecuarias, como en la villa de Llo en Cerdaña, el villar de Sendar en el valle de Ripoll o el villar de Espinosa, en el valle de Brocá, comprado en 889 a cinco matrimonios y a tres solteros que serían sus habitantes. En algunos lugares obtiene fragmentos importantes de la villa, como en Estamariu tras adquirir los bienes que poseía de Eldesindo, y en ocasiones, gracias a sucesivas compras, reúne una destacada propiedad, como las tierras y viñas sumadas en la urgelesa San Miguel de Banat. La dinámica de “aprisión” de tierras baldías cultivadas durante treinta años hasta dar derecho de propiedad, practicada por magnates y por el resto de la población, beneficia también al conde, por su misma participación con sus agentes o por revertir en él dominios como las tierras de las que se apropia mediante “aprisión” el liberto Sarraceno en Borredà, quien a su vez había llegado a propiedad del conde procedente de su tía Ailona. En el seno familiar, una parte destacada de los bienes de su hermano Sunifredo revierten en Vifredo al morir en 890. De uno y otro modo acumula un importante patrimonio que revertirá en sus descendientes. Los condados bajo Vifredo el Velloso se han cohesionado internamente gracias a que experimentan una fuerte cohesión territorial, con el despliegue condal de las unidades castrales sobre un espacio donde se ha incrementado la ocupación y la producción agrícola, contando con una enriquecida jerarquía eclesiástica —episcopal y abacial— y unos emergentes magnates, tanto grandes propietarios como servidores vicariales y vizcondales del conde. Este afianzamiento interno acentúa la visión de las tierras situadas al oeste de la frontera condal, más allá de los ríos Llobregat y Cardener, como una franja territorial desorganizada entre los dominios condales y los espacios andalusíes de coetáneo desarrollo, a lo largo de las actuales comarcas de Penedés, Anoia, oeste de Solsonés y Cuenca de Tremp. Ante este territorio, la musulmana Lérida avanza en la ocupación y articulación de los ejes fluviales y del llano de Mascançà, sobre todo desde que en 882 se erige en distrito propio bajo los Banū Qāsi, asegurando la capital con su consolidación urbana y fortificación en 884, pensada sobre todo contra las pugnas con los Tugibíes y con los at-Tawil de Huesca. No obstante, ya en el año 882 el emir al-Múndir parte de Lérida para remontar el Segre e infligir un ataque a la Cerdaña. Al año siguiente, Vifredo pretende cercenar el emergente peligro leridano, pero fracasa antes de llegar a la ciudad. En 891 se sufre otra incursión musulmana. En 896 Muḥammad b. Lubb afianza su dominio leridano tanto contra los at-Tawil de Huesca como contra el conde Vifredo. En 897 éste caerá herido de muerte en Valldora, en el interior del valle de Lord, a manos del mismo señor de Lérida, según la reconstrucción de Ibn Hayyan. Fue sepultado en el monasterio de Ripoll que él mismo había fundado. La muerte de Vifredo es seguida por la división de sus dominios entre sus hijos sin esperar ningún refrendo superior, evidenciando así el trato privado de los dominios recibidos con carácter público: Vifredo Borrell obtiene Barcelona, Gerona y Osona; Miró, Besalú y Cerdaña; Sunifredo, Urgel, y Suñer es asociado en los dominios de Guifré Borrell, mientras que Radulfo, ofrecido en su momento por el conde a Ripoll, será posteriormente obispo de Urgel y las hijas Emma y Quixol perseverarán en la vida religiosa, restando aún Riquilda, Ermesenda y Guinedilda. El recuerdo de la labor de Vifredo se mantiene en las generaciones inmediatas. Sus hijos esperan beneficiarle espiritualmente en sus donaciones a centros religiosos, como especifica Suñer en 933 y 944 y Sunifredo en 939, y sus disposiciones son recordadas por su nieto Borrell de Barcelona y de Urgel al aceptar, a mediados del siglo X, el ordenamiento de las parroquias del valle de Lord, los diezmos dominicales concedidos a la sede urgelense o al mencionar la procedencia de los bienes que cede al monasterio de Ripoll. Si el mismo Borrell le menciona en 949 como constructor de San Juan de las Abadesas, otro nieto, Miró de Gerona, en 977 le dedica una extensa y ampulosa alabanza por sus virtudes humanas y espirituales, por haber expulsado a los musulmanes, por colonizar las tierras desiertas, por edificar iglesias y por proteger a los religiosos con fundaciones como Santa María de Ripoll. En 988 el vizconde de Osona le atribuye la fundación del monasterio de Serrateix y en 1019 su biznieto Vifredo II de Cerdaña, al volver a dotar la iglesia de Formiguera, de entre todos los participantes del acto de 873 sólo menciona “comite Wifredo et fratre eius”. La memoria de las actuaciones de Vifredo avala reivindicaciones en el siglo XI, como las que respecto de Montserrat formula el abad Oliva, quien en sus obras literarias le dedica un elogioso epitafio. En el siglo XII la Gesta comitum Barcinonensium designa a Vifredo como el Velloso, le hace titular de un territorio ganado por las armas “a Narbona usque in Hispaniam” y lo muestra fiel al soberano a pesar de que ha de liberar él mismo Barcelona de los musulmanes para instaurar un señorío hereditario. A partir de aquí se recrean las versiones legendarias que inciden en su alta alcurnia, que enlazaría con la monarquía carolingia, su singular personalidad y heroicidad y su función como libertador del país frente a los musulmanes y creador del linaje de los condes independientes de Barcelona. Las evocaciones míticas en el siglo XV lo enlazan con Tubal y en el XVI lo entremezclan con leyendas libertadoras de males simbolizados con los dragones. En 1551 Beuter le atribuye el escudo de Cataluña, que serían cuatro barras rojas de sangre brotada de sus heridas e impregnadas con los dedos de la mano derecha del Emperador. Bibl.: J. M.ª Salrach, El procés de formació nacional de Catalunya (segles VIII-IX), Barcelona, Edicions 62, 1978, 2 vols.; R. d’Abadal, Els Primers Comtes Catalans, Barcelona, Vicens Vives, 1983; El temps i el regiment del comte Guifred el Pilós, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 1989; M. Coll, Guifré el Pelós en la historiografia i en la llegenda, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 1990; P. Balañà, Navès, els musulmans i el comte Guifré I “el Pilós”, Navès (Lérida), Ayuntamiento, 1991; M. Riu, “Església i poder comtal al territori d’Urgell. Guifré el Pilós i la reorganització de la Vall de Lord”, en Anuario de Estudios Medievales, 29 (1999), págs. 875-898; F. Sabaté, “Organització administrativa i territorial del comtat d’Urgell”, en El Comtat d’Urgell, Lérida, Edicions de la Universitat de Lleida-Institut d’Estudis Ilerdencs, 1995, págs. 17-70; Història de Lleida. Alta edat mitjana, Lérida, Pagès, 2003; J. Laínz, La Nación Falsificada, Madrid, Encuentro, 2006, págs. 15-23. |
Los orígenes de la Casa de Barcelona. |
En pleno siglo IX, el Imperio Carolingio extendía su señoría sobre los nobles de origen godo en la Septimania y la Marca Pirenaica. De los primeros condes godos que se tiene noticia cabe señalar a Belón, conde de Carcasona en época de Carlomagno, antes del 812. Sabemos que tenía propiedades en el Conflent y que tenía especial devoción por el monasterio de la Grasa. De él saldrían varias ramas familiares: los condes de Carcasona, los condes de Barcelona -con las subdivisiones de Urgel y Cerdaña- y los condes de Amurrias-Rosellón. Belón habría sido uno de los hispani confiado por Carlomagno para ayudarle en su expedición hacia la Zaragoza andalusí en el 778. Tras la muerte de Carlomagno en el 814 y la destitución del conde de Barcelona, Bera, en el 820 se dio una revuelta antifranca liderada por Guillemón y Aizón (826-827). Este conflicto llevó a que Luis I el Piadoso (814-840) no mantuviera buenas relaciones con los nobles godos. Así se explica que tras la muerte de Belón, sus descendientes no aparecieran inmediatamente en la Marca y la Septimania con cargos de gobierno. Ahora el emperador prefería confiar el gobierno a magnates francos. Bernardo de Septimania (826-844) aprovechó las luchas internas de los francos para forjar un gran poder en una especie de principado catalano-septimano. Esto lllevó a que fuera destituido en el 831 y haciendo que se rebelase contra Carlos el Calvo. Fue este emperador quien lo tomó preso en Tolosa en el 844 y lo ejecutó. 2. Los Condados Catalanes y septimanos en el siglo IX. En el desarrollo de estos disturbios, Luis el Piadoso confió el gobierno de los condados catalanes y septimanos a Berenguer de Tolosa (832-835), quien afianzó de nuevo el poder en manos godas. Carlos el Calvo recurrió a los hijos de Belón de Carcasona: a Suñer I le da el gobierno de los condados de Ampurias y Rosellón (834), mientras que a Sunifredo le dará Urgel-Cerdeña (834) y Barcelona-Gerona (844). Sunifredo detuvo al ejército andalusí en su camino a la Cerdaña y Narbona en el 842, negociando la paz con el emir Abderramán II. Sunifredo murió en Barcelona en el 848 a manos de los rebeldes liderados por Guillermo de Septimania -hijo de Bernardo de Septimania-. Sería la misma causa por la que su hermano Suñer I murió. La fidelidad de los nobles godos al emperador carolingio Carlos el Calvo les estaba costando la vida. En un primer momento hubo que recurrir a gobernadores francos, ya que los hijos de los condes anteriores eran menores aún. En el 862 se encomiendo el condado de Amurrias a Suñer II y el 870 Wilfredo, hijo de Sunifredo, es nombrado conde de Urgel y Cerdaña. Finalmente, el Concilio de Troyes (878) consigue vencer a los descendientes de Bernardo de Septimania, dando aún más poder a las familias godas: Wilfredo toma también los condados de Barcelona y Gerona, y su hermano Miró obtiene el Rosellón. Afirmación de los poderes locales. Progresivamente fueron tomando el poder los descendientes de Belón, dirigiendo la Marca Pirenaica. Los nobles que había en estas tierras antes de la llegada de Wilfredo el Velloso estaban divididos entre legitimistas (fieles a Luis I el Piadoso y a su hijo menor, Carlos el Calvo), unitarios (fieles a Lotario y sus aspiraciones de mantener el imperio bajo un solo monarca) y regionalismos (fieles a Pipino I, quien aspiraba a crear el reino personal de Aquitania). Cuando cesaron las luchas internas carolingias, los enfrentamientos siguieron por parte de los nobles. Gran parte del poder carolingio reposaba en la Iglesia, quienes habían conservado parte de la herencia romana, pero que pretendía ordenar el mundo en terrenal en función del más allá, enfrentándose a una nobleza laica que confundía el interés general con el personal. Esta aristocracia estaba al frente de los condados. No había una heredabilidad de los condados, pero sí un derecho a esperar y obtener de los emperador la dignidad condal. Los condados encomendados a Wifredo (Urgel, Cerdaña, Gerona y Barcelona) formaban un semicírculo que dejaba en su interior una tierra de nadie, semidespoblada y sin autoridad política reconocida. Estaba formada por el valle de Lord, Bregada, Ripgollés, Plana de Vic, Lluçanès, Guillerías, Moyanés y Bages, tierras asoladas por diversas revueltas. Este vacío fue lo que llevó al intento de ataques por parte del emirato hispanomusulmán en el 842. A partir del 877 Wifredo el Velloso intentó resolverlo reuniendo colonos para repoblar. Se levantaron numerosos castillos que empiezan a dar lugar a nuevos linajes aristocráticos. Sobre la basa de las tierras ganadas y repobladas surge el condado de Ausona, con un cargo vizcondal, un obispo restaurado en Vic, y nuevos monasterios como Santa María de Ripoll -panteón condal- y San Juan de las Abadesas -donde profesó su hija Emma-. Pero, la obra más importante que ejecutaron estos colonos, campesinos libres en su mayoría, fue trabajar la tierra y convertirse en propietarios de acuerdo con las reglas del Liber iudicium, donde se decía que quien encontrase algo sin dueño y lo poseyera durante tres décadas pasaba a ser un bien legítimo. En tiempos de Wifredo se empiezan a unir las tierras condales pirenaicas y las mediterráneas, dando lugar a las tierras catalanas futuras. Los musulmanes estaban asentados en Lleida, y desde sus fortalezas hostigaron al creciente poder condal. En el curso de estos ataques, Wifredo cayó herido el 11 de agosto del 897. Fue enterrado en Ripoll. Sus descendiente se irían independizando del mundo carolingio, haciendo de Barcelona el centro de su proyecto expansivo. El condado de Ausona. Antes de la llegada de Wilfredo, Ausona tenía escasos habitantes. Con la repoblación se creó una estructura social prefeudal, con capital política en Vic con la sede del vizconde y el obispo. Durante el siglo X se desarrolla en Vic un mercado que impulsó la economía y circulación monetaria del entorno rural. En el siglo XI la difusión de las actividades mercantiles dio a la relación campo-ciudad un contenido bilateral típico de época feudal. 4. Repoblación de Osona. A partir del siglo XI surgen las villas-mercado, pero previamente tan sólo hay núcleos político-militares: los castillos, muy densos en estas tierras fronterizas. Los vicarios y guerreros de los castillos tenían por misión defender el territorio de los musulmanes vecinos, mantener el orden público, garantizar el ejercicio de la justicia y cobrar los censos y tributos. Estos vicarios son la base del poder feudal señorial. Dentro del término del castillo surgen pequeños núcleos de población, las villas, donde se da una explotación agropecuaria y de recursos naturales. En el seno de estas villas había propiedades individuales familiares-individuales de los campesinos, así como bienes de uso común (bosques, yermos, pastos) y propiedades ajenas al campesinado que pertenecen a la Iglesia y la aristocracia. Parte de las villas del Ripollés pertenecían al monasterio de San Juan de las Abadesas, aunque fuera de este territorio no era frecuente esta situación. Las villas eran también demarcaciones fiscales y administrativas. Servían al poder como base de asentamiento y percepción de las cargas públicas, y constituían el marco de gestión de los fisco. A efectos eclesiásticos, un grupo de villas conforma una parroquia, también fuente de tributación. En las tierras de Ausona la Iglesia logró un gran poder, debido a las cesiones de poder al obispado de Vic y al monasterio de Ripoll. Por ejemplo, Vic recibió de Wilfredo Borrell, hijo de Wifredo el Velloso, la regalía de un tercio de los ingresos de la acuñación monetaria de la ciudad. Las tierras y propiedades del monasterio de Ripoll obtuvieron una primacía especial, teniendo completa potestad sobre sus acciones legales y siendo inmune el poder abacial a la intromisión condal.
La Casa de Barcelona (en catalán: Casal de Barcelona), fue la dinastía que en historiografía se considera que arranca de Wifredo el Velloso, conde de Barcelona. La historiografía tradicional fecha la extinción de la dinastía en la muerte sin descendencia masculina legítima de Martín el Humano en el año 1410. Barcelona unifica los condados catalanes La frontera cristiano-musulmana se estabiliza desde comienzos del siglo IX en la línea formada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf, quedando entre las primeras una amplia zona de nadie que no será ocupada hasta la época de Vifredo, y de manera definitiva en los años finales del siglo X, coincidiendo con los ataques de Almanzor. La fragmentación política es una constante en la historia de los dominios cristianos de la zona oriental, pero esta corriente disgregadora coexiste con una tendencia a la unidad, manifestada en el reconocimiento de un prestigio y de una autoridad superior de los condes de Barcelona, que intentarán en el siglo X unificar eclesiásticamente los condados catalanes mediante la reconstrucción de la metrópoli tarraconense. El primer intento es obra del abad Cesáreo de Montserrat, que consigue ser nombrado metropolitano por los obispos leoneses el año 954. El recurso a León se explica por la creencia de que en Compostela descansan los restos del apóstol Santiago, primer evangelizador de Hispania, pero aceptar la decisión de los obispos leoneses equivale, de algún modo, a reconocer la superioridad del rey de León, y el nombramiento de Cesáreo no será aceptado por el conde de Barcelona que buscará en Roma, la otra sede apostólica de Occidente, el nombramiento del obispo Atón de Vic como arzobispo con jurisdicción sobre todas las diócesis situadas en territorio catalán: Barcelona, Gerona, Vic, Urgel y Elna. El arzobispado no sobrevivió al arzobispo, del que sabemos fue asesinado, quizá como consecuencia del revuelo provocado por su nombramiento, que separaba la iglesia catalana de la franca para ponerla en manos del conde de Barcelona que, de este modo, ejercía un cierto control sobre el condado de Ampurias, políticamente diferenciado. El recurso a Roma para contrarrestar o evitar la presencia carolingiase fortalece a través de los monjes cluniacenses, dependientes directamente del Pontificado, y cuya regla adoptan en el siglo X la mayoría de los monasterios catalanes. La unión de condados lograda por Vifredo el Vellosono le sobrevive: el condado de Urgel se unirá momentáneamente al núcleo barcelonés hacia el 940 para ser una vez más separado y permanecer independiente hasta el siglo XIII. También Cerdaña-Besalú permanecen al margen del núcleo Barcelona-Gerona-Vic hasta los primeros años del siglo XII, como consecuencia del concepto patrimonial de los condes catalanes que distribuyen los condados entre sus hijos del mismo modo que dividían las tierras de su propiedad. Este concepto patrimonial no impedirá, sin embargo, que se mantenga la unión Barcelona-Vic-Gerona, aunque para lograrlo sea preciso atribuir los condados conjuntamente a dos o más hijos del conde como ocurrió a la muerte de Vifredo (898), de Suñer(954) o de Berenguer Ramón I(1035) tras el cual se puso en peligro la política unificadora. Aun cuando los datos son confusos, parece seguro que entre Ramón y su madre Ermesinda surgieron desavenencias que fueron aprovechadas por la nobleza para independizarse del conde, y que obligaron a los grupos en pugna a buscar la ayuda de fuerzas ajenas al condado: Ramón Berenguer parece haberse inclinado hacia Sancho el Mayor de Navarra, y Ermesinda contó con el apoyo de tropas normandas. La situación caótica provocada por estas diferencias, por la insubordinación de la nobleza y por la anarquía existente en el condado nos es conocida fundamentalmente a través de la actuación del abad Oliba, cuya personalidad llena la primera mitad del siglo XI catalán. Descendiente de los condes de Cerdaña, Oliba -monje de Ripoll, abad del mismo monasterio y del de Cuixá y obispo de Vic- actúa como mediador en los conflictos surgidos entre los condes catalanes y entre éstos y sus vasallos, y culmina su acción pacificadora con la difusión en Cataluña de las Constituciones de Paz y Treguaen las que -hasta fines del siglo XIII- se basarán los condes de Barcelona para mantener pacificados sus dominios. La institución que garantizaba la paz a los fieles en el cumplimiento de sus deberes religiosos, con el tiempo se hace laica, se transforma en paz y tregua del príncipe según se hace constar en los Usatges(usos y costumbres) de Barcelona o en las asambleas celebradas por los condes-reyes, que utilizan la fórmula eclesiástica para mantener pacificados los dominios durante sus ausencias. Aunque debilitada la presencia franca, la ruptura abierta con los monarcas no era aconsejable mientras persistiera el peligro musulmán, al menos mientras los reyes francos fueran capaces de ofrecer ayuda en caso de ataque. Fiados en este apoyo indirecto, los condes catalanes dirigen algunas expediciones contra los dominios musulmanes en la primera mitad del siglo X, pero al afirmarse la autoridad de Abd al-Rahmán IIIy de sus sucesores, Borrell II(954-992) se apresura a reconciliarse con el califa y las embajadas barcelonesas alternan en Córdoba con las leonesas, castellanas y navarras, y rivalizan con ellas en probar la buena disposición de los cristianos hacia los musulmanes y su obediencia a los deseos califales, sin que por ello Barcelona se viera libre de los ataques de Almanzor(985). La falta de ayuda franca ante estos ataques, la extinción de la dinastía carolingia definitivamente en el año 987 y el convencimiento de que nada podía esperar de los capetos fueron el pretexto invocado por Borrell II para romper los lazos que unían el condado barcelonés con la monarquía franca, y los catalanes de Urgel y de Barcelona actuarán en adelante con total independencia, real y teórica. Juntos colaboran con los eslavos en las luchas internas ocurridas en al-Andalus a la muerte del segundo de los hijos de Almanzor. Por primera vez los condes catalanes abandonan la política defensiva y emprenden una campaña que, pese a su relativo fracaso -en ella murieron el conde de Urgel y el obispo de Barcelona- constituyó un triunfo psicológico de gran trascendencia y, además, el botín logrado permitió una mayor circulación monetaria y una relativa activación del comercio; hizo posible la reconstrucción de los castillos derruidos por Almanzor y la repoblación de las tierras abandonadas y, sobre todo, sirvió para afianzar la autoridad del conde barcelonés frente a sus vasallos y ante los demás condes catalanes. |
Ibn Hazm Ibn Ḥazm: Abū Muḥammad ‘Alī b. Aḥmad b. Sa‘īd. Abenhazam de Córdoba. Córdoba, 994 – Montija (Huelva), 1064. Filósofo, historiador de la teología y del derecho, escritor. Biografía Hijo de un alto funcionario de la Corte omeya cordobesa, fue visir del breve reinado del califa ‘Abd al-Ramḥān V al-Mustazḥir. Pero tras la caída del califato y las consiguientes luchas por el poder, dado que fue un convencido y tenaz defensor de los omeyas y de la institución califal, fue encarcelado y luego expulsado de Córdoba, huyendo a Almería y a Játiva, donde escribió en 1022. El Collar de la Paloma. Al final, cansado de las luchas políticas y de su polémica defensa del ẓāhirismo (una de las cinco escuelas jurídicas del islam), se retiró a su casa en Montija, Huelva, donde murió. Fue un hombre de saber enciclopédico y su fuente principal en filosofía es el neoplatonismo y la lógica aristotélica. Conocía muy bien las ciencias, la teología y el derecho de su tiempo y el alto nivel que lograron en al-Andalus. Sin llegar a la concordancia entre filosofía y religión de otros autores, defiende el valor de la ciencia y la razón como preparación para la fe, puesto que por medio de la filosofía se puede llegar a demostrar la existencia de un solo Dios, que es Creador y que es Perfecto. El resto de las verdades respecto a Dios nos las da la revelación. Por este motivo, pone un especial cuidado en hacer una clara clasificación de las ciencias, enfocadas de modo práctico para el hombre religioso. Omite por ello la economía, por encontrarla contraria al espíritu del islam, la política por incluirla en la teología y la moral porque es una parte de la medicina del alma. De este modo, las ciencias se dividen en: Saberes particulares de cada pueblo: Teología (Sagrada Escritura, Derecho, Ciencia de las Tradiciones, Teología), Historia, Filología (Gramática, Lexicografía); Saberes generales de todos los hombres: Matemáticas (Aritmética, Geometría, Agrimensura), Medicina (del alma o ética y del cuerpo), Astronomía, Filosofía, la cual, a su vez, se divide en Física (Mineralogía, Botánica, Zoología) y Racional (Natural-Física, Divina-Metafísica); Ciencias mixtas: Poética (Crítica literaria, Preceptiva), Retórica, Interpretación de sueños. La magna obra titulada Kitāb al-fiṣal wa-l-nihāl (Libro de las soluciones divinas [acerca de las religiones, sectas y escuelas]), traducida por Asín Palacios en cinco volúmenes en 1927-1932 con el título de Abenhazam de Córdoba y su Historia Crítica de las ideas religiosas, es, sin duda, el primer tratado de historia comparada de las religiones escrito en idioma alguno. En ella demuestra sus amplios conocimientos de todas las religiones, que analiza y compara, expone las distintas actitudes religiosas que puede tener el hombre, desde el escéptico y el ateo hasta el teólogo más estricto, pasando por el simple creyente. Por supuesto, da especial importancia a las religiones del libro (judaísmo, cristianismo), que han recibido una especial revelación de Dios que culmina en el islam. Mención especial merece su obra Ţawq al-ḥamāma (El collar de la paloma). Ibn Ḥazm se adhiere a la corriente literaria y estética de los Banū ‘Uḏra o “Hijos de la Virginidad”, de Bagdad a la cual se unieron diversos literatos aristócratas de Córdoba capitaneados primero por Ibn Šuhayd y luego por el propio Ibn Ḥazm. Se trataba de una forma de concebir la belleza, el amor, la literatura de una manera sumamente exquisita, en la que mezclaban Platón, neoplatonismo y estoicismo. Ibn Ḥazm parte de la base, siguiendo a Platón interpretado por Ibn Dawūd, en su Kitāb al-zahra (Libro de la flor), de que las almas están predispuestas antes del nacimiento a unirse como si fueran medias esferas. Luego, al encontrarse en este mundo y partiendo del principio de que el alma es bella y busca la belleza, al percibir la belleza interior de esas medias esferas a través de la belleza corporal, surge el amor. Un amor que si es verdadero es eterno. El amor que se queda en la belleza puramente física es el amor carnal, que no tiene para él ningún valor. El libro es de una exquisitez ejemplar y puede ponerse al lado de los libros sobre el fenómeno amoroso más importantes de la literatura y compararse al dolce stil nuovo italiano. Hay que subrayar, asimismo, la influencia que tuvo en diversos autores como el arcipreste de Hita y su Libro del buen amor, así como en la Gaya Ciencia de Guillermo IX de Aquitania y en el mundo de los trovadores. Otra obra a destacar de Ibn Ḥazm es Kitāb al-ajlāq wa-l-siyar (Libro de los caracteres y la conducta). En él expone las normas de conducta y del buen hacer moral, muy impregnado de estoicismo y de moral platónica e islámica, y vuelve al tema del amor, haciendo matizaciones de una gran sutileza psicológica. Un tema abordado por Ibn Ḥazm es el del origen del lenguaje. Según él, hay cuatro teorías que lo explican. Una, que fue creado por Dios, según se dice en el Corán, tomándolo también del Génesis, II, 19-20. Segunda, por convención humana, lo cual tiene la dificultad de que no se explica cuándo se produjo la convención y cómo sería la situación de los hombres antes de inventar el lenguaje, ya que sin éste no es posible la existencia y coexistencia humanas. Tercera, por instinto natural, teoría que se contradice por la multiplicidad de las lenguas. Cuarta, por las condiciones geográficas, algo imposible pues lugares similares darían lenguas similares, lo cual no es verdad. En consecuencia, Ibn Ḥazm suscribe la primera teoría, la de que Dios enseñó la primera lengua hablada. Lo que no se sabe es cuál sería esta lengua. Dios enseñó la primera lengua a Adán y luego se fue diferenciando con el tiempo y según las gentes. No hay una lengua superior a otra ni más sagrada que otra, pues Dios se ha ido revelando en la Biblia, Evangelio y Corán en distintas lenguas. Lo único que dice Ibn Ḥazm es que el árabe, el siríaco y el hebreo proceden de un tronco común, del cual se separaron por diferenciación progresiva. Esta tesis la apoya en sus observaciones sobre el árabe andalusí, pues éste era distinto en el Valle de los Pedroches y en Córdoba, los cuales, a su vez, son distintos del norteafricano y del árabe oriental. El historiador al-Marrākušī, (siglos XII-XIII), ciento cincuenta años después, en su Historia de los almohades, le llama “el más célebre de todos los sabios de al-Andalus”. Y de hecho, su influencia fue profunda tanto en el mundo musulmán (por ejemplo en al-Gazzālī) como en el cristiano. Obras Kitāb al-fiṣal wa-l-nihāl (Libro de las soluciones divinas [acerca de las religiones, sectas y escuelas]), El Cairo, al-maktaba al-adabīya, 1899-1900, 5 ts. (trad. esp. de M. Asín Palacios, Abenhazam de Córdoba y su Historia crítica de las ideas religiosas, Madrid, Real Academia de la Historia, 1931, 5 vols.) Ţawq al-ḥamāma (El collar de la paloma), ed. de D. K. Petrof, Leiden, Brill, 1914, (trad. esp. de E. García Gómez, Madrid, Alianza, 1952) Kitāb al-ajlāq wa-l-siyar (Libro de los caracteres y la conducta), ed. de ‘I. ‘Abbās, Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. I, Beirut, 1980, págs. 333-415 (trad. esp. de M. Asín Palacios, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1916) Kitāb al-ihkām li-uṣūl al-aḥkām (Libro de los principios de los fundamentos jurídicos), ed. de ‘I. ‘Abbās, Beirut, Dār al-Afāq al-Ŷadīda, 1980, 8 vols. Risāla fī faḍl al-Andalus (Tratado sobre la excelencia de al-Andalus [con mención de sus sabios]), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. II, op. cit., págs. 171-188 [trad. fr. de Ch. Pellat, “Ibn Ḥazm, bibliographe et apologiste de l’Espagne musulmane”, en Al-Andalus, Madrid, 19 (1954), págs. 53-102] Faṣl fī ma‘rufāt al-nafs bi gayrihā wa ŷahalhā bi-dātihā (Artículo acerca del conocimiento que tiene el alma de las cosas diferentes de ella y de la ignorancia que tiene de sí misma), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. I, op. cit. págs. 443-446 [trad. esp. de J. Lomba, en Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, XXIX (1997), págs. 139-161] Risāla al-tawqī ‘alà sāri‘ al-naŷāḥ bi bi-ijtiṣār al-ṭarīq (Tratado sobre la puesta al corriente sobre la senda de la salvación abreviando el camino), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. III, op. cit., págs. 131-140 Risāla fī alam al-mawt wa-ibṭāli-hi (Tratado sobre el dolor de la muerte e invalidación de esta idea), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. IV, op. cit., págs. 359-360 Kitāb fī marātib al-‘ulūm (Libro sobre la clasificación de las ciencias), ed. de A. Šahwān, Dayr al-Zūr, 1999 [reseña de sus 142 obras conocidas], en Enciclopedia de la cultura andalusí, t. III, Almería, Fundación Ibn Tufayl, 2004, págs. 403-442 Bibliografía M. Asín Palacios, “La théologie dogmatique d’Abenhazam de Cordoue”, en Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques (París), 19 (1930), págs. 51-62 Ch. Pellat, “Ibn Ḥazm bibliographe et apologiste”, en Al‑Andulus, 19 (1954), págs. 53‑102 R. Arnaldez, Grammaire et théologie chez Ibn Ḥazm de Cordoue, Paris, Vrin, 1956 M. Cruz Hernández, “La justificación de la monarquía según Ibn Ḥazm de Córdoba”, en Boletín del Seminario de Derecho Político (Salamanca), 1959 M. Cruz Hernández, “El neoplatonismo de Ibn Ḥazm de Córdoba”, en Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos (MEAH) (Granada), 10 (1962), págs. 121-128 J. Lomba, “La beauté objective chez Ibn Ḥazm”, en Cahiers de civilisation Médiévale (Poitiers), 7 (1964), págs. 1-18 y 161-178 S. Gómez Nogales, “Teoría y clasificación de las ciencias según Ibn Ḥazm”, en Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, Granada, págs. 14-15 (1965-1966), págs. 49-73 J. Lomba, “Ibn Ḥazm o el misterio de la belleza”, y D. Urvoy, “La perception imaginative chez Ibn Ḥazm”, en MEAH, 38 (1989-1990), págs. 117-139 y 359-366, respect. J. M. Puerta Vilchez, Historia del pensamiento estético árabe, Madrid, Akal, 1997, págs. 474-548 R. Ramón Guerrero, “La lógica en Córdoba. El libro Al-Taqrīb li-ḥadd al-manṭiq de Ibn Ḥazm”, en Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos (Madrid), 29 (1997), págs. 163-180 J. Lomba, “Belleza y amor en el pensamiento de Ibn Ḥazm”, en Filosofía medieval árabe en España, Madrid, Fundación Fernando Rielo, 2000, págs. 43-68 J. M. Puerta Vilchez y R. Ramón Guerrero, “Ibn Ḥazm, Abū Muḥammad”, en Enciclopedia de la cultura andalusí, t. III, op. cit., págs. 392-443 C. Adang, M. Fierro y S. Schmidtke (eds.), Ibn Ḥazm of Cordoba: the life and works of a controversial thinker, Leiden, Brill, 2013 |
Al-Muqtabis fī taˀrīj riŷāl al-Ándalus (en árabe, الـمـقـتـبـس في تـاريـخ عـلـمـاء الأنـدلـس), referenciado en español sencillamente como el Muqtabis y traducido completamente como el Libro de la Historia Real del Ándalus, es una obra histórica en 10 volúmenes realizada durante el siglo XI por Abu Marwán Hayyán Ibn Jálaf Ibn Husáin Ibn Hayyán al-Qurtubi, conocido como Ibn Hayyán. Historia y estructura El Muqtabis fue concebido por su autor como una historia de al-Ándalus desde su fundación hasta el momento de su escritura. Su nombre original es "El que toma la candela ajena acerca de la historia de los hombres de Al-Andalus" y hace referencia a su carácter de compilación de obras previas de cronistas árabes.[1] El Muqtabis era, en origen, la segunda parte de una obra más ambiciosa titulada "La Gran Historia"[2] (al- Ta´rij al-Kabir), precedida por otro libro llamado al-Matin ("Lo sólido"), que describía aquellos hechos de los que el autor había sido testigo directo, centrados sobre todo en la disolución del Califato omeya y el surgimiento de los reinos de Taifas. La obra está compuesta por diez volúmenes de los cuales nos han llegado completos tres más un fragmento de un cuarto, divididos de la siguiente manera:
Los tomos II, III y V del Muqtabis fueron escritos entre los años 1039 y 1058, mientras que el fragmento del Muqtabis VII fue compuesto al inicio de la fitna o guerra civil que culminó con la desintegración del Califato. Estilo El Muqtadis bebe de obras anteriores, crónicas cortesanas muy detalladas realizadas por diversos autores de crónica califal que son citados por el autor. Destacan Ahmad al-Razi y su hijo Isa Al-Razid (m. en 989 y autor de una obra perdida titulada Kitab al-Mu´ib, "el Libro Cumplido", una historia de la dinastía omeya). Al ser anales oficiales contienen una gran cantidad de datos cotidianos sobre el funcionamiento administrativo y las dinámicas internas de poder del Califato, lo que convierte la obra en una de las principales fuentes de información del periodo. Muqtabis VII El Muqtabis VII, o más bien el fragmento correspondiente a dicho tomo, fue descubierto en 1888 por el arabista Francisco Codera en una biblioteca particular de la ciudad de Constantina, Argelia. Tras copiarla, depositó el texto en la Real Academia de la Historia de Madrid donde permaneció sin traducir o editar hasta los años sesenta, década en la que fue objeto de dos publicaciones. La primera, a cargo de un académico iraquí llamado Abd al-Rahman Áli al-Hayyi como parte de una tesis doctoral[4] Tres años después, el arabista y diplomático español Emilio García Gómez lo publicó bajo el título "Anales palatinos del Califato de Córdoba"[5]. En el año 2019 el arabista Eduardo Manzano Moreno publicó una edición crítica como "La corte del Califa. Cuatro años en la Córdoba de los Omeyas". Referencias
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Abu Marwán Hayyán Ibn Jálaf Ibn Husáin Ibn Hayyán al-Qurtubi, conocido habitualmente como Ibn Hayyan o Ibn Haiyan (Córdoba, 987 – ibídem, 1075), historiador hispanomusulmán, fue funcionario de la dinastía amirí e hijo de un importante burócrata de Almanzor. Redactó diversas obras de temática histórica que se han conservado de forma parcial y que constituyen una de las principales fuentes para el estudio del final de la dinastía amirí, las revueltas de Córdoba y el comienzo de los reinos de taifas. Al igual que Ibn Hazm, se destaca como un defensor de la dinastía de los Omeyas, criticando la caída de esta, con la consiguiente ruptura del centralismo andalusí y la creación de las distintas taifas. Obras
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Ibn Hayyan Ibn Ḥayyān: Abū Marwān Ḥayyān b. Jalaf b. Ḥayyān. Córdoba, 987 – 29.X.1076. Cronista andalusí, erudito. Biografía La familia de Ibn Ḥayyān procedía de un cliente (o liberto) del primer emir omeya de al-Andalus, ‘Abd al-Raḥmān b. Mu‘āwiya (731-788), dato que no arroja mucha luz sobre su origen, puesto que entre esos clientes había tanto indígenas hispanos convertidos al islam como esclavos manumitidos o beréberes. En contra de lo que fue habitual con las familias vinculadas por clientela al emir, la de este Ḥayyān no parece que gozara de una posición importante dentro de la Administración civil o militar del Estado, pues no se poseen noticias de ninguno de sus miembros hasta varias generaciones después. El primer Ibn Ḥayyān en desempeñar un cargo de cierto relieve fue el padre del historiador, Jalaf b. Ḥusayn (951/952-1036), quien fue secretario de Almanzor y de su hijo al-Muẓaffar. El profundo conocimiento que, gracias a su posición, tuvo Jalaf de las interioridades de la política cordobesa de los últimos años del califato no fue desaprovechado por su hijo, que recurrió con mucha frecuencia en su obra histórica a las informaciones que su padre le había suministrado. Abū Marwān b. Ḥayyān creció, por tanto, en un ambiente acomodado y muy cercano al círculo del poder político, detentado entonces por el senescal Almanzor. Su educación no fue la especializada de un ulema, el sabio dedicado a las ciencias religiosojurídicas, sino la más amplia de un miembro de una familia de buena posición que recibe una formación completa, pero más orientada hacia las disciplinas del adab (lengua, gramática, literatura, etc.). Este aprendizaje se reflejaría posteriormente en las obras históricas escritas por Ibn Ḥayyān, en las que utilizó un estilo elegante y, en ocasiones, rebuscado, claramente distinto del que los cronistas anteriores habían empleado hasta entonces, sobrio y conciso. Las noticias sobre la vida de Ibn Ḥayyān son muy escasas, probablemente porque su actividad pública fue muy limitada. Dedicado en cuerpo y alma desde muy temprana edad a la elaboración de su obra histórica, únicamente en la etapa final de su vida, durante el gobierno de Abū l-Walīd ibn Ŷahwar (1043-1064), aceptó un cargo oficial, aunque más bien se trataba de un medio encubierto de remediar la penuria por la que pasaba Ibn Ḥayyān: el gobernante cordobés, que sentía un gran aprecio por el historiador, lo nombró redactor de los anales palatinos y le asignó un sueldo elevado. Ibn Ḥayyān vivió muy de cerca un período decisivo de la historia de al-Andalus. Nacido durante el reinado de Hišām II y el gobierno de Almanzor, asistió a la fulgurante caída del califato omeya y a la instauración de los reinos de taifas. Irreductible legitimista, la desaparición del único poder que reconocía como legal y la proliferación de reyezuelos que combatían entre sí marcó amargamente no sólo su vida, sino también su obra, que está impregnada en su totalidad de un odio indisimulado hacia los que él consideraba responsables de la calamidad que había caído sobre al-Andalus: los beréberes y los gobernantes andalusíes que habían provocado, permitido o aprovechado la ruina de la dinastía omeya. La obra histórica de Ibn Ḥayyān se ha perdido en su mayor parte, pues sólo se han conservado cuatro fragmentos de su Muqtabis y ninguno del Matīn, pero fue tal su influencia sobre los cronistas posteriores que, gracias a las numerosas y amplias citas que éstos hacen de su Historia, podemos conocerla con bastante precisión. Aunque algunos autores le atribuyen una serie de títulos menores —todos de tipo histórico—, lo cierto es que la producción escrita de Ibn Ḥayyān se contiene en dos obras claramente diferenciadas, el Muqtabis, crónica elaborada exclusivamente con citas de los autores anteriores a él, y el Matīn, texto redactado personalmente por Ibn Ḥayyān en el que utiliza las informaciones suministradas por los testigos y protagonistas de los hechos, uno de los cuales era él mismo. Es imposible ofrecer una fecha de redacción de ninguna de las dos obras, puesto que hay datos suficientes para asegurar que ambas fueron labor de toda una vida, comenzada cuando Ibn Ḥayyān era un joven de veinte años y finalizada en los últimos años de su existencia. Tanto en su faceta de compilador como en la de historiador, Ibn Ḥayyān representa la más importante figura de la historiografía andalusí. Su Muqtabis es, a la vez, recopilación de todo lo escrito con anterioridad sobre la historia de al-Andalus —desde la conquista musulmana hasta el final de los ‘āmiríes— y fuente de casi todo lo que se escribió después. El Matīn, por su parte, además de ser también la crónica de la que bebieron casi en exclusiva los historiadores posteriores para narrar el desmoronamiento de la dinastía omeya y el surgimiento de las taifas, es un monumento histórico y literario surgido de la pluma de un hombre de amplísima cultura, testigo dolido, pero no silencioso, de unos acontecimientos que le afectaron intensamente y ante los que reaccionó utilizando las armas que tenía a su alcance y en las que era verdaderamente diestro: la crítica punzante, la ironía demoledora, la denuncia firme e insobornable. Frente a la aparente objetividad del Muqtabis, colección de citas textuales e in extenso de otros autores, entre las que muy pocas veces aparece la voz de Ibn Ḥayyān, el Matīn es, antes que nada, la expresión de los sentimientos y de la ideología del autor, pero lo que en manos de cualquier otro se hubiera convertido en una vulgar proclama panfletaria, en las de Ibn Ḥayyān resulta ser una obra cumbre de la historiografía árabe, en la que se dan cita el más depurado y preciso lenguaje, el aquilatado estudio de la psicología de los protagonistas, las atinadas observaciones sobre la política de la época, las expresivas escenas de la vida cotidiana y el pulso de una ciudad, Córdoba, que contempla estupefacta cómo se diluye su esplendor. Ante la magnitud de la empresa brillantemente culminada por Ibn Ḥayyān, ¿qué importa que la dedicatoria de su Historia estuviese dirigida a al-Ma’mūn b. Ḏī l-Nūn, uno de esos régulos de taifas a los que tanto odiaba? Obras Al-Muqtabis, del que se conservan fragmentos de cuatro de sus libros: II (II b, final del reinado de al-Ḥakam I y comienzo del de ‘Abd al-Raḥmān II, ed. facs. de J. Vallvé, Madrid, 1999; ed. crít. de M. ‘A. Makkī, Riyad, 2003; trad. de M. ‘A. Makkī y F. Corriente, Crónica de los emires Alhakam I y ‘Abdarraḥmān II entre los años 796 y 847 [Almuqtabis II-1], Zaragoza, 2001; y II c, final del reinado de ‘Abd al-Raḥmān II y comienzo del de Muḥammad, ed. de M. ‘A. Makkī, Beirut, 1973); III [comienzo del reinado de ‘Abd Allāh, ed. de M. Martínez Antuña, París, 1937; trad. de J. E. Guráieb, “Al-Muqtabis de Ibn Ḥayyān”, en Cuadernos de Historia de España, vols. XIII (1950) al XXXI-XXXII (1960)]; V [comienzo del reinado de ‘Abd al-Raḥmān III, ed. de P. Chalmeta et al., Madrid, 1979; trad. de M.ª J. Viguera y F. Corriente, Crónica del califa ‘Abdarraḥmān III An-Nāşir entre los años 912 y 942 (al-Muqtabis V), Zaragoza, 1981]; VII (cinco años del reinado de al-Ḥakam II, ed. de ‘A. al-Ḥaŷŷī, Beirut, 1965; trad. de E. García Gómez, Anales palatinos del califa de Córdoba al-Ḥakam II, por ‘Īsà b. Aḥmad al-Rāzī, Madrid, 1967) Bibliografía E. García Gómez, “A propósito de Ibn Ḥayyān”, en Al-Andalus, XI (1946), págs. 395-423 M.ª J. Viguera, “Referencia a una fecha en que escribe Ibn Ḥayyān”, en Al-Qanţara, IV (1983), págs. 429-432 M.ª L. Ávila, “La fecha de redacción del Muqtabis”, en Al-Qanţara, V (1984), págs. 93-108 L. Molina, “La Crónica anónima de al-Nāşir y el Muqtabis de Ibn Ḥayyān”, en Al-Qanţara, VII (1986), págs. 19-30 M.ª J. Viguera, “Cronistas de al-Andalus”, en España, al-Andalus, Sefarad: síntesis y nuevas perspectivas, Salamanca, Universidad, 1988, págs. 85-98 M.ª L. Ávila, “Obras biográficas en el Muqtabis de Ibn Hayyan”, en Al-Qantara, X (1989), págs. 463-484 L. Molina, “Historiografía”, en M.ª J. Viguera (coord.), Los Reinos de Taifas, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. VIII-1, Madrid, Espasa Calpe, 1994, págs. 1-27 B. Soravia, “Ibn Ḥayyān, historien du siècle des Taifas. Une relecture de Ḏahīra I/2, 573-602”, en Al-Qantara, XX (1999), págs. 99-117 J. Mohedano Barceló, “Ibn Ḥayyān”, en J. Lirola Delgado y J. M. Puerta Vílchez (dirs. y eds.), Biblioteca de al-Andalus, 3: De Ibn al-Dabbag a Ibn Kurz, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, 2004 (Enciclopedia de la Cultura Andalusí), págs. 357-374 |



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