—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

domingo, 15 de julio de 2012

132.-Antepasados del rey de España : Wifredo el Velloso, conde de Barcelona.


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farías Picón; Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolás Wasiliew Sala; Marcelo Yáñez Garín; 

  
 Wifredo el Velloso, conde de Barcelona.


 
Aldo  Ahumada Chu Han 

Wifredo el Velloso (en catalán Guifré el Pilós; también conocido como Wilfredo, Vilfredo, Guifredo o Guilfredo) (840-897), hijo de Sunifredo de Urgel, conde de Urgel y de la Cerdaña (868/70-897), de Barcelona y Gerona (878-897) y de Osona (886-897) de facto, si bien de iure no lo fue hasta el 878.

Wifredo pertenecía a un linaje hispanogodo de las inmediaciones de Prades, en el condado de Conflent, actualmente en el Rosellón francés. Conde de Urgel y Cerdaña en 870, recibió en el año 878 los condados de Barcelona, Gerona y Besalú de los reyes carolingios. Su gobierno coincidió con un periodo de crisis que llevó a la fragmentación del Imperio carolingio en principados feudales.
Wifredo fue el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca y el primero que legó sus estados a sus hijos. A partir de entonces, los condados se transmitieron por herencia y los reyes francos simplemente sancionaron la transmisión. De esta forma, se crea la base patrimonial de la casa condal de Barcelona.
A la figura de Wifredo hay que atribuir la independencia de facto de los condados catalanes respecto del reino franco y la creación de una extensa base patrimonial. Una de sus acciones más relevantes fue la repoblación de la plana de Vich (878-881), una extensa tierra de nadie situada entre los dominios carolingios y los musulmanes, que posteriormente se convertiría en el Condado de Osona. Allí fundó los monasterios de Ripoll y San Juan de las Abadesas, y restauró el obispado de Vich.

Orígenes familiares.

La leyenda lo hace hijo del conde Wifredo de Ria,​ caballero de la villa homónima, situada cerca de Prades en el condado de Conflent, uno de los condados de la Septimania bajo soberanía franca, y vengador del asesinato de su padre por el conde Salomón, al cual Wifredo el Velloso supuestamente dio muerte.

A partir de los estudios de los monjes benedictinos dom De Vic y dom Vaissete, autores de la Histoire générale de Languedoc,​ se considera que Wifredo era en realidad hijo de Sunifredo de Urgel, un noble hispanogodo, nombrado conde de Urgel y de Cerdaña en 834 por el emperador Luis el Piadoso, y de Barcelona, Gerona, Narbona, Nimes, Agde, Besiers y Magalona en 844 por el rey franco Carlos el Calvo.
Desde los estudios de Ramón de Abadal, algunos autores consideran a Wifredo miembro del linaje de los bellónidas, ya que, según Abadal,3​ Sunifredo era hijo de Bellón I de Carcasona, que habría sido el primer conde de Carcasona en tiempos de Carlomagno. Otros autores, en cambio, defienden la hipótesis de que era descendiente de Bellón por vía materna, mientras que por vía paterna lo era del conde Borrell de Osona.

En las luchas dinásticas surgidas en el Imperio franco tras la muerte de Luis el Piadoso (840) y del Tratado de Verdún (842-843), el conde Bernardo de Septimania, conde de Barcelona y Gerona (825-832 y 835-844), Narbona, Besiers, Agde, Magalona y Nimes (828-832 y 835-844) y de Tolosa (835-844) va a alinearse con Pipino II de Aquitania, en tanto que los bellónidas se mantenían fieles a Carlos el Calvo. En 844, tras haberse apoderado de Tolosa, Carlos capturó a Bernardo y lo hizo ejecutar. En recompensa a la fidelidad a la corona, tras la ejecución de Bernardo, Carlos el Calvo concedió los condados de Barcelona, Gerona, Narbona, Nimes, Agde, Besiers y Magalona a Sunifredo de Urgel y Cerdaña.

Sin embargo, en 848, Guillermo de Tolosa, hijo de Bernardo de Septimania, nombrado conde de Barcelona por Pipino II, se apoderó de este condado y del de Ampurias. Es probable que los condes Sunifredo de Urgel-Cerdaña-Barcelona y Suniario I de Ampurias, que habían permanecido leales a Carlos el Calvo, muriesen en estas luchas.

Las investiduras condales.

Las investiduras, por parte de Carlos el Calvo en 870, de Wifredo el Velloso como conde de Urgel y Cerdaña y de su hermano Miró para el cargo condal de Conflent se inscriben en la reanudación de los bellónidas, iniciada en 862 con el nombramiento de los hermanos Delá y Suñer II, hijos de Suñer I de Ampurias y Rosellón y primos hermanos de Wifredo y Miró, como condes de Ampurias.
En junio de 870, en la asamblea de Attigny, y habiendo muerto el conde Salomón de Urgel, Cerdaña y Conflent, el joven Wifredo recibió estos honores del rey Carlos el Calvo. El Conflent lo cedió a su hermano Miró (conocido por Miró el Viejo).

Rebelado Bernardo de Gothia, conde de Barcelona, Rosellón, Narbona, Agde, Besiers, Magalona y Nimes, contra Carlos el Calvo, Wifredo el Velloso, ayudado por su hermanos Miró de Conflent y Sunifredo (después abad de Arlés), y por el vizconde de Narbona Lindoí, que se pusieron del lado de Carlos y después del de su hijo, Luis el Tartamudo, avanzaron por la Septimania donde eliminaron por la fuerza a los nobles fieles a Bernardo (como el obispo Sigebuto de Narbona), y expulsaron de sus iglesias a los sacerdotes que no les eran partidarios. Esto debió de ocurrir a comienzos del año 878, quizás en marzo y abril. La rebelión de Bernardo se hundió. En agosto, el concilio de Troyes, presidido por el papa Juan VIII y por el rey Luís el Tartamudo tomó decisiones religiosas y políticas. 
En este concilio estarían presentes Wifredo el Velloso de Urgel y Cerdaña, Miró de Conflent, Suñer II de Ampurias y Oliba II de Carcasona como personalidades políticas, y los obispos de Elna, Gerona, Barcelona y Urgel como principales personalidades eclesiásticas de la Gothia. El 11 de septiembre de 878 Bernardo fue declarado desposeído de sus honores, los cuales serían repartidos. En el reparto, Wifredo el Velloso fue investido conde de Barcelona, Osona, Gerona y Besalú. Los condados de Narbona, de Besiers y de Agde, hasta entonces vinculados al de Barcelona quedan separados. Su hermano Miró de Conflent recibió el condado de Rosellón. Wifredo cedió la administración de Besalú a su hermano Radulfo (878-920). Sunifredo será abad de Arlés y Riculfo obispo de Elna.

La intervención en Osona.

Tras las investiduras de 878, los dominios de Wifredo abarcaban tanto el área montañosa —Urgel y Cerdaña— como la marítima —Barcelona y Gerona—. Durante todo el siglo IX, excepto en el breve periodo de Sunifredo (844-848), el padre de Wifredo, como conde de Urgel, Cerdaña, Barcelona, Gerona y Narbona, estas dos zonas se habían mantenido separadas, regidas siempre por condes diferentes. En gran parte, porque impedía la comunicación entre ellas el espacio vacío central configurado por las actuales comarcas de Ripollés, el Valle de Lord, Berguedá, Llusanés, la Plana de Vic, Moyanés, las Guillerías y Bages, territorio despoblado a raíz de los desórdenes de la sublevación de Aizón.

En esta área vacía, se registra una fuerte corriente de inmigración procedente de las comarcas pirenaicas —Pallars, Urgel y Cerdaña— a finales del siglo IX. Tras casi dos siglos, desde los inicios de la crisis de la monarquía visigoda hasta el fin del poder carolingio, de haber acogido a los que abandonaban las llanuras a causa de los riesgos de la inestabilidad política, ahora las tierras de alta montaña habían llegado a padecer superpoblación. Por esto, a mucha gente no le quedó otro remedio que intentar establecerse en las tierras bajas.

Aldo  Ahumada Chu Han 

Ante de esta situación, Wifredo el Velloso, cuyos condados rodeaban toda esta área de nueva población, intervino en la zona para canalizar la colonización. Nombra veguers para delimitar las áreas de colonización y los núcleos de poblamiento, así como también integra este territorio dentro de las estructuras condales. 
En un principio, cuando las características y situación de la zona lo permitían, Wifredo anexionó las áreas repobladas a un condado ya existente: Vall de Lord fue incluido dentro del condado de Urgel, y el pagus de Berga —el actual Berguedá— en el condado de Cerdaña. Ahora bien, la región central del Ripollés, Plana de Vic, Llusanés y las Guillerías configuraban un territorio tradicionalmente estructurado alrededor de la ciudad de Ausona con una tradición étnica propia —era la antiguo país de los ausetanos—. Por esto, Wifredo crea un distrito propio, el condado de Osona, dónde también fueron incluidas las tierras del Moianés y Bages, las cuales, a pesar de tener un núcleo tradicional —la ciudad de Manresa— y también una personalidad histórica derivada de haber sido el país de los lacetanos, por su situación de primera línea de frontera con el Islam y por su escaso poblamiento, no tenían la suficiente entidad como para estructurar una demarcación específica; de aquí el valor meramente geográfico y nunca jurídico de la expresión condado de Manresa, frecuente en los documentos. Al nuevo condado de Osona, Wifredo, habiéndose reservado el cargo de conde, en 885 nombra un vizconde, con la misión de ejercer las funciones condales en ausencia del conde.

En la vertiente eclesiástica, hizo falta integrar la red de parroquias, erigidas a menudo por los mismos colonos, dentro de la jerarquía episcopal. A consecuencia de su proximidad geográfica, las parroquias del Berguedá y las de Vall de Lord fueron incluidas dentro de la diócesis de Urgel. Ahora bien, en el área central fue necesario restaurar el de obispado de Osona (Ausona), ciudad destruida por la invasión musulmana del siglo VIII. En 886, Wifredo el Velloso consiguió del arzobispo de Narbona, metropolitano de los obispados sur-pirenaicos, el restablecimiento de la diócesis y la consagración episcopal del arcipreste Gotmar. El nuevo obispo hizo erigir la nueva catedral fuera del recinto de Ausona —una ciudad abandonada y en ruinas, debido a las destrucciones provocadas primero por los musulmanes y, después, por la sublevación de Aizón— y la situó en un nuevo núcleo de población, próximo a la antigua ciudad, un vecindario (vicus en latín), origen de la actual Vich.

Dentro de la reorganización eclesiástica de la nueva región, Wifredo fundó los monasterios de Santa María de Ripoll (880) y de San Juan de las Abadesas (885), dotados no sólo de tierras sino también de derechos públicos y privilegios jurídicos. Así, Ripoll recibió los beneficios de los servicios reales debidos por los habitantes de Estiula y Ordina, de las pesqueries del Ter y del Freser, así como también un tercio del impuesto del mercado, y, además, el monasterio fue declarado exento de la jurisdicción de los tribunales condales en materia de homicidios, raptos y otros delitos, al tiempo que a los monjes les fue reconocido el derecho de elegir libremente su abad según la regla de San Benito.
 El monasterio —femenino— de San Juan recibió, además de grandes latifundios, el castillo de Montgrony con su término y su iglesia. Por su parte, en 899, Emma, hija de Wifredo el Velloso, nombrada abadesa de San Juan a instancias de su padre, consiguió del rey Carlos el Simple un privilegio de inmunidad respecto del gobierno de los condes para la abadesa y el cenobio, puestos bajo exclusiva jurisdicción real; y en 913, obligar, en virtud de una sentencia judicial, a los habitantes del valle de Sant Joan a reconocer la propiedad monacal sobre las tierras que ocupaban. Emma, después de haber ganado un pleito contra su hermano, el conde Miró de Cerdaña, consiguió afirmar la jurisdicción abacial, excluyendo a los pobladores de los alrededores de prestar servicios reales al conde.

La crisis de la monarquía carolingia.

Muerto Luis el Tartamudo (879), el reino franco se divide entre sus hijos, los dos menores de edad: Luis III recibió Neustria, Austrasia y Lorena, en tanto que Carlomán recibía Borgoña, Aquitania, Septimania y los condados sur-pirenaicos.

El vacío de poder causado por esta sucesión se agrava por las muertes sucesivas de Luis III (882) y de Carlomán (884). A causa de los difíciles momentos que pasaba el reino debidos a los continuos ataques de los normandos contra las costas atlánticas, se descartó entronizar a Carlos el Simple —hijo póstumo de Luis el Tartamudo, de sólo cinco años de edad— y, por tanto buscar un monarca capaz de hacer frente a los invasores escandinavos. En la asamblea de Ponthion (885) los magnates francos optaron por ofrecer la corona al hijo de Luis el Germánico, Carlos el Gordo, rey de Germania coronado emperador por el Papa en 881. Todo el territorio carolingio quedaba, pues, de nuevo bajo el dominio de un único soberano.

Aun así, Carlos el Gordo enseguida demostró que no tenía el temple de su abuelo Luis el Piadoso ni, menos aún, el de su bisabuelo: ante el asedio en París por los normandos entre noviembre de 885 y octubre de 886, Carlos sólo fue capaz de comprar la retirada a cambio de pagarles un tributo. Además, en la Francia oriental, tampoco pudo dominar las revueltas de Franconia, Sajonia, Turingia, Baviera y Suabia. Por todo esto, en 887 Carlos fue destronado.

Tras el fallecimiento de Carlos el Gordo (888), acontecido en medio de la indiferencia y el olvido general, el sistema carolingio se encaminaba hacia su desaparición. En la Francia oriental, la dinastía parecía poder tener alguna continuidad con el sobrino de Carlos, Arnulfo, hijo ilegítimo de Carlomán de Baviera, proclamado rey de Germania en 887, en revuelta contra su tío, y, pese a su condición de bastardo, coronado emperador por el Papa en 896. Ahora bien, a la muerte de Luis el Niño (899-911), hijo y sucesor de Arnulfo de Germania, los nobles alemanes eligieron rey a Conrado, duque de Franconia, ajeno a la dinastía carolingia la cual ya no volvió a reinar nunca jamás en Germania. 
Por su parte, en Italia, el destronamiento de Carlos el Gordo (887) inició un proceso de luchas entre los magnates, los cuales consiguieron además convertir el Papado en un instrumento de sus propósitos imponiendo pontífices serviles y de baja condición moral. Finalmente, en la Francia occidental, la persistencia, debido a la vergonzosa capitulación de Carlos el Gordo, de los ataques normandos planteó de nuevo la necesidad de encontrar un monarca con dotes de caudillo militar. En 888, ignorando nuevamente los posibles derechos de Carlos el Simple, los nobles eligieron rey a Eudes, conde de París, que no pertenecía a la estirpe carolingia, rompiendo así el principio de legitimidad.

Los condes de la Marca Hispánica y la crisis carolingia.

Siguiendo la tradición de los condes de ascendencia visigoda6​ —Wifredo el Velloso, Miró de Rosellón-Conflent y los condes de Ampurias Dela y Suñer II— mantuvieron su fidelidad a los monarcas carolingios Carlomán (879-884) y Carlos el Gordo (885-888), tal y como lo testimonian la visita a la corte real de 881 llevada a cabo por los jerarcas catalanes para solicitar privilegios, y el precepto otorgado en 886 por Carlos el Gordo a Teotario, obispo de Gerona. Ahora bien, esta lealtad de los condes de la Marca toma, tras muerte de Luis el Tartamudo, un carácter pasivo. Los condes, si bien no se alzaron nunca contra los reyes carolingios, evitaron implicarse en las luchas del reino. En 879, Luis III y Carlomán marcharon contra Bosón, autoproclamado rey de Provenza, título privativo de los descendientes de Carlomagno. Los condes se declararon a favor de Carlomán pero no se unieron a la expedición, actitud bastante diferente de la decidida y firme actuación, sólo dos años atrás, de Wifredo y Miró en Septimania contra los seguidores de Bernardo de Gothia. Igualmente, los jerarcas sur-pirenaicos no asistieron a la asamblea de Ponthion (885) puesto que, para ellos, los ataques normandos representaban una cuestión ajena y lejana.

Por todo esto, los condes de la Marca Hispánica rechazaron, en un primer momento, al rey intruso Odón (888-898) pero tampoco se alzaron contra el usurpador en defensa de los derechos del carolingio Carlos el Simple. A su vez Odón, absorbido por las luchas contra los normandos, no pudo llevar a cabo ninguna actuación política en el sur del reino, aún cuando, al final, hubo un cierto acercamiento de los condes hacia este rey, debido a la crisis eclesiástica motivada por el actuación irregular del presbítero Esclua.

En 886, aprovechando la ausencia del arzobispo Teodardo de Narbona, el clérigo Esclua fue a Gascuña y se hizo consagrar obispo de Urgel, diócesis de dónde, por instigación del conde Ramón I de Pallars-Ribagorza y con la aprobación tácita de Wifredo el Velloso, conde de Urgel, expulsa al obispo titular Ingoberto. La situación se complica, cuando Esclua pretende proclamarse metropolitano de la Tarraconense, sustrayendo así las diócesis carolingias hispánicas de la obediencia de Narbona. Con esta condición de metropolitano, el obispo intruso de Urgel intervino en el contencioso creado en 887, cuando los condes Dela y Suñer II de Ampurias rechazaron a Servus Dei, clérigo consagrado obispo de Gerona por el metropolitano Teodardo de Narbona, de acuerdo con Wifredo el Velloso. Accediendo a las peticiones de los condes ampurianos, Esclua consagró, con la colaboración de los obispos de Barcelona y Vich, a un nuevo obispo de Gerona en la persona de Eremir. 
En 889 Servus Dei tuvo que refugiarse en el monasterio de Bañolas. Por otra parte, en 888, Esclua recompensó a Ramón I (le debía su acceso a la sede de Urgel) con la erección del obispado de Pallars, al tiempo que, para asegurarse el apoyo de Suñer y Dela, se dispone a restablecer la antigua sede de Ampurias, existente hasta la invasión musulmana.

Si en un primer momento, Wifredo el Velloso toleró el destronamiento de Ingoberto —parece que no había una relación demasiado buena entre ambos—, ahora, por su amistad con Teodardo de Narbona, no podía admitir las pretensiones metropolitanas de Esclua. Además, por el interés de los condes en la existencia de sedes episcopales en sus dominios, para controlarlas situando familiares próximos o negociando la concesión a cambio de contrapartidas políticas o económicas (de aquí la actuación de Ramón I y de Dela y Suñer II en todo este asunto), Wifredo no podía permitir la elección de unos nuevos obispados —Pallars y Ampurias— constituidos recortando el territorio de diócesis situadas en sus condados de Urgel y Gerona. Por todo esto, ahora Wifredo se declara en contra de Esclua y a favor de Teodardo y de los obispos destituidos, Ingoberto y Servus Dei.

Ante esta situación, los condes de Ampurias creyeron conveniente acercarse a Odón y reconocerlo como rey incluso aunque fuera un intruso. En 889 el conde Suñer II y el obispo Eremir acudieron a Orleans, a la corte de Odón y obtuvieron unos preceptos que, en el condado de Osona, incluían una serie de donaciones reales a favor del obispado claramente lesivas para Wifredo el Velloso. Fortalecidos, pues, por esta aprobación real, Suñer y Dela ocuparon el condado de Gerona, calculando que Odón les podría conceder la investidura. En estas circunstancias, Teotardo también decidió acercarse a Odón, de quien obtuvo un precepto de protección real para la archidiócesis de Narbona. Aprovechando la reconciliación del obispo Gotmar de Vich con Wifredo, Teotardo pudo convocar, en 890, en Port —localidad próxima a Nimes— un concilio con la asistencia de los arzobispos metropolitanos de Arlés, Aix-en-Provence, Embrun, Apt y Marsella como también de los titulares de diócesis sufragáneas de Narbona: Nimes, Carcasona, Albi, Uzès, Magalona, Agda, Besiers, Tolosa, Lodève, Elna y Vich. 
En este concilio, dónde se formuló una condena a las usurpaciones de Urgel y Gerona, el obispo Gotmar de Vich se declara arrepentido de haber colaborado con Frodoí de Barcelona y Esclua en la consagración anticanónica de Eremir, y obtuvo el perdón de los padres conciliares, con el encargo de comunicar las resoluciones sinodales a Suñer II de Ampurias.

La crisis eclesiástica se cerró definitivamente con un nuevo sínodo en Urgel (892) dónde Esclua y Eremir, obligados a comparecer, serían desposeídos formalmente de las sedes que ocupaban, las cuales fueron restituidas a sus legítimos titulares. El obispo Frodoí de Barcelona conservó la mitra sólo porque obtuvo el perdón del arzobispo Teotardo. De todo el asunto, sólo sobrevivió, temporalmente, el obispado de Pallars. En 911 se reconoció que esta diócesis, subsistiría sólo en vida de su titular Adolfo. Aun así, Atón, hijo del conde Ramón I consiguió suceder a Adolfo y regir el obispado hasta su muerte, el 949. En ese momento, la diócesis pallaresa se extinguió y sus parroquias fueron reintegradas al obispado de Urgel.
El asunto Esclua es un testimonio de la pérdida del control de la situación en las regiones meridionales del reino por parte de la monarquía franca a finales del siglo IX. De una parte, en el sur de los Pirineos los únicos condes que reconocieron a Odón como rey fueron los de Ampurias y nada más por su interés en afirmar la situación de Eremir como obispo de Gerona. Wifredo el Velloso, Mirón de Rosellón-Conflent y Ramón I de Pallars no hicieron ningún acto de acatamiento a este monarca, de ahí que no recibieran nunca ningún precepto real. Se permitieron, por tanto, mantener una actitud de rechazo hacia un soberano al que consideraban ilegítimo. Por otra parte, en toda esta crisis, los monarcas —tanto el carolingio Carlos el Gordo (885-888) como el intruso Odón (888-898)— mantuvieron una actitud pasiva, inconcebible en tiempos de Luis el Tartamudo y sus predecesores —Carlos el Calvo, Luis el Piadoso, Carlomagno y Pipino el Breve—. Estos soberanos, de haberse encontrado con un asunto de estas características, habrían actuado enérgicamente enviando una comisión de missi dominici a resolver el problema. 
En cambio, Carlos el Gordo no tomó ninguna medida ante las deposiciones contra derecho de Ingoberto de Urgel (886) y Servus Dei de Gerona (887), y, a su vez, Odón mantuvo una actitud incoherente concediendo privilegios primero a Eremir (889) y, después, a su rival Teotardo (890). Para Odón, conceder privilegios a todo aquel que acudía a su corte era un medio para conseguir ser reconocido como rey, y no una actuación orientada a resolver la crisis, superada, por lo tanto, gracias a la actuación no tanto del monarca sino de los poderes eclesiásticos y civiles de la región mediante los concilios provinciales de Port (890) y Urgel (892) dónde la ausencia de delegados del soberano permitió el destronamiento de Eremir, así como de los preceptos reales que había obtenido en 889.

La muerte de Wifredo.

Hacia 883 u 884 los musulmanes se sintieron amenazados por la expansión de Wifredo el Velloso, quien estableció posiciones (Cardona por ejemplo) en Osona, en Berguedá y en el Valle de Lord (y algunos puestos avanzados en el Valle de Cervelló en el sur del río Llobregat). La frontera del condado pasaba al norte de Solsona seguramente por Besora, Tantallatge y Correà; la de Berga, por Sorba, Gargalla y Serrateix; y la de Osona, por Cardona, Manresa y Montserrat. Por todo ello, la ciudad de Lérida fue fortificada por los Banu Qasi. Wifredo vio esto como una provocación y atacó la ciudad gobernada por el valí (gobernador) de la familia de los Banu Qasi, Ismail ibn Musa. El ataque no salió bien. El historiador Ibn al-Athir dice que los musulmanes hicieron una gran matanza entre los atacantes. El sucesor de Ismail, Lubb Ibn Muhammad atacó Barcelona unos años después y Wifredo moriría en la lucha el 11 de agosto de 897. Sus restos reposan en el Monasterio de Ripoll.

La sucesión.

La prueba más clara de la descomposición del poder real en el reino franco fue la transmisión hereditaria de los condados, práctica iniciada en 895: muerto Miró el Viejo, su condado de Rosellón pasó, sin ninguna clase de intervención del rey Odón, a Suniario II de Ampurias, en tanto que el de Conflent fue para Wifredo el Velloso, conde de Osona desde 885 sin haber recibido la investidura real de este condado. Así pues, los reyes perdieron la facultad, que habían tenido en el siglo IX, de nombrar y destituir a los condes, los cuales, por ello, dejaron de ser unos delegados del monarca para convertirse en pequeños soberanos de sus dominios.

La transmisión hereditaria de los condados fue una reacción a la falta de autoridad efectiva del rey sobre el territorio, que convirtió un cargo público en patrimonio familiar; de aquí que a finales del siglo IX no se hubiera establecido un criterio por determinar cómo se tenía que llevar a término la sucesión. Por esto, a la muerte de Wifredo el Velloso (897), en un primer momento, sus hijos —Wifredo Borrell, Miró, Sunifredo y Suniario— optaron por gobernar conjuntamente todos los dominios de su padre y administrarlos con preeminencia del primogénito, Wifredo Borrell, primus inter pares. Pero pronto, cuando cada uno de los condes cogobernantes tuvo descendencia, hizo falta abandonar la idea de herencia conjunta y, entonces, cada hijo transmitió individualmente a sus herederos la parte del conjunto condal que gobernaba: Wifredo Borrell, junto con Suniario, Barcelona, Gerona y Osona; Sunifredo, Urgel; y Miró, Cerdaña, Conflent y Berga.
Cabe añadir que este proceso no fue en modo alguno una excepción específica de la llamada Marca Hispánica, sino un proceso generalizado en el Imperio franco en este período histórico. En este sentido, A. Lewis afirma:
 "En resumen, las guerras civiles y las invasiones debilitaron el imperfecto sistema de control centralizado que los carolingios habían establecido en el sur de Francia y la Marca Hispánica. Circunstancias especiales, de las que la más importante fue la brevedad de los reinados de los sucesores de Carlos el Calvo y la ascensión del rey Eudes, permitió a los condes gobernantes en el Midi y Cataluña establecer sus familias como herederas e independientes de hecho de la autoridad real. No obstante, a menudo no fue el resultado de una situación repentina y revolucionaria, sino la culminación de una evolución gradual de la autoridad que, para la mayoría de estas familias, duró varias décadas.


Biografía de Real Academia de Historia.



Vifredo. Wifredo, Guifredo el Velloso. Conde de Urgel, Cerdaña, Barcelona, Gerona y Osona. Septimania (Francia), c. 840 – Valldora (Lérida), 897. Noble, conde de Barcelona.

Nace hacia el año 840 en el seno de un linaje destacado de Septimania, con propiedades en la zona pirenaica, sobre todo en torno a Carcassona y en el Conflent, y partícipe de la política imperial y las tensiones en el reino aquitano. Su padre, Seniofredo, tras ser designado conde de Urgel y Cerdaña, se convierte en el personaje más poderoso de Septimania y la frontera al añadir, a partir de 844, la delegación sobre los condados de Barcelona, Gerona, Osona y Narbona, con Carcassona, Magalona, Bésiers i Nimes hasta morir en el año 848. Vifredo, con su base patrimonial, participa de este contexto y recibe de Carlos el Calvo hacia 870 los condados de Urgel y Cerdaña. La detención de cargos públicos se conjuga con la pugna del linaje por la preeminencia regional y por ello la designación condal es coetánea a otros beneficios para el linaje, como la concesión real de inmunidades a Oliba II de Carcasona y el afianzamiento tanto de éste como de Suñer I de Ampurias.

Muy significativamente, en el año 873 Vifredo participa junto a su hermano Mirón y a sus primos los condes Oliba y Acfredo de Carcasona-Rasés en la consagración de la iglesia de Formiguera, en el condado de Rasés, que han dotado con bienes propios poseídos conjuntamente a fin de procurar el bien espiritual de “parentum nostrorum”. De modo parecido, Vifredo participa en 885 en una donación conjunta a favor del monasterio de Cuixà para el bien familiar junto a su madre Ermesenda, su hermana Quixilo y sus hermanos Mirón y Radulfo, siendo también acompañado por estos dos en 888 al favorecer, del mismo modo, al cenobio de la Grassa, ofreciendo en ambos casos importantes bienes situados en Conflent.

Los criterios particulares y familiares se mezclan con el creciente grado de autonomía en la gestión condal a raíz de la crisis de la Monarquía. Por ello, el mismo Vifredo ha traspasado a su hermano Mirón el Conflent, extraído de Cerdaña, a la vez que participa en las intrigas urdidas en torno a Aquitania con la atención puesta en la primacía regional en el espacio septimano.

Claramente no sigue al poderoso Bernardo de Gotia, hombre fuerte en la región que detenta los condados de Rosellón, Barcelona, Gerona, Narbona, Adge, Besiers, Magalona, Nimes, Poitiers, Bourges y Autun.

Ambos toman posturas distintas en 877 ante la revuelta de diversos magnates contra Carlos el Calvo, secundada por Bernardo de Gotia y no por Vifredo. La muerte del rey ese mismo año y la falta de acuerdo entre Bernardo y el sucesor, Luis II el Tartamudo, remarca la posición de Vifredo, que junto con su hermano Mirón de Conflent y el vizconde de Narbona se enfrenta abiertamente a Bernardo de Gotia y a Bosón de Provenza, con episodios de fuerte agresividad en Rosellón y Septimania en 878. La presencia del papa Juan VIII en Arlés, junto a Bosón de Provenza, se traduce en una bula contra los excesos de Mirón y el vizconde narbonés al haber agredido a clérigos y templos.

No obstante, en el concilio de Troyes el rey impone la caída de Bernardo de Gotia y la compensación de Vifredo, que recibe en 878 el condado de Barcelona, mientras que su hermano Mirón suma el de Rosellón.
El contexto de afianzamiento personal y familiar aporta a Vifredo también el condado de Gerona, superando algunas reticencias y concretando la singularización del extremo noroccidental de esta entidad como condado de Besalú regido por su hermano Radulfo.
Estas designaciones, que Vifredo suma a las anteriores titulaciones condales, coinciden con una nueva etapa. La progresiva desintegración carolingia, la fragmentación territorial y el alejamiento del poder real culminan con la muerte de Carlos el Calvo, en 877.
A partir de ahora, la capacidad de intervención real en los condados meridionales es mínima —las designaciones condales que en el año 878 han beneficiado a Vifredo son las últimas de procedencia real— y los condes dejan de participar en las conspiraciones del espacio aquitano. Apartados de las intrigas septentrionales, los condes asumen, en cambio, una introspección de gobierno efectivo sobre las propias demarcaciones, que gestionan con gran autonomía.

Coherentemente, en esta segunda fase Vifredo participa y contribuye al desarrollo de sus condados. Se beneficia de una dinámica socioeconómica favorable, con aumento del espacio agrario e incremento demográfico inmigratorio, lo que facilita la cohesión territorial interna. El afianzamiento de los territorios define con precisión la delimitación condal especialmente ante la frontera, lo que permite: articular el territorio de Osona, superando las heridas socioeconómicas derivadas en gran parte de la revuelta de Aissó de 826-827 y del asalto musulmán de 841, para singularizarlo como condado, desde 881, incluyendo el espacio septentrional en torno al valle de Ripoll, que hasta entonces se definía en el “transmontano” del condado de Cerdaña; densificar y vehicular el espacio berguedano como continuación del condado de Cerdaña aprovechando la misma dinámica; extender el condado de Urgel aguas abajo del Segre, incorporando los valles de Nempàs (Cabó) y Lavansa, lo que facilita, a través de Tuixén y Josa, enlazar con el extenso valle de Lord e integrarlo en el mismo condado (878), tras haberse mantenido en el territorio fronterizo humanamente activo y cohesionado pero ajeno a la estructuración política y eclesiástica. El conde aprovecha el crecimiento social y económico para incrementar su presencia jurisdiccional y una capacidad exactiva cada vez más atenta a la producción agropecuaria mediante el establecimiento de castillos responsables de un término específico (castillos termenados), cuya tenencia y funciones se delega a vicarios.

La consolidación de éstos, mediante la retención del cargo y la percepción de parte de las rentas inherentes, apunta hacia la progresiva consolidación, en torno al conde, de una nobleza basada en los linajes vicariales y vizcondales. Éstos continúan siendo de designación del conde, quien establece un vizconde en cada demarcación, a las que se une Osona desde 878.

La Iglesia participa del mismo desarrollo territorial.

En las dos últimas décadas del siglo IX se consagran numerosas parroquias, algunas dotadas por el mismo conde, como San Pedro de Ripoll (890), lo que afianza a la Iglesia diocesana en la obtención de rentas y en el acceso a las conciencias. El conde contribuye a ello no sólo construyendo iglesias, como las de Casserres y de Avià, que serán consagradas bajo su sucesor, sino acordando actuaciones con los prelados: en el valle de Lord, tras haber negociado con la población que ya ocupaba el valle, pacta con el obispo Galderico de Urgel el despliegue de parroquias (872- 878) y un particular régimen que, bajo garantía condal, permite a los habitantes participar en la elección y destitución de los rectores de las parroquias; y en Osona promueve la recuperación de la sede episcopal a partir de 880, asentando obispo propio en 886 —formalmente solicitado al arzobispo de Narbona por los fieles, el clero y el conde— en el nuevo emplazamiento de Vic, donde la catedral se consagra en 890. Al mismo tiempo, en las zonas de montaña poco favorecidas está surgiendo una pléyade de pequeños cenobios, que van acogiéndose a la regla benedictina, algunos de ellos como centros e iglesias particulares de sus fundadores. También nacen monasterios que gozarán de un importante desarrollo posterior, como Sant Cugat del Vallès. El mismo conde Vifredo funda y dota, en emplazamientos óptimos, los cenobios de Santa Maria de Ripoll en 879 (consagrada en 888) y de San Juan de Ripoll (de las Abadesas) en 885 (consagrada en 887), con los que favorece a sus hijos, al situar a Radulfo en el primero y a Emma en el segundo.

Los centros monacales y episcopales son los principales beneficiados por los preceptos reales, que suelen conceder importantes inmunidades como las otorgadas, en las demarcaciones de Vifredo, a las sedes episcopales de Barcelona (878), Gerona (878, 881, 886, 891) y Vic (889) y a los cenobios de Amer (890), Bañolas (878), Fontclara (889) y Santa Cecilia d’Elins (881). El respeto a estas concesiones y la datación de los documentos según los monarcas es la única presencia real, aún matizada cuando en 888, ante el acceso al trono de un personaje ajeno al linaje carolingio, Odón, algunos documentos especifican “Christo regnante, rege expectante”, lo que no impide que se respeten igualmente los privilegios emanados por este soberano. No consta que Vifredo se apresurara a saludar al rey Carlomán al llegar éste, en 881, a Narbona, y en 888 se muestra distante ante el ascenso de Odón, si bien al año siguiente el entorno condal ya data los documentos según el nuevo reinado. En realidad, a lo largo de todo el período, el conde ha ido ejerciendo actuaciones que afectan plenamente a la jurisdicción y la fiscalidad públicas, como al conceder al monasterio de Ripoll la recepción del “servitium regale” procedente de los habitantes de Estiula y Ordina, al permitir al mismo cenobio “per preceptum regis” el aprovechamiento del curso del Segre en Set (Cerdaña) o al eximir impuestos especialmente en zonas fronterizas, como Cardona, donde sus habitantes no tendrán que aportar ni censos ni la cuarta parte del teloneo. Posteriormente, en el 913, también se recordará que sus concesiones a San Juan de las Abadesas las efectuó “per vocem regis”. Conforme a sus atribuciones condales, imparte justicia en mallo público acompañado de un elevado número de jueces y de buenos hombres, incluyendo entre éstos a algunos clérigos.

La proximidad de la Iglesia al poder condal se refleja, en todos los condados, en los lazos económicos, de linaje y también políticos, que motivan las pretensiones de los condes de Pallars y de Ampurias para obtener obispados propios. Por ello, las disputas por las mitras de Urgel (887) y de Gerona (889) catalizan: las tensiones en torno a la preeminencia de Vifredo, que se reflejaría en una prelación eclesiástica del urgelés; la disputa por este protagonismo regional entre Vifredo y Suñer de Ampurias, y el corolario de la titularidad del condado de Gerona, abiertamente discutida por Delà desde 888. Los servicios del arzobispo de Narbona facilitan la conclusión en 891, expulsando a los pretendientes de los obispados no reconocidos por el metropolitano y asegurando el condado de Gerona para Vifredo. En 896, la muerte de Mirón facilita la división de sus dominios entre Vifredo, que recupera Conflent, y Suñer de Ampurias, que accede a Rosellón.

La vinculación de los obispados con Narbona se remarca en 896, gracias a la bula de Esteban VI que garantiza la intervención del arzobispo ante la provisión de vacantes.

Vifredo pacta en 890 con el obispo de Vic una reducción de las inmunidades concedidas a éste por el rey y en el condado gerundense Vifredo expresa su aceptación de los bienes ofrecidos en 889 al monasterio de Fontclara por el mismo soberano: “Wifredus comes ipsos fiscos consentit”. En realidad, se está avanzando hacia la confusión del dominio público y el condal bajo el gobierno del conde. A la vez, éste incrementa el propio patrimonio con la incorporación de castillos, como el de Montgrony, adquirido en 885, y de unidades agropecuarias, como en la villa de Llo en Cerdaña, el villar de Sendar en el valle de Ripoll o el villar de Espinosa, en el valle de Brocá, comprado en 889 a cinco matrimonios y a tres solteros que serían sus habitantes. En algunos lugares obtiene fragmentos importantes de la villa, como en Estamariu tras adquirir los bienes que poseía de Eldesindo, y en ocasiones, gracias a sucesivas compras, reúne una destacada propiedad, como las tierras y viñas sumadas en la urgelesa San Miguel de Banat. La dinámica de “aprisión” de tierras baldías cultivadas durante treinta años hasta dar derecho de propiedad, practicada por magnates y por el resto de la población, beneficia también al conde, por su misma participación con sus agentes o por revertir en él dominios como las tierras de las que se apropia mediante “aprisión” el liberto Sarraceno en Borredà, quien a su vez había llegado a propiedad del conde procedente de su tía Ailona. En el seno familiar, una parte destacada de los bienes de su hermano Sunifredo revierten en Vifredo al morir en 890. De uno y otro modo acumula un importante patrimonio que revertirá en sus descendientes.

Los condados bajo Vifredo el Velloso se han cohesionado internamente gracias a que experimentan una fuerte cohesión territorial, con el despliegue condal de las unidades castrales sobre un espacio donde se ha incrementado la ocupación y la producción agrícola, contando con una enriquecida jerarquía eclesiástica —episcopal y abacial— y unos emergentes magnates, tanto grandes propietarios como servidores vicariales y vizcondales del conde. Este afianzamiento interno acentúa la visión de las tierras situadas al oeste de la frontera condal, más allá de los ríos Llobregat y Cardener, como una franja territorial desorganizada entre los dominios condales y los espacios andalusíes de coetáneo desarrollo, a lo largo de las actuales comarcas de Penedés, Anoia, oeste de Solsonés y Cuenca de Tremp. Ante este territorio, la musulmana Lérida avanza en la ocupación y articulación de los ejes fluviales y del llano de Mascançà, sobre todo desde que en 882 se erige en distrito propio bajo los Banū Qāsi, asegurando la capital con su consolidación urbana y fortificación en 884, pensada sobre todo contra las pugnas con los Tugibíes y con los at-Tawil de Huesca.

No obstante, ya en el año 882 el emir al-Múndir parte de Lérida para remontar el Segre e infligir un ataque a la Cerdaña. Al año siguiente, Vifredo pretende cercenar el emergente peligro leridano, pero fracasa antes de llegar a la ciudad. En 891 se sufre otra incursión musulmana. En 896 Muḥammad b. Lubb afianza su dominio leridano tanto contra los at-Tawil de Huesca como contra el conde Vifredo. En 897 éste caerá herido de muerte en Valldora, en el interior del valle de Lord, a manos del mismo señor de Lérida, según la reconstrucción de Ibn Hayyan. Fue sepultado en el monasterio de Ripoll que él mismo había fundado.

La muerte de Vifredo es seguida por la división de sus dominios entre sus hijos sin esperar ningún refrendo superior, evidenciando así el trato privado de los dominios recibidos con carácter público: Vifredo Borrell obtiene Barcelona, Gerona y Osona; Miró, Besalú y Cerdaña; Sunifredo, Urgel, y Suñer es asociado en los dominios de Guifré Borrell, mientras que Radulfo, ofrecido en su momento por el conde a Ripoll, será posteriormente obispo de Urgel y las hijas Emma y Quixol perseverarán en la vida religiosa, restando aún Riquilda, Ermesenda y Guinedilda.

El recuerdo de la labor de Vifredo se mantiene en las generaciones inmediatas. Sus hijos esperan beneficiarle espiritualmente en sus donaciones a centros religiosos, como especifica Suñer en 933 y 944 y Sunifredo en 939, y sus disposiciones son recordadas por su nieto Borrell de Barcelona y de Urgel al aceptar, a mediados del siglo X, el ordenamiento de las parroquias del valle de Lord, los diezmos dominicales concedidos a la sede urgelense o al mencionar la procedencia de los bienes que cede al monasterio de Ripoll.

Si el mismo Borrell le menciona en 949 como constructor de San Juan de las Abadesas, otro nieto, Miró de Gerona, en 977 le dedica una extensa y ampulosa alabanza por sus virtudes humanas y espirituales, por haber expulsado a los musulmanes, por colonizar las tierras desiertas, por edificar iglesias y por proteger a los religiosos con fundaciones como Santa María de Ripoll. En 988 el vizconde de Osona le atribuye la fundación del monasterio de Serrateix y en 1019 su biznieto Vifredo II de Cerdaña, al volver a dotar la iglesia de Formiguera, de entre todos los participantes del acto de 873 sólo menciona “comite Wifredo et fratre eius”. La memoria de las actuaciones de Vifredo avala reivindicaciones en el siglo XI, como las que respecto de Montserrat formula el abad Oliva, quien en sus obras literarias le dedica un elogioso epitafio.

En el siglo XII la Gesta comitum Barcinonensium designa a Vifredo como el Velloso, le hace titular de un territorio ganado por las armas “a Narbona usque in Hispaniam” y lo muestra fiel al soberano a pesar de que ha de liberar él mismo Barcelona de los musulmanes para instaurar un señorío hereditario. A partir de aquí se recrean las versiones legendarias que inciden en su alta alcurnia, que enlazaría con la monarquía carolingia, su singular personalidad y heroicidad y su función como libertador del país frente a los musulmanes y creador del linaje de los condes independientes de Barcelona. Las evocaciones míticas en el siglo XV lo enlazan con Tubal y en el XVI lo entremezclan con leyendas libertadoras de males simbolizados con los dragones. En 1551 Beuter le atribuye el escudo de Cataluña, que serían cuatro barras rojas de sangre brotada de sus heridas e impregnadas con los dedos de la mano derecha del Emperador.

Bibl.: J. M.ª Salrach, El procés de formació nacional de Catalunya (segles VIII-IX), Barcelona, Edicions 62, 1978, 2 vols.; R. d’Abadal, Els Primers Comtes Catalans, Barcelona, Vicens Vives, 1983; El temps i el regiment del comte Guifred el Pilós, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 1989; M. Coll, Guifré el Pelós en la historiografia i en la llegenda, Barcelona, Institut d’Estudis Catalans, 1990; P. Balañà, Navès, els musulmans i el comte Guifré I “el Pilós”, Navès (Lérida), Ayuntamiento, 1991; M. Riu, “Església i poder comtal al territori d’Urgell. Guifré el Pilós i la reorganització de la Vall de Lord”, en Anuario de Estudios Medievales, 29 (1999), págs. 875-898; F. Sabaté, “Organització administrativa i territorial del comtat d’Urgell”, en El Comtat d’Urgell, Lérida, Edicions de la Universitat de Lleida-Institut d’Estudis Ilerdencs, 1995, págs. 17-70; Història de Lleida. Alta edat mitjana, Lérida, Pagès, 2003; J. Laínz, La Nación Falsificada, Madrid, Encuentro, 2006, págs. 15-23.


  
Los orígenes de la Casa de Barcelona.





En pleno siglo IX, el Imperio Carolingio extendía su señoría sobre los nobles de origen godo en la Septimania y la Marca Pirenaica. De los primeros condes godos que se tiene noticia cabe señalar a Belón, conde de Carcasona en época de Carlomagno, antes del 812. Sabemos que tenía propiedades en el Conflent y que tenía especial devoción por el monasterio de la Grasa. De él saldrían varias ramas familiares: los condes de Carcasona, los condes de Barcelona -con las subdivisiones de Urgel y Cerdaña- y los condes de Amurrias-Rosellón.
Belón habría sido uno de los hispani confiado por Carlomagno para ayudarle en su expedición hacia la Zaragoza andalusí en el 778. Tras la muerte de Carlomagno en el 814 y la destitución del conde de Barcelona, Bera, en el 820 se dio una revuelta antifranca liderada por Guillemón y Aizón (826-827). Este conflicto llevó a que Luis I el Piadoso (814-840) no mantuviera buenas relaciones con los nobles godos. Así se explica que tras la muerte de Belón, sus descendientes no aparecieran inmediatamente en la Marca y la Septimania con cargos de gobierno. 
Ahora el emperador prefería confiar el gobierno a magnates francos. Bernardo de Septimania (826-844) aprovechó las luchas internas de los francos para forjar un gran poder en una especie de principado catalano-septimano. Esto lllevó a que fuera destituido en el 831 y haciendo que se rebelase contra Carlos el Calvo. Fue este emperador quien lo tomó preso en Tolosa en el 844 y lo ejecutó.

2. Los Condados Catalanes y septimanos en el siglo IX.

En el desarrollo de estos disturbios, Luis el Piadoso confió el gobierno de los condados catalanes y septimanos a Berenguer de Tolosa (832-835), quien afianzó de nuevo el poder en manos godas. Carlos el Calvo recurrió a los hijos de Belón de Carcasona: a Suñer I le da el gobierno de los condados de Ampurias y Rosellón (834), mientras que a Sunifredo le  dará Urgel-Cerdeña (834) y Barcelona-Gerona (844).
Sunifredo detuvo al ejército andalusí en su camino a la Cerdaña y Narbona en el 842, negociando la paz con el emir Abderramán II. Sunifredo murió en Barcelona en el 848 a manos de los rebeldes liderados por Guillermo de Septimania -hijo de Bernardo de Septimania-. Sería la misma causa por la que su hermano Suñer I murió. La fidelidad de los nobles godos al emperador carolingio Carlos el Calvo les estaba costando la vida. 
En un primer momento hubo que recurrir a gobernadores francos, ya que los hijos de los condes anteriores eran menores aún. En el 862 se encomiendo el condado de Amurrias a Suñer II y el 870 Wilfredo, hijo de Sunifredo, es nombrado conde de Urgel y Cerdaña. Finalmente, el Concilio de Troyes (878) consigue vencer a los descendientes de Bernardo de Septimania, dando aún más poder a las familias godas: Wilfredo toma también los condados de Barcelona y Gerona, y su hermano Miró obtiene el Rosellón.

Afirmación de los poderes locales.

Progresivamente fueron tomando el poder los descendientes de Belón, dirigiendo la Marca Pirenaica. Los nobles que había en estas tierras antes de la llegada de Wilfredo el Velloso estaban divididos entre legitimistas (fieles a Luis I el Piadoso y a su hijo menor, Carlos el Calvo), unitarios (fieles a Lotario y sus aspiraciones de mantener el imperio bajo un solo monarca) y regionalismos (fieles a Pipino I, quien aspiraba a crear el reino personal de Aquitania). Cuando cesaron las luchas internas carolingias, los enfrentamientos siguieron por parte de los nobles.
Gran parte del poder carolingio reposaba en la Iglesia, quienes habían conservado parte de la herencia romana, pero que pretendía ordenar el mundo en terrenal en función del más allá, enfrentándose a una nobleza laica que confundía el interés general con el personal. Esta aristocracia estaba al frente de los condados. No había una heredabilidad de los condados, pero sí un derecho a esperar y obtener de los emperador la dignidad condal.
Los condados encomendados a Wifredo (Urgel, Cerdaña, Gerona y Barcelona) formaban un semicírculo que dejaba en su interior una tierra de nadie, semidespoblada y sin autoridad política reconocida. Estaba formada por el valle de Lord, Bregada, Ripgollés, Plana de Vic, Lluçanès, Guillerías, Moyanés y Bages, tierras asoladas por diversas revueltas. Este vacío fue lo que llevó al intento de ataques por parte del emirato hispanomusulmán en el 842.
A partir del 877 Wifredo el Velloso intentó resolverlo reuniendo colonos para repoblar. Se levantaron numerosos castillos que empiezan a dar lugar a nuevos linajes aristocráticos. Sobre la basa de las tierras ganadas y repobladas surge el condado de Ausona, con un cargo vizcondal, un obispo restaurado en Vic, y nuevos monasterios como Santa María de Ripoll -panteón condal- y San Juan de las Abadesas -donde profesó su hija Emma-. 
Pero, la obra más importante que ejecutaron estos colonos, campesinos libres en su mayoría, fue trabajar la tierra y convertirse en propietarios de acuerdo con las reglas del Liber iudicium, donde se decía que quien encontrase algo sin dueño y lo poseyera durante tres décadas pasaba a ser un bien legítimo.
En tiempos de Wifredo se empiezan a unir las tierras condales pirenaicas y las mediterráneas, dando lugar a las tierras catalanas futuras. Los musulmanes estaban asentados en Lleida, y desde sus fortalezas hostigaron al creciente poder condal. En el curso de estos ataques, Wifredo cayó herido el 11 de agosto del 897. Fue enterrado en Ripoll. Sus descendiente se irían independizando del mundo carolingio, haciendo de Barcelona el centro de su proyecto expansivo.

El condado de Ausona.

Antes de la llegada de Wilfredo, Ausona tenía escasos habitantes. Con la repoblación se creó una estructura social prefeudal, con capital política en Vic con la sede del vizconde y el obispo. Durante el siglo X se desarrolla en Vic un mercado que impulsó la economía y circulación monetaria del entorno rural. En el siglo XI la difusión de las actividades mercantiles dio a la relación campo-ciudad un contenido bilateral típico de época feudal.

4. Repoblación de Osona.

A partir del siglo XI surgen las villas-mercado, pero previamente tan sólo hay núcleos político-militares: los castillos, muy densos en estas tierras fronterizas. Los vicarios y guerreros de los castillos tenían por misión defender el territorio de los musulmanes vecinos, mantener el orden público, garantizar el ejercicio de la justicia y cobrar los censos y tributos. Estos vicarios son la base del poder feudal señorial.
Dentro del término del castillo surgen pequeños núcleos de población, las villas, donde se da una explotación agropecuaria y de recursos naturales. En el seno de estas villas había propiedades individuales familiares-individuales de los campesinos, así como bienes de uso común (bosques, yermos, pastos) y propiedades ajenas al campesinado que pertenecen a la Iglesia y la aristocracia. Parte de las villas del Ripollés pertenecían al monasterio de San Juan de las Abadesas, aunque fuera de este territorio no era frecuente esta situación.
Las villas eran también demarcaciones fiscales y administrativas. Servían al poder como base de asentamiento y percepción de las cargas públicas, y constituían el marco de gestión de los fisco. A efectos eclesiásticos, un grupo de villas conforma una parroquia, también fuente de tributación. En las tierras de Ausona la Iglesia logró un gran poder, debido a las cesiones de poder al obispado de Vic y al monasterio de Ripoll. 
Por ejemplo, Vic recibió de Wilfredo Borrell, hijo de Wifredo el Velloso, la regalía de un tercio de los ingresos de la acuñación monetaria de la ciudad. Las tierras y propiedades del monasterio de Ripoll obtuvieron una primacía especial, teniendo completa potestad sobre sus acciones legales y siendo inmune el poder abacial a la intromisión condal.
Árbol genealógico de los condes de Barcelona (en verde), reyes de Aragón (en amarillo) y reyes de Mallorca (en rosa) de la casa de Barcelona. Se incluye los sucesión del primer rey Trastámara de la Corona de Aragón.

La Casa de Barcelona (en catalán: Casal de Barcelona),​ fue la dinastía que en historiografía se considera que arranca de Wifredo el Velloso,​ conde de Barcelona. La historiografía tradicional fecha la extinción de la dinastía en la muerte sin descendencia masculina legítima de Martín el Humano en el año 1410.

Barcelona unifica los condados catalanes
 
La frontera cristiano-musulmana se estabiliza desde comienzos del siglo IX en la línea formada por las sierras de Boumort, Cadí, Montserrat y Garraf, quedando entre las primeras una amplia zona de nadie que no será ocupada hasta la época de Vifredo, y de manera definitiva en los años finales del siglo X, coincidiendo con los ataques de Almanzor. La fragmentación política es una constante en la historia de los dominios cristianos de la zona oriental, pero esta corriente disgregadora coexiste con una tendencia a la unidad, manifestada en el reconocimiento de un prestigio y de una autoridad superior de los condes de Barcelona, que intentarán en el siglo X unificar eclesiásticamente los condados catalanes mediante la reconstrucción de la metrópoli tarraconense. 
El primer intento es obra del abad Cesáreo de Montserrat, que consigue ser nombrado metropolitano por los obispos leoneses el año 954. El recurso a León se explica por la creencia de que en Compostela descansan los restos del apóstol Santiago, primer evangelizador de Hispania, pero aceptar la decisión de los obispos leoneses equivale, de algún modo, a reconocer la superioridad del rey de León, y el nombramiento de Cesáreo no será aceptado por el conde de Barcelona que buscará en Roma, la otra sede apostólica de Occidente, el nombramiento del obispo Atón de Vic como arzobispo con jurisdicción sobre todas las diócesis situadas en territorio catalán: Barcelona, Gerona, Vic, Urgel y Elna.
El arzobispado no sobrevivió al arzobispo, del que sabemos fue asesinado, quizá como consecuencia del revuelo provocado por su nombramiento, que separaba la iglesia catalana de la franca para ponerla en manos del conde de Barcelona que, de este modo, ejercía un cierto control sobre el condado de Ampurias, políticamente diferenciado. 
El recurso a Roma para contrarrestar o evitar la presencia carolingiase fortalece a través de los monjes cluniacenses, dependientes directamente del Pontificado, y cuya regla adoptan en el siglo X la mayoría de los monasterios catalanes. La unión de condados lograda por Vifredo el Vellosono le sobrevive: el condado de Urgel se unirá momentáneamente al núcleo barcelonés hacia el 940 para ser una vez más separado y permanecer independiente hasta el siglo XIII. 
También Cerdaña-Besalú permanecen al margen del núcleo Barcelona-Gerona-Vic hasta los primeros años del siglo XII, como consecuencia del concepto patrimonial de los condes catalanes que distribuyen los condados entre sus hijos del mismo modo que dividían las tierras de su propiedad. Este concepto patrimonial no impedirá, sin embargo, que se mantenga la unión Barcelona-Vic-Gerona, aunque para lograrlo sea preciso atribuir los condados conjuntamente a dos o más hijos del conde como ocurrió a la muerte de Vifredo (898), de Suñer(954) o de Berenguer Ramón I(1035) tras el cual se puso en peligro la política unificadora.
Aun cuando los datos son confusos, parece seguro que entre Ramón y su madre Ermesinda surgieron desavenencias que fueron aprovechadas por la nobleza para independizarse del conde, y que obligaron a los grupos en pugna a buscar la ayuda de fuerzas ajenas al condado: Ramón Berenguer parece haberse inclinado hacia Sancho el Mayor de Navarra, y Ermesinda contó con el apoyo de tropas normandas.
 La situación caótica provocada por estas diferencias, por la insubordinación de la nobleza y por la anarquía existente en el condado nos es conocida fundamentalmente a través de la actuación del abad Oliba, cuya personalidad llena la primera mitad del siglo XI catalán. 
Descendiente de los condes de Cerdaña, Oliba -monje de Ripoll, abad del mismo monasterio y del de Cuixá y obispo de Vic- actúa como mediador en los conflictos surgidos entre los condes catalanes y entre éstos y sus vasallos, y culmina su acción pacificadora con la difusión en Cataluña de las Constituciones de Paz y Treguaen las que -hasta fines del siglo XIII- se basarán los condes de Barcelona para mantener pacificados sus dominios. 
La institución que garantizaba la paz a los fieles en el cumplimiento de sus deberes religiosos, con el tiempo se hace laica, se transforma en paz y tregua del príncipe según se hace constar en los Usatges(usos y costumbres) de Barcelona o en las asambleas celebradas por los condes-reyes, que utilizan la fórmula eclesiástica para mantener pacificados los dominios durante sus ausencias.
Aunque debilitada la presencia franca, la ruptura abierta con los monarcas no era aconsejable mientras persistiera el peligro musulmán, al menos mientras los reyes francos fueran capaces de ofrecer ayuda en caso de ataque. 
Fiados en este apoyo indirecto, los condes catalanes dirigen algunas expediciones contra los dominios musulmanes en la primera mitad del siglo X, pero al afirmarse la autoridad de Abd al-Rahmán IIIy de sus sucesores, Borrell II(954-992) se apresura a reconciliarse con el califa y las embajadas barcelonesas alternan en Córdoba con las leonesas, castellanas y navarras, y rivalizan con ellas en probar la buena disposición de los cristianos hacia los musulmanes y su obediencia a los deseos califales, sin que por ello Barcelona se viera libre de los ataques de Almanzor(985). 
La falta de ayuda franca ante estos ataques, la extinción de la dinastía carolingia definitivamente en el año 987 y el convencimiento de que nada podía esperar de los capetos fueron el pretexto invocado por Borrell II para romper los lazos que unían el condado barcelonés con la monarquía franca, y los catalanes de Urgel y de Barcelona actuarán en adelante con total independencia, real y teórica. Juntos colaboran con los eslavos en las luchas internas ocurridas en al-Andalus a la muerte del segundo de los hijos de Almanzor. 
Por primera vez los condes catalanes abandonan la política defensiva y emprenden una campaña que, pese a su relativo fracaso -en ella murieron el conde de Urgel y el obispo de Barcelona- constituyó un triunfo psicológico de gran trascendencia y, además, el botín logrado permitió una mayor circulación monetaria y una relativa activación del comercio; hizo posible la reconstrucción de los castillos derruidos por Almanzor y la repoblación de las tierras abandonadas y, sobre todo, sirvió para afianzar la autoridad del conde barcelonés frente a sus vasallos y ante los demás condes catalanes.


  
Historiadores.


  
Ibn Hazm


  
Abu Muḥammad ʿAli ibn Aḥmad ibn Saʿīd ibn Ḥazm (árabe: أبو محمد علي بن احمد بن سعيد بن حزم), más conocido como Ibn Hazm, aunque también fue llamado entre los cristianos Abén Házam (Córdoba, 7 de noviembre de 994-Montíjar, Huelva, 15 de agosto de 1064)​ fue un filósofo, teólogo, historiador, narrador y poeta andalusí, considerado el «Padre de la Religión comparada».​ 
 Fue el único autor que dejó algunas indicaciones sobre los grupos tribales que pasaron a al-Ándalus en la época de la conquista.​ Sus antepasados fueron hispanos arabizados convertidos al islam.


Ibn Hazm



Ibn Ḥazm: Abū Muḥammad ‘Alī b. Aḥmad b. Sa‘īd. Abenhazam de Córdoba. Córdoba, 994 – Montija (Huelva), 1064. Filósofo, historiador de la teología y del derecho, escritor.

Biografía

Hijo de un alto funcionario de la Corte omeya cordobesa, fue visir del breve reinado del califa ‘Abd al-Ramḥān V al-Mustazḥir. Pero tras la caída del califato y las consiguientes luchas por el poder, dado que fue un convencido y tenaz defensor de los omeyas y de la institución califal, fue encarcelado y luego expulsado de Córdoba, huyendo a Almería y a Játiva, donde escribió en 1022. El Collar de la Paloma. Al final, cansado de las luchas políticas y de su polémica defensa del ẓāhirismo (una de las cinco escuelas jurídicas del islam), se retiró a su casa en Montija, Huelva, donde murió.
Fue un hombre de saber enciclopédico y su fuente principal en filosofía es el neoplatonismo y la lógica aristotélica. Conocía muy bien las ciencias, la teología y el derecho de su tiempo y el alto nivel que lograron en al-Andalus.
Sin llegar a la concordancia entre filosofía y religión de otros autores, defiende el valor de la ciencia y la razón como preparación para la fe, puesto que por medio de la filosofía se puede llegar a demostrar la existencia de un solo Dios, que es Creador y que es Perfecto. El resto de las verdades respecto a Dios nos las da la revelación.

Por este motivo, pone un especial cuidado en hacer una clara clasificación de las ciencias, enfocadas de modo práctico para el hombre religioso. Omite por ello la economía, por encontrarla contraria al espíritu del islam, la política por incluirla en la teología y la moral porque es una parte de la medicina del alma. De este modo, las ciencias se dividen en: Saberes particulares de cada pueblo: Teología (Sagrada Escritura, Derecho, Ciencia de las Tradiciones, Teología), Historia, Filología (Gramática, Lexicografía); Saberes generales de todos los hombres: Matemáticas (Aritmética, Geometría, Agrimensura), Medicina (del alma o ética y del cuerpo), Astronomía, Filosofía, la cual, a su vez, se divide en Física (Mineralogía, Botánica, Zoología) y Racional (Natural-Física, Divina-Metafísica); Ciencias mixtas: Poética (Crítica literaria, Preceptiva), Retórica, Interpretación de sueños.
La magna obra titulada Kitāb al-fiṣal wa-l-nihāl (Libro de las soluciones divinas [acerca de las religiones, sectas y escuelas]), traducida por Asín Palacios en cinco volúmenes en 1927-1932 con el título de Abenhazam de Córdoba y su Historia Crítica de las ideas religiosas, es, sin duda, el primer tratado de historia comparada de las religiones escrito en idioma alguno. En ella demuestra sus amplios conocimientos de todas las religiones, que analiza y compara, expone las distintas actitudes religiosas que puede tener el hombre, desde el escéptico y el ateo hasta el teólogo más estricto, pasando por el simple creyente. Por supuesto, da especial importancia a las religiones del libro (judaísmo, cristianismo), que han recibido una especial revelación de Dios que culmina en el islam.

Mención especial merece su obra Ţawq al-ḥamāma (El collar de la paloma). Ibn Ḥazm se adhiere a la corriente literaria y estética de los Banū ‘Uḏra o “Hijos de la Virginidad”, de Bagdad a la cual se unieron diversos literatos aristócratas de Córdoba capitaneados primero por Ibn Šuhayd y luego por el propio Ibn Ḥazm. Se trataba de una forma de concebir la belleza, el amor, la literatura de una manera sumamente exquisita, en la que mezclaban Platón, neoplatonismo y estoicismo. Ibn Ḥazm parte de la base, siguiendo a Platón interpretado por Ibn Dawūd, en su Kitāb al-zahra (Libro de la flor), de que las almas están predispuestas antes del nacimiento a unirse como si fueran medias esferas. Luego, al encontrarse en este mundo y partiendo del principio de que el alma es bella y busca la belleza, al percibir la belleza interior de esas medias esferas a través de la belleza corporal, surge el amor. Un amor que si es verdadero es eterno. El amor que se queda en la belleza puramente física es el amor carnal, que no tiene para él ningún valor. El libro es de una exquisitez ejemplar y puede ponerse al lado de los libros sobre el fenómeno amoroso más importantes de la literatura y compararse al dolce stil nuovo italiano. Hay que subrayar, asimismo, la influencia que tuvo en diversos autores como el arcipreste de Hita y su Libro del buen amor, así como en la Gaya Ciencia de Guillermo IX de Aquitania y en el mundo de los trovadores.
Otra obra a destacar de Ibn Ḥazm es Kitāb al-ajlāq wa-l-siyar (Libro de los caracteres y la conducta). En él expone las normas de conducta y del buen hacer moral, muy impregnado de estoicismo y de moral platónica e islámica, y vuelve al tema del amor, haciendo matizaciones de una gran sutileza psicológica.

Un tema abordado por Ibn Ḥazm es el del origen del lenguaje. Según él, hay cuatro teorías que lo explican. Una, que fue creado por Dios, según se dice en el Corán, tomándolo también del Génesis, II, 19-20. Segunda, por convención humana, lo cual tiene la dificultad de que no se explica cuándo se produjo la convención y cómo sería la situación de los hombres antes de inventar el lenguaje, ya que sin éste no es posible la existencia y coexistencia humanas. Tercera, por instinto natural, teoría que se contradice por la multiplicidad de las lenguas. Cuarta, por las condiciones geográficas, algo imposible pues lugares similares darían lenguas similares, lo cual no es verdad. En consecuencia, Ibn Ḥazm suscribe la primera teoría, la de que Dios enseñó la primera lengua hablada. Lo que no se sabe es cuál sería esta lengua. Dios enseñó la primera lengua a Adán y luego se fue diferenciando con el tiempo y según las gentes. No hay una lengua superior a otra ni más sagrada que otra, pues Dios se ha ido revelando en la Biblia, Evangelio y Corán en distintas lenguas. Lo único que dice Ibn Ḥazm es que el árabe, el siríaco y el hebreo proceden de un tronco común, del cual se separaron por diferenciación progresiva. Esta tesis la apoya en sus observaciones sobre el árabe andalusí, pues éste era distinto en el Valle de los Pedroches y en Córdoba, los cuales, a su vez, son distintos del norteafricano y del árabe oriental.
El historiador al-Marrākušī, (siglos XII-XIII), ciento cincuenta años después, en su Historia de los almohades, le llama “el más célebre de todos los sabios de al-Andalus”. Y de hecho, su influencia fue profunda tanto en el mundo musulmán (por ejemplo en al-Gazzālī) como en el cristiano.

Obras

Kitāb al-fiṣal wa-l-nihāl (Libro de las soluciones divinas [acerca de las religiones, sectas y escuelas]), El Cairo, al-maktaba al-adabīya, 1899-1900, 5 ts. (trad. esp. de M. Asín Palacios, Abenhazam de Córdoba y su Historia crítica de las ideas religiosas, Madrid, Real Academia de la Historia, 1931, 5 vols.)

Ţawq al-ḥamāma (El collar de la paloma), ed. de D. K. Petrof, Leiden, Brill, 1914, (trad. esp. de E. García Gómez, Madrid, Alianza, 1952)

Kitāb al-ajlāq wa-l-siyar (Libro de los caracteres y la conducta), ed. de ‘I. ‘Abbās, Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. I, Beirut, 1980, págs. 333-415 (trad. esp. de M. Asín Palacios, Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1916)

Kitāb al-ihkām li-uṣūl al-aḥkām (Libro de los principios de los fundamentos jurídicos), ed. de ‘I. ‘Abbās, Beirut, Dār al-Afāq al-Ŷadīda, 1980, 8 vols.

Risāla fī faḍl al-Andalus (Tratado sobre la excelencia de al-Andalus [con mención de sus sabios]), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. II, op. cit., págs. 171-188 [trad. fr. de Ch. Pellat, “Ibn Ḥazm, bibliographe et apologiste de l’Espagne musulmane”, en Al-Andalus, Madrid, 19 (1954), págs. 53-102]

Faṣl fī ma‘rufāt al-nafs bi gayrihā wa ŷahalhā bi-dātihā (Artículo acerca del conocimiento que tiene el alma de las cosas diferentes de ella y de la ignorancia que tiene de sí misma), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. I, op. cit. págs. 443-446 [trad. esp. de J. Lomba, en Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, XXIX (1997), págs. 139-161]

Risāla al-tawqī ‘alà sāri‘ al-naŷāḥ bi bi-ijtiṣār al-ṭarīq (Tratado sobre la puesta al corriente sobre la senda de la salvación abreviando el camino), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. III, op. cit., págs. 131-140

Risāla fī alam al-mawt wa-ibṭāli-hi (Tratado sobre el dolor de la muerte e invalidación de esta idea), en ‘I. ‘Abbās (ed.), Rasā’il Ibn Ḥazm al-Andalusī, vol. IV, op. cit., págs. 359-360

Kitāb fī marātib al-‘ulūm (Libro sobre la clasificación de las ciencias), ed. de A. Šahwān, Dayr al-Zūr, 1999

[reseña de sus 142 obras conocidas], en Enciclopedia de la cultura andalusí, t. III, Almería, Fundación Ibn Tufayl, 2004, págs. 403-442

Bibliografía

M. Asín Palacios, “La théologie dogmatique d’Abenhazam de Cordoue”, en Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques (París), 19 (1930), págs. 51-62


Ch. Pellat, “Ibn Ḥazm bibliographe et apologiste”, en Al‑Andulus, 19 (1954), págs. 53‑102

R. Arnaldez, Grammaire et théologie chez Ibn Ḥazm de Cordoue, Paris, Vrin, 1956

M. Cruz Hernández, “La justificación de la monarquía según Ibn Ḥazm de Córdoba”, en Boletín del Seminario de Derecho Político (Salamanca), 1959

M. Cruz Hernández, “El neoplatonismo de Ibn Ḥazm de Córdoba”, en Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos (MEAH) (Granada), 10 (1962), págs. 121-128

J. Lomba, “La beauté objective chez Ibn Ḥazm”, en Cahiers de civilisation Médiévale (Poitiers), 7 (1964), págs. 1-18 y 161-178

S. Gómez Nogales, “Teoría y clasificación de las ciencias según Ibn Ḥazm”, en Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, Granada, págs. 14-15 (1965-1966), págs. 49-73

J. Lomba, “Ibn Ḥazm o el misterio de la belleza”, y D. Urvoy, “La perception imaginative chez Ibn Ḥazm”, en MEAH, 38 (1989-1990), págs. 117-139 y 359-366, respect.

J. M. Puerta Vilchez, Historia del pensamiento estético árabe, Madrid, Akal, 1997, págs. 474-548

R. Ramón Guerrero, “La lógica en Córdoba. El libro Al-Taqrīb li-ḥadd al-manṭiq de Ibn Ḥazm”, en Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos (Madrid), 29 (1997), págs. 163-180

J. Lomba, “Belleza y amor en el pensamiento de Ibn Ḥazm”, en Filosofía medieval árabe en España, Madrid, Fundación Fernando Rielo, 2000, págs. 43-68

J. M. Puerta Vilchez y R. Ramón Guerrero, “Ibn Ḥazm, Abū Muḥammad”, en Enciclopedia de la cultura andalusí, t. III, op. cit., págs. 392-443

C. Adang, M. Fierro y S. Schmidtke (eds.), Ibn Ḥazm of Cordoba: the life and works of a controversial thinker, Leiden, Brill, 2013


  
Al-Muqtabis fī taˀrīj riŷāl al-Ándalus (en árabe, الـمـقـتـبـس في تـاريـخ عـلـمـاء الأنـدلـس), referenciado en español sencillamente como el Muqtabis y traducido completamente como el Libro de la Historia Real del Ándalus, es una obra histórica en 10 volúmenes realizada durante el siglo XI por Abu Marwán Hayyán Ibn Jálaf Ibn Husáin Ibn Hayyán al-Qurtubi, conocido como Ibn Hayyán.

Historia y estructura

El Muqtabis fue concebido por su autor como una historia de al-Ándalus desde su fundación hasta el momento de su escritura. Su nombre original es "El que toma la candela ajena acerca de la historia de los hombres de Al-Andalus" y hace referencia a su carácter de compilación de obras previas de cronistas árabes.[1]​
El Muqtabis era, en origen, la segunda parte de una obra más ambiciosa titulada "La Gran Historia"[2]​ (al- Ta´rij al-Kabir), precedida por otro libro llamado al-Matin ("Lo sólido"), que describía aquellos hechos de los que el autor había sido testigo directo, centrados sobre todo en la disolución del Califato omeya y el surgimiento de los reinos de Taifas.
La obra está compuesta por diez volúmenes de los cuales nos han llegado completos tres más un fragmento de un cuarto, divididos de la siguiente manera:
  • Muqtabis II, que comprende los años 796-881 y los reinados de los emires Al-Hákam I, Abderramán II y Muhammad I.
  • Muqtabis III, que describe el reinado del emir Abd Allah, entre los años 888 y 912
  • Muqtabis V, relativo a los años 912-942 y que engloba parte del gobierno de Abderramán III
  • Muqtabis VII, fragmento que describe los años 971 al 975, bajo el califa Alhakén II
Los tomos II, III y V del Muqtabis fueron escritos entre los años 1039 y 1058, mientras que el fragmento del Muqtabis VII fue compuesto al inicio de la fitna o guerra civil que culminó con la desintegración del Califato.

Estilo

El Muqtadis bebe de obras anteriores, crónicas cortesanas muy detalladas realizadas por diversos autores de crónica califal que son citados por el autor. Destacan Ahmad al-Razi y su hijo Isa Al-Razid (m. en 989 y autor de una obra perdida titulada Kitab al-Mu´ib, "el Libro Cumplido", una historia de la dinastía omeya). Al ser anales oficiales contienen una gran cantidad de datos cotidianos sobre el funcionamiento administrativo y las dinámicas internas de poder del Califato, lo que convierte la obra en una de las principales fuentes de información del periodo.

Muqtabis VII

El Muqtabis VII, o más bien el fragmento correspondiente a dicho tomo, fue descubierto en 1888 por el arabista Francisco Codera en una biblioteca particular de la ciudad de Constantina, Argelia. Tras copiarla, depositó el texto en la Real Academia de la Historia de Madrid donde permaneció sin traducir o editar hasta los años sesenta, década en la que fue objeto de dos publicaciones. La primera, a cargo de un académico iraquí llamado Abd al-Rahman Áli al-Hayyi como parte de una tesis doctoral[4]​ Tres años después, el arabista y diplomático español Emilio García Gómez lo publicó bajo el título "Anales palatinos del Califato de Córdoba"[5]​. En el año 2019 el arabista Eduardo Manzano Moreno publicó una edición crítica como "La corte del Califa. Cuatro años en la Córdoba de los Omeyas".

Referencias
  1.  García Gómez, Emilio. A propósito de Ibn Hayyan.
  2.  Mohedano Barceló, J. Biblioteca de Al-Andalus Vol. III. Consultado el 7/12/2020.
  3.  Manzano Moreno, Eduardo (2019). «Introducción». La corte del Califa. Cuatro años en la Córdoba de los Omeyas. Crítica. ISBN 9788491990284.
  4.  Ali al-Hayyi, Abd al-Rahman (1970). Andalusian diplomatic relations with Western Europe during the Ummayad period (en inglés). Beirut.
  5.  García Gómez, Emilio (1967). El califato de Córdoba en el Muqtabis de Ibn Hayyan. Anales Palatinos del califa de Córdoba al-Hakkam II por Isa Ibn Ahmad al Razi. Madrid: Real Academia de la Historia.


  
Abu Marwán Hayyán Ibn Jálaf Ibn Husáin Ibn Hayyán al-Qurtubi, conocido habitualmente como Ibn Hayyan o Ibn Haiyan (Córdoba, 987 – ibídem, 1075), historiador hispanomusulmán, fue funcionario de la dinastía amirí e hijo de un importante burócrata de Almanzor. Redactó diversas obras de temática histórica que se han conservado de forma parcial y que constituyen una de las principales fuentes para el estudio del final de la dinastía amirí, las revueltas de Córdoba y el comienzo de los reinos de taifas.
Al igual que Ibn Hazm, se destaca como un defensor de la dinastía de los Omeyas, criticando la caída de esta, con la consiguiente ruptura del centralismo andalusí y la creación de las distintas taifas.

Obras

  • Tarij fuqaha' Qurtuba
  • Al-Kitab al-ladhi ŷama‘a fihi bayna Qaitbay al-qubbashi wa Ibn ‘Afif
  • Intiŷab al-ŷamil li ma‘athir Banu Jatab
  • Al-Ajbar fi il-dawla al-amiriya (en 100 volúmenes)
  • Al-Batsha al-kubra (en 10 volúmenes).
  • Al-Muqtabis fi tarij al-Andalus (en 10 volúmenes)
  • Kitab al-matin.
  • Entre sus obras más importantes destacan al-Matin y al-Muqtabis.


  
Ibn Hayyan

Ibn Ḥayyān: Abū Marwān Ḥayyān b. Jalaf b. Ḥayyān. Córdoba, 987 – 29.X.1076. Cronista andalusí, erudito.

Biografía

La familia de Ibn Ḥayyān procedía de un cliente (o liberto) del primer emir omeya de al-Andalus, ‘Abd al-Raḥmān b. Mu‘āwiya (731-788), dato que no arroja mucha luz sobre su origen, puesto que entre esos clientes había tanto indígenas hispanos convertidos al islam como esclavos manumitidos o beréberes. En contra de lo que fue habitual con las familias vinculadas por clientela al emir, la de este Ḥayyān no parece que gozara de una posición importante dentro de la Administración civil o militar del Estado, pues no se poseen noticias de ninguno de sus miembros hasta varias generaciones después. El primer Ibn Ḥayyān en desempeñar un cargo de cierto relieve fue el padre del historiador, Jalaf b. Ḥusayn (951/952-1036), quien fue secretario de Almanzor y de su hijo al-Muẓaffar.

El profundo conocimiento que, gracias a su posición, tuvo Jalaf de las interioridades de la política cordobesa de los últimos años del califato no fue desaprovechado por su hijo, que recurrió con mucha frecuencia en su obra histórica a las informaciones que su padre le había suministrado.

Abū Marwān b. Ḥayyān creció, por tanto, en un ambiente acomodado y muy cercano al círculo del poder político, detentado entonces por el senescal Almanzor.

Su educación no fue la especializada de un ulema, el sabio dedicado a las ciencias religiosojurídicas, sino la más amplia de un miembro de una familia de buena posición que recibe una formación completa, pero más orientada hacia las disciplinas del adab (lengua, gramática, literatura, etc.). Este aprendizaje se reflejaría posteriormente en las obras históricas escritas por Ibn Ḥayyān, en las que utilizó un estilo elegante y, en ocasiones, rebuscado, claramente distinto del que los cronistas anteriores habían empleado hasta entonces, sobrio y conciso.

Las noticias sobre la vida de Ibn Ḥayyān son muy escasas, probablemente porque su actividad pública fue muy limitada. Dedicado en cuerpo y alma desde muy temprana edad a la elaboración de su obra histórica, únicamente en la etapa final de su vida, durante el gobierno de Abū l-Walīd ibn Ŷahwar (1043-1064), aceptó un cargo oficial, aunque más bien se trataba de un medio encubierto de remediar la penuria por la que pasaba Ibn Ḥayyān: el gobernante cordobés, que sentía un gran aprecio por el historiador, lo nombró redactor de los anales palatinos y le asignó un sueldo elevado.

Ibn Ḥayyān vivió muy de cerca un período decisivo de la historia de al-Andalus. Nacido durante el reinado de Hišām II y el gobierno de Almanzor, asistió a la fulgurante caída del califato omeya y a la instauración de los reinos de taifas. Irreductible legitimista, la desaparición del único poder que reconocía como legal y la proliferación de reyezuelos que combatían entre sí marcó amargamente no sólo su vida, sino también su obra, que está impregnada en su totalidad de un odio indisimulado hacia los que él consideraba responsables de la calamidad que había caído sobre al-Andalus: los beréberes y los gobernantes andalusíes que habían provocado, permitido o aprovechado la ruina de la dinastía omeya.

La obra histórica de Ibn Ḥayyān se ha perdido en su mayor parte, pues sólo se han conservado cuatro fragmentos de su Muqtabis y ninguno del Matīn, pero fue tal su influencia sobre los cronistas posteriores que, gracias a las numerosas y amplias citas que éstos hacen de su Historia, podemos conocerla con bastante precisión. Aunque algunos autores le atribuyen una serie de títulos menores —todos de tipo histórico—, lo cierto es que la producción escrita de Ibn Ḥayyān se contiene en dos obras claramente diferenciadas, el Muqtabis, crónica elaborada exclusivamente con citas de los autores anteriores a él, y el Matīn, texto redactado personalmente por Ibn Ḥayyān en el que utiliza las informaciones suministradas por los testigos y protagonistas de los hechos, uno de los cuales era él mismo. Es imposible ofrecer una fecha de redacción de ninguna de las dos obras, puesto que hay datos suficientes para asegurar que ambas fueron labor de toda una vida, comenzada cuando Ibn Ḥayyān era un joven de veinte años y finalizada en los últimos años de su existencia.

Tanto en su faceta de compilador como en la de historiador, Ibn Ḥayyān representa la más importante figura de la historiografía andalusí. Su Muqtabis es, a la vez, recopilación de todo lo escrito con anterioridad sobre la historia de al-Andalus —desde la conquista musulmana hasta el final de los ‘āmiríes— y fuente de casi todo lo que se escribió después. El Matīn, por su parte, además de ser también la crónica de la que bebieron casi en exclusiva los historiadores posteriores para narrar el desmoronamiento de la dinastía omeya y el surgimiento de las taifas, es un monumento histórico y literario surgido de la pluma de un hombre de amplísima cultura, testigo dolido, pero no silencioso, de unos acontecimientos que le afectaron intensamente y ante los que reaccionó utilizando las armas que tenía a su alcance y en las que era verdaderamente diestro: la crítica punzante, la ironía demoledora, la denuncia firme e insobornable. Frente a la aparente objetividad del Muqtabis, colección de citas textuales e in extenso de otros autores, entre las que muy pocas veces aparece la voz de Ibn Ḥayyān, el Matīn es, antes que nada, la expresión de los sentimientos y de la ideología del autor, pero lo que en manos de cualquier otro se hubiera convertido en una vulgar proclama panfletaria, en las de Ibn Ḥayyān resulta ser una obra cumbre de la historiografía árabe, en la que se dan cita el más depurado y preciso lenguaje, el aquilatado estudio de la psicología de los protagonistas, las atinadas observaciones sobre la política de la época, las expresivas escenas de la vida cotidiana y el pulso de una ciudad, Córdoba, que contempla estupefacta cómo se diluye su esplendor. Ante la magnitud de la empresa brillantemente culminada por Ibn Ḥayyān, ¿qué importa que la dedicatoria de su Historia estuviese dirigida a al-Ma’mūn b. Ḏī l-Nūn, uno de esos régulos de taifas a los que tanto odiaba?

Obras

Al-Muqtabis, del que se conservan fragmentos de cuatro de sus libros: II (II b, final del reinado de al-Ḥakam I y comienzo del de ‘Abd al-Raḥmān II, ed. facs. de J. Vallvé, Madrid, 1999; ed. crít. de M. ‘A. Makkī, Riyad, 2003; trad. de M. ‘A. Makkī y F. Corriente, Crónica de los emires Alhakam I y ‘Abdarraḥmān II entre los años 796 y 847 [Almuqtabis II-1], Zaragoza, 2001; y II c, final del reinado de ‘Abd al-Raḥmān II y comienzo del de Muḥammad, ed. de M. ‘A. Makkī, Beirut, 1973); III [comienzo del reinado de ‘Abd Allāh, ed. de M. Martínez Antuña, París, 1937; trad. de J. E. Guráieb, “Al-Muqtabis de Ibn Ḥayyān”, en Cuadernos de Historia de España, vols. XIII (1950) al XXXI-XXXII (1960)]; V [comienzo del reinado de ‘Abd al-Raḥmān III, ed. de P. Chalmeta et al., Madrid, 1979; trad. de M.ª J. Viguera y F. Corriente, Crónica del califa ‘Abdarraḥmān III An-Nāşir entre los años 912 y 942 (al-Muqtabis V), Zaragoza, 1981]; VII (cinco años del reinado de al-Ḥakam II, ed. de ‘A. al-Ḥaŷŷī, Beirut, 1965; trad. de E. García Gómez, Anales palatinos del califa de Córdoba al-Ḥakam II, por ‘Īsà b. Aḥmad al-Rāzī, Madrid, 1967)

Bibliografía
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M.ª J. Viguera, “Referencia a una fecha en que escribe Ibn Ḥayyān”, en Al-Qanţara, IV (1983), págs. 429-432

M.ª L. Ávila, “La fecha de redacción del Muqtabis”, en Al-Qanţara, V (1984), págs. 93-108

L. Molina, “La Crónica anónima de al-Nāşir y el Muqtabis de Ibn Ḥayyān”, en Al-Qanţara, VII (1986), págs. 19-30

M.ª J. Viguera, “Cronistas de al-Andalus”, en España, al-Andalus, Sefarad: síntesis y nuevas perspectivas, Salamanca, Universidad, 1988, págs. 85-98

M.ª L. Ávila, “Obras biográficas en el Muqtabis de Ibn Hayyan”, en Al-Qantara, X (1989), págs. 463-484

L. Molina, “Historiografía”, en M.ª J. Viguera (coord.), Los Reinos de Taifas, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. VIII-1, Madrid, Espasa Calpe, 1994, págs. 1-27

B. Soravia, “Ibn Ḥayyān, historien du siècle des Taifas. Une relecture de Ḏahīra I/2, 573-602”, en Al-Qantara, XX (1999), págs. 99-117

J. Mohedano Barceló,

“Ibn Ḥayyān”, en J. Lirola Delgado y J. M. Puerta Vílchez (dirs. y eds.), Biblioteca de al-Andalus, 3: De Ibn al-Dabbag a Ibn Kurz, Almería, Fundación Ibn Tufayl de Estudios Árabes, 2004 (Enciclopedia de la Cultura Andalusí), págs. 357-374

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