Aldo Ahumada Chu Han |
(Castillo de Balmoral, Aberdeenshire, Escocia, 24 de octubre de 1887 - Lausana, Suiza, 15 de abril de 1969) fue la reina consorte de España por su matrimonio con el rey Alfonso XIII. Era nieta de la reina Victoria I del Reino Unido y bisabuela paterna del monarca español Felipe VI.
Nombres
Victoria Eugenie Julia Ena of Battenberg
Victoria: En honor a su abuela materna la reina Victoria del Reino Unido.
Eugenia (Eugenie): En honor a su madrina Eugenia de Montijo.
Julia: En honor a su abuela paterna la princesa Julia de Hauke.
Ena: Nombre que le gustaba a sus padres que en escocés que significa Eva además de que así la llamaba su familia y el público.
Biografía
Nació el 24 de octubre de 1887 en el Castillo de Balmoral, Escocia. Hija de la Princesa Beatriz de Inglaterra y del Príncipe Enrique de Battemberg. Nieta de la reina británica Victoria I
El rey de España Alfonso XIII la conoció en Londres en la primavera de 1905. Los acontecimientos no se hicieron esperar y a los pocos meses se anunció oficialmente el compromiso.
El 31 de mayo de 1906 se celebró el enlace en la madrileña iglesia de San Jerónimo el Real en Madrid y sufrió en el mismo día del atentado anarquista de Mateo Morral del que ambos resultaron ilesos.
Alfonso XIII, hijo de la segunda esposa de Alfonso XII, se enamoró de Victoria aún a sabiendas que era portadora del gen de la hemofilia. Cuando varios hijos de sus hijos salieron hemofílicos, la pasión del rey se apagó y le reprochó a la reina la herencia. El matrimonio tuvo un total de siete hijos, cinco varones y dos mujeres. Su primer hijo, Alfonso Pío, Príncipe de Asturias, nació en 1907 afectado por la enfermedad, y lo mismo ocurrió con el menor de sus vástagos, Gonzalo Manuel, nacido en 1914.
Su hijo Juan (Juan Carlos Teresa Silvestre Alfonso) (1913?1993) infante de España y conde de Barcelona, fue pretendiente al trono desde 1941 hasta 1977. Contrajo matrimonio en Italia con su prima la princesa María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias y Orleans. Heredero de los derechos dinásticos, se los traspasó a su hijo Juan Carlos I.
Cuando se proclamó la II República el 14 de abril de 1931, se exilió con su esposo en Roma, donde permaneció hasta el fallecimiento del rey en 1941. Posteriormente se radicó en Lausana (Suiza), donde vivió hasta su muerte.
Con motivo del nacimiento en 1968 de su biznieto, Felipe de Borbón y Grecia, hijo del entonces futuro rey Juan Carlos I, regresó por primera vez a España, tras treinta y siete años de exilio, para asistir al bautizo.
Los restos mortales Alfonso XIII, fueron trasladados desde Roma, lugar donde murió, a San Lorenzo de el Escorial al Panteón de los Reyes en 1980. Los de u esposa, Victoria Eugenia de Battenberg fueron trasladados desde Lausana en 1985 y depositados en el pudridero de reyes, donde permanecerán largo tiempo, hasta que, una vez reducidos, puedan ser depositados en la tumba que tiene asignada, junto a la de su esposo, Alfonso XIII.
Nota
A la una de la madrugada del 10 de mayo de 1907, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, esposa del rey Alfonso XIII y bisabuela del también rey Felipe VI, advirtió los síntomas de su primer parto, a raíz del cual nacería el primogénito Alfonso. Se avisó de inmediato al eminente ginecólogo Eugenio Gutiérrez y a la enfermera inglesa Mrs. Green, que ya había atendido, en calidad de comadrona, a la princesa de Gales, la futura reina María, esposa de Jorge V de Inglaterra, durante el alumbramiento de todos sus hijos; la señorita Green contaba también entre su clientela con la reina Maud de Noruega, la duquesa de Teek, la princesa Alex de Teek, o la duquesa de Sajonia-Coburgo.
La regia parturienta agradeció así, después, la presencia de aquella dulce y solícita enfermera a la cabecera de su cama:
Nota
A la una de la madrugada del 10 de mayo de 1907, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, esposa del rey Alfonso XIII y bisabuela del también rey Felipe VI, advirtió los síntomas de su primer parto, a raíz del cual nacería el primogénito Alfonso. Se avisó de inmediato al eminente ginecólogo Eugenio Gutiérrez y a la enfermera inglesa Mrs. Green, que ya había atendido, en calidad de comadrona, a la princesa de Gales, la futura reina María, esposa de Jorge V de Inglaterra, durante el alumbramiento de todos sus hijos; la señorita Green contaba también entre su clientela con la reina Maud de Noruega, la duquesa de Teek, la princesa Alex de Teek, o la duquesa de Sajonia-Coburgo.
La regia parturienta agradeció así, después, la presencia de aquella dulce y solícita enfermera a la cabecera de su cama:
«La señora Green ha sido muy buena conmigo todo el tiempo y ha sido muy reconfortante tenerla a mi lado esas atroces doce horas antes que naciera el niño», aseguró doña Victoria Eugenia.
Se hizo llamar también a los médicos de la Real Facultad, doctores Ledesma, Alabern y Grinda; pero éste último debió permanecer en el cuarto de los infantes Fernando y María Teresa para no contagiar a nadie el sarampión que padecían entonces los niños.
Al mismo tiempo, bajo la atenta supervisión del primer farmacéutico de cámara, Martín Bayod, asistido por su ayudante Mariano Baquero, se preparó todo el material aséptico necesario, sueros artificiales, ampollas con soluciones hipodérmicas y medicamentos esterilizados. En contra de lo expresado en el parte oficial, que anunciaba el «normal y satisfactorio» desenlace, la propia parturienta recordaba con horror «esas doce horas atroces».
Y ello, pese a que el doctor Gutiérrez, recompensado por sus servicios aquel mismo día con el título nobiliario de conde de San Diego, había pronosticado que el parto se desarrollaría de forma espontánea e inmediata.
Pero al final, la reina había tenido que aguantar intensos e interminables dolores sin el consuelo de una anestesia; al contrario que su propia abuela, la reina Victoria de Inglaterra, a quien el doctor Simpson, de Edimburgo, le administró por primera vez cloroformo en 1853 para paliarle el suplicio mientras alumbraba al príncipe Leopoldo, atendida por el ginecólogo John Snow. El doctor Simpson se limitó a colocar un pañuelo empapado en cloroformo bajo la nariz de la soberana, hecho que constituyó un hito en la historia de la anestesia moderna. Mujer de fuerte carácter, la reina Victoria, nacida en Londres el 24 de mayo de 1819 y fallecida en Osborne el 22 de enero de 1901, impuso al final su criterio frente al de muchos médicos y reverendos que consideraban pecaminoso evitar a la mujer los dolores naturales del parto, los cuales, a fin de cuentas, debían ser tolerados con resignación como una imposición divina.
Casada con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo y Gotha, la soberana tuvo nueve hijos, entre ellos el príncipe Leopoldo y Beatriz, princesa de Gran Bretaña, nacida en 1857 y madre de Ena de Battenberg, como se conocía en familia a la futura esposa de Alfonso XIII.
Otra mujer de armas tomar seguía ahora, a cada instante, la agonía del primer parto de Ena; era su suegra, la reina María Cristina, que insistía en participar en todos los momentos del drama.
Al mismo tiempo, bajo la atenta supervisión del primer farmacéutico de cámara, Martín Bayod, asistido por su ayudante Mariano Baquero, se preparó todo el material aséptico necesario, sueros artificiales, ampollas con soluciones hipodérmicas y medicamentos esterilizados. En contra de lo expresado en el parte oficial, que anunciaba el «normal y satisfactorio» desenlace, la propia parturienta recordaba con horror «esas doce horas atroces».
Y ello, pese a que el doctor Gutiérrez, recompensado por sus servicios aquel mismo día con el título nobiliario de conde de San Diego, había pronosticado que el parto se desarrollaría de forma espontánea e inmediata.
Pero al final, la reina había tenido que aguantar intensos e interminables dolores sin el consuelo de una anestesia; al contrario que su propia abuela, la reina Victoria de Inglaterra, a quien el doctor Simpson, de Edimburgo, le administró por primera vez cloroformo en 1853 para paliarle el suplicio mientras alumbraba al príncipe Leopoldo, atendida por el ginecólogo John Snow. El doctor Simpson se limitó a colocar un pañuelo empapado en cloroformo bajo la nariz de la soberana, hecho que constituyó un hito en la historia de la anestesia moderna. Mujer de fuerte carácter, la reina Victoria, nacida en Londres el 24 de mayo de 1819 y fallecida en Osborne el 22 de enero de 1901, impuso al final su criterio frente al de muchos médicos y reverendos que consideraban pecaminoso evitar a la mujer los dolores naturales del parto, los cuales, a fin de cuentas, debían ser tolerados con resignación como una imposición divina.
Casada con el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo y Gotha, la soberana tuvo nueve hijos, entre ellos el príncipe Leopoldo y Beatriz, princesa de Gran Bretaña, nacida en 1857 y madre de Ena de Battenberg, como se conocía en familia a la futura esposa de Alfonso XIII.
Otra mujer de armas tomar seguía ahora, a cada instante, la agonía del primer parto de Ena; era su suegra, la reina María Cristina, que insistía en participar en todos los momentos del drama.
«Nosotras las españolas –dijo orgullosa a su nuera, que sufría atrozmente– no gritamos cuando traemos un rey al mundo».
Ena se limitó a rechinar los dientes de dolor, murmurando seguramente de rabia: Ahora verás de lo que es capaz una inglesa.
¿Por qué no se aplicó a Ena un calmante, igual que se le administró a su abuela, la reina Victoria, medio siglo atrás?
¿Por qué no se aplicó a Ena un calmante, igual que se le administró a su abuela, la reina Victoria, medio siglo atrás?
El doctor Enrique Junceda especulaba con que el riesgo de una anestesia entonces «dado su escaso margen de seguridad, su toxicidad, su acción cardiorrespiratoria, depresora y anoxemizante, su brevedad de acción, etcétera», pudo desaconsejar su empleo a los médicos.
Nacida en el castillo de Balmoral (Escocia) el 24 de octubre de 1887, Victoria Eugenia tenía casi veinte años; era además princesa real de Gran Bretaña e Irlanda. Dada su ascendencia, se hizo llamar también, para tranquilizarla, a su médico particular, el doctor británico Bryden Glandinning, que había llegado a Madrid acompañando a la princesa Beatriz.
Precisamente ésta, madre de Ena, tampoco se apartó ni un instante de ella durante su intenso sufrimiento; igual que la reina madre María Cristina, Alfonso XIII y las infantas Isabel y Eulalia.
Victoria Eugenia de Battenberg. Castillo de Balmoral (Reino Unido), 24.X.1887 – Lausana (Suiza), 15.IV.1969. Esposa de Alfonso XIII, Reina de España. Era hija de la princesa Beatriz del Reino Unido —la hija menor de la reina Victoria— y de Enrique de Battenberg —cuyo padre era el príncipe Alejandro de Hesse—. Tuvo tres hermanos, Alejandro, el primogénito, y Leopoldo y Mauricio, que nacieron después que ella. Sus dos primeros nombres le fueron impuestos en honor a su abuela materna, que el año del nacimiento de la futura reina de España, cumplía el cincuenta aniversario de su acceso al trono británico, y a su madrina de bautismo, Eugenia de Montijo, viuda ya del emperador de Francia Napoleón III, a quien unía una estrecha amistad con la reina Victoria desde que comenzara su exilio en Inglaterra, en 1870. Entre los nombres que recibió Victoria Eugenia también estaban los de Julia, como homenaje a su abuela materna —la condesa polaca Julia von Hauke—, y el de Ena, de origen gaélico, para celebrar que fuera el primer miembro de la familia real, desde Carlos I, en 1600, que nacía en Escocia; este último fue el nombre utilizado familiarmente y por el que siempre se la conoció en Gran Bretaña, al contrario que en España. A través de su ascendencia materna —fueron treinta y nueve los nietos de la reina Victoria— estuvo emparentada próximamente con numerosos monarcas europeos, además del británico; por ejemplo, era prima hermana del kaiser Guillermo II de Alemania y de la zarina Alejandra, esposa de Nicolás II de Rusia. Fue educada en la Corte británica —una corte itinerante por los palacios de Buckingham, Windsor, Sandringham, Balmoral y Osborne, en la isla de Wight— ya que su madre acompañó siempre a la reina Victoria. Si ésta dio el consentimiento de la boda de su hija menor y preferida, en 1885, fue precisamente con la condición de que el matrimonio viviera con ella y no tuviera una residencia propia. La austeridad y el carácter estricto de la Reina y de la Corte influyeron en la futura reina de España. Ella misma destacó la disciplina y la puntualidad adquiridas entonces. Y, paradójicamente, también se inició entonces una de las grandes aficiones de su vida, el gusto por las joyas, al contemplar las alhajas de su abuela y asistir a los últimos preparativos de la presentación de ésta en público. En su educación intervino personalmente su padre, que apenas tenía otras obligaciones que las domésticas; por indicación de éste, durante la infancia y hasta la llegada de tutores varones para sus hermanos, recibió las mismas enseñanzas que éstos, adquiriendo el gusto por diversos deportes, especialmente la equitación. Desde los siete años, acompañó a su abuela en las estancias que en primavera hacía en el sur de Francia. En 1896, su padre murió a consecuencia de unas fiebres contraídas en el curso de una expedición militar al África Occidental. Las cosas cambiaron completamente para Victoria Eugenia tras la muerte de la reina Victoria, en 1901, y el traslado de la familia al palacio de Kensington, en Londres. En la capital británica pudo llevar una vida mucho más libre. En los años siguientes, visitó a su madrina en Biarritz y realizó un largo viaje por Egipto. Aunque con motivo de las fiestas de coronación de su tío, Eduardo VII, se le había permitido aparecer en público, su presentación en sociedad no tuvo lugar hasta 1905 mediante un espléndido baile que el Rey dio en el palacio de Buckhingham. Aquel mismo año había de producirse el acontecimiento fundamental de su vida: el encuentro con el rey Alfonso XIII de España. Alfonso XIII era un joven de diecinueve años, que desde hacía tres reinaba efectivamente en España. El 27 de mayo de 1905 había emprendido su primer viaje al extranjero, a París y Londres, con objeto de refrendar la adhesión de España a la Entente suscrita por Francia y el Reino Unido en 1904. Esta adhesión venía a sacar a España del peligroso aislamiento internacional en que había quedado después de 1898, y suponía un cambio fundamental en la orientación de su política exterior: de la alianza con Alemania, mantenida en los últimos decenios del siglo XIX, a la amistad con Francia e Inglaterra. Pero el viaje a Inglaterra de un rey joven, soltero, de quien se esperaba que pronto contrajera matrimonio y diera herederos a la Corona, tenía también otra finalidad: que pudiera conocer a jóvenes de la familia real británica. Concretamente, entre los gobiernos inglés y español, se había hablado de la posibilidad de un enlace con la princesa Patricia de Connaught, nieta de la reina Victoria. La reina madre, María Cristina de Austria —que seguía ejerciendo una gran influencia sobre su hijo— hubiera preferido que la elegida fuera católica y centroeuropea, con el fin de reforzar los lazos tradicionales de España con Alemania y Austria. El Rey, por su parte, había manifestado que sólo se casaría con una mujer de la que estuviera enamorado. Personalmente, Alfonso XIII sentía una gran atracción por Inglaterra, aunque no conociera bien su idioma. Como ha escrito José María Jover, “en la persona de Alfonso XIII había muchos factores que convergían en favor de una britanización de España: desde el clima intelectual del momento [...], las lecciones del profesor Santamaría de Paredes, y la admiración del joven Rey por la Corte británica y por el rey Eduardo VII; desde su afición a formas de vida muy siglo XX —deporte, automovilismo— y esa preferencia como ‘hombre de negocios’ por el capital mobiliario que choca con la tradicional preferencia estamental por la propiedad territorial, hasta la racional convicción de que sólo contando con la marina británica sería posible dotar de seguridad a las costas y las islas españolas de la región del Estrecho”. Tras su estancia en París, el Rey llegó a Londres el 5 de junio de 1905. La visita a la capital británica duró cinco días. La relación con Patricia de Connaught se mostró inviable por decisión de ésta, que ya estaba sentimentalmente comprometida, pero en el curso de las celebraciones y fiestas oficiales, Alfonso XIII conoció y se enamoró de otra de las nietas de la reina Victoria, la joven de diecisiete años Victoria Eugenia, de quien Azorín, corresponsal de ABC en la capital británica, escribió que era imposible “imaginar una muchacha más linda, más delicada y espiritual, que esta princesa rubia”. Los jóvenes mantuvieron en los siguientes meses una relación epistolar, en la que se declararon su amor. En noviembre de 1905, Alfonso XIII realizó un viaje a Berlín y a Viena, donde tuvo ocasión de conocer a otras jóvenes princesas, pero su elección ya estaba hecha. Victoria Eugenia, después de obtener la aprobación de Eduardo VII y de su madre, se mostró encantada con la posibilidad de convertirse en reina de España. Después de un encuentro de los jóvenes, junto con sus respectivas madres, en la villa Mouriscot de Biarritz y en el palacio de Miramar de San Sebastián, en enero de 1906, se anunció oficialmente el compromiso. Antes del enlace, la novia tuvo que pasar por un duro trance: abjurar del protestantismo y recibir el bautismo católico, ceremonia celebrada en la intimidad del palacio de Miramar. La boda real se celebró en el madrileño templo de San Jerónimo, el 31 de mayo de 1906. Alfonso XIII tenía veinte años y Victoria Eugenia, dieciocho. Al volver a palacio, en carroza descubierta, los Reyes fueron objeto de un atentado del que asombrosamente salieron ilesos pero en el que murieron unas veinticinco personas y otras cien resultaron heridas. El autor fue un anarquista, Mateo Morral, que arrojó sobre la comitiva una bomba envuelta en un ramo de flores desde un balcón de la casa número 88 de la calle Mayor, casi enfrente del palacio de Capitanía. La carroza real quedó destrozada; los reyes, manchados de sangre, tuvieron que seguir el trayecto en uno de los coches de respeto. El baile que había de celebrarse quedó cancelado, pero no así la cena con los invitados, aquella misma noche. También tuvo lugar la recepción oficial al día siguiente. La llegada de Victoria Eugenia al Palacio Real de Madrid fue, de acuerdo con el testimonio de la tía del Rey, la infanta Eulalia de Borbón, “como un florecer de juventud, gracia y sonrisa en la adusta corte madrileña”. La Reina suavizó las costumbres y el protocolo que durante la regencia de María Cristina de Haugsburgo se habían hecho cada vez más severos y rígidos. La reina madre siguió viviendo en palacio pero supo colocarse en un discreto segundo plano, retirada en dependencias particulares. La tía mayor del Rey, la infanta Isabel, la Chata, sí se mudó a un palacete próximo, en la calle Quintana. Victoria Eugenia hizo instalar calefacción central en palacio y mandó montar un cinematógrafo en la llamada sala de columnas, donde por las noches se proyectaban películas para toda la familia. Instituyó la costumbre de tomar el té a las cinco, lo que hacía a solas con el Rey. A diferencia de la época anterior, la Corte madrileña se hizo “risueña y ligera, bailarina y frívola, moderna y lujosa”. La influencia de la Reina trascendió los límites de palacio. “Desde que Victoria llegó a España —continúa diciendo la infanta Eulalia— ella fue la guía de la moda madrileña [...]. Victoria Eugenia hizo en la moda y en la vida de la mujer española, lo que Ganivet pedía para nuestra política: la europeizó”. Respecto a la política exterior, la boda del Rey vino a reforzar la orientación franco-británica adoptada en 1904, como pudo comprobarse en la Conferencia de Algeciras, en 1906, y en la firma de los Acuerdos de Cartagena de 1907. Sin embargo, España mantuvo su neutralidad en la Primera Guerra Mundial. Alfonso XIII y Victoria Eugenia tuvieron seis hijos: Alfonso, príncipe de Asturias (1907), Jaime (1908), Beatriz (1910), Cristina (1911), Juan (1913) y Gonzalo (1914). El primogénito, Alfonso, y el último de los varones, Gonzalo, nacieron enfermos de hemofilia, una enfermedad transmitida por las mujeres y padecida por los hombres. El infante don Jaime, libre de la enfermedad, padeció, sin embargo, una sordomudez consecuencia de una mastoiditis mal operada que, a pesar de una esmerada educación, limitaba considerablemente sus actuaciones. Los infantes Alfonso y Jaime terminaron renunciando a sus derechos dinásticos en favor de don Juan de Borbón y Battenberg, que aseguró la continuidad sucesoria. Aunque se ha escrito que Alfonso XIII fue claramente advertido, antes de la boda, de la existencia de la enfermedad hemofílica y de su posible transmisión, no parece que fuera así. Las relaciones entre los regios esposos se deterioraron gravemente al comprobarse que Victoria Eugenia era portadora de la hemofilia. El distanciamiento entre ellos se convirtió en una separación en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, que se materializaría años más tarde, en 1931, ya en el exilio, aunque sin llegar a formalizarla. El Rey mantuvo diversas relaciones extramatrimoniales, ampliamente conocidas. La Reina, por su parte, actuó siempre con gran dignidad y prudencia. Victoria Eugenia dedicó gran parte de su actividad en España a labores asistenciales. Entre ellas destaca la reorganización de la Cruz Roja Española, con la fundación del Hospital de San José y Santa Adela en la avenida madrileña que lleva el nombre de la Reina, y de otros semejantes en Sevilla y Barcelona; la creación de una Escuela de Enfermeras, donde también se formaron las damas auxiliares de Sanidad Militar que llevaron a cabo una destacada labor en la atención de los heridos en la guerra de Marruecos. También son de citar la Liga Antituberculosa, reorganizada bajo su presidencia en Patronato Antituberculoso y la creación de la Liga contra el Cáncer. Colaboró asimismo ampliamente en la oficina de información y ayuda a las poblaciones afectadas por la Primera Guerra Mundial, que el Rey organizó en el mismo palacio, y que llevó a cabo una importantísima labor humanitaria, reconocida internacionalmente. A partir de 1912, los Reyes residieron durante el verano en el palacio de la Magdalena, en Santander. A la Reina le gustaba mucho aquel lugar que le recordaba el paisaje y el clima de su país de origen, y también el edificio de estilo inglés. Allí pudieron practicar los deportes a los que tanto el Rey como ella eran aficionados: el golf —en el club de Pedreña, al otro lado de la bahía—, la vela, el tenis y la equitación. La reina Victoria Eugenia se mantuvo siempre al margen de toda actividad política. Como ella misma le dijo a Pedro Sainz Rodríguez, en Fontainebleau, en 1931: “yo tengo la conciencia tranquila de haber permanecido siempre ajena a las divisiones políticas, de haber tratado a todo el mundo con la misma cortesía y haber dedicado todos los esfuerzos que he podido a la organización de la beneficencia y de la caridad en España”. A pesar de ello, en esta misma ocasión —sin duda, bajo la impresión de la caída de la Monarquía tras las elecciones municipales de abril de 1931— la Reina afirmaba tener la sensación de no haber “sido nunca verdaderamente querida, de no haber llegado a ser popular”. Victoria Eugenia abandonó España un día después que su esposo, el 15 de abril de 1931. En la mañana de aquel día, junto con los infantes, salió en coche del Palacio Real para tomar el tren en la estación de El Escorial, con destino a Irún y, más tarde, a París, donde se reunió con Alfonso XIII. Tras la separación material —que no formal— de su esposo, que ya se ha mencionado, Victoria Eugenia volvió a vivir principalmente en Londres. En 1935, se celebraron en Roma las bodas de sus hijos, los infantes Jaime, Beatriz y Juan, a las que no asistió. Pero sí al bautizo, en enero de 1938, también en la capital italiana, del hijo varón del infante don Juan, el futuro rey Juan Carlos I, del que fue madrina. En aquel año, trató de acompañar a su hijo primogénito, Alfonso, en los últimos momentos de su desgraciada vida, tras el accidente que sufrió en Miami. La Reina viajó inmediatamente desde la isla de Wight, donde se encontraba, pero cuando llegó, Alfonso ya había muerto. Con Alfonso XIII llegó a reunirse alguna vez. La última en los días anteriores a la muerte de éste, en febrero de 1941. Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Victoria Eugenia se trasladó a vivir a Lausana (Suiza), donde adquirió la villa “Vieille Fontaine”, en la que transcurrió el resto de su vida. En 1962 asistió, en Atenas, a la boda de su nieto don Juan Carlos con la princesa Sofía de Grecia. En 1968 volvió brevemente a España con motivo del bautizo del hijo varón de éstos, el príncipe Felipe de Borbón, del que también fue madrina. En esta ocasión, se entrevistó con el general Franco y su esposa, de quienes Alfonso XIII y ella habían sido padrinos de boda, en 1923. Murió en 1969, en su casa de Lausana, acompañada de su numerosa familia. Los restos mortales de la reina Victoria Eugenia fueron trasladados a San Lorenzo de El Escorial en 1985. Obras de ~: Correspondencia epistolar de la princesa Victoria Eugenia de Battenberg al rey Alfonso XIII, [ed. facs. de M. Gómez Santos de una selección de 67 postales conservadas en el Archivo del Palacio Real de Madrid], Madrid, Correos y Telégrafos/ Patrimonio Nacional, 1993. Bibl.: E. Graham, The Queen of Spain: an authorised life-history from material supplied personally by Her Majesty to the author in audience at the Royal Palace at Madrid, Londres, Hutchinson, c. 1930; E. de Borbón, Memorias, Barcelona, Juventud, 1935; M. Almagro San Martín, Crónica de Alfonso XIII y su linaje, Madrid, Atlas, 1946; Ocaso y fin de un reinado (Alfonso XIII): los reyes en el destierro, Madrid, Afrodisio Aguado, 1947; G. Noel, Ena, Spain’s English Queen, Londres, Constable, 1984 (reimpr. 1999, trad. esp., Victoria Eugenia, reina de España, Buenos Aires, Javier Vergara, 1984); L. Rodríguez Alcalde, Crónica del veraneo regio, Santander, Estudio, 1991; M. Gómez Santos, La reina Victoria Eugenia, Madrid, Espasa, 1993; C. Seco Serrano, La España de Alfonso XIII. El Estado y la política (1902-1931). Vol. I: De los comienzos del reinado a los problemas de la posguerra (1902-1922), intr. de J. M.ª Jover Zamora, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXVIII/I, Madrid, Espasa Calpe, 1996; M. T. Puga y E. Ferrer, Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, Barcelona, Juventud, 1999; Á. Hijano Pérez, Victoria Eugenia. Una reina exiliada, Madrid, Aldebarán, 2000; C. Seco Serrano, Alfonso XIII, Madrid, Arlanza, 2000; R. de la Cierva, Alfonso y Victoria. Las tramas íntimas secretas y europeas de un reinado desconocido, Madrid, Fénix, 2001. |
Pasaban las once de la noche del 15 de abril de 1969 cuando la reina Victoria Eugenia de Battenberg moría en su palacete de Vieille Fontaine –"fuente antigua"-, avenue de l'Elysée, 24 en ciudad de Lausana. En esa localidad, muy cerca del evocador lago Léman. El origen de Vielle Fontaine es confuso. Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de determinar como pagó la reina de España esa propiedad: unos dicen que gracias a la herencia de una tía, otros, que vendiendo algunas de sus joyas. Sea como fuere, la construcción, de estilo afrancesado, estaba ubicado en una de las principales arterias de la ciudad, en un lote de varias hectáreas y con una sobresaliente vista hacia el lago Léman. La residencia estaba dividida en dos zonas: una pública y otra privada. Victoria Eugenia se encargó de decorarlo ella misma en estilo inglés. Nada más entrar en la casa, casi siempre aderezada con flores de campo, como las margaritas y las mimosas, llamaba la atención las escaleras en roble blanco, que daban paso a la parte privada del palacete, como las habitaciones, entre ellas los aposentos de la reina, con vistas al lago. Allí vivía con sus dos doncellas, Pilar y Petra. Poco aficionada a salir de casa, allí recibía a buenos amigos como Rainiero y Gracia de Mónaco, y el duque de Alba, Jacobo, padre de Cayetana que era además jefe de la casa de la reina. Algunos sostienen que algo más: podrían haber sido amantes durante años. Nadie lo ha podido confirmar. Sus jardines y salones fueron testigos de la pedida de mano de don Juan Carlos a doña Sofía. Don Juan Carlos, llamado a reinar, siempre tuvo trato diferenciado en casa de su abuela, una mujer muy estricta en el protocolo. Sí la recordaba su nieta, la infanta Pilar de Borbón. Sus herederos terminaron por deshacerse de la maravillosa propiedad, que exquisitamente decorada con muebles ingleses que eran de su madre la princesa Beatriz, alberga muchos secretos que nunca sabremos. Las paredes eran blancas, las cortinas de seda amarillo tenue. Por la casa predominaban los libros y los retratos familiares. Cerca de su despacho, en el que trabajaba sin descanso por la restauración de la monarquía hispánica, presidia en una enorme pared, un gran retrato de su esposo, el rey Alfonso XIII. Aunque su matrimonio estaba roto, e incluso tras morir el soberano, el respeto hacia la figura del hombre que había elegido el destino para unirse, fue siempre de devoción. Lausana (en francés y alemán, Lausanne , en italiano y romanche Losanna) es una ciudad y comuna de Suiza, capital del cantón de Vaud y del distrito de Lausana. Se sitúa a orillas del lago Lemán, frente a la ciudad francesa de Évian-les-Bains. El cantón de Vaud (oficialmente en francés Canton de Vaud; en alemán: Kanton Waadt; en italiano Canton Vado; en retorromanche Chantun Vad; del latín Pagus Valdensis o Pagus Waldensis) es un cantón suizo cuya capital es Lausana. El gentilicio de este cantón es valdense (del francés: vaudois), por lo que también se puede denominar cantón valdense. El cantón de Vaud es el más grande y poblado de la Romandía. Romandía,Suiza romanda o Suiza francesa (en francés: Romandie, Suisse française o Suisse romande; en alemán: Romandie o Welschschweiz; en italiano: Romandia o Svizzera romanda; en romanche: Svizra romanda) es la parte francófona de Suiza. Comprende los cantones de Ginebra, Vaud, Neuchâtel y Jura, así como las zonas francófonas de los cantones de Berna, Valais (74 %) y Friburgo. Alrededor de 1,95 millones de personas (el 24,5 % de la población suiza) vive en Romandía |
La reina Victoria no quería que su hija Beatriz se casara
Cuando Beatriz creció y anunció que quería casarse con el príncipe Enrique de Battenberg, Liko para la familia, la reina Victoria se puso furiosa. Según la tradición del momento, una de las hijas se debía quedar soltera para hacer compañía a su madre en su vejez, y Victoria había decidido que fuese Baby. Por ello, aunque al final aceptó a regañadientes el compromiso, decretó que la pareja siempre viviría con ella, por lo que tras una discreta boda en la parroquia de Whippingham, en la isla de Wight, el nuevo matrimonio tuvo que instalarse en palacio con la reina Victoria.
Victoria Eugenia fue el primer miembro de la familia real británica en nacer en Escocia desde el año 1600
Beatriz y Liko tuvieron enseguida descendencia. Primero vino al mundo Alexander, conocido como Drino. Luego, el 24 de octubre de 1887, nació Victoria Eugenia Julia Ena. Leopoldo nació en 1889 y Mauricio, en 1891.
Victoria Eugenia nació en el castillo escocés de Balmoral, la residencia de verano de su abuela. De hecho, fue el primer miembro de la familia real británica en nacer en Escocia desde Carlos I, el cual nació allí en 1600. Para celebrar semejante hito histórico, a la pequeña se le puso un nombre gaélico, Ena, con el que siempre sería conocida por su familia y también en Inglaterra.
Lo de Eugenia viene por Eugenia de Montijo
Victoria Eugenia fue llamada así por su abuela, la reina Victoria, y por la emperatriz Eugenia de Montijo, la cual fue su madrina de bautismo. Por aquel entonces, la granadina Eugenia de Guzmán y Palafox de Portocarrero Kikpatrik, más conocida como Eugenia de Montijo, ya era viuda del emperador de Francia Napoleón III y vivía exiliada en Inglaterra, en el castillo de Chislehurst, desde el año 1870. La reina Victoria y ella eran muy amigas. Eugenia también recibió el nombre de Julia como homenaje a su abuela materna, la condesa polaca Julia von Hauke.
Llamaba a su abuela Gangan
A pesar de que como madre fue distante y que para el resto de sus nietos la reina Victoria resultó algo fría, con los pequeños Battenberg siempre se mostró cercana, incluso divertida. Los niños la llamaban Gangan y la monarca permitió que jugaran dentro de los palacios, incluso pasaba por alto que se escuchasen sus gritos por los pasillos, algo que la hubiese horrorizado unas décadas antes. Pero ahora disfrutaba con aquel inocente bullicio, hasta el punto que escribió en su diario “los pequeños Drino y Ena son deliciosos y tan divertidos”.
Gangan le impuso una gran disciplina
A pesar de que les permitió ciertas libertades, la Reina también exigió a sus nietos que fueran educados con los modales adecuados e impuso una férrea disciplina. La propia Ena recordaría años más tarde que su abuela “era muy buena pero muy estricta, con ideas anticuadas sobre cómo los niños debían ser criados; sobre todo insistía en que los chiquillos fuesen vistos y no oídos”. También ordenaba que sus nietos fueran muy conscientes de su posición real y que se comportaran como tal. Una vez, cuando era pequeña, Ena dijo “Creo que es hora de que me vaya a dormir” y su abuela le corrigió: “Jovencita, una princesa debe decir: “Creo que es hora de retirarme””.
Estuvo a punto de morir de pequeña
Ena creció rodeada de animales, sobre todo de perros y ponies. Sin embargo, su entusiasmo le acarreó algún que otro susto. En 1894, cuando tenía seis años, Ena se cayó de su poni en Osborne House y se golpeó la cabeza en el suelo, lo que le ocasionó una peligrosa hemorragia que la mantuvo varios días en la cama. La reina Victoria se mostró muy afligida: “Quiero a estos encantadores niños como si fuera su propia madre”, anotó en su diario.
Conoció a Alfonso XIII en Londres
Victoria Eugenia conoció a quien sería su marido, el rey de España Alfonso XIII, en un baile de gala en el palacio de Buckingham. Alfonso había partido de viaje por varios países europeos y a nadie se le escapaba que uno de los objetivos era buscar una esposa. Por ello, el ABC organizó un concurso entre sus subscriptores para saber qué princesas extranjeras gozaban de más popularidad entre el pueblo. La ganadora fue, casualmente, Victoria Eugenia de Battenberg.
Pero Alfonso XIII estaba en Londres para conocer a Patricia de Connaught
A diferencia de los lectores del ABC, en un principio al rey Alfonso XIII le interesaba más Patricia de Connaught, bastante mejor partido que Ena. Sin embargo, ésta acabó por rechazarlo y entonces el Rey se fijó en Victoria Eugenia. Durante el baile en palacio, Alfonso XIII le preguntó si coleccionaba postales. Ella le dijo que sí (entonces todas las jovencitas de buena alcurnia lo hacían) y él le comentó que le enviaría una a diario. Y así fue: Ena y Alfonso XIII comenzaron una relación epistolar durante varios meses.
Su compromiso se anunció en San Sebastián
Al cabo de un tiempo, los jóvenes volvieron a verse en la villa Mouriscot, en Biarritz. Allí quedó claro que el rey la amaba profundamente y, por ello, al cabo de unos días se trasladaron, junto con sus respectivas madres, al palacio de Miramar de San Sebastián, donde se anunció oficialmente el compromiso.
Victoria Eugenia tuvo que convertirse en católica
También fue en San Sebastián donde la novia tuvo que abjurar de su fe anglicana y abrazar el catolicismo. Por lo que se sabe, la ceremonia fue bastante desagradable para la princesa inglesa.
Su prometido le regaló una tiara fabulosa por su boda
Es la famosa tiara Flor de Lis, la más fastuosa del joyero real y que ahora disfruta Letizia, aunque sólo se la pone en contadas ocasiones. Creada por la joyería Ansorena, incluía 450 diamantes y diez perlas montadas en una estructura de platino. La propia Victoria Eugenia mandaría “arreglarla” años más tarde para “que se viera aún más espectacular”. En concreto, se la envió a Cartier para que le pusiera más diamantes en la parte central.
Todo Madrid se engalanó para la boda
En especial el edificio de la Equitativa, en la calle Sevilla, que estaba adornado con luces de colores que formaban columnas y arcos y unos letreros luminosos que daban la bienvenida en inglés a aquella princesa extranjera que ese día se iba a convertir en reina de España. También estaba muy engalanada la calle Mayor: había arcos con guirnaldas y más de tres mil farolillos que trepaban por columnas y formaban las letras A y V, la A por Alfonso y V por Victoria Eugenia.
La novia llegó muy tarde a la boda
La boda se celebró en el madrileño templo de San Jerónimo, el 31 de marzo de 1906. Él tenía 20 años y ella, dieciocho. La novia llegó muy tarde a la iglesia: le habían indicado que debía vestirse en el Ministerio de la Marina y esperar al primer ministro, Segismundo Moret. Pero éste se retrasó bastante y la novia no pudo salir hasta bastante depués de cuando estaba previsto.
Su vestido de novias lo cosió Julia de Herce
Julia de Herce regentaba uno de los mejores talleres de modas de Madrid y atendía a algunas de las mujeres de más alta alcurnia de la capital. Por ello, y porque habían trabajado en el pasado algunas veces para la reina madre, la reina María Cristina de Habsburgo, se la escogió para hacer el traje de novia de la princesa inglesa. Se necesitaron cuarenta oficialas para tenerlo a tiempo y se usaron encajes traídos de Inglaterra. El velo que usó había pertenecido a su suegra y tenía bordados flores de lis y el águila imperial, símbolo de la familia imperial austríaca.
Sufrió un atentado el día de su boda
Después de la boda, la pareja se subió a una carroza y se dirigió hacia el palacio de Oriente. Cuando pasaban por la Calle Mayor a la altura de San Nicolás, se vio caer un pesado ramo de flores desde el balcón de un hostal contiguo. Cayó entre los caballos que tiraban la carroza. Al chocar contra el suelo, se oyó una tremenda detonación. Una espesa humareda cubrió el centro de la gran avenida, mientras los gritos de pánico se oían por toda la ciudad. Milagrosamente, los reyes salieron ilesos.
El terrorista era Mateo Morral
Había nacido en Sabadell en 1880 y era hijo de un empresario textil, Martin Morral, que le había proporcionado una esmerada educación. A los dieciséis años ya dominaba el inglés y el francés, y luego fue enviado a estudiar a Francia y después a Leipzig, donde aprendió alemán y se especializó en ingeniería mecánica. Pero a la vuelta quedó claro enseguida que aquel chico callado, tímido y aplicado había cambiado. Básicamente, porque comenzó a dar mítines en la fábrica de su padre donde, en voz en grito, arengaba a los atónitos obreros a declararse en huelga.
Puso de moda los pasteles de boda
La boda de Victoria Eugenia y Alfonso XIII fue la primera de España en que se sirvió un wedding cake, es decir, un pastel de boda, una tradición inglesa que aquí no se había visto nunca. Tanta expectación despertó aquella innovación que incluso los periódicos le dedicaron crónicas especiales. El corresponsal del ABC en Londres explicó que “acaba de terminarse, y sale para Madrid, el wedding cake. Será el primer wedding cake que se haya visto en España”. Y luego se especificaban los detalles de aquella novedad culinaria. Estaba hecho con bizcocho, pasas de corinto, crema glasé y chantilly. “Tiene seis pies de altura, pesa 300 quilos y mide 46 pulgadas de diámetro en su base”, se decía. También se explicaba cómo iba a cortarse: “Sobre el plato de plata macizo en que se servirá el monumental pastel se colocará un cuchillo con hoja de oro y mango de plata de dos pies de longitud. El día de la boda la princesa Victoria clavará solemnemente el cuchillo en el pastel”.
El menú de la boda fue intenso
Dado el ataque terrorista que acababan de sufrir, se decidió que el baile previsto quedaba cancelado, pero no así la cena con los invitados aquella misma noche. Se sirvió un consomé Nilson y huevos Perigueux, seguido de un lenguado a la Colbert y, después, unas costillas de ternera al jerez con espárragos y salsa Valois y capón de Pau asado con ensalada de lechuga.
Victoria Eugenia puso de moda el té a las cinco
La nueva Reina de España suavizó las costumbres de la corte española, hasta entonces acostumbrada a las rigurosas normas que había establecido la reina madre María Cristina de Habsburgo. También introdujo cambios en palacio: ordenó mejorar la calefacción central e instaló un cinematógrafo en la sala de columnas para poder proyectas películas por las noches. Sus gustos personales también hicieron furor: la nueva Reina tomaba el té, hacia deporte y también fumaba, algo que en España fue todo un escándalo.
Tuvo varios hijos hemofílicos
Victoria Eugenia y Alfonso XIII tuvieron seis hijos: Alfonso, Jaime, Beatriz, Cristina, Juan y Gonzalo. El primogénito y Gonzalo nacieron con hemofilia, una enfermedad que entonces se conocía como “el mal alemán” y que transmitían las mujeres pero padecían los hombres. El infante don Jaime no la padeció, pero sí sufrió una sordomudez desde muy pequeño como resultado de una mastoiditis mal operada.
Aunque muchas veces se ha dicho que Alfonso XIII sabía de antemano que su mujer podía ser portadora de la enfermedad, la verdad es que no parece muy probable, puesto que el matrimonio quedó seriamente dañado tras el descubrimiento de la enfermedad del príncipe de Asturias. El distanciamiento fue cada vez mayor entre ellos y él tuvo muchas amantes (y no fue precisamente discreto). Después de la Primera Guerra Mundial, ya estaban prácticamente separados, y una vez partieron al exilio, cada uno optó por vivir en países distintos.
Le encantaba Santander
Desde 1921, los Reyes comenzaron a pasar sus veranos en el palacio de la Magdalena, en Santander, un lugar que a la reina Victoria Eugenia le encantaba porque le recordaba a Inglaterra. En Santander, además, podía practicar muchos deporte: jugaba al golf y al tenis, montaba a caballo y salía a navegar.
Hizo mucho por la enfermería en España
La reina Victoria Eugenia desarrolló una muy importante labor asistencial, sobre todo en el campo de la enfermería. Ella fue clave para la conformación de una carrera profesional de enfermería y se entregó en cuerpo y alma a la instrucción de mujeres. Entre otros éxitos importantes, destaca la reorganización de la Cruz Roja Española, la creación de la Escuela de Enfermeras, la mejora de la Liga Antituberculosa y la formación de las denominadas Damas Auxiliares de Sanidad Militar, las cuales tendrían un papel muy activo en la atención a los heridos en la guerra de Marruecos. También colaboró en la oficina de información y ayuda a las poblaciones afectadas por la Primera Guerra Mundial que se organizó en el Palacio de Oriente.
Nunca tuvo la sensación de ser popular en España
A Victoria Eugenia siempre le quedó clavada la espinita de que los españoles no la querían, a pesar de que siempre intentó hacer obras de caridad y nunca se metió en política. Pero la monarquía vivía horas bajas (su marido cometió bastantes fallos) y ella fue una de las primeras en intuir que la República era inminente.
Primero se exilió en París
Victoria Eugenia abandonó España un día después que su marido. Casi de madrugada salió en coche del palacio con sus hijos. Tomó un tren en la estación de El Escorial, fue hasta Irún y, de ahí, a París, donde se reunió con Alfonso XIII.
Luego estuvo en Londres y finalmente se instaló en Lausana
Tras pasar una temporada en París, el rey Alfonso XIII partió a Roma y ella se fue a Londres. El contacto con su familia fue mínimo durante muchos años y no fue a la boda de Jaime, Beatriz o Juan. Tampoco vio apenas a su marido, el cual murió en febrero de 1941. Tras la Segunda Guerra Mundial, se instaló definitivamente en Lausana, en Suiza.
En su casa del exilio siempre se servía gazpacho o tortilla de patatas
Para dejar claro que era la Reina de España aunque viviera en el exilio, siempre se servía una copa de jerez de aperitivo y muchas veces el menú incluía gazpacho o tortilla de patatas.
Para salir adelante, tuvo que vender bastantes joyas
Y también para ayudar a sufragar parte de los gastos de la boda de su nieto, Juan Carlos, con Sofía. En concreto, se cree que la reina Victoria se deshizo de un fabuloso collar de esmeraldas y que éstas acabaron en manos de Farah Diba, la tercera esposa del Shah de Persia.
No regresó a España hasta 1968
Fue para el bautizo de su bisnieto, el entonces infante Felipe y hoy rey. Ella creía que nadie se acordaría de ella en España, pero al pisar el aeropuerto se llevó una gran sorpresa: centenares de personas se habían agolpado para darle la bienvenida.
Mientras estuvo en Madrid, la reina Victoria Eugenia se hospedó el palacio de Liria, propiedad de su ahijada, Cayetana de Alba. Aunque no estaba previsto, se organizó un besamanos en uno de los salones de palacio y pudo entrar quien quiso. Aparecieron unas 20.000 personas, entre ellas Pastora Imperio. En principio, muchos habían desaconsejado que se organizara semejante evento, porque temían que apareciera la Falange a reventar el acto, pero Cayetana de Alba se mantuvo firme: “Aunque me destrocen el palacio, el besamanos se celebra”.
Sus restos mortales fueron trasladados a España años después de su muerte
Tras morir en Lausana en 1969, fue enterrada en Suiza. No fue hasta 1985 que sus restos mortales fueron repatriados a España. Está enterrada en El Escorial.
Homenaje de la Real Academia de la historia a la Reina Victoria Eugenia
Martes, 01 de Junio de 2010
La Reina Victoria Eugenia falleció en el exilio, en su casa de Vieille Fontaine, en Lausanne, precisamente el 15 de abril de 1969 siendo enterrada en la capilla del Sacré Coeur de aquella ciudad, hasta que el 25 de abril de 1985, la Casa Real trasladó sus restos a España. Sus restos reposan hoy en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial cerca de los de su esposo Don Alfonso XIII y los de sus hijos Don Alfonso, Don Jaime y Don Gonzalo. En el acto celebrado el miércoles 15 de abril en la Real Academia de la Historia, que fue presidido por S.A.R. la Infanta Doña Pilar, Duquesa de Badajoz, nieta de la Reina, el catedrático y académico de la Real de la Historia don Carlos Seco Serrano trazó unas pinceladas sobre la vida de la soberana acabando sus palabras con un emotivo: “para mi siembre será mi Reina”.
Por su parte el director de esa Real Academia, don Gonzalo Anesy Álvarez de Castrillón, centró su discurso en varios aspectos. Por un lado, en demostrar que el matrimonio de los padres de Doña Victoria Eugenia, el príncipe Enrique de Battenberg y la princesa Beatriz de la Gran Bretaña e Irlanda, no fue morganático, es decir, desigual, haciendo referencia a la antigüedad del linaje de la Casa de Hesse (o de Brabante) de la que proceden los Battenberg por varonía. Intentó así poner de manifiesto lo injustificado de las reservas que algunos tuvieron hacia la boda de Don Alfonso XIII con esta princesa británica.Sin embargo, no cabe duda –añado yo- de que el matrimonio de los padres del Enrique de Battenberg, el príncipe Alejandro de Hesse y la condesa Julia von Hauke, sí fue plenamente morganático ya que Julia no era del mismo rango que su esposo. Por ello ni Julia ni sus hijos pudieron llevar el nombre de Hesse.
Ella fue hecha condesa de Battenberg en 1851, con el tratamiento de Alteza Ilustrísima, por el gran duque Luis III de Hesse, hermano de su marido. Los hijos del matrimonio, apartados de la sucesión al trono gran ducal de Hesse, adoptaron el nuevo nombre de la madre, siguiendo en eso el uso tradicional de que los vástagos de un matrimonio morganático asuman el apellido del que causa la “notable desigualdad”. En 1858 el condado de Battenberg fue erigido en principado hereditario con el tratamiento de Alteza Serenísima. Así, los hijos de Julia, que se convirtió del catolicismo al luteranismo en 1875, fueron todos príncipes de Battenberg. Poco antes de su boda, Doña Victoria Eugenia fue hecha Alteza Real por el Rey Eduardo VII de Inglaterra.
Por otra parte, el profesor Anes hizo un resumen del estado de la España en que la soberana tuvo que vivir, resaltando la bonanza económica e intelectual de que gozó el país y cuestionando profundamente las críticas y el pesimismo de los regeneracionistas. Citó profusamente las ideas de pensadores como Ortega y Gasset y Marañón para demostrar que les faltaba razón al tener una visión derrotista de la España que les tocó vivir.
Don Gonzalo Anes destacó la encomiable labor benéfica de la Reina en muchos ámbitos, fundando instituciones como la Liga Española contra el Cáncer y otras. Habló de su limitada popularidad pero alabó la respetuosa actitud de la soberana hacia el orden constitucional siendo una –dijo- “muy pulcra” reina de una monarquía parlamentaria.
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