—¿Por qué lees tanto? —(…) Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —(…)—. Por eso leo tanto, Jon Snow.

TYRION LANNISTER.

jueves, 5 de julio de 2012

129.-Antepasados del rey de España: Enrique de Borbón, Rey IV de Francia y III de Navarra.


Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Núñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farías Picón; Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolás Wasiliew Sala; Marcelo Yáñez Garín;  María Francisca Palacio Hermosilla; 


Enrique de Borbón, Rey IV de Francia y III de Navarra.



Aldo  Ahumada Chu Han 

Enrique de Borbón  (Pau, 13 de diciembre de 1553-París, 14 de mayo de 1610) fue rey de Navarra con el nombre de Enrique III entre 1572 y 1610, y rey de Francia como Enrique IV entre 1589 y 1610, primero de la casa de Borbón en este país, conocido como Enrique el Grande (Henri le Grand) o el Buen Rey (Le bon roi Henri) y copríncipe de Andorra (1572-1610).

A menudo es considerado por los franceses como el mejor monarca que ha gobernado su país, siempre intentando mejorar las condiciones de vida de sus súbditos. Se le atribuye la frase: «Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos», que simplifica perfectamente su política de hacer feliz a su pueblo, no sólo con poder y conquistas, sino también con paz y prosperidad.
 Es el referente de los monárquicos franceses, los cuales realizan todos los años un homenaje frente a su estatua del Pont Neuf (Puente Nuevo) de París el día de su entrada a la ciudad.
Le fue dedicada la marcha «Vive Henri IV» («Viva Enrique IV»), que llegó a ser el himno de facto del reino y el de iure durante la Restauración, y es conocida aún hoy día por los franceses.

Biografía.

 Hijo de Antonio de Borbón y de la reina de Navarra, Juana de Albret, fue educado en la religión calvinista. Combatió en el bando hugonote (protestante) durante la tercera guerra de religión francesa, al final de la cual se decidió su matrimonio con la hermana de Carlos IX como signo de reconciliación entre católicos y protestantes (paz de Saint-Germain, 1570).
Una semana después del casamiento (1572), los extremistas católicos rompieron todo entendimiento organizando la matanza de hugonotes conocida como la «Noche de San Bartolomé». Para salvar la vida, Enrique tuvo que convertirse oficialmente al catolicismo; pero en 1576 consiguió escapar de la corte y, declarando de nuevo su profesión de fe calvinista, se puso al frente del ejército protestante.
Desde 1584 la muerte del hermano del rey convirtió a Enrique en heredero del Trono francés, perspectiva inaceptable para el partido católico (la «Liga»). La muerte de Enrique III en 1589 hizo recaer la Corona sobre la cabeza de Enrique de Navarra; pero sólo fue aceptado por los hugonotes, mientras continuaba la guerra civil, con victorias significativas para los protestantes en las batallas de Coutras (1587), Arques (1589) e Ivry (1590).
La intervención en los asuntos franceses de Felipe II de España (Alejandro Farnesio había impedido a los hugonotes tomar París) dividió a los partidarios de la Liga católica, facilitando finalmente a Enrique el acceso de hecho al Trono, con tal de abjurar del protestantismo; en un acto de realismo político, dio ese paso en 1593 (momento en que se le atribuye la célebre frase «París bien vale una misa», seguramente apócrifa). Fue coronado e hizo su entrada en París en 1594, aunque tuvo que sostener combates hasta 1598 para acabar con los últimos reductos de la Liga y para rechazar los ataques españoles.
La tolerancia religiosa decretada por el Edicto de Nantes (1598) fue acompañada del reconocimiento del catolicismo como religión del Estado y de una política de reconciliación basada en la renuncia a toda revancha o depuración; con ello pacificó el país y consolidó el Trono.
En los años siguientes Enrique IV y sus valiosos ministros (Sully, Laffemas, etc.), dedicaron sus mejores esfuerzos a la reconstrucción económica de Francia, arruinada por casi medio siglo de luchas religiosas. Se procedió a una reorganización general de la Hacienda, se fomentó la agricultura, el comercio y las manufacturas y se emprendió la colonización del Canadá. Con ello la institución monárquica recobró el prestigio perdido bajo los últimos Valois. Su reinado se caracterizó por el fortalecimiento de la autoridad absoluta de la Corona (en la línea preconizada por los escritos de Bodino): dejó de convocar los Estados Generales, redujo la influencia de los parlamentos e introdujo la venalidad de los cargos.
Al parecer, Enrique IV había concebido el proyecto de afirmar la posición internacional de Francia mediante la ruptura del bloque formado por los Habsburgo de Viena y de Madrid. Pero el puñal de un fanático católico, François Ravaillac, segó su vida en las calles de París cuando apenas había iniciado las gestiones tendentes a hacer realidad tal propósito. Dejaba como sucesor a un niño de corta edad, Luis XIII, bajo la tutela de su madre María de Médicis, con la que Enrique IV había contraído matrimonio en 1600, tras separarse de Margarita de Valois.

Este es el supuesto autor de la mítica expresión "Paris bien vale una misa": creó también otra frase sobre cazuelas
Esta expresión refleja su deseo de mejorar las condiciones de vida de sus súbditos y asegurar que cada familia tuviera suficiente comida.

20/12/2024

En la historia de Francia, pocas frases han resonado tanto como "París bien vale una misa". Esta expresión, que ha trascendido siglos, se atribuye a Enrique IV, un monarca cuya vida y decisiones marcaron profundamente el devenir del país. Sin embargo, Enrique IV no solo es recordado por esta célebre frase, sino también por otra menos conocida pero igualmente significativa sobre cazuelas.
Enrique IV, también conocido como Enrique de Borbón o Enrique de Navarra, fue un personaje central en las Guerras de Religión que asolaron Francia en el siglo XVI. Su decisión de convertirse al catolicismo para asegurar su ascenso al trono es vista como un acto de pragmatismo político, encapsulado en la famosa frase "París bien vale una misa". Pero, ¿qué llevó a Enrique a tomar esta decisión y qué otras contribuciones hizo a la cultura popular de su tiempo?

Enrique IV nació el 13 de diciembre de 1553 en el castillo de Pau, en el seno de una familia protestante. Su madre, Juana de Albret, reina de Navarra, fue una ferviente calvinista que influyó profundamente en su educación religiosa. Sin embargo, el contexto político y religioso de la época obligó a Enrique a tomar decisiones que cambiarían el curso de su vida y de la historia de Francia.

Las Guerras de Religión en Francia, que enfrentaron a católicos y protestantes, crearon un ambiente de constante conflicto y tensión. Enrique, inicialmente un líder protestante, se encontró en una posición precaria cuando se convirtió en el heredero al trono francés. Para consolidar su poder y poner fin a las guerras civiles, Enrique decidió abjurar de su fe calvinista y convertirse al catolicismo. Este acto de conversión tuvo lugar el 25 de julio de 1593 en la basílica de Saint-Denis, y fue visto como un movimiento estratégico para ganar el apoyo de la mayoría católica del país.

La frase "París bien vale una misa" se atribuye a este momento crucial. Aunque no hay evidencia documental de que Enrique IV pronunciara exactamente estas palabras, la expresión ha perdurado como símbolo de su pragmatismo político. La conversión de Enrique permitió su entrada triunfal en París el 22 de marzo de 1594, consolidando su posición como rey y poniendo fin a años de conflicto religioso.
Además de esta célebre frase, Enrique IV también es conocido por su lema "un pollo en cada cazuela" (la poule au pot). Esta expresión refleja su deseo de mejorar las condiciones de vida de sus súbditos y asegurar que cada familia tuviera suficiente comida. Este lema se convirtió en un símbolo de su política de bienestar y su compromiso con el pueblo francés.
El proceso de conversión de Enrique no fue sencillo. Requirió una serie de trámites y ceremonias que culminaron en su abjuración pública del calvinismo. La ceremonia de conversión fue seguida de su coronación en la catedral de Chartres el 27 de febrero de 1594, ya que la tradicional catedral de Reims estaba en manos de sus enemigos. A pesar de su conversión, Enrique IV tuvo que enfrentar la excomunión papal hasta 1595, cuando finalmente fue levantada, permitiéndole gobernar sin la sombra de la censura religiosa.
Enrique IV es recordado no solo por sus decisiones políticas y religiosas, sino también por su impacto cultural. Su frase sobre las cazuelas y su famosa expresión sobre París han dejado una huella indeleble en la historia de Francia. Estas expresiones encapsulan su visión de un reino unido y próspero, donde la paz y el bienestar de sus ciudadanos eran prioridades fundamentales.



Enrique IV de Francia.

Carapace-berceau d'Henri IV (château de Pau)


Enrique IV de Francia. Enrique III de Navarra. Pau (Francia), 13.XII.1553 – París (Francia), 14.V.1610. Rey de Francia y heredero de los reyes de Navarra.

Biografía

Enrique de Borbón nació en Pau (Bearne), desde donde sus padres gobernaban un importante conjunto de señoríos extendido en la vertiente septentrional del Pirineo. Su padre, Antonio, duque de Vendôme, era uno de los “príncipes de sangre” de Francia, como descendiente de Robert de Clermont. Juana III de Albret, su madre, era heredera de los reyes de Navarra y vizcondesa de Bearn, dos territorios que se pretendían soberanos y sin dependencia del rey de Francia. La muerte de Enrique II de Albret (que se hacía llamar Enrique II de Navarra, en 1555) y el ascenso de Felipe II a la Monarquía de España (1556) animaron a Antonio de Borbón a reivindicar una solución definitiva al contencioso de Navarra. Los contactos diplomáticos fueron particularmente intensos en 1558-1562, con ocasión de las negociaciones de paz entre ambas monarquías, y de los problemas sucesorios y religiosos en Francia. Pero ni la reunificación del reino de Navarra, ni una compensación equivalente maduraron antes de la temprana muerte del duque de Vendôme (1562).

Enrique y Catalina de Borbón quedaron huérfanos bajo la tutela de Juana III. El heredero fue educado con rigor bajo preceptores calvinistas, la religión que su madre había profesado con sinceridad y convencimiento probablemente desde 1556. Su padre nunca tomó una postura tan definida, más preocupado por engrandecer territorialmente su casa y, sobre todo, por aumentar su influencia en el gobierno de Francia. Enrique fue llevado a la Corte de París, donde cursó estudios de Humanidades en el Collège de Navarre, junto con los duques de Anjou y de Guisa, hermanos del rey Carlos IX de Francia. Como lugarteniente general, gobernador y almirante de Guyena, cargos que heredó de su padre, se vio inmerso en las luchas de la Corte justo cuando la debilidad de la realeza y la difusión del calvinismo iniciaban una cadena de ocho guerras civiles-religiosas. Enrique de Borbón se alineó, por motivos de interés familiar y de convicción, junto a la facción “hugonote” que lideraba el almirante Gaspar de Coligny, frente al partido católico de la familia Guisa.

En 1572, la regente Catalina de Medicis, para restablecer la paz entre ambas facciones y fortalecer la posición de su hijo el Rey, todavía bajo su tutela, negoció el matrimonio de Enrique de Borbón con su hija Margarita de Valois. El novio acudió a la boda (18 de agosto de 1572) como “rey de Navarra”, porque Juana III había muerto dos meses antes. Esto le permitió salvar la vida en la matanza de hugonotes de la “Noche de San Bartolomé” en París, que se desató con ocasión de las ceremonias nupciales. El 26 de septiembre abjuró por primera vez de su fe calvinista y, durante unos años —bien fuese por indecisión, prudencia o duplicidad— Enrique III de Navarra permaneció junto al rey de Francia y dentro de la Iglesia católica.

En 1576 huyó de la Corte, volvió a la confesión calvinista y la asamblea de Montauban le proclamó “protector” de la unión de protestantes y católicos. Comenzó entonces su creciente protagonismo en las guerras internas de Francia. Desde sus bases patrimoniales en el suroeste, demostró su capacidad de, por una parte, moderar las reclamaciones máximas de los calvinistas, que le consideraban un nuevo David, y, por otra, de atraer la colaboración de algunas facciones de la nobleza católica, descontentas con el monopolio del poder que pretendían los Guisa. Su mediación consiguió acuerdos como el de Nerac (1579), por el que, renunciando a la libertad de culto en todo el reino, los hugonotes adquirieron una serie de “plazas de seguridad”.

La muerte del duque de Anjou (1584) le convirtió en heredero del trono, ya que el nuevo rey de Francia, Enrique III de Valois, no tenía descendencia y Enrique de Navarra era el más próximo a la casa real por vía masculina. Esto agravó el problema religioso y la fractura política del país. Sixto V le declaró privado de sus derechos a la Corona, acusado de favorecer la erradicación del catolicismo, y el Rey revocó los edictos de pacificación y prohibió el culto reformado en todo el reino (1585). Enrique de Navarra no aceptó volver al catolicismo, y lideró la guerra con el apoyo de las iglesias calvinistas, de sus estados patrimoniales, y de algunos nobles y ciudades recelosas de la injerencia de la Monarquía española. 
Pero, al poco tiempo, Enrique III de Francia, para desbaratar el poder de la Liga y de los hermanos Guisa, ordenó su asesinato (1589), lo que suscitó una violenta reacción ultracatólica en París. Ante la rebelión abierta de la ciudad, el Rey se reconcilió con el de Navarra para así someter a los “ligueurs”. En el asedio de París murió asesinado el rey de Francia (1589), no sin antes reconocer al de Navarra como su legítimo sucesor, gracias a una declaración en la que éste prometía mantener la religión católica en su integridad.

Una vez convertido en rey de Francia, Enrique de Borbón tuvo que afrontar la resistencia de la Liga católica, liderada por el duque de Mayenne y sostenida por Felipe II, que la utilizaba para sus propios fines. La victoria de Ivry (1590) le permitió asediar París, pero hubo de abandonar el cerco ante el socorro de las tropas de Alejandro Farnesio, Gobernador de los Países Bajos españoles. Diversos levantamientos se produjeron entonces en Bretaña, en Languedoc y en Provenza, aglutinando descontentos diversos y con apoyo de España. Desde Bruselas, el duque de Parma, poco antes de morir, levantó el asedio en que Enrique tenía a Ruán (1592).

Los “ligueurs” y la mayoría católica negaban toda legitimidad a Enrique de Borbón, considerado como un usurpador del trono porque, como hereje, habría sido despojado de su derecho por varios papas. Pero no había otra alternativa. Primero se proclamó al cardenal de Borbón como Carlos X, pero murió a los pocos meses (1590). Entonces, Felipe II presionó para que los Estados Generales de Francia (1593) aceptaran como reina a Isabel Clara Eugenia, que era hija suya y de Isabel de Valois, la hermana mayor de Enrique III y de Carlos IX, quien casaría con un noble francés. Pero esto, además de contradecir la ley sálica que excluía del trono a las mujeres, resultaba inaceptable para la mayoría de los franceses. 
Entonces Enrique de Borbón se apresuró a abjurar públicamente en Saint-Denis (25 de julio de 1593), lo que le permitió reconciliarse con los católicos. En 1594 fue coronado en Chartres (27 de febrero), entró en París (25 de marzo) y Clemente VIII le levantó la excomunión y le reconoció como Enrique IV de Francia (17 de septiembre de 1595).

Felipe II no aceptó una conversión que consideraba fingida y le declaró la guerra. Los combates afectaron a la periferia de Francia (desde los Países Bajos se tomó Calais y se ocupó Amiens por unos meses) porque Enrique IV, con generosidad, consiguió que la nobleza y las ciudades de casi toda Francia le juraran obediencia. En la Paz de Vervins (2 de mayo de 1598), España tuvo que devolver Calais y retirar sus tropas de Bretaña. Ese mismo año Enrique IV publicó un edicto en Nantes (13 de abril de 1598) que, restableciendo el catolicismo en toda Francia, otorgaba a los calvinistas un estatuto de privilegio, avalado por unas plazas de seguridad, como un estado dentro del estado y con ciertas libertades de culto.

Enrique volvió a casar, en 1600, con María de Medicis, de la que nació su heredero. El restablecimiento de la autoridad real, la recuperación de las finanzas y la pacificación interior centraron todos sus esfuerzos de gobierno, de modo que su figura ha pervivido en Francia como la del salvador de la nación, restaurador de la monarquía y pacificador del país. En 1610 se comprometió en apoyo de los príncipes protestantes del Imperio Germánico para frenar la hegemonía de la Casa de Austria, y decidió reemprender la guerra.

Pero cuando se disponía a encabezar sus tropas, fue asesinado en París por François Ravaillac, un ultracatólico.



Bibliografía

R. Mousnier, L’Assassinat d’Enri IV, 14 mai 1610, Paris, Gallimard, 1964


J. P. Babelon, Henri IV, Paris, Fayard, 1984

E. Le Roy Ladurie, L’État royal 1460-1610. De Louis XI à Henri IV, 1460-1610, Paris, Hachette, 1987

D. Crouzet, Les guerriers de Dieu. La violence au temps des troubles de religion (vers 1525-vers 1610), Camp Vallon, Seysell, 1990

J. Garrison, L’Édit de Nantes. Chronique d’une paix attendue, Paris, Fayard, 1998

J. F. Labourdette, J. P. Poussou y M. C. Vignal, Le traité de Vervins, Paris, Presses de l’Université de Paris-Sorbonne, 2000.




Rey de Navarra.


Mapa de Localización de la Baja Navarra en el departamento de Pirineos Atlánticos.



Entiéndase Navarra o Reino de Navarra, en este contexto, como el territorio transpirenaico (Ultrapuertos) del Reino de Navarra desintegrado en 1530.

Mapa de Localización de la Baja Navarra en el departamento de Pirineos Atlánticos.


La Baja Navarra (en francés: Basse-Navarre: en euskera: Nafarroa Beherea, Baxe Nafarroa o Baxenabarre) es una región histórica situada en la vertiente septentrional de los Pirineos Occidentales. Tal denominación procede por contraposición a la Alta Navarra. Ambas, conformando lo que fue el reino de Navarra pasaron a depender desde el siglo xvi de la corona francesa y española respectivamente. Actualmente es un territorio integrado dentro del departamento de los Pirineos Atlánticos, junto con los antiguos vizcondados de Labort, Sola y Bearne.

Coordenadas43°10′00″N 1°14′00″O
CapitalSan Juan Pie de Puerto
EntidadRegión
 • País Francia
Superficie 
 • Total1.325 km²
Población 
(1999)
 
 • Total28,000 hab.
 • Densidad22 hab/km²

La Baja Navarra (en francés: Basse-Navarre; en euskera: Nafarroa Beherea, Baxe Nafarroa o Baxenabarre) es una región histórica situada en la vertiente septentrional de los Pirineos Occidentales. Tal denominación procede por contraposición a la Alta Navarra. Ambas, conformando lo que fue el reino de Navarra, pasaron a depender desde el siglo XVI de las coronas francesa y española, respectivamente. Actualmente es un territorio integrado dentro del departamento de los Pirineos Atlánticos, junto con los antiguos vizcondados de Labourd, Soule y Bearne.
También conocida como Tierra de vascos o abreviado Vascos, especialmente desde el siglo XVI,​ es en esta época moderna cuando se usa con mayor frecuencia la denominación de Baja Navarra por influencia del francés (Basse Navarre),​ de forma análoga a otras provincias de Francia (por ejemplo, Alta y Baja Normandía). 

Las 76 comunas que lo componen formaban parte del distrito de Bayona y de los cantones de Bidache (parcialmente), Hasparren (parcialmente), Iholdy, Labastida Clarenza (parcialmente), Baigorri, San Juan Pie de Puerto y Saint-Palais (parcialmente) hasta el año 2015, en que, manteniendo el distrito, pasaron a formar parte de los nuevos cantones de País de Bidache, Amikuze y Ostibarre (45 comunas), Montaña Vasca (30), Nive-Adour (1) y Orthez y Tierras de Ríos y Sal (1).

Historia.

Época medieval.

En el siglo XI este territorio era parte del condado de Gascuña, «una estirpe hereditaria de magnates locales, reticentes ante el lejano poder monárquico franco, pero con estrechas relaciones de vecindad con el condado de Aragón y la incipiente monarquía pamplonesa.»​ 

A mediados del siglo XI Sancho III el Mayor lo hace figurar «en algunos momentos» como parte del reino de Pamplona.

Documentalmente es en 1189 cuando «se menciona a Martín de Chipía como senior encargado de la tierra de Cisa per manum regis» pudiéndose afirmar con más fundamento que la autoridad de la monarquía navarra ya se mostraba asentada por estos valles pirenaicos. 

Con todo, como informa la Gran enciclopedia de Navarra «parece que no hubo una incorporación en bloque, sino un proceso de integración paulatina de microespacios tradicionales, en algunos de los cuales se planteó su aproximación a la Corona desde el plano del complejo entramado feudo-vasallático vigente en Gascuña desde el siglo XII».

 La investigadora del tema, Susana Herreros Lopetegui afirma análogamente que la formación de Ultrapuertos como enclave del reino navarro «tiene su inicio en la ocupación de la tierra de Cisa a finales del siglo XII» y cuyo resultado final vendrá tras un laborioso proceso de ajustes feudo-vasalláticos desarrollado a lo largo de la primera mitad del siglo XIII en un contexto de complejas relaciones entre los poderes locales, por un lado, y los distintos espacios soberanos, por el otro.»

A principios del siglo XIV el rey de Francia y de Navarra, Luis el Hutín, desgaja la parte más septentrional de la tierra de Arbeloa y funda «una bastida o plaza fortificada repoblada con personas procedentes posiblemente del Pirineo oriental», recibe el mismo fuero que la bastida de Rabastens de Bigorra y recibe el nombre de Clarenza (La Bastide-Clairence). Su importancia estratégica se explica como puesto avanzado en los límites de los dominios ingleses.

 Con los años, además, este emplazamiento adquiere relevancia como encrucijada comercial y mercantil gracias a su proximidad al puerto de Bayona. Esta villa contará, por ello, con su oficial del rey, su baile y su agente fiscal así como ejecutor de las sentencias judiciales.

Hacia mediados del siglo XIV, en 1338, la nueva circunscripción de la bailía de Mixa-Ostabarets toma cuerpo ante la negativa del señor de las tierras, Bernardo Ezi, a prestar homenaje a la monarca navarra, Juana II casada con Felipe de Évreux, y tras escindirse de nuevo el trono navarro del francés al prevalecer en este la famosa ley sálica que primaba la descendencia masculina a la femenina, ley que en el reino navarro no se aplicó. 
El trono navarro aplicó un largo embargo a esta circunscripción (1338-1365) cobrando directamente las pechas que fueron gestionadas «por un baile con residencia en el castillo de Gárriz».

En 1365 ya se encuentra también la figura del baile de San Juan «encargado de mantener el orden y guardar el sello, diferente de los de Labastida Clarenza y Mixa-Ostabarets que además de mantener el orden recaudan las imposiciones fiscales y guardan la casa fuerte de Naupeciada y el castillo de Gárriz respectivamente.»
 La figura del castellano de San Juan se ve así liberada de ciertas tareas manteniendo el cobro de las caloñas y la tarea de defensa del territorio. 

Sin embargo no se encarga de controlar y retribuir «a los alcaides de los castillos del territorio.» Estos castillos (Rocafort, Rocabruna, Mondarráin y Castelrenaut) siguen vinculados a la figura del merino de Sangüesa. 
En 1420 el alcaide de Castelrenaut sí pasa a depender de San Juan siendo su ubicación de frontera y los crecientes conflictos entre linajes las posibles razones de tal cambio.
En el siglo XV el conjunto del reino de Navarra estaba ya organizado administrativamente en cinco merindades: las de Pamplona, Olite, Estella, Tudela y Sangüesa, siendo esta última la que englobaba administrativamente a los ciudadanos de Ultrapuertos, tanto la Castellanía de San Juan, como las mencionadas bailías de Mixa-Ostabarets y de Labastida Clarenza. El territorio que no contaba propiamente con un merino aunque por mimetismo unas veces, por el desempeño extraordinario del castellano de San Juan (San Juan de Pie de Puerto oficiaba de cabecera del territorio), y de que a finales del siglo es referida más expresamente como una merindad más.
 Aún hoy día no es extraño encontrar tal mención incluso entre trabajos académicos. Hasta 1527-1530 estuvo unida políticamente a la Alta Navarra, denominándose en la documentación de la Cámara de Comptos como Tierra de Ultrapuertos haciendo referencia, desde el punto de vista de la capital, a su carácter ultramontano en la vertiente norte de los Pirineos, al otro lado del puerto de Roncesvalles.

Luxa y Agramont

Desde el siglo XIII los monarcas navarros recibieron homenaje vasallático del linaje de los Luxa vecino del linaje de Agramont, ambos radicados principalmente en Ultrapuertos.
Los derechos regios en la zona, exiguos y, a veces, más carga que beneficio, están en manos de particulares como favor real: los Lacarra, en San Juan de Pie de Puerto, el señor de Agramont en Labastida Clarenza y los Luxa en Saint Palais. 
El señor de Agramont había recibido de los reyes el peaje de Roncesvalles en 1329, siendo renovado en 1342 aunque parece que existían casos de contrabando, especialmente con el trigo traído de la parte cispirenaica que denota una crisis alimentaria con escasos recursos agrícolas.
En una situación de crisis generalizada, tanto en lo político como en lo social y económico, los respectivos intereses patrimoniales por el sur de Francia mantenidos por varios linajes ultrapirenaicos prevalecieron en muchas ocasiones llevando a sus miembros a bascular en sus homenajes vasalláticos entre la órbita inglesa y francesa dentro de un complejo contexto de fondo como fue el desarrollo por la Guerra de los Cien Años. 

Es, especialmente, en esta región colindante con Inglaterra y Francia donde se añaden, además, los intereses dinásticos de Carlos II de Navarra que le llevan a enfrentarse al trono francés sobre un escenario que abarcará todo el territorio vecino. Su creciente implicación, como oportunidad de prosperidad y ganancia de influencia política, llevó a que en Navarra se pasara de un 14 % de ricoshombres de origen ultrapirenaico en 1328 a un 71,5 % en el año 1385, siendo, en estas mismas fechas, un 35 % de caballeros de la milicia de esta misma zona de origen.
Todo ello ayuda en el surgimiento de enfrentamientos derivados que, a la muerte de Carlos III de Navarra en 1425, cristaliza en una confrontación cada vez más abierta entre los beaumonteses y los agramonteses. Los Beaumont, descendencia ilegítima de la casa real navarra, emparientan principalmente con los Luxa y asumen el liderazgo de estos, mientras que los Agramont, que emparientan principalmente con los Peralta, habitualmente eran los antagonistas de aquellos. 
A la muerte de Blanca I de Navarra (1441), con un testamento abierto donde parece no estar claro quien debería asumir el trono, se desarrolla abiertamente una guerra civil donde Juan II de Navarra y de Aragón encontrará apoyo entre los agramonteses y el Condado de Foix frente al legítimo heredero, su hijo Carlos de Viana al que le niega el acceso al trono y buscará en los beaumonteses y Castilla los mejores aliados para defender su causa legítima.


En 1512 Fernando el Católico con la excusa de apoyar al bando navarro beamontés en la Guerra Civil de Navarra, invadió dicho reino y tomó el título de rey, uniéndolo al de Aragón.​ En 1513 las Cortes de Navarra a la que solo acudieron beamonteses nombraron rey a Fernando el Católico. Posteriormente las Cortes de Castilla en Burgos en 1515 decidieron la incorporación al Reino de Castilla, sin acudir ningún navarro a dicha asamblea. De esta forma, el título real navarro pasó a estar ligado a la Corona castellana. Al unirse las dos coronas en Carlos I, el título permaneció vinculado a los títulos reales españoles.
Los monarcas navarros Juan III de Albret y Catalina de Foix y posteriormente Enrique II nunca renunciaron a su derecho sobre el reino de Navarra y de hecho intentaron reconquistarlo varias veces, aunque no les fue posible. Al igual que los reyes españoles, siguieron ostentando el título real simultáneamente.
En octubre de 1530 el emperador Carlos V, decidió por razones estratégicas, debido a la imposibilidad de controlarlo, renunciar definitivamente a la parte transpirenaica del reino navarro con lo que Enrique II de Albret, rey de Navarra, pudo ejercer la soberanía de este territorio como uno más de sus dominios. La Baja Navarra mantuvo sus instituciones y leyes propias como parte de los dominios de la casa de Albret.
En 1548, Juana de Albret, reina de Navarra, se casó con el Duque de Vendôme Antonio de Borbón, de cuyo matrimonio nació Enrique III de Navarra, heredero de este reino. En 1589 accedió este al trono de Francia como Enrique IV de Francia, portando en su cabeza la corona de ambos reinos e iniciando la dinastía Borbón. Así, los monarcas galos se intitularon "Reyes de Francia y de Navarra"
Por otra parte, con todo, para la corona española, hasta 1583, los naturales de Ultrapuertos gozaban de la misma ciudadanía navarra que los peninsulares pero tras las Cortes de Tudela de ese año se les fue denegando.

Reyes de la Baja Navarra.

Los reyes de la Baja Navarra tras la conquista del resto de Navarra fueron los siguientes:

Casa de Foix:

  • Catalina de Navarra y Juan III de Albret (1512-1516)
  • Catalina de Navarra (1516-1517)

Casa de Albret:
  • Enrique II (1518-1555)
  • Juana III de Albret y Antonio de Borbón (4) (1555-1562)
  • Juana III de Albret (1562-1572)

Casa de Borbón:

  • Enrique III de Navarra y IV de Francia (1572-1610)



El hombre de las mil caras.
La historia de Enrique III de Navarra, el rey del camuflaje.

Este camaleón sería también IV de Francia, primer Borbón galo, un pieza de cuidado y, sobre todo, un superviviente.
Por Álvaro Van den Brule
03/10/2020



“Donde quiera que estés, te gustará saber que te pude olvidar y no he querido, y por fría que fuese mi noche triste, no eché al fuego ni uno solo de los besos que me diste” 

Joan Manuel Serrat.

 Si según Oscar Wilde “definirse es limitarse”, el sujeto que nos visita hoy era impredecible y oceánico; una buena cantera para un biógrafo todo terreno y con paciencia probada. Para comenzar, aunque el futuro rey de Francia Enrique IV (Enrique III de Navarra) vivió cierto tiempo en la llamada entonces Baja Navarra (en aquel tiempo este reino se dividía por el Pirineo Atlántico con tierras al norte y sur de las estribaciones, con administraciones diferentes unas veces, compartidas otras y otras más, delegadas), dicho rey, era más del Bearne –hoy Departamento de los Pirineos Atlánticos–. La historia nos dice que igual que un día se levantaba con idea de torear en el Congo, al otro le daba por hacer ganchillo en Indochina. La identidad de este elemento no la sabía ni él; no era francés ni español, ni selenita ni marciano, pero si era a buen seguro, un mutante intervenido por el oportunismo como el tiempo lo demostraría.

 Hijo de Juana de Albret más conocida como Juana III de Navarra y nieto del navarro rey Enrique II, un bebedor empedernido de morapio, tenía un cierto pedigrí ibérico al margen de que posteriormente, ocupara el más alto sitial del país vecino. La Baja Navarra de aquel tiempo coincide geográficamente y mucho con la configuración geográfica de la actual Navarra española.


Este singular coronado y su faceta camaleónica, da para dejar exhausta la mina de un lápiz. Una biografía lineal, rectilínea, casi descriptiva y algo aséptica, sin entrar en mayores, no hace justicia de su talla y aristas, pero la cuestión que no se puede obviar es su faceta de “malo malísimo” (para los franceses ha sido el mejor rey que han tenido y le rinden culto aún hoy todos los años en el Pont Neuf de París). 

No era francés ni español, ni selenita ni marciano, pero si era a buen seguro, un mutante intervenido por el oportunismo como el tiempo lo demostraría 

En realidad, esta alma de cántaro con aspecto de querubín, no era otra cosa que un malvado redomado que descaradamente subordinaba todo a la mera ambición. Si hablásemos de cómo llegó al trono de Francia cambiando cada dos por tres de religión, de “pasaporte”, de principios, etc. dejaría a Groucho Marx a la altura de un aficionado. Un hacha el coronado, y “un pieza” de cuidado. A juzgar por lo que está sucediendo, se ve que sentó escuela…Y si hubiera que hacer un buen relato de su azarosa vida, la Epopeya de Gilgamesh, la Biblia o el Enuma Elish (del Corán mejor no decir nada por si se alteran los del turbante), quedarían reducidos a meros tebeos de quiosco de barrio.

 La biografía de este mastuerzo no es capaz de escribirla ni el Tato. Su dominio en el escabroso mundo de la política con sus oscuros vericuetos, en el que una inmoderada capacidad de acumulación posiblemente sentara las bases del más feroz capitalismo de la época, ambición convertida prácticamente en una patología obsesiva y que unos kilómetros más abajo, en un momento muy próximo de la historia, copió con esmerada caligrafía aquel ínclito chorizo llamado el Conde Duque de Olivares. 

Enrique III de Navarra y IV de Francia, primer Borbón galo, pues del mismo linaje pero de maquillaje ibérico. La flamígera y arbitraria espada del altísimo, es muy dada a castigar en sus discutibles criterios de selección, los desatinos de los terrícolas, sabe Dios si por los berrinches que coge cuando detecta negligencias en sus diseños, por cuestiones de control de calidad o quizás por una perversidad patológica e inveterada vocación por aplicar iracundos correctivos a sus atemorizados animalitos terrestres.

 El susodicho rey de Navarra, y más tarde de Francia; un granuja de tomo y lomo que ya estaba de vuelta de todas las artimañas, triquiñuelas y zarandajas humanas; una primaveral mañanita se levantó con las pilas puestas y “en diciendo” –Vamos a pecar, que es gratis y pelillos a la mar–, se puso manos a la obra. Pero por lo que se ve, el Altísimo estaba de huelga de brazos caído ante las peculiares prácticas de este elemento.


El momento cumbre de su hedónica, azarosa e impostada vida, vino marcado por una peineta política que lo condujo al trono de Francia. Una interpretación muy “sui generis” de aquella famosa frase de Marco Tulio Cicerón que decía así, “la ley suprema es el bien del pueblo", le hizo cambiar de religión a la velocidad de la luz. Obviamente, todo por una buena causa. Si le hubieran dicho aquella frase tan tremenda de Zaratustra salida de la pluma de Nietzsche “Yo amo a quien castiga a su Dios, pues tiene que perecer por la cólera de su Dios”, pues hasta en un momento dado, habría liderado las huestes del infierno si era menester.

Todos queremos parecer siempre buena gente y aceptar con cierto disimulo que tenemos algunos pecadillos veniales, cosillas que se pueden esconder bajo la alfombra, debilidades de andar por casa, pecata minuta, pero nada más. A la postre nos hacemos un guante a nuestra medida para poder escaquearnos de este trago llamado vida. ¿Por qué? Porque cuando se está preocupado por mostrar lo mejor que se tiene de sí mismo en apoyo de los intereses –y este podría ser el caso que nos ocupa–, el poco fondo de armario –moralmente hablando claro–, si te pones a rascar, salta a la vista rápidamente. Este rey del camuflaje no tenía inhibición alguna.
 La Corona acabaría aceptando la integración de los protestantes en la burocracia estatal y la libertad de culto en privado

 El caso, es que en aquel tiempo, una especie de galopante eugenesia religiosa con mal tufillo pretendía dejar a Francia más lisa y pura que una patena. Los ánimos estaban exaltados y el personal con ganas de desenvainar lo que fuera. Los hugonotes, muy subidos por aquel entonces – ocupaban cargos muy destacados en la administración gala–, eran unos protestantes muy malos que querían hacerle un roto tamaño King Size al monarca francés, un católico que tenía mucho que guardar bajo su enorme alfombra, la cual, por cierto, despedía cierto tufillo añejo. 

La madrugada del 24 de agosto de 1572, los católicos parisinos, un pelín alterados, iniciaron la mayor cacería de protestantes que se había visto en años, y que dejó como saldo cerca de casi diez mil asesinados en el conjunto del país, recordada tristemente como la "Matanza de San Bartolomé". La iglesia católica, muy preocupada con la disminución de haberes por simonías, liquidez en los fosilizados cepillos, falta de ingresos por indulgencias variopintas y otras zarandajas que le proporcionaban pingües beneficios; presionó al monarca para que se dictara el Edicto de Amboise, el cual, prohibía drásticamente el culto protestante en todo el territorio francés. Enrique III de Navarra que andaba agazapado en espera de su oportunidad, no perdía comba con el tema.

El camaleón por antonomasia

Los hugonotes habían intentado secuestrar al rey y sitiar París, acabando el feo asunto en la batalla de Saint-Germain. Cuando las aguas (y toda la sangre derramada) volvieron a su cauce, se firmó la paz. La Corona acabaría aceptando la integración de los protestantes en la burocracia estatal y la libertad de culto en privado. Este pacto, se sellaría como era habitual en la época, con un matrimonio de conveniencia entre Margarita, hija de Catalina de Medici, con el protestante a tiempo parcial, Enrique III de Navarra, el camaleón por antonomasia.

El clero había hecho un estudio de mercado actualizado y ante las opciones que abría el nuevo escenario, montó en cólera; hasta el mismísimo papa Pio V, receptor de suculentas dádivas por parte de nuestro bienamado rey Felipe II, se negó a avalar esta unión. El 18 de agosto de 1572 cuando estaba la ceremonia fijada, se abrió la Caja de Pandora; el caos se apoderó de Francia y los duelos, navajazos y emboscadas en callejones se convirtieron en una práctica común. Tras una semana todo estaba fuera de control. En menos de un siglo, Francia había tenido seis guerras y todas ellas, por el mismo motivo (o excusa); la religión… 

Este rey navarro, no era muy amante de la plebeya txistorra y de esa ambrosía llamada Patxaran, sino que más bien le iba el rollo del Chartreuse y el buen paté aderezado con amantes ilustres, eso sí, todas ellas de la aristocracia, no fuera a ser que se le pegara algo. Hacia el 22 de agosto, el líder protestante Gaspar de Coligny, un prestigioso y solvente militar, sufrió un atentado provocándole heridas severas, ello hizo que las milicias protestantes se alzaran en las afueras de Paris y que una horda de hugonotes profundamente cabreados irrumpiera en palacio para exigir justicia. En la noche del 23 de agosto, el rey Carlos, a la sazón rey de Francia y Catalina, la reina madre, decidió tomar la iniciativa y pasar a la acción. En la creencia de que los protestantes iniciarían hostilidades contra la capital, decidieron un ataque preventivo hacia los instigadores del follón en ciernes. 

El rey Enrique –el navarro–bearnés–transpirenaico, sería apresado, teniendo que abjurar de su fe para salvar su vida 

Las autoridades distribuyeron armas entre la consolidada burguesía y los católicos más radicales, y en la madrugada del 24 de agosto (día de San Bartolomé) justamente en el momento en que se forja esa ventolina o brisa matutina antes de que el verano más radical te deje hecho puré, se lanzaron a cazar protestantes por las calles de París. En menos de tres días, Francia era una carnicería pavorosa y el prestigioso diplomático y moderado Coligny sería defenestrado literalmente aún convaleciente. Alrededor de diez mil muertos (otros historiadores hablan de 15.000), habían pasado a mejor vida. La cuarta Guerra Religiosa entraba en el país galo por la puerta grande y sin minimalismos. Veintiséis años más tarde (era el tiempo de 1598), se promulgaba el Edicto de Nantes que restituiría la libertad de culto, aunque en Paris solo a susurros. 

Pero en medio de este guirigay, el rey Enrique – el navarro – bearnés – transpirenaico, sería apresado, teniendo que abjurar de su fe para salvar su vida. Obligado a residir en la Corte francesa bajo estricta vigilancia por si le daba un nuevo arrebato religioso e intentaba huir; un frío día de febrero de 1576, lo conseguiría refugiándose en esa maternal zona del Bearne. 
Gran parte de los católicos franceses se sentían defraudados por la actuación de su monarca y se reagruparon formando la Liga Católica Metió la directa y se puso de nuevo al frente de la Unión Calvinista francesa, se recicló de nuevo a la fe protestante y reactivó la lucha contra los católicos.
Lo que podríamos considerar como la quinta guerra de religión francesa, finalizaría en mayo de 1576 tras la firma del rey francés Enrique III con el edicto de Beaulieu, dejando como quien no quiere la cosa, atrás, varios miles de muertos más, viudas y huérfanos. Gran parte de los católicos franceses se sentían defraudados por la actuación de su monarca y se reagruparon formando la Liga Católica. Entonces, Enrique III de Francia aprovechando la ventaja dinámica de la oportunidad, conseguiría ponerse al frente de los coaligados y así, otra vez, católicos y protestantes se enzarzaron en la sexta guerra de religión – mira que hay que ser vocacional de este deporte que promete tanto y da tan poco -. Finalmente, en el año del Señor, que debía de estar bastante mareado con toda esta movida, allá por 1577, se promulgó el Edicto de Poitiers, que acabó – de momento – con todo aquel desaguisado ¿espiritual? 

Por otra parte, el rey de Francia no tenía herederos con las credenciales de sus genitales. Su sucesor más próximo en el trono era su hermano el duque de Anjou y a la muerte de éste, hacia 1584, el aspirante con más derechos al trono de Francia, era el ínclito pillo llamado Enrique III de Navarra. 

A la muerte del duque de Anjou se armó de nuevo la marimorena. Por legitimidad, el trono le correspondía a un hugonote, lo cual ponía los pelos de punta a los católicos franceses. En 1585, la enésima guerra de religión francesa, conocida como la "Guerra de los Tres Enriques”, pues se enfrentaron Enrique de Guisa, a la sazón líder de la Liga Católica y aliado de Felipe II de España, Enrique III de Francia y Enrique III de Navarra, el eterno aspirante. El Papa Sixto V, uña y carne con el monarca español, firmaría una bula que dejaba en pañales al monarca navarro. Pero este era incombustible.

Al monarca español le parecía que lo más apropiado era que su hija Isabel Clara Eugenia fuera la que cortara el bacalao 

Hacia 1588, Enrique III de Francia envió una docena de sicarios para asesinar al Duque de Guisa. Al año siguiente aquella noria de venganzas se cobraba la vida del rey francés, también asesinado. Al borde de la muerte reconoció a Enrique III de Navarra como su legítimo heredero. Obviamente a Felipe II le entró una pataleta tremebunda. Al monarca español le parecía que lo más apropiado era que su hija Isabel Clara Eugenia de la extinta saga de la Casa de Valois, fuera la que cortara el bacalao. Pero el viento no venía de popa y había que navegar en ceñida. 

Por fin, Enrique III de Navarra, accedió al trono de Francia el año 1589 como Enrique IV. Con él se inauguraba la dinastía regia de los borbones en Francia. La interminable guerra de religión seguía su curso y Enrique IV había obtenido algunos éxitos iniciales. Los favorables caprichos de la historia eran primer plato en su recién estrenado reinado. Además, había agrandado Francia incorporando territorios administrados por él anteriormente y todo parecía ir sobre ruedas. 

Por fin, Enrique III de Navarra, accedió al trono de Francia como Enrique IV. Con él se inauguraba la dinastía regia de los borbones en Francia

 Pero cuando se inició la ocupación española las tornas cambiaron para este pillín certificado. El calificado y avieso ministro Sully, le sugirió encarecidamente que se dejara de zarandajas y volviera al redil católico haciendo pública abjuración de su fe el 25 de julio de 1593 en Saint Denis, ante el obispo de Bourges. El Papa de Roma quedó complacido ante este hecho y una jugosa donación informal hizo el resto. Felipe II, sin embargo, tuvo que retirar de mala gana sus tropas y la pretensión de su hija al trono. 

A este iluminado, Enrique IV de Francia, un Nikola Tesla de la política – no hay que restarle méritos por malvado que fuera– , le dio un repente y decidió portarse bien un rato por si al Altísimo le daba en el más allá por leerle la cartilla. Desde entonces y ya cómodamente instalado en su poltrona, el dinámico coronado apostó por “la Grandeur” desarrollando la industria, el comercio y el agro de tal manera que la Francia anterior quedó irreconocible tras aquel brutal cambio. El Duque de Sully, ministro de finanzas, hizo una “limpia” de cargos redundantes, que puso a más de 30.000 funcionarios capitalinos y de provincias en el brete de emigrar a Canadá a fundar colonias; este expeditivo ministro, también reconvertido a la” verdadera” religión, fue el artífice del relanzamiento del país tras la continuada devastación padecida. 

El asesinato de Enrique IV es uno de los grandes enigmas de la historia. ¿Fue un ajuste de cuentas? 

Pero, tras doce años de crecimiento sostenido, reducir la deuda del estado a la mitad, recaudar el doble sin recaudar más (que tiene su miga), o lo que es lo mismo; como si en España nos deshiciéramos del senado, los Audis de sus señorías, sus leoninas prerrogativas, dejáramos que los bancos de incompetente gestión quebraran con sus directivos entre rejas, etc. y aplicáramos tijeretazos sin compasión – sobre todo por ahí arriba donde no alcanza la ley–, Sully, hizo unos malabarismos financieros que podrían servir de libro de cabecera al siniestro F.M.I.

Finalmente, a este peculiar monarca se le apareció, un día en medio de una calle vacía y bajo el ruido de los cascos de las caballerías, la visita de su Némesis. El asesinato de Enrique IV es uno de los grandes enigmas de la historia. Cuando se dirigía a una visita privada que solo conocía su círculo más próximo; la carroza regia fue bloqueada por dos carros con vituallas y odres de vino; el trayecto lo conocían los cocheros y los guardias reales. Ravaillac era un coloso de más de dos metros, pero a todas luces resultaba poco comprensible que hubiera conseguido llegar junto al rey. ¿Fue un ajuste de cuentas? ¿Un iluminado en trance? 

En París, según despuntaba la primavera de 1610, a Francois Ravaillac, maestro de oficio, le dio un pronto y le hizo un roto importante con un cuchillo de carnicero a este egregio personaje, un auténtico contorsionista político. Mientras el líquido vital fluía por los adoquines, su mente estaba más centrada en unas improvisadas oraciones profilácticas que lo blindaran de las iras del todo poderoso. El pobre hombre, había tenido una vida muy ajetreada. 



Trece siglos de la elección de García Ximénez como rey de Navarra.
Fue el 20 de enero del año 717, según aparece inscrito en el dintel de la ermita de San Pedro.

Nerea Mazkiaran
20·01·17  

La ermita, rodeada de robles centenarios, es lugar de romería de Altsasu y Urdiain.

ALTSASU. Hoy se cumplen 1.300 años de la elección de García Ximénez como primer rey de Navarra, según la inscripción del dintel de la ermita de San Pedro, cuya propiedad comparte Altsasu y San Pedro. Dice así: “Año de setezientos y diez y siete a veinte de henero en esta iglesia de San Pedro de la Balle de Burunda fue electo y unjido por primer Rey de Nabarra García Ximénez, y esta elección confirmó el mismo año el Papa Gregorio Segundo, como parece por su Bula, que la tiene la dicha Balle en su Archibo; fue redificada esta iglesia el año de mil seiscientos quarenta y siete”.

Si bien muchos consideran lo anterior una leyenda sin ninguna base histórica, tampoco hay ningún documento que lo desmienta, como destacan Marcos Alvárez Basart y Juanma Galán, dos aficionados a la historia que han organizado para esta tarde, a las 17.00 horas frente a la ermita, un acto para conmemorar este aniversario.
  “Este 20 de enero no debería ser una fecha ordinaria para los navarros y especialmente para los burundarras, indiferententemente a que sea un hecho histórico o legendario. Forma parte de nuestro acervo cultural”, señalan.

Lo cierto es que los pueblos del valle de Burunda, desde Ziordia hasta Bakaiku, estuvieron exentos de impuestos hasta el siglo XV por ser la cuna de la monarquía de Navarra, tal y como apuntan estos estudiosos. Asimismo, destacan que “se trataría del primer rey de este territorio”, al tiempo que recuerdan que el Reino de Navarra como tal no se denominó así hasta 1162 con Sancho VI El Sabio. 
Por otro lado, subrayan que García Ximénez “fue reconocido entre iguales a diferencia de otras monarquías, que son proclamadas por la gracia de Dios”.

Garzia Ximenez es un personaje que entra dentro de la leyenda, confundiéndose a menudo con Iñigo Aritza, proclamado primer rey de Pamplona un siglo después. Algunos lo identifican como señor de las Améscoas, un jefe vascón que guerreó contra los visigodos y se comprometió a contener el avance musulmán, que se había iniciado unos años antes, en 711 con el desembarco de Tarik con sus bereberes.

En relación a su figura hay varias leyendas. La más conocida se sitúa en el año 722, cuando tropas vasconas fueron sorprendidas por los musulmanes. Ante la inferioridad de fuerzas, y batiéndose en retirada, se contaba que el rey divisó en la copa de un roble una cruz luminosa a la que adoraban varios ángeles. Tomado como una señal divina, el rey arengó a sus hombres y se lanzaron contra el enemigo, al que derrotaron. Así, se creó la orden del roble. Asimismo, algunos estudiosos consideran que de este rey descienden las dos primeras dinastías reinantes en Pamplona, la Iñiga y la Ximena.

“El dintel fue colocado en 1647 cuando fue reconstruida la ermita de San Pedro, por lo que se entiende que ya constaba la bula papal, en el archivo del siglo XVII”, apuntan Basart y Galán. Así, entienden que existe una continuidad en la historia sobre este dato. “Aunque sea legendario, no deja de ser un hecho, en el que no aparecen dragones, ni cruces de fuego en los árboles pudiendo ser bien cierto, comparado con los paralelismos posteriores de otros lugares”, observan.

BULA PAPAL Respecto al a bula de Gregorio II de la que se habla en el dintel, Basart y Galán señalan que fue aceptada por la Corte Mayor del Reino en 1769, a raíz de la documentación que aportó Urdiain en un pleito con Altsasu sobre la ermita de San Pedro, tanto acerca de su propiedad, como de los horarios de las misas, prohibición de danzas y otras costumbres. Y es que en 1647 se estableció que Altsasu celebrase la fiesta del santo el mismo día, decisión que recurrió Urdiain, llegando el proceso hasta Burgos.

En la bula, publicada por el historiador Rafael Carasatorre en documentanavarra.blogspot.com, se dice que aquel nombramiento y elección “fue echo por los mismos seiscientos hombres así eclesiásticos como seglares nobles de las dichas regiones y provincias de Navarra o Zeltiberia y Basconia”.

En este mismo documento también se recoge el nombramiento de “Pelagio Ordoñez para Rey d las Asturias y de Obiedo”. “Si se confirmara esta proclamación, sería un año antes que la de Don Pelayo, siendo el reino de Pamplona el más antiguo de la península”, destacan Basart y Galán.

Alsasua (cooficialmente en euskera: Altsasu) es una villa y municipio español de la Comunidad Foral de Navarra, situado en la merindad de Pamplona, la comarca de la Barranca y el valle de la Burunda.





García Jiménez (835-después de 885) fue un notable dignatario altomedieval en las fases que precedieron al surgimiento del reino de Pamplona, mencionado con tal nombre en el Códice de Roda. Fue corregente del reino durante los reinados de García Íñiguez de Pamplona y su hijo Fortún Garcés.

Origen y ascendencia

Las fuentes documentales que hablan de este personaje son escasas y contradictorias entre sí, en especial al hablar de su ascendencia.
Sobre la base de algunas de estas fuentes, García Jiménez ha sido presentado alternativamente como hijo, nieto o bisnieto de Jimeno de Pamplona. El Códice de Roda, pese a no mencionar detalles sobre su padre, indica que su patronímico era «Jiménez», lo que ha llevado también a defender que García Jiménez fuera hijo de este Jimeno de Pamplona; sin embargo, esta hipótesis no se corresponde con la cronología propuesta para ambos personajes, ya que ambos habrían nacido con una diferencia de casi cien años.
Recientemente, y a partir de la publicación de nuevos textos medievales musulmanes, se ha propuesto la teoría de que el copista del Códice de Roda confundió a dos personajes que se llamaban García, pero que tenían apellidos distintos. El personaje tenido tradicionalmente por García Jiménez (ubicado cronológicamente a mediados del siglo IX) se llamaría en realidad García Íñiguez, quien no debe ser confundido con el rey García Íñiguez de Pamplona, hijo del rey Íñigo Arista.
También se ha dicho que este García Jiménez (el probable García Íñiguez) pudo ser descendiente de Garci Ximénez, el legendario primer rey de Sobrarbe, quien también vivió en la primera mitad del siglo VIII, y con quien lo vinculan otras fuentes y tradiciones.
Además, se da otra confusión de Íñigo Jiménez, hermano de García Jiménez (el probable García Íñiguez), con un anterior Íñigo Jiménez, padre de Íñigo Arista y primer marido de su madre Oneca.

Matrimonios y descendencia

De su descendencia existe más información. Al tenerse constancia de que fue padre de Sancho Garcés I de Pamplona, primer rey de la llamada dinastía Jimena, se le ha tenido tradicionalmente por el más antiguo representante conocido de ese linaje. Según las fuentes documentales, García Jiménez se casó en dos ocasiones. Con su primera esposa, Onneca Rebelle de Sangüesa, tuvo dos hijos:

  • Sancha Garcés de Pamplona, quien contrajo un primer matrimonio con Íñigo Fortúñez y después casó con el conde Galindo II Aznárez de Aragón.
  • Íñigo Garcés.
Su segundo matrimonio fue con Dadildis de Pallars, hija del conde Lupo de Bigorra y de Faquilena de Roergue, hija de Ramón I de Tolosa. De este matrimonio nacerían:
  • Sancho Garcés, quien sería el primer rey de Pamplona de la dinastía Jimena.
  • Jimeno Gárces.
Nota.


Las Genealogías del códice de Roda, o simplemente Genealogías de Roda, es una parte de las obras contenidas en el códice de Roda, un manuscrito medieval donde se recopilan varios libros y tratados, y que, al centrarse en las «noticias sobre los antecedentes, enlaces familiares y progenie de los primeros reyes de Pamplona», adquiere relevancia propia en la historiografía reciente desde su estudio pormenorizado en 1945, iniciado por el historiador José María Lacarra de Miguel, que «marcó un hito decisivo en las investigaciones –y también los debates– sobre los oscuros orígenes y primera andadura del reino de Pamplona».
La publicación de «estos materiales fundamentales, más la difusión poco posterior de fragmentos, hasta entonces desconocidos, del "Muqtabis" de Ibn Hayyan suscitaron una animada revisión de los supuestos "orígenes" del reino de Pamplona.»

Descripción

Para el historiador José María Lacarra «las Genealogías de Roda son un género historiográfico que se introduce en el reino de Pamplona a fines del siglo X, cuya corte en esas fechas estaba instalada en la villa de Nájera.»[Se ha estimado, por ello, que su elaboración se realizó hacia el final del primer milenio.

Sin embargo, «las llamadas Genealogías de Roda son un calco, como literatura histórica, de las obras genealógicas tan frecuentes en el mundo musulmán; esta literatura de genealogías tuvo también sus cultivadores entre los musulmanes del valle del Ebro, con referencia a las familias más importantes que dominaron las ciudades del mismo» unas familias estrechamente emparentadas con las familias cristianas asentadas en los territorios independientes de carácter cristiano. Estas vinculaciones explican y favorecen también el intercambio de manuscritos por lo que «no es de extrañar la existencia de una literatura cristiana en el valle del Ebro, bajo dominio musulmán, fruto de la convivencia.»

Reyes de Pamplona

Un texto referente a los monarcas de Pamplona comienza bajo el epígrafe Ordo numerum regum Pampilonensium llegando el árbol genealógico hasta la sexta generación desde Íñigo Arista. Un segundo texto, bajo el epígrafe Item alia parte regum, prosigue con Sancho Garcés I, sus padres y hermanos, trasladando la impresión de ser la figura central (optime imperator). La relación genealógica acaba con su hijo, García Sánchez I, detallando también la descendencia de sus hermanas habida en los enlaces matrimoniales con los reyes leoneses, los condes de Vizcaya y los de Bigorra.

Condes de Aragón, Pallars, Ribagorza, Gascuña y Tolosa (Toulouse)

En folios sucesivos se aborda la genealogía de los condes de Aragón, bajo el epígrafe Item genera comitum Aragonensium abarcando desde Aznar Galindo I. La disposición de los miembros lleva a considerar que sirvió «para ilustrar la alcurnia y parentescos de la reina Andregoto».
Otros linajes condales recopilados son los de Pallars y Ribagorza, el linaje de Aba, mujer del conde castellano García Fernández, la cual cierra también en su cuarta generación la nómina de la estirpe condal de Gascuña.
Constan al margen tres escalones familiares de condes de Tolosa.

Reyes francos

Finalmente se completan las genealogías con una lista de monarcas francos, desde Carlomagno hasta Lotario II (954-986).

Contexto histórico e historiográfico: su relevancia

Su elaboración hay que situarlo en parte, en la línea del desarrollo de las ciencias genealógicas empleadas por los historiadores árabes buscando «esclarecer la ascendencia de las tribus de origen oriental que aparecen en la Península» al mismo tiempo que prestar atención «sobre personas ilustres de al-Andalus» especialmente «de familias asentadas en los siglos IX y X en el valle del Ebro, como los Banu-Qasi, los Tuchibíes y los Banu l-Tawil.»
 El caso de Ibn Hazm cuando redacta «el linaje de los muladíes Banu Qasi de la Marca» responden la mismo género historiográfico al remontarse «al primer ascendiente conocido» a partir del cual enumera sus descendientes. ​En esta línea resalta «la excelente información árabe de que disponía el autor o autores de las distintas piezas del códice, observación que atañe también a las aludidas Genealogías» llevando a ponderar sobre la influencia andalusí en «algún centro monástico de la región del Ebro, a juzgar por otros manuscritos.»

Con la publicación de tan fundamental evidencia histórica escrita «quedó así definida en su datos básicos la trayectoria político-militar de los grupos humanos asentados durante el siglo IX en el espacio geográfico que tres centurias después acabó denominándose Navarra. Se arrumbaron bastantes errores y lugares comunes reiterados por una historiografía ocupada durante muchas generaciones en primar la "antigüedad" y las "excelencias" del viejo "Reyno" y sus soberanos.»
 Con todo, el propio historiador José María Lacarra «subrayaba la escasez y provisionalidad de los conocimientos adquiridos sobre unos hechos tan escasamente documentados»​ aseverando en 1981 que los «juegos malabares –genealógicos– a que tan aficionados son algunos autores modernos, combinando los nombres, no pasan de entretenimientos eruditos, sin sólida base documental».​ En la misma línea, otro estudioso de estas etapas, Ángel Martín Duque afirmaba sobre el surgimiento de un nuevo espacio político independiente al sur de los Pirineos:

Se suele dar por supuesta la independencia de los vascones en los siglos V a VIII y se los considera insertos en un horizonte cultural ajeno totalmente a la romanidad, al que habrían tornado en una especie de misteriosa regresión atávica a partir del siglo IV. Convendría a este respecto revisar los problemas –de información sobre todo– de la inscripción del territorio en los sucesivos círculos de soberanía romano, hispano-visigodo, islámico-califal y cordobés. Las reiteradas rebeliones a que remiten los textos narrativos pueden interpretarse como manifestaciones anormales de un fenómeno permanente de formación de excedentes demográficos. Si los movimientos de oposición al Islam aparecen dotados luego de cierta organización jerárquica, no pueden explicarse desde un soporte social arcaico; sugieren más bien la pervivencia y afianzamiento de una aristocracia cuyas raíces deberían buscarse en la fase de integración del territorio y sus gentes en el mundo romano.
Ángel Martín Duque, 2002
Posteriormente Alberto Cañada Juste, tras un repaso al estado historiográfico sobre "los albores del reino", acerca de las vinculaciones genealógicas de estas familias dominantes en este espacio pirenaico concluía:

[Según hemos visto] los historiadores de la alta Edad Media navarra parecen estar de acuerdo en que las dos dinastías Iñiga (s. ix) y Jimena (s. x) proceden de un tronco común, a lo cual yo añadiría que dicho tronco podría datar del siglo VIII y en él podría incluirse a los antepasados de los Banu Qasi y que es posible que las tres familias, con frecuentes enlaces matrimoniales, derivasen de los possessores de los bienes territoriales, una elite rectora que gobernaría el país con el consentimiento de la autoridad visigoda, musulmana o carolingia, ¿tal vez ovetense?, según los casos. Hay que suponer que de existir esta elite (estamos siempre en el terreno de las conjeturas), aunque de raíz vascónica, estaría suficientemente romanizada y cristianizada.
Alberto Cañada Juste, 2011
Estas genealogías dan pie a revisar algunas afirmaciones aún actualmente asentadas: «No es seguro que caudillos pamploneses del siglo IX se titularan reges en el sentido propio del término. Los textos documentales que aluden a ellos están todos rehechos en tiempos posteriores. Las "Genealogías de Roda" sólo atribuyen el título de rex a García Íñiguez al aludir a su hija Onneca en cuanto esposa de Aznar Galindo dentro de los Genera comitum aragonensium, donde se imputa también la condición de «rey» al gobernador moro Muhammad al-Tawil. En el ordo de los reyes pamploneses únicamente consta como rex Íñigo Garcés, hermanastro mayor precisamente de Sancho Garcés I.»



Jimmy Savile.





James Wilson Vincent Savile (Leeds, Yorkshire del Oeste, 31 de octubre de 1926-Roundhay, 29 de octubre de 2011) fue un disc-jockey británico y presentador estrella de la cadena BBC. Conocido en vida por su figura excéntrica y filantrópica.

Biografía.




Savile nació el 31 de octubre de 1926 en Burley, un área del centro de la ciudad de Leeds (Yorkshire del Oeste, Inglaterra), en el seno de una familia  de bajos recursos.
Durante varias décadas estuvo al frente del popular programa musical Top of the Pops, con una audiencia media de 15 millones de telespectadores.​ También tuvo programas como Jimmy'll Fix It y Jimmy's Travels con enorme éxito de audiencia.
Era un personaje muy popular que se codeaba con personalidades como el príncipe Carlos de Gales​ o la primera ministra Margaret Thatcher.​ Recibió la Orden del Imperio Británico, con el título de Sir.​ En 1990, Savile fue nombrado Caballero Comandante de San Gregorio Magno por el Papa Juan Pablo II. La Reina Isabel también lo nombró Caballero, Sir James Wilson Vincent Savile.
Savile falleció en 2011 a los 84 años. Su funeral en la Catedral de Leeds fue transmitido en vivo y fue enterrado con todos los honores como un héroe británico.

Comentario.

El célebre presentador de programas juveniles de la BBC como Top of the pops o Jim´ll fix it se hizo pasar por quien no era a lo largo de toda su carrera de ídolo popular. Aparentemente, Jimmy era un simpático excéntrico inglés de esos que acaban siendo considerados un tesoro nacional: hacía felices a niños y adolescentes desde sus programas de televisión, recaudaba dinero para causas nobles, prestaba sus servicios de forma esporádica en hospitales y manicomios, se codeaba con los Beatles y los Rolling Stones (aunque sus aficiones le situaran más cerca de Gary Glitter), Lady Di le declaraba su amistad y admiración (otra prueba de que la pobre nunca tuvo muchas luces), el príncipe Carlos le pedía consejos que él le aportaba de mil amores, Margaret Thatcher no paró hasta que le consiguió el título de caballero del Imperio Británico…Durante décadas, Jimmy Savile fue uno de los personajes más populares del Reino Unido y nadie, absolutamente nadie, atisbó quién se escondía realmente tras ese señor de los chándales multicolores, el cabello teñido de rubio e inmóvil por una sobredosis de laca y el puro entre los dientes.

A veces se le iba la mano con las adolescentes que venían de público a Top of the pops, pero eran tiempos de liberación, de amor libre (y machismo soterrado) y nadie se escandalizaba, sobre todo por las buenas obras que Jimmy llevaba a cabo en sus ratos libres. Nadie sabía que aprovechaba sus horas en los hospitales para abusar de crías que no se podían defender, o que hacía lo mismo en un sanatorio mental que patrocinaba. 
En sus momentos de mayor insania sexual no les hacía ascos ni a los niños ni a los viejos ni a los cadáveres (parece que practicó la necrofilia en algunas ocasiones, aprovechando su libre acceso a las morgues). Y todo lo hizo a lo largo de varias décadas en las que nadie se dio cuenta de nada o, mejor dicho, nadie quiso darse cuenta de nada.
Aunque era de extracción humilde, carecía de estudios y no sabía hacer gran cosa más allá de largar sin tasa, hacerse el simpático y saber conectar con el espíritu de la época (aunque ya tenía una edad cuando presentaba Top of the pops, al frente del cual se tiró la friolera de veinte años). De comentarista local pasó a ídolo de masas, manteniendo durante toda su vida una cara visible y otra oculta que no salió a la luz hasta después de muerto, cuando pasó de gloria nacional a vergüenza nacional.

En unos 20 o 30 años al futuro, Jimmy Savile, va ser recordado como una celebridad de su época, se va olvidar de sus abusos.


Jimmy Savile, una historia de terror británica: Un siglo que juzga al anterior.
Juan Pablo Vilches
30/04/2022

Los monstruos del terror decimonónico vivían en y de la oscuridad, mientras que este monstruo del siglo XX creció a plena luz del día y con millones de ojos mirándolo. Este documental se pregunta cómo fue posible.
Hay un dicho atribuido a Abraham Lincoln que sirve de consuelo ante la aparente omnipotencia de la mentira y la eterna impunidad de los mentirosos:

 “Se puede engañar por mucho tiempo a pocas personas, y se puede engañar por poco tiempo muchas personas, pero no se puede engañar por mucho tiempo a muchas personas”. 

¿Seguro? ¿Siempre es así? ¿Qué pasa cuando las “muchas personas” quieren o necesitan ser engañadas? ¿Qué pasa cuando en ese “mucho tiempo” el mentiroso los atrae a todos dentro de su red?

El escándalo por los cientos de acusaciones de pederastia y abuso sexual contra el excéntrico conductor y filántropo inglés Jimmy Savile, dinamitó definitivamente el proverbio de Lincoln, llevándose consigo además el mito del efecto depurador de la exposición pública, pues Savile repetidamente dio pistas al respecto en la forma de chistes y frases disparatadas para animar una conversación aburrida, y casi nadie las notó. La verdad siempre estuvo ahí, a la vista de personas que no querían creerla o que fueron formadas en un entorno mediático que les impidió percatarse de las señales e interpretarlas correctamente.

Siendo Jimmy Savile una figura legendaria de la British Broadcasting Corporation (BBC), era absolutamente esperable que el documentalista Rowan Deacon construyera el relato del ascenso y caída del conductor sobre la base del archivo de la BBC. La primera parte del documental (titulada “Construyendo al monstruo”) es un perfil completísimo de su persona pública, sostenido en su forma de conectar con la gente normal y el aún más llamativo encanto que despertaba en políticos y figuras de la realeza.

Por su éxito recaudando fondos para obras benéficas –parecidas a nuestra Teletón–, Margaret Thatcher lo consideraba un ejemplo del “emprendedor” que haría del Reino Unido una sociedad próspera. En tanto, el príncipe Carlos recurría a su capacidad para conectar con el público británico a fin de que le corrigiera y hasta redactara sus discursos. 

La construcción del monstruo, entonces, puede leerse como el ascenso de este hipnotizador hasta ser nombrado Caballero del Imperio Británico, para vergüenza de este último, proceso que está acentuado por los testimonios de sus víctimas. Y no hablamos de las víctimas de abuso –ellas aparecerán en la segunda parte– sino de las víctimas de su engaño.

Prestigiosos productores, animadores y reporteros de la BBC –que compartieron pantalla con Sir Jimmy– desfilan en este documental mostrando pasmo y cierto arrepentimiento por haber ayudado a encumbrar a alguien así. Sin embargo, lo más interesante está en el montaje de esos testimonios con las apariciones del propio Savile, las que “mágicamente” pasan a tener un significado distinto del que tuvieron cuando fueron emitidas por primera vez. 

En otras palabras, con ese recurso tan simple de juntar imágenes de archivo con la voz de estos testigos, esas imágenes nos llegan significando dos cosas a la vez: lo que vieron los inocentes espectadores del Siglo XX, y las pistas que confirman la historia de horror que supo mantenerse oculta durante cinco décadas hasta la primera década del siglo XXI. 
Porque antes que todo, el corazón del documental descansa en una pregunta pública: ¿cómo Savile pudo hacer lo que hizo con los ojos de un país completo mirándolo todos los días? En cambio, la pregunta privada (¿por qué lo hizo?) no es importante. No hay historia de su vida ni un perfil escudriñando en su infancia, salvo alusiones fugaces sobre su intensa relación con su madre, que ya era objeto de curiosidad. 

Dicho esto, el documental no es sobre el individuo Jimmy Savile, sino sobre la persona pública que llevaba ese nombre y que se movía en un ecosistema particular, permanentemente iluminado por los focos y las cámaras del broadcasting del siglo pasado: el de la comunicación de masas, donde estas últimas consumían y –aunque suene fuerte– tragaban lo que les lanzaban. Lo que acalló por décadas las denuncias que aparecían. 

La segunda parte del documental, “Hallando al monstruo”, entonces, podría interpretarse como la crónica del develamiento. Del hallazgo de lo que siempre estuvo. De la disolución del efecto halo generado por la repetición de una imagen y un mensaje ante una masa de individuos aislados, incapaces de responder eficazmente y de interconectarse de manera visible para los medios de masas.

El recurso utilizado, y de buena manera, es el seguimiento de los pocos periodistas que reaccionaron a lo que les tocó ver. Uno de ellos, como testigo directo del acceso de Savile a las adolescentes recluidas en un reformatorio regentado por su tía; otra, haciéndose eco de los rumores sobre la predilección de Sir Jimmy por las menores de edad y haciéndole directamente la pregunta en una entrevista publicada en un periódico importante.

El único testimonio en cámara de una víctima abusada –tras décadas de silencio– es lo suficientemente elocuente y doloroso como para que no parezca necesario recurrir a más, pero sí da tiempo para que uno de los periodistas lea los comentarios que publicó la gente en internet cuando Savile falleció en 2011. Otro que se fue sin pagar.
Si bien en su vejez, Savile alcanzó a ser consultado y cuestionado por los rumores que daban vueltas sobre su vida privada, el escándalo estalló después de su muerte, en parte por la posibilidad que da internet de que personas desconocidas entre sí, pero con experiencias comunes, puedan conocerse y apoyarse; en parte porque el gran hombre ya no estaba allí para que su imagen fuera proyectada sobre todos los demás.

En perspectiva, el ascenso y caída de la persona pública de Savile puede leerse como la mirada crítica de nuestro siglo de la información digital y en red, al siglo XX de la radiodifusión unidireccional hacia una audiencia sumisa y cautiva. Una crítica demoledora, al punto de usar como leit motif la destrucción de la lápida de la tumba de Savile y el epitafio que escogió: “Fue bonito mientras duró”. 

Un chiste cruel que –como todo en la vida de sir Jimmy– fue comprendido mucho después y demasiado tarde.


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