Aldo Ahumada Chu Han |
Enrique de Borbón (Pau, 13 de diciembre de 1553-París, 14 de mayo de 1610) fue rey de Navarra con el nombre de Enrique III entre 1572 y 1610, y rey de Francia como Enrique IV entre 1589 y 1610, primero de la casa de Borbón en este país, conocido como Enrique el Grande (Henri le Grand) o el Buen Rey (Le bon roi Henri) y copríncipe de Andorra (1572-1610).
A menudo es considerado por los franceses como el mejor monarca que ha gobernado su país, siempre intentando mejorar las condiciones de vida de sus súbditos. Se le atribuye la frase: «Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos», que simplifica perfectamente su política de hacer feliz a su pueblo, no sólo con poder y conquistas, sino también con paz y prosperidad. Es el referente de los monárquicos franceses, los cuales realizan todos los años un homenaje frente a su estatua del Pont Neuf (Puente Nuevo) de París el día de su entrada a la ciudad.
Le fue dedicada la marcha «Vive Henri IV» («Viva Enrique IV»), que llegó a ser el himno de facto del reino y el de iure durante la Restauración, y es conocida aún hoy día por los franceses.
Biografia
Hijo de Antonio de Borbón y de la reina de Navarra, Juana de Albret, fue educado en la religión calvinista. Combatió en el bando hugonote (protestante) durante la tercera guerra de religión francesa, al final de la cual se decidió su matrimonio con la hermana de Carlos IX como signo de reconciliación entre católicos y protestantes (paz de Saint-Germain, 1570).
Una semana después del casamiento (1572), los extremistas católicos rompieron todo entendimiento organizando la matanza de hugonotes conocida como la «Noche de San Bartolomé». Para salvar la vida, Enrique tuvo que convertirse oficialmente al catolicismo; pero en 1576 consiguió escapar de la corte y, declarando de nuevo su profesión de fe calvinista, se puso al frente del ejército protestante.
Desde 1584 la muerte del hermano del rey convirtió a Enrique en heredero del Trono francés, perspectiva inaceptable para el partido católico (la «Liga»). La muerte de Enrique III en 1589 hizo recaer la Corona sobre la cabeza de Enrique de Navarra; pero sólo fue aceptado por los hugonotes, mientras continuaba la guerra civil, con victorias significativas para los protestantes en las batallas de Coutras (1587), Arques (1589) e Ivry (1590).
La intervención en los asuntos franceses de Felipe II de España (Alejandro Farnesio había impedido a los hugonotes tomar París) dividió a los partidarios de la Liga católica, facilitando finalmente a Enrique el acceso de hecho al Trono, con tal de abjurar del protestantismo; en un acto de realismo político, dio ese paso en 1593 (momento en que se le atribuye la célebre frase «París bien vale una misa», seguramente apócrifa). Fue coronado e hizo su entrada en París en 1594, aunque tuvo que sostener combates hasta 1598 para acabar con los últimos reductos de la Liga y para rechazar los ataques españoles.
La tolerancia religiosa decretada por el Edicto de Nantes (1598) fue acompañada del reconocimiento del catolicismo como religión del Estado y de una política de reconciliación basada en la renuncia a toda revancha o depuración; con ello pacificó el país y consolidó el Trono.
En los años siguientes Enrique IV y sus valiosos ministros (Sully, Laffemas, etc.), dedicaron sus mejores esfuerzos a la reconstrucción económica de Francia, arruinada por casi medio siglo de luchas religiosas. Se procedió a una reorganización general de la Hacienda, se fomentó la agricultura, el comercio y las manufacturas y se emprendió la colonización del Canadá. Con ello la institución monárquica recobró el prestigio perdido bajo los últimos Valois. Su reinado se caracterizó por el fortalecimiento de la autoridad absoluta de la Corona (en la línea preconizada por los escritos de Bodino): dejó de convocar los Estados Generales, redujo la influencia de los parlamentos e introdujo la venalidad de los cargos.
Al parecer, Enrique IV había concebido el proyecto de afirmar la posición internacional de Francia mediante la ruptura del bloque formado por los Habsburgo de Viena y de Madrid. Pero el puñal de un fanático católico, François Ravaillac, segó su vida en las calles de París cuando apenas había iniciado las gestiones tendentes a hacer realidad tal propósito. Dejaba como sucesor a un niño de corta edad, Luis XIII, bajo la tutela de su madre María de Médicis, con la que Enrique IV había contraído matrimonio en 1600, tras separarse de Margarita de Valois.
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