La condena de Unamuno por injurias al rey y reina madre. Julio Picatoste 01·11·15 Conocemos las razones que llevaron al tribunal a condenar a Unamuno por dos delitos de injurias al rey gracias a la reseña que de ellas se hace en el propio diario El Mercantil Valenciano, en su edición del 17-9-1920. En relación con el primer artículo, "El archiducado de España", entiende la Audiencia Provincial que está escrito en forma manifiestamente despectiva al llamar irónicamente al rey archiduque y decir que el monarca hace dejación de sus funciones al permitir que su madre fuese todavía regente, la cual, durante los cuatro años de guerra ha estado jugando a una neutralidad que ha resultado una alcahuetería, y por último -sigue diciendo la sentencia- se afirma en el mismo artículo que doña Cristina ha sido parcial a favor de los imperios centrales con perjuicio para España, que es, al cabo, un archiducado dependiente de Alemania. Todas estas afirmaciones no constituyen, a juicio del tribunal valenciano, una crítica racional y legal de carácter político, sino que se traspasan esos límites, toda vez que el propósito del autor es el de "menospreciar la augusta persona de S.M. el Rey, y por tanto el de injuriarle." En cuanto al segundo artículo, "Irresponsabilidades", sostiene la Audiencia que en él se imputa al rey haber llevado a cabo actos contrarios a sus deberes constitucionales en daño para la patria, lo que supone un nuevo menosprecio para el monarca. Con anterioridad al juicio, se había dictado el Real Decreto de 12-10-1919 que concedía el indulto total de toda clase de penas impuestas por delito de imprenta; por ello, el tribunal acuerda dar traslado al fiscal para su aplicación a las condenas impuestas a Unamuno. Anticipadamente, pues, se sabía que cualquier eventual condena que pudiera recaer habría de beneficiarse del indulto. De ahí que Unamuno afirmase reiteradamente que se le juzgaba y condenaba para poder aplicarle un "rencoroso" indulto que serviría para realzar la magnanimidad del monarca. La condena de Unamuno desata una cascada de protestas cuyo epicentro podíamos situar en la iniciativa del doctor Luis Simarro, a la sazón Presidente de la Liga Española para la Defensa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Simarro dirige a varios periódicos, y para su publicación, una carta fechada el 14-9-1920, en la que invitaba a la adhesión a una campaña en "amparo de la libertad de pensar, principio y raíz de todas las libertades públicas, atropellada en la persona del catedrático de la Universidad de Salamanca, y eximio escritor, señor Unamuno, que durante veinte años ha influido poderosamente en la dirección espiritual de la cultura de España y de todos los países de lengua española." La carta se publica en varios diarios nacionales como El Sol, El País, El Liberal, y en algunos periódicos de provincias (El Noroeste de Gijón, La Crónica de San Sebastián, El Pueblo de Valencia o El Pueblo de Cádiz, entre otros). También, como no podía ser menos, en El Mercantil Valenciano, y en la misma página donde iba la reseña de las sentencias. La reacción es extraordinaria; alzan su voz tanto particulares como instituciones y asociaciones culturales, políticas y sociales (se recogen con detalle por Ferrer Benemeli en el Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura, a donde remito al lector interesado). Imposible traer aquí relación de las numerosas cartas de personas que testimoniaron su admiración al eximio escritor vasco y la repulsa por su condena; solo citaré una pequeña muestra de los más conocidos: respondieron a la convocatoria de Simarro, entre otros, Álvaro de Albornoz, De Buen, Lerroux, Antonio Machado, Victorio Macho. Son incontables las muestras de adhesión de instituciones y sociedades culturales y políticas; destacaré solo algunas de ellas: el Ayuntamiento de Bilbao, el Ateneo de Madrid, la Junta de Ampliación de Estudios, las Juventudes Republicanas de Bilbao, la Federación Obrera de Salamanca, la Asamblea Municipal de Unión Republicana de Madrid, la Casa de la Democracia de Valencia, y otras agrupaciones de Madrid, Barcelona, Tarragona, Valladolid, Éibar, Baracaldo, Sevilla, Gijón, Oviedo... El Claustro de la Universidad de Salamanca, no sin disensiones y divisiones, y tras varias enmiendas, logra aprobar un texto que expresaba "el disgusto y desagrado de este Claustro por la restricción que impone a la libertad de pensamiento la condena del Sr. Unamuno." También desde Galicia llegan adhesiones: la del abogado de Pontevedra Vicente García Temes, el Círculo Mercantil e Industrial de Vigo, el Círculo de Artesanos de La Coruña; y desde la misma provincia se suma a la campaña el maestro nacional de Carreira; de Carballino llega también un escrito con 85 firmas y desde Barra de Miño, otro que suscriben dos comunicantes. Para El Liberal (Bilbao, 18-9-1920), "ni los tiempos, ni las circunstancias, ni la política, ni los principios éticos imperantes consienten que ese fallo se ejecute." Y al día siguiente, en el mismo diario, T. Mendive censura la desproporción entre la falta y el castigo, porque "esto destruye todas las diferencias que existen entre la pluma y el puñal, entre el papel impreso y la pistola o la bomba terrorista." Por su parte, el abogado de Unamuno, Antonio Cortina, y también su procurador, se suman a la campaña renunciando ambos a sus honorarios para contribuir con su importe a la suscripción de la Liga. Según informa el periódico salmantino El Adelanto (25-9-1920), Unamuno no deja de recibir visitas, cartas y telegramas de toda España e incluso del extranjero. El mismo diario da cuenta también de que Filiberto Villalobos, diputado a Cortes por Béjar y amigo devoto de don Miguel, pide a Valencia la minuta de gastos del proceso y sus costas con propósito de que sean pagados por suscripción entre los amigos de Salamanca. Manuel Azaña escribe en La Pluma (octubre, 1920) en defensa de Unamuno y califica la condena de "abominable", al tiempo que reivindica la libertad de escribir y de emitir el pensamiento, que no es solo derecho gremial de los escritores, sino "investido naturalmente en la conciencia humana". Por su parte, Marcelino Domingo, a la sazón diputado, luego Ministro en la República, tras censurar con dureza a los tribunales españoles, escribe: "Una vida de apostolado no puede recompensarse con la celda de un presidio". El científico catalán Ramón Turró le transmite por carta (29-9-1920) su consternación por la condena, mas no por la pena impuesta, que sabe no se cumplirá -"sería monstruoso", dice-, sino por el temor de que su confirmación pudiera acarrear la pérdida de la cátedra. Unamuno no admite ni tolera la pantomima del indulto, cuya aplicación, por obligada, era conocida de antemano; considera que la condena es injusta, pues no hay injurias, y si no hay delito, no hay de qué indultar, y si injusta es la condena, injusto es el indulto; por ello, decide interponer recurso de casación por infracción de ley ante el Tribunal Supremo. Para esta nueva batalla confía la dirección del recurso a otro letrado, esta vez de Madrid: Melquíades Álvarez, que acepta el encargo en carta de 2-10-1920; será su procurador Francisco Miranda García-Cernuda. La vista del primer recurso interpuesto contra la condena por el artículo "Irresponsabilidades" queda señalada para el 8-1-1921; la sentencia, dictada una semana después, el día 15, declara no haber lugar al recurso y, por consiguiente, confirma la del tribunal valenciano. En un breve considerando, de escuálida motivación, inaceptable hoy según los cánones de la actual jurisprudencia, explica el tribunal que el tono despectivo e irrespetuoso y la intención de desprestigiar las facultades soberanas del monarca se desprenden del propio significado gramatical y usual de las palabras y locuciones empleadas en el artículo. El 29-1-1921, el procurador envía por carta a don Miguel copia de la parte dispositiva de la sentencia. A la vista del fallo, Melquíades Álvarez le escribe el 26 de febrero para decirle que dará orden de retirar el segundo recurso contra la condena por el artículo "El Archiduque de Austria", pues, "visto el criterio que mantiene el Tribunal Supremo y la forma en que viene la sentencia", tiene la seguridad absoluta de que también este será desestimado Y añade a su misiva: "Usted está asustado de la abyección y cobardía ambientes y no me extraña; es la misma sensación que sentimos todos. Parece mentira que haya descendido tanto este país." La reacción de Unamuno. Nos queda por conocer la reacción del propio Unamuno ante su condena, sus comentarios, sus opiniones. Aunque no faltan alusiones en algunos de sus artículos, acaso el mejor y más expresivo testimonio lo hallemos en su correspondencia. Unamuno negó siempre la existencia de injuria alguna; afirmaba que había escrito artículos "más duros y acusativos" sin que hubiera habido denuncia alguna; en este caso, se había limitado a trasladar y glosar lo que el diario The Times decía "referente a la reina madre, la austríaca, la Habsburgo y a su intervención en la política internacional." No hubo, pues, según Unamuno, injuria alguna; para él, su procesamiento y condena tienen su origen en la actitud instigadora y en las presiones de la madre del rey; así se lo hace saber a Eduardo Dato, que entonces presidía el Consejo de Ministros, en carta de 9-10-1920; después de rechazar las peticiones de indulto, dice: "No ha de qué indultarme. Un Tribunal dócil me ha condenado, bajo la presión de una señora, y lo ha hecho para que se pudiera ejercer en mí la desgracia de un rencoroso perdón (?) He hecho interponer recurso ante el Supremo, no porque crea en la mayor independencia y justificación de este Tribunal, sino para denotar que no acepto un perdón que estimo, por ser la sentencia injusta, injusto". Atribuye la causa última de su condena a la inquina de la ex regente: "Sé que en este caso el rencor es femenino y lo haré saber", anunciaba, refiriéndose al Memorial que decía estar preparando para la Liga de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, donde se proponía contar la historia de sus procesos y también "la gestión de esa señora- cuyo espíritu rencoroso es proverbial." En carta a su amigo Pedro Múgica (25-5-1920) le cuenta que ha sido perseguido por instigación de la madre del rey, "esa nefasta Habsburgo, que después de educar anticonstitucional y antiliberalmente al hijo no nos hace más que daño." Y vuelve sobre lo mismo cuando, pocos meses después (en octubre de 1920), le dice al abogado y político argentino Francisco Antonio Barroetaveña:
Dato contesta a la carta de Unamuno y le reprocha una pasión y ofuscamiento que le llevan a errar con apreciaciones injustas acerca de doña Cristina; defiende a la madre del rey atribuyéndole sentimientos nobles y generosos, y le asegura que es ajena a toda intriga o influencia en su condena, pues ni siquiera -le dice- tiene noticia de los procesos que se siguen contra él. En no pocas ocasiones censura Unamuno la "enormidad de una ley bárbara que pena con ocho años de presidio cualquier injuria al Rey" (carta a Barroetaveña); a la Federación Universitaria Argentina también le dice (28-10-1920) que "en España hay todavía una ley que castiga con ocho años de presidio toda expresión en menosprecio del rey?" Y no le faltaba razón al protestar por la brutalidad de la ley penal; el artículo 162 del Código penal entonces vigente (es el de 1870) castigaba la injuria al rey, hecha por escrito y con publicidad, con las penas de prisión mayor (6 años y un día a 12 años) y multa de 500 a 5.000 pts. Hoy, este mismo delito se castiga con pena de prisión de seis meses a dos años si se trata de injuria grave, y con multa de 6 a 12 meses en otro caso. A Unamuno se le impuso una pena de 8 años por cada uno de los dos delitos de injurias; por lo tanto, el total de la pena privativa de libertad ascendía a la friolera de 16 años de prisión; un verdadero despropósito, un descomunal atentado a la idea de proporcionalidad de la ley penal. Como ya hemos adelantado, en opinión de Miguel de Unamuno, la condena no fue sino un pretexto para aplicarle luego "un rencoroso y vengativo y humillante indulto?" Así lo dijo machaconamente en varias cartas. Por esa razón, una y otra vez repudió el indulto, hasta el punto de recurrir en casación ante el Tribunal Supremo, precisamente porque entendía que no había de qué indultarle. De sus críticas y reproches, no salen mejor parados los tribunales; ya hemos visto que, en lo que a su condena concierne, atribuye a la Audiencia Provincial valenciana docilidad a las presiones venidas de palacio; lo dice así en carta dirigida a Eduardo Dato, pero lo repite a otros destinatarios de su correspondencia. De igual modo, expresa su desconfianza en el Tribunal Supremo ante el que recurre en casación, recurso que interpone, no porque crea en su mayor independencia, sino porque se niega a obtener, mediante la aplicación del indulto, el perdón de una condena que califica de injusta. Al ministro de la Gobernación, Gabino Bugallal, le habla de "la intervención bochornosísima" del fiscal del Tribunal Supremo en las causas seguidas y falladas contra él en Valencia. Y, en fin, de la sentencia del tribunal valenciano dirá que es copia de una calificación del Ministerio Fiscal redactada en Madrid. En la misma acusación insistirá en su artículo "Cambio de rumbo", donde afirma que su injusta condena es producto de una "venganza mujeril" y de un "fallo acaso redactado en la Corte." Cuando el 30-9-1921 comenta a Luis de Zulueta que la renuncia a su proyectado viaje a América, es debida a que "los administradores de la justicia (?) son tan viles como los más de mis compañeros de nómina", por lo que, de marcharse, tendría que hacerlo declarándose en rebeldía en el proceso y abandonando su cátedra. Si desde el poder se pensó que las condenas le harían cesar en sus ataques a Alfonso XIII y a su madre, es que no conocían al exrector salmantino. No era don Miguel hombre que se arrugase ni fácil de acallar; lejos de aquietarse, arreciaba en sus acometidas en cuanto advertía el más mínimo intento de silenciarle o amordazarle; ese "donquijotesco don Miguel de Unamuno, fuerte vasco", como le llamó Machado, no se arredraba si en ello iba la defensa de la verdad y la justicia. Él mismo lo advirtió; si se le condenó, dice, para que se callase, "ahora he de vocear más" (carta a López-Picó, 4-10-1920). Y al mismo Eduardo Dato le dirá, también, que si, como se teme, el Tribunal Supremo, ante el que tiene interpuesto recurso, logra "torcer otra vez la justicia (?) la campaña que emprenderé -en el extranjero, y sobre todo en aquella América que hace años me llama- podrá obligarme al cabo a tener que emigrar cargado con mi familia. Y lo haré. Todo antes que callarme" (carta de 26-12-1920). Y, en efecto, ni calló, ni se amilanó. A pesar de los procesos seguidos en Valencia, se mantuvo en sus ataques al rey; y tal era la virulencia de sus escritos que en noviembre de 1921, el director de El Liberal le ruega que en los artículos que le envíe no se refiera "de cerca ni de lejos a S.M. el Rey". Aún después de ser condenado, se mantuvo en su postura recia y crítica, palabra y pluma en ristre; volverá a sus ataques en una conferencia pronunciada en febrero de 1922 en el Ateneo madrileño donde de nuevo censura la actuación del rey y pide que se le exijan responsabilidades y el restablecimiento de las garantías constitucionales. Las acometidas al rey seguirán repitiéndose en la prensa. Y así fue labrándose el surco que habría de terminar en su confinamiento en Fuerteventura, a donde, con evidente torpeza, le envió Primo de Rivera porque -según decía la nota oficiosa del Directorio- no era tolerable que un catedrático "ande haciendo propagandas disolventes desacreditando a los representantes del poder y al Soberano?" Como era de esperar, en modo alguno aquel confinamiento logró doblegar a quien Andrés Trapiello define como "el hombre más libre que ha dado España". Nada ni nadie pudo silenciar su voz; solo la muerte, que cautelosa le rondaba aquella tarde gélida del último día del año 1936, y sigilosamente entró en su domicilio de la salmantina calle Bordadores, último confinamiento a que se vio reducido tras el sonado incidente con Millán Astray en el Paraninfo. Al día siguiente de morir Unamuno, expresaba Ortega su temor de que, cesada para siempre su voz, padeciese "nuestro país una era de atroz silencio." Y así fue. Pero cada vez que en la soledad de ese silencio abrimos un libro de Miguel de Unamuno, y leemos su palabra descarnada, aún viva y agitadora, sedienta de justicia y verdad, se hace cierto lo que él mismo vaticinó: "Cuando me creáis más muerto/retemblaré en vuestras manos." Y así es. *Magistrado de la Audiencia Provincial en Vigo. NOTA.- Los textos de la correspondencia de Unamuno se toman de los epistolarios publicados por L. Robles ("Americano" e "Inédito", "Unamuno-Dr. Turró", y las cartas incluidas en el artículo "Unamuno, procesado en Valencia"), S. Fernández Larraín y C. de Zulueta. |
Hoy por Hoy Locos por Valencia Historia Unamuno, ante la justicia de València. Francisco Pérez Puche nos cuenta en La València Olvidada por qué fue juzgado don Miguel de Unamuno en lo que ahora es el Palau de la Generalitat La València Olvidada - Francisco Pérez Puche - Unamuno, ante la justicia 08/09/2022 ValènciaEstamos a las puertas del Palau de la Generalitat aunque hay que advertir de que el túnel del tiempo nos ha llevado hasta septiembre de 1920 y que el edificio histórico no tiene que ver con el uso que ahora le damos, sino que es el palacio de Justicia, la sede de la Audiencia Provincial, que hoy va a juzgar, ante la expectación de muchos informadores, a un personaje singular, don Miguel de Unamuno y Jugo, famoso catedrático de la Universidad de Salamanca, pensador, ensayista, novelista, poeta y permanente agitador intelectual en el campo del republicanismo. Unamuno va a ser juzgado por escribir en favor de la República y escribir sobre todo contra la monarquía en general y contra el rey don Alfonso en particular. Por eso la sala de vacaciones de la Audiencia de Valencia ha reunido tres denuncias que tiene contra él, por los artículos que publica en El Liberal de Madrid. Y por esa razón el personaje que ahora vemos llegar, un caballero vestido de negro, de 56 años, un poco encorvado y casi siempre de muy mal humor, va a comparecer ante el tribunal. Que se teme que sea muy severo con sus artículos a la hora de calificar el presunto delito de injurias al rey. En la Sala Dorada La vista se celebró en la Sala Dorada de la Generalitat, que es donde el presidente Puig recibe a las visitas más solemnes. La Audiencia, como ya hemos dicho, estaba ubicada desde hacía muchos años en la Generalitat y en vez de los elegantes sofás que ahora luce lo que tenía es un estrado para los magistrados y un banquillo para los reos, donde se sentó Unamuno con su abogado valenciano, Antonio Cortina. El filósofo, a preguntas de los magistrados, se limitó a decir que nunca tuvo intención de molestar a nadie el emitir juicios que consideraba verídicos. No hubo prueba testifical, por renuncia de las partes, y el asunto quedó visto para sentencia. 16 años de prisión De uno de los tres delitos don Miguel quedó exonerado por falta de pruebas. Pero por cada uno de los otros dos le condenaron a ocho años de prisión, que sumados fueron dieciséis años, más sendas multas de 500 pesetas. Sin embargo, Unamuno no cumplió esa condena. Don Miguel, que en su vida padeció mucho por su intensa fe republicana, sufrió en 1924 la pena de destierro en Fuerteventura y después, cuando fue indultado, se exilió voluntariamente a Paris, de donde regresó en 1930, cuando cayó la Dictadura de Primo de Rivera. Pero estas dos condenas valencianas no llegaron a hacerse efectivas nunca. Lo que hizo don Miguel es aprovechar ese viaje para hacer sus bolos. Para dar conferencias de alta intensidad intelectual, cívica, filosófica y política. Que no todos entendían, pero que eran seguidas por verdaderas multitudes. Así es que en 1920 cumplió con el compromiso que tenía establecido y fue mantenedor de los juegos florales de las fiestas patronales que Sueca dedica estos días a la Virgen de la Salud. El día 15 de septiembre, con el teatro Serrano de Sueca a reventar de público, y de calor, don Miguel dio un discurso complejo, intrincado como todo lo suyo, y construido en torno a las tres ideas clave de los Juegos Florales: Fe, Patria y Amor. La "Matria" Ese discurso no se dedicó a la belleza de la Reina de las fiestas sino que Unamuno dejó a todos perplejos diciendo que en vez de Patria habría que hablar de MATRIA. Y que la palabra se debía pronunciar con el amor emotivo que hablamos de la madre. Por resumir, para don Miguel, "el lema Patria debemos convertirlo en Tierra; la Fe, en Ciencia; y el Amor en Trabajo". Siempre complejo y contradictorio, el hombre que dijo "Que inventen ellos", pedía amor tener fe en la ciencia, amar al trabajo y hacer de la tierra la Patria. Eran los tres ejes de su camino de reconstrucción, de regeneración moral e intelectual de España. El eco de su discurso en la prensa El diario republicano El Pueblo, dirigido por Félix Azzati se ocupó largo y tendido, más que de la conferencia, de la sentencia condenatoria, que calificó con muy duros términos. Pero los demás periódicos apenas dieron gacetillas y reseñas en las que decían que Unamuno era difícil de entender o incluso que él mismo no se entendía en su discurso. Hay que pensar que en esta época Miguel de Unamuno era un gran propagandista republicano y que Valencia, feudo de Blasco Ibáñez, tenía miles de electores republicanos. De modo que venía con frecuencia y en 1922, ahora hace 100 años, regresó para montar de nuevo, sin querer, otro escándalo. En este caso vino a dar una conferencia en el Ateneo Científico. Pero cuando llegó, acompañado de Azzati, el local estaba lleno al completo, desde la sala destinada a la charla hasta los pasillos, escaleras y vestíbulo. De modo que Azzati propuso usar la Casa de la Democracia, que estaba en Alfredo Calderón, 12, o sea en la calle de Correos, donde se trasladó el conferenciante, con todos sus discípulos, hasta llenar el local. El maestro de las pajaritas de papel, en este caso, tuvo que ser elevado sobre una mesa de billar para que su figura delgada, su barba blanca, sus espejuelos redondos, destacaran sobre la gran masa de seguidores. Y como siempre, habló sin notas y lo hizo, como él decía, sobre Esto y sobre Aquello. No tenía un tema fijo ni una línea argumental. Empezó dando explicaciones de una visita que había hecho al rey. Bueno, a don Alfonso de Borbón, como él decía. Pero después de divagar sobre la necesidad de explicar ese encuentro, que había sido muy llamativo en la prensa de Madrid, don Miguel se puso a hablar de política. Para explicar que Política viene de Polis, o sea de Ciudad, y remontarse a las ciudades de Mesopotamia, a Grecia y Roma, en busca del concepto puro del hombre que, inserto en su ciudad, debe ocuparse de lo que ocurre en ella y hacer política. Como se puede comprobar, filosofía, lecciones admirables aunque difíciles, llenas de detalles chocantes destinados a despertar el interés. Era lo que hoy llamaríamos un máster, dedicado en este caso a las ciudades en una conferencia que algunos periódicos dijeron no entender y otros rechazaron con duras críticas. No hay que explicar que para Las Provincias fue una charla contradictoria y errónea y que para el republicano El Pueblo fue una lección magistral. Ese día, los admiradores le acompañaron hasta el hotel y el siguió su peregrinar para dar una conferencia, el 8 de septiembre, en Xàtiva. Donde se repitieron escenas similares, con admiración, asombro, entusiasmo y también gestos de no entender mucho pero tener la fe puesta en un porvenir donde la República se mitificaba porque se supone que tenía que ser un bálsamo que lo iba a curar todo. Aunque don Miguel, siempre lleno de contradicciones, advertía sobre esas medicinas que lo curan todo y dijo que había que tener paciencia y esperar TEXTO: FRANCISCO PÉREZ PUCHE |
Unamuno Qué dijo exactamente Unamuno al rey para que le condenaran a 16 años de cárcel Los agravios a la Corona aparecían en tres columnas que el pensador publicó en un periódico. Sara Navas Madrid - 28 SEPT 2019 El enfrentamiento que Miguel de Unamuno (1864-1936) y el general Millán Astray (1879-1954) protagonizaron en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936 se ha convertido en la trama principal de Mientras dure la guerra, película que acaba de estrenar Alejandro Amenábar. Lo que allí aconteció ha trascendido como una representación teatral en la que Unamuno replicó al militar con un discurso que ha pasado a la posteridad. Sin embargo, su sonada intervención en Salamanca no fue la primera del filósofo vasco que crispó a los mandatarios de aquella España. "Unamuno era diletante políticamente y de gran valía intelectual. Tenía la capacidad de dejar maltrechos a sus adversarios políticos", explica Mirta Núñez, profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid Hace 100 años, Unamuno fue condenado a 16 años de cárcel y a pagar una multa de 1.000 pesetas (unos 30.000 euros de ahora al cambio) por injurias al rey Alfonso XIII y a su madre, la reina María Cristina. Los agravios a la Corona aparecían en tres columnas que Unamuno escribió en el diario dirigido por Tomás Perís Mora El mercantil valenciano (que daba voz al republicanismo moderado). Se titulaban así: El archiduque de España, Irresponsabilidades y La soledad del rey. Por el delito de injurias de esta última columna fue absuelto. No fueron tan benevolentes con las palabras que le dedicó en las dos primeras. Entre otras cosas, escribió: "Que hombres no fracasados sean quienes gobiernen". En El archiduque de España, Unamuno escribió: "El problema político de España en lo que al régimen hace no es tanto de monarquía cuanto de monarca"; "La cuestión aquí y ahora es si el archiduque de España, el Habsburgo por línea materna y por educación, es capaz de hacerse republicano y reducirse al modesto pero abnegado papel que le correspondería en una España que se prepara a hacerse del todo dueña de sí”; "¡Pero, señor, si es [el rey], según la Constitución, irresponsable!". En Irresponsabilidades atacaba con estas palabras: "Hay en toda monarquía constitucional el rey, el rey irresponsable, por encima de la división de militares y paisanos, división, por lo demás, absurda [...] y hay lo de que el rey sea el jefe supremo de los Ejércitos de mar y tierra. ¿Pero lo es como rey? Entonces lo será irresponsablemente". Y en La soledad del rey continuaba: "O se acaba este régimen [la monarquía] o se acaba España. Es preciso que el rey busque nuevos servidores: que hombres no fracasados sean quienes gobiernen"; "De su propia soledad es el rey mismo quien tiene la mayor culpa"; "Si el rey ha de encontrar servidores de España, de la nación, no ha de buscar que le busquen a él, al rey, que debe ser otro servidor de España y nada más"; "El rey debe dejar de buscar que le busquen, y debe dejarse de confundir el patriotismo con la lealtad a su persona. Lealtad que suele consistir en engañarle, en mentirle y en no llevarle la contraria cuando por patriotismo se le debe contrariar y fuertemente"; "¿Qué el rey está solo? ¡Más sola está España! Y de que España esté tan sola acoso es a él, al que le cabe más culpa". 'El archiduque de España', 'Irresponsabilidades' y 'La soledad del rey', las tres columnas publicadas en 'El mercantil valenciano' por las que Unamuno fue acusado de injurias a la Corona. 'El archiduque de España', 'Irresponsabilidades' y 'La soledad del rey', las tres columnas publicadas en 'El mercantil valenciano' por las que Unamuno fue acusado de injurias a la Corona. "Unamuno era diletante políticamente y de gran valía intelectual. Tenía la capacidad de dejar maltrechos a sus adversarios políticos", explica a ICON Mirta Núñez, profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid. La historiadora recuerda que la tendencia combatiente del vasco terminó causando que la dictadura de Primo de Rivera le desterrara a Fuerteventura en 1924 y le destituyera de su cargo como vicerrector y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Salamanca. Unamuno quedó en ese momento suspendido de empleo y sueldo. En la condena por injurias y calumnias contra Alfonso XIII, Unamuno fue indultado y no tuvo que cumplir ninguno de los 16 años de cárcel a los que fue condenado. Historiadores e investigadores afirman que en el momento en que publicó las polémicas columnas él sabía que de ser acusado obtendría el indulto. "Unamuno conocía la ley y la personalidad del rey. Sabía que su condena podía ampararse en un decreto que le evitaría la cárcel y que al rey le convenía indultarle, pues de esta forma pasaba al imaginario popular como un hombre piadoso y benevolente", apunta Julio Picatoste, juez y uno de los mayores expertos en este episodio. "Sin duda, lo que más sacó de quicio al rey fue que Unamuno se metiera con su madre, la reina María Cristina", asegura a ICON Julio Picatoste. Y explica que otro de los agravios que dolió especialmente al monarca fue que el filósofo se refiriera a él como "archiduque". "Suponía una bajada de categoría con muy mala uva. Lo que Unamuno venía a decir con este apelativo es que Alfonso más que como rey de España se comportaba como archiduque de Austria, país natal de su madre. Y lo decía porque en sus decisiones políticas, sobre todo en las relacionadas con la Primera Guerra Mundial, parecía mirar más por Austria que por España", señala el exmagistrado. El de Unamuno no es ni un caso aislado ni un caso anticuado. En la actualidad, el delito de injurias al Rey está contemplado dentro del apartado Delitos contra la Corona del Código Penal, concretamente en los artículos 490 y 491. Las penas, si las calumnias e injurias son "graves", van de seis meses a dos años de cárcel; si no lo son, se saldan con una multa de 6 a 12 meses. "Hoy la pena por injurias a la Corona es muy inferior, está muy atenuada. La que sufrió Unamuno, ocho años de cárcel por cada columna en la que aparecían calumnias, era una barbaridad", reconoce Picatoste. Por su parte, Mirta Núñez afirma: "La tradición jurídica española condena las vejaciones al jefe de Estado. Algo que en otros países está más atenuado". Una muestra de esta tendencia es la condena de Valtònyc. En 2018, el rapero mallorquín fue condenado a tres años y medio de cárcel por injurias a la Corona por versos como estos: “Sofía en una moneda pero fusilada”; "El rey tiene una cita en la plaza del pueblo, una soga al cuello y que le caiga el peso de la ley”; "El rey Borbón y sus movidas no sé si era cazando elefantes o iba de putas, son cosas que no se pueden explicar, como para hacer de diana utilizaba a su hermano, ahora sus hermanastros son los árabes y les pide dineritos para comprar armas, le hacen hacer la cama y fregar los platos y mientras doña Sofía en un yate follando y eso duele claro que si". Tal y como reflejaba un artículo publicado en EL PAÍS en febrero de 2018, la sentencia del Supremo recoge que las letras del rapero “no son irrelevantes, no realizan una crítica política al jefe del Estado o a la forma monárquica exponiendo las ventajas del sistema republicano”. Valtònyc se fugó de España a Bélgica para no ser encarcelado y desde allí está apelando la sentencia. |
El archiducado de España, Irresponsabilidades y La soledad del Rey.
Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 de septiembre de 1864-Salamanca, 31 de diciembre de 1936) fue un escritor y filósofo español perteneciente a la llamada generación del 98 como el mayor de sus integrantes y, en cierta medida, su maestro. Cultivó todos los géneros literarios: ensayo, novela, poesía, periodismo y teatro. Rector de la Universidad de Salamanca a lo largo de tres periodos, destacado opositor a la dictadura de Primo de Rivera (que lo envió al destierro), fue asimismo diputado de las Cortes constituyentes de la Segunda República, de la que se fue distanciando hasta el punto de adherirse a la sublevación militar que dio inicio a la guerra civil, si bien terminó retractándose de dicho apoyo. A título póstumo, la Universidad de Salamanca le ha concedido el doctorado honoris causa. Biografía Entre 1880 y 1884 estudió filosofía y letras en la Universidad de Madrid, época durante la cual leyó a Thomas Carlyle, Herbert Spencer, Friedrich Hegel y Karl Marx. Se doctoró con la tesis Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, y poco después accedió a la cátedra de lengua y literatura griega en la Universidad de Salamanca, en la que desde 1901 fue rector y catedrático de historia de la lengua castellana. Inicialmente sus preocupaciones intelectuales se centraron en las cuestiones éticas y los móviles de su fe. Desde el principio trató de articular su pensamiento sobre la base de la dialéctica hegeliana, y más tarde acabó buscando en las dispares intuiciones filosóficas de Herbert Spencer, Sören Kierkegaard, William James y Henri Bergson, entre otros, vías de salida a su crisis religiosa. Sin embargo, las contradicciones personales y las paradojas que afloraban en su pensamiento actuaron impidiendo el desarrollo de un sistema coherente, de modo que hubo de recurrir a la literatura, en tanto que expresión de la intimidad, para resolver algunos aspectos de la realidad de su yo. Esa angustia personal y su idea básica de entender al hombre como "ente de carne y hueso", y la vida como un fin en sí mismo, se proyectaron en obras como En torno al casticismo (1895), Mi religión y otros ensayos (1910), Soliloquios y conversaciones (1911) o Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1913). El primero de los libros fue en realidad un conjunto de cinco ensayos en torno al "alma castellana", en los que opuso al tradicionalismo la "búsqueda de la tradición eterna del presente", y defendió el concepto de "intrahistoria" latente en el seno del pueblo frente al concepto oficial de historia. Según propuso entonces, la solución de muchos de los males que aquejaban a España era su "europeización". Sin embargo, estas obras no parecían abarcar, desde su punto de vista, aspectos íntimos que formaban parte de la realidad vivencial. De aquí que literaturizase su pensamiento, primero a través de un importante ensayo sobre dos personajes clave de la literatura universal en la Vida de don Quijote y Sancho (1905), obra en la que, por otra parte y en flagrante contradicción con la tesis europeísta defendida en libros anteriores, proponía "españolizar Europa". Al mismo tiempo, apuntó que la relación entre los dos protagonistas de Don Quijote de la Mancha simbolizaba la tensión existente entre ficción y realidad, locura y razón, que constituye la unidad de la vida y la común aspiración a la inmortalidad. El siguiente paso fue la literaturización de su experiencia personal a fin de dilucidar la oposición entre la afirmación individual y la necesidad de una ética social. El dilema planteado entre lo individual y lo colectivo, entre lo mutable y lo inmutable, el espíritu y el intelecto, fue interpretado por él como punto de partida de una regeneración moral y cívica de la sociedad española. Él mismo se tomó como referencia de sus obsesiones del hombre como individuo: "Hablo de mí porque es el hombre que tengo más cerca." Su narrativa progresó desde sus novelas primerizas Paz en la guerra (1897) y Amor y pedagogía (1902) hasta la madura La tía Tula (1921). Pero entre ellas escribió Niebla (1914), Abel Sánchez (1917) y, sobre todo, Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920), libro que ha sido considerado por algunos críticos como autobiográfico, si bien no tiene que ver con hechos de su vida, sino con su biografía espiritual y su visión esencial de la realidad: con la afirmación de su identidad individual y la búsqueda de los elementos vinculantes que fundamentan las relaciones humanas. En ese sentido, sus personajes son problemáticos, víctimas del conflicto surgido de las fuertes tensiones entre sus pasiones y los hábitos y costumbres sociales que regulan sus comportamientos y marcan las distancias entre la libertad y el destino, la imaginación y la conciencia. Su producción poética comprende títulos como Poesía (1907), Rosario de sonetos líricos (1912), El Cristo de Velázquez (1920), Rimas de dentro (1923) y Romancero del destierro (1927), éste último fruto de su experiencia en la isla de Fuerteventura, adonde fue deportado por su oposición a la dictadura de Miguel Primo de Rivera. También cultivó el teatro: Fedra (1924), Sombras de sueño (1931), El otro (1932) y Medea (1933). Sus poemas y sus obras teatrales abordaron los mismos temas de su narrativa: los dramas íntimos, amorosos, religiosos y políticos a través de personajes conflictivos y sensibles ante las formas evidentes de la realidad. Su obra y su vida estuvieron estrechamente relacionadas, de ahí las contradicciones y paradojas de quien Antonio Machado calificó de "donquijotesco". Considerado como el escritor más culto de su generación, Miguel de Unamuno fue sobre todo un intelectual inconformista que hizo de la polémica una forma de búsqueda. Jubilado desde 1934, sus manifiestas antipatías por la República española llevaron dos años más tarde al gobierno rebelde de Burgos a nombrarlo nuevamente rector de la Universidad de Salamanca, pero fue destituido a raíz de su pública ruptura con el fundador de la Legión. En 1962 se publicaron sus Obras completas, y en 1994 se dio a conocer su novela inédita Nuevo mundo. |
Literatura. Jorge Ferrer: "Más que por fusilamientos, la Revolución cubana nos ha matado a golpe de tiempo" |
"El principal logro de la Revolución cubana es su exilio" El escritor Jorge Ferrer narra las huellas del totalitarismo en tres generaciones de su familia. La periodista y el escritor durante la presentación del texto en Madrid El autor, entrevistado por Maite Rico e Ignacio Vidal-Folch en la presentación de su libro en Madrid / 14ymedio Maite Rico 03 de junio 2024 Madrid/“Hay muchas maneras de haberse encontrado con las revoluciones rusa y cubana, y acabar lastimados por ellas. Muchísimas”, dice Jorge Ferrer (La Habana, 1967). El escritor y traductor ha querido indagar en las historias que conoce mejor: las de una familia, la suya, sacudida por el totalitarismo. Su libro De Rusia a Cuba. Contra la memoria y el olvido (editorial Ladera Norte), que acaba de presentar en Madrid, narra los avatares de tres generaciones que bregaron de diferente manera con los destinos que les fijó el castrismo. Sus protagonistas son tres Ferrer. Federico, el abuelo, nacido en España, el aventurero que terminó de policía de Batista, personaje novelesco, de amores excesivos, que prefirió servir copas en Nueva York antes que languidecer como un excluido, un inadaptado, eso que en la URSS llamaban byvshi y en Cuba gusano, lumpen o escoria. Su hijo, Jorge, lo repudia y opta por abrazar los nuevos tiempos en su condición de apparatchik meticuloso, “criatura perfecta para crecer en los mundos cubano y soviético”, donde fue destinado como alto funcionario. Y el nieto, Jorge, el pioner, que no es otro que el propio autor, estudia en Cuba y en Rusia, donde vive la perestroika, y regresa a la isla imaginando una apertura similar, para acabar exiliado en el país de sus ancestros. En el relato aparecen personajes como Joseph Brodsky y Heberto Padilla; Marina Tsvetáieva y José Martí. Lezama Lima y Dulce María Loynaz Pero Ferrer no se queda en la narración biográfica. El libro es un riquísimo tapiz tejido con hilos que se entrelazan y se separan, y las más de las veces transcurren en paralelo. Pasan por La Habana, Moscú y Miami. Recorren el siglo XX y quedan sin rematar en la trágica invasión rusa de Ucrania, o en la visita a la Cuba de 2023. Otros personajes entran en este juego de espejos y enriquecen el cuadro: son poetas, rusos y cubanos, con vidas igualmente rotas: Joseph Brodsky y Heberto Padilla; Marina Tsvetáieva y José Martí. Lezama Lima y Dulce María Loynaz. Nos sumergimos en el drama de los nostálgicos byvshie en la Rusia bolchevique, en las relaciones ruso-cubanas desde los años batistianos a la actualidad. En la idiosincrasia cubana y su regodeo en la excepcionalidad (como los españoles). En el papel de los intelectuales y los periodistas devenidos coristas de la dictadura. Ferrer rinde también homenaje a los maltratados exiliados cubanos, a su generosidad, a su capacidad de perdonar. “El único, principalísimo logro que la Revolución puede ostentar sin sonrojo es su exilio: su nobleza, su entrega, su amor por Cuba y por los cubanos. El músculo económico con el que ha mantenido a los vecinos de la isla. El nervio de los afectos con los que ha mantenido unida, él y solo él, a la nación cubana”, escribe. De Rusia a Cuba es una peripecia vital y una reflexión sobre el desarraigo, la memoria y el olvido. Es una búsqueda de las raíces y un viaje de introspección. Ferrer no juzga a los protagonistas, reos de la historia, que bracean como pueden entre el destino y el albedrío. Pero sí apunta a los autócratas. Y a una Revolución en cuya “extenuante duración se cifra su genuina crueldad”. “Moledora de generaciones, la Revolución ni siquiera ha necesitado matar demasiado, porque al durar, nos ha ido dejando morir. Y viéndonos morir. Nos ha matado el tiempo, como las balas del reloj y el fuego graneado del calendario”. |
La dama de blanco. |
La dama de blanco (The Woman in White) es una novela epistolar escrita por Wilkie Collins en 1859, serializada de 1859 a 1860 en la revista literaria All the Year Round fundada por Charles Dickens. Fue publicada por primera vez en forma de libro ese último año. En 1995, la Mystery Writers of America la incluyó en su lista de las cien mejores novelas de misterio de todos los tiempos. Introducción Está considerada como una de las primeras novelas de misterio, y también como una de las primeras (y de las mejores) del subgénero inglés llamado sensation novel. La historia puede ser considerada como un ejemplo precoz de la novela policíaca, con el héroe, Walter Hartright, empleando muchas de las técnicas propias de los detectives privados. El uso de narrativas múltiples se basa en la formación jurídica de Collins, lo cual podemos ver señalado en el preámbulo de la obra con las siguientes palabras: "la historia que aquí se presenta se le dirá por más de una pluma, como la historia de un delito contra las leyes se cuenta en el tribunal de justicia por más de un testigo". Este hecho va más allá de la curiosidad narrativa, lográndose un efecto de gran interés en cuanto al punto de vista del narrador, que elude la omniscencia propia de otras obras de la época. Argumento Un profesor de dibujo, Walter Hartright, es empleado por el señor Fairlie, de la Casa Limmeridge, en Cumberland, para que enseñe a su sobrina, la bella heredera Laura Fairlie, y a la medio hermana de esta, Marian Halcombe. Walter y Laura acaban enamorándose irremediablemente, pero el profesor de dibujo no tiene la posición social de su rica amada, Ésta, que ha de casarse con el baronet Sir Percival Glyde por haberlo prometido a su padre en el lecho de muerte de este, acaba concertando el matrimonio con el noble, considerado un amigo por el finado. Walter se marcha de la residencia de los Fairlie a petición de Marian y también por decisión propia, para evitar así hacer daño a la mujer que ama, y decide embarcarse hacia las Américas para intentar olvidar el dolor. Laura comienza la vida matrimonial, con Marian como compañera. Pronto queda claro que Sir Percival tiene problemas de dinero y se ha casado con Laura por la fortuna de ésta. Su amigo el conde italiano Fosco, cuya esposa es tía de Laura, parece estar implicado en la trama, y Marian desconfía profundamente de él, como queda patente en su diario, que se convierte en la voz que guía la lectura en esta parte de la obra. Una noche, mientras escucha la revelación final de la conspiración ideada por Fosco y Sir Percival, Marian cae gravemente enferma por culpa del mal tiempo, ocasión que aprovechan los dos conspiradores para dar el paso definitivo de su plan: harán creer a una convaleciente Marian que Laura ha muerto repentinamente durante una visita a su tía en Londres. Una extraña mujer vestida de blanco aparece varias veces durante la primera parte de la novela: Anne Catherick, hija de una antigua ama de llaves de los Glyde; la joven tiene un inquietante parecido con Laura. Como rasgo distintivo, esa mujer siempre viste de blanco en recuerdo de la difunta madre de Laura, que la había tratado con gran cariño durante su estancia en Limmeridge cuando no era ella más que una niña. Anne tiene su primer encuentro con Hartright bajo circunstancias misteriosas en las primeras páginas de la novela, y más tarde se entera este de que ella había escapado de un asilo privado donde había sido confinada por su madre y por Sir Percival. Mental y físicamente frágil, Anne da pistas repetidas sobre un escandaloso secreto asociado a Sir Percival, a quien odia y teme. Más tarde, el parecido de ella con Laura será usado por Sir Percival y Fosco para intentar lograr sus objetivos: matarán a Anne e ingresarán a Laura en su lugar en el manicomio, con la esperanza de que nadie descubra la farsa. Con el tiempo, Hartright regresa a Inglaterra, y junto a la tumba de Laura se encuentra para su sorpresa con Marian y la propia Laura, que ha sido rescatada por Marian, pero se halla mentalmente destrozada, incapaz de recuperar su identidad y en constante peligro de ser capturada por los hombres que han destrozado su vida. Hartright y Marian intentar en vano dar a conocer lo ocurrido, pero se acaban dando cuenta de que se ha de forzar a Sir Percival a una confesión si quieren limpiar el nombre de Laura y volver a vivir una vida normal. Buscando el secreto mencionado por Anne, que espera utilizar como instrumento de negociación, Hartright llega en sus pesquisas hasta la partida de matrimonio de los padres de Sir Percival, la cual parece ser una falsificación hecha por este con la intención de ocultar la ilegitimidad de tal matrimonio, que le privaría del título y de la herencia si se hiciera pública. En la lucha para obtener pruebas, se quema la iglesia donde estaba guardada la partida, y esos vitales documentos se pierden, así como la propia vida de Sir Percival. Ya sin el marido de Laura de por medio, el único obstáculo para limpiar el nombre de la dama es el conde Fosco, pero este problema será prontamente eliminado gracias a la inesperada ayuda de un viejo amigo de Walter, que además había sido responsable de que este comenzase a trabajar en Limmeridge. Laura ya es libre para casarse con Hartright. Pierde la herencia, pero Hartright logra que se reconozca la identidad de Laura en Limmeridge, y el nombre de la tumba se sustituye por el de Anne Catherick, que es quien realmente está allí. |
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