Introducción.
"[...] con lo cual quiero decir lo siguiente: que existe un zapato –la palabra 'populismo'– para el cual existe un pie en algún lugar. Existen toda clase de pies que casi lo pueden calzar, pero no nos deben engañar estos pies que casi ajustan a su medida. En la búsqueda el príncipe siempre vaga errante con el zapato; y en algún lugar, estamos seguros, espera un pie denominado populismo puro. Este es el núcleo del populismo, su esencia. Todos los otros populismos son derivaciones y variaciones de éste, pero en algún lugar se oculta, furtivo, el populismo verdadero, perfecto, que puede haber durado sólo seis meses, o haberse dado en un solo lugar... Este es el ideal platónico del populismo, todos los otros son versiones incompletas o perversiones de aquel."
“En este sentido”, sostiene Canovan (1981:11), “las interpretaciones del populismo han estado fuertemente influenciadas por los resquemores de algunos intelectuales hacia lo popular y toda su progenie repulsiva, y por el idealismo de otros que han exaltado al hombre común y sus simples virtudes”.
Por ejemplo, “algunos académicos han considerado a los populistas de Estados Unidos como neuróticos retrógrados de tendencias peligrosamente fascistas mientras otros los han retratado como heroicos combatientes por la democracia, luchando en desventaja contra fuerzas imbatibles” (Canovan, 1981:11).
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III. ¿Populismo, un concepto Cenicienta? a. Algunos problemas epistemológicos En la primera parte de esta introducción señalamos que nos interesa pensar en torno a la siguiente pregunta: el así llamado “populismo”, ¿es un fenómeno histórico singular que se manifestó en un tiempo y espacio determinado, que representa una etapa particular del desarrollo de una sociedad? o ¿es una categoría analítica que puede aplicarse a un fenómeno “populista” más amplio que se manifiesta en diferentes sociedades y épocas?; ¿o es un fenómeno histórico y una categoría analítica a la vez? Un historiador estadounidense llamado A. J. Hexter sostuvo una vez que todos los historiadores se podían dividir en lumpers (agrupadorcs) y splitters (singularizadores); es decir, aquellos que tienden a encontrar un hilo común, conductor en fenómenos aparentemente diversos y que buscan ordenar los casos particulares dentro de categorías más amplias, y aquellos que tienden a detectar las diferencias, los contrastes, los atributos singulares entre fenómenos aparentemente similares (Roxborough, 1981: 82). Éste es un dilema intrínseco al conocimiento organizado (y, además, de típica aparición en ámbitos académicos donde trabajan juntos historiadores y sociólogos). Uno de los peligros que acechan a los splitters es atomizar los procesos históricos, volviéndolos fragmentados y contingentes, impidiendo la captación de su sentido y dirección más amplios. Por otro lado, el peligro que acecha a los lumpers es la posibilidad de distorsionar la información empírica para forzarla a encajar en las categorías de su análisis conceptual.[13] Podemos ilustrar estas diferencias de perspectiva epistemológica con el debate entre aquellos que sostienen que el concepto "populismo" como tipo ideal no sirve para pensar ciertos fenómenos y procesos históricos de América Latina y aquellos que consideran que es posible, aun recomendable, conformar un modelo teórico general y contrastarlo con los casos concretos. Veamos algunos ejemplos. lan Roxtaorough,[14] por ejemplo, sostiene una posición contraria al uso del concepto "populismo". Se basa en la no adecuación de la definición con la realidad económica, social y política que el concepto pretende ordenar y explicar. Al mismo tiempo, el autor tiende a mostrarse contrario a la construcción de modelos o tipos ideales ante el riesgo de simplificación de la realidad y de reificación de los patrones y dicotomías que con frecuencia implican (como en el caso de los debates sobre el populismo, de la reificación de la supuesta dicotomía de la economía en un polo marginal y un sector manufacturero dinámico y del “patrón modal”[15]). Sostiene que en lugar de construir rápidamente tipos ideales o modelos teóricos, sería de mayor utilidad proceder con mayor precaución vía intentos de definir variables aisladas. Entonces quedaría abierta la cuestión de cómo las variables se combinan en la realidad para formar modelos concretos. Los científicos sociales se han movido demasiado directamente desde la realidad empírica a los constructos teóricos y, por lo tanto, estos tipos ideales deben ser deconstruidos y las variables constituyentes tratadas en forma separada mientras se acumula un mayor conocimiento empírico sobre distintos aspectos del fenómeno. Concluye que lo que emerge es la necesidad de un enfoque multidimensional del tema. Respecto del término “populismo”, Roxborough va a sostener que en la definición que denomina “clásica”[16] es importante la noción de que el apoyo de las masas a los movimientos populistas no está estructurado principalmente en torno a líneas de clase, a diferencia de la supuesta naturaleza clasista de la política en las sociedades industriales avanzadas de Europa occidental. En otras palabras, el apoyo a los líderes populistas no se plasma en una alianza multi-clasista con sindicatos independientes que prestan el apoyo de una clase trabajadora organizada en forma autónoma a una figura bonapartista, sino más bien consiste en un movimiento de masas amorfo o en una coalición con vínculos directos entre los individuos y su líder carismático; análisis, por otro lado –sostiene el autor–, que surge de cierta interpretación del concepto de “carisma” de Weber y la teoría de la sociedad de masas de Durkheim. Para que esta definición tenga alguna utilidad, se debería demostrar que estamos analizando situaciones donde las clases o estratos subordinados son incorporados a la coalición populista en forma heterónoma. Si éste no es el caso, argumenta Roxborough, entonces lo que existe son alianzas de clase más que “populismo”. La evidencia disponible sugiere que tanto Perón como Cárdenas fueron apoyados por instituciones autónomas de la clase obrera, es decir, sindicatos relativamente independientes (Argentina, México y Brasil son los casos sobre los cuales se basan los autores que él critica para construir el concepto, de allí que toma esos casos para refutarlos). Por lo tanto, estos movimientos pueden ser analizados en términos de alianzas más o menos explícitas y deliberadas entre la clase trabajadora e individuos que detentan el poder en el Estado. Para explicar esto sostiene que no sería necesaria ninguna referencia al concepto de populismo, pues no agregaría nada al análisis. Es sólo en un momento posterior que los sindicatos pierden autonomía y la clase obrera se subordina al Estado. Desde una perspectiva empírica ni el primer peronismo ni el gobierno cíe Cárdenas se adecuan a la definición clásica de populismo en la que las nociones de clase movilizable y clase trabajadora heterónoma son cruciales. Vargas tampoco sería populista, según Roxtaorough, porque no apelaba al pueblo y porque fue un régimen conservador, autoritario y desmovilizante. Fue sólo después de 1945, con el advenimiento de la política electoral, que Vargas apeló en forma más sostenida al pueblo. Por lo tanto, afirma que la pregunta clave es: "¿Cuánta falta de nitidez respecto de los límites de un paradigma es suficiente para justificar su abandono?" (Roxborough, 1981: 82).[17] Margaret Canovan también pertenece a esta línea en la medida en que afirma que no se pueden reducir todos los casos de populismo a una simple definición ni encontrar una sola esencia detrás de todos los usos establecidos del término. Sostiene que el gran número de diferentes enfoques termina mostrando que se usa el término para describir tantas cosas que uno hasta puede preguntarse si tiene algún significado. De todas formas, a diferencia de Roxborough, quien cuestiona la existencia de la categoría misma, ella cree que vale la pena tratar de ordenar este fenómeno tan múltiple y confuso en un patrón medianamente coherente. En su opinión, los académicos han abordado al populismo desde dos ángulos diferentes y muchas de las confusiones y contradicciones cíe la literatura sobre el tema se originan en el choque entre estas distintas perspectivas. Sostiene que se pueden encontrar dos familias de populismos en la literatura: un populismo agrario que enfatiza el carácter rural y enfoca de forma sociológica sus raíces y su relevancia; en general, se dice que el populismo tiene una base socioeconómica particular ‑campesinos o farmers– proclive a sublevarse en circunstancias socioeconómicas particulares, especialmente en períodos de modernización. Por otro lado, cuando el término se aplica a mecanismos de democracia directa, a la movilización de las pasiones de las masas, a la idealización del hombre común o a los intentos de los políticos de sostener precarias coaliciones en el nombre del “pueblo”, se está pensando en un fenómeno político en el cual las tensiones entre elite y bases ocupan un lugar fundamental (Canovan, 1981: 7-9). Desde una perspectiva diferente, De la Torre (1992) critica a las que se proponen eliminar el populismo de la terminología de las ciencias sociales, y sostiene que más allá de los malos usos y abusos del término vale la pena preservarlo y redefinirlo. Los fenómenos que han sido designados como populistas tienen en común ciertas características que pueden ser identificadas y comparadas a través del uso de este concepto. Citando a Laclau afirma que el populismo ha existido como experiencia concreta de vida de grandes sectores de personas que han definido y definen sus identidades colectivas a través de su participación populista. Finalmente, sostiene que los autores que descartan el concepto de populismo a favor de categorías objetivistas para analizar la realidad social no pueden tomar en cuenta gran parte de la experiencia populista tal como la formación de identidad, los rituales, los mitos, y los significados ambiguos del populismo para los actores que se vieron involucrados en estos procesos. Para este autor, el desafío central del estudio del populismo radica en explicar el poder de convocatoria de los líderes para sus seguidores, sin reducir el comportamiento de estos últimos ya sea a manipulación o a la acción irracional o anómica y tampoco aun racionalismo utilitario que supuestamente todo lo explica. Valoriza sobre todo el enfoque de Daniel James, quien, mientras reconoce el poder explicativo de los enfoques que enfatizan la racionalidad instrumental de los trabajadores, cuestiona la validez de la visión economicista de la historia común a tales perspectivas.[18] Por otro lado, Aníbal Viguera (1993) sostiene que si lo que se busca con el término “populismo” es un concepto que dé cuenta efectivamente de elementos generales de la realidad de América Latina en un determinado período, es evidente que el de populismo no sirve en ninguna de sus formulaciones vigentes. Ninguna de las interpretaciones define algo que se encuentra en forma paradigmática y generalizable en todos los países latinoamericanos. Al designar un tipo de movimiento o de gobierno se apunta a algo demasiado concreto para ser generalizable: las diferencias siempre serán más importantes a rescatar que las similitudes. Otro problema es que si el concepto es tan amplio que engloba a todas las transformaciones económicas, sociales y políticas relativas a un período o si loma algún elemento tan formal como un tipo de ideología, pierde utilidad porque su alcance es infinito. Así, el autor afirma que la forma de recuperar al concepto populismo no será generalizando hechos que empíricamente resisten su homogeneización sino como “tipo ideal” que, a la manera weberiana, no pretende reflejar la realidad sino abstraer de ella ciertos elementos para conformar un modelo teórico, cuyo fin es contrastarlo con los casos concretos para explicar sus características históricas específicas. El tipo ideal debe permitir iluminar la realidad como un prisma y observar por contraste ciertos elementos presentes o no en ella. Su justificación no estaría dada por su grado de generalidad en América Latina sino porque permitiría medir en cada caso la presencia o ausencia de elementos que aparecen de manera recurrente pero no necesaria en los distintos países. O'Donnell (1972: 110-111) menciona otro problema vinculado con la construcción de conceptos: cómo relacionar los rasgos centrales, generales de determinado fenómeno con sus manifestaciones más particulares, delimitadas en el tiempo y espacio de las unidades de análisis (generalmente casos nacionales). El autor sostiene que habría dos niveles de análisis: primero, uno que establece tipos generales distintos en el cual predomina el peso de las regularidades o similitudes (por ejemplo, los factores que llevan a la implantación de regímenes burocráticos autoritarios en Argentina y Brasil). Un segundo nivel de análisis, en cambio, requeriría una mayor especificidad de datos y análisis y permitiría ubicar mejor las diferencias específicamente observables en el desempeño y grado de consolidación de las unidades (por ejemplo, identificar las diferencias entre Argentina y Brasil que pertenecen a un tipo común de alta modernización sudamericana). El autor advierte que si no se tiene en cuenta el problema teórico de decidir en qué nivel de generalidad es útil manejarse para tratar de indagar y establecer diferencias y similitudes entre las unidades, es fácil caer en un riesgo inverso al de la simplificación formalista en que caen presuposiciones del tipo de la equivalencia de procesos causales: terminar haciendo un largo inventario de las especificidades identificables en cada unidad, sin ningún criterio que guíe para establecer la relevancia teórica cíe esos hallazgos ni para la comparación entre las unidades. En otras palabras, el rechazo del formalismo simplificante puede llevar a un craso empirismo en el cual cada caso termina siendo un tipo, en el que los criterios para definir cada caso-tipo dejan de ser homogéneos y donde, por lo tanto, el análisis se resuelve en un mar de datos carentes de guías para su interpretación teórica y para la tarea comparativa entre las unidades estudiadas. Por el contrario, el uso de criterios en un nivel escogido (con inevitable arbitrariedad, es cierto) de generalidad permite la inclusión de varios casos dentro del mismo tipo general. Volviendo, entonces, a la pregunta central en tomo al alcance y la aplicación del concepto populismo, uno podría pensar en principio que aquellos que tienden hacia los lumpers estarían de acuerdo con la construcción de tipas ideales o, en términos de Theda Skcopol (1994: 172), con la búsqueda de configuraciones o regularidades causales que den cuenta de ciertos procesos históricos importantes, estrategia que, según la autora, evita los extremos de la particularización versus la universalización que limitan la utilidad y el atractivo de otros abordajes. Es decir, este grupo podría estar de acuerdo con la necesidad de construir conceptos que tengan una aplicación relativamente amplia en el tiempo y el espacio. Por otro lado, aquellos cuyos enfoques se acercan en mayor medida al de los splitters, que valoran y realzan el valor de los contrastes, de los atributos singulares, y defienden la necesidad de la deconstrucción de los conceptos y la profundización de las investigaciones empíricas ante el peligro de simplificación de la realidad y de reificación de los patrones y dicotomías, tenderán a argumentar a favor del populismo como fenómeno histórico, espacial y temporalmente delimitado. Ahora bien, hasta aquí hemos planteado algunos problemas epistemológicos vinculados con la construcción cíe conceptos: la forma cíe relacionar teoría y empina, las bondades y desventajas de la elaboración de tipos ideales, las diferencias y similitudes en la información empírica en relación con el nivel de generalidad o diferenciación. Lo que se busca es navegar el difícil camino entre el peligro de caer en la 'simplificación formalista' que cree en la equivalencia de los procesos causales o de adoptar un enfoque esencialista que afirme la existencia de un principio o una tradición común que subyace a las historias de todas las repúblicas cíe América latina (distintas formas de cometer un mismo pecado) y, por otro lado, el peligro de un 'craso empirismo' que nos pierda en el 'inventario de las especificidades identificables en cada unidad', que reduce la historia a pura contingencia, sin ningún criterio que nos sirva de guía para establecer la relevancia teórica de esos hallazgos ni para la comparación entre las unidades. b. ¿Una Cenicienta sin complejos? Para recorrer el último tramo de esta introducción, señalemos primero que el problema principal que tienen, a nuestro juicio, la mayoría de las interpretaciones, estudios y artículos sobre populismo, antiguos y/o recientes, es que en su gran mayoría se parte desde un lugar que lleva a destacar las características negativas del fenómeno y, por ende, a definirlo por la carencia (lo que no se desarrolla, lo que se frustra, lo que falta, lo que queda trunco); una suma de ausencias, en fin. Con frecuencia los trabajos revelan una actitud más bien normativa hacia la elucidación y definición del fenómeno, fundada en una contrastación con el modelo clásico de desarrollo capitalista europeo respecto del cual América Latina es, en el mejor de los casos, una desviación. En particular, los fenómenos de populismo se definen por la falta de conciencia de clase y de autonomía política de los sectores trabajadores, rasgos que presentarían en abierto contraste con los países de referencia, atribuidos generalmente a la falta de conciencia de una clase trabajadora masificada, en estado de disponiblidad política, muy distante de la nítida conciencia de clase y los lazos de solidaridad interna que habrían tenido ¡os trabajadores europeos del siglo XTX. De los análisis del populismo clásico emergen sociedades de masa, precariamente cohesionadas, que sobreviven gracias a frágiles e inestables equilibrios, meros regímenes de sustitución para sobrevivir la crisis; de los trabajos sobre “neopopulismo” emergen sociedades anómicas a la merced de gobiernos autoritarios e instituciones, social y políticamente fragmentadas a la deriva, sin capacidad de representarse políticamente. A diferencia de estos enfoques, nos interesa pensar el fenómeno populista, esa franja de experiencia política y social tan recurrentemente mentada en América Latina, en primer lugar, de manera afirmativa, identificando y destacando lo que hay y no lo que no hay. En segundo lugar, a diferencia de algunos autores que hacen hincapié en una sola dimensión, reduciendo un fenómeno rico y complejo a un único elemento aislado, queremos pensar en la dirección de una articulación de rasgos[19]. Si se quiere utilizar el término “populismo” y el de "neopopulismo" (aunque la existencia de “neopopulismo” es parte del debate) para abarcar a los dos momentos históricos, es necesario, en todo caso, proceder como los lumpers y proponer una “unidad analítica mínima” que trascienda los distintos períodos históricos y los diversos espacios nacionales y sustente el concepto “populismo”. Los atributos que podrían conformar esta unidad analítica mínima son los siguientes: a) la crisis como condición de emergencia; b) la experiencia de participación como sustento de la movilización popular; y, c) el carácter ambiguo de los movimientos populistas. a) Desde el plano de las condiciones de emergencia se puede señalar, primero, una situación de crisis y de cambio. Cada vez que aparece el término ‘populismo' (incluso en los primeros lejanos casos de Rusia y Estados Unidos) en trabajos académicos o en la prensa, América Latina transita una coyuntura de crisis y cambio estructural profundo: ya sea la que derivó de la confluencia de la crisis del Estado oligárquico y la crisis económica internacional de 1929, en la que cambiaba no sólo la relación entre el Estado y el patrón de acumulación sino también la relación entre Estado y masas; ya sea la emergencia económica resultante de la crisis de la deuda externa de los ochenta que ha conducido a un nuevo “patrón de desarrollo” orientado por las reformas neoliberales. Las coyunturas de crisis, los momentos de rupturas y grandes transformaciones parecen ser campo propicio para los populismos, cuando todo salta por los aires, cuando se despliegan situaciones vertiginosas de gran fluidez política y social con inestabilidad, cambio, problemas de incorporación, etc., aparecen los grandes articuladores integrando a las masas, introduciendo cambios que rearticulan el sistema político y el funcionamiento del Estado, disminuyendo las zonas de incertidumbre colectivas provocadas por las coyunturas de cambio a través de su estilo personalizado y plebiscitario de gestión del poder político. b) Un segundo rasgo fundamental, que se refiere a la naturaleza del populismo, es la valoración de la dimensión participativa, sustantiva de la democracia, por sobre la dimensión representativa o “liberal”. Se trata de una idea que también se puede conjugar con el comentario de Germani (1977: 33) de que la originalidad de los regímenes nacional-populares reside en la naturaleza de la participación: no se produce a través de los mecanismos de la democracia representativa, sino que “entraña el ejercicio de cierto grado de libertad efectiva, completamente desconocida e imposible en la situación anterior”; entraña no sólo un elemento de espontaneidad sino un grado inmediato de experiencia personal, son “formas inmediatas de participación”, con consecuencias concretas en la vida personal de los individuos. Los populismos son experiencias que tienen que ver con una idea de participación, de democracia directa y con un énfasis en el heterogéneo conjunto de sectores sociales, en la unidad del pueblo como valor último; pero, aunque son anti-liberales, no son anti-democráticos. Aunque en general los autores acuerdan sobre la existencia de la participación como característica central de los populismos, surgen profundas divergencias a la hora de su caracterización. Para muchos es una dimensión crítica porque se desenvuelve a espaldas de las mediaciones institucionales y está asociada a una participación heterónoma. Esta visión crítica es una visión que define la institucionalización en términos de la democracia liberal, y es una definición, uno podría decir, restringida porque no da cabida a otras formas de participación institucional. Con frecuencia los analistas del populismo parecen imponer estándares de liderazgo, participación de masas, coherencia de clase, consistencia ideológica y cumplimiento programático excesivamente altos a los movimientos populistas de América Latina (Drake, 1982: 197). En este sentido, parece necesario, en todo caso, revisar con cuidado los dos momentos históricos y decidir la forma en que se va a caracterizar al populismo clásico en este sentido, definir lo que significa el término "institucionalización" y también hacer claros los patrones históricos contra los cuales es medido en cada caso. Hasta Zermeño (1989: 137), hablando de “neopopulismo”, afirma que sería mejor hablar de una relación líder-masas, o popular nacional, que de populismo, pues en muchos ejemplos de América del Sur, el populismo significó el fortalecimiento de los órdenes intermedios de representación (a través de partidos y sindicatos). Roberts (1995: 115) también señala que los populistas clásicos construyeron partidos y organizaciones sindicales para complementar su capacidad de convocatoria personal e incorporar a sus seguidores en el sistema político, algo que la nueva generación de populistas liberales parece poco dispuesta a hacer. c) Otra característica que permanece (y ya hemos señalado) es la ambigüedad histórica inherente del populismo o de los populismos. Como hemos señalado, el populismo clásico aparece en el escenario con la revolución mexicana y la revolución rusa como telón de fondo; en la mirada de algunas elites está la conciencia del peligro y la intención de aventarlo en lo posible: sofocar el genio popular que, librado a sus designios, podría hacer estallar el orden burgués. El populismo puede ser pensado desde la intención cíe sus promotores como una operación de cooptación en gran escala que deviene en elemento conflictual del orden que quiere preservar. Pero una visión puramente normativa de este tipo capta solamente los elementos de cooptación, de manipulación, de atronamiento de una posibilidad de autonomía. Si uno abandona este tipo de perspectiva, se advierte que los populismos en la realidad contienen un componente de cambio, un elemento revulsivo que supera a los procesos que los líderes populistas han contribuido a poner en marcha. Muchas elites promotoras son outsiders del escenario político. En la plaza pública a veces no se sabe bien quién dirige la palabra, la figura en el balcón o la multitud en la plaza. Junto con el componente de dominación, cooptación y manipulación (donde hay fenómenos más represivos y más incorporadores) encontramos el movimiento de una experiencia participativa, liberadora, una experiencia de revulsión y de conflictualidad. Una forma de expresar esta ambigüedad es la de Weffort (1968b: 56-64) quien afirma que el populismo fue un “modo determinado y concreto de manipulación de las clases populares que no participaron en forma autónoma pero fue también un modo de expresión de sus insatisfacciones; una estructura de poder para los grupos dominantes pero también una forma de expresión política de la irrupción popular en el proceso de desarrollo industrial y urbano; un mecanismo de ejercicio de dominio pero también una manera a través de la cual ese dominio se encontraba potencialmente amenazado”. Otra manera de expresar esta ambigüedad es la de James (1990: 346), que señala la existencia de lo que llama “la paradójica conciencia de la clase obrera”. El autor afirma que “la lealtad a un movimiento cuya ideología formal predicaba la virtud de la armonía de clases, la necesidad de subordinar los intereses de los trabajadores a los de la nación, y la importancia de obedecer con disciplina a un Estado paternalista, no eliminaron la posibilidad de resistencia de la clase obrera ni del surgimiento de una fuerte cultura de oposición entre los trabajadores”. James señala el doble carácter de la conciencia obrera: junto con la posibilidad de subordinación de los intereses de clase a los de la nación y a un estado paternalista, existe también la posibilidad de que se desarrolle conciencia de clase y el carácter herético y plebeyo que tuvo –en este caso– el peronismo. Ahora bien, éstos son algunos rasgos que conformarían esa “unidad analítica mínima” que abarcaría al populismo a través de la historia. Sin embargo, existen también importantes diferencias entre ambos períodos y entre los casos nacionales en cada uno de esos períodos. Cada país tiene matices específicos, resultado de una trayectoria particular, de una conformación social diferente y de tradiciones políticas propias. Procediendo ahora, como los splitters , señalemos algunas de las diferencias que podríamos organizar en torno de los siguientes ejes: a) la base social: ¿quiénes son los sujetos sociales que participan de la experiencia populista clásica? Uno de los problemas del análisis del populismo, relacionado con el carácter social heterogéneo de las coaliciones, es la caracterización de los grupos o clases sociales y la relación entre ellos: cómo se vinculan burguesías, trabajadores industriales urbanos, clases medias urbanas y/o rurales, campesinos y terratenientes, según el caso. Sí se desagrega el estudio del populismo clásico en términos de actores, podríamos afirmar que existe más coincidencia entre el varguismo y el peronismo que con el cardenismo o la revolución boliviana de 1952 (aunque no todos están de acuerdo en que Bolivia sea un caso populista). En los dos primeros casos la burguesía local (como la llama O'Donnell) y el proletariado industrial aparecen como actores imprescindibles del populismo latinoamericano. En el México cardenista, sin embargo, aparecen unos protagonistas nuevos: los campesinos, que ampliaron las bases sociales de la revolución. En el caso boliviano podríamos preguntar: ¿quiénes forman parte de la alianza o la base social que sustenta al MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) en 1952? ¿Incluye o excluye a los campesinos? Por otro lado, ¿qué papel juegan las clases medias en los distintos casos nacionales? En la discusión de los casos se deberá prestar atención, entonces, a la presencia o ausencia de las distintas clases (por ejemplo, es difícil hablar sobre trabajadores industriales en el Ecuador de la década del '40), el papel que juegan en las alianzas o coaliciones y cómo se articulan en cada país. Por último, otro punto que debe tenerse en cuenta es que en América Latina se superponen relaciones de clase y relaciones étnicas e interétnicas. En general, la literatura reciente sostiene que el populismo clásico se basó sobre todo en la clase trabajadora urbana en ascenso y en los “sectores populares”, mientras que en los tiempos del “neopopulismo”, el apoyo principal proviene de los sectores urbanos informales y los pobres rurales. Se sostiene que los trabajadores constituyeron una base más estable, menos volátil que los segundos, tenían más capacidad organizativa, autonomía relativa y, por lo tanto, una mayor capacidad de presión y de control sobre la acción del Estado, y menor susceptibilidad frente a las promesas de líderes populistas. Además, como los sectores informales no tienen vehículos de representación estables, la acción colectiva se atomiza y/o se transforma en una combinación caótica de elementos que en los hechos delega su unidad en el Estado, generando la independización de los aparatos y las dirigencias (Zermeño, 1989; Roberts, 1995; Weyland, 1996; Garrieron, 1991; Arce, 1996). b) Incoporación-exclusión: esta díada tan importante cíe la tradición política latinoamericana parece ser el indicador más claro de las diferencias entre los dos períodos populistas. En esta introducción sostenemos que la dimensión fundamental del populismo clásico es la capacidad de incorporación no solamente en el nivel social (a través de la legislación, de los derechos sociales) sino también en el nivel político (a través de la institucionalización de la participación política por parte de Estado) y en el plano simbólico (a través de la noción de pueblo y el nacionalismo) de una amplia franja de sectores sociales excluidos en los regímenes anteriores. De todas maneras, esta incorporación debería ser referida a cada caso nacional y examinada en mayor profundidad no sólo respecto de los sectores sociales incluidos sino también respecto al carácter de la incorporación efectuada. También sostenemos que la coyuntura clásica por excelencia se extiende en las décadas de 1940 y 1950 (salvo en México que se produce en la década del treinta), pues es entonces cuando se produce el pasaje de los partidos y la política de notables a los partidos y la política de masas. Es decir, cuando la política orientada por la dinámica electoral se transforma por primera vez en la historia de América Latina en un fenómeno de masas. El advenimiento de esta democracia electoral, con la inauguración de nuevos estilos político-electorales, no incorporó a todos los sectores (hay variaciones según los casos nacionales, a veces no se incorpora a los analfabetos, a los sectores rurales y a las mujeres), pero implicó el reconocimiento del derecho al sufragio de las masas en las zonas urbanas y un grado considerable de participación popular, ampliando la ciudadanía social y política. Esta medida, traducida a la vida cotidiana de las masas, tiene una importancia no desdeñable porque implicó que las conductas de candidatos y autoridades estaban más sujetas a los imperativos políticos de las elecciones, lo cual significó que las masas previamente excluidas pasaron a gravitar –aunque a veces en forma indirecta– sobre las condiciones del equilibrio del poder.[20] Frente a la lógica incorporadora universal del populismo clásico, el “neopopulismo”, en cambio, llevaría adelante una incorporación selectiva que fragmenta a los sectores subalternos. Gran parte de la integración durante el primer período se realizó a través de la incorporación amplia a sindicatos y partidos y a través de la sanción de legislación social (legislación laboral, creación de sistemas de salud, vacaciones, jubilación, aumento del salario real, etc.); el “neopopulismo”, en cambio, incorporaría a través de programas económicos focalizados en determinados sectores de la población, erosionando los mecanismos institucionales e integrando en forma fragmentada. Además se sostiene que acciona en contra de los sectores organizados de la sociedad civil (trabajadores, clases medias, empresarios, y –en otro nivel– las “clases políticas”), que pierden peso social, se desarticulan y se convierten en las víctimas de las nuevas medidas reordenadoras del mercado. Por último, señalemos que el objetivo de esta sección ha sido –luego de ordenado el panorama de la literatura identificando algunos ejes de análisis– plantear algunos problemas epistemológicos de la construcción del concepto para su discusión y debate. Aparentemente, a diferencia del cuento popular, la búsqueda del príncipe no ha terminado aún, y probablemente pase mucho tiempo antes de que encuentre a su Cenicienta. […] |
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Notas: [*] María Moira Mackinnon y Mario Alberto Petrone, "Los complejos de la Cenicienta", en Populismo y neopopulismo en América Latina: el problema de la Cenicienta, Eudeba, Buenos Aires, 1998. Queremos agradecer a Patricia Funes y a Waldo Ansaldi (Profesora Adjunta y Profesor Titular de Historia Social Latinoamericana, materia de la cual somos docentes), y a Juan Carlos Torre (Director del Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Di Telia) por sus comentarios sobre las primeras versiones de este trabajo, y también liberarlos de la responsabilidad de nuestras obstinaciones. También agradecemos a Carlos Vilas y a nuestros compañeros del curso que dictó ("El Populismo Latinoamericano en Perspectiva Comparada"), con quienes debatimos este controversial concepto durante el segundo cuatrimestre de 1997. Damos las gracias también a Steve Levitsky y a Mark Healey por los comentarios y el aliento, a Marcela Dabas, por mecanografiar varios de los artículos, y a Orlando Barrionuevo, por su valioso apoyo en la gestación de esta Introducción. [1] Casi todos los regímenes políticos de América han sido catalogados como populistas desde Batlle en Uruguay, Yrigoyen en Argentina y Alessandri en Chile a principios de siglo hasta Fujimori en Perú, Menem en Argentina, Collor de Melo en Brasil y Chuauhtémoc Cárdenas en México en los ochenta y noventa, pasando por Perón, Vargas, Cárdenas, Velasco Alvarado, Bolivia con Paz Estenssoro durante la revolución de 1952, Guatemala durante los períodos de Arévalo y de Arbenz, Chile durante el Frente Popular y los gobiernos de Ibáñez, Perú en las primeras etapas del APRA y el gobierno de Belaúnde Terry, la figura de Gaitán y también el gobierno de Rojas Pinilla en Colombia, el breve período de Bosch en República Dominicana, Cuba entre 1934 y 1958, etc. [2] Weffort (1968:68-9), Según este autor, los temas más caros a la sociología y a la ciencia política inspirados en los valores liberales fueron: la preocupación por la crisis del ‘público' democrático y racional, la tendencia a su sustitución por las ‘situaciones de masa', cargadas de emotividad, la crisis del equilibrio de los poderes y la desmoralización de los parlamentos y la tendencia a la hipertrofia de los ejecutivos, la emergencia de formas masivas de autoritarismo político. Otro artículo que se puede consultar sobre la relación entre intelectuales y pueblo es el de de Ipola y Portantiero (1994). [3] Desde la polémica entre marxistas y populistas a fines del siglo pasado, ha sido usual que los marxistas desechen al populismo como la típica ideología reaccionaria y autoengañosa de los campesinos en contras te con la visión científica y progresista del proletariado. Quizá la objeción más fuerte que se puede hacer a la visión leninista del populismo como ideología del pequeño productor es que ignora el rasgo más conspicuo del populismo ruso: “Esto es, el pathos de la distancia entre los populistas y el pueblo, el abismo entre el pequeño productor y sus supuestos representantes y los efectos que este abismo tuvo sobre los populistas: el sentimiento de culpa de parte de los privilegiados; el sacrificio heroico de tantos jóvenes que ofrendaron su vida, su libertad y sus futuras expectativas en aras de lo que ellos creyeron que era la causa del pueblo; la atmósfera de un idealismo exacerbado y la ausencia absoluta de intereses personales que caracterizaron aun sus campañas terroristas y que vuelve al populismo ruso, en perspectiva, tan atractivo como insólito” (Canovan, 1981: 93). Para leer con mayor profundidad sobre estos temas, se puede consultar: Andrzej Walicki, 1970: 87-8; Worsley, 1970: 292 y Canovan, 1970, capítulo II. [4] Los párrafos sobre populismo ruso están armados sobre la base de Margaret Canovan (1981) capítulo II, Peter Worsley (1970) y Andrzej Walicki (1970). También puede consultarse Carlos Vilas (1994: 25-34). [5] Las demandas que formulaban fueron las siguientes: la división igualitaria de la tierra entre los campesinos para que éstos organicen sus cultivos a través de las comunas rurales, libertad para los pueblos subordinados del Imperio ruso y gobierno local autónomo para las obshchinas (comunas campesinas). [6] Estos párrafos sobre el populismo en Estados Unidos están armados sobre la base del texto de Margaret Canovan (capitulo I) y de Peter Worsley, citados. También puede consultarse Carlos Vllas (1994: 15-25). [7] Se nominó el primer candidato y se estableció el primer programa populista. Luego de una descripción de las condiciones miserables a que había sido reducida la gente común debido al poder de los plutócratas, el preámbulo declaraba que se buscaba “restituir el gobierno de la república a la gente común, clase de la cual ese gobierno habla surgido”. Los populistas declaraban que “para remediar el sufrimiento de ‘la clase productora', los poderes del gobierno debían ser ampliados, que la riqueza pertenecía a quien la creaba, que los ‘intereses del trabajo rural y cívico' eran los mismos y sus enemigos idénticos". [8] Según Germani, la diferencia es que en el caso del peronismo se le dio participación efectiva, aunque limitada, a los sectores populares para obtener su apoyo. En Europa, en cambio, la participación se fundaba en un sentimiento de prestigio social y de jerarquía, de superioridad nacional y racial; además, en contraste, el fascismo europeo nunca logró realmente el apoyo activo de las masas entre la mayoría de los trabajadores urbanos y aun los rurales. Hubo más bien aceptación pasiva (1962: 339-40). Además, los movimientos nacional-populares nunca alcanzaron la perfección técnica del totalitarismo (1977: 35). [9] Para Germani, la originalidad de los regímenes nacional-populares reside en la naturaleza de esta participación: no se produce a través de los mecanismos de la democracia representativa sino que "entraña el ejercicio de cierto grado de libertad efectiva, completamente desconocida e imposible en la situación anterior"; entraña no sólo un elemento de espontaneidad sino un grado inmediato de experiencia personal, con consecuencias concretas en la vida personal de los individuos, son "foimas inmediatas de participación" (1977: 33). [10] La teoría de los orígenes sociales del populismo de Germani ha sido rebatida por varios autores, entre ellos Murmis y Portantiero, Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires. Siglo XXI, 1971; Tulio Halperin Donghi, "Algunas observaciones sobre Germani, el surgimiento del peronismo y los migrantes internos", en Desarrollo Económico, N 9 56, Vol. 14, enero-marzo 1975: y Juan Carlos Torre en la Vieja Guardia Sindical, Sobre los Orígenes del Peronismo, Sueños Aires, Sudamericana. 1990. [11] El discurso político de la burguesía, por ejemplo, pasa también por la aceptación de la jornada de ocho horas como demanda "justa" y por una legislación social avanzada. Esto demuestra que no es en la presencia de determinados contenidos en un discurso, sino en el principio articulatorio que los unifica, donde se debe buscar el carácter de clase de una política y una ideología. [12] El caso histórico que tratan es el del peronismo que constituyó a las masas populares en sujeto (el pueblo), en el mismo movimiento por el cual –en virtud de la estructura ¡nterpelatoria que le era inherente– sometía a ese mismo sujeto al Estado, corporizado y fetichizado al mismo tiempo en la persona del jefe carismático (1994: 533). [13] De todas formas, la información detallada que generalmente proveen los “singularizadores” es fundamental para arrojar luz sobre información nueva, generar nuevas hipótesis y proveer los datos sobre los cuales se basa cualquier estudio comparativo. Por su lado, los "agrupadores" también cumplen un papel esencial al sintetizar los detalles presentados en los estudios de caso, vinculando casos particulares con categorías más amplias, encontrando los rasgos analíticos comunes que proveen un nivel mínimo sin el cual no se pueden comparar los fenómenos que se estudian (Collier y Collier, 1991). [14] Las opiniones de este autor han sido tomadas de lan Roxborough, 1981, 1984 y 1987. [15] El "patrón modal" consiste en la noción de que varías naciones de América Latina pasaron por un proceso de desarrollo globalmente similar y paralelo que puede ser descrito como una secuencia de etapas históricas (la fase del “desarrollo hacia fuera”, la de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) y finalmente, la fase de “desarrollo dependiente asociado”, etc. Cada etapa económica, se postula, tuvo su correlato político: parlamentarismo oligárquico con un desafío radical de las clases medias, bonapartismo con expansión populista y corporativismo autoritario con exclusión autoritaria, respectivamente. [16] Se está refiriendo a los siguientes autores: Germani, O'Donnell, Sunkel. Furtado, Malloy, quienes, afirma, sostienen que el populismo es un movimiento policlasista, poco organizado, unificado por un líder carismático tras una ideología y un programa de justicia social y nacionalismo. El vínculo entre ideología y organización es lo importante de la definición, relaciona ideología con un modo específico de participación política, en contraste con la política de orientación clasista en los países industrializados de Europa occidental (Roxborough, 1987:119). [17] El autor sostiene que se podría dar cuenta más ajustadamente de los gobiernos de Cárdenas, Perón y Vargas estudiando las relaciones entre la clase trabajadora, el Estado y las clases dominantes. Los resultados finales se podrían explicar postulando la prosecución relativamente racional de intereses de clase por los diversos actores. Las diferencias en las situaciones finales serian el resultado de las diferencias en la naturaleza de estas clases sociales en términos de su unidad interna, etc. y las distintas relaciones entre estos actores sociales y el Estado. Roxborough afirma que la clase obrera surgió como fuerza política de peso en forma temprana en la historia de México, Brasil, Perú, Argentina y Chile. Sugiere que un análisis más productivo se deberla centrar en las crisis de incorporación, no de las clases medias (como lo hacen Cardoso y Faletto) sino de la burguesía industrial y luego de las clases trabajadoras, construyendo una tipología compleja y teniendo en cuenta las reacciones de la clase dominante a la amenaza que plantea el crecimiento de la clase trabajadora urbana. Rafael Quintero también sostiene una posición contraria a la existencia del concepto 'populismo' (1980), [18] Aun cuando el peronismo –por ejemplo, afirma– puede haber respondido a las necesidades materiales de la previamente ignorada clase trabajadora, esto no explica por qué ocurrió dentro del peronismo en lugar de otros movimientos políticos que también se dirigían a los trabajadores. Por lo tanto, lo que se debe examinar –afirma, citando a James– “es el éxito de Perón, lo que tenía de distinto, por qué su convocatoria política fue más creíble para los trabajadores, qué zonas tocó que otros no rozaron. Para entender esto es necesario tomar seriamente la atracción política e ideológica de Perón y examinar la naturaleza de su retórica y compararla con la de sus rivales por la lealtad de la clase obrera” (De la Torre, 1992: 410). [19] Un ejemplo de esta manera de pensar una conceptualización de populismo es la de Drake (1982:219-20), para quien el término ha sido utilizado principalmente en América Latina, con mucha amplitud, para hacer referencia a tres patrones políticos interrelacionados: un estilo de movilización política, una heterogénea coalición social y un conjunto de políticas reformistas. Agrega el autor que las tres características están interrelacionadas y que un movimiento que evidenciara claramente la conjunción de los tres elementos se correspondería bastante bien con una definición descriptiva aceptable del populismo. Weffort también propone una conceptualización de populismo como articulación de rasgos. Su modelo de populismo se basa en “una crisis en curso, una forma de transición políticamente inestable, un intento de modernización, la integración de nuevos grupos sociales a la esfera política y la demagogia electoral de líderes ansiosos por controlar masas en crecimiento”, según Taguieff (1996: 49). Roberts (1992), en una propuesta interesante desde la forma, propone tratar al populismo como “categoría radial” que abarque el populismo clásico y el actual. Propone una construcción sintética del término que se base en los siguientes cinco rasgos que hacen al núcleo del concepto: un patrón personalista y paternalista de liderazgo político; una coalición política policlasista, heterogénea, concentrada en los sectores subalternos de la sociedad; un proceso de movilización política de arriba hacia abajo, que pasa por alto las formas institucionalizadas de mediación o las subordina a vínculos más directos entre el líder y las masas; una ideología amorfa o ecléctica, caracterizada por un discurso que exalta los sectores subalternos o es antielitista y/o antiestablishment, y un proyecto económico que utiliza métodos redistributivos o clientelistas ampliamente difundidos con el fin de crear una base material para el apoyo del sector popular. Vllas también propone una definición en términos de una articulación de rasgos. [20] Distintos autores han enfatizado algún o algunos de estos aspectos: French, 1992; Weffort, 1968; De la Torre, 1994. |
En latinoamericano siempre ha populista y caudillismo
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